Imaginemos, por ejemplo, a una niña de nueve años que encuentra dificultades con los deberes, a pesar de que no tiene grandes problemas en la escuela. A menos que integre sus sentimientos de frustración e incompetencia con las demás partes de sí misma –comprendiendo que una emoción sólo es un aspecto del todo más amplio que la conforma a ella como persona–, es posible que empiece a ver ese estado momentáneo como un rasgo o una característica de su personalidad más permanente. Puede que diga algo como «Soy muy tonta. Los deberes son demasiado difíciles para mí. Nunca los haré bien». Pero si sus
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