2×926 – Conversaci��n
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Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh
30 de noviembre de 2008
JUANJO ��� Juan��� Juanjo. Juan Jos�� Delgado. ��No es ah�� donde vive una tal Abril? ��O me he equivocado?
EZEQUIEL ��� S��. Abril vive aqu��. Pero no est�� aqu�� ahora. Ha salido un momento. Ll��mala luego. Adi��s.
JUANJO ��� ��Espera! Espera, hombre ��A qu�� vienen tantas prisas?
EZEQUIEL ��� No���
���������������������� El banquero escuch�� chistar a trav��s de la est��tica. No acababa de entender la actitud de ese desconocido, y ello le hizo sentir m��s curiosidad por su identidad.
EZEQUIEL ��� ��Se puede saber qu�� quieres?
JUANJO ��� Hablar��� un poco. ��T�� qu�� eres, un amigo de��� de Abril? No�� sab��a que estuviera acompa��ada.
EZEQUIEL ��� ��A ver, t�� de d��nde llamas?
JUANJO ��� De aqu��, de la ciudad.
EZEQUIEL ��� ��De qu�� parte de la ciudad?
JUANJO ��� De Bayit. Aqu�� en��� donde empieza la carretera de la costa, en el barrio nuevo, donde pusieron los cines. ��Sabes?
EZEQUIEL ��� No. Bueno��� no demasiado. Es que yo no soy de la isla.
JUANJO ��� ��T�� tampoco? Joder, qu�� coincidencia. Aqu�� casi todos ven��s de fuera.
EZEQUIEL ��� ��Con qui��n m��s est��s?
JUANJO ��� Con los amigos de Abril.
EZEQUIEL ��� ��Y sois muchos?
JUANJO ��� S����� bueno��� bastantes. No me creo que Abril no te haya hablado de nosotros.
EZEQUIEL ��� S��. Por supuesto que lo ha hecho.
JUANJO ��� Hay una cosa que no entiendo. ��Qu�� hace esa mujer ah�� sola en mitad del bosque, con todo lo que tenemos aqu��? Aqu�� hay sitio de sobra y comida para un ej��rcito.
EZEQUIEL ��� Yo qu�� s��. Preg��ntaselo a ella.
JUANJO ��� ��Est��is los dos solos?
EZEQUIEL ��� S��.
JUANJO ��� Quiero decir��� ��Te ha explicado ella lo que tenemos aqu�� montado, no?
EZEQUIEL ��� Un poco��� s��.
JUANJO ��� Y entonces��� sin ��nimo de ofender. ��Por qu�� sigues ah��, por qu�� no te vienes? Aqu�� estar��ais mucho m��s seguros y��� no os faltar��a de nada.
EZEQUIEL ��� No, no��� Yo estoy muy bien aqu�� con Abril��� por ahora.
JUANJO ��� ��Entonces��� no descartas venirte, en un momento dado?
EZEQUIEL ��� Para nada. Estate tranquilo Juan Jos��, que m��s adelante��� os har�� una visita. Te doy mi palabra.
JUANJO ��� Anda, mira. Pues me alegra saberlo. Tienes pinta de ser buen t��o. Me has ca��do bien.
���������������������� Juanjo escuch�� una risotada al otro lado de la l��nea.
EZEQUIEL ��� Oye, te tengo que dejar, ��vale? Adi��s.
���������������������� De repente los auriculares se llenaron de est��tica, y por m��s que lo intent��, Juanjo fue incapaz de restablecer la comunicaci��n. La conversaci��n hab��a durado poco m��s de un minuto, y le hab��a dejado con m��s dudas que respuestas. Juanjo se quit�� los auriculares y los dej�� sobre la mesa, tal como los hab��a encontrado. Sali�� de vuelta a la terraza, intentando pasar desapercibido y Paris se gir�� hacia ��l, con cara de pocos amigos.
PARIS ��� ��D��nde estabas?
JUANJO ��� Estaba en��� en el lavabo. Tengo un poco mal el est��mago��� No s�� si me entiendes���
���������������������� Paris hizo una mueca de desagrado, mostrando su dentadura superior, y con ello zanj�� la conversaci��n. Juanjo se acerc�� al borde de la terraza y contempl�� asombrado la evoluci��n del muro.
Hab��an comenzado a construirlo esa misma ma��ana, muy temprano, tan pronto Paris y B��rbara volvieron al barrio con la hormigonera llena. Desde entonces tan solo hab��an parado para comer, y lo hicieron por turnos, de modo que la obra no qued�� interrumpida en ning��n momento. Con el mal tiempo que hab��a hecho los ��ltimos d��as, quer��an avanzar tanto como pudieran, por miedo a que la siguiente jornada amaneciese con lluvias y tuviesen que aplazarla de nuevo.
A duras penas hab��an conseguido levantar poco m��s de un metro ochenta de uno de los dos muros que hab��an planeado construir. Incluso aunque el otro hubiera estado ya acabado, a cualquier infectado de estatura media no le hubiese costado demasiado trepar por encima y colarse. Le llam�� especialmente la atenci��n el peque��o quiebro ortogonal que hac��a el muro a mitad de camino entre la carretera y la escuela. Dar��o incluso se hab��a molestado en echar ah�� con ayuda de la retroexcavadora parte de la tierra que hab��an acumulado al excavar los cimientos, para facilitar a sus compa��eros la tarea de construcci��n de las siguientes hiladas de bloques, sin necesidad de usar escaleras ni subirse a nada. Pese a que el anciano dec��a que jam��s hab��a conducido un coche, estaba demostrando una pericia ins��lita en el manejo de aqu��l aparato, tan solo con las pocas indicaciones que Carlos y Paris le hab��an dado por la ma��ana. Entonces Juanjo cay�� en la cuenta que no hab��a escuchado un solo disparo en todo el d��a, ni durante sus turnos al cuidado de los beb��s, ni durante la hora de la comida. Se acerc�� un poco m��s a Paris y le llam�� la atenci��n.
JUANJO ��� ��No se ha acercado ninguno todav��a?
���������������������� El dinamitero neg�� con rapidez, concentrado en su tarea, pese a que todo apuntaba a que no era necesario. Bien podr��a haberse quedado todo el d��a durmiendo o acompa��ando a Nuria, y nadie lo hubiera echado en falta.
PARIS ��� A veces pasa. Si hubiera m��sica ser��a diferente, pero ahora que ni siquiera tenemos encendido el generador port��til��� y con todos los que nos hemos cargado ya en esta zona��� Tampoco es tan raro.
���������������������� Juanjo alz�� los hombros, y vio c��mo B��rbara se alejaba del grupo y se acercaba a la carretera. La profesora llevaba las mangas de la camiseta remangadas hasta los hombros.
B��RBARA ��� ��Se ha acabado el hormig��n!
PARIS ��� ��Pues ya no da tiempo a ir a buscar m��s!
B��RBARA ��� ����Y qu�� hacemos?!
PARIS ��� ��Dejadlo as��, y ma��ana seguimos!
B��RBARA ��� ��Vale!
PARIS ��� ����Quieres que baje?!
B��RBARA ��� ��S��, que enseguida iremos a limpiar el cami��n!
PARIS ��� ��Vale, voy!
���������������������� Paris se dio media vuelta, encontrando a Juanjo tras de s��, junto a una de las tumbonas donde B��rbara acostumbraba a relajarse la hora antes de la cena los d��as que no hab��a nada que hacer. El dinamitero dio un par de zancadas hacia la puerta del dormitorio, pero entonces par�� en seco. Mir�� de nuevo a Juanjo y entonces desanduvo sus pasos, separ�� su rifle y el de Marion de sus soportes, se los ech�� al hombro, y desapareci�� dentro del ��tico. Juanjo suspir�� largamente, y se acerc�� a la baranda, observando de nuevo la obra con aquella luz que se te����a de rojo por momentos. Si conservaban ese ritmo y el tiempo acompa��aba, la tendr��an acabada en tres o cuatro d��as.


