Pedro Cayuqueo's Blog, page 213
March 26, 2017
La jugada de Piñera
Tal y como estaba escrito, Sebastián Piñera confirmó esta semana su candidatura a la presidencia; una circunstancia que vino a reforzar el escenario de campaña justo en el momento en que a la Nueva Mayoría se le acrecienta la amenaza por su flanco izquierdo. En efecto, la irrupción del Frente Amplio y el desafío que este actor emergente representa para el oficialismo, llevaron al candidato de la oposición a ubicarse lo más a la derecha posible, apostando a que las diferencias al interior del bloque gobernante solo van a tender profundizarse ante el riesgo de una fuga de votos hacia el nuevo referente. Fue precisamente eso lo que con agudeza explicitó Ricardo Lagos, al alertar sobre la posibilidad de una gran derrota estratégica de la centroizquierda.
Las primeras señales de Sebastián Piñera ilustraron los contornos de su diseño político y comunicacional, una apuesta que buscará situar al país ante ‘caminos divergentes’, y cuyo eje central será la dicotomía entre la continuidad o rectificación del actual proceso de reformas. De algún modo, lo que el exmandatario puso en movimiento es un claro intento de ‘politización’ de la próxima contienda, buscando que la mayor homogeneidad de posiciones que hay en su sector contraste con las diferencias y tensiones que recorren al oficialismo y, en especial, con la creciente distancia que ya se observa entre la Nueva Mayoría y el Frente Amplio.
Fue quizás este objetivo el que llevó al expresidente a una jugada riesgosa en estos tiempos de crisis y desconfianza hacia la política: destacar el rol que los partidos de su coalición tendrán en la campaña. De algún modo, Sebastián Piñera apostó así al sustrato ideológico que sin duda existe en los altos niveles de desaprobación que hoy exhiben el Ejecutivo y su programa de reformas. La dicotomía planteada entre ‘un mal gobierno’ y el imperativo de ‘enmendar rumbos’, será entonces la cancha hacia donde el candidato de la oposición intentará llevar la contienda en esta primera etapa.
El Frente Amplio ha venido a consumar el cuadro de polarización abierto por la Nueva Mayoría, cuando, al apostar por la enorme popularidad de Michelle Bachelet, estuvo dispuesta a moverse hacia la izquierda descuidando el centro. Iniciado el gobierno, el tenor de las reformas provocó una verdadera estampida de los sectores medios y moderados, que ahora tendrán escasas posibilidades de ser reconquistados por una coalición seriamente amenazada desde la izquierda. En este primer movimiento, entonces, Sebastián Piñera no necesitaba ir a la captura de la votación de centro, porque ese segmento difícilmente podrá ser atraído por una Nueva Mayoría tensionada por la disputa con el Frente Amplio.
En definitiva, ante la inminencia de este conflicto, Sebastián Piñera simplemente optó por asegurar la unidad de la centroderecha y su empatía con los altos niveles de desaprobación del actual gobierno, apostando a que los sectores de centro no tendrán, en la batalla que se avecina a extramuros de su coalición, ninguna posibilidad de quedar a resguardo.
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La ciudad que viene
EL GRAN escenario de la modernidad es la ciudad. Ella es el dominio de los individuos, el teatro de las luchas políticas y el lugar de las grandes preguntas de nuestros tiempos. Por eso, pensar la modernidad es, en buena medida, pensar la ciudad. La mayoría creciente de las personas vendrá al mundo y pasará casi toda su vida en un contexto urbano. Y si podemos decir algo respecto de la ciudad moderna es que ella y el cambio, como decía Bauman, “son prácticamente sinónimos”. Y que esos cambios siempre se manifiestan en nuestra vida como paradojas y contradicciones, grandes expectativas que, al realizarse, nos maravillan en la misma medida que nos desilusionan y nos arrastran a otras esperanzas.
En el caso chileno, los grandes conflictos políticos que marcan nuestro siglo XX son incomprensibles si no se toman en cuenta los procesos de migración campo-ciudad. La llamada “cuestión social” de comienzos del siglo XX, de hecho, surge debido a la aglomeración urbana de campesinos pobres que buscaban beneficiarse del auge industrial y minero. El hacinamiento y la miseria experimentadas por estos grupos fue el combustible de la primera gran oleada de transformaciones políticas y sociales de los años 20 y 30.
El segundo gran proceso de reformas sociales producido en la segunda mitad del siglo XX es también fruto de un gran shock demográfico. El epicentro de esto fue Santiago, que recibió enormes flujos migratorios entre 1940 y 1970, pasando de 952.000 habitantes a casi 3 millones. Este movimiento, que no amainó ni siquiera con dos reformas agrarias, tendrá como consecuencia la formación de bolsones de pobreza que serán el centro gravitacional de las reformas políticas y económicas de las décadas siguientes. No es exagerado decir, entonces, que la modernización chilena ha sido un intento por responder las preguntas que la urbanización masiva ha ido generando en sucesivas oleadas de “otros” que se han incorporado a la ciudad, dándole forma.
Hoy, cuando experimentamos conflictos y demandas que quitan el sueño a los poderes establecidos, vale mucho la pena preguntarnos por los procesos demográficos y urbanos que marcan el momento. Ya no se trata, eso sí, de un “otro” venido del campo que se incorpora a la vida urbana, sino de amplias y frágiles clases medias de la propia ciudad que exigen nuevos espacios y servicios. Y a ellos se suman todavía tímidas oleadas migratorias desde otros países latinoamericanos. Pero la ciudad de las últimas tres décadas, y con ella la forma de nuestra modernidad y nuestra visión misma del progreso, está siendo sometida a cambios, evaluación y crítica.
Repensar nuestro habitar urbano nos exige contar con un lenguaje adecuado y común para comprender y dialogar sobre el fenómeno. Necesitamos, entonces, entender qué es, qué ha sido y qué podría ser una ciudad. Y un buen punto de partida para eso es el libro “La ciudad que viene”, del antropólogo y filósofo Marcel Hénaff, quien visitará pronto nuestro país, invitado por el IES con la esperanza de ayudar a instalar un tema que debería ser ineludible en nuestro debate político, pero que pocos se toman en serio.
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Al otro lado del populismo
El retroceso de los nacional populismos en América Latina es el principal fenómeno contracíclico de estos tiempos. Mientras las tendencias populistas campean en lugares tan insospechados como Estados Unidos y Francia, en Sudamérica se han hundido bajo el peso de su propia lógica. El fracaso del chavismo en Venezuela se ha llevado por delante a invenciones como el Alba y el “socialismo del siglo XXI”, que tanta curiosidad alcanzaron a suscitar en las izquierdas europeas, a pesar de que nada de eso era mucho más que la satisfacción del narcisismo autoritario.
El marco teórico se lo puso el politólogo argentino Ernesto Laclau, cuyo libro La razón populista ha circulado en las mochilas de todas las “nuevas izquierdas”, aunque quedaría igual de cómodo en las de Trump, Le Pen o Geert Wilders.
Para América Latina, sin embargo, los cambios de ciclo político verdaderamente importantes han sido los de Argentina y Brasil.
El kirchnerismo, surgido de la nada y alimentado a punta de audacia, lanzó a la miseria a varios millones de ciudadanos e inundó de corrupción el ya pecaminoso aparato estatal argentino. Hace unas semanas, el ministro de Transportes reveló que se habían revisado los contratos para obras viales con rebajas promedio de ¡40%! Ese 40 era, obviamente, la estimación de lo que se iría quedando en la cadena de coimas. Mientras, la pobreza vuelve a crecer por efecto de las correcciones al extenso desastre legado por Cristina Fernández.
En Brasil, el progresivo descubrimiento de que una sola constructora, Odebrecht, inundó de sobornos la casi totalidad de América Latina, desde México hasta Perú y sin saltarse el Caribe, con la visible connivencia de Lula da Silva y Dilma Rousseff, desfigura las imágenes de austeridad obrera que pretendía proyectar el Partido dos Trabalhadores. Tendrán que pasar años antes de que se puedan equilibrar los méritos de haber sacado a millones de brasileños de la pobreza con el mesianismo que llevó a Lula a prescindir del siempre molesto problema de la legitimidad de los medios. Siempre hay gente que cree que la pobreza es más importante que la ética.
Argentina está infectada del populismo hace más de medio siglo, pero es un enfermo poco contagioso. En cambio, el Brasil de Lula generó una intoxicación continental cuyos efectos son todavía incalculables. Si las investigaciones siguen como van (la principal, radicada en Nueva York, lejos de la tambaleante institucionalidad brasileña), Lula podría convertirse en el gran crótalo regional.
Los nacional populismos sobreviven a duras penas en unos pocos países. En la mayoría de los casos han producido deterioros materiales tan profundos en sus sociedades, que cuesta creer que puedan regresar. Este es el daño directo y comprobable, que tiene a algunos en el camino de los tribunales.
El daño indirecto y menos visible, pero más profundo, es el que introdujeron en la izquierda de América Latina, que en un alucinante número de casos la ha hecho apostatar de sus partidos tradicionales para emprender el camino de las “nuevas izquierdas”. El chavismo eliminó a los adecos, el kirchnerismo estuvo cerca de devorar al peronismo, el aprismo se acabó en Perú, el MIR fue liquidado en Bolivia, y así por delante. Los populismos se basan, en realidad, en la destrucción de los partidos tradicionales.
Este factor exógeno, más importante de lo que parece, ha venido a reforzar la repostulación de Sebastián Piñera y a castigar a sus adversarios, desde el centro hasta la izquierda. De una forma incluso más aguda que la de 2010, la candidatura de Chile Vamos se prepara para capturar votación de centro, pero sobre todo para contar con el subsidio gratuito de una izquierda anarquizada.
Nadie podría sostener seriamente que Chile ha sido gobernado por el populismo. No es lo mismo la sed de popularidad que el populismo. Las instituciones pueden estar maltrechas, pero en ningún caso destruidas. Tampoco la democracia está bajo amenaza. Pero esa reverencia por “la calle”, ese lengüeteo refundacional, la pasmosa palabrería, la relegación de los partidos a su más raquítica expresión y la dinámica incomprensible de la gestión reformista, toda esa melaza se ha venido cocinando de una manera tal que hasta el más modesto comensal terminará favoreciendo una dieta más frugal, más conocida y conservadora.
El populismo ha estado y está lejos de Chile, y muy lejos en la versión Maduro, pero no es claro que la institucionalidad que ha sido su principal valla, empezando por los partidos políticos, soporte mucho tiempo más la incuria y el manoseo a que ha sido sometida. Los partidos capturados por los parlamentarios, en un régimen que no es parlamentario, sólo pueden sufrir maltrato, como lo demuestran las inconcebibles dificultades del refichaje.
En el caso de la centroizquierda, al otro lado de los partidos no está “la calle”, como muchos de sus dirigentes parecen creer. Está Piñera.
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Andanzas de Mike Wilson
Conocí a Mike Wilson gracias a un ensayo audaz sobre Borges que envió para postularse al doctorado de literatura latinoamericana en Cornell y que permitió que lo aceptáramos sin pensarlo mucho. Era tranquilo, reflexivo y se sentía muy a gusto en Ithaca, un pueblito frío -en más de un sentido- más cercano a Canadá que a Manhattan. Yo no entendía bien de dónde era -hablaba de su infancia en Paraguay, sus referentes eran argentinos (descubrí gracias a él cómics como Evaristo y películas como Moebius), acababa de hacer una maestría en Utah, su papá fue diplomático de Carter- y tampoco importaba mucho. Nos reuníamos en un café de los Commons y hablábamos de libros. Le interesaba todo lo relacionado con ucronías y distopías, y a eso le añadía una buena cantidad de Wittgenstein: una combinación inesperada que se convirtió en natural y hasta obvia gracias a la convicción con que la defendía. Escribió una tesis doctoral brillante, se fue a vivir a Santiago, me llegaron sus primeras novelas, de las cuales mi favorita es la apocalíptica Zombie, porque resumía a uno de los Mike que conocía, digamos al menos escondido.
El otro Mike -que al final resultó siendo el mismo- vino después: hubo una crisis personal y familiar, y dijo que abandonaba la escritura, o al menos la escena literaria, porque yo me iba enterando de que seguía escribiendo, aunque solo fuera descripciones diarias de las nubes que pasaban por la ventana de su departamento. Luego hubo ese big bang llamado Leñador, novela a estas alturas mítica (escribo estas líneas después de una cena en casa de amigos en Buenos Aires: en un momento de la noche la dueña del departamento vio la novela en un estante y se puso a leer las primeras líneas en voz alta para transmitirnos lo mucho que le gustaba). Confieso que me salté algunas páginas de Leñador y que leí otras en diagonal, pero eso no impide que la admire más que otras novelas que leí enteras y que incluso me gustaron (el libro invita a no ser leído de punta a punta). Al leer la inmensa historia de ese exsoldado y boxeador que después de una crisis sentimental se va al norte de Canadá en busca de cierta pureza y despojamiento y se convierte en leñador, pensé en Thoreau y los trascendentalistas norteamericanos, aunque Mike dice que ellos no se le cruzaron por la cabeza cuando la escribió. La novela, en su obsesivo afán enciclopédico y taxonómico, es consciente de los límites del lenguaje para abarcar el proyecto (Wittgenstein está por ahí); es una de sus grandezas, la misma forma del proyecto tematiza sus búsquedas. ¿Y qué hace uno después de mudarse a Chile y viajar mentalmente al Yukón? Irse al otro extremo del continente: al frío del extremo sur de la Argentina en Artico (Fiordo), el nuevo libro (¿nouvelle? ¿poema? ¿lista?) de Mike.
Artico es menor en relación a Leñador, pero es también único y, entre otras cosas, captura con elegancia y humor nuestra relación con la virtualidad: en el zoológico abandonado que visita el narrador: “No hay osos/Pero hay un letrero/Dice oso polar” y “Los pingüinos quietos/No parece molestarles/Son pingüinos/Y son de yeso”. Como en Leñador, hay una crisis sentimental, esta vez relacionada con un amor de esos que uno cree olvidados y de pronto regresan para mostrarnos cuán vivos están: el extremo sur es “el lugar donde se acaban las cosas” y también la fantasía del amante que proyecta una realidad alterna: “En Ushuaía/Me habrías amado”. Artico transmite con maestría el paisaje desolado de algunos cuadros de Hopper, expandido hasta abarcar una ciudad, un pedazo de continente, el universo entero: “En el cristal/Del ventanal/Nos espera/El desenlace inevitable/Cuando ya no caiga fuego/Del cielo/Y dejemos de correr/En un planeta muerto”. Es, después de todo, un libro de Mike.
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March 25, 2017
Prensa, libros e ideas
UNO NORMALMENTE no asocia el periodismo con discusión de ideas. La prensa informa más que ilustra. En general, se alimenta de lo que los poderes establecidos le entregan (noticias), de ahí que la crítica, si la hay, sea tímida o interesada. La casi única excepción son las columnas de opinión en que se entiende que los contenidos primen sobre la información, aun cuando es rara la vez que versan o se apoyan en libros. Es que se supone que serían densos y se teme que ahuyenten al lector medio. Por cierto que es un riesgo, aunque cómo negar lo también evidente, que si uno da con un tema o texto que vale la pena y el comentarista es ad hoc, el aporte sirve para dar cuenta en qué mundo estamos, qué se escribe, monta, exhibe y discute. Y vaya que necesitamos miradas de ese tipo.
Afortunadamente existen medios periodísticos que suplen dicha falencia. Pienso, por ejemplo, en The New York Review of Books, fundado hace 54 años, y cuya publicación de reseñas y ensayos, lo ha convertido en un medio indispensable si se quiere estar al día intelectualmente. Bob Silvers, su legendario editor y fundador (junto a Barbara Epstein), acaba de fallecer. Por eso me he querido detener y destacar su extraordinaria labor. Comprometidísimo, aún con sus 87 años a cuesta, se daba el tiempo para leer y encargar artículos a los más destacados comentaristas del ámbito pensante preferentemente angloparlante.
Una tarea, silenciosa, de aparente segundo plano, que Silvers explicara en el documental sobre el NYRB, de M. Scorsese, “The 50 Year Argument”: “La reseña de libros [en cuanto género] está basada en la idea que gente altamente preparada, inteligente e interesada, puede escribir fascinante y reveladoramente sobre casi cualquier tema, y, por supuesto, el gran problema es encontrar a esa persona”. Él, maestro en el rubro, y quien diera tribuna al quizá más representativo conjunto de intelectuales (a varios catapultándolos a la fama) en estas últimas cinco décadas. Gente como H. Arendt, I. Berlin, J. K. Galbraith, J. Didion, S. Sontag, Gore Vidal, T. Judt, Garry Wills, C. Hitchens, O. Paz, V. Nabokov, A. Solzhenitsyn, V. Havel, y tantos otros.
Desde que el NYRB se fundara en 1963 han ido apareciendo equivalentes en otras partes del mundo, a veces a modo de suplementos de diarios, o bien como publicaciones autónomas, algunas contingentes, otras más sesudas (el London Review of Books, Rivista dei Libri, Letras Libres, Claves de Razón Práctica, Revista Ñ, Babelia, Página 12…). En Chile, curiosamente, con un éxito algo accidentado, aun cuando se sigue intentando, como con la revista Santiago: Ideas, crítica, debate, de la UDP, cuyo editor, Álvaro Matus, es columnista de La Tercera. ¿Por qué será? Autores no faltan. Se me ocurre un par de razones: decaimiento de las universidades, suspicacia frente a las ideas, falta de pluralismo, vetos, incapacidad de discutir en conjunto. Para pensarlo, ojalá con otros en voz alta, aunque ¿dónde y cómo? Porque no es solo un problema de espacios, es de fondo.
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Buena onda
DEJEN A mi hija tranquila. Yo decidí comprarles algo como una cosa recreativa. No, no es un negocio. Es un lugar muy místico, lleno de buenas vibras y buena onda. Esta es una cosa recreativa, para que mis hijas puedan tener algo al lado de mis nietos.
Así se refirió Bachelet a la información de que su hija Sofía era propietaria de media hectárea junto al poblado de Los Choros, cercano a donde busca emplazarse el hoy cuestionado proyecto minero Dominga. Quienes lo conocen, lo describen como un sitio eriazo y desértico, a 10 kilómetros de la playa de Punta de Choros, al que cuesta imaginar como recreativo y lleno de vibras. A primera vista, más parece un castigo que un regalo.
Pero claro, dicen que en gustos no hay nada escrito. La Presidenta afirma que todo ahí es buena onda y buenas vibras, y quien es uno para decir lo contrario. Pero, también es cierto que como negocio, la cosa no es nada de mal, toda vez que su valor comercial podría aumentar si el citado proyecto minero es finalmente aprobado. Por eso llama la atención. Por eso, pese a que son muchos los que han reaccionado diciendo que plantear el tema es injusto y fuera de lugar, yo igual lo encuentro curioso.
Primero, porque los personajes se repiten. Resulta que, de acuerdo a Bachelet, la gestora de todo esto es nada menos que su nuera, Natalia Compagnon. Sí, la misma que está formalizada por el caso Caval. Una persona que ya sabemos no hace las cosas por pura buena onda. Más aún, cuando en este caso, ella compró nada menos que doce lotes de media hectárea. Entonces es legítimo preguntarse si aquí hay puras buenas vibras o hay un buen negocio.
Segundo, porque esta operación se hizo en marzo del 2014, a pocos días de que Bachelet se instalara en La Moneda. Claro, ella dice que a esas alturas no sabía nada del proyecto Dominga, lo que suena razonable. El problema es que también habría que asumir que su nuera, que se dedica a esto, tampoco sabía. “Yo no tengo idea de lo que ella haya hecho, en esa parte no tengo nada que ver”, dijo la Presidenta. Puede ser, pero eso hace aún más necesario aclarar las intenciones de la nuera.
En suma, esto no tiene nada que ver con la buena o mala onda. Por el contrario, es un asunto que amerita ser investigado. Por mucho menos, Piñera tiene querellas y comisiones investigadoras. Y La Moneda ha festinado con aquello. Por eso, ahora no pueden alegar que hay que levantar la mirada y que esto de transformar en delito algo que no lo es, nos hace pésimo como país, como dijo la propia Presidenta en su defensa.
Uno tiene que practicar lo que predica.
Pero, lo más importante es despejar las dudas. Si todo está bien, la Presidenta debiera ser la primera en apoyar que se haga una investigación. Es más, debiera exigirla. Esa es la manera de despejar el asunto. Apoyarse en la moralina o que esto es una operación política en su contra, es pura música. Porque, insisto, el caso igual da para pensar. Es cierto, todo esto puede ser una mala coincidencia, pero es una coincidencia igual. Y cuando eso sucede, lo único que vale es aclarar las cosas.
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Gobierno semipresidencial para Chile
COMO LO planteábamos en la columna anterior, resulta prudente comenzar a debatir las cuestiones esenciales que debiera contener una nueva Carta Fundamental para Chile. En esa perspectiva, tal como lo hacemos en el libro “Sobre derechos, deberes y poder. Una Nueva Constitución”, es necesario optar por el tipo de sistema político que deseamos darnos como sociedad.
La principal característica de esta forma de gobierno (semipresidencialismo) es distinguir entre el Presidente de la República, como jefe de Estado y el primer ministro, como jefe de Gobierno, donde el mandatario es elegido por sufragio universal, de modo que está muy lejos de constituir una figura exclusivamente protocolar, como suele ocurrir en algunos regímenes parlamentarios.
En esta forma de gobierno, el Presidente es por su forma de elección, un auténtico representante de la ciudadanía que se ubica en el mismo nivel del Parlamento y por encima del primer ministro y ministros.
El segundo rasgo determinante es que el Presidente nombra a su primer ministro, que es el jefe de Gobierno, o a quien le corresponde el ejercicio del Poder Ejecutivo, pero para poder asumir y permanecer en el cargo, el primer ministro requiere el respaldo de la mayoría parlamentaria.
Los dos cargos anteriores configuran una forma de gobierno, que a nivel del Ejecutivo, posee una estructura dualista pues coexisten Presidente y jefe de Gobierno.
En la realidad de América Latina el predominio es, casi sin contrapeso, del presidencialismo en el marco de un pluripartidismo, normalmente extremo, lo que es causa fundamental de una realidad donde coexisten presidentes de la República que se mantienen a pesar de la bancarrota de su apoyo popular. Visto en perspectiva, el sistema chileno ha cargado con el peso de estas dos realidades que al coexistir crean más problemas que oportunidades: presidencialismo y pluripartidismo. El presidencialismo ha sido un rasgo invariable del sistema político chileno a través de todas sus constituciones. A su vez, el multipartidismo ha sido otra de sus constantes desde el surgimiento del sistema de partidos. Conscientes de que resulta utópico postular una forma de gobierno parlamentaria para Chile, pero que, a la vez resulta inconveniente el actual presidencialismo exacerbado, entonces, ¿cómo articular una relación virtuosa entre el Ejecutivo y el Legislativo, en ausencia de las dos formas de gobierno anteriores? ¿Hacia dónde ir?
Al impulsar reformas al sistema político hay que atender a la realidad histórica de cada país y, la de Chile, nos habla de lo arraigados que están presidencialismo y pluripartidismo, con un Parlamento que ha servido como una arena política de transacción y compromiso.
Hacerse cargo de esas realidades, evitando ejercicios académicos es lo que nos lleva a postular la posibilidad de un semipresidencialismo, en la perspectiva de lograr una mayor gobernabilidad democrática.
Si queremos en serio debatir sobre una nueva Constitución o sobre reformas a la actual (que parece ser la tesis del abanderado de la derecha) resulta indispensable profundizar en temas como éste: pueda ser que el debate de los candidatos salga de los meros titulares y de las vagas consignas tanto en lo político como en lo económico.
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Estancamiento, reformas y productividad
La tesis del ministro Valdés, en orden a que la caída en la tasa de crecimiento de la economía chilena en los últimos tres años responde a un problema “estructural”, permite más de una lectura. Desde luego, se puede interpretar, y ya lo hicieron algunos, como un intento deliberado por desconocer (o menospreciar) el efecto negativo de las reformas sobre el desempeño de la economía. En la misma línea, y dado que el ministro aludió a que el problema estructural se vinculaba al menor dinamismo observado en las exportaciones, podría leerse que se buscaba echar mano a un eventual empeoramiento de la situación internacional como causa principal del estancamiento económico en Chile. Alternativamente, la tesis acepta como explicación que ha habido una caída secular en el aporte del crecimiento de la productividad a la tasa de expansión del PIB. En efecto, el fenómeno de exportaciones menos dinámicas, con excepción de la minería, se viene observando hace más tiempo y respondería a que no hemos sido capaces de generar nuevas ventajas comparativas que permitan el desarrollo de sectores exportadores no tradicionales.
Veamos los datos. Es bueno despejar primero que la situación internacional per se no ha sido un factor muy relevante en explicar el estancamiento de los últimos 3 años en Chile, toda vez que la economía mundial se ha expandido a tasas sobre 3% anual en este período. Sí ha tenido efecto, en cambio, la caída (entre 2013 y la actualidad) del precio del cobre pero menos de lo que parece porque también ha disminuido el precio de los combustibles. La reducción en los términos de intercambio ha sido del orden de 15%, número que habría causado menos estragos que ahora en períodos anteriores. También es bueno dejar establecido el efecto negativo que ha tenido sobre la inversión privada no minera el mal clima de negocios generado por las reformas del gobierno y su discurso hostil hacia el lucro. Así lo revela por ejemplo el Informe de Percepciones de Negocios del Banco Central desde 2014 a la fecha.
¿Y qué hay con la productividad? El cuadro a continuación muestra lo que ya es muy sabido: que desde fines de los 90 el aporte de la productividad total de factores (PTF) al crecimiento se redujo considerablemente, lo cual ciertamente dificulta el desarrollo de ventajas comparativas y las exportaciones no mineras. Pero no hay que olvidar que lo que se conoce como PTF es en realidad el residuo que contiene todo lo que explica el crecimiento más allá del aumento del capital y del empleo. Y hay muchos que sostienen (Acemoglu y Robinson, “¿Por qué fracasan las naciones?”, por ejemplo) que cuestiones como la madurez de las instituciones, el estado de derecho, la eficiencia del Estado, la tranquilidad social, etc. son también elementos que influyen en este residuo. Curiosamente, este residuo aporta negativamente al crecimiento los tres últimos años en forma consecutiva, por primera vez desde 1990 y sin que el país esté en recesión (el residuo es pro cíclico).
Descomposición del Crecimiento
Período
Crecimiento del PIB
Aporte Trabajo y Capital
Productividad (Residuo)
1989-97
7,4%
4,1%
3,3%
2000-09
4,1%
3,6%
0,5%
2010-13
5,3%
4,8%
0,5%
2104-16
1,9%
2,8%
-0,9%
Fuente: Elaboración propia en base en información de Clapes UC. El año 2016 contiene mi propia proyección de productividad.
Por tanto, es cierto que hay mucho por hacer en orden a mejorar la productividad en el mediano y largo plazo, y que el aporte del residuo sea mayor, pero en el último trienio el gobierno ha hecho lo posible para lo contrario a raíz de sus malas reformas y su retórica “progresista”. Ello se suma a una menor contribución del capital y del trabajo al crecimiento (caída en la inversión y lenta generación de empleo) como no habíamos visto en décadas.
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Bajo crecimiento: ¿Causas internas o externas?
EN 2016 SE consolidó la tendencia a un bajo crecimiento, con un 1,6% de aumento del PIB, muy por debajo del promedio mundial (3,1%) y de los países emergentes y en desarrollo (4,1%). El aumento del PIB en Chile pasó desde un 5,3% anual en 2010-13 a un 1,9% en 2014- 2016.
¿A qué se debe esta desaceleración? Hay quienes -los ultraliberales de siempre, que nunca hacen mucho caso de los hechos sino que mantienen su juicio ideológico contra toda intervención del Estado llueve o truene- la atribuyen a las reformas del actual gobierno, que habrían desincentivado la inversión.
El deterioro desde fines de 2011 de los términos del intercambio ha sido un factor desfavorable determinante para la economía chilena, y en especial para la inversión. De acuerdo a las cuentas nacionales, la caída de la inversión empezó en 2013 (en el tercer y cuarto trimestres), es decir antes del inicio del nuevo gobierno. El entonces ministro de Hacienda, Felipe Larraín, lo atribuyó a las expectativas de victoria de la actual presidenta, procurando desligarse de los resultados de su propia gestión frente al cambio externo.
En nuestra interpretación, la desaceleración tuvo un origen en el fin del ciclo expansivo del cobre iniciado en 2004, empujado por China. Pero su prolongación se explica por decisiones equivocadas de política monetaria y fiscal.
El precio del cobre, la principal exportación del país, completó nada menos que cinco años consecutivos de caída y promedió en 2016 unos 2,2 dólares la libra, valor 44,7% menor que el de 4,0 dólares de 2011. Las exportaciones mineras pasaron de 49.083 millones dólares en 2011 a 30.343 en 2016. ¿Puede alguien pensar seriamente que esto no constituye un impacto de proporciones?
La inversión minera se desplomó a partir de 2014, cuando cayó en -14,4%, arrastrando a la baja la inversión agregada, que ya venía lenta. En efecto, la formación bruta de capital fijo se expandió en 12,7% anual en 2010-12, empujada por la minería, y solo en 2,2% en 2013.
Cayó en 4,2% en 2014, ahora arrastrada en sentido inverso por el desplome minero, y todavía en 1,5% y 0,8% en los dos años siguientes.¿Qué tiene esto que ver con las reformas? Bastante poco. Y hubiera afectado a cualquier gobierno, cualquiera fuese su signo y su política tributaria y laboral.
Frente al impacto externo, una política económica contracíclica a la altura del desafío era la respuesta correcta, en condiciones en que el país había acumulado sustanciales reservas fiscales. El desplome de la inversión minera debió abordarse con un aumento persistente de la inversión pública y en I+D. Pero el actual ministro de Hacienda se ha encargado de disminuirla en 4,8% en 2016 y programó una nueva caída en 2017. El Banco Central debió haber programado bajas en la tasa de interés para estimular la inversión privada. Recién en 2017 ha realizado dos tímidos recortes al borde de la recesión. Entienda el que pueda.
El consumo, que empezó a crecer poco desde 2014 por una más lenta creación de empleo y un menor crecimiento de las remuneraciones reales, impactadas por la devaluación de 39,9% entre 2011 y 2016 y la consiguiente mayor inflación de corto plazo, debió reactivarse con reajustes reales importantes en el sector público como señal para el sector privado. A esto el ministro de Hacienda se negó con arrogancia, basado en la convicción más que opinable de que el gobierno tendrá menos ingresos tributarios permanentes, ocupado además en mostrar menores índices de déficit fiscal ante la banca internacional, que en realidad empeoran con el bajo crecimiento.
Resultado: una languidez productiva prolongada que podría haberse evitado.
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Sistema previsional y disposición a contributiva
Ad portas de que el Ejecutivo envíe su proyecto de reforma previsional, una de las principales incógnitas es cómo se repartirá el 5% de mayor cotización anunciado. Si mayoritariamente irá a las cuentas individuales de los trabajadores o bien a un fondo común que incluiría una componente de reparto. La dicotomía capitalización individual-reparto es, a fin de cuentas, lo que cruza buena parte de esta discusión.
Un reciente estudio elaborado por la Escuela de Gobierno de la UAI indagó, a través de una encuesta, sobre esta dicotomía, las expectativas de jubilación de las personas y su disposición a contribuir según que el sistema de pensiones opere bajo una modalidad u otra. Para no sesgar las respuestas, en lugar de preguntar por “reparto” o “capitalización individual”, a las personas se les describió situaciones que capturan la esencia de ambos esquemas. En este contexto, un 60% de los encuestados declara preferir un sistema donde predomine el ahorro individual, contra un 33% que privilegia uno en que prime el reparto.
¿Cómo son las expectativas de pensión de las personas? Altas: en promedio un 95% del último sueldo y con una mayoría de las personas (60%) que considera que su jubilación debiera ser igual o superior a su última remuneración. Estas expectativas no varían según el tipo de sistema previsional –ahorro o reparto- que las personas declaran preferir.
¿Qué ocurre con la disposición de las personas a contribuir para financiar su pensión? Se observa que el esfuerzo contributivo que la gente declara estar dispuesta a efectuar durante su vida activa es significativamente mayor si el sistema operara bajo una lógica de ahorro individual que bajo una de reparto: en promedio, 13% del sueldo contra 8%, respectivamente. Mientras en un esquema de ahorro personal más de un 50% de las personas estarían dispuestas a aportar entre 15% y 20% de su sueldo, en uno de reparto solo un 25% desearía hacerlo. Análogamente, casi un 50% declara querer aportar menos de 5% de su sueldo bajo reparto contra solo un 15% de las personas si el sistema fuera de ahorro personal.
Estas tendencias se mantienen si uno aísla las preferencias personales respecto al tipo de sistema. Quienes declaran preferir un esquema de reparto, señalan también que aportarían 30% menos de su sueldo si el sistema fuera uno de reparto en lugar de uno de ahorro personal. Entre quienes prefieren un sistema basado en el ahorro, esta brecha sube a 85%.
El estudio también indaga sobre el movimiento No+AFP, constatando un alto nivel de adhesión (80%). Sin embargo, entre quienes lo apoyan, la gran mayoría cree que la principal reivindicación no es el volver a un esquema de reparto como el movimiento declara. En efecto, 2 de cada 3 partidarios consideran que la principal demanda es mantener el ahorro individual pero que éstos ahorros personales sean administrados por el Estado o las propias personas.
No cabe duda que el debate político en pensiones y el destino del 5% seguirá estando cruzado por la dicotomía capitalización-reparto. Y en este, además de las objeciones económicas y de sostenibilidad al reparto, es bueno no perder de vista la preferencia de las personas por el ahorro individual y su consiguiente mayor disposición contributiva ante el esfuerzo de mayores aportes que plantea el gobierno.
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