2×935 – Agr��cola
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Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh
6 de diciembre de 2008
Aprovechando que hab��a amainado y que el aspecto del cielo no auguraba nuevas lluvias para lo que quedaba de tarde, B��rbara concluy�� que hab��a llegado el momento de dar el siguiente paso, y as�� se lo comunic�� a sus compa��eros, que recibieron su propuesta con entusiasmo. Esper�� a que acabase el turno de Dar��o y Carla al cuidado de los beb��s y les invit�� a acompa��arla, mientras Maya y Marion les tomaban el relevo en el centro de d��a. Los dem��s ya les estaban esperando en el Jard��n, preparando el material que necesitar��an. Embutidos en una chaqueta a cada cual m��s abrigada, enguantados y con las herramientas listas, se pusieron manos a la obra, rebosantes de ilusi��n.
Carlos, Christian y B��rbara se encargaron de ir abriendo los kits de los invernaderos grandes, aquellos en los que se pod��a entrar erguido, y mientras estudiaban con atenci��n las instrucciones de montaje, fueron distribuyendo las barras y las lonas por el suelo, as�� como las traviesas de madera que servir��an de base, que trajeron de una ebanister��a que se encontraba en la calle larga. Siguiendo la propuesta de Carlos, los construir��an a tocar de la muralla norte, a lado y lado del baluarte. De esa manera podr��an aprovechar al m��ximo las horas de sol y ancl��ndolos al muro se asegurar��an que el viento no pudiera llev��rselos volando. Dar��o no se mostr�� del todo convencido en un principio, pero concluy�� que as�� resultar��a mucho m��s seguro, y les acab�� dando el visto bueno. Trabajando en equipo avanzaron a buen ritmo.
Al mismo tiempo Dar��o, Carla, Zoe e ��o se encargaron de transplantar varios de los ��rboles frutales que hab��an tra��do al barrio esa misma ma��ana. Ninguna de ellas hab��a plantado un ��rbol con anterioridad, y la idea de ayudar en esa tarea se les antoj�� mucho m��s atractiva que la de ensamblar las piezas de los invernaderos. De todos modos, en cuanto el primero empez�� a tomar forma, enseguida fueron a ver c��mo era y ayudaron a cubrirlo.
Mientras unos cavaban peque��as fosas en el suelo, los otros las rociaban con fertilizante y abono, y luego entre todos colocaban el ��rbol en vertical, aplanando la tierra de los alrededores dando saltos encima, para acto seguido clavar un m��stil de madera al suelo y unirlo al tronco, para tener la seguridad de que no crecer��an torcidos. Decidieron plantarlos a lado y lado del paseo empedrado que comunicaba la carretera con el colegio, de modo que con los ��rboles frutales y los invernaderos tan solo ocupar��an la franja perimetral y central del Jard��n, y m��s adelante podr��an utilizar todo el terreno que quedaba libre entremedias para dar vida a los huertos, entre cerezo y cerezo. Siguiendo los sabios consejos de Dar��o, decidieron el orden en el que los colocar��an y la distancia que dejar��an entre unos y otros.
El peque��o Josete iba de un lado al otro fisgoneando todo en cuanto trabajaban los mayores. Le hab��an dejado al cargo de Carboncillo y se lo estaba pasando en grande. Lejos quedaba ya el berrinche que le acompa���� durante horas tras la muerte de Pancho y los dem��s cachorrillos. De vez en cuando le asignaban alguna peque��a tarea, y ��l la cumpl��a raudo y sin rechistar, orgulloso de poder formar parte del trabajo, teniendo en cuenta que no le hab��an permitido ni acercarse mientras levantaban los muros, releg��ndole al centro de d��a durante interminables horas.
���������������������� Pese a lo reacio que acostumbraba a ser Paris ante las propuestas de trabajo que no hubiese planteado ��l mismo, en un momento dado apareci�� en el Jard��n, sin que nadie se hubiese percatado de su llegada. Se puso a la vera de Carlos y comenz�� a criticar sus t��cnicas y a sugerir otras estrategias para estabilizar la estructura de los invernaderos. Ellos recibieron con gusto sus sugerencias, y en adelante se dividieron en dos grupos, que fueron levantando un invernadero detr��s de otro a ambos lados del baluarte. Con su ayuda avanzaron a��n m��s r��pido, y para cuando empez�� a oscurecer ya hab��an montado y anclado un total de cuatro.
Entre todos cund��a una sensaci��n muy agradable de estar trabajando en algo grande, algo a muy largo plazo que delataba que Bayit ya no era tan solo un parche m��s en un camino err��tico de final incierto, sino algo definitivo, y lo m��s importante, fruto del esfuerzo colectivo. Ni siquiera el levantamiento de los muros les hab��a ofrecido un sentimiento tan fuerte de pertenencia como esos simples ��rboles, de los que se alimentar��an los a��os venideros y que si nada se torc��a, ver��an crecer a todos esos beb��s hasta convertirse en los herederos por derecho de Nefesh.
En toda la tarde tan solo se acercaron media docena de infectados, atra��dos por las voces y el ruido del generador port��til que pon��an en marcha cuando hac��a falta utilizar el taladro. Esforz��ndose al m��ximo por mantener a Josete al margen de ese cruento espect��culo, B��rbara y Paris se encargaron de ellos, aprovechando los baluartes que Christian hab��a proyectado, que se demostraron especialmente ��tiles a ese fin. Ya se encargar��an de los cad��veres la ma��ana siguiente.
���������������������� El ��nico que no dio se��ales de vida, incluso aunque ya hab��a hecho su turno al cargo de los beb��s esa ma��ana y ten��a toda la tarde libre, fue Juanjo. Conoci��ndole como le conoc��an, a ninguno le sorprendi�� demasiado. Tan solo recordando su lamentable participaci��n en la construcci��n del ��ltimo muro, el ��nico d��a que particip�� en la obra, incluso agradecieron su ausencia. Sin embargo, ��l fue de los primeros en presentarse a la mesa cuando estuvo preparada la cena.
���������������������� Tras una larga y animada sobremesa, se despidieron unos de otros y a excepci��n de quienes estaban al cargo de los beb��s, cada cual se fue a su vivienda, con la promesa de seguir trabajando en la construcci��n del huerto la jornada siguiente.


