Alejandro Parisi's Blog, page 6

August 27, 2021

Erdogan, los talibanes y la añoranza del Imperio Otomano.

1915. Kayseri, o Cesarea de Capadocia. 

"Por aquellos días volvieron a llamar a la puerta de los Tahtabrounian. Instintivamente, Daniel y Meg se interpusieron entre la puerta y su madre y hermanas. Si los turcos iban a matarlos, ellos intentarían defenderse. Sin embargo, al abrir se encontraron con el rostro afable de Hasagha Zada Hadji Ali Effendi. El querido amigo y socio de Garabet sonreía, nervioso, mirando a ambos lados de la calle. “Me alegro de que estén vivos, ¿puedo entrar?”, preguntó. A una orden de Nourtitza, sus hijos se apartaron y el turco entró a la casa.

Era la primera vez que lo veían desde la marcha de Garabet. Todos se ubicaron alrededor de la mesa y Hadji Ali Effendi bebió de un trago el vaso de agua que le ofrecieron. Se restregaba las manos con fruición, como si intentara arrancarse la piel o limpiarse una suciedad imaginaria. Al fin suspiró y dijo: “Sé que Garabet tuvo que exiliarse. Hicimos de todo para evitar que se lo llevaran, intentamos ayudarlo a él y los demás, pero este país se convirtió en un infierno para los cristianos”, dijo y guardó silencio, con la vista puesta en la punta de sus zapatos.

Se sobresaltó a sentir que Nouritza le apoyaba una mano en su brazo. “Garabet está vivo”, dijo ella. El rostro de Hadji Ali Effendi sonrió, conmovido.

Era uno de los musulmanes más religiosos que los Tahtabrounian conocían. Obedecía y respetaba cada una de las reglas impuestas por el Islam. Rezaba cinco veces por día. Creía en el profeta Mahoma y alguna vez incluso había peregrinado a la Meca. Y sin embargo no podía entender esa Guerra Santa que estaba esparciendo por toda Anatolia la sangre de los inocentes. Se había hecho rico gracias a Garabet, y como no había logrado evitar que lo deportaran, ahora buscaba a ayudar a su familia.

Pero era evidente que no se animaba a decir lo que lo había llevado a esa casa. “Usted no es como los otros”, dijo Nouritza, dándole valor. Sólo entonces el turco dijo: “Señora, sé que la vida de su familia está en peligro. Pronto van a venir por ustedes y todos los armenios de este barrio. Amo a Garabet Tschobadji mucho más de lo que amo a mi propio hermano. Por favor, debe escucharme sin ofenderse. Para sobrevivir tienen que abrazar la fe del Islam. Acepte la fe, y después haga lo que quiera. Conviértase, y de noche récele a sus Dios cristiano.

Nunca”, dijo Daniel en voz alta. Nouritza lo calló con apenas una mirada. Ella podía entender la lucha moral que embargaba a aquel hombre piadoso: estaba cometiendo un pecado al pedirles que se convirtieran sólo por las formas, sin cambiar verdaderamente su fe. Pero su pedido era un sincero intento por ayudarlos.  “Es la última opción que tienen para sobrevivir”, dijo con tono de ruego. “Usted tiene su fe y yo la mía. Mi Dios me salvará. Y si no, vamos a morir por él”, dijo Nouritza. El hombre alzó la vista y, contra todas las reglas de su religión, la miró a los ojos con sus propios ojos llenos de lágrimas: en aquella batalla de fe, no habría vencedores ni vencidos. Tampoco rencores. Hadji Ali Effendi se incorporó e hizo una reverencia a Nouritza, que inclinó la cabeza con respeto. “Vaya en paz, Hadji Ali Effendi”, dijo ella mientras el turco sacudía la cabeza, derrotado. Luego se despidió y salió a la calle, sabiendo que aquella visita también podría haberle costado la vida a él mismo."

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Published on August 27, 2021 05:49

August 23, 2021

Ganamos el Premio DAIA-Banco Galicia 2021!



Entre 2009 y 2017 tuve el privilegio de conocer a Mira Erlich, Nusia Gotlib y Hanka Grzmot, tres mujeres sobrevivientes del Holocausto que me confiaron su testimonio para que yo pudiera escribir la serie Tres Mujeres en el Holocausto, compuesta por las novelas: “El ghetto de las ocho puertas”; “La niña y su doble”; y “Hanka 753”.



Tanto Mira como Nusia y Hanka, no querían que escribiera sus historias para vanagloriarse de nada. El único objetivo que tenían era que su testimonio llegara a las nuevas generaciones para que “eso” que ellas habían sufrido siendo niñas no volviera a ocurrirle a nadie.

En 2016 recibí un mail de María Isabel Paredes, docente de Literatura de la provincia de San Juan, donde me contaba que junto a su colega Fabiana Puebla, docente de Historia, habían comenzado a trabajar “El ghetto de las ocho puertas” con alumnos de las escuelas Fray Mamerto Esquiú y la Escuela Industrial Domingo Faustino Sarmiento. Por mail, junto a la familia Erlich pudimos ver decenas de fotos de los chicos con los libros, trabajando la historia de Mira y Teo con un compromiso impresionante.



La noticia me alegró mucho, porque yo también fui a una escuela católica y nunca nadie me habló del Holocausto hasta que llegué a la Universidad. De alguna manera, María Isabel y Fabiana estaban completando el círculo: gracias a ellas estas historias estaban llegando a los chicos y chicas jóvenes, despertando su empatía y conmoviéndolos. En el camino, habían aprendido que como ciudadanos tenían la obligación de combatir el antisemitismo y la xenofobia  para que nadie sufriera lo que ellos habían leído en la novela.

Siempre se dice que los adolescentes no tienen expectativas, que no se toman las cosas en serio. Disiento completamente. Los adolescentes necesitan el estímulo de docentes comprometidos que los hagan pensar, que les muestren el mundo con su luz y su oscuridad para que ellos mismos saquen sus conclusiones. Eso fue lo que hicieron las docentes de San Juan, y fue tan exitoso ese trabajo que hasta Teo Erlich, el protagonista del libro, se emocionó y decidió viajar para conocer a esas chicas y chicos sanjuaninos que lo recibieron como a un héroe. Como a un sobreviviente.  



Desde entonces formamos un equipo que sigue funcionando hasta hoy, tanto con viajes como de manera virtual durante la pandemia: Mariana y Fabiana con su fuerza al frente de las clases, la Kehila de San Juan tendiendo lazos y poniéndose a disposición, y yo como autor de estas tres novelas que, gracias a esa experiencia sanjuanina, hoy en día también se trabajan en escuelas de otras ciudades y otras provincias, e incluso en una universidad de Alemania.

Uno de los recuerdos más lindos que tengo como autor, y también como persona, fue durante el último viaje a San Juan. Nos reunimos en el anfiteatro de la Universidad, donde estaban los alumnos de la Escuela Industrial que habían leído mis novelas esperando que empezara la charla. Vi que Víctor Kovalski estaba emocionado. Como ex alumno de esa escuela, lo conmovía que cincuenta años después de haber egresado los chicos y chicas, en su mayoría católicos, se hubieran interesado tanto, pero tanto en un tema como el Holocausto, algo impensado cuando él era alumno.

Hace mas de un mes, Víctor me propuso candidatearme para este reconocimiento. Estaba orgulloso del trabajo que veníamos haciendo con las novelas, los alumnos, la Kehila y las docentes que se sumaron al trabajo iniciado por María Isabel y Fabiana.



Lamento mucho que hoy él no pueda ver esto. Pero sé que lo hubiera disfrutado doblemente: como sanjuanino y como judío. Quiero agradecer a las autoridades de la DAIA y del Banco Galicia por este reconocimiento que no es sólo para mí, sino también para las familias protagonistas de El ghetto de las ocho puertas, La niña y su doble y Hanka 753. Los Erlich, los Gotlib y los Grzmot. Pero también es un reconocimiento para el trabajo de mis queridos María Isabel Paredes, Fabiana Puebla y Leo Siere, que junto con Víctor y toda su gente, me abrieron la puerta de la Kehila a pesar de que soy goy y, encima, porteño.

A mis amigos sanjuaninos, un abrazo enorme. Vamos a seguir molestando, vamos a seguir trabajando para que todo el mundo sepa que lo que le ocurrió en el Holocausto a Mira, Teo, Nusia y Hanka no puede volver a pasarle a nadie. Nunca más.


 



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Published on August 23, 2021 07:04

August 19, 2021

Premio DAIA - Banco Galicia 2021



Hace años que venimos trabajando a cuatro bandas con la Kehila de la provincia de San Juan, las profesoras María Isabel Paredes y Fabiana Puebla, los y las alumnas del Colegio Fray Mamerto Esquiú y la Escuela Industrial, y las serie Tres Mujeres en el Holocausto, compuesta por las novelas "El ghetto de las ocho puertas", "La niña y su doble" y "Hanka 753". El lunes, después de tanto camino recorrido, nos van a dar un reconocimiento. Estamos contentos por nosotros, pero también por Mira, Teo, Nusia, Hanka y el recordado Víctor Kovalski Z”L, que nos postuló para este premio.











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Published on August 19, 2021 07:36

July 22, 2021

Reedición de HANKA 753. Agosto 2021

Con la publicación de HANKA 753, en agosto se completa la reedición de estas Tres Mujeres en el Holocausto que se realizó durante 2021. El 23/8, también, empezamos con el primer encuentro del taller de lectura sobre estas tres novelas.





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Published on July 22, 2021 06:12

June 9, 2021

Shloishim por Hanka Grzmot Z"L.

Acá les dejo la ceremonia Shloishim virtual que compartimos con la familia y amigos de Hanka Grzmot, nuestra querida HANKA 753, a un mes de su desaparición física. Siempre vamos a recordarla.




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Published on June 09, 2021 05:24

June 6, 2021

Los Pájaros Negros en la TV cordobesa.

Gracias a Ivana Rotelli por una nueva invitación a hablar sobre mis libros en Todo Para Vos, el programa que conduce en Canal 13 de Río Cuarto.




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Published on June 06, 2021 07:32

May 21, 2021

LOS PÁJAROS NEGROS. Fragmento.

 



LOS PÁJAROS NEGROS.

Editorial Sudamericana, 2021.


Fragmento:


"El parque del Hotel Villa Agripina siempre le había parecido un homenaje a aquella burguesía ilustrada que había visto en El Tigre la posibilidad de establecer un nuevo puerto que conectara el Paraná con el mar sin tener que pasar por el puerto de Buenos Aires. Aquel germen de revolución exportadora y federal había sido derrotado demasiado rápido bajo las presiones de la oligarquía porteña. “Pobre Sarmiento”, pensó Balestra mientras empujaba la puerta enrejada y alcanzaba el antiguo parque, ahora apenas un jardín junto a la galería donde unos pocos huéspedes y comensales resistían el frío.

Nadie lo miró. Quizá Lapianna estuviera en el salón interno. Entró y en una esquina apartada del salón, junto a una mesa, vio a un anciano en silla de ruedas. Vestía saco, camisa y pantalón, y tenía los zapatos brillantes apoyados en los pedales de la silla. Cruzaron la mirada para confirmar que, de entre todos los presentes, sólo ellos se estaban buscando entre sí.

Al acercarse a la mesa Balestra comprobó dos cosas: que las ropas de Lapianna eran caras y sobrias, y que el hombre parecía sereno, dueño de la situación, algo que nunca demostraban sus clientes. Se estrecharon la mano incluso antes de comprobar sus nombres. El rostro de Lapianna mostraba arrugas y pecas como certificado de ancianidad, pero sus ojos conservaban la vivacidad de alguien mucho más joven. ¿Cuántos años podía tener? ¿Setenta, ochenta?

¾    Gracias por venir, Balestra – dijo Lapianna en un perfecto castellano salpicado por su lejana infancia italiana.

¾    A usted. Hace años que quiero comer acá y nunca tuve la oportunidad de venir.

¾    De venir con alguien que pague, dirá. Es un lugar precioso. Siéntese.

La franqueza despreocupada del viejo desbarató cualquier posibilidad de que Balestra se enojara.  

¾    Usted es amigo de Anselmito. Un gran chico, como el padre.

¾    Nos conocemos desde hace años.

¾    Sí, me contó. Me dijo que usted trabaja bien, pero que sobre todo es un tipo confiable.

Se callaron ante la presencia de la camarera, o fue su belleza la que les robó las palabras.

¾    Les dejo la carta, caballeros – dijo sonriendo, y se marchó.

¾    Primero pidamos la comida así podemos hablar tranquilos – dijo Lapianna.

Segundo punto a favor del viejo: evitar los rodeos innecesarios. Se dedicaron a mirar el menú.

¾    Lo único que no tengo entre mis víveres es pescado. Así que voy a pedir la pasta rellena de salmón – dijo Balestra.

El viejo sonrió con nostalgia.

¾    Pasta y pescado. Parece mi biografía.

¾    Pensé que usted era pinturero.

¾    Sí, pero también fui un pescador siciliano.

Llamaron a la camarera, pidieron la pasta y coincidieron en que ameritaba un buen vino blanco. Cuando se quedaron solos, Balestra preguntó:

¾    ¿Para qué necesita un detective, Lapianna?

¾    Llámeme Vito.  

¾    Vito.  

El viejo metió una mano en el bolsillo interior del saco para buscar un sobre de cartón color azul que apoyó sobre la mesa. Balestra vio que tenía escrito a mano el nombre y apellido del viejo. Con cuidado, Lapianna retiró una foto del interior y se la tendió a Balestra. En blanco y negro, tres adolescentes se abrazaban delante de una mesa cargada de comida.

Balestra miró al viejo y luego trató de encajar sus rasgos en alguno de los tres rostros. No le costó mucho: Vito Lapianna era el del medio, el más bajo de los tres.

¾    ¿Los otros quiénes son?

¾    El rubio es Samuel Friedman. El mas alto es Javier Bengoechea. Son los dos primeros amigos que hice en Argentina.

¾    ¿Eran de acá?

Por una vez, la sonrisa del viejo mostró la misma vivacidad que sus ojos.

¾    No. Samuel era polaco, pero le decíamos ruso porque era judío. Javier era vasco.  

¾    Tres inmigrantes. Este país está lleno de gente así – dijo Balestra pensando en sí mismo. Devolviéndole la foto, preguntó: - ¿De cuándo es?

Durante unos segundos los ojos y los pensamientos del viejo quedaron prendidos de la imagen en la que se abrazaba con sus dos amigos. Incapaz de atreverse a interrumpir aquel acceso de melancolía, Balestra se concentró en el rostro de Lapianna buscando descifrar las emociones que le despertaba aquella foto: nostalgia y cariño, pero también el detective creyó percibir un dejo de miedo en los ojos del viejo, que por un momento parecían haber perdido la energía. Totalmente absorto en la imagen, con una voz lejana, dijo:

¾    Noviembre de 1951.

 

Eran las únicas dos personas que quedaban en el restaurante. Por primera vez desde que se había sentado a aquella mesa Balestra sintió unas ganas irrefrenables de fumar, pero no quería o no podía moverse. Estaba paralizado por la melancolía que le había dejado el relato de aquel siciliano que, tal vez por proximidad geográfica, contaba tragedias con la habilidad de un griego. “Desde que Dios y Darwin nos echaron del Edén africano, los inmigrantes no paramos de huir y añorar”, pensó Balestra.

Vito Lapianna también se mantenía en silencio, sumido en sus propios recuerdos. Habían compartido hasta la última gota de la primera botella de vino blanco y la segunda, exclusiva propiedad de Balestra, ahora agonizaba en la mesa, donde los platos vacíos habían sido reemplazados por una taza de té de manzanilla que Lapianna bebía poco a poco.  

En ese momento, el encargado del restaurante que, junto con los camareros, llevaba largo rato mirándolos con la esperanza de que se fueran para que ellos pudieran cerrar el local, se acercó a la mesa y les entregó la cuenta.

¾    Disculpen pero tenemos que cerrar.

Con una agilidad repentina, Lapianna sacó la billetera y pagó, dejando una propina suficiente como para asegurarles otros cinco minutos de charla.  

¾    Los recuerdos me llevaron al principio del principio y no pude decirle qué es lo que necesito de usted. Quiero que encuentre a los dos que están conmigo en esa foto. A mis amigos.  

¾    Si es que están vivos.

¾    Haga el intento.

¾    Voy a necesitar saber más cosas de esos dos para poder encontrarlos.

¾    Y se las voy a contar. Pero sepa que a grandes rasgos los tres teníamos una misma historia. Quizá por eso nos hicimos tan amigos. Nos entendíamos porque veníamos arrastrando las mismas miserias. Y entre los tres pudimos olvidarlo, o al menos taparlo con las alegrías que vivimos juntos. Después de que me vine para acá los visité tres veces en Mar del Plata, pero ya no era lo mismo. Y nos dejamos de ver.

¾    ¿Por qué?

¾    Cosas de la vida.

¾    La vida es injusta – sermoneó Balestra.

El viejo sacudió la cabeza levemente.

¾    Sí, pero a veces los injustos somos nosotros – dijo Lapianna conteniendo un bostezo: - Estoy cansado, Balestra. Podemos seguir conversando otro día, si acepta el trabajo.

¾    Lo acepto.

¾    Me dijo Anselmito que usted no tiene una ONG, aunque le confieso que no sé exactamente qué es una ONG – dijo Lapianna con picardía: - Sus honorarios…  

¾    Nada que usted no pueda pagar.

Hartos de la espera, los camareros y camareras comenzaron a colocar las sillas sobre las mesas para que los dos rezagados se dieran por aludidos. Y funcionó. Balestra se incorporó y rodeó la mesa. Estaba a punto de tomar las manijas de la silla de ruedas cuando el viejo reaccionó con violencia, y al apartarse para evitar que él tomara las manijas golpeó la mesa con una rueda y la copa de Balestra cayó derramando el resto del vino, que se deslizó sobre el mantel mojando el sobre y cayendo encima de los pantalones de Lapianna, que soltó un insulto en italiano.

Rápidamente se acercó uno de los camareros con un trapo para ayudarlo a limpiarse mientras Balestra se encargaba de salvar el sobre. Lo abrió cuando Lapianna estaba de espaldas, concentrado en sus finos pantalones, y retiró la foto para que no se manchara con el vino que ya había impregnado el cartón azul. Al hacerlo, junto con la foto salió un pequeño papel que cayó al piso. Se inclinó para recogerlo. Escrita a mano con la misma letra del sobre, la nota decía: “Yo sé lo que hicieron”. Rápido, Balestra la guardó dentro del sobre. Cuando la silla giró, Lapianna se encontró al detective con el sobre mojado en una mano y la foto en la otra.

¾    No se manchó la foto.

¾    Gracias… - dijo el viejo, quitándole ambas cosas. Nervioso, le dijo al camarero: - Disculpenmé por este desastre. – Luego, mirando a Balestra, agregó: - Yo puedo solo. Lo único que le pido es que abra la puerta.

Las manos del viejo se activaron y la silla de ruedas comenzó a andar. Balestra se adelantó, abrió la puerta y juntos salieron al fresco del jardín. Recorrieron el camino de lajas y al llegar a la puerta enrejada tuvieron que esperar que el encargado se acercara con las llaves.

Era una noche estrellada, ideal para navegar por los canales del delta y ordenar la historia que había escuchado y la otra, la que se había visto obligado a recordar. Apenas salieron, se les acercó un hombre alto, moreno, fornido y sonriente como un rottweiler amaestrado.  

¾    Buenas noches.

¾    Es Santiago, mi chofer – dijo el viejo.

¾    Mucho gusto – dijo Balestra, sin lograr que el rottweiler relajara un solo músculo de su rostro sonriente.

En silencio, observó cómo el chofer tomaba las manijas de la silla, la hacía bajar el cordón, rodeaba la camioneta negra 4x4 y, con la delicadeza de una geisha, cargaba el cuerpo gastado de Vito Lapianna para depositarlo en el asiento del acompañante. Cuando cerró la puerta, el viejo bajó la ventanilla y le pidió que se acercara.

¾    ¿Puedo confiar en usted?

¾    Sí – dijo Balestra.

¾    ¿Lo veo mañana?

¾    Pensaba quedarme unos días más en la isla…

Lapianna sacudió una mano para restarle importancia a su apuro.

¾    Puedo esperar. Llámeme cuando vuelva a Buenos Aires y arreglamos para volver a vernos. ¿Quiere que lo acerque a algún lado?

¾    No, tengo la lancha ahí enfrente.

¾    ¿Vino en lancha? – dijo el viejo, entre el asombro y la envidia.

¾    Sí.  

¾    ¿Está bien pintada?

¾    Un poco peor que la de su padre.

La risa del viejo fue sincera.

¾    Yo le voy a regalar pintura para que le quede linda. Buenas noches – dijo Lapianna, y lo despidió con un gesto, al tiempo que cerraba la ventanilla.

Balestra encendió un cigarrillo mientras el rottweiler se ponía al volante y arrancaba la camioneta en dirección a la autopista que los llevaría de regreso a Buenos Aires.

Cuando llegó al lugar donde había amarrado la lancha Balestra ya había sacado sus primeras conclusiones. Alguien estaba extorsionando al viejo. Alguien le había enviado aquella foto aunque él lo ocultara. Y lo mas importante: alguien sabía que esos tres adolescentes que habían sido Lapiana, Bengochea y Friedman habían hecho algo que justificaba la extorsión." 


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Published on May 21, 2021 06:07

May 18, 2021

Los Pájaros Negros en Ámbito Financiero y El Popular.

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Ya empiezan a llegar las primeras lecturas de Los Pájaros Negros. 


Gracias al querido Rodrigo Fernández, por esta lindo reseña en El Popular de Olavarría:

https://www.elpopular.com.ar/eimpresa/337184/un-pacto-entre-caballeros?fbclid=IwAR1uGwdDu6DQ65Q6oTqV7rp6e4TOIu47I2r-MQhjEVrKNIWZjLE1muQtV-Q


Y al amigo Máximo Soto, que me entrevistó para Ámbito Financiero:

https://www.ambito.com/espectaculos/holocausto/alejandro-parisi-recuperar-las-claves-la-novela-policial-clasica-n5193275


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Published on May 18, 2021 06:46

May 9, 2021

Hanka Dziubas de Grzmot (1930-2021)


 

Hoy se fue una de las personas más fuertes que conocí. Esa abuela que hablaba orgullosa de sus nietas y nietos y me retaba porque no la llamaba más seguido. Esa mujer que volvía a ser una nena de siete años y lloraba cuando me contaba cómo había visto morir a su padre y todo lo que sufrió en el Holocausto para que yo pudiera escribir la novela HANKA 753.





Para los que sólo creemos en esta vida, nos dejaste un ejemplo inmenso. Para vos, que creías fervientemente en tu Dios, espero que te lleve de regreso con Mordejai, tu papá, tus hermanas y hermanos, y León, tu marido, y mañana compartan el shabbat como lo hacían allá en Lodz, o donde sea, pero seguro que del lado de los justos y los héroes.
Hoy que al fin saltaste al cielo como una ardilla voladora, podemos decirte que te vamos a extrañar mucho, pero que no te vamos a olvidar nunca, Hanka.

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Published on May 09, 2021 04:51

May 6, 2021

“Los pájaros negros”: cuando la inmigración forma vínculos que hacen añorar el pasado

 



“Los pájaros negros”: 

cuando la inmigración forma vínculos que hacen añorar el pasado

(Publicado en Infobae Cultura el 5 de mayo de 2021: Link)


Todo empezó hace unos años, cuando tuve la suerte de viajar para conocer la Biblioteca de General Villegas y Nieves Castillo Alzuri, su directora, me contó que su abuelo se sentía tan abrumado por la inmensidad de la llanura que se subía a un molino de viento para remediar la ausencia de esos montes vascos en los que había crecido y que tanto extrañaba. Esa anécdota me recordó a mis abuelos, que juntaban caracoles en La Matanza para recrear los platos que comían en Sicilia. La añoranza está en nuestro ADN: todos tenemos anécdotas familiares sobre nuestro pasado inmigrante.

“Desde que Dios y Darwin nos echaron del Edén africano, los inmigrantes no paramos de huir y añorar”, piensa el detective privado Álvaro Balestra cuando acepta el caso que le encarga su nuevo cliente, Vito Lapianna, un empresario exitoso que desea reencontrarse Samuel y Julián, los primeros amigos que hizo al llegar a Argentina, cincuenta años atrás.

En el origen de esos tres amigos está una parte de nuestro país, forjado, entre otros, por vascos, italianos y judíos que escaparon de distintas guerras y llegaron a Argentina dejando atrás la pobreza y la guerra en busca de futuro mejor. Incluso el propio Balestra es un uruguayo que escapó del mandato familiar para buscar refugio en Argentina, sin renegar de su origen, buscando el punto exacto donde puede estar a una distancia idéntica de su pasado y su presente, en el Delta del Tigre, a medio camino de Argentina y Uruguay.

LOS PAJAROS NEGROS (Editorial Sudamericana, 2021) es una búsqueda de los orígenes, de las raíces, pero también de los errores que los personajes cometieron y no pudieron olvidar. Este punto me interesaba desde el comienzo: qué hacemos con el pasado, cómo procesamos nuestras equivocaciones, incluso nuestros crímenes. ¿El paso del tiempo puede saldar nuestras deudas? ¿Podemos salir impunes del mal que causamos? Y, lo más difícil de responder, ¿una buena causa puede justificar cualquier cosa hayamos hecho?

La historia de esos tres amigos se entrelaza con las historias que rodean al propio Balestra: su padre comisario ya muerto y ese anciano que juega con sus nietos y besa a su hija con afecto pero que esconde un pasado oscuro que el detective ya no puede tolerar.

En medio de todo, está el cariño de la juventud compartida en Mar del Plata, el afán de trabajar para salir de la pobreza, las mesclas de idiomas en un país polifónico, la nostalgia del lugar en que nacieron, y sobre todo, la amistad que unió y separó para siempre a Vito, Samuel y Julián en la orilla de una playa que, decían, llegaba hasta el fin del mundo.

LOS PÁJAROS NEGROS es producto de decenas de historias que fui escuchando en los últimos quince años de trabajo y escritura. El nexo entre todas ellas es el pasado, como en esta novela: el pasado como un espejo que, nos guste o no, siempre nos devuelve la verdadera imagen de quienes fuimos, por más que nos empecinemos en renegar de nosotros mismos y modificar los recuerdos para proteger nuestra integridad.

La decisión de ubicar la novela en distintos tiempos y espacios, como Mar del Plata en 1950, la Guernica de 1937, la Varsovia dominada por los nazis o Sicilia durante la caída del Imperio Italiano,  no fue sólo narrativa. Hubo una necesidad personal: salir de ese presente tortuoso que fue el otoño del 2020, en los inicios de la pandemia, y pensar en otras cosas, otros tiempos, otros lugares. Como lector, creo que lo mejor que tiene la literatura es sacarnos del presente y de nuestra cotidianeidad a través de historias que le ocurren a otros y transcurren lejos de nuestra realidad.  

Y sin embargo, un año después de haber terminado la novela que hoy se publica por Editorial Sudamericana, esa cotidianeidad de la que intenté salir se hizo más cruel, más dramática, como un espiral que no sabemos cuándo terminará. Ojalá Balestra, Vito, Samuel y Julián, con sus distintas historias, espacios, tiempos y errores les permitan a los lectores y lectoras olvidar por un rato el presente y volar lejos como esos pájaros negros que se echan a volar para escapar de la tormenta.

 

 


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Published on May 06, 2021 07:05

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Alejandro Parisi
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