3×1069 – Conducción
1069
Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh
29 de diciembre de 2008
FERNANDO – ¿Ves como sí que podías?
ZOE – Pero vas muy lenta. ¡Dale caña!
BÁRBARA – ¿¡Queréis hacer el favor de callaros los dos!?
Bárbara estaba muy concentrada detrás del volante, y las palabras de aliento del copiloto y de la acompañante le estaban poniendo de los nervios. Ambos se chocaron las manos, mientras la profesora trataba en vano de mostrarse ofendida, aguantándose la risa, aunque sin demasiado éxito.
Aprovechando que había amanecido un buen día y que la poca nieve que quedaba ya se había derretido y el suelo estaba prácticamente seco, Fernando propuso a Bárbara tomar su primera clase de conducción. La muerte del mecánico había truncado sus anteriores intentos, y él tenía el firme propósito de cumplir su promesa. La profesora se mostró entusiasmada ante su invitación y Zoe insistió en acompañarles. Las clases se impartirían en la calle larga, donde Fernando ya lo tenía todo preparado desde hacía varias horas. Tras una corta introducción teórica sobre el uso del volante, los pedales y el cambio de marchas, Bárbara había tomado el control del vehículo: un viejo Fiesta. Llevaban casi una hora subiendo y bajando la calle. Se lo estaba pasando en grande.
Al llegar al extremo de la larga calle, que finalizaba abruptamente con uno de aquellos altos muros almenados, Bárbara pisó a fondo el freno, recordando por primera vez hacer lo mismo con el embrague. Aún se notaba muy torpe e insegura, pero no se había encontrado mejor en mucho tiempo.
FERNANDO – Lo complicado de aprender a conducir… es aprenderte el libro de la autoescuela, las señales, las leyes y… toda esas tonterías, que… ya de poco sirven. Luego coger el coche… ya ves que es todo muy intuitivo. Es mucho más fácil que aprender a ir en bicicleta. ¿Tú estás segura que no habías conducido nunca antes?
BÁRBARA – Hombre, si cuentas los autos de choque de la feria…
El mecánico esbozó una sonrisa.
FERNANDO – Pues se te da bastante bien, de verdad. Ahora dale la vuelta otra vez. Como te enseñé antes.
BÁRBARA – Sí. A ver si me acuerdo…
FERNANDO – La lástima es que no tenemos ninguna manzana abierta, si no… sería bastante más… cómodo.
BÁRBARA – Por lo menos tenemos una calle tranquila y… segura, donde hacerlo. En cualquier otro sitio… esto no lo habría podido ni imaginar.
FERNANDO – Hombre, visto así…
La profesora puso la marcha atrás y tras media docena de maniobras, consiguió girar ciento ochenta grados el vehículo, encarándolo hacia la calle larga: seis manzanas de nuevo por delante hasta el final de la misma. Zoe asomó la cabeza entre los dos asientos. Lucía orgullosa sobre el hombro derecho una trenza que le había hecho Ío la tarde anterior, durante uno de sus turnos conjuntos al cargo de los bebés.
ZOE – ¿Puedo probar yo?
Bárbara y Fernando cruzaron sus miradas. Al obtener la aprobación del mecánico, Bárbara abrió la puerta y no dudó en cederle su sitio a la niña. Zoe no daba crédito. No tenía ninguna esperanza de recibir una respuesta afirmativa; había formulado la pregunta sin pensar, convencida de que no le dejarían. Algo nerviosa, ocupó el asiento donde hasta el momento había estado sentada Bárbara y respiró hondo. Bárbara se sentó detrás y ambas cerraron sus puertas.
FERNANDO – No llegas a los pedales.
ZOE – Pero… Casi…
La niña estrió los pies y consiguió tocarlos con la puta de sus deportivas.
FERNANDO – De puntillas no vale.
Zoe se sentó más al borde del asiento, y por fin consiguió lo que se proponía.
ZOE – ¡Que sí que llego!
FERNANDO – Tira de la palanca esa que tienes a tu izquierda, al lado del asiento.
ZOE – ¿Ésta?
FERNANDO – Sí.
Zoe hizo lo que se le ordenaba, y al fin consiguió una posición cómoda, al llevar a su límite el asiento. Su corta estatura jugaba en su contra, pero ahora que había conseguido que le dejasen ponerse detrás del volante, no estaba dispuesta a echarse atrás. Sin saber muy bien cómo ni por qué, un recuerdo vino a su mente: la discusión que tuvieron Bárbara y Morgan sobre la idoneidad o no de entregarle un arma de fuego. La niña sonrió y se concentró en su nuevo papel.
Le costó mucho menos que a Bárbara poner el vehículo en movimiento y controlar los pedales y el cambio de marchas. No en vano había estado prestando mucha atención a todo cuanto Fernando le había enseñado a la profesora. La pequeña se demostró mucho más imprudente.
A duras penas habían llegado al ecuador de su trayecto, cuando al pasar delante de la persiana abierta del parking que comunicaba con la calle corta una figura se le cruzó por delante. Zoe gritó aterrorizada y pisó a fondo el pedal de freno, al tiempo que Fernando tiraba del freno de mano. El coche dio un estertor quejumbroso y finalmente se caló. Quedó inmovilizado a más de dos metros de Juanjo, que del susto había dejado caer las dos bolsas de la compra que llevaba a cuestas. Un par de latas de conserva rodaron unos metros hasta que impactaron contra el borde de la acera. Juanjo se llevó una mano al pecho, visiblemente afectado por el susto.
JUANJO – ¿¡Pero que estáis locos o qué!?
Zoe se quedó de piedra y deseó que se la tragase la tierra. Bárbara sacó la cabeza por la ventanilla abierta y se dirigió al banquero.
BÁRBARA – ¡Hay que mirar antes de cruzar, insensato!
Fernando y Zoe se miraron mutuamente, y no pudieron evitar estallar en una sonora carcajada, que hizo que Juanjo aún se enfadase más.
JUANJO – ¡Idos a la mierda los tres!
El banquero recogió lo que se le había caído y continuó el camino de vuelta a su vivienda, sin parar de balbucear maldiciones en un tono de voz tan bajo que los ocupantes del coche no pudieron descifrar, aunque se hicieron a la idea. Pasado el susto, Zoe arrancó de nuevo el coche y reemprendió la marcha, como si nada hubiera pasado.


