Time storm

Aparte del ciclo Dorsai (y un par de relatos independientes), el mayor éxito crítico de Gordon R. Dickson fue “Time storm», una novela publicada en 1977 que logró ser finalista de los premios Hugo y Locus… y sinceramente no me lo explico.

La novela arranca cierto tiempo después de un evento catastrófico, bautizado por el protagonista como “tormenta temporal», que ha devastado el mundo. Frentes móviles y estáticos, apodados “muros neblinosos», sirven de interfaz entre zonas temporales separadas, creando un mosaico en continuo cambio por el que los escasos animales superiores no afectados (menos del 1% de la población en el caso de los humanos) se mueven sin un propósito definido más allá de la mera supervivencia.

El narrador es Marc Despard, un todavía joven emprendedor que, tras lograr un gran éxito jugando en la bolsa y casi matarse a trabajar en una empresa de motos de nieve, se ha retirado antes de los treinta a resultas de un infarto. Su obsesión es reencontrarse con su ex mujer, para tratar de reparar la relación, y en el camino hacia donde vivía se le han unido un leopardo al que el paso a través de un muro neblinoso lo ha vuelto dependiente de Marc (al que llama Domingo) y una chica joven que no pronuncia palabra alguna (a la que llama… Chica).

Los primeros capítulos son así una sucesión de encuentros azarosos por este mundo alterado, narrados con mayor o menor nervio, pero absolutamente independientes entre sí. Esto es hasta que se tropiezan, después de diversos encuentros de los que derivan algunos aumentos en la partida, con Porniarsk, el avatar de un alienígena que explora la tormenta temporal (un fenómeno de alcance universal), que despierta en Marc el ansia de enfrentarse a la catástrofe, cueste lo que cueste.

Esta primera parte, hasta que llegan a un enclave futurista rodeado por simios inteligentes utilizados en experimentos no especificados, presenta un aire que no puede ser casual a la serie de televisión “La tierra de los perdidos», una serie de ciencia ficción emitida entre 1974 y 1976 que concibió David Gerrold y a la que contribuyeron con guiones autores como Larry Niven, Theodore Sturgeon, Ben Bova y Norman Spinrad. ¿Cuál sería la relación? Imposible adivinarlo (o siquiera confirmarla), pero las semejanzas son demasiado numerosas como para no plantear al menos la hipótesis de que se trate de guiones o bien rechazados o bien nunca utilizados.

Por suerte, a partir de ahí cambia la dinámica. Marc Despard logra estabilizar localmente la tormenta temporal y la historia da un vuelco, transformándose en una narración postapocalíptica, en la que los supervivientes de van uniendo para reconstruir la civilización, bajo la amenaza de la emperatriz Paula que, aprovechándose de que las islas de Hawái permanecieron relativamente indémnes, se ha lanzado a la conquista del mundo con un ejército no muy grande, pero muy superior a lo que ningún otro agente puede oponerle.

La tormenta temporal, sin embargo, no ha sido vencida, y la única forma de acabar con ella es viajar premeditadamente a un futuro en el que existan fuerzas capaces de manipularla. Con ese fin, Despard trabaja junto con Porniarsk en un modelo predictivo que, una vez listo, los traslada junto con parte de la comunidad que han reunido a su alrededor cientos de miles de años en el futuro. Allí se desarrolla el tercer acto, que es el más imaginativo de todos, en el que tras un contacto con la avanzada civilización intergaláctica, que ha logrado sobrevivir, adaptándose e incluso aprovechando las fuerzas temporales desatadas, comienza el enfrentamiento final entre Marc y la tormenta temporal.

Lo cierto es que así explicado no suena mal del todo, e incluso a trozos resulta una historia intrigante. “Time storm», sin embargo, presenta dos graves problemas que ninguna idea grandilocuente es capaz de compensar. Primero, todos los personajes, aunque en especial el protagonista, son insufribles. Dickson confunde complejidad con verborrea autojustificativa y misticismo barato. El suyo es un típico protagonista capullo pulp, dotado siempre de la razón absoluta, multicapaz y, por si fuera poco, tocado con la capacidad de interpretar los patrones y predestinado por tanto a grandes cosas. El que se autorreconozca como poco menos que un sociópata, no contribuye mucho a humanizarlo, porque a la postre no es más que el reflejo arquetípico del triunfador y sus momentos de iluminación no pasan del lugar común de “todos estamos unidos».

La otra tara es la total y absoluta incompetencia científica de Gordon R. Dickson, que a veces resulta molesta (como cuando demuestra una incomprensión clamorosa del concepto de entropía) y otras, cuando abandona toda pretensión de justificación científica (que es la mejor idea en estos casos) y tira más bien de misticismo hippy pseudocientífico, ancla irremediablemente la novela en los años setenta (que es cuando se intentó conciliar ciencia y paraciencia).

Confieso pues que me he tenido que arrastrar trabajosamente por este largo e inconexo texto, en el que he encontrado muy pocas virtudes redentoras (alguna idea sugerente, sobre todo durante el tercer acto, malograda siempre por la personalidad insufrible de Marc Despard). ¿Cómo es posible entonces que recabara tantos apoyos? Sospecho que tiene que ver con los movimientos que se estaban produciendo dentro de la ciencia ficción, con la lenta agonía de la New Wave (que había abordado el tema de los viajes en el tiempo de un modo igualmente acientífico pero mucho más interesante, como en “Por el tiempo» de Silverberg o “Criptozoico» de Brian Aldiss) y la recuperación de los valores y temas del pulp de la Edad de Oro.

“Time storm» es una novela pulp con pretensiones (unas pretensiones del estilo de Brian Herbert), sin mucho sobre lo que sustentar esa pretenciosidad. Por suerte, el camino que tomaría el género en los años siguientes vendría marcado más bien por títulos como “Pórtico“, del veterano Frederick Pohl, que cosechó con toda justicia todos los grandes premios de aquel año.

En los Hugo los acompañaron George R. R. Martin con “Muerte de la luz», Marion Zimmer Bradley con una de las entregas de la saga de Darkover, “La torre prohibida», y el dúo Larry Niven/Jerry Pournelle, que seguían en racha con su postapocalíptica “El martillo de Lucifer“. Curiosamente, en los Locus solo repiten “Pórtico» y “Time storm» (cuarta posición), acompañándolos en este caso Gregory Benford con el inicio de la Saga del Centro Galáctico, “En el océano de la noche»; la también primera novela de John Varley, “Y mañana serán clones“; y “Mialchelmas“, de Algis Budrys.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

Dorsai (1959)La torre abominable (1976)
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Published on October 26, 2023 00:55
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