Raúl Portero's Blog, page 4
October 27, 2013
Echo de menos ir al cine. Sí que voy al cine en realidad,...
Echo de menos ir al cine. Sí que voy al cine en realidad, aún conservo algunos amigos que trabajan en el multisalas y me invitan a ir a ver una película de vez en cuando pero, vaya, las películas que suelen poner en el multicines cada vez me interesan menos. Y aunque disfruto mucho en compañía de mis amigos, nada es igualable a ir al cine solo. Nada es comparable a ir a uno de esos cines chiquititos de los que casi ya no quedan, que incluso huelen a cerrado, hilo musical instrumental completamente desfasado y butacas grises, y que la taquillera te entregue una entrada de rollo donde únicamente pone escrito el número de sala. Ir un poco antes de la sesión de tarde con un libro y sentarse en la cafetería –siempre hay una cafetería ideal cerca de un cine– y leer tranquilamente mientras esperas a que la película empiece. Y una película con mayúsculas, no la típica trama risible de un pianista al que van a dispararle si desafina (!) o tsunamis pretendidamente emocionantes. Alguna película pequeña, dos personajes encerrados en una habitación y poco más, con toda la sala en silencio, tú, la pantalla gigantesca y la vida (otra vida) frente a ti. Pero no vamos a ponernos exquisitos sobre qué película ver. Lo importante es seguir yendo al cine.Esta semana se estrenaba Tots volem el millor per a ella, de Mar Coll. Es una película ideal para pasar una tarde de domingo leyendo en una cafetería, café americano doble carga, y cine. Y después, al salir, oh, noche cerrada e ir andando a casa (nunca se debe coger el bus o el metro, en la medida de lo posible, después de ir al cine; no es lo mismo). Parece que entonces las películas tocan más. Es casi como ir a comprar libros, hay una suerte de ritual al hacerlo.
En mi familia es muy común justificar la piratería con que el cine no les interesa, y que por eso lo piratean. Pero la afirmación es contradictoria de facto: no se piratea lo que no interesa. En realidad, lo que dicen es una manera de autonegarse su propia incultura. Si pirateas, no busques argumentos, o ya puestos a hacerlos, hazlo con motivos de peso. Hay una película que no encuentro, vale. Pero no me lo digas de Lo imposible, que está hasta en la sopa. Dicen algunos que la última película que les gustó la vieron hace años, y te ponen como ejemplo una superproducción hollywoodiense. A la que le preguntas por tres títulos, tres directos actuales o incluso tres actores, comúnmente no saben qué responderte. Y no vayamos en plan culturetas, pregunta por algún actor que no salga ahora mismo en alguna trilogía adolescente y no saben qué responder. Hay cine más allá Crepúsculo, y además de calidad. Opinan además que ir al cine es un capricho demasiado caro (porque siempre se le añaden pluses que nada tienen que ver con ir al cine en sí mismo, tales como las palomitas, chocolatinas, bebidas, el innecesario y sacacuartos sistema 3D...), y seguramente lo afirmará aquél que prefiere pagar cinco euros por una caña en una terraza (al lado de un multisalas, donde, por cierto, ya no hay proyeccionistas trabajando) pero es que, claro, el cine no les interesa o no les gusta tanto como para ir al cine. No les gusta tanto pero tienen un disco duro lleno de películas, tantas películas que la mayoría de ellos jamás las verán. Yo creo que se dedican a ver qué películas se estrenan cada viernes y automáticamente las ponen a descargar. Que no vean las películas en salas, está bien, que las vean en casa entonces. Mírese Filmin. Ah, no, claro, es que son tres euros y de todas maneras el cine, lo divertido de ir al cine (precisamente lo que yo detesto) es el banquete de palomitas y bebidas (¿por qué no hicimos nada cuando en los cines se empezaron a vender hamburguesas, pizzas, salchichas y se permitió la entrada de comida caliente en las salas?). Entonces el discurso es el siguiente: me pirateo una película porque el cine no me interesa pero no lo compro en Filmin porque para eso voy al cine. Pero el caso es que no vas.
Con los libros ocurre lo mismo. Ahora que se han comprado un Kindle, un aparato estúpido que cuesta como mínimo 70 euros (eso ya son tres libros en papel, o más, y unos cuantos puestos de trabajo), lo crackean y hala, a descargar libros, y siempre con una sonrisa condescendiente con la que afirman: pero los tuyos los compramos. A mi personalmente me importa tres pimientos si mi familia se compra o no mis libros, fíjate tú por dónde. Además no puede haber mayor insulto a un autor o a la inteligencia de una persona que semejante argumento. En primer lugar porque estás admitiendo un robo (el de los derechos de autor de autores que puede que sean amigos míos) y, en segundo lugar, porque si pirateas todo lo que se te pone por delante, las editoriales cerrarán, y sin editoriales, no hay plataformas donde publicar –no creo en la autopublicación por motivos que no vienen al caso–. Esa gente que no compra libros porque los libros son caros (y lo son: yo estuve peleándome, y alguien podría decirlo, por todos los medios posibles, incluidas las redes sociales, por una bajada de precio (y por tanto de sueldo) de mis dos primeras novelas porque eran indecentemente caras) pero tampoco van a una biblioteca a por ellos.
Ahora admitamos que todos pirateamos. Pero no pongamos excusas. Ya que no le tenemos respeto a los demás, tengámoslo, al menos, por nosotros mismos. Estas personitas, que no van al cine porque es caro y no les interesa lo que se estrena pero se lo descargan todo, que no compran libros porque se lo piratean porque los libros son caros y encima el autor se lleva poco dinero (¿qué te llevas de un libro pirateado?) pero no han pisado una biblioteca pública en años, esta gente, encima tiene la gran cara dura de decirte que madures (sic), que como la literatura no te ha funcionado porque no vives de ello, es mejor que te busques un trabajo. Y digo yo que lo mejor, en el fondo, es acabar siendo una persona radicalmente diferente a esta clase de gente.
Published on October 27, 2013 09:05
October 9, 2013
Leer lo que uno ha escrito, una vez publicado, uno de tus...
Leer lo que uno ha escrito, una vez publicado, uno de tus libros, produce una sensación horrorosa. Hace un mes tuve que leer La Piel Gruesa ya que estamos trabajando en un proyecto que tiene la novela como base, y no pude evitar sentirme incómodo. A los temidos errores de maquetación u ortotipográficos, que ocurren en todas las editoriales, grandes y pequeñas –algunos colegas y yo tenemos por costumbre fotografiar los gazapos en los libros y pasárnoslos por wassap; el más sangrante que hemos visto ha sido una página con texto cuando debería estar en blanco al haber acabado éste en página impar–, está el hecho de que tú has crecido como autor en el tiempo que ha pasado desde que lo escribiste, corregiste, y finalmente publicaste. En este caso, cinco años.
No es que desde entonces me haya vuelto mejor autor, sólo soy un autor ligeramente distinto. Me siguen interesando los mismos temas que antes, en cierta manera. Hablando con mi agente hace una semana decíamos que ya podía verse, después de cuatro libros, y gracias también al que empezaré a escribir en breve, cierta trayectoria o ciertos rasgos de autor. Si bien la primera novela, la vida que soñamos queda al margen, las tres novelas sucesivas comparten en cierta forma inquietudes estilísticas y temáticas parecidas, y también una evolución. Un libro es la continuación de un proyecto, a pesar de que La piel fuese un retrato supuestamente generacional y Reykjavík una comedia ligera sin demasiadas pretensiones. Para mí fue embarazoso leer La piel gruesa como es embarazoso para un actor preocupado por su trabajo verse en pantalla. Porque las frases que antes tenían quince palabras, ahora las escribía con diez. Porque una reflexión me parece acertada pero pueril, o una situación no demasiado bien resuelta, porque ahora tengo mejores argumentos y mejores herramientas. Pero sé que dentro de cinco años diré lo mismo de la novela que he escrito ahora.
Un escritor que conozco, con quien además comparto amistad, me preguntó una vez a raíz de esto: ¿pero cuándo está acabada una novela? Una pregunta inteligente. La novela no acaba sólo cuando se publica, es cierto. Porque luego vienen los lectores, y los lectores interpretan tu texto de una forma distinta a la que has tenido tú. Ven matices donde tú no los ves, pasan por alto pasajes o intenciones que tú consideras imprescindibles para el libro, tanto es así que a menudo te preguntas cómo han podido entender el libro tras haberlas pasado por alto. Pero sin embargo leen el libro, lo entienden porque lo hacen suyo. Y el problema, o la grandeza del asunto, no es que como autor no consigues ver cerrada, acabada o empalizar con tu obra precisamente por eso: porque directamente no es tuya.
La putada es no poder participar de ese mundo que has creado. Pero hay que acostumbrarse. Lo contrario es la página en blanco.
No es que desde entonces me haya vuelto mejor autor, sólo soy un autor ligeramente distinto. Me siguen interesando los mismos temas que antes, en cierta manera. Hablando con mi agente hace una semana decíamos que ya podía verse, después de cuatro libros, y gracias también al que empezaré a escribir en breve, cierta trayectoria o ciertos rasgos de autor. Si bien la primera novela, la vida que soñamos queda al margen, las tres novelas sucesivas comparten en cierta forma inquietudes estilísticas y temáticas parecidas, y también una evolución. Un libro es la continuación de un proyecto, a pesar de que La piel fuese un retrato supuestamente generacional y Reykjavík una comedia ligera sin demasiadas pretensiones. Para mí fue embarazoso leer La piel gruesa como es embarazoso para un actor preocupado por su trabajo verse en pantalla. Porque las frases que antes tenían quince palabras, ahora las escribía con diez. Porque una reflexión me parece acertada pero pueril, o una situación no demasiado bien resuelta, porque ahora tengo mejores argumentos y mejores herramientas. Pero sé que dentro de cinco años diré lo mismo de la novela que he escrito ahora.
Un escritor que conozco, con quien además comparto amistad, me preguntó una vez a raíz de esto: ¿pero cuándo está acabada una novela? Una pregunta inteligente. La novela no acaba sólo cuando se publica, es cierto. Porque luego vienen los lectores, y los lectores interpretan tu texto de una forma distinta a la que has tenido tú. Ven matices donde tú no los ves, pasan por alto pasajes o intenciones que tú consideras imprescindibles para el libro, tanto es así que a menudo te preguntas cómo han podido entender el libro tras haberlas pasado por alto. Pero sin embargo leen el libro, lo entienden porque lo hacen suyo. Y el problema, o la grandeza del asunto, no es que como autor no consigues ver cerrada, acabada o empalizar con tu obra precisamente por eso: porque directamente no es tuya.
La putada es no poder participar de ese mundo que has creado. Pero hay que acostumbrarse. Lo contrario es la página en blanco.
Published on October 09, 2013 17:41
September 27, 2013
Una de esas tardes, después de la lluvia, atardecer en Re...
Una de esas tardes, después de la lluvia, atardecer en Reykjavík. Un Reykjavík post Airwaves que había vuelto a la calma que me tenía acostumbrado. Las calles semi vacías, el silencio, el viento fresco que sin tanta gente parece aún más fresco. Jorge, que me voy a dar una vuelta. Yo me quedo aquí. Cómo no, no hay mejor lugar del mundo para leer y beber un café que ése. Aunque se lea en un ipad, que en un ipad no se puede leer bien. Todo parece menos libro en una pantalla. Pero a ti eso te da igual, allá él con sus ojos: sales a la calle,
al frío,
aún no ha oscurecido, lo hará pronto,
lo bueno de caminar por Reykjavík es no llevar la música puesta para escuchar la ciudad.
¿Escuchar? Pero si no hay ruido. Unas risas que salen de un café, dos que se cruzan contigo cantando hasta que descubres que es la sonoridad del islandés, el viento chocando contra tu propia piel. Hace dos días tenías que agarrarte a una farola para no caerte al suelo, un hombre acabó en el hospital porque se le cayó un techo encima. Dejas atrás el Bonus, tan amarillo que parece un plastidecor, atrás Bad Taste y la tienda de chucherías (esa tienda sobre la que escribiste en la novela), Kaffibarinn a la izquierda, Faktor´y a la derecha. Y al final ese parque, esa colina por la que bajas varias veces al día porque Reykjavík tampoco es tan grande y detrás está Eymundsson y delante Laundromat. No me pueden gustar más esos escasos diez metros de calle.
Y esta tarde, aceras mojadas, no hace tanto frío, subes la colina, justo hasta arriba, siguiendo el camino de baldosas. Banco mojado, pero qué más da. Llevas un abrigo que te compraste en Berlín en pleno temporal, podrá soportar eso y más. No hace una de esas tardes con un frío que te enrojece las manos y hace que te escuezan las articulaciones de los dedos al minuto uno de estar en la calle. Silencio, más silencio. A pesar de los coches del aparcamiento de delante que no dejan de entrar y salir. De algún camión ocasional y de las obras en el Harpa. Es como si tuvieras tapones en los oídos. Y el sol empieza a caer (más) y en cada ventana de cada edificio que tienes por delante aparece una luz. Y la noche se echa encima y las luces del Harpa la transforman una aurora boreal. Hace dos días estaba llena de gente. Ahora parece un lugar abandonado. Y el puerto, claro, al lado, que desaparece a medida que oscurece, como si se fuera de la ciudad a otra parte. Y se ha hecho de noche y huele otra vez a lluvia, te tienes que marchar; has estado ahí media hora, quieto, en un banco, en silencio, como para quedarse congelado y no pedir ayuda, has estado sin música, tú que siempre la llevas puesta, no has tenido a nadie a cien metros en pleno centro de la capital de un país, y acabas de saber que ése, ése y no otro, es tu ombligo, tu sitio, tu rincón, tu pulmón. ¿Tu corazón? Puede, o al menos es algo parecido.
La vuelta al Kex, al café caliente, al hilo musical tristón y los brindis de cerveza en la mesa de al lado, la haces bordeando el mar con la certeza de haber tenido una revelación que te vas a quedar para ti y que vas a compartir sólo con aquellos que te esperan. En Reykjavík, o en cualquier otro lado.
Published on September 27, 2013 11:35
September 19, 2013
A veces me colapso, como quien delante de un cruce de cam...
A veces me colapso, como quien delante de un cruce de caminos sólo consigue quedarse quieto. Las piernas temblando y un sudor frío en la espalda. Esto lo tienes que hacer solo, qué remedio te queda. Nunca has sido de los que han tenido que arrastrarte pero cuando te tuvieron que arrastrar en realidad fue cuando te dejaron solo. Así que ya no necesitas a nadie, sólo tus dos piernas y a andar. Cuando te colapsa el mundo se te echa encima, ¡zas! como en la imagen de Jesucristo llevando la Tierra a sus espaldas. Las paredes de casa y la calle, pero te quedas en tu habitación, la fortaleza sin cañones y que podría derrumbarse en un momento a otro pero que de momento aguanta. Y te quedas ahí, valorando las opciones que tienes en las manos, porque siempre hay opciones, por mucho que el juego que hagas con las manos terminen haciendo que se caigan al suelo. Y tienes que entrenar y se te pasa la hora, y ya irás mañana, y te miras en el espejo y apenas te reconoces. Mis amigos y yo hablamos a menudo de un pasado que pudo ser el mas pasado. Ya no hablamos de futuro porque nos asusta no ver nada, absolutamente nada. Vemos tan poco que apenas sabemos dónde vamos a estar dentro de dos meses. ¿Me habré ido a Madrid a estudiar socorrismo? Ya he pasado los exámenes médicos, tengo el dinero de la matrícula, estoy entrenando con un tipo que hace que me deslome de lunes a viernes en una piscina con el propósito de perderle miedo al agua, de dejarme hundir a plomo hasta el fondo, de dominar el medio y tener una buena técnica, ¿pero por qué no te matriculas? Porque ¿y si viene ese trabajo que nunca viene, esa oportunidad que mira, está ahí, en tus dedos, y que siempre termina cogiendo otro? O debería dejarme de pamplinas, terminar de cargar mi seguridad y decir: no, cojones, lo que tú querías era hacer ese curso, así que adelante con él.Hay quien dice equivocadamente: pero Raúl, tú eres escritor. Pero un escritor nunca pone en su curriculum que escribe, porque para buscar un trabajo no relacionado con la escritura, escribir pesa más que luce. Tienes un proyecto de guerrilla que te encanta con gente de la escuela de cine y del institut del teatre, y además un director tiene los derechos de tu libro. Pero eso queda muy bien para decirlo a los amigos, en una entrevista de trabajo siempre se toma con recelo. Siempre nos han dicho que buscan en los candidatos algo que se salga de lo normal, pero cuando alguien tiene algo que se salga de lo normal salen corriendo como de la pólvora. Eso, o es que realmente la escritura no es algo fuera de lo común. En tanto que la gente se lo descarga todo gratis, entiendo mejor esta última opción. Hemos dejado de ser interesantes. Nunca hemos sido alguien, pero ahora directamente no somos nadie. Un poligonero capaz de decir ¿Cuála? es más apto que tú para muchos trabajos.
Ya lo dijo Bret Easton Ellis quizá no de manera tan superflua ni tan equivocada en el marco de sus personajes hiper capitalistas de American Psycho: perded toda esperanza. A eso vamos.
Published on September 19, 2013 03:17
September 7, 2013
Todas las fotografías de Shanghai salieron, curiosamente,...
Todas las fotografías de Shanghai salieron, curiosamente, desenfocadas. Como si la ciudad se negara a ser retratada. A mí no me interesa en absoluto describir aquello que veo en los viajes. No me interesa hacer libros de viajes y no tuerzo la historia para incluir en ellas mis vivencias. Una de las cosas que no soporto al leer una narración es encontrarme con partes que me digan: está bien, esto lo ha vivido el autor, pero en realidad no importa nada para lo que estoy leyendo. Como autores tendemos a creer que nuestra vida es muy interesante, que nuestras experiencias pueden aportar algo valioso a la historia, pero es mentira. Nuestra vida es simplemente una vida más, y en el momento en que incluimos algo porque sí en la narración, porque nos apetece contarlo aunque no tenga una cabida en la novela, en ese momento, hemos perdido el rumbo de la historia.Lo que ves, lo que vives, tiene que servir para inventar una historia y no al revés. Para escribir un libro que pasa en una ciudad que no es la tuya, y que por tanto no tienes tan a mano, no basta con habérselo pasado bien en ella. O haberlo pasado mal. Cuando escribí Reykjavík Línea 11 no sólo viajé a la ciudad (fue difícil ver la ciudad después, con la novela ya a la venta y los personajes cerrados, ya que las primeras veces la ciudad en sí misma no era la ciudad en sí, sino la de los personajes) sino que el proceso de documentación no basta con apuntarse en una libretita los cafés cuquis, lo que se siente al caminar por la calle o alguna anécdota/conversación que de espontáneo se vuelve brillante. Creo que para Reykjavík Línea 11, si mi memoria no me falla, me leí ensayos (dos libros de viajes de Xavier Moret, uno en inglés sobre la sociedad a través de la música con Björk en la portada y que le regalé a mi amigo Jorge, otro en inglés sobre un tipo que se iba él solo a recorrer la isla), novela islandesa (El cisne, Amor Duro, Gente Independiente, El zorro rojo) escuché tanta música islandesa que había olvidado lo que era poner el iPod y entender qué decían las canciones, programas de televisión, prensa, mucha prensa, sobre la crisis económica y cine (no os perdáis Heima, que fue además uno de los títulos que se barajaron para el libro). Incluso me atreví con estudiar unas lecciones de islandés, de lo que he olvidado prácticamente todo menos palabras sueltas que me parecen muy graciosas, y cómo pedir una cerveza.
Crear una historia no solamente es terapéutico, te ayuda a crecer en tanto que debe obligarte a aprender cosas nuevas. No me vale de nada estos libros radiografía de la vida de una persona si no hay nada más detrás. Para bien o para mal (supongo que para bien) prácticamente todos mis amigos han ido a Shanghai. Obviamente, porque de entre mis amigos algunos de ellos se han licenciado en Estudios de Asia Oriental, y los que no han ido allí a pasar un año hemos ido a visitarles cuando teníamos dinero. Y el chorro de anécdotas sobre China, Shanghai, Beijing es tan variado y extenso que podríamos llenar trescientas páginas. Pero cuando finalmente leyeron el borrador final de Shanghai, me preguntaron: ¿y por qué no has puesto cuando fuimos en tren y el culo no nos cabía en el asiento de lo pequeño que era? ¿Te acuerdas de las 17 horas que tuvimos que pasar en un vagón hacinados como ganado yendo de Xi'an a Beijing? ¿Dónde está cuando fuimos a la gran muralla sin dormir, o cuando el taxista que cogimos en el Pudong nos devolvió... al Pudong pero en otra parte? ¿Y cuándo casi te atropella una motocicleta y a Blanca estuvo a punto de morderle un chihuahua con una gorra de Britney Spears? ¿Y el Mcdonald's picante como el mismo infierno? Pero es que todo eso no tiene cabida en la narración. Pero charlando cayendo caímos en la cuenta que claro, eso nos divierte a nosotros porque lo hemos vivido y en la novela, en su tono, en las historias, en los personajes en sí mismo, la mayoría no tienen cabida. Es como obligar a tus amigos a ver las diapositivas de un viaje. La atención se pierde enseguida.
Published on September 07, 2013 03:05
August 22, 2013
A lo mejor los treinta eran otra cosa. Cuando tenía quinc...
A lo mejor los treinta eran otra cosa. Cuando tenía quince años me veía a mi mismo con un piso en propiedad, una carrera universitaria terminada y una pareja estable, y, sobre todo, trabajo estable. Yo, a los quince, veía a la gente de treinta años muy mayor, muy seria: habían echado al mundo a un par de críos, pagaban religiosamente la hipoteca y tenían ese trabajo en el que se iban a jubilar. En la vida todo va bien, o lo parece. Pero creces y te das cuenta de que no vas a tener un sitio donde dormir, ni un trabajo que dure más de dos años, y esa gente que tú admirabas a los treinta ahora te dices que eres un adolescente, como si la culpa de la precariedad laboral fuese tuya. Como si quedarse en el paro, fuese tuya. Como si no encontrar trabajo, fuese tuya. Como si encontrar un trabajo de veinte horas y no uno de cuarenta fuese tuya, y no del empresario que no te ofrece más horas. Como si no comprarte un piso o vivir solo fuese culpa tuya, no porque el sueldo no te llega. Como si compartir el piso con tus amigos fuese una idea romántica exportada de las series norteamericanas y no una forma de hacerse tu propio espacio cuando no puedes hacerlo por tu cuenta, aunque si te quedas en casa de tus padres más tarde de los veinticinco también es culpa tuya porque te has acomodado. Y esa gente que tú querías ser cuando tenías quince años y aún pensabas que tu nombre se escribía en los libros de historia, ahora viene y te dice: es que Raúl, no sabes lo que es la vida.
¿Y ellos sí?
Una vez me levanté de la cama una mañana preguntándome por qué no estaba muerto, y al siguiente, con la certeza de que si me moría no le importaría absolutamente a nadie. Y estás yendo en autobús y te pones a llorar sin venir a cuento, o a lo mejor te pasa comprando el pan, y sientes una punzada de terror cada vez que tienes que sacar dinero y ves que el dinero sale mucho más rápido de lo que entra y eso que solo gastas en comida, impuestos y alquiler. Y mira, si algo he aprendido es que eso no debe volver a pasarme. Antes me llevo por delante a quien sea necesario, ya me arrollé yo mismo una vez para que los demás aplaudieran. Ahora voy a ser yo quien se haga una ovación a sí mismo.
¿Que no sé lo que es la vida? Te lo dicen los mismos que te aconsejan que no te manifiestes para que la policía no te pegue un palo. Esos cobardes. Esos que han echado un niño, o dos, al mundo y te dicen que los enviarán a estudiar fuera porque en España no hay futuro, como si esa fuera la solución a los problemas. ¿Quién es ahora el que escapa? ¿Yo por jugar a la Play Station o tú por enviar a tu hijo afuera? En Londres aprendí que no quería estar fuera mientras durase el chaparrón. Comprendí que mi sitio estaba, a lo mejor, en correr debajo de él. Quien se cree con autoridad suficiente como para saber lo que es la vida, sobre todo la vida de los otros, debería hacer examen de conciencia. Enseguida vería que la mierda ya le ha pasado del cuello y está a punto de entrarle por la boca.
Published on August 22, 2013 10:13
August 15, 2013
La luz de Islandia. La de Reykjavík. Esa luz que se parec...
La luz de Islandia. La de Reykjavík. Esa luz que se parece tanto a un estado de ánimo. Esa luz que parece que se te graba. Afuera puede estar lloviendo a cántaros, pero no importa. Recuerdo que la última vez que estuve en Islandia, el último día, por la mañana había habido niebla y por la tarde no dejó de llover. ¿Pero acaso importa? Casi forma parte del espectáculo. Estuvimos todo el día en la cafetería, en la habitación. Libros y café, olor a café tostado y a pasteles. Hombres rubios que entraban con sus bigotes a cuestas y las gafas que pudo llevar tu abuelo. El Kex convertido para siempre en tu lugar preferido del mundo, en el centro del mundo. Un faro, como el mismo Perlan.
Este año, circunstancias económicas obligan, no hay (ni habrá) Islandia. Y es como no haber tenido año. A Jorge y a mí nos gusta pasear por las calles de Reykjavík viendo las casas como quien va a mirar escaparates e imaginábamos qué casa íbamos a alquilar para compartir cuando nos fuéramos a vivir allí. Salir a la calle y oler a humedad y ver la arena negra en los parques. Los árboles emirriados. Las bolsas de basura de las papeleras moteadas por la lluvia. Las mañanas en que el campanario de la iglesia está cubierto de nubes y sólo se ve la mitad. El olor a café y a tarta por la mañana y a estofado de carne a mediodía cuando cruzas Laugavegur –ahora ya no recuerdo si se escribe con b o con v–.
Acabada Shanghai, es hora de pensar nuevos proyectos. Recuerdo la última tarde que pasé allí. Fui a dar un paseo bajo una lluvia fría, y unas temperaturas que me enrojecieron las manos al momento. Es muy normal que te escuezan. Ese viento que te azota, que te obliga a sujetarte la bufanda al cuello con una mano para que no te destroce la garganta. Iba caminando bajo los (benditos) soportales de la Skúlagata hacia el Harpa, a mirar discos en 12 Tónar. Y entonces supe que me iba, que ya no tenía novela (Reykjavík Línea 11 se había publicado unas dos semanas antes) y cuando volví al Kex, donde estaba Jorge, recuerdo que le dije que tenía la primera escena.
Published on August 15, 2013 22:14
August 8, 2013
La cabeza puesta en Shanghai. Hice esta foto un 22 de mar...
La cabeza puesta en Shanghai. Hice esta foto un 22 de marzo de 2005, precisamente el día del cumpleaños de mi hermano. Yo tenía 22 años por entonces, en China pasé un mes y desde entonces supe que acabaría escribiendo una novela ubicada en Shanghai. He tardado seis años en acabar esta novela, que se dice pronto. Y eso que no son ni 120 páginas.
Uno no está seis años escribiendo 120 páginas. Mientras tanto he escrito dos libros más y un guión cinematográfico. Pero he tardado tiempo porque necesitaba mimetizarme con los personajes para llegar al fondo de la cuestión. Jorge leyó el primer borrador de la novela hace cinco años. Describió que los personajes eran personas que se arrastraban por la ciudad, casi sin fuerzas y estirando el brazo para coger aquello que tanto necesitan: la esperanza. Creen haberlo perdido todo pero olvidan que aún se tienen a sí mismos.
Shanghai es una ciudad distorsionada: una ciudad donde siempre llueve, donde siempre hay ruido de tráfico, donde siempre hay música, donde la gente camina por la calle con máscaras en la calle, donde por la noche brillan tanto los neones que uno parece que se ha quedado dentro de una feria de barrio gigantesca; calles desniveladas, encharcadas, sucias; avenidas congestionadas por motocicletas, bicicletas y taxis ilegales; fruteros que montan la paradita de frutas y verduras en la acera; pintadas de protesta en las sucursales bancarias; pero es la ciudad de mis personajes. Personajes que se fueron a la otra del mundo en busca de un amor hacia ellos mismos, olvidando que el único donde puede encontrarse es dentro de uno mismo. En Shanghai no dejan de romperse cosas: sobre todo corazones, pero también edificios, caramelos, teléfonos.
Llegué de Londres destrozado, y con el borrador de una novela (Romford Road) que si reflejaba bien Londres es porque la novela era una mierda: como la ciudad. Tres meses tirados por el retrete, pero la escritura de esa novela me mantuvo, digamos, cuerdo. En algo tenía que invertir el tiempo que pasaba en aquella terrible habitación sin escritorio, humedades y un colchón cuyos muelles se me clavaban en la espalda. Creo que nunca he sentido tantas ganas de llegar a casa, de estar en casa, como la vez que volví de Londres. La idea de volver a casa, sí, y la certeza de que eso de que "cualquier lugar es mejor que éste" es una mentira que nos creemos con demasiada rapidez, ha sido lo único que he aprendido en Londres. Y puedo decir tranquilamente que lo hubiese aprendido en cualquier otro lugar.
Yo no podía escribir el borrador definitivo de Shanghai sin saber qué es levantarse cada mañana con ganas de estar en casa a pesar de que no soportes las calles donde está, o a mucha de la gente que hay a tu alrededor. No podía escribir Shanghai sin sentir que tenía que desnudarme, ponerme en bolas delante del lector, y ponerme a gritar. A gritar bien alto. A gritar tanto y tan alto como para sufrir dos años de afonía. No podía escribir Shanghai sin decirme a mí mismo: puede que haya gente a tu alrededor que vuelque en ti sus frustraciones, esos que siempre te están diciendo que para qué escribes, que eres un adolescente porque nunca te has comprado una casa, que te echan la culpa -literalmente- de haberte quedado en paro y de no encontrar trabajo, esos que te dicen que eres un adolescente por no haberte comprado casa y además por haberte venido de Londres donde no has encontrado trabajo y donde sólo podías permitirte comer palitos de merluza para cenar.
Porque a esos, a esos tengo muchas cosas que decirles. Y algunas están en el libro. Casi todas. Pero no creo que tengan la inteligencia como para saber cuáles son. Pero a esos también tengo algo que decirles ahora: he escrito Shanghai porque me ha dado la gana, y porque no hacerlo me convertiría en vosotros y sé que os va a joder. Porque si dejo de escribir, enloquezco y os doy la razón. Porque escribir es lo mejor que puedo hacer, porque sé que lo hago bien, porque tengo unos amigos que me apoyan en mi carrera, y una madre a la que se le saltaban las lágrimas cuando le dije que iba a llamar a mi agente para decirle que no quería que me representase, que no quería volver a publicar, y un padre que me dijo que les enviara a todos a tomar por el culo, y de pequeños soles que te dicen: Raúl, respira, esto solo es un bache, no les haga caso, tienen una vida de mierda y quien tiene mierda hasta el cuello quieren que los demás se hundan también con ellos. Porque pisar la cabeza a quien ya la tiene el barro es lo fácil.
Tengo 31 años. No tengo trabajo, y no sé cuándo voy a volver a trabajar. Estando las cosas como están, sólo puedo confiar en que algunos de los CV que envié dé sus frutos. Sé que he cometido algunos errores en mi vida pero he utilizado mi capacidad de enmienda para subsanarlos, unas veces con más éxito que otras. Y escribo. Y nunca, jamás, dejaré de hacerlo ni volveré a dudar de mi capacidad.
Empecemos.
Published on August 08, 2013 12:25
June 17, 2013
Londres queda tan lejana que ni la recuerdo, y a veces me...
Londres queda tan lejana que ni la recuerdo, y a veces me tengo que decir que apenas han pasado tres semanas desde que llegué.
La primera entrada de este blog data del 27 de septiembre de 2011 y no recuerdo si fue antes o después de que en un intento de juntar e importar el otro blog, el de wordpress, cuando se borró más de la mitad de sus entradas. Fui yo, dando así un ejemplo magnífico de torpeza. Hoy, a 17 de junio de 2013, he decidido que voy a darme unas largas vacaciones de él, o cerrarlo definitivamente.
Sólo hay dos reglas para escribir que decía Oscar Wilde: tener algo que decir y decirlo. Pero es que yo no quiero decirlo, o no le veo el estímulo. Cuando uno se plantea la pregunta: de qué puedo escribir en mi blog, que hace tres semanas que no actualizo, es porque ha llegado el momento de cortar.
En todo caso esto sólo sirve para que algún que otro curioso asome la cabeza para ver qué burradas se te ha ocurrido escribir esta vez, y a mí me apetece cada vez menos sentirme un mono de feria. Me han dicho que escriba sobre literatura, pero a mí no se me ocurre qué decir porque de literatura, como de Dios (y si me apuras, hasta de la democracia) cada uno dice la suya (la frase por cierto es más o menos una copia a una que escribió Lucía Etxebarria en una de sus novelas, aunque recuerdo en cuál). Y por otro lado hacer crítica literaria siendo tú escritor, y sobre todo novelista, es una soberana estupidez: lo que digas de una novela, sea bueno o malo, puede aplicarse a tus propios libros; y en primera instancia, para hacer una crítica correcta se tiene que tener un bagaje de lecturas del que carezco. Lo demás es puramente una cuestión de ego. Y yo ego tengo para dar y vender, por eso intento no molestar.
El verano estaré por Barcelona, entrenando para el curso de socorrismo, todas las mañanas de 9 a 12. A la gente que se ha ido pasando por aquí, gracias por leerme. Habéis tenido mucha paciencia. Seguiré poniéndome en ridículo en twitter y, más comedido, en facebook así que veré por ahí a quien lo desee.
Published on June 17, 2013 10:00
May 21, 2013
LA NOCHE from EP on Vimeo.Hay una diferencia insalvable e...
LA NOCHE from EP on Vimeo.
Hay una diferencia insalvable entre escribir una novela ubicada en Reykjavík, y una ubicada en Londres: el amor. Uno se puede enamorar tanto de un sitio como de una persona cuando descubre que el hogar es un estado de ánimo. Y que hay muy pocos lugares capaces de cambiarte el ánimo con solo pensar en estar de nuevo en ese sitio. Londres no me produce otra cosa que indiferencia, en tanto que no me aporta nada que no pudiera aportar Barcelona. Es más, es una ciudad que resta en vez de sumar. No solo te quita comodidad (emigrar supone dejar atrás la comodidad del sitio donde has nacido, conseguida gracias a un basto conocimiento del lugar así como de las raíces bien enterradas en el suelo) pero existen sitios, lugares, donde estás más que dispuesto a desprenderte de una importante parte de ti ya que lo que te aporta supera con creces lo que hayas podido dejar atrás. No importa el frío, la oscuridad, la mala alimentación o la endogamia. Reino Unido es también una isla y funciona más o menos igual, salvo por una diferencia, pequeña pero cuyo matiz lo cambia todo: la arrogancia.
He intentado por todos los medios buscar algo que merezca la pena en Londres y poner ese algo en la novela, pero ni con esas. Si Reykjavík Línea 11 contaba con un gran personaje (el tercero en discordia, la ciudad) en Romford Road, la imagen de la ciudad queda cercenada, ausente. Despreciada por los propios personajes en tanto que la ciudad desprecia a todo aquél que no tenga dinero, ya que los valores son primordialmente los de una ciudad que ha abrazado gustosamente el neoliberalismo. Londres fue una fiesta hace un tiempo pero ahora ya sólo quedan los restos del banquete, y aun así la gente sigue bailando como si no se diera cuenta de las cosas. Reykjavík no presume. Sencillamente es. Una ciudad diminuta que se ha hecho a sí misma, que se abastece a sí misma, que no tiene que demostrar nada a nadie (quizá porque hemos visto en los últimos años que es capaz de plantar cara en situaciones donde las demás –y los demás– bajamos la cabeza y aguantamos)
Cuando estaba promocionando Reykjavík Línea 11 siempre decían que gran parte de la novela era una suerte de carta de amor a Islandia, a Reykjavík. ¿Pero es que como no vas a quererla? Yo ya no puedo mirar con los mismos ojos el resto de lugares. La comparación es previsible, y la decepción, inevitable.
No hay una manera alguna de hacerse con Londres. En cambio, hay posibilidades infinitas en Reykjavík. Ni siquiera están escondidas. Las ves por todas partes. Reykjavík es la ciudad que te hace el corazón más grande. Cuando digo que es algo que se respira por sus calles no me refiero solamente a lo que trae el viento con olor a nieve y a sopa de pescado. No es simplemente salir de una cafetería hecha de manera y pasear por una calle con árboles esqueléticos a los que les han puesto bombillitas en las ramas. Ni siquiera es darle un abrazo a alguien al llegar a la estación de autobuses y sentir la suavidad del jersey de lana en la cara. Es saber que algo a lo que no le puedes poner un nombre, que no puedes tocar tampoco, te ha agarrado de los tobillos para que no te vayas.
Juanma Carrillo, el autor del vídeo de arriba (sírvase como adelanto de su plataforma Hielo Quema y a modo de tráiler conceptual de su primer largometraje, Islandia) y yo hemos hablado a menudo del impacto que Islandia ha tenido en nosotros, y de como ese puñetazo emocional seguramente habrá cambiado nuestra manera de crear de ahora en adelante. Dicen que el secreto de la música islandesa está en que saben, de por sí, que posiblemente su carrera musical sólo constará de ese primer y único disco. Por eso sólo hacen el disco que les hace sentir orgullo. Sucede en los sitios pequeños. Y porque han puesto la carne en el asador (y porque tienen un background que ya quisiéramos nosotros) los discos tienen el resultado que tienen. Y puede que Islandia, Reykjavík, funcione igual de bien como ciudad que como concepto.
Los cambios en la obra de Juanma, para los que los conocemos, empiezan a estar ahí, a florecer. La luz que nace precisamente desde la oscuridad. La esperanza de los que alguna vez lo han perdido todo. El Hielo Quema y hay tres formas de amar. Pero sólo una de crear, aunque uno tenga que reinventarse y desprenderse de una parte importante de sí mismo.
Y esto no ha hecho más que empezar.
Published on May 21, 2013 13:54
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