Los que lidian con la mierda que sale de la megacárcel de Bukele
Félix Laínez me ha citado en su hogar, en el cantón San Francisco Angulo de Tecoluca (San Vicente), a las 8 de la mañana de este sábado. El río que bordea al poniente la comunidad El Milagro 77 es el que 500 metros abajo baña este cantón, el más pegado al municipio de Zacatecoluca.
No me ha costado dar con la casa porque acá todo mundo –unas 125 familias– lo conoce. Félix es, en el sentido más limpio de la palabra, un líder comunitario. Nacido, criado y madurado en este rincón del país, peina canas desde hace tiempo; tiene 55.
Félix Laínez, líder comunitario del cantón San Francisco Angulo, en Tecoluca, San Vicente.Me he presentado puntual, hace unos cinco minutos, y su pareja me ha ofrecido agua y silla en el porche, aunque esa palabra resuena pedante para esta vivienda que transpira ruralismo y sencillez. A seis metros de donde me he sentado, una vaca rumia, y salpimentará con sus mugidos nuestra larga conversación.
Félix aparece ahora sudado y vestido de faena, con botas de agua, un gorro pescador que se quita para saludar y el corvo envainado al hombro. Es agricultor –maíz, maicillo, frijol; arroz ya no, desde que el precio se desplomó– y ganadero, pero en pequeño, aclara. Viene de hecho de alimentar a sus vacas… a las vacas que le quedan.
— Ya se me murieron dos por la cuestión de lo del agua –me repite lo que me comentó ayer vía WhatsApp.
Sus terrenos quedan junto al río ahora tóxico, otrora lleno de vida. Cangrejonas hermosas salían, dice. Antes de que empezaran los vertidos de heces desde el el Centro de Confinamiento del Terrorismo, el CECOT , Félix tenía 20 vacas y una yunta de bueyes. Ahora sólo tiene tres vacas; una de ellas, esta que está con nosotros. Los bueyes los vendió la semana pasada.
Félix sabe lo básico de veterinaria, se esfuerza e invierte en la salud de sus reses y se jacta de haber tenido siempre un ganado robusto, sano, bien alimentado.
— Las dos vacas que se me murieron las fui a dejar al potrero en la tarde y, al día siguiente, muertas –me dice.
Escuchó de otras vacas muertas en otras comunidades también por haber tomado de los ríos que bajan de la megacárcel de Bukele, cavó al inicio de la estación lluviosa una gran zanja para almacenar agua, pero, sabiendo que está encima la seca y que volverá a depender del río, ha optado por venderlas, una tras otra.
Le preocupaba también que en los mercados principales donde venden los ganaderos y agricultores locales –San Vicente y sobre todo Zacatecoluca– ya se ha corrido la voz de que todo lo que proviene de la zona más afectada por el CECOT está contaminado.
— Acá tenemos agua todo el año y siempre ha salido mucha hortaliza: pepinos, rábanos, ejote, chile dulce, loroco… Pero en el mercado de un tiempo están preguntando de dónde viene el producto y, si uno responde que del 77, porque así nos dicen, o no lo compran o se lo quieren bajar a uno.
Como líder comunitario, ha presentado una queja formal en la unidad de salud de Tecoluca, dependiente del Ministerio de Salud, pero no les han hecho caso; ni siquiera han accedido a sus peticiones de que analicen el agua que están consumiendo, que es de pozos, y Félix teme que toda la podredumbre que emana la cárcel esté infiltrándose.
Félix es pesimista, muy pesimista. Cree que es cuestión de tiempo que la contaminación se extienda a todas las tierras comprendidas entre el CECOT y el océano Pacífico. Un triángulo de unos 300 kilómetros cuadrados en los que hay importantes núcleos poblacionales, como Santa Cruz Porrillo, El Playón, Los Marranitos o San José de la Montaña.
— Y tiene valor estar defendiendo en estos momentos a tu comunidad, con esta carambada del régimen –me dice con un tono a medio camino entre el enojo y la dignidad.
Tras una plática que he sentido enriquecedora, me despido de Félix y voy a almorzar al Pollo Campestre de Zacatecoluca. Apenas salgo de San Francisco Angulo y me alejo lo suficiente del CECOT, caen de un solo en mi teléfono todos los mensajes y sonidos acumulados durante tres horas. La señal intermitente o inexistente, en función de la comunidad y la compañía que uno tenga, es otra de las consecuencias que afectan a la vecindad.
Almorzado, manejo ahora hacia el caserío Cantarrana, cantón El Perical, siempre en Tecoluca. Este asentamiento son apenas una treintena de viviendas desperdigadas, partidas en dos por uno de los ríos pestilentes que bajan de la megacárcel de Bukele. Hay una sola calle de acceso a Cantarrana, que ahí muere; sin asfaltar, por supuesto.
Justo antes de llegar, una anciana camina con un huacal lleno de maíz en la cabeza; va al molino. Saludo, me presento, pregunto.
— ¿Y acá en Cantarrana el río también está contaminado?
— Así dicen. Hoy nadie lava ahí, nadie se baña; sólo en la casa se bañan.
En el caserío, una pasarela peatonal permite atravesar el río. En todas las comunidades que he visitado me han comentado que el CECOT hace descargas antes del amanecer y/o entrada la noche; ahora, a media tarde, el agua corre turbia, con parches de espuma blanca, y el olor es fuerte.

En un predio en la ribera, Fátima Alvarenga y Carlos Ernesto Pineda, de 22 y 27 años de edad, están trabajando en un frijolar. Fátima me repite escenas que vengo escuchando desde ayer: pestilencias, algún que otro perro muerto, aguas inútiles para lavarse o para lavar…
Carlos Ernesto escucha atento a unos metros y deja por un momento la pala dúplex con la que agujerea la tierra para contar algo que considera gracioso.
— La semana pasada vino a Cantarrana un vendedor de sandías y, como vio el agua correr, la agarró con las manos para lavarse la cara… ¡Jeiiiiin! ¡Hasta que sintió el patín! Ya le había pasado antes a otros, pero a este no le dio pena y nos pidió pasar a la casa para quitarse el mal olor.
Este texto es un fragmento reeditado de una crónica titulada ‘ Los vecinos contaminados y oprimidos de la megacárcel de Nayib Bukele ’, que se publicó el 30 de noviembre de 2023 en en Divergentes .
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