Guerrilleros: A ras de piso

Sí, la primera noticia que tuvimos de Guerrilleros no fue la mejor. La interrupción de uno de los capítulos de Tolerancia Cero con una falsa grabación pirata del Frente Patriótico Manuel Rodríguez un domingo por la noche fue algo que lució extraño, porque no se supo muy bien de qué trataba. Al final, era una estrategia oportunista que ocupaba el peor de los sensacionalismos y sugería que este show podía tener el sello de otros programas de Chilevisión como Alerta máxima.


Afortunadamente los tres capítulos emitidos del programa desmienten lo anterior. Guerrilleros es una investigación cuidada, que cuenta la historia de los miembros del Frente desde una perspectiva más bien íntima, abordando su versión de la historia como una narración coral que despeja la mitología del grupo subversivo. Por supuesto, se trata de un relato feroz, donde las entrevistas se intercalan con una buena cantidad de material inédito, grabaciones de época y recreaciones hechas con maquetas. Dicha mitología es conocida (Carrizal Bajo, el atentado a Pinochet, los Queñes, etc.) y ya es parte del imaginario del país que la lee como una suerte de aventura secreta que ha sido abordada, por poner unos cuantos ejemplos destacados, en libros como Los fusileros de Juan Cristóbal Peña, novelas como Tengo miedo, torero de Pedro Lemebel y series como Los 80, que cuando tocó el tema convirtió el melodrama familiar de los Herrera en un thriller de acción.


Guerrilleros elige contar esa misma historia desde la mirada específica de los combatientes. Así, si el primer episodio abría con la crónica del fracaso del asalto a Los Queñes, lo que vino después fue ir hacia atrás, con una detallada reconstrucción histórica del funcionamiento del movimiento desde una perspectiva más íntima que grandilocuente. Aquello era interesante, pues el programa no aspiraba a fijar una versión final de la verdad, sino que lo contrario, poniendo en escena una multitud de voces que anotaban lo doméstico, apostando por los detalles. De este modo, esta crónica del Frente puede ser vista como un relato sacrificial pero también como una comedia negra donde las bombas tienen los cables pelados, los rockets pasan de largo y a los fusiles se les caen los cargadores; una narración donde los sobrevivientes hablan desde la intemperie del presente, contando como enfrentaban a los “chanchos” de la CNI mientras procesaban la contradicción de que debían usar viejas armas americanas abandonadas en Vietnam; mirando sus antiguos escenarios de guerra como si fuesen fantasmas tratando de volver sobre sus pasos.


Los tres episodios exhibidos ponen en pantalla todo lo anterior en escena sin juzgarlo. Los frentistas cuentan todo sin estridencia, como una aventura cotidiana haciendo que lo mejor de Guerrilleros sea aquel tono casi doméstico con el que se abordan los hechos. Es ahí donde está la fuerza del programa; en imágenes como la de la mujer que acerca el oído al muro de la casa donde torturaron a su hermano, en el recuerdo de un hombre sobre cómo la comandante Tamara lo besa en la cara antes de que él salga a emboscar a Pinochet, en los modos en que los guerrilleros se consuelan a sí mismos una y otra vez antes de que fracasen todos sus planes, en la confesión de un frentista sobre cómo se paseó por un jardín infantil para ver a su hijo a lo lejos antes de un atentado. Es aquí donde descansa la paradoja que le da sentido a Guerrilleros, que exhibe la memoria de la dictadura a ras de piso, haciéndola tomar un tono casi melancólico o se vuelve una picaresca. Aquella es una decisión narrativa que complejiza lo que vemos, este relato violento contado por hombres violentos que exponen sus razones ante la cámara. Nada más, nada menos. El juicio queda en manos del espectador, a él le toca decidir qué hacer con todo aquello.

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Published on September 13, 2015 07:20
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Álvaro Bisama
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