Drumknott, que habitualmente era muy hábil a la hora de entender las peticiones de su amo, vaciló un momento. —Milord, ¿quiere decir que usted no desea que le pase nada malo al señor De Worde, o que usted no desea que le pase nada malo al señor De Worde? —¿Me acaba de guiñar el ojo, Drumknott? —¡No, señor! —Drumknott, tengo entendido que todo ciudadano de Ankh-Morpork tiene derecho a caminar por la calle sin que nadie lo moleste. —¡Por los dioses, señor! ¿Es eso verdad? —Ciertamente.

