Los sueños de... Casa de pájaros

«Utiliza en la vida los talentos que poseas:el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor cantan»Henry Van Dyke
Una casa pequeña, construida al final de un camino de rocas mojadas, queda asentada a los pies de un acantilado. A los pies, un inmenso lago rodeado por montañas que impide el paso a cualquier que no posea dos alas para volar.«Bajo la cordillera». El césped, no muy crecido, recibe la huella de mis pasos húmedos; pisadas mojadas por el rocío matutino me dan la bienvenida con ese maravilloso petricor. El caminito, horadado en base al uso del trasiego de pisadas de los lugareños, marca la dirección hacia la casa.Es de madera, posee una única planta aunque de estructura alargada es más grande de lo que pareciera desde el promontorio. El cobertizo extra, con una extraña y gran cristalera, da al Lago. En su interior, centenares de pájaros pian tranquilos al nuevo día.La mujer de la casa, una rubia de pelo largo, sonrisa bellísima, me sonríe. La cara posee unos rasgos en exceso de anime; esa clase de dibujo animado nipón que engrandece ojos, sonrisas y facciones. Ella me sonríe con una alegría desmedida y una sonrisa tan grande que son imposibles de recrear en el mundo real. Me señala con el dedo índice en dirección a los pájaros. No dice nada. «¿Debe ser más bien callada o, quizá, muda?».Al entrar en la habitación huelo una sorprenden combinación de plumas, alpiste y heces de aves. La inmensa jaula que representa la estancia me acoge con un centenar de ojos redondos y pequeños que me observan. Algunos pájaros se sobresaltan, otro curiosos me sobrevuelan; la más atrevida, una graciosa cotorra de plumaje verde-rojizo, pico negro, con una mancha negra instalada en su coronilla gracioso, se posa en mi hombro.Me mira con ojos muy abiertos. Noto las plumas rozarme la oreja, y por un instante siento el miedo del picotazo en la oreja; per no. Se acerca más a mi cabeza y con un suave picoteo me agarra del dedo pulgar que había levantado para proteger mi cuello. El mordisqueo picotil me produce cosquillas.Salimos al camino, yo, la mujer y la cotorra. Paseamos por el sendero de vuelta al promontorio. Observamos la caída del sol. Animo al ave a que vuele, pero se queda engarzada en mi hombro y me vuelve a picotear la mano como indicando: «No me hace falta, yo estoy bien aquí». A mi espalda, me doy la vuelta apresurado, la gran urbe. Una gran ciudad anodina e intranquila, que nunca duerme, que nunca descansa, con ruidos propios de una gran metrópoli. La cotorra señala con el pico en su dirección y niega con la cabeza. En ese momento, vemos como «¿alguien?» se escapa de la gran ciudad. Una pequeña sombra que se acerca en dirección a la casa de pájaros.La noche se acerca. Vuelvo al interior de la casa, al cobijo de esas cuatro paredes y deposito a la cotorra en su habitación-jaula. La mujer observa al interior y una lágrima rueda por uno de sus ojos. Los pájaros han muerto, están repartidos por el suelo. La pequeña sombra sonríe maligna situada al lado de un altavoz gigantesco que emite todos las infernales canciones heavy, reggaetón y rap juntas; con su mezcla de odios e intolerancias. Máximo volumen. Máximo odio. Así murieron los pájaros, con un sobresalto de un ataque cardíaco con la música tan alta, en ese zumbido atronador que sus pobres tímpanos no pudieron soportar.La pequeña sombra sonríe, mira en dirección a mí, a la cotorra; y acerca la mano al volumen: «No».Grito desesperado, pero no voy a llegar a tiempo de impedir que accione la palanca al máximo.¿Es un sueño? Indudablemente. Sé gracias a ello que en mis manos tengo el poder de crear una especie de campana de Faraday, una cúpula transparente insonorizada que impedirá el traspaso de las malignas ondas. La pequeña sombra gira el aparato de volumen al máximo. Mis manos aprisionan a Cotorra entre ella, la mujer me abraza de la cintura. El ensordecedor volumen aumenta, aumenta; en el interior de la campana solo sentimos la vibración de las ondas pero el poder de la vibración es muy alto. Le traspaso la cotorra a la mujer, que ahueca la palma de las manos y protege con ellas al ave. La campana de Faraday revienta en miles de pedazos. Mis oídos revientan y el dolor es insoportable durante un instante; me comienza a salir sangre por las orejas. «Maldita». Me levanto del suelo mareado, con las manos engarzadas la una contra la otra formando una bola y arremeto con toda la violencia de la que dispone mi cuerpo contra la ella. Choco contra ella, la tiro al suelo y, en mi desmedida furia y enloquecido por el dolor, la arrastro en dirección al gran ventanal al que nos acercamos con rapidez. Atravesamos la gran cristalera, otrora refugio de las aves y la inercia nos empuja en dirección al abismo. Veo los grandes colmillos y los ojos rojos en el interior de esa oscuridad, que no puede parar mi envite. En ese contacto con la oscuridad que me rodea, siento el miedo, el odio, un odio inmenso que recorre todo mi ser. Estamos al borde del precipicio, me paro en seco, aún con las manos engarzadas al ser oscuro. A pocos metros, la aparto de mi con fiereza, la sombra se separa de mi cuerpo, cae al abismo, mientras con algo que parecen manos, pliegues ocultos en el interior de su cuerpo, intenta agarrarse a algún asidero, pero le resulta inútil. Cae. Cae. «Cae maldito ente». Aún así, me da pena que muera, no disfruto de su lenta agonía hacia las frías aguas del inmenso lago. Regreso a la casa. La mujer, arrodillada en el suelo, protege con el cuerpo a Cotorra.«¿No he podido salvarla?». Una lágrima recorre mi rostro, tanto dolor, tanto sufrimiento, no han servido para nada. En ese momento, la mujer abre la boca, pero no escucho nada. Aun rezuman sangre mis pabellones auditivos. La cotorra encrespa las plumas, bate las alas y de un grácil salto se incorpora con sus patas en el suelo. Se acerca volando en mi dirección y se posa en mi antebrazo, camina por él hasta situarse en el hombro. Me picotea la oreja con agradable ternura, la mujer se acerca y me agarra de la mano. deposita un pañuelo en mis oídos. Vuelve a abrir los labios pero no consigo escuchar nada. Ella comprende que no estoy entendiendo y sonría, muestra una triste y amplia sonrisa. Unidos los tres, observamos juntos el amanecer de un nuevo día, ahora... deberemos encargarnos de repoblar la casa de pájaros.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 04, 2018 11:30
No comments have been added yet.