Computer connection
La carrera literaria de Alfred Bester se subdividió en varias etapas. Por lo que respecta a la ciencia ficción, entre 1939 y 1942 publicó catorce relatos en algunas de las principales revistas de la época. Dirigió entonces su antención al mundo del cómic, escribiendo guiones para DC durante los cuatro años siguientes, pasando a partir de 1946 a la radio y la televisión.
Su segundo período fue el más celebrado. Entre 1950 y 1959 publicó algunos de sus relatos más celebrados (como «Los hombres que asesinaron a Mahoma», 1958) y, sobre todo, las novelas «El hombre demolido» (1952, primer premio Hugo de la historia) y «Las estrellas mi destino» (o «Tigre, tigre», 1956). Tras esto, pasó más de diez años alejado casi por completo del género, entregado sobre todo a la literatura de viajes (llegando a ser editor de una de las revistas punteras del ramo). Su retorno al campo que le había dado fama se retrasó hasta 1972, siendo su primera nueva novela, publicada casi veinte años después de la última, «Computer connection» («The computer connection», 1975, publicada originalmente entre noviembre de 1974 y enero de 1975 en Analog como «The indian giver»).
A menudo se abusa un poco del concepto pre-cyberpunk. Básicamente, todo cuanto tenga que ver con ordenadores y haya sido publicado antes de 1984 puede reclamar la etiqueta. Hay títulos, sin embargo, que constituyen casos tan, tan claros que su legitimidad resulta poco menos que incuestionable. Tendríamos, por ejemplo, la novela corta «La muchacha que estaba conectada» , de James Tiptree Jr. (1973) o el relato largo «Perdido en el banco de memoria», de John Varley (1976). «Computer connection» sin duda puede contarse entre ese puñado de precursores auténticamente relevantes.
La novela nos dibuja un futuro en fecha indefinida en el que Edward Curzon, apodado Guig (de»Grand Guignol») es uno de un puñado de inmortales que, autonombrados como el Grupo, constituyen una suerte de poder en la sombra para el mundo. Se trata, sin embargo, de un poder muy laxo, que no se preocupa tanto por dirigir nada como por sobrellevar sus largas vidas en medio de los efímeros. En esas, el físico cherokee Sequoia Adivina tropieza por azar con un descrubrimiento asombroso mientras investiga la posiblidad de emplear criogenia en la exploración espacial. Esto atrae la atención de Guig, interesado en reclutar a Adivina para sus filas (por un procedimiento extremo) e inadvertidamente desencadena sobre el mundo lo que hoy en día calificaríamos como una singularidad tecnológica (por no hablar de ciertos desarrollos transhumanistas).
Puede sonar un poco alocada, pero lo cierto es que así explicada la trama no parece ni la mitad de desquiciada de lo que es en realidad, porque todo esto ocurre a un ritmo frenético, con sobresaturación de personajes a cual más pintoresco, un lenguaje que juega con los efectos de siglos de evolución y un absoluto desprecio hacia la mera noción de sustentar nada con ciencia rigurosa; pese a lo cual, el mundo sin duda se rige, y de forma bastante estricta, por las leyes físico-químicas reales.
Donde de verdad hay experimentación es en la sociedad que hace las veces de paisaje de fondo, con especulaciones tan extremas que me plantean incluso la duda de si Bester estaba intentando ser proyectivo o satírico. Sea como sea, sin duda para mí es ese mundo futuro apenas entrevisto tras el espectáculo de marionetas del primer plano (no en vano Grand Guignol es el narrador) es el punto fuerte de la novela.
No estoy diciendo que «Computer connection» sea una novela fácil, o incluso atractiva. Podría incluso argumentarse que se le va un poquito la mano con las dosis de surrealismo (como si la hubiera escrito R. A. Lafferty pasado de anfetas) y hay tantas ideas embutidas en un libro tan breve que no todas ellas encuentran espacio para madurar, pero en muchos momentos resulta fascinante, y bajo toda la locura superficial se aprecia una brutal inclinación hacia el futurismo crítico que no hubiera desdeñado un Brunner que se encontrarba por esas mismas fechas (1975) inmerso en su propia aportación al pre-cyberpunk: «El jinete en la onda de shock» (la edad de Bester, sin embargo, tal vez quede de manifiesto en algún que otro momento, como con los relativamente abundantes comentarios homófobos).
Pese a todo lo comentado, «Computer connection» (rebautizada en algunas ediciones como «Extro», el nombre de la supercomputadora rebelde) no terminó de conectar con el público de su época y constituyó un relativo fracaso comercial. Quizás esto se debiera a su extraña combinación de ideas que no terminarían de eclosionar hasta una década después con el cyberpunk y un estilo más propio de la New Wave de los años sesenta. El único otro ejemplo que se me ocurre de este tipo de matrimonio contranatura fue un experimento totalmente premeditado de Michael Swanwick en 1991, «Las estaciones de la marea«, aunque su New Wave era más cercana Silverberg que al Aldiss experimental que parece el modelo de Bester).
Quienes sí supieron reconocer su originalidad (y quizás perdonar sus excesos) fueron los votantes de los grandes premios, que le concedieron la distinción de finalista en los premios Hugo, Nebula y Locus (tercera posición). En todos los casos tropezó con una de las grandes obras maestras de la ciencia ficción, «La guerra interminable«, de Joe Haldeman. El resto de finalistas al Hugo fueron Roger Zelazny con «Doorways in the sand», Larry Niven y Jerry Pourmelle con «Inferno» y Robert Silverberg con «El hombre estocástico», la única que también repite en el quinteto de finalistas del Locus, que se completa con mayor acierto con la ya mencionada «El jinete en la onda de shock» y «Dhalgren», de Samuel R. Delany. Aquel año el premio Nebula contó con dieciocho finalistas, de modo que esa distinción pierde un poco de fuerza (aunque muchos de ellos son obras más que notables).
Fue su última aparición tanto en los premios Hugo como en los Nebula, demostrando quizás que el tiempo en que abanderaba el género ya habían quedado atrás. Pronto llegarían autores más jóvenes que lograrían destilar mejor todas esas ideas que esbozó en «Computer connection» (y ya solo publicaría en vida otras dos novelas, progresivamente menos relevantes). Pese a ello, en 1987 su carácter pionero le fue reconocido con la concesión del título de Gran Maestro por parte de la SFWA (entregado, sin embargo, con carácter póstumo en 1988).
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
El hombre demolido (1952)

