Deme su patata. —¿Cómo? De pronto el señor Alfiler tenía el brazo extendido y la ballesta a dos centímetros del cuello del señor Tulipán. —¡No hay tiempo para discutir! ¡Deme esa maldita patata ahora mismo! ¡Este no es momento para que se ponga a pensar! Vacilante, pero confiando igual que siempre en la capacidad del señor Alfiler para sobrevivir en las situaciones límite, el señor Tulipán se sacó por la cabeza el cordel de la patata y se lo entregó. —Bien —dijo el señor Alfiler, mientras empezaba a tener convulsiones en un lado de la cara—. Tal como yo lo veo…

