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pues la cara es sincero espejo del alma!
«La existencia más placentera consiste en no reflexionar nada(11)».
«aunque la mona se vista de púrpura, mona se queda», así la mujer será siempre mujer; es decir, estúpida, sea cual fuere el disfraz que adopte. Sin embargo, no creo que el género femenino llegue a ser tan estúpido
son los bribones, los alcahuetes, los criminales, los villanos, los estúpidos y los insolventes y, en fin, la hez del género humano quienes ejecutan hazañas tan ilustres, y no los luminares de la filosofía.
Marco Tulio Cicerón, padre de la elocuencia romana, comenzaba sus discursos con temblor poco gallardo, como niño balbuciente, lo cual interpretaba Fabio Quintiliano ser propio de orador sensato y conocedor del peligro.
Llevad un sabio a un banquete [53]y lo perturbará o con lúgubre silencio o con preguntitas fastidiosas. Introducidle en un baile y os parecerá, danzando, un camello. Conducidle a un espectáculo y con su solo semblante disipará toda diversión y se le obligará a salir del teatro, como al sabio Catón, si no logra desarrugar el entrecejo. Si mete cucharada en una conversación, caerá de improviso como el lobo en la fábula. Si algo hay que comprar o que convenir, en suma, cuando se trate de estas cosas sin las cuales esta vida cotidiana no puede pasar, dirás
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yo le aconsejaría que, imitando a Timón(33), emigre a algún desierto y allí, a solas, disfrute de su sabiduría.
Con semejantes tonterías se mueve esa bestia enorme y vigorosa, el pueblo.
no quiere conocer más que lo que le ofrece su condición, se presta gustoso a contemporizar con la muchedumbre humana y no tiene asco a andar errado junto con ella. Pero en esto, dirán, radica precisamente la Estulticia.
Males todos de gran magnitud, que el sabio cree compensar con la aprobación de unos pocos legañosos como él.
¿Qué le importa que tres sabios le desprecien si aciertan a leerle? ¿Y qué representa el parecer de tan pocos ante tan inmensa muchedumbre que le aclama?
explican las causas del rayo, del viento, de los eclipses y de todos los demás fenómenos inexplicables, sin ninguna vacilación, como si fuesen secretarios del artífice del mundo y hubiesen acabado de llegarnos del consejo de los dioses.
En tanto, la naturaleza se ríe en grande de ellos y de sus conjeturas, pues nada absolutamente saben con certeza, y buena prueba de ello son esas disputas interminables que sostienen acerca de los asuntos más sencillos.
lisonjeándose con su amor propio puede decirse que habitan en el tercer cielo, desde cuya altura consideran a los demás mortales como un ganado despreciable y digno de lástima que se arrastra sobre la tierra. Se hallan tan fortificados con definiciones magistrales, conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas e implícitas y tan bien surtidos de subterfugios, que no serían capaces de prenderles ni las mismas redes de Vulcano, pues lograrían escurrirse a fuerza de estos distingos que cortan los nudos con la misma facilidad que el acero de Tenedos;
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«Si Pedro hubiese consagrado durante el tiempo que Cristo permaneció en la cruz, ¿qué habría consagrado?»
Así como practicó la caridad de modo admirable, acreditó ser poco dialéctico en la división y en la definición que hace de ella en el capítulo XIII de su primera Epístola a los corintios.
a menos que supongamos quizá que les ilustró el espíritu de los escotistas.
La mayor parte de ellos conceden tanta importancia a sus ceremonias y tradicioncillas, que piensan que el Paraíso no es bastante recompensa para tanto merecimiento, sin tener en cuenta que Cristo, despreciando todo esto, solamente les exigirá su precepto de la caridad.
En verdad os digo que yo no conozco más que mi ley, y es la única cosa de que no he oído ni una palabra. En aquel tiempo, prometí de modo manifiesto y sin cobertura de parábola alguna, el reino de mi Padre, no a las cogullas, ni a los votos, ni a los ayunos, sino a las obras de caridad.
El tercer aspecto es que si citan del Evangelio, lo comenten aprisa y corriendo, cuando en realidad debiera tratarse sólo de ello. El cuarto aspecto,
En suma, que toda su actuación es tal, que se juraría que han aprendido de los charlatanes de mercado, que les son muy superiores, aunque son ambos tan afines que nadie podría aclarar si éstos han enseñado su retórica a aquéllos, o aquéllos a éstos.
¿habría existencia más triste y más merecedora de ser rehuida que la suya?
pero él está en posición tal, que si en algo se aparta de la honestidad, ello se extiende a muchedumbre de personas como funesta peste.
sobre sus cabezas hay otro Rey verdadero que les pide estrecha cuenta de sus más pequeñas acciones con tanto mayor severidad cuanto más grande haya sido su poderío.
individuos cuyo engreimiento crece conforme al peso de la cadena que llevan al cuello,
meditase sobre todo ello, ¿no viviría lleno de tristeza e inquietud? Pero nuestros prelados de hoy tienen bastante con ser pastores de sí mismos y confían el cuidado de sus ovejas o a Cristo, o a los frailes y vicarios. No recuerdan que la palabra «obispo» quiere decir, trabajo, vigilancia y solicitud.
Hacer milagros es antiguo, pasado de moda e impropio de nuestro tiempo, enseñar al pueblo es penoso, interpretar las Sagradas Escrituras es cosa de escolásticos; rezar es ocioso; llorar es de pobres y de mujeres, la pobreza es sórdida y el obedecer es vergonzoso y poco digno de quienes apenas conceden a los reyes más poderosos el honor de besar sus santos pies; morir es espantoso y la crucifixión infamante.
¡Cómo si hubiese peores enemigos de la Iglesia que esos pontífices impíos que con su silencio coadyuvan a abolir a Cristo, en tanto que alcahuetean con su ley, la adulteran con caprichosas interpretaciones y le crucifican con su conducta infame!
ningún hombre puede vivir dichoso si no está iniciado en mis misterios y no le concedo protección.
En suma, quien se dispone a vivir con un poco de alegría y optimismo, empieza por excluir de su compañía al sabio y prefiere admitir a cualquier otro animal.
«Dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces».
«Estulto se ha vuelto el hombre a causa de su misma sabiduría». Atribuye este profeta la sabiduría a Dios y deja para los hombres la estulticia, pues poco antes había dicho también: «No se glorifique el hombre de su saber».
«Quien añade ciencia añade dolor y en el mucho entendimiento hay mucho sufrimiento».
A más, las Sagradas Escrituras otorgan al estulto la pureza de alma y se la niegan al sabio, porque éste no considera a nadie igual a él.
mostrándoos que la felicidad de los cristianos, que buscan a costa de tanto esfuerzo, no es sino una especie de locura y de estulticia, y no se [142] vea animadversión en mis palabras, sino búsquese su sentido.

