Miguel Ángel Hernández's Blog, page 4
October 29, 2020
Medidas
No sé, me pongo a escribir sin saber muy bien de nada. Porque esa es la sensación que tengo –supongo que la tienen todos–, que nadie sabe nada de nada. Se toman medidas, se cierran comunidades y municipios, se imponen toques de queda... se piden sacrificios. Y uno lo respeta todo, o trata de hacerlo, confiando en que todo esto sirva para algo, convencido de que los que mandan saben algo y que algún sentido hay detrás de las medidas. Pero poco a poco, día tras día, uno comienza a desconfiar, a estar cansado de la aleatoriedad de todo. Porque todo suena a arbitrario, a que se hacen cosas porque sí, para probar, también para quedar bien y dar la sensación de que se sabe algo. Y con la ley se elimina muchas veces el sentido común.
El otro día caminaba solo por la calle. Antes de que se iniciara el toque de queda. Volvía a casa de madrugada por las calles de Murcia. No había un alma, las calles estaban desiertas... Y, sin embargo, cuando me bajaba un poco la mascarilla para respirar sentía que estaba haciendo algo terrible, una ilegalidad. Es una tontería. Pero esa noche pensé lo rápido que la ley elimina el sentido común. Evidentemente, no tenía sentido alguno llevar la mascarilla cuando no hay absolutamente nadie alrededor. Se lleva para no contagiar y no ser contagiado. Pero ¿qué sentido tiene llevarla si no hay nadie a quien puedas contagiar o quien pueda contagiarte? Por supuesto, ninguno. Y aun así, al bajártela un momento –ni siquiera quitártela, sino bajártela un minuto para sentir el aire de la calle–, algo por dentro te incomoda. Has interiorizado la ley, por encima del sentido común, por encima de la realidad.
No sé. Hoy me he levantado un poco con la sensación de que tanta arbitrariedad en todo nos va a volver locos.
October 20, 2020
Libros gemelos
Por cosas del azar y de los ritmos editoriales, en un mes he publicado dos libros. Son dos libros diferentes y, a la vez, gemelos. El arte a contratiempo reúne los textos sobre arte y temporalidad que he escrito en los últimos diez años. El don de la siesta es un pequeño ensayo narrativo sobre la siesta como un arte de la interrupción que he escrito en unos pocos meses. Un ensayo en el límite de lo académico –por momentos denso y filosófico– y un ensayo ligero y breve que linda con la memoria y la confesión. Dos libros formalmente antagónicos pero atravesados por un mismo impulso y una intuición común: la necesidad de encontrar modos de experiencia alternativos a los ritmos impuestos por la temporalidad capitalista. El arte como resistencia al tiempo moderno. Y la siesta como una especie de arte de la detención. Cerrar los ojos y frenar el tiempo en mitad del día como una suerte de performance o acción que contraviene la lógica productiva del mundo moderno.
De alguna manera, El don de la siesta es la cara B de El arte a contratiempo, la versión afectiva y personal de aquello que en el ensayo "académico" trato con la vestimenta del crítico de arte. Pero, como decía, ambos libros se comunican. Y también ambos libros sirven de cierre. Por eso son tan importantes para mí.
El arte a contratiempo cierra un periodo de trabajo sobre los usos del tiempo en el arte contemporáneo. Y también –y esto aún es más central para mí– un modo de escribir sobre arte del que me ha costado mucho desprenderme, una manera de acercarme al fenómeno artístico, una rutina crítica que poco a poco ha dejado de interesarme. El don de la siesta también cierra algo. En cierto modo, pone fin al mundo y la historia que protagoniza en mi novela El dolor de los demás. La casa, la huerta, el origen..., pero también la repercusión de esa novela podría haber dado para otra novela, una secuela. Sin embargo, en este ensayo he tratado de cerrar también todas las puertas posibles, "desperdiciando" historias para evitar la tentación de contarlas en extenso.
Así que ambos libros cierran un periodo, una época, un modo de contar. Pero también abren otra. O quizá yo siento que la abren porque necesitaba este cierre. Necesitaba esta clausura –literaria, pero también vital– para moverme hacia adelante, para enfrentarme a nuevas historias en la novela y a nuevas formas de escritura en los textos sobre arte.
Son, por tanto, libros a los que tengo un cariño especial. Libros ilusionantes también por el lugar en el que aparecen. La colección Akal/Arte Contemporáneo ha sido una de las referencias centrales para mí como crítico de arte. Ahí he leído a Rosalind Krauss, Hal Foster, Benjamin Buchloh, Thomas Crow... Si hace diez años –cuando comencé a escribir estos textos– me hubieran dicho que acabarían apareciendo en esta colección, difícilmente lo habría creído. Hay sueños que uno no se atreve a soñar.
Y, por supuesto, lo mismo ocurre con Anagrama. Me resisto a normalizar el privilegio que supone publicar en esa editorial con la que he crecido como lector. Que un librito sobre mis siestas, mis recuerdos de infancia y mis vivencias aparezca ahí –además, en una colección primorosa como Nuevos Cuadernos– me hace sentir, como decía, privilegiado, pero sobre todo feliz. Y eso, que estoy contento con estos dos libros que, aunque se han escrito en momentos diferentes, han visto la luz a la vez. Y que supongo que pasará un tiempo hasta que vuelva a publicar algo nuevo. Tampoco está mal callar ahora un poquito.
Más información sobre los libros en:
Volver, una vez más
¡Cuánto tiempo sin entrar por aquí! Casi un año hace ya de la última entrada. Ni siquiera subo las entregas semanales de mi diario en La Verdad. Y mira que lo prometí –no sé a quién, quizá a mí, pero el caso es que lo prometí–. No tengo remedio. Pero hoy, no sé por qué, llevo todo el día pensando en que voy a recuperar este espacio. No sé tampoco las veces que lo he dicho en los últimos tiempos. Que lo voy a recuperar, que empezamos de nuevo, que es una pena que este "no (ha)lugar" se pierda. Y esta va a ser una de tantas. Un nuevo comienzo. Otra vez más.
También lo escribí aquí: estoy cansado de las redes sociales, del odio de Twitter, del diseño terrible de Facebook... añoro tanto aquellos inicios de la web... Sin megustas, sin reestricciones, sin esa saturación visual que te rompe los ojos, sin la publicidad constante cada tres posts, sin tanta mierda, la verdad. Tal vez sea por eso por lo que hoy me he levantado con ganas de resucitar esto y quitarle las telarañas. Y también porque me he encontrado con ganas de escribir algo que no sea tan evanescente como en Twitter o Facebook, que no esté sujeto a la inmediatez, que no deje de tener sentido más allá del instante en que se publica. Ya digo, no sé, y ese no saber quizá también sea una razón para escribir aquí. Porque parece que en las redes hay que saber de todo, posicionarse, estar encima de lo que sucede. No valen las medias tintas, el gris, lo complejo, lo que llega después.
Así que volvemos. No sé –de nuevo, no saber– durante cuánto tiempo, pero hoy renace este blog. Y lo que dure ha durado.
January 27, 2020
Abandono
Ahí, en esas entradas, se ve la locura que llevo entre manos.
January 26, 2020
Tiempo por venir 39
[Publicado en La Verdad, 26/01/2020]
Lunes 12 de eneroTodo el día escribiendo, estructurando el librito sobre la siesta. Figuras de la siesta, ideas, notas. Lo difícil es ponerlo todo en orden. Sigues buscando libros y artículos. Piensas que es muy probable que acabe yéndosete de madre porque ya tienes material para un ensayo largo. Pero eso no es lo que quieres hacer. Tendrás que contenerte.Sólo sales de casa para ir al fisio. Creías que estabas bien, pero en cuanto comienzas a caminar notas el dolor. Llega una buena noticia. La oportunidad de traducción al francés de ‘El dolor de los demás’. Con ‘Intento de escapada’ fue todo más rápido y te emocionaste. Salieron traducciones en editoriales importantes, pero después no tuvieron el éxito que los editores habían imaginado. Así que nadie se atrevió con ‘El instante de peligro’. Y con ‘El dolor de los demás’ está costando. Es un arma de doble filo que te publique una grande. Ahora lo sabes. Te hizo una ilusión tremenda ver tu novela en Seuil, la editorial en la que habías leído a Foucault y toda la teoría francesa. Pero ahora sabes que a veces es mejor algo más pequeñito. Entras en la web de Éditions Globe y te gusta mucho lo que ves. Cruzas los dedos para que todo salga bien. Inmediatamente te pones a fantasear. Ves un capítulo de ‘Oficina de infiltrados’ y piensas en retomar tu francés. Nunca llegaste a aprenderlo del todo. El curso que pasaste en París mientras hacías la tesis sólo te juntaste con españoles. Te gustaría volver. A París.
Martes 13 de eneroLees el último libro de Alex Chico, ‘Los cuerpos partidos’. Está a medio camino entre la novela y el ensayo. Él lo denomina ‘ensayo-ficción’. Te interesó muchísimo su libro sobre los días finales de Walter Benjamin. Ahora continúa con esa escritura –profundamente benjaminiana– en la que la historia y lo personal se dan la mano, para relatar la historia de su abuelo paterno como metáfora de la historia de toda una generación, esa que tuvo que emigrar en los sesenta para encontrar un futuro más allá de su hogar. Es un libro de viajes. En el tiempo y en el espacio. Un libro que entrelaza con elegancia y emoción la memoria individual con la colectiva. El relato del nieto que se resiste a olvidar y siente la necesidad de rescatar el pasado. Para guardarlo. Para activarlo. A finales de la tarde vas al fisio y, tras veinte minutos de espera, caes en la cuenta de que te has equivocado de hora. No tienes la cabeza en su sitio. Episodio de ‘Succession’. Todos los personajes son odiosos. No hay nadie con quien puedas empatizar del todo. Y eso es, extrañamente, lo que engancha. Duermes soñando con los sueños. Sueños reflexivos. Metasueños. Tal vez has leído demasiado. Es mejor dormir sin teoría.
Miércoles 14 de eneroComienzas a leer ‘Autorretrato en estudio’, el nuevo libro de Giorgio Agamben. Es una especie de autobiografía a partir de las fotos y objetos de sus dos estudios, en Roma y Venecia. Un libro primoroso. Te interesan sobre todo las reflexiones sobre sus cuadernos y el espacio de la escritura: “las libretas son la imagen más fiel de la potencia, que custodia intacta la posibilidad de ser y de no ser, o de ser otra cosa (...) El secreto de un escritor reside en el espacio en blanco que separa a las libretas del libro.” Comida en el Torremolinos con Alberto, Rafa, Jota, Leo y Daniel. Se os va la mano con el vino y salís por un pico. Pero merece la pena el encuentro. No puedes estar más a gusto. Después, una copa en el Parlamento. Allí te llaman “profesor” y te sientes como en casa. Ya tienes edad para eso.Hoy sois más formales. O tratáis de serlo. Porque, ya que estáis, continúas un poco más con Leo. Unas alitas de pollo en el KFC y una copa en el Revólver. De vuelta a casa, el dolor en el gemelo te acompaña.
Jueves 15 de eneroMañana de fisio y tutorías. Luego, radio. Hoy es especialmente bizarro. Un día os echan. Te invitan a un congreso en Austria. Conferencia magistral sobre estética migratoria. En inglés. Dices que no. Te rompe todos los planes y tendrías que frenarlo todo para preparar algo nuevo. Te estás cerrando caminos por los que antes hubieras matado.
Viernes 17 de enero Fisio temprano. Te sigue doliendo; no hay manera. Sigues leyendo libros sobre el sueño y la siesta. Necesitas legitimar tus argumentos. Finalmente, se aprueba el pin parental. Lo extraño de todo es la discusión anacrónica. Vox ha traído un tiempo que no es de este presente. Y ha contaminado a todos con ese anacronismo. Estamos teniendo discusiones que no pertenecen al ahora, como si alguien hubiera apretado el botón de “reset” y ahora hubiera que pasar de nuevo por todo. Lo peor es la sensación de hartazgo y sinsentido, el retorno espectral de lo que creías superado. Por la tarde se le rompe el ordenador a Raquel y en el servicio informático le dicen que no tiene remedio. Tenéis que comprar otro. Pasas varias horas instalando programas. Veis ‘Jojo Rabit’. Es una película extraña. Difícil combinar el humor y el drama. Una sátira sobre el nazismo con un punto de enseñanza moral que roza la sensiblería. Aun así, logra mantenerse. Además, es pertinente para el presente. Y el niño protagonista es un grandísimo actor que consigue emocionarte. En todos los sentidos.
Sábado 18 de eneroRecoges en correos el libro de Terry Paquot sobre la siesta. En cuanto llegas a casa, comienzas a leerlo y se te cae el mundo al suelo. Es el libro que tú pensabas escribir. Prácticamente capítulo por capítulo. Incluso el tono. Te recuerda a la paranoia mientras escribías la tesis doctoral: sentías que cada nuevo texto que leías te robaba tus argumentos. Es lo que sucede al comenzar a escribir sin saber nada; cada dos por tres, descubres el Mediterráneo.Con el tiempo has aprendido que los libros que dicen lo que tú querías decir no te roban nada. En realidad, son plataformas sobre las que puedes elevarte. Es lo que acabas haciendo ahora. Aprovechar la fuerza y la inercia del libro de Paquot. Casi como el Aikidō. Artes marciales de la escritura.
Domingo 19 de eneroSe te atranca el ensayo. El libro de Paquot te ha bloqueado. Así que decides leer. Te sumerges en ‘Elogio de la pereza’, uno de los primeros libros de Fernando Castro, escrito mucho antes de que lo conocieras, cuando estaba empezando y aún no había cumplido los treinta. Es curioso, ahí están ya todos sus temas y muchas de sus obsesiones. Incluso los autores a los que regresa una y otra vez. Mientras devoras sus páginas, piensas en la potencia de los primeros libros. Y en cómo en ellos suelen estar condensados todos los demás libros que uno pueda llegar a escribir. Son el primer laboratorio, el punto de partida. Y también allí está esbozado el destino. Porque todo lo que se escribe después es un intento de acercarse cada vez más a ese libro por venir que nunca acaba de llegar del todo. Por la noche, te desvelas. Sigues pensando la estructura del libro. Sobre todo, se te ha atragantado el inicio. No puedes comenzar como tenías previsto. A media noche te despiertas. El sueño ha encontrado la fórmula por ti. Te levantas y las esbozas. Sabes que, si no lo haces, lo perderás para siempre. Quizá mañana no tenga sentido. Ahora, en este estado de somnolencia lúcida, el inicio parece dictado por el Más Allá.
September 1, 2019
Tiempo por venir 17
Lunes 12 de agosto Despiertas en Cali a las cuatro de la mañana. Se te olvidó silenciar el móvil y el repartidor de Correos te pregunta si vas a estar en casa esta tarde. Me pilla algo lejos, contestas. Apagas el móvil e intentas volver a dormirte. Pero entre el jet-lag y la luz que comienza a entrar por la ventana ya no hay manera. Pasas la mañana en el hotel y acabas de leer ‘El olvido que seremos’. No cesas de subrayar pasajes: “La felicidad está hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el mercado, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.” “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos.”.Tras cerrar el libro, necesitas tumbarte sobre la cama para digerir todo lo que ha escrito Héctor Abad. Una hermosa carta al padre. Un texto que ha sabido transformar la rabia en amor. Una maravillosa obra de arte. Te emociona saber que el próximo noviembre compartirás con él mesa redonda. Por la tarde, Andrea te recoge en el hotel y te lleva a bar para hablar sobre tu novela. Tardáis en llegar algo más de una hora. Andando no habrían sido ni treinta minutos. Pero te juegas la vida, dice Andrea, si sales a caminar por estas carreteras. No es una ciudad para pasear. La gente pasa más de media vida dentro de sus coches. Para entrar a trabajar a las siete, dice, tienes que levantarte a las cuatro. Al final, te acostumbras.Martes 13 de agostoA las siete y media de la mañana vienen al hotel los chicos de protocolo y os conducen al campus de la Universidad Javeriana. Parece una selva. Palmeras, bambúes, iguanas, pavos reales. El tiempo allí se detiene. Te acreditas y te sientas en una esquina. Todo el mundo es amable. Profesor Miguel, te llaman constantemente. El congreso se abre con el himno de Colombia y con el de la universidad. Todos en pie cantan como si fuera la final del Mundial del Fútbol. Tu conferencia es la primera. Una responsabilidad, es cierto, pero así te quitas rápidamente de en medio. Sales airoso y sientes que conectas con el público, sobre todo cuando hablas de la necesidad de incorporar la incertidumbre en la interpretación de las obras de arte: no dar nada por sentado, mirar de nuevo; es el único modo, dices, de hacer avanzar el conocimiento. Al terminar, te felicitan y agotas tus tarjetas de visita. En la comida, ya con el trabajo hecho, decides probar el sancocho –una especie de sopa espesa a la que acompañan con media gallina, yuca, arroz y una arepa– y rápidamente descubres que no vas a poder con todo. Sudas y haces lo que puedes. Tienes que dormir una siesta de dos horas para poder asumirlo. No mucho más tarde es cuando comienzas a notar el estómago revuelto. Es el sancocho, pero también la pitaya, y sobre todo los continuos jugos que no cesas de beber. Comienzas a ir al baño cada veinte minutos.
Miércoles 14 de agostoTomas un Fortasec e intentas aguantar la mañana de conferencias. Parece que la diarrea remite, pero prefieres no tomar nada ni moverte del sitio. A medio día os llevan al Museo de la Tertulia. En el autobús, te sientas junto a María Cristina, una de las organizadoras del congreso, y habláis de la necesidad de encontrar aficiones más allá de lo académico para poder sobrellevar el trabajo. Te cuenta que desde hace unos años lo que le da la vida es montar a caballo. Coméis juntos y esta vez evitas los jugos.Después, tomas un café con Luc, un editor holandés que ha sabido que estabas en Cali porque tuiteaste tu siesta caleña. Muy agradable conversación. Es un azar encontrarlo. Te ilusionas con la posibilidad de que algún día te traduzcan al holandés.Terminas justo a tiempo para verte con Andrea minutos antes de tu conversatorio sobre ‘El dolor de los demás’. Presentas la novela y, aunque el estómago no cesa de hacer ruidos, te sientes muy cómodo y percibes algunas miradas cómplices. Hablas de la huerta, de Murcia, del Yeguas, de la Julia… al otro lado del Atlántico. Terminas crecido y muy feliz. Tras la charla y la inauguración de la exposición de Sandra Rengifo, os llevan a un bar de “salsa con criterio”. La Topa Tolondra. La noche de Cali es mágica. Allí te olvidas del estómago y das buena cuenta de la botella de aguardiente blanco. Te quedas embelesado viendo a la gente bailar. Parecen profesionales. Te quieren sacar a la pista, pero, afortunadamente, el menisco operado te salva de hacer el ridículo. Jamás podrías flotar como hacen ellos. Hablas con Ana Cristina, con Sandra, con Ángela..., admiras la belleza, la elegancia y la inteligencia. No sabes cómo vas a poder dormir esta noche. Os abrazáis y os prometéis amistad eterna. En el taxi de regreso, Sandra sugiere que os hagáis un tatuaje para celebrar la noche. Uno en algún lugar no visible. Afortunadamente, alguien os disuade. Con el efecto del aguardiente no habrías sabido cómo decir que no.
Jueves 15 de agostoAcaba el congreso con dos conferencias sobre el futuro del diseño. Apuntas ideas y referencias. Te interesan especialmente las reflexiones de Nicola Siddi sobre la ciudad por venir. Coméis juntos y regresas al hotel. La resaca del día anterior sigue su curso y declinas la invitación de Seber. Dos horas para cruzar Cali son demasiadas. Te quedas en la habitación y descansas para el largo viaje del día siguiente.
Viernes 16 de agostoAntes de salir, os regalan un grabado de Héctor Fabio Oviedo. Es emocionante la generosidad y la amabilidad colombiana. Tras la comida de clausura, Seber te acerca al aeropuerto. Os acompañan dos estudiantes suyas que viajan hacia Popayán. En un puesto de peaje os dan una banderita que recogen a los doscientos metros. No logras explicarte lo que sucede. ¿Entiendes ahora el realismo mágico?, pregunta Seber.El avión se retrasa hora y media y pierdes la conexión. En Bogotá te dicen que no hay vuelos hasta el día siguiente y tienes que pasar la noche en un hotel junto al aeropuerto. Mientras esperas el transfer –hace 12 grados y vas en marga corta– intimas con otros tres pasajeros que tampoco han llegado a su conexión. Colombianos que vienen de Miami y que han perdido el vuelo a Cali. Cenáis todos juntos en el hotel y quedas hechizado por sus historias. No todos los buenos narradores son escritores. Caes a la cama rendido. Casi agradeces haber perdido el avión.
Sábado 17 de agostoLlegas temprano al aeropuerto y entras en la zona VIP. Tienes un pase al año gracias a la tarjeta de crédito y decides por fin aprovecharlo. Allí descubres un mundo diferente. Comes en el buffet, ves el partido del Madrid y te das un masaje. Después, te duchas y subes al avión fresco, como si acabaras de levantarte. Tener dinero hace que todo sea mucho más fácil y descansado. No sabes cómo vas a poder volver a la realidad de la gente normal. Las diez horas de vuelo se pasan rápido y logras dormir. Las pastillas que has comprado en el aeropuerto te hacen efecto y, tal vez también como secuela del masaje, sientes que sales de tu cuerpo y tu ser expande por todo el avión.
Domingo 18 de agostoLlegas a las siete de la mañana a Madrid y consigues tomar el tren de las nueve. Durante el trayecto no haces otra cosa que dormitar. Rememoras el viaje y piensas que ha merecido la pena. Te ha complacido la experiencia. Pero también es cierto que no veías ya el momento de regresar. Cuando llegas a Murcia y te encuentras con Raquel parece que ha pasado una eternidad. Ha sido una semana, pero se te ha hecho infinita. Nunca más, te repites una y otra vez. Antes de acostarte, recibes al mail una invitación para la feria del libro de La Habana. Respondes que sí, por supuesto; será un placer cruzar el océano.
August 18, 2019
Tiempo por venir 16
Tiempo por venir 15
Martes 30 de julioNada más levantarte, vuelves a los pisos. No se te van de la cabeza. Te gustaría estar ya en Murcia investigando. Intentas desconectar, pero no puedes. En el circuito termal imaginas la mudanza. Estás entre la ilusión y el pensamiento vago de por qué te has metido en esto.Acabas de revisar el libro de cuentos y lo envías a la editorial. Introduces una nueva dedicatoria. La transformación. La que ahora también duele.
Miércoles 31 de julioHoy no sueñas con pisos. Acabas de leer ‘Los crímenes de Alicia’ y te metes en el lago. Pasas toda la mañana allí, nadando y flotando. Por la tarde, te molesta la rodilla y sólo te dedicas a hacer el muerto. Necesitas la rutina: comida, siesta, vaguear. No hacer nada. Y decirlo. Constantemente. Es lo que haces cada dos por tres: “Qué calma, Raquel, qué tranquilidad, qué placer; que se frene el tiempo aquí y ahora.” Por la noche, veis varios capítulos de ‘Otra vida’. Has sido tú quien se ha empeñado. Invasión extraterrestre. Pero la serie es mala de solemnidad. Se cae por todos los lados. Aun así, la seguís viendo, casi por inercia.
Jueves 1 de agostoEn el lago, lees del tirón ‘El coste de vivir’, de Deborah Levy. Te hace resurgir el espíritu de la escritura. Después de ‘Los crímenes de Alicia’, es un soplo de aire fresco. Y sobre todo de inteligencia. Autobiografía en construcción. No cesas de subrayar pasajes sobre la escritura, sobre la feminidad, sobre las dificultades para acceder al mundo de la literatura... Es Knausgard destilado. Intenta captar el instante fugaz. “La vida se desmorona. Intentamos aferrarnos y sujetarla. Y entonces nos damos cuenta de que no queremos hacerlo.”
Viernes 1 de agostoEl libro autobiográfico de Levy despierta al escritor, que estaba dormido estos días. En el lago y en los baños hoy piensas en tu novela. Aunque sea fugazmente. Llega una idea. La misma que llegó ayer, uno de los posibles desencadenantes de la novela. Son ideas que aparecen sin haberlas buscado. Te sobrevienen como salteadores de caminos. Algunas surgen y se van. Esta se queda. Está rondando tu cabeza desde ayer. Mientras flotas en el lago dejas vagar la mente y percibes cómo la idea se acerca. No la vas a desarrollar. Simplemente la apuntas: “Ella busca la memoria del asesino de su padre”. Ahí está todo condensado. Lees ‘Movimiento único’, la primera novela de Diego Gándara. Es un libro para letraheridos como tú. Te hace resurgir la mitomanía sobre Bolaño. Y entiendes perfectamente esa pasión por la literatura y el mundo literario. Por lo que hay en los libros, pero también por la humanidad de quienes los escriben. La fascinación por Bolaño y Vila-Matas, el sueño de alguien de fuera de ese mundo que, de repente, se ve ahí, habitando un lugar con el que siempre había soñado. Un lugar que no es mejor ni peor que otro –también está lleno de miserias, como cualquiera–, pero es el sitio en que uno quería estar. Es una novela de formación, de iniciación en el mundo de la literatura y también en la vida. Una novela sobre el desarraigo y sobre el modo en el que la literatura y los libros nos sirven para construir un mundo habitable, un refugio. Los momentos en los que aparece Bolaño están llenos de humanidad. Te gusta el instante en el que el periodista cultural protagonista de la historia presencia el encuentro entre Bolaño y Ricardo Piglia. Está ahí Fresán y dice que es un instante semejante al encuentro de Joyce y Proust. Y Santiago, el protagonista, es feliz por haber estado ahí. Entiendes perfectamente esa sensación de excepcionalidad, de privilegio. En los últimos años no la has dejado de experimentar. Por la noche, una canción de Nacho Vegas se te cruza y ya no te la puedes sacar de dentro.
Sábado 2 de agostoEl día avanza a cámara lenta. Disfrutas y sufres con ‘El cielo según Google’, la pequeña gran novela de Marta Carnicero. Todavía tienes la en la cabeza la canción de Nacho Vegas: “Seré breve: te he perdido, y eso duele”. El libro de Marta se mezcla con esta letra. Tal vez porque también va de pérdidas. Y del dolor exquisito de no estar cerca de quien se ama. La novela te atraviesa y se te clava. En apenas 130 páginas logra tocar justo en la herida de la pérdida. Las relaciones que se rompen. Y también el futuro en el que el tiempo todo lo atempera. Y la toma de consciencia de la fugacidad de la vida y la aleatoriedad de la memoria. De la necesidad de buscar recuerdos –o de crearlos– cuando ya no queda nada de lo que se amó. Anotas varias citas: “Separamos los recuerdos que queremos conservar y los construimos a medida, matizándolos para limar las aristas afiladas y hacerlos asumibles, convirtiéndolos en guijarros que nos llenan los bolsillos con el peso de los años.” “A menudo nos queremos, y hasta nos permitimos hacernos daño, como si tuviéramos carta blanca para rectificar, todo el tiempo del mundo para aspirar a la felicidad y ninguna prisa por alcanzarla, mientras llegue.” Veis ‘La sombra del pasado’, la película del director de ‘La vida de los otros’. Le falla el título en español –‘Obra sin autor’, el original alemán, tiene mucho más sentido–, pero aun así le dais una oportunidad. Y la película os seduce enseguida. Sólo al final te das cuenta de que está inspirada en la vida de Gerhard Richter, un artista que te interesa, pero de cuya biografía apenas conocías nada. Es una reflexión sobre cómo el pasado no se borra jamás, pero también sobre el modo en que los regímenes totalitarios –de izquierdas y derechas– anulan la voluntad individual y convierten al “pueblo” es un instrumento fácil de manejar. Frente a esa anulación del individuo, el artista resiste y se hace fuerte en los intersticios, en los puntos ciegos del sistema, en los lugares a los que el poder no puede llegar. El arte y la imaginación como tablas de salvación.
Domingo 3 de agostoOs despertáis temprano y regresáis sin prisa a Murcia. Saboreáis las pequeñas vacaciones en la conversación. Semana perfecta. Más corta se habría hecho corta. Más larga se habría hecho larga. Llegas con ganas de escribir. Y también de visitar pisos. Tienes un pálpito con el que vais a ver en dos días. No quieres hacerte demasiadas ilusiones, pero intuyes que puede ser lo que estáis buscando.
August 5, 2019
Regresa otra vez
También voy a comenzar a subir poco a poco aquí las entrevistas y las cosas que vaya publicando online. He abandonado unos meses las redes sociales y creo que el blog se va a convertir en el repositorio de todas esas cosas que linqueaba en Facebook o Twiiter y luego se las llevaba el viento. Lo he escrito en más de una ocasión: creo que el blog tiene más memoria que las redes sociales. Permite, además, otro modo de comunicación, menos instantáneo, más reflexivo, sin la dictadura del like o la búsqueda fácil del retuit.
Tengo la sensación de que hemos vuelto a los primeros tiempos de todo esto, cuando uno escribía casi en secreto y no tenía muy claro si sus posts llegaban o no a algún sitio. Y eso, lo confieso, me gusta. Me anima a escribir con mayor libertad. Y con mayor alegría.
Lo he decido: voy a regresar a este no(ha)lugar. Aunque vuelva a fracasar.
Da igual. Prueba otra vez. Regresa otra vez. Regresa mejor.
El autor se confiesa (Sobre 'El dolor de los demás')
Aunque planifiqué muchísimo, la novela se fue construyendo sobre la marcha. Se trata de una novela en proceso y, como tal, está llena de dudas e incertidumbres; las mismas que yo tenía mientras la escribía. Al principio, antes de comenzar, pensé encaminarme hacia un true crime, una especie de A sangre fría. Tracé en mi cabeza la posibilidad, pero rápidamente me di cuenta de que eso era algo que ni sabía ni quería hacer. Casi sin darme cuenta, la novela acabó convirtiéndose en una especie de autobiografía y en una reflexión sobre la propia posibilidad de escribir aquello que quería escribir. No fue algo premeditado. Los momentos de reflexión y reencuentro con mi pasado fueron poco a poco ganando espacio y reclamando su presencia. Y lo mismo sucedió con las dudas y los fracasos, que los sentí como parte esencial de lo que yo quería contar. Por eso decidí mostrar muchos de ellos. Pero, claro, no los expuse todos. Hay muchas decisiones que se toman incluso más allá de esa luz que uno pone sobre el proceso.
Por ejemplo, la primera opción en mi cabeza era escribir la novela a tres voces: la voz del presente, que recrearía la investigación; la voz del pasado, que relataría la noche larga en la que sucedió todo; y, por último, una voz distinta, cinematográfica, que mostraría, como flases, los recuerdos de mi vida con mi amigo Nicolás, desde la infancia hasta la tarde antes de la noche en que asesinó a su hermana. Realicé algunos bocetos para ver cómo funcionaba. Teóricamente estaba bien argumentado. Pero en la práctica resultaba demasiado enrevesado y artificial. Algo no funcionaba. Sobre todo, porque esos recuerdos, que yo había escrito por separado, perdían fuerza si no estaban engarzados en la trama. Por eso decidí eliminar esa voz e integrar muchos de los recuerdos en la voz del pasado que narraba la larga noche en que sucedió todo. Y algunos otros, en la parte del presente, en el regreso del protagonista a los escenarios de su infancia. Curiosamente, se integraron sin demasiado problema. Y algo parecido ocurrió con las dos voces que al final decidí dejar. Las escribí por separado y, después, como un puzle, fui juntando las piezas, ajustando y sincronizando hasta hacerlas funcionar con aparente linealidad. Salvo algún momento que tuve que trabajar más en los ajustes, las dos voces caminaban prácticamente a la vez y, sin haberlo premeditado, en ocasiones establecían una especie de diálogo en segundo plano, como si ése fuera el modo natural de contar las cosas.
No ha sido una novela fácil de escribir. Es, sin duda, el libro sobre el que más veces he vuelto y el que más he corregido. No recuerdo el número de borradores, pero seguro que más de diez –aparte, claro, de las correcciones infinitas hasta el día en que entró en imprenta–. En las sucesivas versiones fui progresivamente puliendo el estilo, intentando dejar el lenguaje en lo esencial, pero también eliminando algunos capítulos y pasajes que no acababan de funcionar y sustituyéndolos por otros que enfatizaban la vida en la huerta. En especial, tuve que sacrificar una historia personal que aparecía en los primeros borradores y que, por varias razones, despistaba de la trama principal. Algunos lectores, entre ellos mis agentes, me dijeron que era anecdótica y que, en sí misma, podía constituir otra novela. Me costó trabajo eliminarla, porque para mí era esencial, pero es cierto que convertía la novela en otra cosa. A veces hay historias, personajes, capítulos, párrafos, frases… que, aunque sean buenos y potentes –incluso mejores que los que dejas– tienes que sacrificar por un bien mayor. Esta es una de las cosas que se aprenden con la experiencia: que escribir es sobre todo borrar, cortar, descartar… Y también que ese sacrificio es siempre privado. Porque el lector nunca sabe lo que has eliminado. Se encuentra con unas páginas publicadas y es eso lo que lee. Las otras novelas posibles sólo están en la mente del escritor.
[Texto publicado originalmente en el blog de la revista El ciervo, 22.9.18]
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