Synners

La única mujer dentro del grupo fundacional del cyberpunk fue Pat Cadigan. Su producción a lo largo de los años ochenta estuvo centrada en el relato y la novela corta, cuatro de los cuales formaron la base de su primera novela, «Mindplayers» (1987). A continuación publicó su primera antología, «Matrices» (1989) y no fue hasta 1991, ya en las postrimerías del auge cyberpunk inicial, que salió al mercado su primera novela completamente original, «Synners», que cosechó el premio Arthur C. Clarke (logro que replicaría con «Fools» (1992).

Quizás por este debut relativamente tardío, «Synners» (una amalgama de «synthesizers» y «sinners», es decir, sintetizadores/pecadores) presenta características casi postcyberpunks, con una ambientación mucho más sucia y de futuro cercano que las primeras novelas de Gibson o Sterling, por ejemplo. La historia se ambienta en una Los Ángeles a un par de décadas en el futuro (de 1991), en la que los synners (presentados originalmente en el relato «Rock on» de 1984, precisamente aquel con el que Cadigan participó en «Mirrorshades», la antología definitoria del movimiento en 1987) trabajan sintetizando vídeos musicales para las estrellas del rock.

El más exitoso de ellos, con una imaginación visual portentosa, es Visual Mark y al inicio de la novela la pequeña compañía para la que trabaja junto con su pareja intermitente Gina acaba de ser absorbida por una gran corporación, Diversifications. En paralelo, nos enteramos a través de la joven Sam, una hacker independizada de sus padres a los catorce años, que Diversifications ha adquirido también la patente para una nueva tecnología, los enchufes, que podrán conectar directamente el cerebro a realidades virtuales sin necesidad de utilizar visores de resolución limitada ni los engorrosos interfaces de cuerpo entero. Por último, en Diversification está también Gabe (el padre de Sam), un programador que supuestamente trabaja en la división de marketing, elaborando spots publicitarios, pero que en realidad se dedica sobre todo a perder el tiempo jugando a un antiguo RPG de realidad virtual, para evadirse de una realidad deprimente (con sus antiguos sueños artísticos tan rotos como su matrimonio).

Estos, sin embargo, son solo los personajes principales, pues existe toda una plétora más que abarcan desde un hacker que Manny, uno de los peces gordos de Diversification, mantiene secuestrado y que pertenecía (junto con Sam) a la banda de Mimosa a la que ha filtrado las especificaciones de los enchufes y que al parecer está en contacto con la que podría ser la primera inteligencia artificial surgida espontáneamente de las complejidades de la red. Por no hablar de Valjean, la gran estrella del rock cuyos vídeos siempre ha creado Gina o la doctora responsable del salto tecnológico en torno al cual gira toda la trama.

Resulta un escenario un tanto caótico y Cadigan no mejora la situación al presentárnoslo de golpe y porrazo, sin ningún tipo de introducción previa, y además de un modo aparentemente desestructurado, como instantáneas aleatorias, con un lenguaje además repleto de jerga (tanto tecnológica como callejera). Para aumentar todavía más la confusión, muchos de los puntos de vista distan de ser claros, empleando a menudo personajes confusos o intoxicados y saltando sin pautas claras entre la realidad física y las realidades virtuales, como si con ello la autora estuviera tratando de difuminar la separación entre todas esas percepciones, dejándonos con una visión poco menos que caleidoscópica de ese futuro que aún podría ser el nuestro (con ciertos toques retro).

En realidad, la confusión parece ser un efecto totalmente premeditado. El cyberpunk es en el fondo una literatura de cambio, de transformación, de alteración brusca del contexto sociotecnológico, y es en esa frontera entre el hoy y el mañana por la que se mueven unos personajes que a menudo se encuentran tan desconcertados como por momentos lo está el propio lector ante la avalancha de información que la novela vierte de continuo sin molestarse en asignarle etiquetas clasificatorias.

Respecto al conflicto que mueve la trama, poco a poco podemos ir apreciando que entra de pleno en los parámetros del cyberpunk más clásico. Tenemos, por supuesto, las grandes corporaciones (aunque aquí limitadas a un tamaño bastante más modesto de lo habitual) y sus complots deshumanizadores, la aparición del salto tecnológico (los enchufes), la difusa interfaz hombre/máquina y, por supuesto, la emergencia de la IA (y de otras fuerzas no tan coherentes pero potencialmente más disruptivas). Aparte de esto, sin embargo, sí se puede apreciar un elemento diferenciador que confiere a «Synners» un sabor especial.

Esto es el factor humano. Porque a la postre lo que nos muestra la novela son los esfuerzos de una serie de personajes (los comentados como principales) que deambulan, pese a su en algunos casos pretendida actitud rebelde, a la búsqueda de una conexión personal, un punto firme de agarre en medio de la vorágine del cambio (que, paradójicamente, cabalgan en vanguardia, como pioneros de la nueva realidad ampliada… o fusionada).

Al igual que «Synners» hace gala de todas las virtudes del cyberpunk clásico, también ha de decirse que comparte muchos de sus defectos. El espíritu transgresor a menudo se apodera por completo de la acción, obligándonos a saltos de fe para seguir enganchados a una historia que va dando tumbos, y como solía ser ley casi inviolable, el clímax final (donde anida la singularidad) acaba pecando de excesiva confusión y de emplear unas descripciones de lo inefable que bordean lo esotérico. Supongo que ese es el precio inevitable de asomarse al abismo del cambio (aunque al fin y al cabo la tesis misma de la historia parece girar en torno a encontrar en las relaciones interpersonales esa ancla necesaria para sobrellevar el caos).

Sea como sea, pese a las dificultades que entraña su lectura, «Synners» es una novela que nunca hace pensar que el esfuerzo de seguir aferrado a la historia no acabará rindiendo frutos, y aunque quizás no resulte tan fascinante desde un punto de vista especulativo como otras obras del movimiento (por no hablar de que toca aplicar unas buenas dosis de suspensión de la incredulidad para aceptar el desencadenante de la crisis final), sí que posee algo de lo que las demás a menudo carecen: calidez humana.

Junto con el Arthur C. Clarke (en el que se impuso nada menos a los Cantos de Hyperion de Dan Simmons), Synners fue también finalista del Nebula (junto con títulos como el steampunk de «La máquina diferencial» de Gibson y Sterling, «Danza de huesos» de Emma Bull y «Barrayar» de Lois McMaster Bujold), perdiendo ante «Las estaciones de la marea«, de Michael Swanwick (una obra que, precisamente, procuraba establecerse como puente entre el cyberpunk y la ciencia ficción más literaria).

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Published on May 20, 2025 01:48
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