Álvaro Bisama's Blog, page 212

March 26, 2017

Identidad referida

Y DESPUÉS DE una larga espera por parte de sus seguidores, por fin Sebastián Piñera oficializó su precandidatura para la campaña presidencial. Una puesta en escena sumamente cuidada, donde no se escatimaron los detalles estéticos y que -de no haber sido por el anuncio de Beatriz Sánchez esa misma mañana- era conversación política segura de la semana.

Pero el sorpresivo anuncio de la periodista no fue lo único que deslució el evento donde la UDI y RN proclamaban a su abanderado. Para muchos, incluso también entre algunos de sus partidarios, Piñera no estuvo a la altura de las expectativas que se habían generado, ya que pese a lo largo de su discurso, se le reprochó ausencia de contenido. Y aunque era de esperar que proliferaran las críticas al gobierno, éstas terminaron por apoderarse de su mensaje, oscureciendo -más bien, haciendo desaparecer- lo que parecía un momento propicio para desplegar las banderas del proyecto que la derecha tiene para el Chile del siglo XXI. Escasas ideas, varios lugares comunes y una abundante referencia a lo que no quería hacer o continuar, a lo que pretendía cambiar o modificar, y lo que prometía revertir o restaurar.

Probablemente para muchos con eso basta, es decir, con plantearse solo y simplemente en oposición al otro. De hecho, no fue muy distinto a lo que hizo en 2010 y, sería bueno recordar, le bastó para ganar la elección. Sin embargo, después de cuatro años de un gobierno -a ratos híbrido, pragmático y muy centrado en su figura- fue incapaz de consolidar un legado político sustantivo para su sector y sus sucesores, incluso muchos acusando al expresidente de haber virtualmente saboteado las opciones de éstos, provocándose una estrepitosa derrota electoral en la elección siguiente. De esa manera, la pregunta legítima que muchos se hacen es cuál debe ser el relato que anime el proyecto político de la derecha en Chile; ya sabemos lo que pretenden obstruir, pero lo que no queda claro todavía, ni antes ni hoy, es qué se quiere construir.

Fue el propio Andrés Chadwick hace algunos días, abandonando esa aura de persona racional y sensata, quien manifestó que ellos representaban el 80% de la población (obviamente como referencia a la baja aprobación del gobierno de Bachelet). Dicha frase, más allá de la tontera estadística y la falacia política, refleja bien lo que Piñera hizo esta semana y que parece ser un sentido común en su círculo más cercano: la orden del día, a la mejor usanza de Carl Schmitt, será centrar el discurso en la diferencia “con el otro”, aunque eso signifique postergar nuevamente el hablar “de nosotros”.

Lo que sí agradecieron partidarios y detractores, es que el expresidente evitó esta vez su obsesiva pulsión a las citas, que tantas mofas le han traído. Mal que mal, fue la senadora de la República y presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe, la que mediante su “concenso” (sic) en Icare, nos recordó el por qué de la urgencia de una reforma educacional.


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Published on March 26, 2017 03:24

Nada del otro mundo

El acto en que Sebastián Piñera anunció el martes pasado su intención de competir en la próxima elección presidencial es importante no tanto por haber confirmado una decisión que se daba por descontada, sino por haberlo hecho en un contexto de profesionalismo donde las cosas salieron bien. Esto no es poco, atendido que pudieron haberle salido mal. Son actos de este tipo los que a Piñera más le cuestan, quizás por razones de carácter. Los protocolos no van mucho con él y el riesgo de la improvisación o de la espontaneidad inoportuna podría haberle jugado una mala pasada. No fue así. El entorno, el lugar, el discurso, y sobre todo la sobriedad, dieron cuenta de un encuentro de contornos serios y republicanos. Piñera habló como el presidente que fue y que tiene altas posibilidades de volver a ser.

No hubo tampoco sorpresas mayores en sus prioridades de campaña. El estado en que está el país, la política, la economía y el ánimo nacional no dejan mucho margen para otra cosa que no sea la exhortación a dignificar el espacio público, a volver a poner en movimiento la inversión y la actividad productiva y a corregir el rumbo. Posiblemente, los datos más significativos del discurso -mucho más político de lo fueron los suyos como presidente- fueron las referencias que hizo a la unidad nacional, el principio de autoridad, al estado de derecho y a los derechos y deberes ciudadanos. Son temas que interpelan muy directamente al pensamiento de derecha, pero que en la campaña pasada Piñera nunca quiso enfatizar o explicitar demasiado. Si lo está haciendo ahora es porque tiene un desafío de primarias por delante en Chile Vamos y porque, además, considera que las circunstancias ahora son distintas. Después de la experiencia gubernativa de la Nueva Mayoría, debe sentir que es fundamental recuperar con disciplina, con orden y con sensatez los equilibrios que el país perdió tras su fuga a la retroexcavadora y al mesianismo.

Piñera está partiendo su campaña con varias ventajas. Algunas se las generó él con su gobierno y con el tipo de liderazgo que ejerce y otras se las están concediendo sus adversarios. Es cosa de comprobarlas en la confusión y el desorden en que se debate en estos momentos el oficialismo. Particularmente para la izquierda, el gobierno de Bachelet ha sido, si no catastrófico, por lo menos muy desgastador. En más de algún sentido, este gobierno terminó quemando varias de las quimeras de la izquierda. Eso explica que el PS y gran parte del PPD recién ahora estén tomando conciencia de lo que significa no haber generado liderazgos potentes y de encontrarse en una posición que les deja muy poco margen para intervenir en el escenario presidencial. De hecho, a lo que más están aspirando una y otra colectividad es a matricularse con la alternativa que sientan menos ajena y más competitiva, solo para salvarse de la humillación.

La preocupación, la alarma incluso, de los dirigentes más responsables de la centroizquierda está asociada no solo a las dificultades que está teniendo el oficialismo para coincidir en un mecanismo de selección del candidato y en un proyecto político verosímil, sino también al fantasma de un Frente Amplio que, de llegar a tener convocatoria, podría dañar en forma severa las proyecciones presidenciales de la Nueva Mayoría y constituir un duro golpe a las aspiraciones parlamentarias de los partidos de izquierda.


El cerrojo del PC, que fue la gran garantía que tuvo el bloque en orden a que esta colectividad iba a neutralizar a la izquierda extrema, pareciera no estar funcionando y el precedente de Podemos en España, que destruyó a la izquierda socialdemócrata española, ha comenzado a configurar una pesadilla que la coalición simplemente no sabe cómo espantar. Hasta aquí todos los esfuerzos de la Nueva Mayoría por salir a cortejar ese lado del espectro han terminado mal. Lagos, que fue el primero en intentarlo, no cosechó otra cosa que vetos y portazos. A Guillier tampoco le fue mejor.

Libre de esos traumas y dilemas, la idea de Piñera -por lo que se leyó en su discurso del martes- es emplazar directamente a la ciudadanía en temas, en urgencias y en prioridades que las dirigencias oficialistas han ignorado de manera sistemática. Están demasiados enfrascadas en el ideologismo, en su metro cuadrado y en disputas de tribu. La idea del ex presidente es devolverle a la política chilena el realismo y la sensatez que perdió. Su discurso en el fondo es un llamado a bajar las revoluciones. Es cierto que en el país la discusión política se ha crispado y polarizado mucho y también es evidente que este gobierno le ha echado mucha leña a la hoguera. Pero una cosa es que la clase política esté inflamada o chamuscada y otra que el fuego haya llegado a las bases de la sociedad chilena. Lo primero puede ser cierto; lo segundo, claramente no lo es. Todas las encuestas revelan que la ciudadanía, lejos de todo extremismo, sigue siendo moderada. Quiere un país con oportunidades. Quiere un gobierno que haga las cosas razonablemente bien. Quiere un Estado vigilante y donde puedan reconocerse todos. Quiere una sociedad que sancione el abuso y donde la gente pueda vivir tranquila. Quiere una economía que genere empleos y posibilidades de superación. En realidad, nada del otro mundo.

No tiene nada de raro que Sebastián Piñera quiera sintonizar con estas demandas. Son aspiraciones que llevan varios meses instaladas en el espacio público y que el gobierno se ha empeñado en ignorar. El cambio que promete va en esa dirección. No es volver a todo lo de antes, pero desde luego es rectificar.

Piñera ya partió. El país está muy complicado y, sin embargo, sus adversarios siguen desgastándose en trifulcas y dilemas que a la gente le interesan poco. ¿Primarias o no primarias? ¿Continuidad o ruptura con el legado del actual gobierno? ¿Ir en dos o una sola lista parlamentaria? ¿Ser o no ser? Demasiadas dudas para un desafío que es urgente y tal vez harto más simple.


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Published on March 26, 2017 03:07

Cada día más hippies

-“NIÑITAS, les tengo un regalo: les compré unas parcelas en un lugar muy místico y lleno de buenas vibraciones, miren que harta falta nos hace”.

-“Pero si la ONU dijo que estamos entre los 20 países más felices del mundo”.

-“Eso no es felicidad, sino mero sometimiento al modelo imperante, para que sepas”.

-“¿Y dónde quedan las parcelas?”.

-“Cerquita de La Higuera”.

-“¡Pero si eso es un peladero!”.

-“Peladero será, pero lleno de buena vibra y de buena onda”.

-“¿Y de dónde sacaste estas parcelas?”

-“Me las recomendó una enfermera”.

Plop.

(Enfermera: dícese de la profesional de la salud que en determinadas ocasiones cumple labores de asesoría inmobiliaria).

Meses después y varios kilómetros más al sur, un grupo de empresarios encuentra otro lugar para arrancar del mundanal ruido y reflexionar sobre los cambios que experimenta la sociedad. Las buenas vibras inundan el palacio… campestre, pero palacio al fin y al cabo.

-“¡Qué buena idea, Alfredo! Esto es lo que necesitamos para recuperar la confianza ciudadana, pos hom’”.

-“Ese es el espíritu con que Wence ideó este lugar”.

-“Sí, debemos incluirnos en la diversidad”.

-“¿Puedo tuitear eso?”

-“Innovarnos tanto en lo personal como en lo colectivo”.

-“Esa está mejor. ¿La puedo tuitear?”.

-“Es que nos une un profundo amor por Chile, ¿se habían fijado?”.

-“Y estamos súper comprometidos para trabajar por su futuro”.

-“Ay, no me alcanzan los dedos para tuitear tanta buena frase”.

-“Cierto, yo soy emprendedor ¿y tú?”

-“No, yo soy empresario. Pero tengo tuiter y ando en micro”.

-“Igual tenemos que escucharnos”.

-“¡Cantemos Todos Juntos, ¿les parece?”.

-“¡Y después nos podemos bañar piluchos!”.

-“Como en Palomita Blanca”.

-“Ese libro yo lo leí. ¿Alguien quiere un libro sobre el veterano de la Guerra del Pacífico? Tengo un montón”.

-“Oye, pero el almuerzo será sin alcohol para que no crean que estamos tonteando”.

-“Mejor, así la Javi no choca”.

-“Igual no vino, porque no es empresaria ni tampoco emprendedora”.

De regreso en el palacio que tantos quieren habitar…

-“Jefe, hicimos el cruce de información y no me va a creer quién tiene una parcelita en la zona”.

-“Ups, mejor llame al intendente y dígale que hasta aquí no más llegó el proyecto, mire que con las inversiones del niño en Machalí ya tuvimos suficiente”.

-“Qué lástima que se pierda un lugar tan místico y lleno de vibraciones”.

-“Demasiado lleno, mi leal funcionario”.


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Published on March 26, 2017 02:50

Las liebres de Piñera

“¿Cuánto ha cambiado Piñera?”, preguntaba un reportaje en este diario el domingo pasado. Las respuestas eran muy positivas: estamos frente a un nuevo Piñera, más humilde, que escucha y no pretende controlarlo todo, con capacidad de autocrítica, capaz de reconocer sus errores y no volver a cometerlos.

Sorprenden estas declaraciones cuando Piñera sigue sin aprender la principal lección que dejó su gobierno, que su incapacidad de separar los negocios de la actividad política terminó hundiendo cualquier posibilidad de que liderara reformas sustantivas.

Un presidente con participación en un gran número de negocios se expone a terminar pagando un alto costo político por alguno de sus intereses comerciales. Es imposible predecir cuál será el negocio que le pasará la cuenta, no se puede saber dónde va a saltar la liebre, pero en el caso de Piñera, son tantas las liebres que pueden saltar que uno puede asegurar que alguna saltará.

A pesar de no tener mayoría en el Congreso, hubo un momento en que el gobierno de Piñera tuvo una alta aprobación ciudadana que le permitía impulsar reformas potentes. Sucedió justo después del rescate de los mineros, a fines de 2010, la épica de un gobierno gestor plasmada en imágenes que siguió todo el mundo y donde las intuiciones de Piñera resultaron ser las correctas.

La bonanza política producto del rescate de los 33 terminó siendo una golondrina que no duró siquiera un verano. A poco andar, en febrero de 2011, el presidente se veía involucrado en la salida de Bielsa de la selección nacional y sus índices de aprobación cayeron estrepitosamente. Nunca se recuperaron.

Varios de sus partidarios le habían pedido públicamente que vendiera sus acciones en Lan, Chilevisión y Blanco y Negro antes de asumir como presidente, pero no lo hizo. Su participación y la de su ministro de Deportes en la sociedad dueña de Colo Colo, involucrada en las maquinaciones de la ANFP, que terminaron con la salida de Mayne-Nichols y Bielsa de la selección nacional, lo llevaron a compartir responsabilidades por hechos que fueron reprobados por una amplia mayoría ciudadana. Poco importa si tuvo algo que ver en la salida del técnico transandino, lo relevante es que se expuso innecesariamente y la liebre termino saltando por ese lado. El costo político fue enorme.

“Tomaré todas las medidas necesarias, incluso yendo más allá de la ley, para separar mi rol de Presidente y abandonar cualquier interés, por legítimo que sea, de carácter privado”, anunció Piñera en el lanzamiento de su candidatura presidencial el martes de esta semana. El problema es que no anunció cuáles serán esas medidas. Y mientras no las anuncie hay dudas fundadas de que no serán suficientes.

Un primer problema con las declaraciones anteriores es que lo que Piñera entiende por ir más allá de la ley suele ser más mediático que real. El hecho de haber dejado todas sus inversiones en el extranjero fuera del fideicomiso voluntario que creó en su primer gobierno despierta dudas sobre lo que hará en esta ocasión. La impresión que quedó en aquel entonces fue que no había letra chica, nadie imaginó que el hijo del presidente tendría un rol activo en el manejo del 80% de las inversiones de su padre. Y respecto del 20% restante, tampoco imaginamos los fines de semana en Cerro Castillo que pasó Piñera en compañía de quien manejaba su fideicomiso.

Un segundo motivo, porque ir más allá de la ley promete poco, es que la ley de fideicomiso es la única mal evaluada de la decena de leyes aprobadas de la Agenda de Probidad y Transparencia. En primer lugar, porque olvidó incluir los activos que tengan las autoridades en el extranjero. En segundo lugar, porque priorizó un fideicomiso ciego en lugar de uno diversificado.

Si se quiere recuperar la confianza de la ciudadanía en los políticos es clave que estos, cuando tienen alto patrimonio, lo inviertan en un portafolio tan diversificado que pueda ser de conocimiento público sin correr el riesgo de acusaciones por conflictos de interés. Bonos de gobierno e índices accionarios muy amplios son las opciones más obvias. Lo anterior se conoce como fideicomiso diversificado y es lo que propuso el Consejo Anticorrupcion como una opción superior al fideicomiso ciego. Fue la manera en que el Presidente Obama abordó la materia, es la forma en que Piñera debiera abordarlo si quiere evitar que siga siendo tema de campaña y hacer un buen gobierno en caso de ser elegido. Se lo ha sugerido públicamente más de un líder de su sector.

Basado en un sinnúmero de anécdotas, me atrevo a especular que el problema de fondo por el cual Sebastián Piñera nunca tomará la distancia debida de sus intereses financieros tiene que ver con su naturaleza. Necesita de la adrenalina que generan las inversiones riesgosas, de la recompensa que siente al ser exitoso en una apuesta financiera. Al igual que en la fábula del escorpión y la tortuga, Piñera sabe que debiera invertir todo su patrimonio en un fideicomiso diversificado para resolver de una vez por todas su talón de Aquiles en materia política. Pero su naturaleza no le permite hacerlo y entonces solo cabe esperar por dónde va a saltar la liebre.


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Published on March 26, 2017 02:49

La jugada de Piñera

Tal y como estaba escrito, Sebastián Piñera confirmó esta semana su candidatura a la presidencia; una circunstancia que vino a reforzar el escenario de campaña justo en el momento en que a la Nueva Mayoría se le acrecienta la amenaza por su flanco izquierdo. En efecto, la irrupción del Frente Amplio y el desafío que este actor emergente representa para el oficialismo, llevaron al candidato de la oposición a ubicarse lo más a la derecha posible, apostando a que las diferencias al interior del bloque gobernante solo van a tender profundizarse ante el riesgo de una fuga de votos hacia el nuevo referente. Fue precisamente eso lo que con agudeza explicitó Ricardo Lagos, al alertar sobre la posibilidad de una gran derrota estratégica de la centroizquierda.

Las primeras señales de Sebastián Piñera ilustraron los contornos de su diseño político y comunicacional, una apuesta que buscará situar al país ante ‘caminos divergentes’, y cuyo eje central será la dicotomía entre la continuidad o rectificación del actual proceso de reformas. De algún modo, lo que el exmandatario puso en movimiento es un claro intento de ‘politización’ de la próxima contienda, buscando que la mayor homogeneidad de posiciones que hay en su sector contraste con las diferencias y tensiones que recorren al oficialismo y, en especial, con la creciente distancia que ya se observa entre la Nueva Mayoría y el Frente Amplio.

Fue quizás este objetivo el que llevó al expresidente a una jugada riesgosa en estos tiempos de crisis y desconfianza hacia la política: destacar el rol que los partidos de su coalición tendrán en la campaña. De algún modo, Sebastián Piñera apostó así al sustrato ideológico que sin duda existe en los altos niveles de desaprobación que hoy exhiben el Ejecutivo y su programa de reformas. La dicotomía planteada entre ‘un mal gobierno’ y el imperativo de ‘enmendar rumbos’, será entonces la cancha hacia donde el candidato de la oposición intentará llevar la contienda en esta primera etapa.

El Frente Amplio ha venido a consumar el cuadro de polarización abierto por la Nueva Mayoría, cuando, al apostar por la enorme popularidad de Michelle Bachelet, estuvo dispuesta a moverse hacia la izquierda descuidando el centro. Iniciado el gobierno, el tenor de las reformas provocó una verdadera estampida de los sectores medios y moderados, que ahora tendrán escasas posibilidades de ser reconquistados por una coalición seriamente amenazada desde la izquierda. En este primer movimiento, entonces, Sebastián Piñera no necesitaba ir a la captura de la votación de centro, porque ese segmento difícilmente podrá ser atraído por una Nueva Mayoría tensionada por la disputa con el Frente Amplio.

En definitiva, ante la inminencia de este conflicto, Sebastián Piñera simplemente optó por asegurar la unidad de la centroderecha y su empatía con los altos niveles de desaprobación del actual gobierno, apostando a que los sectores de centro no tendrán, en la batalla que se avecina a extramuros de su coalición, ninguna posibilidad de quedar a resguardo.


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Published on March 26, 2017 02:45

La ciudad que viene

EL GRAN escenario de la modernidad es la ciudad. Ella es el dominio de los individuos, el teatro de las luchas políticas y el lugar de las grandes preguntas de nuestros tiempos. Por eso, pensar la modernidad es, en buena medida, pensar la ciudad. La mayoría creciente de las personas vendrá al mundo y pasará casi toda su vida en un contexto urbano. Y si podemos decir algo respecto de la ciudad moderna es que ella y el cambio, como decía Bauman, “son prácticamente sinónimos”. Y que esos cambios siempre se manifiestan en nuestra vida como paradojas y contradicciones, grandes expectativas que, al realizarse, nos maravillan en la misma medida que nos desilusionan y nos arrastran a otras esperanzas.

En el caso chileno, los grandes conflictos políticos que marcan nuestro siglo XX son incomprensibles si no se toman en cuenta los procesos de migración campo-ciudad. La llamada “cuestión social” de comienzos del siglo XX, de hecho, surge debido a la aglomeración urbana de campesinos pobres que buscaban beneficiarse del auge industrial y minero. El hacinamiento y la miseria experimentadas por estos grupos fue el combustible de la primera gran oleada de transformaciones políticas y sociales de los años 20 y 30.

El segundo gran proceso de reformas sociales producido en la segunda mitad del siglo XX es también fruto de un gran shock demográfico. El epicentro de esto fue Santiago, que recibió enormes flujos migratorios entre 1940 y 1970, pasando de 952.000 habitantes a casi 3 millones. Este movimiento, que no amainó ni siquiera con dos reformas agrarias, tendrá como consecuencia la formación de bolsones de pobreza que serán el centro gravitacional de las reformas políticas y económicas de las décadas siguientes. No es exagerado decir, entonces, que la modernización chilena ha sido un intento por responder las preguntas que la urbanización masiva ha ido generando en sucesivas oleadas de “otros” que se han incorporado a la ciudad, dándole forma.

Hoy, cuando experimentamos conflictos y demandas que quitan el sueño a los poderes establecidos, vale mucho la pena preguntarnos por los procesos demográficos y urbanos que marcan el momento. Ya no se trata, eso sí, de un “otro” venido del campo que se incorpora a la vida urbana, sino de amplias y frágiles clases medias de la propia ciudad que exigen nuevos espacios y servicios. Y a ellos se suman todavía tímidas oleadas migratorias desde otros países latinoamericanos. Pero la ciudad de las últimas tres décadas, y con ella la forma de nuestra modernidad y nuestra visión misma del progreso, está siendo sometida a cambios, evaluación y crítica.

Repensar nuestro habitar urbano nos exige contar con un lenguaje adecuado y común para comprender y dialogar sobre el fenómeno. Necesitamos, entonces, entender qué es, qué ha sido y qué podría ser una ciudad. Y un buen punto de partida para eso es el libro “La ciudad que viene”, del antropólogo y filósofo Marcel Hénaff, quien visitará pronto nuestro país, invitado por el IES con la esperanza de ayudar a instalar un tema que debería ser ineludible en nuestro debate político, pero que pocos se toman en serio.


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Published on March 26, 2017 02:38

Al otro lado del populismo

El retroceso de los nacional populismos en América Latina es el principal fenómeno contracíclico de estos tiempos. Mientras las tendencias populistas campean en lugares tan insospechados como Estados Unidos y Francia, en Sudamérica se han hundido bajo el peso de su propia lógica. El fracaso del chavismo en Venezuela se ha llevado por delante a invenciones como el Alba y el “socialismo del siglo XXI”, que tanta curiosidad alcanzaron a suscitar en las izquierdas europeas, a pesar de que nada de eso era mucho más que la satisfacción del narcisismo autoritario.

El marco teórico se lo puso el politólogo argentino Ernesto Laclau, cuyo libro La razón populista ha circulado en las mochilas de todas las “nuevas izquierdas”, aunque quedaría igual de cómodo en las de Trump, Le Pen o Geert Wilders.

Para América Latina, sin embargo, los cambios de ciclo político verdaderamente importantes han sido los de Argentina y Brasil.

El kirchnerismo, surgido de la nada y alimentado a punta de audacia, lanzó a la miseria a varios millones de ciudadanos e inundó de corrupción el ya pecaminoso aparato estatal argentino. Hace unas semanas, el ministro de Transportes reveló que se habían revisado los contratos para obras viales con rebajas promedio de ¡40%! Ese 40 era, obviamente, la estimación de lo que se iría quedando en la cadena de coimas. Mientras, la pobreza vuelve a crecer por efecto de las correcciones al extenso desastre legado por Cristina Fernández.

En Brasil, el progresivo descubrimiento de que una sola constructora, Odebrecht, inundó de sobornos la casi totalidad de América Latina, desde México hasta Perú y sin saltarse el Caribe, con la visible connivencia de Lula da Silva y Dilma Rousseff, desfigura las imágenes de austeridad obrera que pretendía proyectar el Partido dos Trabalhadores. Tendrán que pasar años antes de que se puedan equilibrar los méritos de haber sacado a millones de brasileños de la pobreza con el mesianismo que llevó a Lula a prescindir del siempre molesto problema de la legitimidad de los medios. Siempre hay gente que cree que la pobreza es más importante que la ética.

Argentina está infectada del populismo hace más de medio siglo, pero es un enfermo poco contagioso. En cambio, el Brasil de Lula generó una intoxicación continental cuyos efectos son todavía incalculables. Si las investigaciones siguen como van (la principal, radicada en Nueva York, lejos de la tambaleante institucionalidad brasileña), Lula podría convertirse en el gran crótalo regional.

Los nacional populismos sobreviven a duras penas en unos pocos países. En la mayoría de los casos han producido deterioros materiales tan profundos en sus sociedades, que cuesta creer que puedan regresar. Este es el daño directo y comprobable, que tiene a algunos en el camino de los tribunales.

El daño indirecto y menos visible, pero más profundo, es el que introdujeron en la izquierda de América Latina, que en un alucinante número de casos la ha hecho apostatar de sus partidos tradicionales para emprender el camino de las “nuevas izquierdas”. El chavismo eliminó a los adecos, el kirchnerismo estuvo cerca de devorar al peronismo, el aprismo se acabó en Perú, el MIR fue liquidado en Bolivia, y así por delante. Los populismos se basan, en realidad, en la destrucción de los partidos tradicionales.

Este factor exógeno, más importante de lo que parece, ha venido a reforzar la repostulación de Sebastián Piñera y a castigar a sus adversarios, desde el centro hasta la izquierda. De una forma incluso más aguda que la de 2010, la candidatura de Chile Vamos se prepara para capturar votación de centro, pero sobre todo para contar con el subsidio gratuito de una izquierda anarquizada.

Nadie podría sostener seriamente que Chile ha sido gobernado por el populismo. No es lo mismo la sed de popularidad que el populismo. Las instituciones pueden estar maltrechas, pero en ningún caso destruidas. Tampoco la democracia está bajo amenaza. Pero esa reverencia por “la calle”, ese lengüeteo refundacional, la pasmosa palabrería, la relegación de los partidos a su más raquítica expresión y la dinámica incomprensible de la gestión reformista, toda esa melaza se ha venido cocinando de una manera tal que hasta el más modesto comensal terminará favoreciendo una dieta más frugal, más conocida y conservadora.


El populismo ha estado y está lejos de Chile, y muy lejos en la versión Maduro, pero no es claro que la institucionalidad que ha sido su principal valla, empezando por los partidos políticos, soporte mucho tiempo más la incuria y el manoseo a que ha sido sometida. Los partidos capturados por los parlamentarios, en un régimen que no es parlamentario, sólo pueden sufrir maltrato, como lo demuestran las inconcebibles dificultades del refichaje.

En el caso de la centroizquierda, al otro lado de los partidos no está “la calle”, como muchos de sus dirigentes parecen creer. Está Piñera.


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Published on March 26, 2017 02:23

Andanzas de Mike Wilson

Conocí a Mike Wilson gracias a un ensayo audaz sobre Borges que envió para postularse al doctorado de literatura latinoamericana en Cornell y que permitió que lo aceptáramos sin pensarlo mucho. Era tranquilo, reflexivo y se sentía muy a gusto en Ithaca, un pueblito frío -en más de un sentido- más cercano a Canadá que a Manhattan. Yo no entendía bien de dónde era -hablaba de su infancia en Paraguay, sus referentes eran argentinos (descubrí gracias a él cómics como Evaristo y películas como Moebius), acababa de hacer una maestría en Utah, su papá fue diplomático de Carter- y tampoco importaba mucho. Nos reuníamos en un café de los Commons y hablábamos de libros. Le interesaba todo lo relacionado con ucronías y distopías, y a eso le añadía una buena cantidad de Wittgenstein: una combinación inesperada que se convirtió en natural y hasta obvia gracias a la convicción con que la defendía. Escribió una tesis doctoral brillante, se fue a vivir a Santiago, me llegaron sus primeras novelas, de las cuales mi favorita es la apocalíptica Zombie, porque resumía a uno de los Mike que conocía, digamos al menos escondido.


El otro Mike -que al final resultó siendo el mismo- vino después: hubo una crisis personal y familiar, y dijo que abandonaba la escritura, o al menos la escena literaria, porque yo me iba enterando de que seguía escribiendo, aunque solo fuera descripciones diarias de las nubes que pasaban por la ventana de su departamento. Luego hubo ese big bang llamado Leñador, novela a estas alturas mítica (escribo estas líneas después de una cena en casa de amigos en Buenos Aires: en un momento de la noche la dueña del departamento vio la novela en un estante y se puso a leer las primeras líneas en voz alta para transmitirnos lo mucho que le gustaba). Confieso que me salté algunas páginas de Leñador y que leí otras en diagonal, pero eso no impide que la admire más que otras novelas que leí enteras y que incluso me gustaron (el libro invita a no ser leído de punta a punta). Al leer la inmensa historia de ese exsoldado y boxeador que después de una crisis sentimental se va al norte de Canadá en busca de cierta pureza y despojamiento y se convierte en leñador, pensé en Thoreau y los trascendentalistas norteamericanos, aunque Mike dice que ellos no se le cruzaron por la cabeza cuando la escribió. La novela, en su obsesivo afán enciclopédico y taxonómico, es consciente de los límites del lenguaje para abarcar el proyecto (Wittgenstein está por ahí); es una de sus grandezas, la misma forma del proyecto tematiza sus búsquedas. ¿Y qué hace uno después de mudarse a Chile y viajar mentalmente al Yukón? Irse al otro extremo del continente: al frío del extremo sur de la Argentina en Artico (Fiordo), el nuevo libro (¿nouvelle? ¿poema? ¿lista?) de Mike.


Artico es menor en relación a Leñador, pero es también único y, entre otras cosas, captura con elegancia y humor nuestra relación con la virtualidad: en el zoológico abandonado que visita el narrador: “No hay osos/Pero hay un letrero/Dice oso polar” y “Los pingüinos quietos/No parece molestarles/Son pingüinos/Y son de yeso”. Como en Leñador, hay una crisis sentimental, esta vez relacionada con un amor de esos que uno cree olvidados y de pronto regresan para mostrarnos cuán vivos están: el extremo sur es “el lugar donde se acaban las cosas” y también la fantasía del amante que proyecta una realidad alterna: “En Ushuaía/Me habrías amado”. Artico transmite con maestría el paisaje desolado de algunos cuadros de Hopper, expandido hasta abarcar una ciudad, un pedazo de continente, el universo entero: “En el cristal/Del ventanal/Nos espera/El desenlace inevitable/Cuando ya no caiga fuego/Del cielo/Y dejemos de correr/En un planeta muerto”. Es, después de todo, un libro de Mike.


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Published on March 26, 2017 02:07

March 25, 2017

Prensa, libros e ideas

UNO NORMALMENTE no asocia el periodismo con discusión de ideas. La prensa informa más que ilustra. En general, se alimenta de lo que los poderes establecidos le entregan (noticias), de ahí que la crítica, si la hay, sea tímida o interesada. La casi única excepción son las columnas de opinión en que se entiende que los contenidos primen sobre la información, aun cuando es rara la vez que versan o se apoyan en libros. Es que se supone que serían densos y se teme que ahuyenten al lector medio. Por cierto que es un riesgo, aunque cómo negar lo también evidente, que si uno da con un tema o texto que vale la pena y el comentarista es ad hoc, el aporte sirve para dar cuenta en qué mundo estamos, qué se escribe, monta, exhibe y discute. Y vaya que necesitamos miradas de ese tipo.


Afortunadamente existen medios periodísticos que suplen dicha falencia. Pienso, por ejemplo, en The New York Review of Books, fundado hace 54 años, y cuya publicación de reseñas y ensayos, lo ha convertido en un medio indispensable si se quiere estar al día intelectualmente. Bob Silvers, su legendario editor y fundador (junto a Barbara Epstein), acaba de fallecer. Por eso me he querido detener y destacar su extraordinaria labor. Comprometidísimo, aún con sus 87 años a cuesta, se daba el tiempo para leer y encargar artículos a los más destacados comentaristas del ámbito pensante preferentemente angloparlante.


Una tarea, silenciosa, de aparente segundo plano, que Silvers explicara en el documental sobre el NYRB, de M. Scorsese, “The 50 Year Argument”: “La reseña de libros [en cuanto género] está basada en la idea que gente altamente preparada, inteligente e interesada, puede escribir fascinante y reveladoramente sobre casi cualquier tema, y, por supuesto, el gran problema es encontrar a esa persona”. Él, maestro en el rubro, y quien diera tribuna al quizá más representativo conjunto de intelectuales (a varios catapultándolos a la fama) en estas últimas cinco décadas. Gente como H. Arendt, I. Berlin, J. K. Galbraith, J. Didion, S. Sontag, Gore Vidal, T. Judt, Garry Wills, C. Hitchens, O. Paz, V. Nabokov, A. Solzhenitsyn, V. Havel, y tantos otros.


Desde que el NYRB se fundara en 1963 han ido apareciendo equivalentes en otras partes del mundo, a veces a modo de suplementos de diarios, o bien como publicaciones autónomas, algunas contingentes, otras más sesudas (el London Review of Books, Rivista dei Libri, Letras Libres, Claves de Razón Práctica, Revista Ñ, Babelia, Página 12…). En Chile, curiosamente, con un éxito algo accidentado, aun cuando se sigue intentando, como con la revista Santiago: Ideas, crítica, debate, de la UDP, cuyo editor, Álvaro Matus, es columnista de La Tercera. ¿Por qué será? Autores no faltan. Se me ocurre un par de razones: decaimiento de las universidades, suspicacia frente a las ideas, falta de pluralismo, vetos, incapacidad de discutir en conjunto. Para pensarlo, ojalá con otros en voz alta, aunque ¿dónde y cómo? Porque no es solo un problema de espacios, es de fondo.


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Published on March 25, 2017 02:30

Buena onda

DEJEN A mi hija tranquila. Yo decidí comprarles algo como una cosa recreativa. No, no es un negocio. Es un lugar muy místico, lleno de buenas vibras y buena onda. Esta es una cosa recreativa, para que mis hijas puedan tener algo al lado de mis nietos.


Así se refirió Bachelet a la información de que su hija Sofía era propietaria de media hectárea junto al poblado de Los Choros, cercano a donde busca emplazarse el hoy cuestionado proyecto minero Dominga. Quienes lo conocen, lo describen como un sitio eriazo y desértico, a 10 kilómetros de la playa de Punta de Choros, al que cuesta imaginar como recreativo y lleno de vibras. A primera vista, más parece un castigo que un regalo.


Pero claro, dicen que en gustos no hay nada escrito. La Presidenta afirma que todo ahí es buena onda y buenas vibras, y quien es uno para decir lo contrario. Pero, también es cierto que como negocio, la cosa no es nada de mal, toda vez que su valor comercial podría aumentar si el citado proyecto minero es finalmente aprobado. Por eso llama la atención. Por eso, pese a que son muchos los que han reaccionado diciendo que plantear el tema es injusto y fuera de lugar, yo igual lo encuentro curioso.


Primero, porque los personajes se repiten. Resulta que, de acuerdo a Bachelet, la gestora de todo esto es nada menos que su nuera, Natalia Compagnon. Sí, la misma que está formalizada por el caso Caval. Una persona que ya sabemos no hace las cosas por pura buena onda. Más aún, cuando en este caso, ella compró nada menos que doce lotes de media hectárea. Entonces es legítimo preguntarse si aquí hay puras buenas vibras o hay un buen negocio.

Segundo, porque esta operación se hizo en marzo del 2014, a pocos días de que Bachelet se instalara en La Moneda. Claro, ella dice que a esas alturas no sabía nada del proyecto Dominga, lo que suena razonable. El problema es que también habría que asumir que su nuera, que se dedica a esto, tampoco sabía. “Yo no tengo idea de lo que ella haya hecho, en esa parte no tengo nada que ver”, dijo la Presidenta. Puede ser, pero eso hace aún más necesario aclarar las intenciones de la nuera.


En suma, esto no tiene nada que ver con la buena o mala onda. Por el contrario, es un asunto que amerita ser investigado. Por mucho menos, Piñera tiene querellas y comisiones investigadoras. Y La Moneda ha festinado con aquello. Por eso, ahora no pueden alegar que hay que levantar la mirada y que esto de transformar en delito algo que no lo es, nos hace pésimo como país, como dijo la propia Presidenta en su defensa.

Uno tiene que practicar lo que predica.


Pero, lo más importante es despejar las dudas. Si todo está bien, la Presidenta debiera ser la primera en apoyar que se haga una investigación. Es más, debiera exigirla. Esa es la manera de despejar el asunto. Apoyarse en la moralina o que esto es una operación política en su contra, es pura música. Porque, insisto, el caso igual da para pensar. Es cierto, todo esto puede ser una mala coincidencia, pero es una coincidencia igual. Y cuando eso sucede, lo único que vale es aclarar las cosas.


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Published on March 25, 2017 02:28

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Álvaro Bisama
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