Un niño, todos los niños
Un pequeño paseo por las redes sociales muestra niños felices jugando con la nieve, un fenómeno no visto en años recientes y que tiñe de blanco las verdes áreas de la Zona Oriente y parte del hormigón que adorna algunas del Poniente. El frío desafía hogares medianamente adaptados, en algunos lugares sin electricidad producto de la nevazón, lo que de alguna manera obliga a vivir lo que cotidianamente sufren miles de compatriotas en campamentos y caletas, quienes carecen de los medios básicos para enfrentar este invierno, más duro de lo habitual.
Algunos dispositivos, privados y públicos, se activan para adelantar la operación calle y aumentar la intensidad del apoyo. Ellos recorren los lugares en que muchos de nosotros simplemente pasamos indiferentes: comparten un café, un trozo de pan, velan por sus condiciones de salud y viven la emoción del encuentro.
Cifras oficiales señalan que poco más de mil niños forman parte de la población que habita en la calle, la mayoría de ellos tiene entre 14 y 16 años y cerca de un 60% se concentra en la Región Metropolitana. Muchos forman parte de una familia que como ellos sobrevive en los márgenes de canales o cerca de un mall, otros han abandonado su casa por distintos tipos de vulneraciones, como maltrato o abuso sexual, algunos están ahí transitoriamente, hasta que el consumo de drogas se transforma en problemático y es difícil volver.
Gran parte ha desertado del colegio y no cuenta con redes protectoras. Para ellos este invierno es una más entre muchas de sus dificultades y preocupaciones de sobrevivencia. El hielo no es más duro que la exclusión social que conocieron tempranamente, la humedad que se apodera de sus colchones arrebata también sus sueños y esperanzas, se sienten invisibles, marginados. Ya no son los ríos ni las plazas, hoy también circulan en barrios cerca de la “mano” dónde pueden conseguir la pasta, mientras que los narcos los utilizan y explotan de las peores formas.
¿Qué duda nos cabe de que la infancia en Chile es el grupo más vulnerable? Pensemos entonces si aún el sistema de protección ha dado pruebas irrefutables de su incapacidad, ¿qué puede esperar un niño que vive en la calle, incluso al margen de toda red de protección social? El precario sostén en medio de la marginalidad ha sido el apoyo de fundaciones y organizaciones de base que están cotidianamente en la frontera.
La Fundación San Carlos de Maipo impulsó por más de una década un observatorio que visibilizó esta realidad en conjunto a una Red que fue pionera en instalar la presencia de este grupo en la política pública reconociendo su existencia en el censo de calle, sin embargo, se requiere de una acción más decidida por abordar un fenómeno que en magnitudes sociales pareciera ser poco significativo, pero que en sí mismo muestra los límites morales de nuestra sociedad.
El destino de cada uno de esos niños es el destino de todos los niños de nuestro país, del que juega con sus padres haciendo un mono de nieve, como el que se refugia en un rincón oscuro, dónde la lluvia es la menor de sus aflicciones.
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