Cap. 10 - PFQMG
Gracias por sus comentarios y sus lecturas :)
10 Cómo surgieron las cosas en realidad
Rita
El día comienza a ponerse gris, el aire se torna helado, mi codo continúa hinchado y tengo la sensación de que estoy siendo observada.
Volteo hacia un lado, tratando de rascar una nueva picadura de mosquito en mi brazo, y al alzar la vista, descubro a un tipo con cara de pervertido, viendo mi trasero y mis piernas cubiertas de repelente.
Está tomado de la mano de una mujer que solo puedo deducir es su esposa.
Rápidamente me pego a Key.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto frustrada mientras regresamos al local de abastecimiento.
—Pedirle a alguien que nos preste un celular.
—¿Y a quién vas a llamar? Te recuerdo que ninguno de los dos memorizó un tan solo número en caso de emergencia.
—La verdad es que conozco uno... Es de mi casa, pero dudo que mis padres estén allí a estas alturas.
—Bueno, no perdemos nada con intentarlo. Aunque también podríamos usar el teléfono público.
—Tiene un gran rótulo que dice “fuera de servicio” —me señala el rótulo en cuestión.
Me encojo de hombros mientras nos abrimos paso dentro del local; ambos examinamos a las pocas personas que se encuentran deambulando por los pasillos en busca de alimentos.
Hay un tipo que tiene cara de homicida, con barba sucia y abundante cubriendo su mentón y sus mejillas, con aretes de plata perforando cada superficie de sus orejas.
No ha dejado de vernos desde que entramos.
—Parece que tienes un admirador —susurra Key en mi oído—. ¿Y adivina qué?
—¿Qué?
—Tiene un celular en sus manos.
Mi ceja derecha se levanta inmediatamente.
—Oh, no. No, no, no. Estás loco —es el homicida con barba de chivo—. ¿Por qué no vas tú? O mejor, ¿por qué no le pedimos a la amable cajera, que está sosteniendo su celular, que nos lo preste por un segundo?
Key da un largo suspiro.
—De acuerdo. Vamos... Aburrida.
Comenzamos a caminar hacia la, ya más normal, chica con teléfono.
Ella está escribiendo furiosamente, con el ceño fruncido, concentrándose en la pantalla e ignorando al resto del mundo a su alrededor.
Una vez que estamos frente a ella, Key se aclara la garganta para llamar su atención.
La chica nos ignora, todavía con la vista fija en su teléfono.
—¿Disculpa? —dice Key, esta vez ella alza la mirada.
Sus ojos vuelan hacia las bolsas que cargo en mis manos.
—No se aceptan devoluciones —dice con voz genérica.
Vuelve a observar mis bolsas empapadas por los refrescos estallados, y baja la vista a su teléfono.
—No venimos por eso —digo—, queríamos pedirte un favor.
—Los baños están al fondo a la derecha —dice abruptamente, sin despegar su vista del aparato móvil—, já, como si no fuera típico que en cada casa y construcción no los pusieran ahí.
—No es eso...
Ella vuelve a mirarnos, luego algo se enciende en su mirada, comprendiendo lo que finalmente estamos buscando.
—Oh, ya veo —dice con una sonrisa presumida—, me lo hubieran dicho antes, así no perdemos el tiempo. Cielos, ¿qué tan difícil es decir que quieren condones?
Se da la vuelta, al parecer, hacia el enorme estante con diferentes marcas de condones, cigarrillos y goma de mascar, ubicados detrás de ella.
—¿De qué clase necesitan? —pregunta, extendiendo las manos, bajando un par de cajitas de su sitio— ¿Larga duración? ¿Extra grandes?
Ella mira directo hacia la entrepierna de Key, mordiéndose el labio meticulosamente.
—¿Tal vez unos que intensifiquen el placer? —dice sonando inocente—. O quizá unos que retrasen el or...
—¡No necesitamos condones! —gruño, apretando mis puños. ¿Por qué todo el mundo insiste en darnos un par?
Key se encuentra rojo a mi lado, evitando reírse de la situación.
—¿No los necesitan? —vuelve sus ojos en mi dirección—. Oh, cierto. ¡Torpe de mí!
Devuelve las cajas de condones a su sitio, y se mueve más a su derecha, tratando de alcanzar otra cosa del estante.
—Aquí está —dice murmurando para sí. Se da la vuelta y deposita una caja de tamaño medio en el mostrador—. No tengan vergüenza de pedirlo.
Me guiña un ojo mientras comienza a registrar el producto para cobrarlo.
Mi mirada está atenta a las grandes y llamativas letras impresas en una de las caras de la caja: "prueba de embarazo".
Mi irritabilidad está en sus niveles máximos.
—¡No, mierda, no. No queremos una prueba de embarazo! —grito, furiosa.
Key comienza a reír descontroladamente.
Lo fulmino con la peor de mis miradas, pero él está ocupado sobando su estómago.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué buscan? Si no van a pedir nada será mejor que se marchen.
—El autobús en el que veníamos, se fue, dejándonos aquí —comienzo a explicar rápidamente—. Solo queríamos pedirte prestado tu teléfono móvil.
Sus ojos se estrechan sospechosamente.
—Bueno… —asiente pensativamente— se los prestaría… pero quiero algo a cambio.
Key para de reír abruptamente y la mira con seriedad.
—¿Qué quieres? —pregunta—. ¿Dinero?
Ella niega con la cabeza.
—Es algo que siempre he querido hacer pero no puedo porque nadie de mis amigos está dispuesto a ayudar.
—¿Qué es? Si es algo razonable entonces te ayudaremos.
La chica con nombre Megan, según dice su etiqueta, sonríe viendo a Key de pies a cabeza.
Key niega lentamente.
—Nada de favores sexuales —aclara él pegándose a mi costado—. Tengo novia.
Lo empujo de mi lado, viéndolo de mala gana.
—Claro que no hay problema si es lo que quieres. Te lo regalo —señalo al chico vaquero—. Ni siquiera lo conozco tan bien.
La chica rueda los ojos.
—Tengo dieciséis —dice teatralmente—, no ando en busca de eso.
—¿Entonces?
—Hace dos días mi novio, Freddy, terminó conmigo —su vista se traslada a su celular—, por medio de un mensaje de texto… la misma tarde en la que, finalmente, después de dos semanas de conocernos, me entregué a él en la bodega de este mismo local.
Mi boca se abre, queriendo gritarle un par de cosas a esta chica por ser tan idiota y regalarse a alguien que no la merecía y apenas conocía.
Key se mira incómodo a mi lado.
—¿Por qué harías una cosa como esa? —digo, aun no me lo puedo creer.
—Porque dijo que le gustaba mi sonrisa… y porque me confesó que jamás había conocido a alguien como yo. Que era especial.
Maldije en voz alta.
—Cariño —trato de sonar menos enojada de lo que estoy—. Hazme un favor y deja de creer que esto es Disney y que tendrás un príncipe azul de ensueño.
—Pero… pero… ¡él fue quien me engañó!
—Claro que no, tú no supiste distinguir entre cuáles eran sus intensiones reales y cuáles no, y aunque las distinguieras, lo idealizaste tanto que fue complicado bajarlo del pedestal en que lo tenías. Es imposible encontrar al amor de tu vida y enamorarte en cuestión de dos semanas. Por favor, hasta tarda más tiempo intentar adoptar un niño en China de lo que te demoró en creerle al hijo de puta.
Ella abre la boca para defenderse, pero la corto con mis siguientes palabras:
—Dos semanas no son suficientes para confiarle a alguien tu corazón, mucho menos tu cuerpo. Una relación tiene que ser algo que se cultive lentamente, que sea tan inesperado y gratificante como encontrar dinero en el bolsillo de los pantalones que no usabas hace un tiempo. Créeme, el amor es más enigmático que eso. Pueden pasar años hasta que descubras cómo armar las piezas de ese complicado juego.
Ambos, la chica y Key, me miran fijamente, sumergidos en un silencio incómodo… o al menos se siente incómodo para mí. Key tiene una sonrisa inesperada en el rostro, mostrándose conmovido por lo que dije.
Me aclaro la garganta repentinamente.
—En fin, ¿querías algo a cambio de la llamada? ¿Qué es?
Ella finalmente parpadea las lágrimas que empezaron a asomar de sus ojos.
—Mmm, sí. Yo solo… —respira hondo—, quería que él me dejara besarlo —señala a Key— mientras tú nos tomas una foto y yo se la envío a Freddy. Es que él no ha dejado de presumirme a su nueva conquista desde esta mañana.
Me pasa el celular, donde hay una imagen de un chico con cabello en punta, abrazando a una chica con el flequillo tapándole los ojos y una sonrisa radiante y cínica.
El tipo es feo y luce como potencial para futuros centros penales y prisiones de máxima seguridad.
—¿Quieres que te bese? —pregunta Key viendo la misma imagen que yo.
—Por favor —suplica la chica—. Aquí casi no pasa nadie tan guapo como tú.
Me rio sin poder evitarlo.
—¡Oh, vamos! —suelto— ¡Está halagando tu ego! Hazlo Key, hazlo. Deja que el tal Freddy reciba un poco de su propia medicina.
Él me mira profundamente, con el rostro arrugado, como si hubiera chupado un limón.
—Hazlo por todas las mujeres en el mundo que una vez fueron botadas por patanes como esos —agito mis pestañas de manera infantil.
Él suspira pero asiente con la cabeza, resignado.
Key
No sé cómo acepté esta situación.
Mi boca ha estado en una constante mueca desde que mencionaron la descabellada idea de hacer toda una sesión de fotos.
Pasamos de una simple toma, a perfeccionar todo un escenario.
—Muchas gracias por ayudarme —dice la chica mientras se para frente a mí. Ella bien puede estar mintiendo y solo quiera besarme. Aunque no la culpo, a veces ni yo mismo puedo resistirme.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le susurro mientras aprovecho que Rita está lejos, con el celular en sus manos, buscando una coca cola de dieta entre los refrigeradores.
—¡Hagan como si estuvieran compartiendo un secreto! —nos grita desde el otro lado del local mientras saca una lata y bebe un gran sorbo. Ella se toma demasiado en serio lo de la venganza. Me pregunto quién la habrá lastimado de esa forma como para dejarla tan firmemente marcada.
Aunque la puedo entender, tardaron meses hasta que dejé de alucinar con Mía encima de otro hombre.
—Bueno, compartamos un secreto —dice la chica frente a mí, trayéndome al presente una vez más. Habla en voz baja y posa para que Rita tome las fotos de una vez—. Hago esto porque de verdad sigo dolida con mi ex. No puedo creer que me usara de esa manera. Jamás lo hubiera pedido si no lo creyera necesario. Prometo devolverte todo lo que me pagaste por adelantado desde ayer.
—Bien —digo con resignación.
Rita finalmente echa a andar hacia nosotros y se detiene antes de llegar muy lejos.
—¡Patchina! —grito con fuerza—, ¿por qué tardas tanto? El autobús ni siquiera querrá regresar por nosotros.
La veo fruncir el ceño mientras camina de nuevo, a paso lento.
—Es que perdí la aplicación de la cámara. Jamás he usado un teléfono como este, el mío apenas y tiene Bluetooth incorporado.
Le extiendo mi mano para que me pase el teléfono, y ella obedientemente me lo da.
Cuando busco la cámara, se lo paso de nuevo.
—Una foto, nada más —aclaro para ambas—, o si no, vamos donde cara de homicida y le pedimos a él el móvil.
Rita rueda los ojos, y al fin me pongo cerca de los labios de Megan.
Me siento incómodo en estas situaciones, y a pesar de tener veintidós años, debo admitir que no me precede una vasta experiencia en besos. Los que tenía, los tenía con Mía. Fue fácil amoldarme a ella.
Ahora tengo que encorvarme un poco si quiero llegar a besar correctamente a Megan o a cualquier otra chica en general. Deberían ser todas altas... Espera, Rita es alta...
—A la cuenta de tres se darán el beso —dice la susodicha—: uno, dos... ¡tres!
Uno rápidamente mis labios a los de Megan, y escucho el familiar sonido de un obturador junto con el flash de la cámara que traspasa mis párpados cerrados.
—Listo, tengo la foto.
Separo mi boca de la de Megan, y me uno a Rita para ver la imagen.
—¿Rita, qué es esto?
—¿Qué?
—Estás apuntando a todos lados menos a nuestros rostros. ¿Solo una foto tomaste?
—Dijiste que solo una...
—Sí, pero eso era antes que supiera que eras miope y te temblara la mano tanto como para no sacar una buena toma. Dame el celular, yo tomaré la foto.
Ella me lo pasa de mala gana y se cruza de brazos.
—A ver...
Después de intentar que saliera una imagen decente, finalmente Megan nos cede la custodia temporal de su celular.
Rita y yo nos movemos a una esquina lejana, procurando no llamar la atención de la gente.
Marco el número que me sé de memoria, y espero el tiempo necesario hasta que una voz nasal contesta:
—¿Hola? Casa de la familia Miller, habla con Delores.
—¡¿Hola?! —grito lo más fuerte que puedo—. ¿Delores? Habla Key.
Tapo el teléfono con una mano y me dirijo a Rita.
—Delores es la ama de llaves de la casa de mis padres, es griega —explico—, ella no entiende muy bien el idioma.
—Oh, ¿crees que eso pueda ser un problema? —susurra Rita.
Niego con la cabeza y presto atención a lo que Delores dice.
—¿Key? ¿Muchacho, por qué rayos gritas? Te puedo escuchar a la perfección, no estoy sorda.
Sé que ella habla y entiende el idioma, pero Rita no, y ya que no puse el teléfono en altavoz, nunca lo sabrá.
—Ke-ey, Delores, soy Ke-ey —digo cada palabra despacio y fuerte.
—¡Ya sé quién eres! Deja de joder con mi tiempo, estoy ocupada. Tú y tus hermanas no pueden limpiar bien su lado de la casa. ¿Qué quieres?
—¿Están... mis... padres... en... casa? —vuelvo a gritar.
Ella no responde en un principio, y pronto la escucho suspirar.
—Mira, no entiendo lo que estás diciendo, ¿por qué hablas en clave? Y no, no están en casa. Salieron hace unos minutos hacia el campamento ese que hacen todos los años.
Delores me conoce desde que tenía cinco años, se podría decir que existe una gran confianza entre ella y yo, pero justo ahora estoy poniendo a prueba la poca paciencia que tiene.
—¿Están o no? —vuelvo a preguntar. Rita se mira angustiada, casi pálida.
En otros tiempos estaría burlándome de ella, pero si no supiera que el autobús se fue gracias a mis órdenes específicas, y si de verdad no tuviera mi celular al alcance de la mano como para pedir ayuda, también me miraría igual de mal.
—Muy bien —escucho a Delores del otro lado de la línea—, basta de juegos. ¿Estás con una chica? Solo actúas raro cuando estás con una.
—Mmmm... —ruedo mis ojos y Rita se pone más pálida si es posible.
—Ella no te entiende, ¿verdad? —dice Rita en un susurro—. Oh Dios, vamos a tener que buscar cómo nos regresamos.
Tapo el auricular y le sonrío tranquilizadoramente.
—O podemos buscar un motel e irnos en la mañana.
Abre los ojos inmensamente, como si la sola idea de dormir conmigo la pusiera enferma.
Por el teléfono, Delores se queja.
—¡Estás con una chica! —grita—. Solo te advierto una cosa, muchacho: no la dejes embarazada.
Trago una risa, y finalizo la llamada.
—Mis padres salieron de casa —digo con fingida angustia— es poco probable que se detengan aquí. Además, Delores jamás, ni en un millón de años griegos, sabría el número de mis hermanas como para llamarlas y pedirles ayuda.
Mentira, mentira, mentira. Ella tiene nuestros números anotados en una agenda.
Megan, la chica de la caja, me mira de reojo desde su puesto.
Tuve que pagarle en efectivo mientras Rita estaba en el baño.
Le pedí que, si Rita llegara a preguntar, mintiera con respecto a los horarios en los que los autobuses seculares pasaban, haciendo que la decisión de quedarnos en un motel fuera la única opción viable.
—¿Y ahora qué hacemos? —dice ella, rascándose el codo—. Tal vez tus hermanas se den cuenta de que no estamos en el autobús con ellas.
—Lo dudo.
—Marie o Elena tienen que percibir que no estoy para estropearles el viaje. ¡Ellas no serían tan malas!
—¿Tú crees?
—Eso es lo triste: ni yo misma lo creo. ¿Qué tal Adam? Él es tu amigo. Yo digo que esperemos a que aparezcan, alguien tiene que notar que no estamos en ese autobús.
—De acuerdo, esperemos a que vuelvan.
—Bien —sonríe, esperanzada.
Si tan solo supiera que todos ellos están informados de mi plan. Especialmente Eileen que lo aprobó por completo. Pam sin embargo no estuvo muy alegre con la idea.
Pasamos las siguientes dos horas esperando, así como Rita quiso que hiciéramos.
Puedo ver la desesperación que comienza a acumularse cada vez que entra un cliente nuevo y cree que es mi familia que viene a rescatarnos, pero sé la verdad y ellos no van a venir.
Mi celular, que mantengo bien escondido en el cinturón, detrás de mi espalda, ha vibrado toda la tarde. Sé que es Pam tratando de disuadirme así que simplemente la ignoro. De todas formas, se supone que no tengo el celular a mano.
Después de esperar toda la tarde, hasta la hora del cierre, le digo a Rita que es momento de dormir en un motel.
Ella se encoge de hombros.
Por un momento creo que va a perder la compostura, pero simplemente suspira y le devuelve el teléfono a Megan (luego de pasar casi toda la tarde jugando con él).
—Ojala cuelguen a Freddy directamente del par de pelotas que tiene de adorno —dice Rita con simpatía para despedirse de Megan.
Ella sonríe, casi sentimental por sus palabras.
—Ojala. De todas formas terminarían colgándolo de los pulgares del pie: son más grandes que sus pelotas.
Ambas ríen, y yo hago una mueca, sintiéndolo por el pobre bastardo sin suerte.
Antes que nos vayamos del local, y Rita pidiera ir al baño de nuevo, Megan me detiene, sujetando un puñado de la manga de mi camisa.
—Tu dinero —dice regresándomelo en un sobre de papel—. Ella es muy valiosa. Espero que tus intentos por seducirla funcionen… y trata de no pelear de nuevo.
Sonrío de lado.
Tuve que decirle a la chica que Rita era mi novia y que justo acabábamos de pasar por una enorme pelea, pero quería recuperarla y ésta era la única manera de tenerla de nuevo. Ella me creyó.
—Quédate con el dinero —le digo—. Te lo ganaste.
—Gracias —vuelve a guardar el sobre dentro de su camisa con capucha y se va.
Rita por fin sale del baño. Su cara luce roja y noto que se rasca mucho el cuello.
—Extraño a Phillip —dice con pesar.
—¿Phillip?
—Mi navaja suiza.
—Ah, ya veo. Pero es tu culpa, no tenías que haberla dejado en casa.
—Lo sé. Estoy arrepentida.
—¿Y no extrañas tu gas pimienta?
—A cada minuto que pasa.
Le paso un brazo por los hombros, un gesto para hacerla sentir mejor.
Ella no rechaza el contacto como generalmente lo haría, en todo caso apoya su cabeza en mi hombro mientras nos dirigimos hacia el motel que queda a cinco cuadras, caminando.
Vamos a paso lento, cargando una bolsa de gomitas y chucherías que compramos en la tienda durante nuestra estadía. Rita quita la cabeza de mi hombro y comienza a rebuscar en la bolsa.
—Al menos mi chocolate permaneció intacto —dice alzándolo con ambas manos por encima de su cabeza. Las baja rápidamente—. Lástima que no hayan vuelto por nosotros. Pienso que tienes una familia espantosa por no darse cuenta que al menos tú faltas. Mis hermanos ya hubieran hecho una búsqueda de rescate aéreo… especialmente Russell que no sabe ni cómo freír un huevo sin mi ayuda.
Me atraganto con mis palabras. ¿Qué debo decirle? ¿Qué la engañé para llevar la delantera en este juego que ambos estábamos jugando? No lo creo.
Solo sé que esta noche yo ganaré… aunque me siento culpable por ello.
—¡Ahhh!
A medio camino, Rita grita.
Me detengo, asustado y con el corazón desbocado.
—¡¿Qué?! ¡¿QUÉ?!
—¡Mi sandalia! Se rompió.
Mueve su pie para que yo pueda verlo.
La tira plateada, que le pasaba entre los dedos, se despegó de la base de la platilla.
Paso una mano por mi cabello, jalándolo desesperadamente.
—No vuelvas a gritar de esa manera a menos que te esté atacando un murciélago o un zombie. Además, ¿no puedes caminar así?
Ella me da una mirada profunda, de esas que matan.
—¿Y si te quitas el zapato? —sugiero esta vez con más calma.
—¿Qué? ¿E ir cojeando en todo el camino exponiendo mi pie a que se ensucie o se me entierre algo y me provoque tétano? Aquí hay muchos vidrios rotos y suciedad. No voy a seguir así. Me niego.
—Bien —digo encogiéndome de hombros.
Regreso a caminar con tranquilidad, dejándola atrás.
—¡Oye! Grandísimo tonto. ¿Me vas a dejar aquí? —grita después de un segundo.
—Tú dijiste que no querías herirte o ensuciarte… no hay nada que pueda hacer si no quieres quitarte esa cosa.
Sigo caminando, con las manos metidas en los bolsillos.
Esta es la cosa más difícil que he tenido que hacer: dejarla a un lado.
Mis niveles de caballerosidad jamás me lo permitirían. Es como algo carcomiéndome desde el fondo. Mi maldita moral se siente culpable por todo.
—¡Espera! —grita, y esta vez me detengo y me giro—. Al menos podrías ser amable y cargarme en tu espalda hasta el motel.
—¿Cargarte en mi espalda? ¿Crees que hago pesas a diario? Rita yo toco la guitarra, tengo manos de músico, no de fisicoculturista.
—No importa. No seas así, solo ayúdame.
Sonrío ante el malestar que se aleja de mi estomago mientras regreso hacia ella. No pensaba dejarla sola, no está en mi sangre hacerlo.
Ella frunce la boca a medida que me acerco, cruza sus brazos apartando la vista.
—Bien, solo he visto esto en mis novelas asiáticas. Así que agáchate, de cuclillas —ordena.
Confundido, hago lo que me dice.
La siento de pronto, acomodándose en mi espalda. Sus piernas, aun resbaladizas por el repelente, se empujan hacia adelante para que yo las sostenga.
Sus manos se entrelazan en mi cuello en un agarre demoledor.
—Ahora sí, vamos —dice en mi oído.
Trato de levantarme, impulsándome hacia arriba para soportar su peso. Pero fracaso cuando quiero ponerme de pie y ambos caemos de lado en el suelo.
—¡Key! —gruñe, fuerte—. ¡Así no es como sucedía en las novelas!
—¡Esto no es una novela! ¡Pesas, y ahora me duele la espalda!
A pesar de que ambos nos quejamos, igualmente lo volvemos a intentar.
Esta vez estoy preparado a la hora de levantarme, y fácilmente comienzo a caminar.
—Ahora sí —susurra en mi oído—, así es como debería ser. Ah, y pasaré por alto tu comentario sobre mi peso. Espero que no se repita.
—Sí, jefa. No va a repetirse —murmuro de mala gana—. Vendría bien tu super poder justo ahora.
—¿Mi super poder?
—Sí, el de lamer cosas. Hace unas semanas estabas dispuesta a comprobarme que podías lamer de todo sin sentirlo, ¿dónde está esa Rita que hablaba dormida sobre patos?
—No hablo dormida.
—De acuerdo, hoy vamos a comprobarlo.
—¡Pediremos cuartos separados! No habrá manera de que lo sepas.
¿Cuartos separados? Sí, claro. La nieve se volvería rosa antes de que eso pasara, al menos no para lo que tenía planeado.
Rita
—¿Qué es este lugar? —digo con mi boca ligeramente abierta. Estamos frente al motel que Megan, la chica de la caja registradora, nos recomendó.
El sitio luce maltratado y abandonado. Con una gruesa capa de polvo cubriendo la pintura que una vez fue verde selva, y con un letrero que anuncia que aún tienen vacantes en sus mejores dormitorios.
El nombre del motel podría verse desde la luna. Es tan llamativo que tengo que parpadear varias veces en mi intento por leer cómo se llama. Finalmente, y después de diez parpadeos, distingo las letras: “Motel Cama de Fuego”
—¿Aquí nos vamos a quedar? —pregunto cerca del oído de Key.
—Sí, aquí es. ¿O prefieres que nos vayamos caminando hasta encontrar otro?
Ya era de noche, todo estaba a oscuras y hacía rato un señor, con un solo ojo, se nos acercó para pedir limosna.
Trague saliva mientras negaba con la cabeza.
—Entonces aquí nos quedamos —dice, dándome un empujoncito que me hace dar un salto.
Key me carga hacia la recepción, y sonríe amablemente a la mujer canosa que está detrás del mostrador.
Yo ruedo los ojos.
—Buenas noches —dice él—, queremos una habitación.
La mujer pone una mueca y lo mira de pies a cabeza.
Da un gruñido y comienza a pasar las páginas de una vieja agenda que guarda más polvo que la fachada del lugar. Pasa su dedo calloso a través de las hojas, y se detiene en un espacio en blanco.
—Solo tenemos disponible una habitación —responde con una voz tan ronca que pareciera que en su juventud fue fumadora empedernida—. Es la suite de lujo.
Inmediatamente bajo de la espalda de Key, y él suspira cuando deja de cargar mi peso.
—¿Tiene dos camas?
Ella me mira como si yo fuera la dueña y poseedora de dos cabezas.
—¿Dos camas? Aquí en Cama de Fuego no tenemos ni una sola habitación con dos camas.
—Entonces encuentre otro cuarto. No voy a dormir en el mismo lugar que él —señalo a Key.
Ahora sí, la anciana me ve como si yo fuera la mayor estúpida del planeta.
—Solo hay un dormitorio. ¿Lo toma o lo deja?
Después de pensar en todas las posibilidades, tuve que aceptar.
—Lo tomamos —digo de mala gana.
La anciana gana.
Ella nos pide el dinero por adelantado, y Key ofrece su tarjeta de crédito.
Antes de poder entregarnos nuestra llave, puedo jurar que la veo guiñar un ojo a Key y susurrarle algo parecido a: “Suerte con ella, es bonita”.
Presiento que algo huele a gato encerrado, pero no sé muy bien qué es, solo puedo asegurar que es un gato muy, muy apestoso y por alguna razón ese gato lo esconde Key.
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10 Cómo surgieron las cosas en realidad
Rita
El día comienza a ponerse gris, el aire se torna helado, mi codo continúa hinchado y tengo la sensación de que estoy siendo observada.
Volteo hacia un lado, tratando de rascar una nueva picadura de mosquito en mi brazo, y al alzar la vista, descubro a un tipo con cara de pervertido, viendo mi trasero y mis piernas cubiertas de repelente.
Está tomado de la mano de una mujer que solo puedo deducir es su esposa.
Rápidamente me pego a Key.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto frustrada mientras regresamos al local de abastecimiento.
—Pedirle a alguien que nos preste un celular.
—¿Y a quién vas a llamar? Te recuerdo que ninguno de los dos memorizó un tan solo número en caso de emergencia.
—La verdad es que conozco uno... Es de mi casa, pero dudo que mis padres estén allí a estas alturas.
—Bueno, no perdemos nada con intentarlo. Aunque también podríamos usar el teléfono público.
—Tiene un gran rótulo que dice “fuera de servicio” —me señala el rótulo en cuestión.
Me encojo de hombros mientras nos abrimos paso dentro del local; ambos examinamos a las pocas personas que se encuentran deambulando por los pasillos en busca de alimentos.
Hay un tipo que tiene cara de homicida, con barba sucia y abundante cubriendo su mentón y sus mejillas, con aretes de plata perforando cada superficie de sus orejas.
No ha dejado de vernos desde que entramos.
—Parece que tienes un admirador —susurra Key en mi oído—. ¿Y adivina qué?
—¿Qué?
—Tiene un celular en sus manos.
Mi ceja derecha se levanta inmediatamente.
—Oh, no. No, no, no. Estás loco —es el homicida con barba de chivo—. ¿Por qué no vas tú? O mejor, ¿por qué no le pedimos a la amable cajera, que está sosteniendo su celular, que nos lo preste por un segundo?
Key da un largo suspiro.
—De acuerdo. Vamos... Aburrida.
Comenzamos a caminar hacia la, ya más normal, chica con teléfono.
Ella está escribiendo furiosamente, con el ceño fruncido, concentrándose en la pantalla e ignorando al resto del mundo a su alrededor.
Una vez que estamos frente a ella, Key se aclara la garganta para llamar su atención.
La chica nos ignora, todavía con la vista fija en su teléfono.
—¿Disculpa? —dice Key, esta vez ella alza la mirada.
Sus ojos vuelan hacia las bolsas que cargo en mis manos.
—No se aceptan devoluciones —dice con voz genérica.
Vuelve a observar mis bolsas empapadas por los refrescos estallados, y baja la vista a su teléfono.
—No venimos por eso —digo—, queríamos pedirte un favor.
—Los baños están al fondo a la derecha —dice abruptamente, sin despegar su vista del aparato móvil—, já, como si no fuera típico que en cada casa y construcción no los pusieran ahí.
—No es eso...
Ella vuelve a mirarnos, luego algo se enciende en su mirada, comprendiendo lo que finalmente estamos buscando.
—Oh, ya veo —dice con una sonrisa presumida—, me lo hubieran dicho antes, así no perdemos el tiempo. Cielos, ¿qué tan difícil es decir que quieren condones?
Se da la vuelta, al parecer, hacia el enorme estante con diferentes marcas de condones, cigarrillos y goma de mascar, ubicados detrás de ella.
—¿De qué clase necesitan? —pregunta, extendiendo las manos, bajando un par de cajitas de su sitio— ¿Larga duración? ¿Extra grandes?
Ella mira directo hacia la entrepierna de Key, mordiéndose el labio meticulosamente.
—¿Tal vez unos que intensifiquen el placer? —dice sonando inocente—. O quizá unos que retrasen el or...
—¡No necesitamos condones! —gruño, apretando mis puños. ¿Por qué todo el mundo insiste en darnos un par?
Key se encuentra rojo a mi lado, evitando reírse de la situación.
—¿No los necesitan? —vuelve sus ojos en mi dirección—. Oh, cierto. ¡Torpe de mí!
Devuelve las cajas de condones a su sitio, y se mueve más a su derecha, tratando de alcanzar otra cosa del estante.
—Aquí está —dice murmurando para sí. Se da la vuelta y deposita una caja de tamaño medio en el mostrador—. No tengan vergüenza de pedirlo.
Me guiña un ojo mientras comienza a registrar el producto para cobrarlo.
Mi mirada está atenta a las grandes y llamativas letras impresas en una de las caras de la caja: "prueba de embarazo".
Mi irritabilidad está en sus niveles máximos.
—¡No, mierda, no. No queremos una prueba de embarazo! —grito, furiosa.
Key comienza a reír descontroladamente.
Lo fulmino con la peor de mis miradas, pero él está ocupado sobando su estómago.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué buscan? Si no van a pedir nada será mejor que se marchen.
—El autobús en el que veníamos, se fue, dejándonos aquí —comienzo a explicar rápidamente—. Solo queríamos pedirte prestado tu teléfono móvil.
Sus ojos se estrechan sospechosamente.
—Bueno… —asiente pensativamente— se los prestaría… pero quiero algo a cambio.
Key para de reír abruptamente y la mira con seriedad.
—¿Qué quieres? —pregunta—. ¿Dinero?
Ella niega con la cabeza.
—Es algo que siempre he querido hacer pero no puedo porque nadie de mis amigos está dispuesto a ayudar.
—¿Qué es? Si es algo razonable entonces te ayudaremos.
La chica con nombre Megan, según dice su etiqueta, sonríe viendo a Key de pies a cabeza.
Key niega lentamente.
—Nada de favores sexuales —aclara él pegándose a mi costado—. Tengo novia.
Lo empujo de mi lado, viéndolo de mala gana.
—Claro que no hay problema si es lo que quieres. Te lo regalo —señalo al chico vaquero—. Ni siquiera lo conozco tan bien.
La chica rueda los ojos.
—Tengo dieciséis —dice teatralmente—, no ando en busca de eso.
—¿Entonces?
—Hace dos días mi novio, Freddy, terminó conmigo —su vista se traslada a su celular—, por medio de un mensaje de texto… la misma tarde en la que, finalmente, después de dos semanas de conocernos, me entregué a él en la bodega de este mismo local.
Mi boca se abre, queriendo gritarle un par de cosas a esta chica por ser tan idiota y regalarse a alguien que no la merecía y apenas conocía.
Key se mira incómodo a mi lado.
—¿Por qué harías una cosa como esa? —digo, aun no me lo puedo creer.
—Porque dijo que le gustaba mi sonrisa… y porque me confesó que jamás había conocido a alguien como yo. Que era especial.
Maldije en voz alta.
—Cariño —trato de sonar menos enojada de lo que estoy—. Hazme un favor y deja de creer que esto es Disney y que tendrás un príncipe azul de ensueño.
—Pero… pero… ¡él fue quien me engañó!
—Claro que no, tú no supiste distinguir entre cuáles eran sus intensiones reales y cuáles no, y aunque las distinguieras, lo idealizaste tanto que fue complicado bajarlo del pedestal en que lo tenías. Es imposible encontrar al amor de tu vida y enamorarte en cuestión de dos semanas. Por favor, hasta tarda más tiempo intentar adoptar un niño en China de lo que te demoró en creerle al hijo de puta.
Ella abre la boca para defenderse, pero la corto con mis siguientes palabras:
—Dos semanas no son suficientes para confiarle a alguien tu corazón, mucho menos tu cuerpo. Una relación tiene que ser algo que se cultive lentamente, que sea tan inesperado y gratificante como encontrar dinero en el bolsillo de los pantalones que no usabas hace un tiempo. Créeme, el amor es más enigmático que eso. Pueden pasar años hasta que descubras cómo armar las piezas de ese complicado juego.
Ambos, la chica y Key, me miran fijamente, sumergidos en un silencio incómodo… o al menos se siente incómodo para mí. Key tiene una sonrisa inesperada en el rostro, mostrándose conmovido por lo que dije.
Me aclaro la garganta repentinamente.
—En fin, ¿querías algo a cambio de la llamada? ¿Qué es?
Ella finalmente parpadea las lágrimas que empezaron a asomar de sus ojos.
—Mmm, sí. Yo solo… —respira hondo—, quería que él me dejara besarlo —señala a Key— mientras tú nos tomas una foto y yo se la envío a Freddy. Es que él no ha dejado de presumirme a su nueva conquista desde esta mañana.
Me pasa el celular, donde hay una imagen de un chico con cabello en punta, abrazando a una chica con el flequillo tapándole los ojos y una sonrisa radiante y cínica.
El tipo es feo y luce como potencial para futuros centros penales y prisiones de máxima seguridad.
—¿Quieres que te bese? —pregunta Key viendo la misma imagen que yo.
—Por favor —suplica la chica—. Aquí casi no pasa nadie tan guapo como tú.
Me rio sin poder evitarlo.
—¡Oh, vamos! —suelto— ¡Está halagando tu ego! Hazlo Key, hazlo. Deja que el tal Freddy reciba un poco de su propia medicina.
Él me mira profundamente, con el rostro arrugado, como si hubiera chupado un limón.
—Hazlo por todas las mujeres en el mundo que una vez fueron botadas por patanes como esos —agito mis pestañas de manera infantil.
Él suspira pero asiente con la cabeza, resignado.
Key
No sé cómo acepté esta situación.
Mi boca ha estado en una constante mueca desde que mencionaron la descabellada idea de hacer toda una sesión de fotos.
Pasamos de una simple toma, a perfeccionar todo un escenario.
—Muchas gracias por ayudarme —dice la chica mientras se para frente a mí. Ella bien puede estar mintiendo y solo quiera besarme. Aunque no la culpo, a veces ni yo mismo puedo resistirme.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le susurro mientras aprovecho que Rita está lejos, con el celular en sus manos, buscando una coca cola de dieta entre los refrigeradores.
—¡Hagan como si estuvieran compartiendo un secreto! —nos grita desde el otro lado del local mientras saca una lata y bebe un gran sorbo. Ella se toma demasiado en serio lo de la venganza. Me pregunto quién la habrá lastimado de esa forma como para dejarla tan firmemente marcada.
Aunque la puedo entender, tardaron meses hasta que dejé de alucinar con Mía encima de otro hombre.
—Bueno, compartamos un secreto —dice la chica frente a mí, trayéndome al presente una vez más. Habla en voz baja y posa para que Rita tome las fotos de una vez—. Hago esto porque de verdad sigo dolida con mi ex. No puedo creer que me usara de esa manera. Jamás lo hubiera pedido si no lo creyera necesario. Prometo devolverte todo lo que me pagaste por adelantado desde ayer.
—Bien —digo con resignación.
Rita finalmente echa a andar hacia nosotros y se detiene antes de llegar muy lejos.
—¡Patchina! —grito con fuerza—, ¿por qué tardas tanto? El autobús ni siquiera querrá regresar por nosotros.
La veo fruncir el ceño mientras camina de nuevo, a paso lento.
—Es que perdí la aplicación de la cámara. Jamás he usado un teléfono como este, el mío apenas y tiene Bluetooth incorporado.
Le extiendo mi mano para que me pase el teléfono, y ella obedientemente me lo da.
Cuando busco la cámara, se lo paso de nuevo.
—Una foto, nada más —aclaro para ambas—, o si no, vamos donde cara de homicida y le pedimos a él el móvil.
Rita rueda los ojos, y al fin me pongo cerca de los labios de Megan.
Me siento incómodo en estas situaciones, y a pesar de tener veintidós años, debo admitir que no me precede una vasta experiencia en besos. Los que tenía, los tenía con Mía. Fue fácil amoldarme a ella.
Ahora tengo que encorvarme un poco si quiero llegar a besar correctamente a Megan o a cualquier otra chica en general. Deberían ser todas altas... Espera, Rita es alta...
—A la cuenta de tres se darán el beso —dice la susodicha—: uno, dos... ¡tres!
Uno rápidamente mis labios a los de Megan, y escucho el familiar sonido de un obturador junto con el flash de la cámara que traspasa mis párpados cerrados.
—Listo, tengo la foto.
Separo mi boca de la de Megan, y me uno a Rita para ver la imagen.
—¿Rita, qué es esto?
—¿Qué?
—Estás apuntando a todos lados menos a nuestros rostros. ¿Solo una foto tomaste?
—Dijiste que solo una...
—Sí, pero eso era antes que supiera que eras miope y te temblara la mano tanto como para no sacar una buena toma. Dame el celular, yo tomaré la foto.
Ella me lo pasa de mala gana y se cruza de brazos.
—A ver...
Después de intentar que saliera una imagen decente, finalmente Megan nos cede la custodia temporal de su celular.
Rita y yo nos movemos a una esquina lejana, procurando no llamar la atención de la gente.
Marco el número que me sé de memoria, y espero el tiempo necesario hasta que una voz nasal contesta:
—¿Hola? Casa de la familia Miller, habla con Delores.
—¡¿Hola?! —grito lo más fuerte que puedo—. ¿Delores? Habla Key.
Tapo el teléfono con una mano y me dirijo a Rita.
—Delores es la ama de llaves de la casa de mis padres, es griega —explico—, ella no entiende muy bien el idioma.
—Oh, ¿crees que eso pueda ser un problema? —susurra Rita.
Niego con la cabeza y presto atención a lo que Delores dice.
—¿Key? ¿Muchacho, por qué rayos gritas? Te puedo escuchar a la perfección, no estoy sorda.
Sé que ella habla y entiende el idioma, pero Rita no, y ya que no puse el teléfono en altavoz, nunca lo sabrá.
—Ke-ey, Delores, soy Ke-ey —digo cada palabra despacio y fuerte.
—¡Ya sé quién eres! Deja de joder con mi tiempo, estoy ocupada. Tú y tus hermanas no pueden limpiar bien su lado de la casa. ¿Qué quieres?
—¿Están... mis... padres... en... casa? —vuelvo a gritar.
Ella no responde en un principio, y pronto la escucho suspirar.
—Mira, no entiendo lo que estás diciendo, ¿por qué hablas en clave? Y no, no están en casa. Salieron hace unos minutos hacia el campamento ese que hacen todos los años.
Delores me conoce desde que tenía cinco años, se podría decir que existe una gran confianza entre ella y yo, pero justo ahora estoy poniendo a prueba la poca paciencia que tiene.
—¿Están o no? —vuelvo a preguntar. Rita se mira angustiada, casi pálida.
En otros tiempos estaría burlándome de ella, pero si no supiera que el autobús se fue gracias a mis órdenes específicas, y si de verdad no tuviera mi celular al alcance de la mano como para pedir ayuda, también me miraría igual de mal.
—Muy bien —escucho a Delores del otro lado de la línea—, basta de juegos. ¿Estás con una chica? Solo actúas raro cuando estás con una.
—Mmmm... —ruedo mis ojos y Rita se pone más pálida si es posible.
—Ella no te entiende, ¿verdad? —dice Rita en un susurro—. Oh Dios, vamos a tener que buscar cómo nos regresamos.
Tapo el auricular y le sonrío tranquilizadoramente.
—O podemos buscar un motel e irnos en la mañana.
Abre los ojos inmensamente, como si la sola idea de dormir conmigo la pusiera enferma.
Por el teléfono, Delores se queja.
—¡Estás con una chica! —grita—. Solo te advierto una cosa, muchacho: no la dejes embarazada.
Trago una risa, y finalizo la llamada.
—Mis padres salieron de casa —digo con fingida angustia— es poco probable que se detengan aquí. Además, Delores jamás, ni en un millón de años griegos, sabría el número de mis hermanas como para llamarlas y pedirles ayuda.
Mentira, mentira, mentira. Ella tiene nuestros números anotados en una agenda.
Megan, la chica de la caja, me mira de reojo desde su puesto.
Tuve que pagarle en efectivo mientras Rita estaba en el baño.
Le pedí que, si Rita llegara a preguntar, mintiera con respecto a los horarios en los que los autobuses seculares pasaban, haciendo que la decisión de quedarnos en un motel fuera la única opción viable.
—¿Y ahora qué hacemos? —dice ella, rascándose el codo—. Tal vez tus hermanas se den cuenta de que no estamos en el autobús con ellas.
—Lo dudo.
—Marie o Elena tienen que percibir que no estoy para estropearles el viaje. ¡Ellas no serían tan malas!
—¿Tú crees?
—Eso es lo triste: ni yo misma lo creo. ¿Qué tal Adam? Él es tu amigo. Yo digo que esperemos a que aparezcan, alguien tiene que notar que no estamos en ese autobús.
—De acuerdo, esperemos a que vuelvan.
—Bien —sonríe, esperanzada.
Si tan solo supiera que todos ellos están informados de mi plan. Especialmente Eileen que lo aprobó por completo. Pam sin embargo no estuvo muy alegre con la idea.
Pasamos las siguientes dos horas esperando, así como Rita quiso que hiciéramos.
Puedo ver la desesperación que comienza a acumularse cada vez que entra un cliente nuevo y cree que es mi familia que viene a rescatarnos, pero sé la verdad y ellos no van a venir.
Mi celular, que mantengo bien escondido en el cinturón, detrás de mi espalda, ha vibrado toda la tarde. Sé que es Pam tratando de disuadirme así que simplemente la ignoro. De todas formas, se supone que no tengo el celular a mano.
Después de esperar toda la tarde, hasta la hora del cierre, le digo a Rita que es momento de dormir en un motel.
Ella se encoge de hombros.
Por un momento creo que va a perder la compostura, pero simplemente suspira y le devuelve el teléfono a Megan (luego de pasar casi toda la tarde jugando con él).
—Ojala cuelguen a Freddy directamente del par de pelotas que tiene de adorno —dice Rita con simpatía para despedirse de Megan.
Ella sonríe, casi sentimental por sus palabras.
—Ojala. De todas formas terminarían colgándolo de los pulgares del pie: son más grandes que sus pelotas.
Ambas ríen, y yo hago una mueca, sintiéndolo por el pobre bastardo sin suerte.
Antes que nos vayamos del local, y Rita pidiera ir al baño de nuevo, Megan me detiene, sujetando un puñado de la manga de mi camisa.
—Tu dinero —dice regresándomelo en un sobre de papel—. Ella es muy valiosa. Espero que tus intentos por seducirla funcionen… y trata de no pelear de nuevo.
Sonrío de lado.
Tuve que decirle a la chica que Rita era mi novia y que justo acabábamos de pasar por una enorme pelea, pero quería recuperarla y ésta era la única manera de tenerla de nuevo. Ella me creyó.
—Quédate con el dinero —le digo—. Te lo ganaste.
—Gracias —vuelve a guardar el sobre dentro de su camisa con capucha y se va.
Rita por fin sale del baño. Su cara luce roja y noto que se rasca mucho el cuello.
—Extraño a Phillip —dice con pesar.
—¿Phillip?
—Mi navaja suiza.
—Ah, ya veo. Pero es tu culpa, no tenías que haberla dejado en casa.
—Lo sé. Estoy arrepentida.
—¿Y no extrañas tu gas pimienta?
—A cada minuto que pasa.
Le paso un brazo por los hombros, un gesto para hacerla sentir mejor.
Ella no rechaza el contacto como generalmente lo haría, en todo caso apoya su cabeza en mi hombro mientras nos dirigimos hacia el motel que queda a cinco cuadras, caminando.
Vamos a paso lento, cargando una bolsa de gomitas y chucherías que compramos en la tienda durante nuestra estadía. Rita quita la cabeza de mi hombro y comienza a rebuscar en la bolsa.
—Al menos mi chocolate permaneció intacto —dice alzándolo con ambas manos por encima de su cabeza. Las baja rápidamente—. Lástima que no hayan vuelto por nosotros. Pienso que tienes una familia espantosa por no darse cuenta que al menos tú faltas. Mis hermanos ya hubieran hecho una búsqueda de rescate aéreo… especialmente Russell que no sabe ni cómo freír un huevo sin mi ayuda.
Me atraganto con mis palabras. ¿Qué debo decirle? ¿Qué la engañé para llevar la delantera en este juego que ambos estábamos jugando? No lo creo.
Solo sé que esta noche yo ganaré… aunque me siento culpable por ello.
—¡Ahhh!
A medio camino, Rita grita.
Me detengo, asustado y con el corazón desbocado.
—¡¿Qué?! ¡¿QUÉ?!
—¡Mi sandalia! Se rompió.
Mueve su pie para que yo pueda verlo.
La tira plateada, que le pasaba entre los dedos, se despegó de la base de la platilla.
Paso una mano por mi cabello, jalándolo desesperadamente.
—No vuelvas a gritar de esa manera a menos que te esté atacando un murciélago o un zombie. Además, ¿no puedes caminar así?
Ella me da una mirada profunda, de esas que matan.
—¿Y si te quitas el zapato? —sugiero esta vez con más calma.
—¿Qué? ¿E ir cojeando en todo el camino exponiendo mi pie a que se ensucie o se me entierre algo y me provoque tétano? Aquí hay muchos vidrios rotos y suciedad. No voy a seguir así. Me niego.
—Bien —digo encogiéndome de hombros.
Regreso a caminar con tranquilidad, dejándola atrás.
—¡Oye! Grandísimo tonto. ¿Me vas a dejar aquí? —grita después de un segundo.
—Tú dijiste que no querías herirte o ensuciarte… no hay nada que pueda hacer si no quieres quitarte esa cosa.
Sigo caminando, con las manos metidas en los bolsillos.
Esta es la cosa más difícil que he tenido que hacer: dejarla a un lado.
Mis niveles de caballerosidad jamás me lo permitirían. Es como algo carcomiéndome desde el fondo. Mi maldita moral se siente culpable por todo.
—¡Espera! —grita, y esta vez me detengo y me giro—. Al menos podrías ser amable y cargarme en tu espalda hasta el motel.
—¿Cargarte en mi espalda? ¿Crees que hago pesas a diario? Rita yo toco la guitarra, tengo manos de músico, no de fisicoculturista.
—No importa. No seas así, solo ayúdame.
Sonrío ante el malestar que se aleja de mi estomago mientras regreso hacia ella. No pensaba dejarla sola, no está en mi sangre hacerlo.
Ella frunce la boca a medida que me acerco, cruza sus brazos apartando la vista.
—Bien, solo he visto esto en mis novelas asiáticas. Así que agáchate, de cuclillas —ordena.
Confundido, hago lo que me dice.
La siento de pronto, acomodándose en mi espalda. Sus piernas, aun resbaladizas por el repelente, se empujan hacia adelante para que yo las sostenga.
Sus manos se entrelazan en mi cuello en un agarre demoledor.
—Ahora sí, vamos —dice en mi oído.
Trato de levantarme, impulsándome hacia arriba para soportar su peso. Pero fracaso cuando quiero ponerme de pie y ambos caemos de lado en el suelo.
—¡Key! —gruñe, fuerte—. ¡Así no es como sucedía en las novelas!
—¡Esto no es una novela! ¡Pesas, y ahora me duele la espalda!
A pesar de que ambos nos quejamos, igualmente lo volvemos a intentar.
Esta vez estoy preparado a la hora de levantarme, y fácilmente comienzo a caminar.
—Ahora sí —susurra en mi oído—, así es como debería ser. Ah, y pasaré por alto tu comentario sobre mi peso. Espero que no se repita.
—Sí, jefa. No va a repetirse —murmuro de mala gana—. Vendría bien tu super poder justo ahora.
—¿Mi super poder?
—Sí, el de lamer cosas. Hace unas semanas estabas dispuesta a comprobarme que podías lamer de todo sin sentirlo, ¿dónde está esa Rita que hablaba dormida sobre patos?
—No hablo dormida.
—De acuerdo, hoy vamos a comprobarlo.
—¡Pediremos cuartos separados! No habrá manera de que lo sepas.
¿Cuartos separados? Sí, claro. La nieve se volvería rosa antes de que eso pasara, al menos no para lo que tenía planeado.
Rita
—¿Qué es este lugar? —digo con mi boca ligeramente abierta. Estamos frente al motel que Megan, la chica de la caja registradora, nos recomendó.
El sitio luce maltratado y abandonado. Con una gruesa capa de polvo cubriendo la pintura que una vez fue verde selva, y con un letrero que anuncia que aún tienen vacantes en sus mejores dormitorios.
El nombre del motel podría verse desde la luna. Es tan llamativo que tengo que parpadear varias veces en mi intento por leer cómo se llama. Finalmente, y después de diez parpadeos, distingo las letras: “Motel Cama de Fuego”
—¿Aquí nos vamos a quedar? —pregunto cerca del oído de Key.
—Sí, aquí es. ¿O prefieres que nos vayamos caminando hasta encontrar otro?
Ya era de noche, todo estaba a oscuras y hacía rato un señor, con un solo ojo, se nos acercó para pedir limosna.
Trague saliva mientras negaba con la cabeza.
—Entonces aquí nos quedamos —dice, dándome un empujoncito que me hace dar un salto.
Key me carga hacia la recepción, y sonríe amablemente a la mujer canosa que está detrás del mostrador.
Yo ruedo los ojos.
—Buenas noches —dice él—, queremos una habitación.
La mujer pone una mueca y lo mira de pies a cabeza.
Da un gruñido y comienza a pasar las páginas de una vieja agenda que guarda más polvo que la fachada del lugar. Pasa su dedo calloso a través de las hojas, y se detiene en un espacio en blanco.
—Solo tenemos disponible una habitación —responde con una voz tan ronca que pareciera que en su juventud fue fumadora empedernida—. Es la suite de lujo.
Inmediatamente bajo de la espalda de Key, y él suspira cuando deja de cargar mi peso.
—¿Tiene dos camas?
Ella me mira como si yo fuera la dueña y poseedora de dos cabezas.
—¿Dos camas? Aquí en Cama de Fuego no tenemos ni una sola habitación con dos camas.
—Entonces encuentre otro cuarto. No voy a dormir en el mismo lugar que él —señalo a Key.
Ahora sí, la anciana me ve como si yo fuera la mayor estúpida del planeta.
—Solo hay un dormitorio. ¿Lo toma o lo deja?
Después de pensar en todas las posibilidades, tuve que aceptar.
—Lo tomamos —digo de mala gana.
La anciana gana.
Ella nos pide el dinero por adelantado, y Key ofrece su tarjeta de crédito.
Antes de poder entregarnos nuestra llave, puedo jurar que la veo guiñar un ojo a Key y susurrarle algo parecido a: “Suerte con ella, es bonita”.
Presiento que algo huele a gato encerrado, pero no sé muy bien qué es, solo puedo asegurar que es un gato muy, muy apestoso y por alguna razón ese gato lo esconde Key.
Siguiente capítulo
Published on May 07, 2014 20:54
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