Roberto Valencia's Blog, page 3
January 16, 2025
Chico Campos disparó y la Paz se universalizó
Ahora no lo parece, pero esta historia tiene un final feliz.
Dentro de unas dos horas, LA fotografía estará en Washington, desde allí se enviará a todo el mundo, el fotoperiodista se habrá calmado, y mañana será portada de The New York Times y The Washington Post. Pero ahora nada que ver. Ahora, el fotoperiodista —un salvadoreño llamado Chico Campos— maldice, se tensa, por ratos quiere que se lo trague la tierra. Acaba de cometer un error del tamaño de una catedral: se ha distraído en el revelado, ha puesto los rollos en el químico equivocado y ha arruinado el trabajo de toda la mañana.
Foto: Francisco CamposHoy es 16 de enero de 1992 y faltan menos de dos horas para el mediodía, la hora a la que el material debería estar enviado. Chico Campos, el responsable gráfico en San Salvador de la agencia Associated France Presse (AFP), acaba de echar a perder todas las imágenes sobre las celebraciones por los Acuerdos de Paz.
Faltan menos de dos horas y aún no ha sido tomada LA fotografía.
Todavía hay tiempo, piensa Chico Campos. Prepara de nuevo los químicos, sale disparado de la oficina —ubicada cerca del redondel Baden-Powell, en la colonia Miramonte—, se sube en su vespa, y gira el acelerador rumbo a plaza Gerardo Barrios, a ver si puede salvar el día.
***
Desde que la imagen y la palabra se aliaron para bien del periodismo, los grandes acontecimientos de la historia –las guerras, en particular– tienden a cristalizarse en una fotografía que, para la conciencia colectiva de un país o de la humanidad entera, se convierte en LA fotografía. Sin concursos ni encuestas ni votaciones. Simplemente sucede. Una niña asiática que corre desnudada por el napalm remite a la guerra de Vietnam. El pelotón de soldados que clava en Iwo Jima el mástil con la bandera estadounidense condensa cuatro años de encarnizados combates en las islas del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. El miliciano captado por Robert Capa cuando recibía un balazo simboliza toda la guerra civil española.
—Chico, ¿vos cuál creés que es LA foto de la guerra civil de El Salvador?
—Por toda la repercusión que tuvo, creo que la foto de la Paz sí es esta —me dice Chico Campos 20 años después, sentados en un puesto de tortas a apenas tres cuadras del lugar donde tomó la fotografía—, pero LA foto de la guerra… No, no creo… Ni las que tomaron los fotoperiodistas extranjeros… No creo que haya una que todo el mundo la vea y diga: ah, la guerra de El Salvador, ¿va? Que yo recuerde, no hay.
***
Este 16 de enero de 1992 no es una sorpresa para nadie. Las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo de Liberación Nacional (FMLN) cuajaron el 31 de diciembre pasado, y desde hace días se sabe que el presidente de la República y los comandantes guerrilleros firmarán hoy los acuerdos en el castillo de Chapultepec, en Ciudad de México.
En El Salvador, los bandos en contienda han organizado actividades conmemorativas, sin corbatas, y la más significativa sin duda es la masiva concentración de simpatizantes efemelenistas en la plaza Gerardo Barrios, el corazón de la capital.
Chico Campos se reunió días atrás con dos de sus compañeros de la agencia AFP: Pedro Ugarte, enviado desde Nicaragua para reforzar la cobertura; y Yuri Cortez, el stringer, al que se le paga por foto. A los dos les dijo que el jefe regional en Costa Rica había sido muy explícito: El Salvador sería este jueves plato fuerte de la agenda internacional, y las imágenes debían enviarse antes del mediodía, para que los diarios europeos las tuvieran antes de su cierre.
Con esta orden como premisa inamovible, el plan de los fotoperiodistas se simplificó: Yuri al cerro Guazapa, a Las Moras, el campamento guerrillero más cercano, para poder regresar a tiempo; y los dos más experimentados, a la plaza Gerardo Barrios.
Son las 9:15 de la mañana, y Chico Campos ha gastado dosquetrés rollos. Busca a Pedro, le pide su material y se retira tranquilo para revelarlo. Va sobrado de tiempo. Cuando pasa frente al parque Infantil, al ver que sobre la 7.ª calle Poniente viene una manifestación de efemelenistas rumbo a la plaza, parquea la vespa en cualquier lado —sin cadena, sin candado, son otros tiempos— y dispara unos cuadros más.
Ya en la oficina, en la oscuridad del cuarto oscuro, Chico Campos mete los cuatro rollos en el químico fijador sin haberlas revelado aún. Sus fotos y las de Pedro se desintegran.
—Naaaada, de ahí no se rescataba naaaada —dirá 20 años después—. ¿Y qué me quedaba? Pues comenzar de nuevo.
Faltan menos de dos horas para el mediodía.
***
Francisco Javier Campos Sosa nació el 2 de enero de 1954. Tiene 38 años, y cree que ya va siendo hora de asentar tantito su vida. Se ha casado hace pocos meses con Ana Delmy, y viven juntos en una modesta casita en la colonia Jardín de Mejicanos. En 1993, el próximo año, nacerá la que será su única hija.
El gusto por la fotografía le viene desde niño, pero fue a partir de 1979 cuando empezó a tomárselo en serio. Voluntario en Comandos de Salvamento, consiguió una pequeña cámara de 8mm y comenzó a fotografiar accidentes y rescates, para facilitar luego los negativos a los periódicos locales y promocionar así la labor de la oenegé. En esas conoció a un fotógrafo del diario El Mundo que logró abrirle puertas, y en 1981 publicaron su primera foto: un incendio.
Hace 10 años, cuando la guerra comenzaba, Chico Campos renunció a su bien remunerado trabajo de jefe de control de producción en IMSA, una empresa que fabricaba estructuras metálicas. Ganaba como 900 colones al mes y en El Mundo empezó con 200 colones.
Durante la primera mitad de la guerra tomó fotos y escribió notas para El Mundo; también locutó en una emisora llamada Radio Sonora, y comenzó a estudiar Periodismo en la Universidad de El Salvador. Uno de sus profesores fue Iván Montecinos, el corresponsal de la AFP, que lo llamó para trabajar como stringer apenas se desocupó esa plaza. Fue sólo cuestión de tiempo que le ofrecieran un contrato para incorporarse de lleno en la agencia.
***
La vespa vuela hacia la plaza Gerardo Barrios. La parquea en cualquier lado —otros tiempos—, y Chico Campos sube directo a la tarima que han instalado frente a la entrada principal del Palacio Nacional. En ese momento no hay ningún otro periodista. Contra el reloj, su idea es tomar una panorámica de la multitud, para que al menos se sienta la celebración, pero estando ahí parado ocurre algo que no está en ningún guion.
—Yo no estuve mucho tiempo en la tarima, 10 o 15 minutos —me dirá 20 años después—. La cosa es que unas mujeres empezaron a bailar, y me dije: tomo un par de cuadros más para terminar el rollo y me zafo. En el baile las mujeres caminaban para atrás y para adelante, y saludaban al público con las manos abiertas. Les sacaron unos canastos, no se veía qué tenían, pero por cómo iba la cosa entendí que iban a agarrar algo para ofrendarlo. Cuando vi que eran palomas, me preparé, busqué la composición y disparé cuatro o cinco veces. Sólo en la que fue publicada están las palomas así.
No que tiene LA fotografía, obvio, pero Chico Campos cree tener una buena foto. Se lo dice el instinto. Busca de nuevo a Pedro, le pide su material y vuela de regreso a la oficina.
Revela, esta vez sin inconvenientes, y envía a Washington unas ocho o diez imágenes de los tres fotoperiodistas. La foto de las palomas la envía de un solo en color. Ha visto el negativo y le tiene confianza.
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El éxito de LA fotografía quizá radica en su simpleza: en primer plano, las dos mujeres de blanco con los brazos extendidos porque acaban de soltar unas palomas de Castilla —grises, no blancas— que se desviven por alzar el vuelo; en un segundo plano, amontonados en la plaza, se ve a centenares de simpatizantes del FMLN con muchas banderas rojas y pocas azul y blanco, y adelante, media docena de fotógrafos en el lugar equivocado; de fondo, el alma de la imagen, el esqueleto de una Catedral metropolitana aún sin terminar, un feo armazón de concreto sin azulejos de Llort ni cúpulas en las torres, recubierta por incontables pancartas políticas, tosca, ruda, ofensiva, la metáfora de un país consumido por una guerra civil; detrás, el cielo luce limpio y caluroso.
—Hubiera sido aún mejor si toda la gente hubiera estado celebrando, con las banderas levantadas –dirá 20 años después.
La imagen también traspira pureza: sin apenas edición, sin fotosops que realcen las palomas —a las que cuesta identificar en una primera mirada— o para avivar colores. Es una foto de lugar indicado en momento preciso, sin conservantes ni colorantes.
***
Mañana, cuando Chico Campos llegue a la oficina de la agencia, comenzará a leer los faxes con las felicitaciones llegadas desde las principales sucursales de la AFP en todo el mundo. Desde París: “Felicitaciones por su cobertura de los Acuerdos de Paz en El Salvador, que fue muy rápida, abundante y muy variada”. Desde Washington: “Francisco, felicitations por tu excelente trabajo de ayer, comencé mi día por ver tu foto de las palomas en la primera página del New York Times y del Washington Post”. Desde Buenos Aires: “Muchas felicitaciones y deseos de que este buen comienzo de año perdure”. Desde San José: “Sobran las palabras cuando las imágenes son elocuentes de su excelente trabajo”.
Su fotografía, que con las prisas bautiza como Dos mujeres sueltan palomas, terminará convertida en LA fotografía, la imagen que los salvadoreños asociamos con los Acuerdos de Paz, mucho más que cualquiera de las que se tomaron en Chapultepec.
Imposible saber cuántos periódicos la publicarán en todo el mundo, pero con los días Chico Campos logrará tener una carpeta con recortes y fotocopias de diarios estadounidenses, españoles, franceses, japoneses, colombianos, argentinos… Quizá nunca el trabajo de un salvadoreño haya sido tan difundido en tan poco tiempo.
—De los recortes que tengo solo el USA Today puso mi nombre —me dirá 20 años después, mientras estemos comiendo una torta mexicana de $1.50 en el centro de San Salvador—; en todos los demás el crédito que apareció fue sólo AFP.
Es el precio que se paga por trabajar para una agencia internacional. Pero quién sabe, quizá dentro de 20 años alguien se tome la molestia de detallar cómo y quién tomó LA fotografía de los Acuerdos de Paz, esta imagen que hoy se está distribuyendo por las redacciones de medio mundo y que de alguna manera también contribuirá a que este 16 de enero de 1992 termine siendo un día tan especial en la historia de El Salvador.
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[image error]January 5, 2025
Diez años desde el discurso que sepultó la Tregua de Funes
El cinco de enero de 2015, siete meses después de asumir las riendas del Ejecutivo, el presidente Salvador Sánchez Cerén asistió a una reunión a puerta cerrada con la plana mayor de la Policía Nacional Civil. Al finalizar el encuentro, se celebró una calculada comparecencia ante las cámaras para redactar de manera simbólica el acta de defunción de la Tregua: «Nosotros no podemos volver al esquema de entendernos y de negociar con las pandillas — dijo — , porque eso está al margen de la ley; ellos se han puesto al margen de la ley, ellos se han vuelto violadores de la ley, y por lo tanto nuestra obligación es perseguirlos, castigarlos y que la Justicia determine las penas que les corresponden».
La fotografía del expresidente Salvador Sánchez Cerén se la tomé aquel 5 de junio de 2015 en la sede central de la Policía Nacional Civil de El Salvador, conocida popularmente como el Castillo.Con estas palabras, el presidente Sánchez Cerén no solo finiquitaba el proceso — moribundo desde hacía meses — , sino que también desenmascaraba al expresidente Mauricio Funes. «No podemos volver a negociar con las pandillas».
La Tregua iniciada en marzo de 2012 murió en enero de 2015. Durante dos años, El Salvador desapareció del pódium de los países más violentos del mundo. Durante ese tiempo se salvaron unas 3000 vidas, pero lo cierto es que el proceso — salvo los experimentos a escala local hechos al margen del gobierno — nunca dejó de ser más que un cese de hostilidades. La distensión, si es que puede llamarse así, ni siquiera se quiso aprovechar para debatir en serio cómo invertir en prevención, reinserción y rehabilitación, las deudas pendientes desde los Acuerdos de Paz.
Y si el pronunciamiento del presidente Sánchez Cerén simbolizó el acta de defunción, el proceso se enterró el diecinueve de febrero, con el regreso a Zacatraz de los ranfleros más insignes de las dos facciones de la pandilla Barrio 18 y de la Mara Salvatrucha, incluido el mismísimo Borromeo Henríquez, el Diablo de la Hollywood Locos.
Después, el país se sumergió en la etapa más violenta y os cura desde los Acuerdos de Paz, con una guerra abierta entre el Estado y las pandillas que hizo que en 2015 los asesinatos se dispararan hasta casi 6700 setecientos, para una tasa surrealista de 106 homicidios por cada 100 000 habitantes.
Pero esa es otra historia.
Este texto es un pequeño fragmento de mi libro Carta desde Zacatraz , publicado en el año 2018 con le editorial española Libros del KO.
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[image error]December 31, 2024
Termino el año sin antidepresivos, bien
Empiezo a escribir esto a pocas horas de que termine el año, mientras se sancochan unas manzanas con mantequilla para la guarnición de la cena, y lo hago porque en verdad me nace plasmar y compartir algunas sensaciones y sentimientos acumulados. Hace tres semanas, dejé de tomar los medicamentos antidepresivos —con la venia de mi psiquiatra, por supuesto— , después de haberlos estado tomando durante año y medio.
Imagen digital generada por GrokCreo que la depresión sigue siendo una gran desconocida. También lo era para mí hasta hace un par de años. En unos párrafos más abajo les detallaré qué fue lo que me llevó al abismo, pero en junio de 2023, un psiquiatra del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) concluyó que mi cuerpo ya no generaba suficiente serotonina (se la conoce como la hormona de la felicidad) y que, para compensar esa disminución, necesitaba tomar una pastilla de sertralina cada mañana y otra de trazodona cada noche.
Sertralina y trazodona han sido parte de mi vida durante 18 meses, el año y medio más tumultuoso, y siento que me han ayudado mucho. Suspender el tratamiento conlleva algunos riesgos y nunca, bajo ninguna circunstancia, debe hacerse sin el aval del psiquiatra, pero llego a este 31 de diciembre — y me he animado a escribir esto — con una sensación firme de haber (casi) cerrado un capítulo doloroso, en buen estado de forma, desintoxicado, productivo en lo laboral y relativamente estable en lo emocional.
Los antidepresivos han ayudado, sin duda, sobre todo en los momentos más delicados, pero las verdaderas claves para dejar atrás la depresión (esto lo estoy escribiendo con miedo) han sido otras, como escapar de las amistades tóxicas y hacer nuevas, reafirmar mi relación con mis dos hijas, invertir tiempo y ganas en desarrollar mis habilidades culinarias y, sobre todo, convertir mi pretérita y casi abandonada afición por el senderismo en una pasión mayúscula. Todas ellas acciones que generan de manera natural serotonina; de ahí mi optimismo tras estas tres semanas sin pastillas y sin apenas sobresaltos.
Quizá alguien se pregunte cómo una persona de 47 años y sin antecedentes de problemas de salud mental cae en una depresión que un día lo lleva a emergencias del Policlínico Arce, el hospital psiquiátrico del ISSS. El detonante —subrayo lo de detonante— fue que la madre de mis hijas, tras 20 años de relación, decidiera unilateralmente dinamitar la familia. Así, sin dar siquiera explicaciones.

No sé si por las amistades con las que empezó a trasnochar desde 2018, por traumas de niñez y adolescencia no sanados, por una crisis de mediana edad mal digerida, por el contexto sociocultural reinante, que casi empuja al adulterio, o porque comenzó a verse con la billetera llena —seguramente sea una combinación de estos desencadenantes— , pero el hecho es que un día de septiembre de 2022 nos citó a los tres en el sofá de la casa para decirnos que se iba. Meses después trascendió que uno de sus múltiples amantes era el hijo de una de sus amigas de borrachera, y que mi hija mayor se lo había descubierto un año antes y tuvo que soportar el chantaje emocional al que la sometió, para que no me lo contara. Mis dos hijas siguen yendo a terapia.
Subrayé por algo que la separación fue nomás el detonante de mi depresión. Ella y sus aires de diva se fueron de la casa en septiembre de 2022, pero pasaron más de nueve meses hasta que empecé a tomar sertralina y trazodona, y más de un año hasta las que ahora juzgo como las semanas más oscuras.
Ese estado no me lo provocaron el narcisismo y el egoísmo de mi expareja; lo que me devastó fue comprobar que, de alguna manera, la maldad, la mezquindad y la hipocresía se estaban imponiendo. Personas que decían ser mis amigos desaparecieron de mi vida cuando más los necesitaba, mientras a ella le sobaban el lomo. Ni una llamada para preguntar cómo estaba. Ni un saludo por redes sociales. Todo resultó demasiado surrealista, demasiado cruel.
Un ejemplo: unos meses después de habernos separado y cuando yo empezaba a tratar de rehacer mi vida, la madre de mis hijas me dijo que había sido acosada sexualmente por uno de tres amigos que entonces teníamos en común, hermanos entre ellos. Un día me soltó esa bomba de profundidad mientras estábamos enmotelados —tonto de mí, yo aún creía que se podía salvar mi familia— , pero no especificó quién de ellos era el supuesto acosador, para que yo desconfiara de los tres. Tras días de tormento, me atreví a comentárselo a uno de ellos; este a regañadientes la encaró, ella le aceptó que se lo había inventado nomás para joderme, y él hizo borrón y cuenta nueva porque su hija y mi hija menor son muy buenas amigas, y creyó que salvaguardar la relación con la madre era una prioridad, aunque ella se hubiera inventado que uno de sus hermanos era un acosador, en estos tiempos que corren. Aún más sordidez: entre lágrimas, mi ex convenció a mi hija mayor de que sí había sido acosada sexualmente, y le dio incluso un nombre, bajo condición de que lo mantuviera en secreto. Todo se terminó sabiendo, pero unos y otros prefirieron hacerse el de los panes.
Pues bien, los tres hermanos, la matriarca y las parejas de ellos —a una de ellas mi ex la odia— compartirán rancho este 31 de diciembre, y unas horas después de que yo publique esto se darán el último abrazo de 2024, como si nada, como ya hicieron en Navidad, y el año pasado. Mi hija mayor tendrá que abrazar a un hombre del que su madre le ha dicho que es su acosador. Por eso hablo sin pudor de una sensación de triunfo de la maldad, de la mezquindad y de la hipocresía, del egoísmo puro y duro, sensación que a mí me hundió durante meses en la profunda depresión de la que, creemos mi psicóloga y yo, ahora estoy saliendo.
He escrito este desahogo mientras preparo la última cena del año para mi madre, mis hermanos y mis sobrinas: lomo de cerdo asado a la naranja, con una guarnición de crema de manzana ácida. Ayer salí a caminar 18 kilómetros por Vitoria-Gasteiz, y esta semana subiré alguna montaña acá, en Euskadi, donde me encuentro por unas semanas. Me he venido porque quiero terminar mi próximo libro, que ya está en fase de escritura, y la tranquilidad de la casa de mi madre me viene bien. Durante meses fui incapaz de sentarme frente a la computadora para escribir algo creativo.
Imagen digital generada por Leonardo.AILo más importante: hay vida después de la sertralina, la trazodona o el antidepresivo que estés tomando, si es el caso. Créeme. Por oscura que te parezca ahora la zanja en la que estás, si es el caso. Por dolorosa que sientas ahora mismo la pérdida de ese familiar, la enfermedad diagnosticada, el desamor vivido o el pozo financiero en el que te hayas metido.
Siempre aparecerá gente maravillosa. En mi caso, Alejandra y Amerika, por supuestísimo, pero también Fabiola, Katya, don Chico, Claudia, Sergio, Javier, Amedh, Mauricio, Iván, Luis Enrique, René, Yanci, Ingrid, María, Toni, Íñigo, Óscar, Carmen y alguno más que estaré olvidando en este improvisado recuento. Y quiero destacar sobremanera a un ángel: Alejandro. Gracias, muchas gracias a todos por su paciencia, su cariño y su presencia.
También quiero darte las gracias a ti, diminuta sertralina; y a ti, amarga pero efectiva trazodona.
Feliz Año Nuevo. Prosperidad y felicidad para quienes se las merecen.
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[image error]December 13, 2024
Quince años desde el día en el que Marcelo Bielsa filosofó en La Campanera
El entrenador argentino Marcelo Bielsa estuvo el 13 de diciembre de 2009 en Soyapango; en el reparto La Campanera, para mayor precisión. Aquella fue una visita atípica, consecuencia del empecinamiento de Alejandro Gutman –entonces presidente de la Fundación Forever– por llevar a una figura deportiva de primer nivel (Marcelo Bielsa se preparaba para llevar a los chilenos al Mundial de Fútbol de Sudáfrica) a una de las colonias más estigmatizadas de El Salvador. Yo subí aquella mañana a ‘La Campa’ y, por algo que estoy escribiendo en estos días, me ha tocado recién volver a escuchar los audios que grabé. Marcelo Bielsa es un personaje singular en el mundo del fútbol, a quien con frecuencia se le califica como filósofo. Yo creo que en verdad lo es. Aquel 13 de diciembre de hace tres lustros, después de dirigir un entrenamiento para un pequeño grupo de niños y niñas, se reunió con no más de media docena de vecinos que estaban en la cancha y les regaló un discurso que, al reescucharlo quince años después, he sentido la necesidad de compartírselo íntegro.
A mí me gustaría poder hablar con ustedes. Quería decirles dos o tres cosas. Lo primero, destacar lo importante que es luchar. Nosotros muchas veces en el fútbol perdemos, pero si luchamos, cuando llegamos al vestuario… y yo quisiera ver si logro transmitirles bien esto… cuando perdemos y estamos tristes por haber perdido, la tranquilidad nos la da saber que hemos luchado, pero estamos avergonzados si no luchamos. Quiere decir que en el fútbol no se trata únicamente de ganar o perder, sino de haber luchado. Esa es una cosa que quería transmitirles, porque pareciera que solamente el que triunfa es el valioso, y el valioso no es el que triunfa, sino el que lucha. Todos somos perdedores; hay muy pocos ganadores. Pero hay perdedores dignos, porque lucharon; y perdedores que se pervirtieron. No pervertirse en una forma de triunfar. Y quería comentarles otra cosa que tiene el fútbol que para mí es muy aplicable a la situación que viven ustedes en una comunidad como esta. El fútbol es el deporte rey, el deporte más importante del mundo. ¿Ustedes se imaginan por qué le gusta tanto a la gente? Mi idea es que gusta tanto porque puede ganar el más débil. En el fútbol no siempre gana el más poderoso, ni siquiera el mejor. ¿Cómo hace el débil para ganar? Porque no ganan por poderío, o porque son más grandes, o porque son más fuertes, o porque tienen más recursos… Los débiles ganan porque usan la imaginación, usan la fantasía, usan la creatividad, y entonces eso también puede servir como un estímulo para ustedes, que tienen poco. ¿Vio que hay jugadores chiquitos que se sacan de encima a los grandotes? ¿Vio que a veces el gol que define un partido lo hace a veces uno bajito marcado por un grandote? ¿Vio que el más atento le gana al desatento, aunque el desatento tenga la camiseta de un poderoso y el atento la del club más pobre? Entonces… hay esperanza. El mensaje del fútbol es ese: que el más débil puede ganar. Y otra cosa que quería decirles es que también es muy importante valorar lo que uno tiene. Esta cancha de La Campanera, que parece tan precaria al lado del césped hermoso del Camp Nou, también puede ser linda con el esfuerzo de todos los días, ¿me entienden? A lo mejor nunca van a lograr que tenga un césped perfecto, pero sí pueden decorar el arco, ponerle una cinta blanca abajo… ese orgullo de sentir que es algo propio. Yo he visto muchas casas humildes que están más afectuosamente tratadas que mansiones de poderosos, casitas en las que se nota el cariño de defender lo poco que uno tiene. Y eso también es una cosa que quería decirles. Cuando a mí me tocó empezar a entrenar, no había conos, y agarrábamos unas varillas, las cortábamos, las pelábamos con un cuchillo y le tirábamos agua en la tierra para que entraran. Entonces, hay veces que uno se fija en lo que no tiene, y encuentra en lo que no tiene una justificación para no crecer, pero los pobres tienen la imaginación muy desarrollada, y es una gran aliada. Y otra cosa que tenía que decirles es que para comparar logros, no hay que ver solo quién llega más arriba, sino que el trayecto que superó uno y otro, porque el que parte de más abajo tiene más mérito que el que parte de más arriba, aunque el de abajo no logre ser el que al final llegue más alto. ¿Me entienden? No se trata únicamente de quién llega más alto, sino de quién hizo el recorrido más largo en función de su punto de partida y de los recursos de cada uno, porque es más fácil llegar arriba cuando vos tenés todos los recursos del mundo, o llegar pervirtiéndose. Entonces, el que no se pervierte, es decir, el que vive dignamente, aunque no llegue a lo más alto, tiene mérito, y eso es una cosa muy valiosa para todos ustedes. Y lo último que quería decirles es una cosa que no vi hoy en esta comunidad. Los chicos necesitan dónde mirar. Necesitan alguien a quien admirar en la familia o en el barrio o en la comunidad. Necesitan ver a quién copiar, ¿me entienden? Es muy importante que en cada comunidad haya líderes, conductores, ejemplos, y es muy importante que ese espejo salga de dentro de ustedes, no que sea un extraño el que marque el camino. Tengo una crítica a todo lo que vi acá, la única: que no están los viejos. Los viejos son los que cuentan la historia, los que se quedan… porque una cosa muy importante es el sentido de pertenencia. ¿Por qué yo les digo que pinten el arco o que quiten la maleza o los arbustos? Porque uno se tiene que sentir orgulloso del lugar en el que está, aunque sea limitado. Y los mayores, los viejos, son los que conocen la historia del lugar, y se la tienen que contar a los chicos. ¿Para qué? Para que los chicos se enamoren de su lugar y quieran mejorarlo. Están bien que uno quiera crecer, pero este es el origen, esta es la esencia, y nunca hay que olvidarlo. Así que les admiro, de todo corazón, y lamento tanto micrófono alrededor, que a lo mejor consiguen que ustedes piensen que estoy actuando o… no sé… pero todo lo que les dije lo siento verdaderamente y los felicito. Muchas gracias.
Después, escuchó unas palabras de agradecimiento de una de las líderes de la comunidad, hizo un comentario jocoso sobre lo polvosa que era la cancha de La Campa, y se fue seguramente para siempre. No respondió ni una sola de las preguntas que le lanzó el enjambre de periodistas que –en su inmensa mayoría– había bajado al bajomundo para escuchar a Marcelo Bielsa hablar sobre fútbol, sobre las posibilidades de Chile, sobre aquel Mundial, sobre… Su discurso maravilloso sobre la pobreza y la desigualdad, sobre la vida misma, pasó sin pena ni gloria por la agenda mediática, más preocupada casi siempre por lo inmediato que por lo verdaderamente trascendente.
Marcelo Bielsa en el reparto La Campanera de Soyapango, el 13 de diciembre del año 2009.Esta es una versión actualizada de una entrada publicada en mi blog el 13 de diciembre del año 2015.
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[image error]October 17, 2024
Sobre los ‘turcos’ de El Salvador
Nayib Bukele me dice: “A mí no me ofende que me digan turco, aunque sé que algunos continúan usando la palabra de forma peyorativa”.
Turcos. Incluso la Real Academia consigna en su quinta acepción —como americanismo— que turcos son los “árabes de cualquier procedencia”. El diccionario terminó validando un uso que en la mayoría de las sociedades latinas tiene inequívocas connotaciones racistas. Los turcos, en términos generales, no fueron bienvenidos en América Latina, como sí lo fueron en aquellas mismas décadas los migrantes de otras latitudes, sobre todo de Europa.

El Salvador no es el único país donde las élites mostraron de forma explícita su racismo contra la migración árabe, pero es uno de los pocos —si no el único— donde, entreguerras, se legisló contra su presencia.
En 1921, una reforma a la Ley de Extranjería calificó como “perniciosos” a los chinos y a “los individuos de la raza árabe, conocidos en el país con el nombre de turcos”. En 1933, ya con el dictador genocida Maximiliano Hernández Martínez como jefe de Estado, fue aprobada una Ley de Migración que prohibía el ingreso al país de negros, de asiáticos y “de nuevos inmigrantes de Arabia, Líbano, Siria, Palestina o Turquía, generalmente conocidos con el nombre de turcos”, reza el artículo 16.
El racismo institucionalizado no era nomás el desvarío de un dictador sino la cristalización de sentimientos muy arraigados entre las élites criollas. “Hay que conocer cómo se formaron estos países hispanoamericanos, donde el componente étnico fue muy fuerte”, dice el historiador Pedro Escalante. “En El Salvador ha sido siempre muy importante tener una fisonomía lo más europea posible, unido a que acá no había clases sociales, sino estamentos. Y ahí viene el origen de por qué a los palestinos les costó ser aceptados”, agrega.
Para el momento de la aprobación de las leyes de segregación, cientos, tal vez miles de palestinos formaban parte de la sociedad salvadoreña, algunos desde hacía tres décadas. Había incluso casos de notables fortunas amasadas. Sin embargo, en 1936, una ley reguladora del comercio prohibió abrir nuevos “almacenes, tiendas, pulperías, talleres, fábricas industriales e industrias agrícolas” a toda familia de origen árabe que ya viviese en el país. Sólo quedaban exceptuados aquellos negocios que ya estaban en operaciones; nada nuevo con olor a turco podría crecer en El Salvador.
Las leyes se abolieron a los pocos años, pero el racismo latente que las propició se mantuvo vigoroso por décadas. En los setenta, la comunidad palestina aún tenía prohibido el ingreso a los clubes sociales regentados por y para la oligarquía cafetalera y rentista, como el Casino Salvadoreño o el Círculo Deportivo Internacional.
Así no sea el caso de Nayib Bukele, hay descendientes palestinos que aún consideran que la palabra turco es el más grave de los insultos. Razones tienen. El racismo que sufrieron fue asfixiante y prolongado.
Este texto es un fragmento de una crónica de más de 5000 palabras titulada ‘Los turcos y el olor de la berenjena’, que es una de las 16 crónicas y perfiles que integran mi libro Made in El Salvador . Está a la venta en Amazon, tanto en formato impreso como en formato eBook .
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Made in El Salvador (Spanish Edition)
[image error]October 9, 2024
El Salvador no es el país más seguro del hemisferio occidental
No.
El Salvador no es el país más seguro del hemisferio occidental. Y afirmarlo no dejará de ser una mentira por más que el aparato propagandístico gubernamental lo repita mil veces.
Imagen digital generada por Leonardo.AI“Hicimos de nuestra nación, que fue una vez la capital mundial de los homicidios, el país más seguro de todo el hemisferio occidental”, dijo el 24 de septiembre el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, en su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Ser o no “el país más seguro del hemisferio occidental” no es una cuestión de opiniones o de percepciones, mucho menos de filias o fobias políticas. No existen datos oficiales ni oficiosos, maquillados o sin maquillar, que sustenten esa afirmación. Como desarrollaré en la segunda mitad de esta columna, el pequeño país centroamericano ha logrado un descenso formidable en su tasa de violencia homicida, que intuyo que se estudiará en el futuro en facultades y congresos, pero la grandilocuente frase que proclama con bombo y platillo el bukelismo es falsa.
Oficialmente, El Salvador cerró 2023 con 154 homicidios, para una tasa de 2.4 homicidios por cada 100 000 habitantes. La tasa de Canadá en 2023 fue de 1.9. Punto. Controversia cerrada. Si hubiera que elegir el país más seguro del continente en función de la tasa de violencia homicida, el himno que sonaría no sería el de El Salvador. Ni siquiera es necesario entrar en el debate sobre el maquillaje de la tasa oficial que hace el Gobierno: excluyeron, por ejemplo, los 38 homicidios que cometieron las fuerzas de seguridad en supuestos intercambios de disparos con presuntos delincuentes. En Canadá sí se contabilizan. También en Guatemala, Chile, Costa Rica, Ecuador, Bolivia, Jamaica, etcétera.
Entonces, ¿por qué está mintiendo el bukelismo sobre este tema? Pues habría que estar en la cabeza de Bukele para saberlo, pero ahí va mi interpretación: a inicios de 2024, cuando Canadá aún no había fijado su tasa-país de 2023, la tasa vigente era la de 2022, que era de 2.3 homicidios por cada 100 000 habitantes, apenas una décima inferior que la cifra oficial —y maquillada— de El Salvador.
Bukele escribió su primer tuit sobre el tema el 28 de enero: “Convertimos el país más inseguro del mundo en el país más seguro de todo el hemisferio occidental. Dato mata relato”. ¿Cómo llegó a esa conclusión? Bukele tomó los datos —maquillados— de 27 días de enero, los proyectó para todo 2024, y comparó ese resultado con la tasa canadiense de 2022. “De continuar la tendencia, la tasa de homicidios sería de 1.6 por cada 100 000 habitantes”, apuntilló Bukele dos días después en otro tuit. Es decir, el oficialismo comparó la tasa salvadoreña de enero de 2024 con la tasa canadiense de todo el año 2022. Después, el poderoso y bien aceitado aparato de propaganda del bukelismo hizo el resto.
Canadá tuvo una tasa de violencia homicida inferior a la de El Salvador en 2022, en 2023 y todo indica que también en 2024. Con los datos oficiales —y maquillados— al 30 de septiembre, la tasa salvadoreña proyectada para el año en curso es de 2.2.
El Salvador no es el país más seguro del hemisferio occidental. ¿Estamos?
El bukelismo podría haber optado por una afirmación del tipo ‘el país más seguro de Latinoamérica’, un logro mayúsculo, reluciente y más acorde con la realidad, pero al propio Bukele o a alguno de sus asesores se les calentó la cabeza y apostaron por un axioma falso.
Hemisferio occidental, hemisferio occidental… Incluso si por una improbable casuística, El Salvador finalizara 2024 con una tasa inferior a la de Canadá —y nos olvidáramos del maquillaje— , el Western Hemisphere, técnicamente, incluye todo lo que está al oeste del meridiano de Greenwich. Países como Portugal, Irlanda, España o Islandia, con tasas inferiores a 1 homicidio por cada 100 000 habitantes, forman parte del Hemisferio Occidental.
Imagen digital generada por Leonardo.AILa posverdad se define como la distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en los comportamientos sociales. Este que nos ocupa es un caso de manual. Por supuesto, ni esta columna ni nada van a evitar que el bukelismo siga repitiendo que somos “el país más seguro del hemisferio occidental”, aunque sea falso. El régimen adoptó esa falacia para su estrategia propagandística y no van a rectificar, porque en estos tiempos la verdad es lo de menos.
Entonces, no. La sociedad salvadoreña no es la más segura del hemisferio occidental. Pero, aclarado esto, y para que no se vengan arriba los del otro bando, los antibukelistas fanatizados, los que también se retuercen ante la imparcialidad como una ostra bañada en limón, hay que reconocer que la mejora radical en el ámbito de la seguridad pública que ha vivido el país desde que Nayib Bukele tomó las riendas del Ejecutivo el 1 de junio de 2019 resulta inapelable.
En 2018, la tasa de El Salvador fue de 50.4 homicidios por cada 100 000 habitantes, frente a los 2.4 de 2023 —un punto más sin maquillaje—. El país cerrará 2024 con unos 140–150 homicidios, cuando en un solo mes de 2015, agosto, se registraron 918 asesinatos. Los feminicidios se desplomaron entre 2018 y 2023: de 232 a 27, pero ahí están las oenegés y sus ‘periodistas’ satélite haciendo piruetas para maquillar ese descenso (¡del 88 %!!) en un tema tan sensible. En cuanto a las personas desaparecidas, en los primeros nueve meses de 2021 se registraron 524 denuncias que seguían vigentes al 30 de septiembre; en 2024, son 105 en idéntico período. Y así sucede con todos y cada uno de los indicadores delictivos históricamente atribuidos a las maras, cuya presencia se ha diluido en la mayoría de colonias, barrios y cantones en los que estos grupos criminales impusieron durante décadas a los vecinos el ver, oír, callar.
En resumen, los salvadoreños llevan un par de años viviendo una genuina primavera en cuanto a seguridad pública, algo apreciado sobre todo por quienes más sufrieron el fenómeno de las maras. No obstante, afirmar que somos “el país más seguro del hemisferio occidental” es un bluf, un embuste, un constructo propagandístico. El Salvador es una sociedad militarizada; sigue gastando millones de dólares en seguridad personal para los diputados y funcionarios que replican como loras que se sienten más seguros que en Canadá; los vigilantes privados custodian día y noche con fusiles calibre 12 farmacias, panaderías y colegios; nadie en su sano juicio dejaría la mochila en su carro en el parqueo de un centro comercial porque “la empresa no se hace responsable por daños o pérdidas en su vehículo” y, de remate, las redes sociales supuran violencia, que es eso que estarás sintiendo ahora hacia quien firma esta columna… si eres de los que prefieren una mentira confortable a una verdad incómoda.
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[image error]September 25, 2024
El mejor momento del día
Fotografía tomada el 24 de febrero de 2012 por Iris Girón.Alejandra Valencia cumplirá dos años el 11 de enero de 2012. Dos años.
Curioso esto del paso del tiempo. Por un lado, la sensación — la convicción — de que sólo un chasquido de dedos separa este miércoles del día en el que salí — radiante, vivo — del Hospital Amatepec después de que me dejaran ver por no más de un minuto a la recién nacida, y me fui directo a la casa de mi amigo Carlos Martínez, para celebrarlo. Por otro lado, la paradoja de ver sus fotografías de hace apenas seis-nueve meses y pensar que fueron tomadas hace una vida, o los simples recuerdos de una Alejandra que sólo se mueve a gatas, sepultados ya en la memoria, pero que apenas tienen menos de un año de antigüedad. Curioso.
Alejandra es ya una personita que discute ríe travesea salta coquetea maquina chantajea-a-su-papá-con-la-mirada-la-sonrisa tose llora grita corre-carreras imita dibuja y se puede ensimismar mirando un amplio abanico de cosas que van desde el camión de la basura hasta la luna. Es persona pues.
Quizá por ello, de un tiempo a esta parte, todas-todas las tardes, ocurre lo mismo: a eso de las cinco o cinco y media, cuando el sol quiere esconderse, me golpea un desasosiego para que llegue cuanto antes el rencuentro con Alejandra, casi siempre en la casa, cuando llego, saco las llaves y ella, aunque esté en la otra punta, solo con oír el ruidoso artilugio sonoro que se bambolea cuando la puerta lo golpea, dice: ¡Paaaapi! Y me sonrío solo, y Alejandra corre por el pasillo para darme un tímido abrazo y luego separarse pudorosa.
— ¿Cómo lo pasaste en el kínder hoy?
— Ien — responde.
Sin duda, el mejor momento del día.
Quizá por ello también, cuando por algún motivo de peso como pueden serlo las reuniones semanales de evaluación en El Faro, sucede que uno llega tarde a casa, ocho y media, nueve incluso, y Alejandra ya está dormida, ese día termina siendo un día incompleto, como incompletos lo eran todos, sin saberlo, hasta antes de ser padre.
[Esta es una versión actualizada de una entrada publicada en mi blog el 30 de noviembre de 2011]
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[image error]September 18, 2024
El desvergue estudiantil
Yuri Rodríguez llama desvergue estudiantil a lo que en ámbitos más formales se conoce como las barras estudiantiles o la violencia estudiantil.
El desarrollo desmedido del fenómeno de las maras terminó soterrando el desvergue estudiantil, pero a finales de la década de los noventa era un problema social con vida propia en El Salvador. Hay libros interesantes sobre el tema, y cierto consenso en que hunde sus raíces hasta la década de los cuarenta, con las rivalidades entre colegios privados en torno al básquetbol, deporte que entonces movía pasiones.
Fotografía publicada en El Diario de Hoy en la edición del 8 de mayo de 1999, que registra una riña estudiantil en el Centro Histórico de San Salvador.Hubo que esperar hasta los ochenta para que los protagonistas de esas violencias fueran los centros educativos públicos. El 15 de mayo de 1982 se registra el primer gran choque entre el Inframen –donde estudió Yuri– y el Instituto Técnico Industrial (ITI, hoy INTI), en la inauguración de los XXI Juegos Deportivos Estudiantiles. Aquel estallido se convirtió con los años en un conflicto que dividió la mayoría de los institutos y escuelas de la capital en dos bandos: nacionales y técnicos.
Yuri cumplió 15 años en 1998 y le tocó vivir los que quizá sean los años más intensos del desvergue estudiantil, en torno al cambio de milenio. En esa guerra tomó partido y se convirtió en el Seco Enco, en el bando de los nacionales; Enco por la Escuela Nacional de Comercio, donde estudió dos años, hasta que lo expulsaron.
Dice Yuri: “Yo era un bicho pollo viendo a los demás hacer desvergues; de repente, me vi en el parque Libertad en una lluvia de piedras, con las manos heladas del miedo. Pronto comprendí que si vos estabas al frente, ganabas respeto; y entonces yo, aún con el corazón que casi se me salía, trataba de estar adelante: ¡Qué, hijosdeputa, el Seco Enco ¿va?!”.
De los libros que explican lo ocurrido en aquellos años, uno es ‘Maras y barras’; otro, ‘Compitiendo en bravuras’. Los dos los firma Wim Savenije, un holandés que eligió El Salvador para sus investigaciones más destacadas.
Pregunté a Savenije si las barras estudiantiles podrían considerarse un capítulo o la antesala de la guerra entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Respondió esto: “Son dos fenómenos y conflictos diferentes, con dinámicas distintas. En las pandillas, un miembro de la contraria constituye un archienemigo y en un encuentro se debe responder con violencia letal. En las barras, un estudiante de un instituto contrario es un rival al que había que quitarle las insignias de su centro educativo. En la MS-13 y la 18, la enemistad con los contrarios es de por vida, mientras que en las barras la participación termina cuando se termina la secundaria. Por lo general, la muerte de alguien en un enfrentamiento entre barras era un ‘accidente’, no el objetivo”.
Yuri, a su manera, suscribe la tesis de Savenije. En Mariona le sedujeron con la idea de integrarse en una pandilla. “No, compadre”, respondió, “mi desvergue estudiantil termina en tres años, cuatro lo mucho; lo de la pandilla va para largo”.
Hubo, por supuesto, protagonistas del desvergue estudiantil que terminaron brincados en alguna pandilla, pero fueron conflictos distintos, separados.
Este texto es un fragmento de una semblanza de más de 5500 palabras titulada ‘Yuri, el expresidiario que ganó oro en los Juegos Panamericanos’, que es una de las 16 crónicas y perfiles que integran mi libro Made in El Salvador . Está a la venta en Amazon, tanto en formato impreso como en formato eBook .
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[image error]September 4, 2024
Saúl Antonio Turcios, el Trece de Teclas Locos
Al centro, el Trece de Teclas Locos. El de la izquierda es Diablito de Hollywood Locos. La fotografía la tomé el 27 de septiembre de 2012, en el Centro Penal Ciudad Barrios.El Trece es un pandillero, un marero, un homicida, uno de los líderes más respetados de ala Mara Salvatrucha (MS-13) de El Salvador, si no el que más. Su nombre “real” en unas ocasiones es Saúl Antonio Turcios Ángel; en otras, es Hugo Ernesto Márquez Montoya; y en algotras es Omar Alexander Márquez. La Mara sabe cuidar a sus líderes y no le resulta difícil conseguir documentación falsa tan bien hecha y respaldada que hasta el Estado termine dudando de cuál es la verdadera identidad.
Según su expediente en el Sistema Informático Penitenciario (el número 20 572), nació en mayo de 1979 en Zaragoza (La Libertad) y hasta el día de su detención vivía en Santa Tecla. Estudió hasta cuarto grado. En la frente tiene tatuada, entre otras cosas, un gran 13, y pertenece a los Teclas Locos (TLS), una de las piezas de ese rompecabezas llamado MS-13 más influyentes, respetadas y en pleno crecimiento; hasta tal punto que el Trece ha logrado fundar clicas de la TLS en Estados Unidos.
Desde mediados de la década de 2000, la Policía Nacional Civil considera al Trece uno de los principales cabecillas de la Mara Salvatrucha. Su nombre —sus nombres— aparece en expedientes judiciales que lo presentan prácticamente como el “tesorero” de la pandilla y también como el responsable directo del programa La Libertad, con cerca de 40 clicas bajo su mando, incluidas las ubicadas en el triángulo Quezaltepeque-Colón-San Juan Opico, una de las zonas con mayor actividad pandilleril. Del Trece se dijo que fue enviado a campos de entrenamiento de Los Zetas en Guatemala, pero su momento de gloria fue, sin duda, la fuga de las bartolinas del Centro Judicial Isidro Menéndez que protagonizó en diciembre de 2008, lo que deja entrever la cantidad de dinero e influencias que maneja. Fue recapturado nueve meses después en el municipio de Chichigalpa (Nicaragua), muy cerca de un circo ambulante, y se dice que ofreció una gran suma de dinero a los agentes que lo atraparon. Antes incluso de ser deportado desde Managua, el entonces presidente de la República, Mauricio Funes, se jactó de la importancia de su detención: “Nos acabamos de enterar de que en Nicaragua fue capturado un delincuente de altos kilates, que se había fugado y que había ordenado una serie de crímenes y asesinatos en serie (…); es un regocijo porque, con la captura de este delincuente, autodenominado el Trece, estamos dando un duro golpe al crimen organizado”.
En verdad la del Trece es una historia fascinante, como la de tantos delincuentes.
En lo personal, la última vez que tuve oportunidad de conocer información de primera mano sobre él fue a finales de 2011, cuando estaba haciendo el reporteo para una crónica que me llevó en repetidas ocasiones al Centro de Inserción de Menores Sendero de Libertad, en Ilobasco. Allí entablé cierto grado de confianza con un exmiembro de la Quezaltecos Locos, una de las clicas que respondían al Trece y que, de hecho, lo acogieron en los días posteriores a la fuga. Es cierto que no todos los soldados tienen por qué conocer al detalle el organigrama de las pandillas, pero este joven fue contundente al ubicarme al Trece en la cima de la MS-13.
— Ahorita lleva todo El Salvador y a nivel de Los Ángeles —me dijo en septiembre de 2011—. O sea, si de Los Ángeles llega una orden, no se cumple sin el aval del Trece.
El Trece acumula 89 años de condena —repito: 89 años de condena— por tres procesos distintos. El 5 de febrero de 2008 lo condenaron a 46 años por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. Siguió delinquiendo desde el Centro Penal de Máxima Seguridad de Zacatecoluca, Zacatraz, y el 27 de mayo de 2010 le cayeron otros 40 años, también por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. El 18 de octubre de 2010 le sumaron tres años más por la fuga. El Trece llegó a Zacatraz el 10 de octubre de 2006, y no cumpliría en ese centro penal el 10% de su condena hasta mediados de 2016, la excusa que el Gobierno se inventó para justificar el grueso de los traslados. Tampoco tiene problemas de salud, por lo que su inclusión en la treintena de pandilleros movidos a cárceles más benévolas es un tácito reconocimiento gubernamental del Trece como uno de los principales cabecillas de la MS-13.
La situación es tan kafkiana —y deja tan mal parada la versión oficial— que en Zacatraz continúan encerrados varios emeeses que hace años cumplieron el 10% de su condena en el centro de máxima seguridad, pero a los que no se ha aplicado el “humanismo” que supuestamente rige la política de seguridad pública. Por ejemplo, Manuel de Jesús Alemán Ayala, alias Chacua, un pandillero activo de la MS-13 condenado a 12 años por homicidio simple, ha pasado más del 30 % de ese tiempo en Zacatraz. Otro ejemplo, más descarado si cabe: Óscar Omar Escobar Castillo, alias Chucho, pandillero también de la misma pandilla que el Trece, pero condenado a 6 años por agrupaciones ilícitas, y que ha pasado casi el 60 % de ese tiempo en Zacatraz.
Ni el Chacua ni el Chucho son cabecillas. El Trece sí lo es. Por cierto, ni siquiera el tan renombrado Sirra, al que la propia pandilla ha dado la vocería ante los medios de comunicación, tiene en realidad mucho peso. Así es la MS-13: prefiere tapar sus gallos.
¿A dónde quiero llegar con este relato? Pues a que basta tener unos conocimientos mínimos sobre las pandillas y aplicar el sentido común para concluir inexorablemente que el Gobierno no nos está contando toda la verdad. Y eso debería preocuparnos. Resulta ofensivo escuchar las cantinflescas explicaciones oficiales con las que han justificado el traslado de los líderes primero, o el retiro de la Fuerza Armada de las cárceles después. Las consecuencias de estas concesiones son que, hoy en día, el Trece, Diablito de Hollywood y Rata de Leeward son más poderosos en la MS-13 que lo que lo eran hace seis meses. Y con el Barrio 18 es aún más acentuado el efecto centralizador que está teniendo la Tregua, al punto de que ya se habla de la reunificación de sus dos facciones: Sureños y Revolucionarios.
Si este no fuera un tema tan serio, en el que los salvadoreños tenemos tanto en juego, quizá hasta resultaría gracioso.
Pero lo peor es que, al margen de los discursos oficiales, cuando uno escucha lo que ya se está diciendo en las calles, en las comunidades, entre la gente más conocedora y cercana al submundo de las pandillas —pero sin agenda política o personal— , todo indica que esto va a reventar por el lado más feo. Consciente o inconscientemente, el Gobierno ha centralizado y fortalecido la estructura de mando de las dos pandillas, y no deja de ser preocupante pensar que los mismos que activaron esta bomba sean los que a la postre tendrán que desactivarla.
Por de pronto, ya parece haber comenzado la campaña para presentar como saboteadores del proceso a quienes simplemente desconfiamos de la versión oficial.
Esta es una versión actualizada de una entrada publicada en mi blog el 16 de abril del año 2012.
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[image error]September 2, 2024
Quince años sin Christian Poveda
La última vez que vi a Christian Poveda en persona fue dos meses antes de que lo asesinaran, el 2 de septiembre de 2009. El 30 de junio, la Alianza Francesa de San Salvador organizó un debate titulado Violencia juvenil, ¿qué soluciones?, y él era uno de los ponentes. Llegó con su mejor sonrisa y sin recibir ni un dólar a cambio. La charla resultó un evento íntimo, con no más de 30 personas como público. Recuerdo que al terminar se acercó a pedirme prestado el teléfono para llamar a su pareja.
Foto: Reuters.En sus intervenciones, explicitó su postura personal sobre las maras: las políticas represivas implementadas por la derecha en El Salvador fueron un fracaso, hay sectores de la sociedad que se lucran de la extrema violencia que carcome el país, los medios de comunicación locales tienen una cuota de responsabilidad importante, y la única solución a corto plazo es que el Gobierno se siente a negociar con los pandilleros y fomente las condiciones para que se dé una tregua entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18.
Su documental, ‘La vida loca’, está en sintonía con ese planteamiento que dibuja a los mareros más como víctimas que como victimarios. En el documental de Poveda los represores son los policías y los soldados. Los pandilleros son una joven que busca a su madre, que la abandonó a los seis días de nacer; son una madre que amamanta a su hijo; son un niño de la calle agradecido con el Barrio 18, su única familia; son jóvenes que quieren ganarse la vida amasando pan, pero que son perseguidos. En 90 minutos aparecen pandilleros que se divierten bromean bailan trabajan se drogan se redimen se tatúan, pero no hay ni un solo plano de alguno armado, como si las armas fueran algo ajeno. Ante esta selección de la realidad que realizó Poveda, no es de extrañar que la crítica de cine publicada por el diario francés Libération concluyera con esta frase: “Ha podido dibujar los contornos de los personajes, por lo que ahora es imposible negarles la condición de víctimas”.
Un aporte fundamental sobre el fenómeno que hace el documental no está en un primer plano de lectura. La pandilla que retrata va más allá del estereotipo del grupo de jóvenes tatuados con predisposición al delito y a la violencia. Poveda logra captar la complejidad del fenómeno, algo que se aprecia con claridad en los velorios y entierros. En el último que se muestra, el de la pandillera tuerta, los tatuados son minoría. Lo que abundan son rostros imberbes, adultos mayores, abuelas, niños. Todo un entramado social. Poveda con su cámara dejó sin argumentos a los que opinan que las pandillas son un problema estrictamente delincuencial.
Unas semanas antes de que se estrenara en septiembre de 2008 en el Festival Internacional de Cine de Donostia, en el País Vasco, pude preguntarle qué opinaba él sobre su obra.
— La película es, como decimos en Francia, à double tranchant, a doble corte. Realmente yo he compartido la vida de estos locos, y hay algunos que los ves vivir… y los ves vivir y los ves vivir. Y es puro documental, no es como un actor que muere, pero que ya sabes que lo vas a ver vivo en otra película. Aquí mueren de verdad. Y eso es algo impresionante y que da fuerza a la película, pero al mismo tiempo asusta mucho.
Hoy todo son elogios para ‘La vida loca’, pero hasta el día del asesinato lo cierto es que no estaba funcionando. Pasó sin pena ni gloria por los festivales en los que se proyectó, y su primer contacto con la gran pantalla fue una decepción. En España se estrenó comercialmente en diciembre de 2008, pero solo se proyectó en cuatro salas: dos de Madrid y dos de Barcelona.
— La película tuvo poca repercusión –me dijo Luis Ángel Bellaba, productor y distribuidor de la cinta en España–. Fue tan leal con el tema de su película, las maras y con el dolor que representa esa vida, que filmó exactamente eso. Y lo describió tan bien que a lo mejor resultó muy duro. La gente no está acostumbrada a ese tipo de películas.
Para el 30 de septiembre de 2009 estaba previsto el estreno en Francia, la tabla de salvación de la inversión. Además de director, Poveda era coproductor y había vendido su casa en Francia para financiar el documental. Estaba también convencido de que la viabilidad de su próximo proyecto dependía de que ‘La vida loca’ obtuviera unos números aceptables. Poveda quería dirigir una película sobre las maras, pero esta vez de ficción. El guion lo iba escribir Horacio Castellanos Moya.
Quizá por esa necesidad, Poveda recibió con inusitado entusiasmo una propuesta de la revista francesa Elle: que uno de sus equipos viajara a El Salvador para escribir un generoso reportaje sobre las pandilleras protagonistas de ‘La vida loca’, que se publicaría justo la semana del estreno en Francia. Una publicidad invaluable.
— Él quería hablar con nosotros —me dijo en el penal de Quezaltepeque Moreno, sobrenombre José Luis Rosales, dieciochero desde los 12 años y uno de los personajes que más peso tiene en el documental.
El Barrio 18 citó a Poveda en el reparto La Campanera de Soyapango. Aceptó porque ese encuentro iba a tener una doble función: por un lado, allanar el camino antes de la visita del equipo de Elle; y por otro, explicar a una parte del nuevo liderazgo de la pandilla que él no era el responsable de que el DVD se estuviera vendiendo en las calles.
El miércoles 2 de septiembre Poveda madrugó como de costumbre, y se sentó frente a su computadora. Navegó durante al menos dos horas, con constantes ingresos en Facebook, el portal al que dedicaba tanto tiempo en los últimos meses. De la casa salió con una camisa azul oscura para ser entrevistado por la inminente inauguración de una exposición fotográfica en el Photocafé que él había curado. Regresó pasadas las 10. A mediodía volvió a subirse en su Nissan Pathfinder plateada y se dirigió hacia La Campanera.
Le dispararon en el rostro dos veces, a muy corta distancia.
La revista Elle abortó su reportaje, pero Poveda logró lo que se había propuesto: publicidad invaluable para ‘La vida loca’. El documental se estrenó el 30 de septiembre en Francia con éxito de crítica y de público, se reestrenó en España un mes después y con los años quizá termine convertida en una cinta de culto.
Este texto es un fragmento de una crónica de más de 4200 palabras titulada ‘¿Quién mató a Christian Poveda?’, que es una de las 16 crónicas y perfiles que integran mi libro Made in El Salvador . Está a la venta en Amazon, tanto en formato impreso como en formato eBook .
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