Ya sé que jugábamos juntos cuando éramos niños… —empezó a decir. —Yo no creo que en realidad jugáramos —dijo Sacharissa, rebuscando en su bolso—. Tú me perseguías y yo te pegaba en la cabeza con una vaca de madera. Ah, aquí está… Dejó caer la bolsa, se puso de pie y apuntó con una de las ballestas de pistola del difunto señor Alfiler directamente al editor. —¡Déjanos usar tus «idas» imprentas o te pego un «ido» tiro en la «ida» cabeza! —gritó—. Creo que es así como se tiene que decir, ¿no? —¡No te atreverás a apretar el gatillo! —exclamó Carney, intentando agacharse en su silla. —Era una vaca
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