Larousse Boy
Entre mis viajes por Suramérica, nada me causó mayor impresión que el Larousse Boy del circo gitano. El chico tenía entre medio de los ojos otros dos escondidos. Eran como wildcats, que aparecían cuando menos se esperaba, se abrían verticales, como lizards, eran antiguos y de mirar profundo. Sin embargo, a pesar de lo peculiar y wonderful de su existencia, los mantenía encerrados en el cofre de su ser.
El young lad tenía dos brazos detrás de sus brazos. Eran tentáculos con voluntad y mente propias. Sabían lo que él quería sin decirlo, se quejaban del trabajo pesado, y celebraban cuando el deseo los dominaba. Eran los brazos que lo abrazaban cuando nadie más lo quería. Sin embargo, a pesar de su utilidad, los mantenía encerrados en el cofre de su ser.
Además, tenía dos corazones dentro de su pecho, que bombeaban temperaturas distintas cuando el tiempo era diferente. Sangre fría cuando uno se acercaba demasiado a la verdad, sangre caliente cuando la oscuridad se aprovechaba de él. Uno sólo, the original heart, cargado de historia, se avergonzaba del contenido del otro, aunque él nunca supo cuál era cual. Por lo mismo, a pesar de la eficiencia de tener dos corazones, los mantenía encerrados en el cofre de su ser.
Todo cambiaba cuando salía a escena. El público parecía escéptico al ver a un joven normal aparecer en la carpa. No monster, nada relevante. Al mismo tiempo, el presentador gritaba: “A continuación, la bestia que pedía amor a gritos en el centro del mundo… ¡El Larousse Boy!”
Entonces, el chico revelaba sus partes dobles, se aclaraba la garganta, y declamaba: Un hombre biforme, bifurcado, binario, el que oculta parte del binomio, bipolar, un hipócrita birlador, bizco, que vive por arte de birlibirloque en el mundo bipartido. Un bilonguero que con un giro de la birome inventa palabras bizarras, imágenes bicolocadas en bismuto bicolor, prisas birrefringentes, biselados para bisuterías baratas. Un hombre de herramientas bicéfalas, de biología retorcidos, atormentado por bichos biseccionados en bigardía bifásicas, bits de un hombre que bisbisea frases, bisojea la mirada, abigarrado en todos los colores.
El público se regocijaba. Aun así, percibí que él no era feliz.
El último día antes de volver a mi país, logré ir detrás de la carpa y hablar con él. Aparte de informarme sobre su anatomía, me contó del dolor de abrir en todos los shows cada parte de su ser. Por esa razón no lo hacía regularmente. Entonces le pregunté por qué no se quedaba así todo el tiempo. Para qué esforzarse en salir una y otra vez. Él rio y me contó que el cofre de su ser tiene dos tapas y dos fondos, salir es entrar y entrar es salir. “Así es como vivo”, me dijo, “si sacara todo lo que tengo dentro, perdería la perspectiva, ¿qué es adentro, qué es afuera? Si salgo, sólo encontraría otra caja”.
Dejé al Larousse Boy, dudando de quién era él y quién era yo.


