Raúl Portero's Blog, page 3
December 24, 2013
Dicen que alrededor de la Tierra, en su órbita, hay ademá...
Dicen que alrededor de la Tierra, en su órbita, hay además de satélites meteorológicos y de espionaje, de estaciones espaciales y todo lo que suponemos que va dejando ahí la Nasa y cualquiera de esas entidades o empresas que se dediquen a la investigación espacia -satélites en desuso, piezas de telescopios o de satélites que ya no se usan, posibles restos de combustible-, dicen, retomando el hilo, que hay un montón de desperdicios. Cosas del espacio que nadie quiere y que alguien debería limpiar.
En la vida, refiriéndonos a un sentido figurado, ocurre lo mismo. Llenamos nuestro exterior de mierda, de pequeñas piezas que creemos que no ensucian pero que justamente nos dejan la cara ennegrecida y el cuerpo con olor a inmundicia. Y es muy difícil mantenerse dentro por limpio cuando tu piel está manchada y tu aliento huele mal. A veces hay que barrer y desinfectarse de esa gente que está ahí sin estar. Coleccionistas de contactos en Facebook que ponen me gusta a tus fotos pero que jamás contestan un mensaje privado, los que deben creer que eres lo suficientemente estúpido como para no saber cuándo te están dando largas, esos personajillos de medio pelo que te hacen la rosca a ver si sacan algo o quienes esperan que te comportes según quieren ellos, los que se presumen tan amigos de ti que te vas a Londres cuatro meses y ni te llaman para ver cómo estás, los que te dicen lo genial que eres y después van a tu ciudad y ni te llaman para tomar un café -es más, ni te dicen que van hasta que lo descubres en un estado de Facebook- o los presuntos humildes que son de todo menos humildes y que han sido devorados por el personaje que han creado. Todos esos. A la mierda.
Este es mi propósito de año nuevo. Y también de este, antes de que acabe.
Feliz Navidad.
Published on December 24, 2013 16:35
December 18, 2013
Tienes derecho a contar tu historia. Ayer, un poco antes ...
Tienes derecho a contar tu historia. Ayer, un poco antes de encontrar mis libros expuestos en una librería de Terrassa, que es la ciudad donde vivo, hablaba con Rosa Berned sobre esto. Ella está en Londres desde hace tres años, enlazando trabajo temporal con trabajo temporal, con el paro entre uno y otro y también debe enfrentarse a la cantinela de: ¿y si haces algo productivo con tu vida? Lo que la gente no sabe es que un artista no puede no hacer, no puede dejar de crear. Hacerlo es como ponerse una mano en la garganta para dejar de respirar. Dato aparte es que esa gente que siempre te dice que hagas algo productivo en realidad no produce nada por cuenta propia, la mayoría de las veces. ¿Que cobran más dinero que tú en su trabajo? Eso seguro, pero van a su trabajo y vuelven a casa donde se evaden jugando a videojuegos o viendo la televisión mientras que tú, al acabar tu trabajo, el que te paga las facturas y la comida, si es que lo tienes, cuando llegas a casa, decía, te pones a hacer tu otro trabajo: escribir, componer una canción, montar tu cortometraje. Lo que parece que se está extendiendo, además, es la peligrosa sensación de que estás en paro porque te da la gana estarlo, de que si llevas un año sin trabajar es porque no te has esforzado lo suficiente en encontrar otro. A mí me lo han dicho: Oh, si todo el tiempo que pasas escribiendo lo invirtieras en buscar un trabajo… El caso es que para mí escribir también es un trabajo, y seguramente sea más consciente que ellos de que escribiendo o no se gana nada o se gana tan poco que apenas te da para irte un fin de semana a algún lugar cercano o comprarte un par de buenos tejanos al año. No necesito más mierda encima, que ya estoy bastante sucio. Creo que no soy el único escritor que piensa en tirar la toalla cuando recibe la exigua liquidación por derechos de autor.
Tenemos derecho a contar nuestra historia, nos decíamos Rosa y yo. Como persona que intenta sobrevivir en Londres (en Londres, con tu propio dinero, no se vive, se sobrevive, que es otra cosa bien distinta) o quien ha ido y ha vuelto sin haber encontrado trabajo. Creedme, cuando vas a una entrevista de trabajo en Londres y te dicen que qué buen nivel de inglés tienes y luego recibes una carta diciendo que no cumples el perfil para hacer camas en el Hyatt de Liverpool Street y más tarde, en tu academia de inglés, hablas con gente que acaba de llegar a Londres y que literalmente está aprendiendo a hablar inglés y que ya está haciendo camas, se te cae el alma a los pies. Cuando Pizza Hut te dice que no tienes la formación suficiente para servir slices a los turistas de Leicester Square te sientes inútil. El otro día, ayer mismo, en televisión, alguien decía en una tertulia: lo que tiene que hacer este hombre es encontrar un trabajo y recuperar su dignidad. Así como suena, y se quedaba tan ancho. Cosas de Telecinco. Ese hombre, que podría ser yo mismo, lo que necesita en realidad es un trabajo. De la dignidad ya se encargará él, ya me encargaré yo. Y posiblemente en momentos como éstos la tenga más alta que nunca, porque situaciones así hacen que veas las cosas –el mundo– de otra manera. Es muy fácil decirle a la gente lo que debe hacer desde una posición de comodidad.
Ayer vi mis tres libros puestos en la estantería y fue como ver el resultado de lo que una persona que nada tiene que ver con lo que soy ahora era capaz de dar. Es un poco triste, un poco frustrante. En mis libros, las historias y el estilo eran algo mejores. Algo se perdió bien en el momento mismo de escribirlo o bien en las correcciones, qué más da dónde y cuándo, el caso es que se perdió. Lo que cuenta es que yo ya no soy el mismo. Y, si escribes, ese cambio se refleja también en la manera de reflejar la realidad que interpretas y que plasmas sobre el papel. No se trata solamente de que ahora escriba en catalán, ni que mis libros deban seguir en adelante un diseño diferente. Es que deben alejarse radicalmente de esos tres libros porque yo, como autor, he dejado de identificarme con ellos. Después de tanto esfuerzo, ¿de qué ha servido? ¿Y de qué servirán los siguientes?
Pero tengo derecho a contar mi historia. Alguien la escuchará. Y después me dirá que también es la suya.
Published on December 18, 2013 10:21
December 10, 2013
Nunca sé si cuando un director de cine, o un escritor cua...
Nunca sé si cuando un director de cine, o un escritor cualquiera, afirma que recuerda cuál fue la primera película que vio, lo que dice es verdadero o no. Yo no recuerdo cuál fue la primera película que vi, o cuál es el primer recuerdo de una película, porque no recuerdo si vi esta o aquella con cinco, seis, siete u ocho años. Sencillamente recuerdo que las vi, y a menudo pienso en ellas a partir de fotogramas, argumentos o escenas que el tiempo ha distorsionado de tal manera que al volver a ver las películas descubro que nada tenían que ver con lo que pensaba que eran.
Sí recuerdo haber visto muchas películas de Godzilla, seguramente casi todas. No sé si las alquilábamos en el videoclub del barrio o si las ponían por televisión (hace diez años aproximadamente las emitieron todas otra vez, durante los fines de semana, en el 33, los sábados o los domingos por la mañana) pero el caso es que ahí estábamos, frente al televisor, mi hermano y yo. Godzilla nos gustaba porque era terrorífico, porque era gigantesco y tenía una cresta enorme en el lomo que se iluminaba antes de lanzar un rayo radioactivo contra sus enemigos o contra una central eléctrica, porque tenía fijación por los trenes (¿quién no ha tenido una maqueta de trenes con vías circulares?), porque tenía mogollón de enemigos con los que se enzarzaba en cruentas batallas en el centro de Tokio. Incluso tenía un hijo y aprendió a boxear. Una vez lo abandonaron en una isla, donde se ponía triste y corría detrás de los helicópteros para que no le dejasen en esa isla solo, y esperaba sentado en una roca a que volvieran a por él/ella. Recuerdo esta escena pero no la película. Otras veces, cuando ganaba (porque ganaba siempre) celebraba una pequeña danza frente a las cámaras. Aun así, el primer recuerdo que tengo de Godzilla es la de blanco y negro, la primera de todas, la del 54, y la de Godzilla contra King Kong, si bien no sé si en realidad me acuerdo de la batalla de King Kong contra el Tiranosaurus Rex. Me fascinaba la primera película de Godzilla porque era la de miedo, la de Godzilla como destructor de mundos, como amenaza, y no como un aliado de la Humanidad.
Por eso tengo tantas ganas de ver la nueva Godzilla. Porque es como volver un poco a ser niño y a dejarse llevar por esas batallas increíbles, gente corriendo por las calles asumiendo que lo más normal del mundo es que un lagarto radioactivo le esté dando de hostias a un murciélago con tres cabezas o a una suerte de oruga gigante a dos manzanas de tu casa. Ya estoy mordiéndome las uñas.
Published on December 10, 2013 13:30
December 7, 2013
Los ilusos. Jonás Trueba. 2013.De vez en cuando hay ...
Los ilusos.
Jonás Trueba. 2013.
De vez en cuando hay un director que se atreve a hacer la película que le da la gana sin preocuparse de si su película es comercial o no, o si simplemente se va a ver estrenada en salas. Sencillamente coge la cámara, coge a unos amigos y se pone a rodar. Creo que es un poco lo que ha hecho Jonás Trueba: estoy seguro que ha hecho la película que le ha dado la gana. Y esa honestidad es lo que hace que Los ilusos sea una buena película, independientemente de que este hombre sabe filmar, porque además filma muy bien. Trueba te deja la cámara quieta y deja que sean los actores quienes carguen con el peso de la película. Escenas hay muchas, pero sobre todo esa mañana que tenemos todos al despertarnos en una casa que no es la nuestra con una persona con la que nos hemos acostado. Además está Aura Garrido, valiente donde las haya. Dicen que Los ilusos es una película sobre el deseo de hacer cine, pero yo he visto una película sobre gente como yo. Hagan cine o no. Gente con ilusiones que siempre acaban por escurrirse entre los dedos, que viven más cerca de lo que la gente interpretaría como fracaso que del triunfo, pero qué más da. Además, como persona que se ha pasado doce años de su vida poniendo películas en un cine, no podía gustarme más la escena en el Pequeño Cine Estudio. Por si alguien se preguntaba qué ha sido del 95 % de los proyeccionistas de este país, y por qué ya no existe esta profesión y por qué las películas ahora se ven tan mal.
Jonás Trueba. 2013.
De vez en cuando hay un director que se atreve a hacer la película que le da la gana sin preocuparse de si su película es comercial o no, o si simplemente se va a ver estrenada en salas. Sencillamente coge la cámara, coge a unos amigos y se pone a rodar. Creo que es un poco lo que ha hecho Jonás Trueba: estoy seguro que ha hecho la película que le ha dado la gana. Y esa honestidad es lo que hace que Los ilusos sea una buena película, independientemente de que este hombre sabe filmar, porque además filma muy bien. Trueba te deja la cámara quieta y deja que sean los actores quienes carguen con el peso de la película. Escenas hay muchas, pero sobre todo esa mañana que tenemos todos al despertarnos en una casa que no es la nuestra con una persona con la que nos hemos acostado. Además está Aura Garrido, valiente donde las haya. Dicen que Los ilusos es una película sobre el deseo de hacer cine, pero yo he visto una película sobre gente como yo. Hagan cine o no. Gente con ilusiones que siempre acaban por escurrirse entre los dedos, que viven más cerca de lo que la gente interpretaría como fracaso que del triunfo, pero qué más da. Además, como persona que se ha pasado doce años de su vida poniendo películas en un cine, no podía gustarme más la escena en el Pequeño Cine Estudio. Por si alguien se preguntaba qué ha sido del 95 % de los proyeccionistas de este país, y por qué ya no existe esta profesión y por qué las películas ahora se ven tan mal.
Published on December 07, 2013 03:36
December 2, 2013
Hoy hace un año que me echaron del trabajo, algo muy comú...
Hoy hace un año que me echaron del trabajo, algo muy común no sólo entre la población en general, sino entre aquellas personas que nos dedicábamos a la exhibición cinematográfica. Los cines cierran, y los que siguen abiertos creen que como se ha digitalizado la cabina pueden prescindir del operador. Es como tener un restaurante y despedir al cocinero para sustituirlo por un microondas, pero no pasa nada: la gente, dicen, sigue yendo al cine. No se lo cree nadie.
Supongo que debería celebrar esta fecha. Hay gente que cuando se queda sin trabajo decide liarse la manta a la cabeza y se marcha un año a recorrer mundo. Yo podría haberlo hecho, ¿por qué no? Coger la raquítica indemnización y acabar perdido en un monasterio del Nepal: tal y como han ido las cosas este año, no hubiera sido una mala opción. Todo lo que he intentando levantar este año se ha desplomado con mayor o menor fuerza, con mayor rapidez o lentitud. He buscado trabajo, aquí en España y en Reino Unido, sin éxito. Ni siquiera he sido capaz de escribir un libro, ya que Shanghai es en realidad uno que llevaba escribiendo seis años y que ya estaba más que hecho. Tampoco me he quedado en Reino Unido y quienes se supone que me iban a ayudar para ir a Islandia se perdieron tan pronto como dije que iba. Ni siquiera salió adelante el curso de socorrismo. Sé que nada de esto depende de mí: esta vez el fracaso no es mío por mucho que lo sienta así (por mucho que haya gente que piense que así es). Yo hago todo lo que puedo.
Es un periodo, un estadio, extraño. Me lo paso bien con mis amigos pero la distancia que nos separa es cada vez mayor. Es normal, supongo: tienen sus trabajos, sus novios, sus planes. Se compran coches, se van de viaje, salen de cenas una vez por semana, y al cine también, y quedan para ir a comprarse ropa cuando cobran. La vida sigue igual, pero para mí no. Yo me vuelvo cada vez más apático y envidioso de su suerte, y eso hace que me sienta un poco más extraño y un poco más solo cada día. La otra noche vi Young adult, una cinta que me dije que jamás vería por aquello de que era del director de Juno y Up in the air, dos películas que detesto. Y sin embargo Young adult hizo que me invadiera un sentimiento de euforia tan grande. Fue estar sentado en el sofá de casa sabiendo que en otro sitio, dos años antes, alguien ha hecho una película para decirte algo. Así de grande es mi ego si es que esta es una razón de egocentrismo. Experimentar esa suerte de comunión o revelación que sucede cuando te sientes dolorosamente reflejado en un personaje, en una creación, que no es tuya es fantástico. De repente dejas de sentirte solo, fíjate lo que son las cosas. Aunque sólo sea durante noventa minutos y frente al televisor (he ahí la paradoja).
Puede que como le dijera el otro día a José Confuso mientras hablaba con él: el problema es que ahora ha empezado la vida real. Puede que, efectivamente, todo esto que ocurre es que estoy obligado a andar.
Supongo que debería celebrar esta fecha. Hay gente que cuando se queda sin trabajo decide liarse la manta a la cabeza y se marcha un año a recorrer mundo. Yo podría haberlo hecho, ¿por qué no? Coger la raquítica indemnización y acabar perdido en un monasterio del Nepal: tal y como han ido las cosas este año, no hubiera sido una mala opción. Todo lo que he intentando levantar este año se ha desplomado con mayor o menor fuerza, con mayor rapidez o lentitud. He buscado trabajo, aquí en España y en Reino Unido, sin éxito. Ni siquiera he sido capaz de escribir un libro, ya que Shanghai es en realidad uno que llevaba escribiendo seis años y que ya estaba más que hecho. Tampoco me he quedado en Reino Unido y quienes se supone que me iban a ayudar para ir a Islandia se perdieron tan pronto como dije que iba. Ni siquiera salió adelante el curso de socorrismo. Sé que nada de esto depende de mí: esta vez el fracaso no es mío por mucho que lo sienta así (por mucho que haya gente que piense que así es). Yo hago todo lo que puedo.
Es un periodo, un estadio, extraño. Me lo paso bien con mis amigos pero la distancia que nos separa es cada vez mayor. Es normal, supongo: tienen sus trabajos, sus novios, sus planes. Se compran coches, se van de viaje, salen de cenas una vez por semana, y al cine también, y quedan para ir a comprarse ropa cuando cobran. La vida sigue igual, pero para mí no. Yo me vuelvo cada vez más apático y envidioso de su suerte, y eso hace que me sienta un poco más extraño y un poco más solo cada día. La otra noche vi Young adult, una cinta que me dije que jamás vería por aquello de que era del director de Juno y Up in the air, dos películas que detesto. Y sin embargo Young adult hizo que me invadiera un sentimiento de euforia tan grande. Fue estar sentado en el sofá de casa sabiendo que en otro sitio, dos años antes, alguien ha hecho una película para decirte algo. Así de grande es mi ego si es que esta es una razón de egocentrismo. Experimentar esa suerte de comunión o revelación que sucede cuando te sientes dolorosamente reflejado en un personaje, en una creación, que no es tuya es fantástico. De repente dejas de sentirte solo, fíjate lo que son las cosas. Aunque sólo sea durante noventa minutos y frente al televisor (he ahí la paradoja).
Puede que como le dijera el otro día a José Confuso mientras hablaba con él: el problema es que ahora ha empezado la vida real. Puede que, efectivamente, todo esto que ocurre es que estoy obligado a andar.
Published on December 02, 2013 01:37
November 16, 2013
Una constante entre mis personajes es que actúan según lo...
Una constante entre mis personajes es que actúan según lo que se espera de ellos y se encuentran ahí atrapados, en ese punto medio siempre equivocado que va desde lo que ellos esperan para sí mismos y el peso de complacer a los padres (sobre todo) y a los demás. Es ahí donde nace precisamente su inquietud, que también es la mía. Tratar de complacer a los demás es algo inútil, absurdo, una intención –incluso forma de vida– de la que es necesario deshacerse en cuanto antes: servirá para que todos se queden más tranquilo, incluso para encontrar (un falso) apoyo en los demás, pero a ti te convertirán en una persona de mierda. En el momento en que sólo piensas para los demás, te has muerto como persona por mucho que sigas respirando, comiendo, andando y follando. Ya no tienes capacidad de raciocinio. Se acabó.
Para los que creamos -sea pintura, música, literatura, cine-, la necesidad de crear es superior a nosotros. No podemos dejar de hacerlo. Nos consume precisamente porque nos da vida. Necesitamos pasar la vida por ese filtro tan difícil de explicar para entender las cosas que ocurren a nuestro alrededor, en nuestro entorno más inmediato. No se trata de escribir para entender el mundo, se trata de escribir para entenderte a ti mismo, para reflexionar, para saber más o menos qué camino coger. Y eso es algo que no entiende nadie, o casi nadie… a menos que también sea un creador.
Uno de los puntos fuertes de Antes de medianoche sucede en la habitación de un hotel, durante una discusión. Veinte minutos de discusión de pareja que son la realidad misma puesta en una pantalla, y que ofrece un ejercicio de voyerismo que por verdadero nos incomoda. Ethan Hawke, por todos es sabido, encarna en dos de las tres películas a un escritor, y Julie Delpy se dedica a trabajar para una empresa. En el fruto de esta acalorada discusión ella le recrimina que mientras ella está trabajando, él se queda en casa escribiendo, a lo que Ethan Hawke se defiende aduciendo que su trabajo es escribir pero sabe, de antemano, que es una batalla perdida. No hay defensa que valga.
Durante mucho tiempo he sentido cierta (mucha) vergüenza por escribir. Y unas ganas aún más grandes de dejar de hacerlo, de tener la cabeza de "alguien normal": alguien que no escriba. Claro que lo que pasa dentro de la cabeza de una persona no lo podemos ver, y que cada uno lleva puesta una máscara con que suele disfrazar sus miserias; las miserias que, por otro lado y aunque distintas en cada uno, todos llevamos dentro. Qué seríamos, sin esos dramas al fin y al cabo. El caso es que yo estuve mucho tiempo deseando dejar de escribir, aprender a pensar sin tener que sentarme en un ordenador, ficcionar lo que sucede como si se tratase de un puzzle con que ver la salida a una determinada situación. Y no fue hasta que estuve en Londres, por ejemplo, aunque la sospecha empezó mucho antes, que me di cuenta de que en realidad debería considerarme muy afortunado por hacer lo que hago. Esa capacidad de sacar de mis problemas (o de mis neurosis) algo de provecho.
Ahora es cuando te dicen, la mayoría de esas personas que deberían apoyarte y que por otro lado tampoco son las más importantes de tu vida: <<Lo que tienes que hacer es descubrir en qué eres bueno, trabajar en ello y adelante>>. Emprender. Vaya una cosa. ¿Por qué no emprenden ellos, si tantas ganas tienen? Pero vale, de acuerdo; aceptas el juego. Y después de mucho discurrir llegas a la conclusión de que lo que mejor que sabes hacer es escribir. Pero eso para ellos no cuenta, porque escribir –como pintar, como hacer canciones, hacer cine– es un entretenimiento, una distracción, una huida hacia con respecto a los problemas, un taparse la cara con las mantas para no ver la realidad. Pero no eres tú quien se pasa cuatro horas sentado del televisor viendo gritar a la colla de impresentables de Sálvame diario, y otras mierdas del montón.
Ayer estuve con mi amigo Richard. De tantas, una afirmación: Lo mejor que tengo es mi talento, es lo que me da alegrías y dinero. Y quizá al mismo tiempo es lo que más problemas me ha dado. Una verdad como un templo confesada en estas tardes de vino y cigarrillos en bares clandestinos, mientras hablábamos de estos tiempos de mierda, tan confusos, donde los que no tenemos trabajo nos negamos a apostar por el trabajo que nos gustaría desempeñar. Las oportunidades no vienen solas, y a menudo hay que dejarse la piel en ello si lo que quieres es seguir andando un poco más. Nos gustan las historias de éxito, las ponemos como ejemplo constantemente. Que si Petito cogió un dinero y abrió un negocio y ahora le va de maravilla, que si Fulanito inventó veté tu a saber qué. ¿Su secreto? Que sabían en qué eran buenos. Pero a ti no se te ocurra escribir, hacer una película… por mucho que luego, si funciona, será toda ese gente que tienes detrás dándote patadas la que dirá con orgullo y estupidez: Ya lo sabía, cuando en realidad lo único que han hecho es desear con todas sus fuerzas que fracases para no dejar en evidencia que ellos están más muertos de miedo que tú. Y lo malo del miedo es que saca lo peor de nosotros mismos.
A mí me despidieron. Como a otras seis millones de personas en los últimos años. Esperé un tiempo, buscando mierdicurros que no encontraba y me fui a Londres después. Londres es una ciudad difícil sobre todo si no tienes a tus padres pasándote dinero. Así que volví. Imposible mantenerse mucho tiempo sin trabajar allí con alquileres de 500 euros en zona 3 y transportes a 250 euros mensuales. Empecé a entrenar para socorrista, algo que he querido hacer, y de verdad, desde hace años pero han anulado el curso. Pero en realidad lo que hecho todo, quizá, con ese disfraz puesto que te permite pensar: estoy eligiendo por mí cuenta. Pero en realidad ninguna elección era mía al cien por cien, porque con ello los demás estaban tranquilos. Hacía lo que suponía que debía hacer. Y lo que yo quería hacer es otra cosa.
Pero ahora voy a creer en mí. Apostar, sí, por un negocio, el mejor de todos: yo mismo. Porque en ese lugar intermedio entre lo que esperan de nosotros y lo que queremos para nosotros, ya he estado mucho tiempo y es jugar a un juego donde no gana nadie. Y yo tengo cartas suficientes para ganar esta partida.
Para los que creamos -sea pintura, música, literatura, cine-, la necesidad de crear es superior a nosotros. No podemos dejar de hacerlo. Nos consume precisamente porque nos da vida. Necesitamos pasar la vida por ese filtro tan difícil de explicar para entender las cosas que ocurren a nuestro alrededor, en nuestro entorno más inmediato. No se trata de escribir para entender el mundo, se trata de escribir para entenderte a ti mismo, para reflexionar, para saber más o menos qué camino coger. Y eso es algo que no entiende nadie, o casi nadie… a menos que también sea un creador.
Uno de los puntos fuertes de Antes de medianoche sucede en la habitación de un hotel, durante una discusión. Veinte minutos de discusión de pareja que son la realidad misma puesta en una pantalla, y que ofrece un ejercicio de voyerismo que por verdadero nos incomoda. Ethan Hawke, por todos es sabido, encarna en dos de las tres películas a un escritor, y Julie Delpy se dedica a trabajar para una empresa. En el fruto de esta acalorada discusión ella le recrimina que mientras ella está trabajando, él se queda en casa escribiendo, a lo que Ethan Hawke se defiende aduciendo que su trabajo es escribir pero sabe, de antemano, que es una batalla perdida. No hay defensa que valga.
Durante mucho tiempo he sentido cierta (mucha) vergüenza por escribir. Y unas ganas aún más grandes de dejar de hacerlo, de tener la cabeza de "alguien normal": alguien que no escriba. Claro que lo que pasa dentro de la cabeza de una persona no lo podemos ver, y que cada uno lleva puesta una máscara con que suele disfrazar sus miserias; las miserias que, por otro lado y aunque distintas en cada uno, todos llevamos dentro. Qué seríamos, sin esos dramas al fin y al cabo. El caso es que yo estuve mucho tiempo deseando dejar de escribir, aprender a pensar sin tener que sentarme en un ordenador, ficcionar lo que sucede como si se tratase de un puzzle con que ver la salida a una determinada situación. Y no fue hasta que estuve en Londres, por ejemplo, aunque la sospecha empezó mucho antes, que me di cuenta de que en realidad debería considerarme muy afortunado por hacer lo que hago. Esa capacidad de sacar de mis problemas (o de mis neurosis) algo de provecho.
Ahora es cuando te dicen, la mayoría de esas personas que deberían apoyarte y que por otro lado tampoco son las más importantes de tu vida: <<Lo que tienes que hacer es descubrir en qué eres bueno, trabajar en ello y adelante>>. Emprender. Vaya una cosa. ¿Por qué no emprenden ellos, si tantas ganas tienen? Pero vale, de acuerdo; aceptas el juego. Y después de mucho discurrir llegas a la conclusión de que lo que mejor que sabes hacer es escribir. Pero eso para ellos no cuenta, porque escribir –como pintar, como hacer canciones, hacer cine– es un entretenimiento, una distracción, una huida hacia con respecto a los problemas, un taparse la cara con las mantas para no ver la realidad. Pero no eres tú quien se pasa cuatro horas sentado del televisor viendo gritar a la colla de impresentables de Sálvame diario, y otras mierdas del montón.
Ayer estuve con mi amigo Richard. De tantas, una afirmación: Lo mejor que tengo es mi talento, es lo que me da alegrías y dinero. Y quizá al mismo tiempo es lo que más problemas me ha dado. Una verdad como un templo confesada en estas tardes de vino y cigarrillos en bares clandestinos, mientras hablábamos de estos tiempos de mierda, tan confusos, donde los que no tenemos trabajo nos negamos a apostar por el trabajo que nos gustaría desempeñar. Las oportunidades no vienen solas, y a menudo hay que dejarse la piel en ello si lo que quieres es seguir andando un poco más. Nos gustan las historias de éxito, las ponemos como ejemplo constantemente. Que si Petito cogió un dinero y abrió un negocio y ahora le va de maravilla, que si Fulanito inventó veté tu a saber qué. ¿Su secreto? Que sabían en qué eran buenos. Pero a ti no se te ocurra escribir, hacer una película… por mucho que luego, si funciona, será toda ese gente que tienes detrás dándote patadas la que dirá con orgullo y estupidez: Ya lo sabía, cuando en realidad lo único que han hecho es desear con todas sus fuerzas que fracases para no dejar en evidencia que ellos están más muertos de miedo que tú. Y lo malo del miedo es que saca lo peor de nosotros mismos.
A mí me despidieron. Como a otras seis millones de personas en los últimos años. Esperé un tiempo, buscando mierdicurros que no encontraba y me fui a Londres después. Londres es una ciudad difícil sobre todo si no tienes a tus padres pasándote dinero. Así que volví. Imposible mantenerse mucho tiempo sin trabajar allí con alquileres de 500 euros en zona 3 y transportes a 250 euros mensuales. Empecé a entrenar para socorrista, algo que he querido hacer, y de verdad, desde hace años pero han anulado el curso. Pero en realidad lo que hecho todo, quizá, con ese disfraz puesto que te permite pensar: estoy eligiendo por mí cuenta. Pero en realidad ninguna elección era mía al cien por cien, porque con ello los demás estaban tranquilos. Hacía lo que suponía que debía hacer. Y lo que yo quería hacer es otra cosa.
Pero ahora voy a creer en mí. Apostar, sí, por un negocio, el mejor de todos: yo mismo. Porque en ese lugar intermedio entre lo que esperan de nosotros y lo que queremos para nosotros, ya he estado mucho tiempo y es jugar a un juego donde no gana nadie. Y yo tengo cartas suficientes para ganar esta partida.
Published on November 16, 2013 04:12
November 13, 2013
Londres fue un fiasco y me alegro. Porque si no lo hubier...
Londres fue un fiasco y me alegro. Porque si no lo hubiera sido aún estaría allí. Tendría trabajo, vale, y habría conocido gente, de acuerdo; pero mi vida se hubiera quedado en suspenso (todavía más). Cuando una experiencia es mala, es mala y punto. No entiendo la expresión: positivamente negativa. ¿Por qué? ¿Porque se aprende algo de lo malo? También se aprende de las cosas buenas y te lo pasas mucho mejor, fíjate tú. Volví de Londres y me dediqué a levantarme; es algo que a veces cuesta más tiempo del que creemos. Aún estoy en ello. Si me hubiese quedado en Londres creo que no hubiera acabado Shanghai, y sobre todo no me iría mañana a Madrid a estudiar un curso de socorrismo ni me habría puesto a entrenar. Y cualquier persona que me conozca de largo sabe que el título de socorrismo es algo que siempre he deseado tener.
Poquito a poco voy llenando los bolsillos con aquello que siempre he querido.
Published on November 13, 2013 14:20
November 10, 2013
Cuenta mi madre, a menudo, que mi hermano no aprendió a a...
Cuenta mi madre, a menudo, que mi hermano no aprendió a andar hasta el año y medio de edad, aunque no es del todo cierto. Ocurrió que cuando dejó de gatear y a dar sus primeros pasos se cayó de culo al suelo y le entró el miedo, y que no fue hasta que un día cualquiera estaban jugando a la pelota que mi hermano se levantó, cogiéndose los bajos del pantalón para mantener el equilibrio y salió corriendo detrás de dicha pelota. También explica mi madre, algunas veces, que en un primer momento no tenían pensado llamarme Raúl sino Iván, y que si me pusieron Raúl es porque fue una de las primeras palabras que aprendió a decir mi hermano (Raúl era el nombre del vecino que vivía delante, un niño de su misma edad que ahora, evidentemente, es un hombre de su misma edad). Lo de llamarse Iván suena a ironía, porque la relación más importante que he mantenido hasta ahora ha sido con un hombre llamado igual. Y es que en el fondo nuestra vida se basa en un pequeño conjunto de elementos, siempre los mismos, y supongo que eso nos hace ser como somos y explica por qué siempre cometemos los mismos errores, nos enamoramos de personas que se parecen unas a otras o mantenemos ciertos objetivos y rasgos de personalidad intactos con el paso del tiempo.
Parece que siempre vivo entre dos ciudades, Barcelona y Madrid, con una infidelidad llamada Reykjavík, que sería como la amante con la que deseas darte a la fuga y romper de una vez con todo. Este año además ha sido raro todavía, incluso desconcertante, y tengo tantas ganas de que acabe que hablo de él en pasado, como cuando llevas mucho tiempo sin ver a una persona. Raro porque he vivido muy poco tiempo en Barcelona y sin embargo me he dado cuenta de lo que me gusta estar en ella, y de lo desencantada –o desconcertada– que está. Claro que puede ser que el único desconcertado en todo el asunto sea yo, y que a la ciudad le venga todo un poco al pairo.
Es curioso que para crecer, o para darme cuenta de ese crecimiento –o la ilusión de estar creciendo– siempre deba irme a otros sitios, a veces para bien (Madrid, Reykjavík) y otras para mal (Londres).
Published on November 10, 2013 13:49
November 3, 2013
Hoy he acabado "Shanghai" después de innumerables correcc...
Hoy he acabado "Shanghai" después de innumerables correcciones, ampliaciones, cortes, fusiones y otros dramas. Para poner punto y final a la novela ha sido necesario un ultimátum, porque de lo contrario todavía andaría dándole vueltas al asunto. Ha llegado un momento en que el perfeccionismo se vuelve en contra, que hace ver que ninguna de las páginas merece la pena ser publicada a pesar de haber recibido varias lecturas positivas por parte de lectores (nuevos y habituales).
Pero ya está. Preparada en PDF y en el buzón de entrada de mi agente para que las remita a las editoriales que han pedido un ejemplar para su lectura. Y yo ya puedo centrarme en otros proyectos-futuro-inmediato, con la energía que esos nuevos proyectos se merece. ¿Que si volveré a escribir otra novela en catalán? Sí, indudablemente. Escribir en catalán ha sacado un nuevo narrador en mí, y me apetece seguir explorándolo. ¿Se publicará "Shanghai" en castellano? Me temo que esa respuesta no depende de mí. Nada me gustaría más que una traducción, básicamente para que la puedan leer algunos amigos míos no catalano-parlantes.
Mientras corregía Shanghai (la última corrección ha durado casi seis meses, ininterrumpidamente) he escuchado mucho esta canción. Me gusta pensar que la novela tiene la misma estructura y que procura emociones parecidas, porque la historia siempre va a más y los sentimientos de los protagonistas se hacen cada vez más fuertes (aunque a veces no precisamente a mejor!). He decidido también que el año que viene voy a Islandia pase lo que pase, porque no aguanto más sin ir.
Published on November 03, 2013 06:46
October 29, 2013
REYKJAVIK from Raúl Portero on Vimeo.Era el Airwav...
REYKJAVIK from Raúl Portero on Vimeo.
Era el Airwaves. Una de esas tardes en que no me apetecía ver ningún concierto, y que estaba solo porque Jorge estaba de off venue en off venue y a Juanma le habíamos perdido la pista por la mañana. Hacía frío, pero qué importa el frío cuando estás en Islandia. Iba por la calle arrebujado en mi parca, y finalmente subí a Eymundsson, a la pequeña, y entré. Fui a la cafetería, pedí una galleta de chocolate (intenté decirlo en islandés, pero no me entendieron y con razón). Me senté cerca de la ventana a ver la calle y todo estaba oscuro en ella, apenas caminaba nadie por allí, en contraste a una abarrotada Laugavegur (si es que Laugavegur puede abarrotarse). Entonces Jorge me escribió un mensaje, decía si quería ir a comer un bocadillo a Nonnabiti, ese sitio que nos gusta tanto por sus patatas fritas que no son nada del otro mundo pero son las de Nonnabiti y con eso es suficiente. Y de pronto fue como haberse sentido en ese sitio desde siempre, como si tu casa estuviese en esa ciudad, como si simplemente estuvieses en tu tarde libre y te hubieras ido al centro a dar un paseo y hubieras acabado en Eymundsson porque sí, a mirar libros y comerte una galleta y beber un café bien caliente, y como si de pronto te llamase un amigo tuyo para ir a comer un bocadillo antes de ir al cineo (en este caso a un concierto). Y mientras iba hasta Nonnabiti supe que algún día acabaría viviendo en esa ciudad.
Un año después la realidad se impone. No he pisado Reykjavík desde entonces y no sé cuándo volveré a ir. Supongo que para poder hacerlo, antes debería tener un trabajo. Intenté por todos los medios posibles marcharme a Reykjavík, y bien lo saben las personas más cercanas a mí. Pero algunas veces, supongo, las cosas no ocurren por algo.
De todas formas, Reykjavík Línea 11 se puso a la venta hace un año justamente hoy. Y yo me iba a Islandia por última vez en unos días.
(El tráiler de arriba nunca pasó del estado work in progress, por eso nunca lo colgamos –entre otras cosas, ni tiene ritmo ni tiene el color corregido, y los rótulos son terribles, pero me apetecía colgarlo ya que estamos de aniversario)
Published on October 29, 2013 15:19
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