Miguel Ángel Hernández's Blog, page 7

September 10, 2018

Del arte a la literatura: más allá de la caja blanca [Intervención Pechakucha]


[El pasado jueves 6 de septiembre, en la terraza de los Molinos del Río, participé en el Pechakucha Night de Murcia. En 6'40" hablé de mis libros amparado por 20 imágenes, cada una de las cuales duraba 20 segundos. Fue apenas un suspiro. Y, sin embargo, no resultó nada fácil prepararlo. Aunque allí improvisé, el día antes tuve que redactar un pequeño guion para no irme por las ramas. No sé si en algún momento subirán la intervención en vídeo a las redes. Mientras tanto, o en cualquier caso, aquí os dejo el guion con las veinte cosas que dije. No es mucho, pero intenta condensar algunas cosas que pienso sobre por qué, siendo un historiador del arte, decidí comenzar a escribir narrativa y dejar poco a poco de lado la crítica de arte. Espero que os interese.]


1. Hoy he venido aquí a hablar de mis libros. Y quiero hacerlo buscando lo que hay debajo de ellos, lo que los conecta, lo que en el fondo me ha llevado a intentar escapar del mundo del arte y encontrar amparo en la literatura, en la potencia de la narrativa y la ficción.

2. Yo soy –sigo siendo, aunque cada vez menos– historiador del arte. Escribo textos teóricos, críticas de arte y comisarío exposiciones. Investigo sobre la historia, la memoria, el tiempo, la migración, el cuerpo, la tecnología y los modos de percibir las imágenes. También hablo de esto en mis clases de la universidad.

3. Me interesa el arte y los problemas que plantea. Sin embargo, tras más de una década escribiendo sobre estas cuestiones, hace unos años me di cuenta de que mis textos teóricos sólo eran leídos por un pequeño círculo de iniciados y, como la mayoría de lo que escriben los críticos, casi nunca salían de las cuatro paredes del mundo del arte.

4. Entre otras cosas, esto ocurre porque los textos críticos emplean un lenguaje inaccesible, pero sobre todo porque parten de un punto de vista autoritario, situándose en la posición de quien sabe, del experto. Y no en la del espectador, el sujeto corriente, para quien en realidad está creada la obra de arte.

5. Mi intuición es que esta aproximación crítica anula la potencia de la obra de arte. Para interpretarla, la sitúa en la mesa de autopsias, despiezándola como si fuese un cadáver y desconectándola de la vida. Quizá por este desacuerdo frente a esos textos profesionales, poco a poco fui interesándome por el modo en que los escritores trata en el arte en las novelas, como una parte esencial de la vida.

6. Como en realidad debería ser. Porque el arte nos ayuda a pensar el mundo en que vivimos, a entenderlo, a mirarlo de otro modo, a preguntarnos si las cosas que son así no podrían ser de otro modo. Y es una pena que esas ideas no salgan del museo, de la galería, de la caja blanca de la institución arte. 

7. Con esas todo esto en la mente, escribí la novela Intento de escapada, que publiqué en 2013. Comencé con una serie de preguntas que no había sabido plantear como crítico de arte: ¿cuáles son los límites éticos del arte? ¿vale todo en el arte para denunciar la injusticia? Me interesaba llevar esas cuestiones más allá del mundo del arte. Y por eso me situé en el punto de vista de un estudiante que se inicia en el arte y también en la vida.

8. Inventé un artista, Jacobo Montes, inspirado ligeramente en las producciones de un artista real, Santiago Sierra. Y planteé esas preguntas no como abstracciones, sino dentro de una trama, a través de la experiencia de los personajes, sacando la reflexión sobre el arte del museo y llevándola al mundo de vida. Era en ese mundo cotidiano donde lo interrogación sobre lo que es o no justo, sobre la dignidad y también sobre la responsabilidad tenía sentido.

9. Después de esa novela ya no pude regresar al ensayo tal y como lo había practicado. En realidad, en Intento de escapada había puesto en juego el resultado de mis ensayos anteriores sobre estética migratoria. Y me di cuenta de que había llegado mucho más lejos que con todo lo que había escrito y publicado en el contexto del arte.

10. Quizá por eso –y también, lo confieso, porque disfrutaba mucho más– lo siguiente que escribí fue otra novela, El instante de peligro, en este caso como respuesta a mi ensayo sobre Walter Benjamin y los modos en que las imágenes del pasado reverberan en el presente.

11. Ahí, a diferencia de Intento de escapada, las obras sobre las que escribía eran reales, aunque no la artista. El proyecto Fuisteis yo de Anna Morelli en realidad pertenecía a Tatiana Abellán, cuyas fotografías borradas reflexionan sobre el peso de la memoria, la huella, la ausencia, y el modo en que nos construimos a través de las imágenes de los demás.

12. Mi intención fue llevar esa reflexión artística, y también las tesis de Walter Benjamin sobre la historia a la experiencia vital y amorosa de los protagonistas de la novela, especialmente el convencimiento de que el pasado y el presente se dan la mano y que la verdad aparece cuando menos lo esperamos, y debemos estar atentos, para no que no se nos escape. Atentos como en el instante de peligro.

13. En esas dos novelas había un alto componente autobiográfico. Aunque tenían nombres y experiencias diferentes, los personajes protagonistas se parecían bbastante a mí. El yo había ido ganando progresivamente espacio en todo lo que escribía. En parte, por la importancia de mis diarios. 

14. Lo real reclamaba su presencia. Más allá del arte. Y fue en ese momento cuando me decidí a dar el salto y escribir El dolor de los demás. Una novela sin ficción que daba forma a una historia que había estado agazapada en mi mente durante más de veinte años.

15. Una novela que pretende en un comienzo ser la reconstrucción de un crimen, el que cometió mi mejor amigo, que una nochebuena mató a su hermana y se tiró por un barranco. Pero que poco a poco se transforma en una exploración de otro crimen: el que yo mismo cometí con mi pasado, olvidando mis orígenes en la huerta y escapando hacia un mundo en el que creía encajar mejor.

16. Una novela que aparentemente se aleja ya del todo del arte y se queda en el ámbito de la vida. Aunque sólo aparentemente. Porque toda ella está llena de reflexiones que provienen de la experiencia como teórico e historiador del arte: la memoria, el papel de las imágenes de la violencia… cuestiones que son las mismas que examinan algunos artistas en sus obras.

17. Una novela llena de imágenes, de fotografías, pero también de imágenes descritas. Con una parte, el pasado, contada como una especie de película a cámara lenta, y otra, la del presente, plagada de recuerdos que se aparecen como imágenes, como cuadros, como obras de arte. Y también, por supuesto, de imágenes que llegan por azar para cuestionar el lugar desde el cual contamos las historias.

18. Y especialmente una obra llena de preguntas sin solución. ¿Podemos amar a quien ha cometido el más terrible de los crímenes? ¿Qué legitimidad tenemos sobre las vidas de los otros? ¿Es lícito contar aunque duela? Estas preguntas éticas no se resuelven en la novela. Como tampoco se resuelven las preguntas planteadas en Intento de escapada o El instante de peligro.

19. Porque en realidad la literatura no existe para encontrar respuestas, sino para ayudarnos a formular preguntas. Preguntas que nos incomodan, que nos inquietan, que resquebrajan nuestras certidumbres. Igual que hace el arte de verdad cuando revienta sus fronteras y se adentra en lo real.

20. Y eso es lo que intento hacer con mis novelas. Llevar esa reflexión potente que surge en el arte hacia el ámbito de la vida. Ponerla en funcionamiento a través de la experiencia propia. Y mostrar, en carne viva, que el arte nos sirve para habitar el mundo. Que duele y que salva. Igual que las palabras: las que se escriben en un cuaderno y las que se dicen al oído. Aunque tarden más de media vida en llegar.




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Published on September 10, 2018 01:21

September 4, 2018

Los títulos de los demás

Titular es una de las cosas más difíciles que existen. Hay escritores a los que se le da muy bien. Y muchos otros que tienen serios problemas en encontrar un buen título. A mí se dan bien los títulos de artículos académicos, pero me cuesta encontrar los de las novelas. Intento de escapada se llamaba Iconostasis hasta que Herralde me dijo que así no la publicaba. Para El instante de peligro también barajé otros muchos títulos. Pero confieso que ninguna novela ha pasado por más títulos que El dolor de los demás. Los cuatro primeros borradores tienen cuatro títulos diferentes: Cabezo, El mar de niebla, Todos los llantos del pasado y El fin del mundo. Por distintas razones, ninguno de ellos cuajó. Hasta que un día Vicente Luis Mora me sugirió que titulase el libro como había titulado el capítulo central: "El dolor de los demás". Inmediatamente lo vi. Y le di las gracias. Porque ese título condensaba todo lo que quería decir. A partir de ese momento, la novela adquirió más realidad, como si hubiera encontrado por fin el título que había estado esperando, la fórmula justa y precisa. Hoy no puedo pensar en otro título para la novela. 
Esta mañana, ordenando la mesa para comenzar el curso, me he encontrado con el folio en el que guardaba muchos de los títulos posibles. Los que encabezaron varios borradores y los que fueron sólo el fruto de una tormenta de ideas. Me ha resultado curioso verlos ahí. Y no he podido evitar preguntarme si la novela habría cambiado de haberse titulado:
CabezoEl mar de nieblaTodos los llantos del pasadoEl fin del mundoFuera de campo
Desgarro
Lo más oscuro Interior
Campo a través
Reconstrucción
La noche oscura
La fuerza diagonal
Memoria gris
Noche y niebla
Doble negativo
El amigo del asesino
Tiempo a través
Contraluz
La noche de la memoria
Pedir perdón
Cerrar la historia
Porque no saben lo que hacen
Los que no saben Nada
Las vidas de los que amamos
Un buen cristiano
Veinte años
La lengua de los muertos
La lengua de los espíritus
El idioma de los muertos
Las preguntas de los muertos
Zonas de sombra
Resurrección
El caminante frente al mar de niebla


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Published on September 04, 2018 02:38

August 31, 2018

La librería del pueblo

Ayer quedé a tomar una horchata con Emiliano. No nos habíamos visto prácticamente desde que acabé el instituto. Él tenía entonces un bazar en Beniaján y yo me gastaba ahí todo lo que me daban mis padres. Primero, en la consola Nintendo (bueno, "Nasa", la versión cutre) y, después, en todos los juegos que traía y que él me dejaba pagar poco a poco. Yo compraba mucha de mi ropa en la tienda de su madre. Y allí también adquiría algunas cintas que Emiliano grababa con la música de entonces (el Spotify de la época). Recuerdo haber comprado los Tubular Bells de Mike Oldfield y una recopilación de Pink Floyd (lo único que, más allá del siglo XIX, era música para mí en aquel tiempo).

Emiliano había leído la novela y decidimos vernos para charlar un rato y ponernos al día. Al principio quedamos en el Yeguas, pero en agosto estaba cerrado y cambiamos el plan por una horchata en la plaza de Alquerías. Yo no había vuelto al pueblo desde hacía más de diez años; quizá alguna vez lo había cruzado con el coche. Así que el plan me apeteció.

Llegué antes de la cuenta y decidí dar un pequeño paseo. Como suele ocurrir cuando uno regresa a lugares por los que ha transitado en el pasado, las cosas siguen ahí pero de un modo diferente. Parecen fantasmas. No puedes observarlas desde el presente, sino que una especie de velo de recuerdos se interpone entre lo que está ahí y lo que tú ves. Fue así como percibí la Pass-Port, el Supermercado, la carnicería, la Farmacia (que ahora es una peluquería), el Video Club (que ahora es algo que no supe identificar), los bares, el kiosko... y sobre todo la librería. De camino hacia la horchatería (lo que antes era el supermercado de Paquitín, adonde mi madre me enviaba muchas veces a comprar), me detuve un momento.

Recuerdo todos los viajes a Alquerías –en bicicleta y después en una Vespino roja que había heredado de mi hermano– cada vez que tenía que hacer la compra familiar. Nada me gustaba más que entretenerme en la librería. Una librería de pueblo, más papelería que otra cosa, pero con unos cuantos libros en una esquina que yo examinaba una y otra vez y ya me conocía de memoria. Allí compré mi primera novela. Fantasmas, de Dean R. Koontz (todo lo que había leído hasta entonces lo había sacado prestado de la biblioteca del colegio). Y allí seguí yendo hasta que comencé la universidad y las librerías de la ciudad ganaron la partida. Creo que sólo volví en alguna ocasión para comprar bolígrafos, libretas y hacer fotocopias del DNI.

Ayer volví a pasar por la puerta. Desde lejos ya vi que estaba cerrada. Aun así me acerqué al escaparate. Y no pude reprimir la emoción cuando vi allí mi novela, en el centro, rodeada de otros libros, cuadernos, carpetas y mochilas. Por alguna razón, nunca había pensado que la novela pudiera llegar a la librería del pueblo. Me hacía ilusión verla en las librerías de Murcia, pero no se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que acabara en el escaparate de la librería de la plaza. En el lugar en el que había comprado mi primer libro. Cuando vi allí El dolor de los demás el tiempo se abrió de repente. Y sentí que el pasado y el presente se tocaban. Embobado frente al escaparate, volví a ser el niño que compraba libros allí. Media vida después.


Me quedé con ganas de entrar y darle las gracias al librero por poner mi libro allí, por hacerme sitio en aquella pequeña estantería. Más tarde, mientas tomaba una horchata con Emiliano, una señora del pueblo que pasaba por allí se acercó y me preguntó si yo era el escritor de "esa novela". Le contesté que sí y me dijo que tenía mi libro en su mesita, y que le había gustado mucho, que salían personajes y lugares que conocía y que así da gusto leer algo, sabiendo que tu pueblo también es literatura. Le di las gracias por leer y ella a mí por escribir.

Regresé a casa feliz, atravesando la huerta a cámara lenta, con la sensación de que la literatura toca la vida y la convicción de que escribir a veces tiene sentido.

La novela, el libro, ha terminado. Pero la historia continúa. Y, en cierto modo, mi vida se ha convertido en un epílogo.


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Published on August 31, 2018 01:06

August 29, 2018

Lecturas de verano I: ciencia ficción

Me fascinan las películas y las series de ciencia ficción. Me meto en el cuerpo cualquier cosa en la que salgan extraterrestres, fines del mundo, viajes en el tiempo, universos paralelos, máquinas voladoras, invasiones alienígenas… y cualquier fenómeno paranormal. Es un vicio inconfesable. Si lleva marcianos, la veo seguro. Y si viajan en el tiempo, ya soy fan. Una serie o película con invasión extraterrestre, fantasmas y viajes en el tiempo ya sería lo más. Netflix lo sabe, y me recomienda toda la basura que produce y alberga, que yo consumo con avidez y emoción. La última, Extinción, que ya no se podía ni ver de lo mala que era, pero que disfruté como un crío. Sobre todo porque comenzaba con un sueño recurrente que suelo tener al menos una vez a la semana desde hace muchísimos años: nos invaden los extraterrestres (las naves aparecen siempre en el horizonte sobre los limoneros de la huerta) y tengo que huir para sobrevivir. Casi siempre pierden los humanos. Muy pocas veces formamos una resistencia capaz de combatirlos. Supongo que “V” se metió tan fuerte en mi mente que mi inconsciente no ha sido capaz de superarlo.

Escribo todo esto para decir que me pirra la ciencia ficción, pero que, a pesar de eso, paradójicamente, no soy un lector de ciencia ficción. Apenas he leído a los clásicos del género (Asimov, Dick, Clarke, Lem, Le Guin…) y tampoco soy un asiduo de lo que se publica ahora (aunque me gusten mucho algunas novelas de China Miéville y de vez en cuando me apetezca leer algún que otro thriller distópico). Por alguna razón que no consigo entender, lo que me trago en la pantalla, me cuesta mucho hacerlo en papel.

Este verano, sin embargo, me he sumergido en la narrativa de ciencia ficción. Tengo una historia pensada desde hace tiempo –que ahora ya sé que no será la próxima que escriba– y he querido documentarme para ver cómo lo hacían los demás. Casi sin criterio, me he metido en el cuerpo una serie de novelas que prácticamente –con alguna excepción para respirar; daré cuenta de ellas en el siguiente post– han ocupado mi verano lector.


Ha habido de todo. Desde cosas que he tenido que leer en diagonal de lo malas que eran (Materia oscura, de Blake Crouch; no le cabía un tópico más), hasta verdaderos tratados filosóficos que me han hecho pensar muy profundamente en la ciencia ficción como arma política (El final de la infancia, de Arthur C. Clarke; los clásicos, supongo, que lo son por algo). Con algunos me he entretenido mucho (El mundo ausente, de Tom Sweterlich; estaba viendo ya la película que no tardará en filmarse), con otros la cabeza se me ha vuelto loca (El problema de los tres cuerpos, de Cixin Lui; interesante, pero no voy a continuar con la trilogía; muy loco). Luego me he encontrado muchos que prometían mucho, pero luego ni fu ni fa (Amatka, de Karin Tidbeck, que funciona como propuesta, pero no acaba de arrancar; o Normal, de Warren Ellis, una locura supuestamente divertida en la que no he conseguido entrar). Y otros que me han gustado algo más, pero no me han llegado a fascinar del todo (La investigación, de Stalislav Lem; curiosa, obra de un maestro, que me ha despertado la curiosidad por Lem; leeré Solaris, seguro). Por último, un descubrimiento, Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica, que, a pesar de acabar algo abruptamente, sí que recomiendo mucho, aunque se me haya revuelto el estómago en más de una ocasión y esté en la frontera de lo gore: el matadero de humanos y los argentinos comiendo asado de niños tiernos me han producido arcadas.

Imagino que, ya que he abierto el grifo, seguiré leyendo ciencia ficción. Aunque se acerca la rentrée y ya comienzo a hiperventilar con todas las novedades del otoño. Si a eso se suma el comienzo de curso y los textos que hay que escribir, supongo que bajaré el ritmo. De todos modos, ahora, al entrar a una librería, mis ojos ya se van por inercia a la estantería de ciencia ficción. Hemos dado un paso. Habrá que ver cuánto tiempo se mantiene.
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Published on August 29, 2018 01:15

August 20, 2018

Compartir lecturas

Llevo más de un año sin escribir de los libros de los demás. Lo solvento todo con una fotografía en Instagram o con un comentario mínimo en Twitter y en Facebook. “Estoy leyendo esto”. “Me gusta”, “No me gusta”. A veces me quedo con ganas de decir algo más acerca de lo que leo. Este blog nunca ha sido un blog de reseñas –más allá de las que subía después de publicarlas en otro lugar–, pero sí de recomendaciones o comentarios; o, mejor, de impresiones lectoras. Así eran más o menos las impresiones sobre libros, películas y series en mis diarios. Y así serán a partir de ahora las que publique aquí. Porque como dije en un post anterior, voy a recuperar este espacio. Me resisto a que muera, arrinconado por el microblogging de Facebook y Twitter.

Creo que hay algo del blog que sigue siendo defendible: una limpieza de escritura y lectura. Continúa siendo un cuaderno digital, una bitácora, un espacio personal más individualizado que la estandarización de las redes sociales. Y por alguna razón tamibén creo que pervive aquí una pequeña libertad que ya no está en otros lugares. No existe en los blogs la dictadura del megusta. Al menos no tanto como en las otras redes. Ya casi nadie comenta, ya casi nadie lee. Un texto largo, de hecho, es disuasorio. Nuestros ojos se han acostumbrado al lema y al titular. También a tenerlo todo en el mismo lugar; en el timeline de Twitter o en el muro de Facebook o Instagram. De algún modo, el blog regresa al principio, al territorio de nadie de los primeros momentos de la red 2.0., a cuando no sabíamos qué dirección iba a tomar esto, cuando, en el fondo, habitábamos realmente un no(ha)lugar, un espacio diferente, que no cabía en otro territorio, una heterotopía, en el sentido que lo entendió Foucault.

Ahora regreso a este espacio. Lo voy haciendo poco a poco. Y, conforme lo hago, siento que esa libertad de fondo, esa falta de directrices de qué hacer, qué escribir, qué postear, sigue latente, esperando a ser rescatada. ¿Cómo hacerlo? Quizá valga comenzar con estos párrafos sueltos, sin más pretensión que ser escritura, respiración de la conciencia, muestra de que esto continúa vivo.

En estos meses de recepción de El dolor de los demás, he disfrutado con las reflexiones que muchos lectores han dejado en sus blogs. Mientras las leía, no podía evitar sentir un poquito de envidia sana. Y sobre todo, admiración. Admiración por la generosidad de quien lee y comparte sus impresiones. Sin ningún tipo de obligación. Tan sólo por el placer de escribir y compartir lo leído. Visitando blogs de lectores, he sentido nostalgia de otros tiempos en que este no(ha)lugar también era un espacio lleno de libros.

Así que en los próximos días volveré a subir aquí impresiones de lecturas, reseñas mínimas de lo que voy leyendo. Un cuaderno de lecturas, sin más pretensión que la de dejar constancia de lo leído. Para compartir pero también para recordar. Y es que, al final, lo que no se escribe no se recuerda. Las palabras siempre ganan. A pesar de todo.

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Published on August 20, 2018 10:37

August 19, 2018

Por la mañana fui a nadar

Cuatro días en el balneario. Escapada corta. Hace dos años estaba inmerso en El dolor de los demás. Me vine a desconectar y no pude hacerlo del todo. La historia me perseguía. El año pasado la historia también viajó conmigo. Aunque había terminado la primera versión de la novela, aquí reescribí algunos capítulos. Este año, por fin, he venido a descansar. Y aunque, por supuesto, algo nuevo comienza a aflorar y a abrirse paso en mi mente, he conseguido frenarlo. Dejarlo para después, para más adelante. Porque este año es tiempo para desconectar. Y sobre todo para nadar en el lago. Eso por encima de cualquier cosa. Y es que este año, aparte del año de la novela –y de mucho más, por supuesto–, lo recordaré especialmente como el año en que aprendí a nadar. Fue una de las propuestas que me hice en Nochevieja, mientras comía las uvas: de este año no pasa. Y no ha pasado.

No sabía nadar. No aprendí de pequeño. Mis padres no me llevaron ni a la playa ni a la piscina. Y cuando ya pude ir por mí mismo, era demasiado tarde. Mis amigos sabían nadar y a mí, entre otras cosas, me daba vergüenza nadar como un perro. Así que comencé a no ir o a no meterme en el agua cuando iba. O a sentarme en la orilla y meterme a remojo. No me gusta el agua, decía. Me da miedo. Tengo hidrofobia. Todo mentira.

A finales de enero de este año, decidí que esto tenía que cambiar. Veía a la gente que quiero ilusionada con la natación y el agua y estaba harto de no poderlos entender. Así que me matriculé en un curso de natación y pasé varios meses rodeado de señoras mayores que rápidamente me tomaron como su nieto. Cuando comencé, ellas ya se desplazaban a toda velocidad sobre el agua. Yo no sabía ni hacer la cafetera. “Venga, hijo, ya verás qué fácil, yo también tenía pavor y mira ahora”. Me costó trabajo y las primeras semanas no había manera. Estaba convencido de que iba a ser una más de esas tantas cosas que he comenzado con ilusión y que he dejado a las pocas semanas. Pero por alguna razón, continué. Quizá porque el agua me gustó. Y también la experiencia de levantarme temprano, tomarme un café para despabilarme y salir hacia la piscina. A las nueve y media ya había hecho ejercicio y podía desayunar con tranquilidad.

Aunque lo más fascinante, lo que creo que en el fondo ha hecho que continúe, es la sensación de desconexión absoluta que se produce mientras uno nada. Supongo que los nadadores más expertos ya nadarán como andan y podrán tener la mente entretenida en sus pensamientos. Pero yo, al menos de momento, sólo estoy concentrado en respirar, hacer bien las brazadas, mover los pies… Durante los 45 minutos que dura la clase, sólo puedo pensar: uno, dos, tres, respira; uno, dos, tres, respira. Creo que es el único momento en que mi mente se distrae del trabajo, de la escritura, de la universidad, de las cosas de la vida. Es una especie de meditación. Puramente física. Uno, dos, tres, respira. Uno, dos, tres, brazada…

Eso es lo que estoy haciendo estos días en el lago termal de Alhama de Aragón. Pasar la mañana y la tarde así. Uno, dos, tres, respira. Uno, dos, tres, respira. Eso y estar tumbado al sol (estaba blanco). Eso y leer por puro placer. Thriller de ciencia ficción y novelas policiacas. Desconectar por fin. A pesar de todo, esta mañana no he podido evitar sentarme al ordenador y escribir estos párrafos. Pero no soy yo. Son los dedos que se mueven solos sobre el teclado. Echan de menos la escritura. No pueden reprimirla. Es su respiración. Si por ellos fuera, esto sería el principio de una novela y ya no cesarían de teclear hasta el final. Por eso debo frenarlos. Antes de que sea demasiado tarde. Ahora. En este preciso momento.

Me voy al lago a nadar.

Uno, dos, tres, respira. Uno, dos, tres, deja de escribir.



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Published on August 19, 2018 01:44

August 16, 2018

Regresar

Cuatro meses han pasado desde la última entrada en este blog. Llegó la portada del libro y se hizo el silencio. Después llegó el libro, y ya no supe cómo romperlo.

Llevo unas semanas intentando hacerlo hacerlo, pero por alguna extraña no logro sentarme a escribir nada aquí. He llegado a pensar incluso en clausurar este no(ha)lugar antes de que salgan telarañas por las esquinas. Pero me resisto a hacerlo. Me da pena verlo convertido en un cadáver digital. Así que he decidido rescatarlo. No sé si de las cenizas, del fango o del olvido. Pero voy a intentar que esto no se muera.

Después de terminar El dolor de los demás, me quedé seco, como si no pudiera o no supiera escribir más. Supongo que es normal, pero nunca me había sucedido. No ha llegado al nivel de frustración que le sucede a la supuesta Delphine de Vigan en Basado en hechos reales, pero casi.

Durante estos meses no he cesado de tuitear, de subir fotos a Instagram y de compartir estados de Facebook. Escribir más de cinco líneas seguidas me resultaba imposible. Era parco incluso en los e-mails. Lo único parecido a escribir en estos meses han sido las respuestas a las entrevistas. Casi todas iguales y todas, sin embargo, sutilmente diferentes. Aun así, siempre se trataba de pequeños párrafos.

Mientras tanto, eso sí, no he cesado de escribir en cuadernos. Ya lo conté aquí: escribir como una manera de fijar pensamientos. Escritura privada, secreta, casi automática.  Sin embargo, para escribir aquí, en público, en el blog, en esta bitácora extraña, me tengo que forzar. Pero a veces hay que obligarse para recuperar la naturalidad, la espontaneidad. Y eso es lo que voy a hacer. Lo que hago ahora y lo que me comprometo a hacer. Un compromiso conmigo mismo. Llenar esto de lecturas, de experiencias, de la rutina que está debajo de todo lo demás, volverlo a convertir en el centro neurálgico de lo que escribo y lo que pienso.

Hoy empiezo así. Regreso así. Tiempo después.

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Published on August 16, 2018 08:49

April 14, 2018

Portada

Y, entonces, llega la portada de tu novela y te vuelves a emocionar. Y lo primero que piensas es que te gustaría poder decirle a tu padre: "Mira, Papá, sales en un libro de Anagrama. Sí, eres tú, pasándome el brazo por detrás de la espalda. No te preocupes por las alpargatas; quedan bien en cámara".

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Published on April 14, 2018 05:12

March 30, 2018

Un mes

Hace tiempo que no escribo nada aquí. Llevo unas semanas bloqueado. Me cuesta trabajo incluso escribir e-mails. Comienzo este post y siento ya en esta línea la resistencia del lenguaje. Intento vencerla. Puntuar. Volver a hacerlo. Ganar así tres frases y parapetarme en la inercia, en la forma curva de la escritura que se mueve hacia delante sin saber muy bien cómo. 

Salto de párrafo y parece que siento un pequeño alivio. Últimamente sólo puedo escribir en cuadernos. Ahí, es cierto, no ceso de hacerlo. Escribir, por primera vez, para mí mismo. Me obliga la psicóloga a la que, desde hace varios meses, estoy visitando. Escríbelo para ti. Nárrate el mundo. Dale sentido a lo que te pasa. Cuéntate historias para afrontar la realidad. Invéntante un relato en el que las cosas sucedan por alguna razón. Un cuento donde los momentos tirados a la basura puedan ser reciclados y aprovechados. Un futuro en el que este dolor algún día te pueda ser útil. 

Con esos relatos, lleno cuadernos que nunca mostraré. Una escritura secreta, como el pensamiento. Unas páginas para aclararme. Cartas que nunca llegarán a su destino.

Y, mientras tanto, estos días vivo en una especie de limbo extraño. Todo está a punto de suceder. Es la inquietud del portero ante el lanzamiento del penalti. Es el momento previo al comienzo de la acción. El 2 de mayo se publica El dolor de los demás, la novela en la que he estado trabajando durante los últimos años. Estoy inquieto, nervioso, expectante. Ilusionado, pero lleno de temores. Es lo más importante que jamás he escrito. El libro que siempre me ha rondado la cabeza y el que nunca creía que iba a poder escribir. Quizá el libro por el que un día me convertí en escritor. La historia que se esconde detrás de las demás. La verdad detrás de la ficción.



Falta un mes y ya no puedo aguantar más. Ya está todo a punto. La última corrección. La portada. Los textos de cubierta. Todo ya en plataforma de salida. Y yo, ansioso, sigo con las pesadillas. Y con la incertidumbre por cómo se recibirá, por cómo una historia tan íntima podrá ser leída como literatura, por cómo afectará a las personas que quiero. 

Apenas un mes. Y no puedo hacer nada. Sólo esperar. Y escribir entradas como esta. Sin pensar demasiado. Dejando que las manos se muevan sobre el teclado. Que las frases se sucedan una detrás de otra. Como en una partida de dominó. Sin demasiado sentido. Sólo como prueba de escritura. De que aún puedo mover las letras. De que todavía puedo levantar frases. Y, con suerte, llegar al final. Acabar este último párrafo. Y, quién sabe, quizá comenzar de nuevo.
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Published on March 30, 2018 02:54

March 11, 2018

Tiempo material

El próximo jueves 15 de marzo inauguramos en el Instituto Cervantes de Beijing la exposición "Tiempo material: Procesos, memorias, afectos", que he tenido el privilegio de comisariar junto a Rosina Gómez-Baeza. Es fruto del convenio del Instituto de Industrias Culturales de la Región de Murcia con el Instituto Cervantes. Estamos emocionados, sobre todo por haber podido contar para la expo con la obra de Tatiana Abellán, Eduardo Balanza, Juanli Carrión, Nico Munuera, Sonia Navarro y Sergio Porlán, artistas que, como otros tantos de la Región de Murcia –y me vienen a la cabeza los nombres de más de cincuenta del más altísimo nivel (ojalá estas acciones sean el comienzo de muchas más en otros lugares)–, se encuentran ahora mismo haciendo unas obras que nada tienen que envidiar al mejor arte internacional. Por eso hemos propuesto una exposición sobre una preocupación fundamental del arte contemporáneo actual –la materialidad del tiempo como resistencia a la evanescencia del presente– en lugar de convertirlo en una exposición "del" arte de la Región de Murcia. Se podría decir que es más una exposición "con" artistas murcianos que "de" artistas murcianos.  

Así que, contento y orgulloso, aquí os dejo el pdf del catálogo para que lo descarguéis y podáis compartirlo con quien queráis. Podéis descargarlo aquí.

También os dejo la invitación, por si el jueves por la tarde andáis por China y no tenéis otra cosa mejor que hacer. 


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Published on March 11, 2018 11:19

Miguel Ángel Hernández's Blog

Miguel Ángel Hernández
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