Naird

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Sacharissa estaba intentando recobrar el aliento. William la agarró con tanto cuidado como pudo, porque aquella era la clase de risa de la que uno se moría. Y ahora estaba llorando, con unos sollozos enormes y convulsivos que burbujeaban entre la risa. —¡Me gustaría estar muerta! —sollozó. —Tendrrías que prrobarlo alguna vez —dijo Otto—. Señorr Buenamontaña, ¿me puede llevarr hasta mi cuerrpo? Está porr aquí en alguna parrte.
La verdad
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