Los ojos del sobremundo

Dieciséis años después de la publicación de «La Tierra moribunda«, Jack Vance regresó a ese escenario escatológico, de una época en la que el enrojecido Sol está a punto de morir, en 1966 con «Los ojos del sobremundo», un fix-up de relatos publicados originalmente entre diciembre de 1965 y julio de 1966 en las páginas de The Magazine of Fantasy and Science Fiction.

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Quizás fue, con ello, uno de los primeros autores en reconocer la revitalización que iba a experimentar la fantasía tras la publicación estadounidense de «El Señor de los Anillos», con una década de retraso respecto a las islas Británicas. Pronto seguirían compilaciones del ciclo de Lankhmar de Fritz Leiber (quien nunca había dejado de publicar relatos sueltos), la icónica edición Lancer/Ace de la serie de Conan y, por supuesto, la mítica Adult Fantasy Series de Ballantine.

Desde 1950, sin embargo, mucho habían cambiado las cosas, y si los relatos de «La Tierra Moribunda» eran mayormente independientes (a imitación del ciclo de Zothique, de Clark Ashton Smith), este relanzamiento se caracterizó por contar con un personaje protagonista, Cugel el Astuto, y con una historia que, aun siendo episódica, conformaba más o menos una aventura cerrada. No terminaron ahí los cambios. Siguiendo en esta ocasión el ejemplo de Leiber, los cuentos reunidos en «Los ojos del sobremundo» hicieron mayor hincapié en el humor, con gran inclinación hacia la fantasía picaresca, bordeando la parodia y la sátira, aunque sin llegar a caer por completo (para su demérito) en ninguna de esas tendencias.

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La excusa argumental se presenta en el primer relato, «El sobremundo», en el que Cugel es persuadido para entrar a robar en la mansión de Iucounu, el Mago Reidor. Atrapado por este, a Cugel se le presenta la decisión de recibir un castigo inmediato o viajar al lejano norte para hacerse con una de las lentillas demoníacas dejadas atrás en una antigua guerra. Para asegurar el cumplimiento de la misión y el pronto retorno, Iucounu introduce en su interior un parásito, que castiga su hígado ante cualquier dilación, y lo transporta por medios mágicos a las inmediaciones de una ciudad donde los príncipes de Smolod viven entre riquezas y bellezas sin cuento… que solo son visibles a través de las susodichas lentillas (porque en realidad habitan en un pozo de miseria y fealdad), para cuya obtención los pescadores de la región han de pasar unos treinta años de servidumbre con la promesa de heredar las de algún fallecido.

A base de engaños (no particularmente inteligentes), Cugel logra hacerse con una de las lentillas y huir, dando inicio así al largo periplo de retorno, a través de tierras exóticas y desafíos variopintos, que conforman el fix-up. Este primer relato (que es quizás el mejor), sin embargo, aunque ya proporciona indicios, no termina de dar una imagen cabal del personaje de Cugel. Eso lo obtenemos con «Cil», el único cuento original de la antología, donde se muestran sin ambages las dos principales características de Cugel el Astuto: primero, es un idiota redomado; y segundo, es un egocéntrico de tomo y lomo sin el menor atisbo de empatía (un narcisista rayando en la sociopatía de manual).

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Ahí he encontrado yo un obstáculo para disfrutar del libro, porque esa combinación de estupidez y maldad no me resulta para nada atractiva, ni se me antoja tampoco picaresca. Los personajes de la novela picaresca pueden ser más o menos honorables (generalmente, menos) y más o menos inteligentes, pero suele haber una razón para su comportamiento (la supervivencia) y privarlos por completo de empatía los deshumaniza e impide que nos pongamos de su parte. Ni siquiera verlo fracasar una y otra vez ayuda, porque a la postre él sale siempre razonablemente bien librado, mientras son todos los demás los que sufren. Llamadme raro, pero los sociópatas no me hacen gracia.

«La montañas de Magnatz» refuerza ambas percepciones sobre Cugel (la idiotez y la ausencia de moralidad), al tiempo que añade a su lista de virtudes la avaricia y la lascivia. Cierto es que nunca llega a disfrutar (al menos no por mucho tiempo) los frutos de su proceder, pero ello no lo hace más simpático. De igual modo, parece que en la Tierra Moribunda no hay otro proceder que el engaño. El fuerte se aprovecha del débil y el listo del tonto, todo lo cual se narra con absoluto distanciamiento moral. Esto, de nuevo, aparta «Los ojos del sobremundo» de la auténtica picaresca, porque la amoralidad de los personajes de la novela picaresca tiene una razón de ser. De fondo hay siempre una sublectura de crítica social que se haya ausente de la obra de Vance.

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Sigue la obra con «Faresm el mago» que ofrece lo que parecer no ser más que una repetición a menor escala de la trama del libro en este cuento, donde Cugel se enemista con otro hechicero, que lo manda como expiación a otra búsqueda imposible, en este caso un millón de años en el pasado. Lo que sí encontramos de novedoso es un poco, muy poco, de sátira religiosa, que de hecho se hace más evidente en el siguiente relato (este casi novela corta) «Los peregrinos». Tampoco es que el autor tenga mucho interés en profundizar, así que sirve principalmente para aumentar la cuenta de muertes atribuibles a Cugel.

El último cuento, que demuestra quizás que Vance se estaba cansando de repetir la misma fórmula una y otra vez, queda dividido en dos en la compilación. Por un lado está «La cueva en el bosque», nueva ocasión para que Cugel haga gala de su mezquindad, con un nuevo lío que se resuelve del modo más simplón posible, culminando la obra en «La mansión de Iucounu» que muestra el enfrentamiento final entre el protagonista y su némesis, que culmina, como no podía ser de otra forma dejando a Cugel literal y metafóricamente como empezó, por culpa de su soberbia, su ánimo vengativo, su avaricia y su estupidez.

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En definitiva, «Los ojos del sobremundo» (rebautizado en la edición integral de la obra de Vance como «Cugel the Cleverf») me han aportado muy poco. No comparto su sentido del humor, que me parece simplemente mezquino y al final el personaje tiene tan pocos matices que, pese a la innegable capacidad imaginativa de Jack Vance (sobre todo para inventar razas, criaturas y nombres exóticos), todo resulta tan superficial que no deja la menor huella. En esta valoración, sin embargo, parezco estar en minoría, pues la serie de Cugel parece ser casi universalmente apreciada. Será que no conecto con Vance.

Tendrían que pasar otros diecisiete años, hasta 1983, para que se publicara la tercera entrega de la serie de la Tierra Moribunda, que además continuaba con las aventuras de Cugel en el mismo punto en que se dejaron con la novela «La saga de Cugel» (aunque dos pequeños fragmentos de la misma ya habían sido publicados como relatos independientes en 1976 y 1977). En 1984 apareció la última entrega, ya sin Cugel de protagonista, bajo el título «Rialto al prodigioso» (un fix-up de tres novelas cortas protagonizadas por el personaje del título).

Otras opiniones:

De Aeo en Nostalgia por el infinitoEn Mis Minis

Otros libros del mismo autor reseñados en Rescepto:

Los lenguajes de Pao (1958)La Tierra Moribunda (1966)Estación de Abercrombie (1976)
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Published on July 25, 2024 04:29
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