Miguel Ángel Hernández's Blog, page 9
October 12, 2017
Segunda persona
Regresas a la segunda persona. No sabes por qué, pero te encuentras más cómo escribiendo de ti como si fueras otro, como si hablases a un espejo. Piensas en lo que te sucede y te desdoblas. Alguien te habla desde fuera. Un tú extraño, parecido a ti, pero que nunca coincide del todo contigo. Un tú que te posee y te hace decir cosas que, por alguna razón, no puedes decir cuando hablas en primera persona. Un personaje, quizá. No lo tienes muy claro, pero el caso es que ahora vuelves al tú, regresas al espejo y te desdoblas. Es posible que lo necesites, que el yo desde el que intentabas hablar te haya cerrado el acceso. O quizá simplemente sea comodidad. La comodidad de escribir desde el otro, escribir como una conversación. No importa. De verdad. No importa. Lo único que sabes que es ahora el tú regresa a este no (ha) lugar. Y también comienza a hablar en voz baja.
Published on October 12, 2017 11:57
October 6, 2017
Semana de locura en la que no he podido sentarme un segun...
Semana de locura en la que no he podido sentarme un segundo a escribir. Lo hago ahora, sin mucho tiempo, desde Palma de Mallorca, casi recién aterrizado y unos minutos antes de comenzar la sesión de trabajo en Es Baluard, donde realizo un proyecto con el colectivo 1er Escalón. Un proyecto en marcha al que aún tenemos que dar forma definitiva.
La semana ha sido intensa. El noventa por ciento de mi tiempo lo he pasado con Mieke. En el seminario y también en el tiempo libre. He aprendido de nuevo con ella y hemos iniciado un nuevo proyecto para el futuro, una exposición de sus trabajos para el próximo año. Ha sido todo muy gratificante, pero el estrés de estar en el seminario, en clase, hacer de organizador, poner el agua, la videoconferencia, responder a las preguntas de internet, intentar sacarlo todo adelante... casi acaba conmigo. Demasiadas cosas al mismo tiempo. El martes incluso durante un momento me desorienté y no sabía hacía dónde tenía que ir, como si por un momento el tiempo se hubiera detenido y el cuerpo hubiese pedido un pausa. Confieso que me asusté. Al día siguiente tomé la decisión de comenzar a frenar, y también a pensar a que al mundo no le pasa nada si yo freno.
El lunes me sentí escritor de verdad en la entrevista pública que me hizo Antonio Candeloro en un congreso de literatura en Murcia. Había leído todos mis libros y tomaba en serio lo que yo había escrito. Sentir que lo que uno ha hecho en soledad y no siempre con demasiado convencimiento acaba llegando a algún lugar e interesando a alguna persona es una satisfacción que no se puede describir.
El lunes también regresó la felicidad por un momento. La felicidad del instante, el faro en medio de la tormenta, el presente puro. Hablamos, nos tocamos, nos amamos. Nubes blancas. Aún. Todavía.
La semana ha sido intensa. El noventa por ciento de mi tiempo lo he pasado con Mieke. En el seminario y también en el tiempo libre. He aprendido de nuevo con ella y hemos iniciado un nuevo proyecto para el futuro, una exposición de sus trabajos para el próximo año. Ha sido todo muy gratificante, pero el estrés de estar en el seminario, en clase, hacer de organizador, poner el agua, la videoconferencia, responder a las preguntas de internet, intentar sacarlo todo adelante... casi acaba conmigo. Demasiadas cosas al mismo tiempo. El martes incluso durante un momento me desorienté y no sabía hacía dónde tenía que ir, como si por un momento el tiempo se hubiera detenido y el cuerpo hubiese pedido un pausa. Confieso que me asusté. Al día siguiente tomé la decisión de comenzar a frenar, y también a pensar a que al mundo no le pasa nada si yo freno.
El lunes me sentí escritor de verdad en la entrevista pública que me hizo Antonio Candeloro en un congreso de literatura en Murcia. Había leído todos mis libros y tomaba en serio lo que yo había escrito. Sentir que lo que uno ha hecho en soledad y no siempre con demasiado convencimiento acaba llegando a algún lugar e interesando a alguna persona es una satisfacción que no se puede describir.
El lunes también regresó la felicidad por un momento. La felicidad del instante, el faro en medio de la tormenta, el presente puro. Hablamos, nos tocamos, nos amamos. Nubes blancas. Aún. Todavía.
Published on October 06, 2017 00:23
October 2, 2017
Ayer llegó Mieke Bal a Murcia para su seminario de esta s...
Ayer llegó Mieke Bal a Murcia para su seminario de esta semana en el CENDEAC. Encontrarme con ella es siempre un placer. Es la generosidad hecha persona. Y también el esfuerzo y la pasión por el trabajo. Ya jubilada, no cesa de leer un segundo, de idear proyectos, de moverse constantemente de un lado a otro. Es un modelo a seguir. Creo que si a alguien me gustaría parecerme es a ella.
Comienzo a leer Todo cuanto amé, la novela de Siri Hustvedt. Este verano leí El verano sin hombres y reconozco que no llegó a entusiasmarme. Pero esta novela sobre el arte me tiene cautivado. Hustvedt tiene una sensibilidad especial a la hora de describir las obras del artista que aparece en la novela, pero sobre todo a la hora de describir las emociones. Entre lo analítico y lo sensible. El punto preciso. Ese que, de nuevo, me gustaría poder mantener a mí cuando escribo.
Escribo un tuit y un estado de Facebook sobre lo que ocurre en Cataluña. "El gobierno ha perdido la guerra de las imágenes. Y eso, hoy, es como perderlo todo". Me llueven críticas e incluso recibo algún WhatsApp. Pero es lo que pienso. La actuación desproporcionada de la Policía y la Guardia Civil han convertido un referéndum de chiste en un evento épico. A partir de ese momento, todo está perdido.
Por la noche, en medio de todo esto, regresa la tristeza. La conciencia de estar tan cerca y, por primera vez, tan lejos de E. Cuando vuelvo a casa tras dejar a Mieke en el hotel, pienso que si he podido resistir esta noche, si he podido negar lo que realmente quería y deseaba por encima de cualquier otra cosa, es posible que al final pueda salir de esto. Partido, roto, deshecho, pero vivo.
Comienzo a leer Todo cuanto amé, la novela de Siri Hustvedt. Este verano leí El verano sin hombres y reconozco que no llegó a entusiasmarme. Pero esta novela sobre el arte me tiene cautivado. Hustvedt tiene una sensibilidad especial a la hora de describir las obras del artista que aparece en la novela, pero sobre todo a la hora de describir las emociones. Entre lo analítico y lo sensible. El punto preciso. Ese que, de nuevo, me gustaría poder mantener a mí cuando escribo.
Escribo un tuit y un estado de Facebook sobre lo que ocurre en Cataluña. "El gobierno ha perdido la guerra de las imágenes. Y eso, hoy, es como perderlo todo". Me llueven críticas e incluso recibo algún WhatsApp. Pero es lo que pienso. La actuación desproporcionada de la Policía y la Guardia Civil han convertido un referéndum de chiste en un evento épico. A partir de ese momento, todo está perdido.
Por la noche, en medio de todo esto, regresa la tristeza. La conciencia de estar tan cerca y, por primera vez, tan lejos de E. Cuando vuelvo a casa tras dejar a Mieke en el hotel, pienso que si he podido resistir esta noche, si he podido negar lo que realmente quería y deseaba por encima de cualquier otra cosa, es posible que al final pueda salir de esto. Partido, roto, deshecho, pero vivo.
Published on October 02, 2017 01:36
September 30, 2017
Una semana. Eso es lo único que hoy me sale escribir.Una ...
Una semana. Eso es lo único que hoy me sale escribir.
Una semana.
Una semana.
Published on September 30, 2017 13:41
September 29, 2017
Otro día extraño, en voz baja, apagado, mate, sin contorn...
Otro día extraño, en voz baja, apagado, mate, sin contornos. Escribo ahora con los ojos medio cerrados por el efecto del Yurelax. La fisioterapeuta me he dejado como si me hubiera atropellado un camión. Al menos puedo andar. He llegado a la consulta casi sin poder hacerlo. Toda la tensión en la espada. Y también en las caderas. Toda la tensión acumulada. Todo el estrés y todo lo que no puede ser dicho.
Hoy es San Miguel. Siempre me acuerdo de mi madre en San Miguel. Para ella era más importante que mi cumpleaños. No eres cuándo naces, decía, eres cómo te llamas. El nombre te hace persona. Eso decía mi madre. Isabel.
Isabel, como mi sobrina. Esta tarde he ido a ver su hija, mi sobrina nieta. No he dicho nada, pero todo el tiempo he tenido a mi madre en la cabeza. Era la nieta que más quería. La única chica entre tanto varón. Y, ahora, esa nieta querida le ha dado una bisnieta. Imagino cómo la habría mirado y me estremezco.
El hermano de mi madre, el único que queda de la familia, ha llamado mientras estábamos allí. Hacía un año que no hablaba con él. Lo he sentido todo como una especie de azar extraño. Extrañeza dentro de la extrañeza del día, de la semana, de todo esto.
He comprado la última novela de Paul Auster. Me la he autorregalado. Ha sido lo único que me he permitido en el día.
Teníamos planes para hoy. Para ayer. Para algún momento.
Ahora se me cierran los ojos. La espalda parece que deja de dolerme. Escribo por inercia. Escribo porque es lo único que puedo hacer.
Hoy es San Miguel. Siempre me acuerdo de mi madre en San Miguel. Para ella era más importante que mi cumpleaños. No eres cuándo naces, decía, eres cómo te llamas. El nombre te hace persona. Eso decía mi madre. Isabel.
Isabel, como mi sobrina. Esta tarde he ido a ver su hija, mi sobrina nieta. No he dicho nada, pero todo el tiempo he tenido a mi madre en la cabeza. Era la nieta que más quería. La única chica entre tanto varón. Y, ahora, esa nieta querida le ha dado una bisnieta. Imagino cómo la habría mirado y me estremezco.
El hermano de mi madre, el único que queda de la familia, ha llamado mientras estábamos allí. Hacía un año que no hablaba con él. Lo he sentido todo como una especie de azar extraño. Extrañeza dentro de la extrañeza del día, de la semana, de todo esto.
He comprado la última novela de Paul Auster. Me la he autorregalado. Ha sido lo único que me he permitido en el día.
Teníamos planes para hoy. Para ayer. Para algún momento.
Ahora se me cierran los ojos. La espalda parece que deja de dolerme. Escribo por inercia. Escribo porque es lo único que puedo hacer.
Published on September 29, 2017 11:27
September 27, 2017
Hoy no tengo demasiadas fuerzas para escribir. Todo el dí...
Hoy no tengo demasiadas fuerzas para escribir. Todo el día en casa, enviando mails, preparando las lecturas para el Master online de Estudios Visuales, que comienza la semana que viene, e intentando lidiar con las herramientas informáticas del aula virtual. No sirvo para esto. El papeleo me supera. Aunque me sigue manteniendo entretenido, sin pensar, como intento estar estos días. Lo que no sé es cuánto aguantaré de autómata.
Llamadas de teléfono constantes, textos por entregar, compromisos ineludibles..., y otro día más con la sensación de vivir en la vida de los otros, de vivir lejos de uno mismo, alejado de lo que uno quiere hacer y sujeto a lo que quieren hacer los demás.
He limpiado la mesa de mi despacho. He colocado papeles en su sitio y he sacado varias bolsas de basura. Siento una especie de catarsis extraña que me va engullendo poco a poco.
Todo lo que estaba en su sitio –o yo creía que estaba en su sitio– se ha tambaleado. Y empiezo a sentir de nuevo la necesidad de escapar. Esta noche he sorprendido mirando la página del Clark Institute. Me he recordado al personaje de El instante de peligro, aunque aquí he sido yo el que ha entrado en el programa de estancias y ha apuntado el deadline para volver a solicitar una beca. Pienso en Williamstown y creo que es el lugar en el que mejor he podido trabajar en silencio en mi vida. Sólo leer y escribir, y pasear en el bosque. Pienso en 2010 como un tiempo que quisiera recuperar. Recuperar la tranquilidad que entonces retomé. Antes, la locura de la gestión cultural; después, la locura del no saber decir que no. Y de tantas y tantas cosas.
Silencio. Eso es lo que tuve allí. Lo que necesito ahora.
Miro el archivo de este blog y veo que las entradas de mi vida en Williamstown pertenecen a la etiqueta "American Silence". Es curioso que estas nuevas notas pretendan ser un "Diario en voz baja".
Y, claro, luego está todo lo demás. Lo que no sé cómo asumir. Lo que no encuentro el modo afrontar. Lo que escapa a las palabras. Lo que en días como hoy ni siquiera puedo convertir en lenguaje. Es ahí donde se desvanece el mundo.
Llamadas de teléfono constantes, textos por entregar, compromisos ineludibles..., y otro día más con la sensación de vivir en la vida de los otros, de vivir lejos de uno mismo, alejado de lo que uno quiere hacer y sujeto a lo que quieren hacer los demás.
He limpiado la mesa de mi despacho. He colocado papeles en su sitio y he sacado varias bolsas de basura. Siento una especie de catarsis extraña que me va engullendo poco a poco.
Todo lo que estaba en su sitio –o yo creía que estaba en su sitio– se ha tambaleado. Y empiezo a sentir de nuevo la necesidad de escapar. Esta noche he sorprendido mirando la página del Clark Institute. Me he recordado al personaje de El instante de peligro, aunque aquí he sido yo el que ha entrado en el programa de estancias y ha apuntado el deadline para volver a solicitar una beca. Pienso en Williamstown y creo que es el lugar en el que mejor he podido trabajar en silencio en mi vida. Sólo leer y escribir, y pasear en el bosque. Pienso en 2010 como un tiempo que quisiera recuperar. Recuperar la tranquilidad que entonces retomé. Antes, la locura de la gestión cultural; después, la locura del no saber decir que no. Y de tantas y tantas cosas.
Silencio. Eso es lo que tuve allí. Lo que necesito ahora.
Miro el archivo de este blog y veo que las entradas de mi vida en Williamstown pertenecen a la etiqueta "American Silence". Es curioso que estas nuevas notas pretendan ser un "Diario en voz baja".
Y, claro, luego está todo lo demás. Lo que no sé cómo asumir. Lo que no encuentro el modo afrontar. Lo que escapa a las palabras. Lo que en días como hoy ni siquiera puedo convertir en lenguaje. Es ahí donde se desvanece el mundo.
Published on September 27, 2017 14:35
September 25, 2017
Todo el día en una comisión de contratación de la univers...
Todo el día en una comisión de contratación de la universidad, haciendo números y porcentajes. Tiempo tirado a la basura. También mañana. Y así casi toda la semana. Textos por entregar y libros por leer. Y, mientras tanto, multiplicando por dos, valorando expedientes académicos y sumando puntos por semanas trabajadas para una bolsa de empleo.
Y, sin embargo, en esos momentos de improductividad absoluta, de tiempo podrido, no pienso en nada. La tristeza desaparece, o se instala en un lugar en el que pesa menos.
Hacer cosas, moverse hacia delante, intentar no pensar, no mirar, no abrir los ojos. Y no poder hacerlo del todo.
Hablo con E. por teléfono. Necesito escuchar su voz y no puedo aguantar el silencio y la incertidumbre. Nunca he estado tan perdido. Al colgar, regresa el vértigo. Pero el teléfono sigue siendo una agarradera. Una linterna en la oscuridad.
Después vuelvo a la rutina. Enviar correos, preparar bibliografías, intentar ordenar lo que puede ser ordenado, como si así pudiera poner orden en aquello que es imposible domesticar.
Escucho The National en bucle.
Y, sin embargo, en esos momentos de improductividad absoluta, de tiempo podrido, no pienso en nada. La tristeza desaparece, o se instala en un lugar en el que pesa menos.
Hacer cosas, moverse hacia delante, intentar no pensar, no mirar, no abrir los ojos. Y no poder hacerlo del todo.
Hablo con E. por teléfono. Necesito escuchar su voz y no puedo aguantar el silencio y la incertidumbre. Nunca he estado tan perdido. Al colgar, regresa el vértigo. Pero el teléfono sigue siendo una agarradera. Una linterna en la oscuridad.
Después vuelvo a la rutina. Enviar correos, preparar bibliografías, intentar ordenar lo que puede ser ordenado, como si así pudiera poner orden en aquello que es imposible domesticar.
Escucho The National en bucle.
Published on September 25, 2017 14:11
September 24, 2017
Tristeza. No hay otra palabra mejor para describir lo que...
Tristeza. No hay otra palabra mejor para describir lo que uno siente cuando algo que era bello se rompe en mil pedazos. Luego vendrá la nostalgia, la melancolía y, quizá con el tiempo, la memoria de la felicidad. Y algo de esa belleza perdida se restaurará durante el instante fugaz de un recuerdo. Una belleza pasajera, como un destello de luz, que traerá de nuevo todo aquello que hoy ha comenzado a irse. Y lo traerá para volver a llevárselo. Para decir: "fue, nunca más será". Y esa felicidad paradójica del futuro también nos romperá. Comienzo a evocarla y puedo intuir ya la nuca erizada al recordar ese pasado que no regresará, el rostro mojado por las lágrimas aún no derramadas. Y, sin embargo, nada de eso me hace escapar de la tristeza del presente. La tristeza y el dolor por algo que era bello y hermoso y que se ha roto para siempre.
Published on September 24, 2017 03:05
September 21, 2017
Portbou
Escribo en la cama de un hotel de Portbou, después de intervenir en la Escuela de Verano Walter Benjamin. No ha sido la mejor conferencia de mi vida, pero he salido airoso; al menos eso creo. Quizá demasiado larga, pero no encontraba el modo de acabarla. Y no tengo demasiado claro que al final haya llegado a calar en el público. No sé, percepción mía. De todos modos, el sueño está cumplido. Hablar para benjaminianos. Parecer uno de ellos. Hacerlo aquí, en Portbou, visitar el memorial, experimentar la última frontera. Toda una experiencia. También poder conocer a la nieta de Benjamin. Y a la bisnieta. Poder tomar una cerveza los tres tranquilos frente al mar. Escuchar de su boca las historias sobre su padre, saber lo que él contaba de su abuelo. Y presenciar un momento mágico y divertido:
Una señora que paseaba un perro se ha acercado a nosotros. La niña, la bisnieta de Benjamin, ha comenzado a acariciarlo y le ha preguntado que cómo se llamaba.
–Benjamin –ha respondido la señora.
–¿No me diga? Como yo –ha dicho la niña.
–Ah, sí –ha dicho la señora–. ¿Te llamas Benjamin?
–Es mi apellido.
–Anda. Es que el perro se llama así como el filósofo, Walter Benjamin, ¿saben quien es?
–Mi bisabuelo.
–¿Cómo?
–Sí, mi bisabuelo.
–Anda, no digas tonterías. Benjamin fue un señor muy importante. Le hemos puesto así al perro porque mi yerno es profesor de filosofía.
–Pues yo soy bisnieta de Benjamin.
Yo entonces he intervenido para decirle a la señora que sí, que era verdad y que su madre, la mujer qu estaba junto a mí en la mesa, era nieta de Benjamin.
–¿Ah sí? ¿Y tú también eres nieto de Benjamin? –me ha preguntado.
–Qué más quisiera, señora, yo soy de Murcia.
Después la niña se ha hecho la foto con el perro. Los dos Benjamin.
Yo he dudado también si pedirle una foto a la niña y a su madre. He preferido al final disfrutar de la conversación y, después, de la cena. Y guardar para siempre el momento en la memoria. Hay instantes que las imágenes no pueden traducir.
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Una señora que paseaba un perro se ha acercado a nosotros. La niña, la bisnieta de Benjamin, ha comenzado a acariciarlo y le ha preguntado que cómo se llamaba.
–Benjamin –ha respondido la señora.
–¿No me diga? Como yo –ha dicho la niña.
–Ah, sí –ha dicho la señora–. ¿Te llamas Benjamin?
–Es mi apellido.
–Anda. Es que el perro se llama así como el filósofo, Walter Benjamin, ¿saben quien es?
–Mi bisabuelo.
–¿Cómo?
–Sí, mi bisabuelo.
–Anda, no digas tonterías. Benjamin fue un señor muy importante. Le hemos puesto así al perro porque mi yerno es profesor de filosofía.
–Pues yo soy bisnieta de Benjamin.
Yo entonces he intervenido para decirle a la señora que sí, que era verdad y que su madre, la mujer qu estaba junto a mí en la mesa, era nieta de Benjamin.
–¿Ah sí? ¿Y tú también eres nieto de Benjamin? –me ha preguntado.
–Qué más quisiera, señora, yo soy de Murcia.
Después la niña se ha hecho la foto con el perro. Los dos Benjamin.
Yo he dudado también si pedirle una foto a la niña y a su madre. He preferido al final disfrutar de la conversación y, después, de la cena. Y guardar para siempre el momento en la memoria. Hay instantes que las imágenes no pueden traducir.
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Published on September 21, 2017 15:40
September 18, 2017
Creo que voy a comenzar a escribir como si esto fuera una...
Creo que voy a comenzar a escribir como si esto fuera una especie de diario. Otra vez más. Pero ahora en primera persona y en voz baja (que, en la era de las redes sociales, significa no linkearlo a Facebook ni a Twitter, sino dejarlo aquí, sin anunciar, sin decirlo a nadie, volviendo a confiar en la baja intensidad del texto que no quiere gritar).
Hoy me han robado las zapatillas en el gimnasio. Las he dejado fuera de la taquilla y, al volver, no estaban. "Es que hay que meterlo todo en las taquillas", me han dicho en la recepción. Y han seguido atendiendo al personal como si nada. Qué chorizos, he dicho. Y me he dado la vuelta. Ay, mis Diadora..., que me habían costado un ojo de la cara.
El cabreo se ha paliado algo con el shushi y con la conversación, aunque la extrañeza incómoda ha continuado incluso en el sexo. Hoy no era el día; no lo era.
Y, sin embargo, al despertarme de la siesta, una llamada de mi agente. La novela funciona y les ha gustado. Después de todo el trabajo y todos los desvelos, he podido hoy por fin respirar. Incluso he sentido la necesidad de comunicarlo, de escribirlo aquí y ahora. En voz baja, pero rebosante de alegría.
Dejo la alegría en suspenso y me preparo ahora para la noche. El jueves hablo en Portbou y aún no he terminado –¿acaso he empezado?– la conferencia. Me recluyo con Benjamin y los juguetes, con el niño como artista, con el artista como juguetero. A ver qué saldrá de eso.
Hoy me han robado las zapatillas en el gimnasio. Las he dejado fuera de la taquilla y, al volver, no estaban. "Es que hay que meterlo todo en las taquillas", me han dicho en la recepción. Y han seguido atendiendo al personal como si nada. Qué chorizos, he dicho. Y me he dado la vuelta. Ay, mis Diadora..., que me habían costado un ojo de la cara.
El cabreo se ha paliado algo con el shushi y con la conversación, aunque la extrañeza incómoda ha continuado incluso en el sexo. Hoy no era el día; no lo era.
Y, sin embargo, al despertarme de la siesta, una llamada de mi agente. La novela funciona y les ha gustado. Después de todo el trabajo y todos los desvelos, he podido hoy por fin respirar. Incluso he sentido la necesidad de comunicarlo, de escribirlo aquí y ahora. En voz baja, pero rebosante de alegría.
Dejo la alegría en suspenso y me preparo ahora para la noche. El jueves hablo en Portbou y aún no he terminado –¿acaso he empezado?– la conferencia. Me recluyo con Benjamin y los juguetes, con el niño como artista, con el artista como juguetero. A ver qué saldrá de eso.
Published on September 18, 2017 14:19
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