Álvaro Bisama's Blog, page 196
April 17, 2017
Una lucha maratónica
Desde hace mucho tiempo las mujeres vienen dando una lucha que busca la defensa de sus derechos y visibilizarlas en un mundo dominado por hombres y hecho a la medida de estos. Aunque los días en que la mujer no tenía derecho a voto y su educación estaba orientada hacia la crianza de los hijos y las labores del hogar parecen hoy algo lejanos, la batalla que han dado no ha tenido coto y cosas que nos parecen descabelladas fueron conquistas recién alcanzadas hace no más de un par de décadas.
El deporte no ha estado ajeno a ese territorio de batallas y, en ese plano, la historia del maratón tiene más de un capítulo que aportar. En particular, el maratón de Boston, que hoy celebra su edición número 121 y que en los 60 vivió dos ediciones muy simbólicas: las de 1966 y 1967.
Los Estados Unidos de ese entonces vivían un momento especial: la revolución hippie ya cobraba sus formas para su desembarco definitivo de la mano del amor libre, la sicodelia y Woodstock; Kennedy había sido asesinado; la población afroamericana salía a la calle para pelear por sus libertades civiles, y Vietnam era una guerra que ya se había convertido en una pesadilla.
La mujer estadounidense tenía derecho a voto desde 1919, pero eso no había allanado del todo la posibilidad de igualarse con el hombre en cuanto a oportunidades y derechos. Los trabajos a los que podían aspirar en esos años solían no pasar de las tareas de una secretaria. Y en lo que a carreras se refiere, no era bien visto que corrieran en público. Es más, las distancias permitidas para ellas llegaban a los dos kilómetros y medio, en el entendido que físicamente estaban impedidas de ir más allá. Pretender que una mujer pudiera correr un maratón era sencillamente ridículo. Como recuerda la maratonista Roberta Bobbi Gibb: “Nos consideraban débiles, tontas e intrascendentes”.
Fue la propia Roberta Bobbi Gibb quien comenzó a cambiar esa historia. Luego de asistir junto a su padre a ver un maratón supo que estaba hecha para eso y que nadie le iba a impedir hacer el intento de cruzar la meta tras correr poco más de 42 kilómetros. Entrenó para ello hasta que se dio cuenta de que, al igual que un hombre, podía cubrir la distancia. Sin embargo, cuando quiso gestionar su inscripción en el maratón de Boston, le respondieron que se trataba de una carrera sólo para hombres, ya que las mujeres eran fisiológicamente incapaces de cubrirla.
La negativa no hizo más que multiplicar su motivación. No corría tanto por ella como por demostrar que las mujeres estaban preparadas para superar una prueba tan difícil como esa. Ingresó de manera subrepticia en la carrera -saltó de entre unos arbustos prácticamente desde la línea de salida-. A poco andar la prensa reparó en ella y la siguió expectante hasta que cruzó la meta en el lugar 124 de entre 450 competidores, cronometrando tres horas, 21 minutos y 40 segundos. Los últimos metros los hizo en puntillas; las plantas de sus pies sangraban y estaban llenas de heridas.
El logro de Roberta no fue en vano, un año más tarde otra maratonista consiguió engañar a la organización al inscribirse solo con sus iniciales y correr de manera oficial con el dorsal 261. Kathrine Switzer debió soportar el asedio del director de la carrera, quien intentó, en vano, sacarla a la fuerza de la competencia.
Las mujeres no bajaron los brazos. Comenzaron a organizar maratones no sólo en Estados Unidos, sino en 27 países. Corrieron una y otra vez los 42,195 kilómetros. Lo hicieron hasta que el Comité Olímpico Internacional (COI) aceptó incluir el maratón femenino dentro de los Juegos de Los Ángeles, en 1984, aportando un grano de arena a la igualdad entre hombres y mujeres.
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Aprender de los errores
Hay ocasiones en que a Gonzalo Espinoza se le va de las manos ese despliegue intenso que lo caracteriza y lo convierte en fuerza desmedida. Una jugada de esas dejó a la “U”, por segunda oportunidad en los últimos tres partidos, con uno menos antes de la media hora.
Esta vez el enemigo interno, como lo fueron Gustavo Lorenzetti en Concepción y Johnny Herrera en el Superclásico, no echó por tierra la operación de meterse definitivamente en la lucha por la corona.
Los azules aprendieron de los errores vividos hace dos semanas en el sur, donde una mezcla de cautela y falta de ideas le impidieron conseguir algo más que un aburrido 0-0.
Ahora, tras la roja, mantuvieron la presión en área rival, agrandaron la cancha y aprovecharon las orillas para hacerle daño a Antofagasta, al que nunca le cedieron el control del duelo, ni siquiera cuando Ángel Hoyos decidió sumar a Alejandro Contreras en lugar Sebastián Ubilla.
Si la enorme entrega de Leandro Benegas fuera la misma que su eficacia frente al arco, la diferencia hubiese sido más que un gol de penal y, además, un par de contenciones del arquero universitario no habrían dejado la sensación de alivio.
Faltan cinco fechas y a la “U” le tocan cuatro de ellas en Santiago.
Nada de lo queda es fácil. La UC y O’Higgins, ambos de visita, se presentan como lo más complicados. Pero están Wanderers y Cobresal, dos desesperados por el descenso, aunque quizás los nortinos ya tengan sentenciado su futuro cuando los enfrente. Son tres puntos los que separan a los laicos del líder Colo Colo. El calendario de los albos tampoco es sencillo y presenta dos salidas duras: al siempre incómodo césped artificial de Quillota para enfrentar a San Luis y al encumbrado Everton. Iquique es el otro en la discordia, aunque falta ver si el desgaste de la Copa Libertadores no le vuelve a pasar la cuenta como le ocurrió este fin de semana.
Después de muchos palos de ciego y una búsqueda que incluyó dos técnicos y varios millones de dólares, Universidad de Chile ha dado con el funcionamiento que extrañaba, ese que la mete en la discusión por el título y que le ayuda a sacar adelante un partido en inferioridad numérica, demostrando que sabe sacar lecciones del pasado.
La salida de la “Gata” Fernández -la supuesta figura del plantel- también sirvió mucho: le abrió la puerta a un devorador como Felipe Mora, que se fagocita cada milímetro que le dan.
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April 16, 2017
La alianza fantasma
Pasará un buen tiempo antes de que el polvo se disipe y sepamos qué significó exactamente la renuncia de Ricardo Lagos a sus aspiraciones presidenciales. ¿Es el fin de la izquierda socialdemócrata? ¿Es el anticipo de un nuevo escenario político, que ya no estará dividido en dos sino en tres, con la centroderecha a un lado, la Nueva Mayoría al otro y un Frente Amplio radicalizado tironeando el telón por abajo? ¿Es la rendición del principal partido de izquierda al populismo? Son todas hipótesis apasionantes y atendibles. Pero también es atendible la versión de que aquí no ocurrió gran cosa, entre otras cosas porque el fracaso de Lagos lo único que hizo fue demostrar que el rey estaba desnudo desde hacía rato. Si no lo hubiera estado, por supuesto su candidatura habría tenido convocatoria mayor. Su aplastante derrota en el comité central del PS y su irrelevancia en las encuestas dan cuenta de que la izquierda que él representó estaba muerta desde hacía tiempo. El grueso de su partido le dio la espalda, porque, aparte de quererlo poco (cosa de la cual el ex presidente, al parecer, no estaba enterado), las bases juzgan que ahora mucho más importante que fortalecer la alianza con el centro, en concreto con la DC, es izquierdizarse para salir a disputarle el voto antisistémico al Frente Amplio. Para esos efectos, digamos, Lagos no era el hombre, aunque quiso serlo. En fin, también es discutible la claudicación ante el populismo, porque en realidad esto venía de antes. ¿Qué otra cosa sino eso, populismo puro y duro, fue la embriaguez con que la Nueva Mayoría se articuló en torno al retorno de Michelle Bachelet a La Moneda? ¿Acaso fueron las convicciones, acaso fue el proyecto político de Bachelet como candidata el factor que movilizó a los partidos? ¿No habrán sido más bien las encuestas?
Muy posiblemente, los problemas que hoy enfrenta la centroizquierda no tienen nada que ver con Lagos o con Alejandro Guillier. Tienen que ver con haber inspirado un gobierno que, a pesar de sus buenas intenciones, fue decepcionante en muchos planos y desastroso en otros. También tienen que ver con la falta de acuerdo dentro del oficialismo sobre cómo continuar -mejor dicho, cómo remontar- esta pobre experiencia gubernativa. Mientras la Nueva Mayoría no se haga responsable de lo primero, con una profunda autocrítica, le será difícil llegar a acuerdos en lo segundo. Lo que refleja la actual tensión interna del bloque entre la DC y sus socios es precisamente la divergencia respecto del proyecto. El problema de fondo es ese, no si es oportuno o inoportuno que la DC se someta a primarias o lleve candidato propio a la primera vuelta, y tampoco si pueda ir en una sola lista parlamentaria común o en lista aparte.
Los plazos son tan cortos, que lo más probable es que el oficialismo se ordene por arriba. La urgencia juega más a favor de las continuidades que de las rupturas. Aunque tenga algo de alianza fantasma, la Nueva Mayoría persistirá mientras sus socios no encuentren espacios más expectables o acogedores adonde emigrar. Siendo así, algo tendrá que concederle el oficialismo a la DC para mantenerla en el redil y, puesto que en esto no hay nada nuevo bajo el sol, lo que está más a la mano para negociar son los garrotes y las zanahorias envueltas en la lista parlamentaria. El oficialismo intuye que, estando la presidencia en riesgo, el único poder al que puede aspirar está en el Parlamento. Pero eso supone concentración de esfuerzos y, al menos hasta el día de la elección, unidad.
En el largo plazo, lo que realmente está en juego en esta pasada es la viabilidad y proyección de la centroizquierda, que fue el eje que ordenó la transición y le dio gobernabilidad al país. Esto, como se ha visto en el actual gobierno, ya no es tan así y eso explica los recurrentes portazos que el Poder Legislativo le ha estado dando a La Moneda. La centroizquierda dejó de ser garantía de gobernabilidad y está en duda que la pueda ofrecer la centroderecha, más allá de ser este, por ahora, el sector con mejores expectativas de llegar al gobierno.
Bachelet, Piñera, Bachelet y Piñera otra vez. En Chile la historia se está repitiendo ya no solo como comedia, según pensaba Marx, sino como reflejo condicionado. La principal diferencia está en que el próximo gobierno se encontrará con un Parlamento más disperso, menos monolítico, puesto que no estará formateado en los hornos del sistema binominal. Eso podría facilitar las cosas. Pero -afírmense- también podría complicarlas.
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Leer un buen periódico
“Leer un buen periódico”, dice un verso de Vallejo, y yo creo que se podría añadir “es la mejor manera de comenzar el día”. Recuerdo que lo hacía cuando andaba todavía de pantalón corto, a mis doce o trece años, comprando La Crónica para leer los deportes mientras esperaba el ómnibus que me llevaba al colegio de La Salle a las siete y media de la mañana. Nunca he podido desprenderme de esa costumbre y, luego de la ducha matutina, sigo leyendo dos o tres diarios antes de encerrarme en el escritorio a trabajar. Y, desde luego, los leo de tinta y de papel, porque las versiones digitales me parecen todavía más incompletas y artificiales, menos creíbles, que las otras.
Leer varios periódicos es la única manera de saber lo poco serias que suelen ser las informaciones, condicionadas como están por la ideología, las fobias y prejuicios de los propietarios de los medios y de los periodistas y corresponsales.
Todo el mundo reconoce la importancia central que tiene la prensa en una sociedad democrática, pero probablemente muy poca gente advierte que la objetividad informativa sólo existe en contadas ocasiones y que, la mayor parte de las veces, la información está lastrada de subjetivismo pues las convicciones políticas, religiosas, culturales, étnicas, etcétera, de los informadores suelen deformar sutilmente los hechos que describen hasta sumir al lector en una gran confusión, al extremo de que a veces parecería que noticiarios y periódicos han pasado a ser, también, como las novelas y los cuentos, expresiones de la ficción.
¿A qué viene todo esto? A que estuve cinco días en Salzburgo, adonde ya no llega la prensa en español, tratando de averiguar qué había pasado exactamente en la Siria de Basher Assad con el uso de las armas químicas contra inofensivos ciudadanos, consultando periódicos en inglés, italiano y francés, sin llegar a hacerme una idea clara al respecto, salvo lo que ya sabía: que aquello fue un horror más entre los crímenes injustificables y monstruosos que se cometen a diario en ese desdichado país.
¿Qué es lo que realmente pasó? Según las primeras noticias, el gobierno de Assad lanzó misiles con gases sarín sobre una población inerme, entre la que había muchos niños, violentando una vez más el acuerdo que había firmado ya con la administración de Obama hace tres años, comprometiéndose a no usar armas químicas en la guerra que lo opone a una oposición dividida entre reformistas y demócratas, de un lado, y, del otro, terroristas islámicos. Esta noticia fue inmediatamente desmentida no sólo por el gobierno sirio, sino también por la Rusia de Putin, aliada de aquel, según los cuales el bombardeo de las fuerzas gubernamentales hizo estallar un depósito de armas químicas que pertenecía a la oposición yihadista, la que sería, pues, responsable indirecta de la matanza.
¿Cuántas fueron las víctimas? Las cifras varían, según las fuentes, entre algunas decenas y centenares o millares, una buena parte de las cuales son niños a los que la televisión ha mostrado con los miembros carbonizados y agonizando en medio de espantosos suplicios.
Este atroz espectáculo, por lo visto, conmovió al presidente Trump y lo llevó a cambiar espectacularmente su posición de que Estados Unidos no debía intervenir en una guerra que no le incumbía, a participar activamente en ella bombardeando una base aérea siria. Y, al mismo tiempo, a criticar severamente a Rusia, por no moderar los excesos genocidas contra su propio pueblo, de Basher Assad, y al expresidente Obama por haberse dejado engañar por el tiranuelo sirio firmando un tratado que éste nunca pensó cumplir. En su campaña y en sus primeras semanas en la Casa Blanca, Donald Trump había mostrado una sorprendente simpatía hacia Putin y su autocrático gobierno con el que parece ahora haber mudado a una abierta hostilidad. Es probablemente la primera vez en toda su historia que la primera potencia mundial carece de una orientación política internacional más o menos definida y procede, en ese ámbito, con la impericia y los zigzags de una satrapía tercermundista.
¿Condenó el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a Basher Assad por usar armas químicas contra su propio pueblo? Naturalmente que no, porque la Rusia de Putin vetó una resolución que contaba con el voto favorable de la mayoría inequívoca de países. Desde entonces, el gobierno de Moscú pide y exige estentóreamente que la ONU nombre una comisión que estudie minuciosa y responsablemente lo que ocurrió con aquellas armas químicas. Por su parte, el nuevo secretario de Estado norteamericano Mr. Tillerson, después de su glacial viaje a Rusia, ha hecho saber que según fuentes militares de Estados Unidos, Basher Assad ha “utilizado más de 50 veces armas químicas contra los rebeldes que quieren deponerlo”.
Aunque es uno de los conflictos más sangrientos en el mundo actual, el de Siria está lejos de ser el único. Hay la pausada y sistemática carnicería de Afganistán, los periódicos atentados que destripan decenas y centenas de pakistaníes, la desintegración de Libia, los secuestros y degollinas que puntúan el avance imparable del terrorismo islámico en África, la porfía subsahariana en escapar al hambre y la violencia que empuja a millares a lanzarse al mar tratando de alcanzar las playas de Europa, la nomenclatura militar de narcos y contrabandistas que sostiene el régimen de Maduro en Venezuela y el deprimente espectáculo de la putrefacción que Odebrecht difundió por Brasil y todo América Latina. Y la lista podría seguir, por muchas horas.
Nunca hemos tenido tantos medios de información a nuestro alcance, pero, paradójicamente, dudo que hayamos estado antes tan aturdidos y desorientados como lo estamos ahora sobre lo que debería hacerse, en nombre de la justicia, de la libertad, de los derechos humanos, en buena parte de las crisis y conflictos que aquejan a la humanidad. Cuando la rebelión siria estalló contra el régimen corrupto y dictatorial de Basher Assad, todo parecía muy claro: los rebeldes representaban la opción democrática y había que apoyarlos sin equívocos. Al igual que muchos, yo lamenté que Estados Unidos no lo hiciera así y, asustado con la idea de enredarse en una nueva situación como la de Irak, se abstuviera. Pero, luego las cosas han cambiado. El hecho de que las peores organizaciones terroristas, como Al Qaeda y el Estado Islámico, que seguramente instalarían en Siria un régimen todavía peor que el de El Asad, hayan tomado partido a favor de la rebelión ¿no deslegitima a ésta? Tomar partido a favor de cualquiera de las dos opciones significa condenar al pueblo sirio a un futuro macabro.
“Leer un buen periódico” ya no es, como cuando César Vallejo escribió ese verso, sentirse seguro, en un mundo estable y conocible, sino emprender una excursión en la que, a cada paso, se puede caer en “una jaula de todos los demonios”, como escribió otro poeta.
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Todo bien controlado
EL SENADO aprobó por unanimidad la nueva ley de tenencia responsable de mascotas. Queda el pronunciamiento de la Cámara de Diputados, pero quién se opone a algo tan importante. Es que en el imaginario desinformado de nuestro medio se trata de una ley que impedirá que vuelva suceder algo como lo acontecido con “Cholito” y, además, es una ley moderna: habrán microchips.
Los chilenos siempre se dejan llevar por imágenes simples y no reflexionan sobre el alcance de las cosas. Porque esta es una ley que cierra el puño del Estado para controlar la vida de los ciudadanos en algo tan cotidiano como las mascotas.
Está llena de sorpresas, pero lo más notable son los seis registros nacionales que crea: Registro Nacional de Mascotas o Animales de Compañía; Registro Nacional de Animales Potencialmente Peligrosos de la Especie Canina; Registro de Personas Jurídicas Sin fines de Lucro Promotoras de la Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía; Registro de Criadores y Vendedores de Mascotas o Animales de Compañía; Registro de Criadores y Vendedores de Animales Potencialmente Peligrosos de la Especie Canina; y Registro de Centros de Mantención Temporal de Mascotas o Animales de Compañía. El sueño socialista que el Estado lo controle y registre todo, y en esto los animalistas son socios estratégicos.
Sucede que toda mascota deberá estar inscrita en un registro nacional que llevará el Ministerio del Interior y Seguridad Pública; ahí se les asignará un número de identificación (“RUT”). Mascotas son los “animales domésticos, cualquiera sea su especie, que sean mantenidos por las personas para fines de compañía o seguridad”. No solo perros y gatos, sino también cualquier otro que esté con usted en su casa, como conejos o loros, pues le hacen compañía. Habrá -por cierto- un reglamento que detalle todo. Éste tendrá que hacerse cargo de cómo y cuándo se inscriben, qué sucede cuando mueren o si se transfieren a un tercero. ¿Con qué fin existe este registro? Muy simple, controlarlo todo. Y usted sabe dónde parte un registro pero no dónde termina. Pues es obvio que el reglamento no puede aceptar que se transfieran los gatitos a cualquiera, y entonces cae de maduro que habrá que poner requisitos y pedir papeles. También acreditar el nacimiento o por qué se murió la mascota, y huelga algún certificado al efecto. Infinita burocracia y gastos de su parte.
Le cuento, además, que criador “es el propietario de la hembra al momento del parto”; y que un “domicilio particular” también se considera un criadero. Con ello la obligación de estar en otro de los registros y también de dar atención veterinaria a la madre y los cachorros, etc. Y no sigo, por falta de espacio, nada más.
Bueno, tratándose de socialistas, nada de esto debe extrañar. Pero si se pregunta dónde están los parlamentarios de centroderecha, que debieran ser contrarios a las regulaciones y controles que ahoguen la libertad de las personas, no lo haga: guarde mejor su buen ánimo para reunir los papeles que le exigirán por tener una simple mascota o cada vez que se mude casa con o sin ella. Porque las penas previstas por no acatar esta ley pionera en el mundo, no son menores.
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La vida continúa
COMO recordaba en una entrevista esta semana, en la oficina del timonel del partido Socialista hay una foto de Allende, Lagos y Bachelet; tres figuras cuyos semblantes, además, aparecen en la credencial que ese mismo partido ahora otorga con motivo del refichaje. ¿Por qué una amplia mayoría del Comité Central terminó por inclinarse hacia una figura ajena a la tradición histórica de la izquierda?
Se me ocurren algunas explicaciones, aunque ninguna justificación.
La primera, apunta a confirmar que nuestra política está convertida en un concurso de popularidad, donde el debate público se ha transformado en una suerte de casting, cuyo único y sagrado rector son los números y tendencias que nos arrojan las encuestas. Y aunque para muchos esto pudiera ser lo fundamental, cuando no lo único, se trata de un evidente síntoma del deterioro y la falta de coherencia para los progresistas; es decir, para quienes tienen la convicción de que a través del esfuerzo colectivo es posible alterar la realidad y no resignarse a ella, cual destino natural e ineludible.
La segunda, supone sumarse al coro que identifica al gobierno de Lagos como la fuente de todos los males que hoy nos aquejan, y a él como ícono del legado concertacionista. Tal reproche no es solo injusto sino superlativamente ignorante. Más allá de los muchos errores y cuestiones que nos incomodan o también avergüenzan, se trata de los gobiernos que más desarrollo y oportunidades le dieron a Chile, introduciendo una modernización sin precedentes, contribuyendo a mejorar objetivamente la vida de muchas personas, liberándolos de la miseria y la pobreza, como probablemente antes nos hubiera tomado cuatro o cinco generaciones. Todo eso, sin todavía ahondar en una transición política que en paz restableció nuestra democracia y libertad.
Mirado desde ahora, todavía habría muchos “compañeros” que podrían juzgar a Lagos como una figura del pasado, acusando su liderazgo de conservador y trasnochado. Pues bien, y contrario a lo que usualmente se afirma, quizás su mayor legado no estuvo en la infraestructura, la subordinación del poder militar o las relaciones internacionales, sino en una profunda transformación cultural, que dio paso a una ampliación de las libertades y sentido cívico, desafiando así las estrecheces del debate político; lo que permitió, entre otras cosas, que pudiera sucederlo la primera Presidenta mujer de nuestra historia, y además socialista.
La paradoja entonces, esencialmente digna y republicana, aunque no por eso menos triste, es que esa transformación liderada por Lagos, con una sustantiva modificación de los estándares y posibilidades ciudadanas, desencadenó años después una oleada revisionista y muy severa sobre su propio rol y figura. Y aunque tales reproches son legítimos, y muchos ciertos, pueden hacerse pues este tiempo y sus protagonistas están parados sobre sus hombros Presidente.
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La contienda se complica
LA SEMANA termina con 3 nuevos caídos en la contienda: Insulza, Atria y Lagos. Todos por cuenta del PS: insólito. Siguen pedaleando en la carrera; Piñera, F. Kast, Ossandón, J.A. Kast, N. Larraín, Parisi, MEO, Canelo, Mayol, Sánchez, Navarro, Goic, Guillier, se acaba de subir Rendón y falta alguno de Ciudadanos. Nada menos que 14 pre candidatos, y ya han caído unos 10. Aquí hay algo que debemos leer. Hay más de 30 partidos y varios en formación que competirán por el Congreso, lo que, en un sistema presidencial, hace prever un muy mal escenario de gobernabilidad para quien llegue a La Moneda. Empezarán a echar de menos al binominal, como ha ocurrido con el voto obligatorio.
MEO coquetea con el PC, la DC está escindida, no decide si irá a primarias o primera vuelta. El PS se desangra, el PPD ya no tiene candidato. El PR envalentonado haciendo advertencias para todos lados. En el Frente Amplio la candidata será Sánchez, pero es solo un saludo a la bandera, lo que abre el terreno al populismo y las promesas imposibles. Con todo, si la primera vuelta fuese hoy habría entre 6 y 8 candidatos, que a mi juicio serían Piñera por Chile Vamos, Guillier por la NM, MEO, Parisi, Sánchez, J.A. Kast, y un candidato de Ciudadanos. A mí no me sorprendería que Mesina entrara al ruedo.
Pero hay muchas incertidumbres para ese escenario que con toda probabilidad va a cambiar. 1. ¿Habrá finalmente primarias?, todo va en sentido contrario. 2. ¿Cuál será la participación en las primarias y la abstención final? 3. ¿Quiénes pasan las primarias si es que hay? 4. Si se quiebra o no, y cómo, la Nueva Mayoría, lo que tiene muy alta probabilidad, posiblemente ocurrirá en el momento de las listas parlamentarias. También si Ossandón tira el mantel, que también tiene mucha probabilidad. 5. ¿Cómo será la gestión del gobierno, ya pato cojo, sus cifras, sus errores o aciertos? Especialmente importante es la cifra del empleo y el crecimiento. 6. Si la DC va a primarias o a primera vuelta, lo que puede generar su escisión. 7. ¿Cómo será el tenor de las protestas este año y sus secuelas? Al parecer vienen muy bravas. 8. El desarrollo de los temas judiciales que afectan a la política y empresas, y si aparecen nuevas denuncias. 9. ¿Cuán “sucias” serán las campañas y todo lo que ello engendra? 10. El nivel de organización y coherencia que logre el Frente Amplio. Por cierto los eventos de poca probabilidad y alto impacto.
En mi opinión la creciente polarización del país, y las angustias de perder el poder llevarán más votantes a las urnas, lo que es interesante. La mayor parte de los candidatos son muy conocidos. MEO va ya a la tercera ronda, Piñera ya fue Presidente, Navarro se autoproclamó sin destino, Ossandón es de larga data en RN, Guillier ha estado 30 años asociado a la política aunque lo quiera esconder, Goic es del establishment tradicional. Las nuevas figuras políticas que de alguna manera renuevan el escenario son a mi juicio F. Kast, Beatriz Sánchez, Parisi y lo era Atria. De Canelo no se ha escuchado nada. Vallejo, Cariola, Jackson y Boric son jóvenes pero de ideas muy antiguas y nada renovadas. Yo esperaba mucho más de estos jóvenes, que no han traído ideas frescas.
En relación a las ideas y programas, hasta aquí Guillier, Goic, Sánchez, Mayol, Ossandón, ni Ciudadanos, han propuesto nada concreto y menos relevante. Evópoli ha presentado muchas propuestas concretas y novedosas. Piñera ya anunció los pilares de su campaña, y traerá un programa detallado en que están trabajando cientos de profesionales. Lagos también había propuesto muchas ideas y propuestas pero que no resonaron nada. MEO por definición es una máquina de propuestas, en general poco viables pero propuestas al fin. Sin duda, Parisi ofrecerá una enorme batería de cosas, al estilo Fra Fra.
No obstante lo anterior, lamentablemente esta no será una campaña de ideas. El país ya está muy polarizado, solo guía el poder. No se trabaja en favor de algo sino en contra de los otros. Para la izquierda el objetivo único es frenar a la derecha y aferrarse al poder. Otra característica interesante de esta elección, es que la izquierda más dura como el PC, está siendo flanqueada desde otra izquierda aún más extrema; el Frente Amplio que tiene nada menos que 12 partidos o movimientos. La DC y el PC simplemente no se toleran.
En mi opinión la Nueva Mayoría no da para más, incluso así dicho por muchos de sus miembros. La prueba de fuego serán los acuerdos parlamentarios. Cuando ésta se quiebre, desaparece inmediatamente la opción real de Guillier. Como somos autodestructivos (como han sido estos tres años), la mejor opción de cordura que era Piñera-Lagos ya se desvaneció.
Dios nos libre del populismo y la violencia que veremos desplegarse en esta elección.
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Un mundo nuevo
EL FRACASO de la aventura electoral de Ricardo Lagos abre una serie de interrogantes decisivas para nuestro futuro. Más allá de sus esfuerzos programáticos (y de la pusilanimidad de tantos socialistas), su candidatura nunca logró ser algo más que el sueño de una elite nostálgica de la Concertación. Si se quiere, la transición fue un período caracterizado por la disciplina que las circunstancias impusieron a las fuerzas políticas. Esto generó éxitos difíciles de negar pero, al mismo tiempo, produjo en las dirigencias políticas y económicas una ceguera respecto de los cambios profundos que vivía el país. Son dos caras de la misma moneda, que resulta inútil tratar de separar.
Los profetas de los nuevos tiempos fundan su discurso en el rechazo total de la antigua lógica, y su lirismo les impide percibir cuánta ambivalencia hay en su propuesta. Así, mientras la transición se fundó en el orden y los acuerdos, la nueva época estará marcada por mucha menos disciplina impuesta: se acabó el binominal, y la alianza entre el centro y la izquierda dejó de ser una necesidad histórica. La legitimidad mediática giró bruscamente hacia los más jóvenes, que encarnan una (curiosa) imagen de pureza. Hacer política en ese escenario no será cosa fácil. A falta de mecanismos institucionales de disciplina, los actores habrán de ser mucho más adultos y responsables. Aquí reside la gran paradoja (y dificultad), pues los nuevos actores están más cerca de la adolescencia y la autocontemplación moral que de la construcción de acuerdos; y prefieren preservar su propia pureza antes que admitir la complejidad del mundo. Olvidan así una lección que Camus repetía una y otra vez: la democracia consiste en saberse falibles.
Si la transición produjo el ensimismamiento de la clase dirigente (nuestros políticos ni siquiera saben cuánto cuesta subirse al metro), todo indica que los nuevos tiempos estarán teñidos de un narcisismo particularmente nocivo para la democracia. La sed de pureza ideológica, la búsqueda del absoluto y la pose moral que van aparejadas producen efectos perversos en el plano colectivo. Más bien, terminan conduciendo los países a precipicios sin salida. Sin embargo -y aquí reside nuestro círculo vicioso- esa postura es alimentada (al menos parcialmente) por elites que persisten en actuar como si nada hubiera cambiado. ¿Cómo elegir entre adolescentes líricos y adultos que hace tiempo perdieron su tensión existencial?
Desde luego, estos problemas no afectan solo a la Nueva Mayoría. La derecha, que tiene muchas posibilidades de ganar la presidencial, no parece tener conciencia de la magnitud de los desafíos. De hecho, su principal candidato es un nostálgico reconocido de la transición, cuyo discurso está plagado de lugares comunes. ¿Podrá la oposición tomarse en serio a un país que no termina de acomodarse consigo mismo, o seguirá optando por el corto plazo, las encuestas y las mismas ideas recicladas? Si no hay un esfuerzo genuino en la dirección correcta, la derecha volverá a lograr aquella extraña proeza de convertir sus éxitos electorales en fracasos estratégicos de largo alcance. Como si nada pudiera aprenderse de las experiencias de 1958 y 2010. Y le llamarán, con indisimulado tono de astucia, pragmatismo.
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La DC y las primarias
NUEVAMENTE la DC quedó en una situación imposible: sometida al imperativo de resolver en quince días si compite en las primarias de la Nueva Mayoría (NM), o desafía al pacto oficialista llevando a Carolina Goic a la primera vuelta presidencial. Una encrucijada que hoy tensiona a una coalición de gobierno casi desfondada por sus divisiones internas, y que pone a la Falange ante el imperativo de competir sola contra el mundo, con una candidata que además aún no despega en las encuestas.
En los hechos, la primaria puede terminar siendo un suicidio para la DC, al enfrentar a Alejandro Guillier -el candidato por lejos mejor posicionado- que tendrá el respaldo de los restantes partidos de la NM. A su vez, nada asegura que la primera vuelta pueda salvar a la Falange del abismo, es decir, que en dicha instancia logre obtener un resultado muy distinto al que las encuestas anticipan en la actualidad. Hay más tiempo, es cierto; el partido puede desplegarse territorialmente, también es verdad; pero eso en ningún caso garantiza que una competencia de la senadora Goic contra el candidato de los restantes partidos de la coalición gobernante, pueda alterar significativamente el actual escenario.
La encrucijada en que hoy se encuentra la DC ilustra las dificultades de un partido que sigue funcionando con lógicas de actor hegemónico, cuando en realidad hace ya mucho tiempo su voluntaria simbiosis con la izquierda la tiene en tránsito hacia la irrelevancia, sin autonomía para diferenciarse, carente de liderazgo propio y prisionera de la necesidad de preservar una coalición dirigida por otros. Y si todo ello no fuera suficiente, ahora también extorsionada por sus socios para someterse a la primaria, o no poder incidir de manera sustantiva en la conformación de los pactos parlamentarios.
En rigor, la DC está colocada ante el imperativo de escoger entre un mal resultado en la primaria y el riesgo de uno igual o peor en primera vuelta. Las esperanzas de poder revertir el cuadro en los meses que quedan hasta noviembre son en verdad demasiado febles como para apostar todo a ellas, más aún cuando existe una posibilidad alta de perder el gobierno y, en ese caso, solo disponer para salvarse del naufragio de las posiciones que se obtengan en el Congreso.
Hay una tercera opción, menos digna, pero que soterradamente ha empezado a ser analizada también en sectores del partido que buscan evitar males mayores: desestimar la primaria y amenazar con la primera vuelta, para negociar más adelante la bajada de Carolina Goic a cambio de lo mejor que se pueda obtener en un acuerdo parlamentario. Algo parecido a lo que hizo con Soledad Alvear en 2005.
En resumen, la DC se enfrenta ahora a las secuelas de su enervante comodidad, de haber creído que su condición de actor indispensable en un pacto de centroizquierda le aseguraba también márgenes mínimos y razonables de respaldo electoral. En verdad, eso dejó de ocurrir hace tiempo, precisamente cuando aceptó la pérdida de influencia que para ella vino a implicar el tránsito de la Concertación a la NM. Hoy ya no tiene alternativas: solo puede tratar de encontrar la opción menos riesgosa, la menos debilitadora y desgastante. Porque las otras, las que podrían devolverle su lejana impronta, fortalecerla y acrecentarla, por decisión propia dejaron de existir.
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El ocaso del Panzer
NO SOY experto militar ni tampoco un gran seguidor de la historia bélica, pero leí por ahí que el ocaso de los famosos Panzer alemanes comenzó tras la derrota en Stalingrado, donde el potente tanque resultó demasiado pesado y lento para moverse en un escenario urbano. Las condiciones de la guerra habían cambiado, el enemigo era más numeroso y la Blitzkrieg ya no tenía novedad.
A partir de entonces, la figura del Panzer fue adquiriendo una dimensión más bien idílica: el sueño de la máquina perfecta, capaz de conquistar naciones en cuestión de minutos. Un Panzer sería, en adelante, lo que todo gobierno necesitaría para mantener la disciplina política, garantizar el orden, tapar los errores y generar una imagen de mando ante la opinión pública.
Pero los tiempos cambiaron y nuestro Panzer no atinó. Volvió a Chile para defender las fronteras ante el expansionismo boliviano, probablemente confiado en que ello elevaría su popularidad hasta encumbrarlo a La Moneda. Pesaba en su currículo el nunca haber dado el paso cuando pudo, cuando todavía era Panzer. Las encuestas jamás le dieron más que un puntito y su partido lo bajó por secretaría.
Triste epílogo para un Panzer, aunque el hombre se resiste a colgar los guantes. Toma cafecito con la candidata de la Democracia Cristiana y anuncia por la prensa que traspasará su puntito al rostro de TV. Para su sorpresa, el tráfico no se detiene, las personas siguen con su vida normal, Trump se pelea con Putin y el Chino Ríos choca su McClaren. O sea, a nadie le importa.
Porque nuestro Panzer perdió su fuerza mucho antes y no en las calles de Stalingrado, sino que en las de Caracas. Mientras más observo el proceder de Luis Almagro en la Organización de Estados Americanos (OEA), más pena siento por lo que hizo un compatriota nuestro al frente del organismo. Y digamos que Almagro no es exactamente un momio anti socialistas. Por el contrario, el hombre proviene del Movimiento Participación Popular de Uruguay, heredero directo de los Tupamaros e integrante del Frente Amplio (sí, el mismo que buscan emular Giorgio y Gabriel). Fue canciller del adorable Pepe Mujica y llegó a la OEA ondeando la bandera de los derechos humanos.
Por eso le importó la crisis en Venezuela, la misma que se fue gestando en buena medida porque nuestro Panzer dejó actuar al chavismo hasta convertirlo en una fortaleza inexpugnable. Mal el Panzer. Que vote por quien quiera. No es noticia.
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