Álvaro Bisama's Blog, page 145
June 24, 2017
Enemigo íntimo
FUE EL talón de Aquiles de su pasada administración: una visible carencia de sensibilidad política que, entre otras cosas, impidió calibrar la significación histórica (y también traumática) que tendría el primer gobierno de derecha desde el retorno de la democracia. Ello derivó en un diseño político volcado de manera casi exclusiva a problemas de gestión, que terminó siendo arrastrado por la polarización desplegada por sus opositores y condujo finalmente a su sector a la peor derrota electoral en décadas.
Las recientes dificultades tienen sin duda un trasfondo distinto, pero van en la misma dirección: Sebastián Piñera no logra evitar autogoles absurdos, derivados de expresiones inconvenientes, constantes desatinos y bromas de mal gusto. Sin ir más lejos, hace un par de semanas decidió opinar sobre el caso de los micrófonos en la Sofofa, señalando que tenía antecedentes -que nunca mostró-, sobre un supuesto ‘lío amoroso’. Debió luego rectificar sus dichos, igual como ahora tuvo que salir a pedir disculpas por un chiste que no solo complicó a sus partidarios, sino que resultó un inestimable ‘regalo’ para sus contendores.
Las interrogantes que volvió a exponer este nuevo traspié son obvias: ¿Cómo puede un candidato presidencial, con una trayectoria política que incluye su paso por la primera magistratura, cometer errores verdaderamente infantiles? ¿Qué zonas de su intrincada personalidad lo llevan a exponerse una y otra vez a desaciertos en el límite de lo autodestructivo? Son preguntas cuyas respuestas no se encuentran en la lógica política, sino en esferas mucho más complejas e insondables. Con todo, es evidente que esta enigmática incontinencia tiene efectos políticos, que desnudan una preocupante falta de sintonía y lo develan esclavo de una dimensión íntima aparentemente incontrolable.
En rigor, esta dificultad crónica para conectarse con el sentido común y para ajustarse a él, se han confirmado como su principal debilidad, un factor que contribuye como ningún otro a desvirtuar sus esfuerzos de posicionamiento público. Y en un contexto donde precisamente lo que está en juego es la confianza, esta extraña tendencia a caer en las trampas que él mismo se pone, quedando de paso expuesto frente a todos los demás, sólo contribuyen a crear incertidumbre respecto a su criterio político y estabilidad emocional. Así, en una contienda presidencial ya difícil, y donde todas las señales auguran un resultado estrecho, Sebastián Piñera aparece otra vez exhibiendo una delicada incapacidad para neutralizar a su enemigo interno, algo que ni todo el equipo que lo acompaña parece poder realizar. Al final del día, resulta un poco insólito comprobar que su real adversario no es el que tiene al frente intentando derrotarlo electoralmente, sino el que habita en un rincón de sí mismo, en ese reducto de su naturaleza que lo obliga a tropezar una y mil veces.
En definitiva, el exmandatario está hoy frente a una encrucijada decisiva: o acepta que no encabeza las encuestas por ser simpático y cercano, o escoge mostrarse tal cual es a riesgo de tirar su opción presidencial por la borda. La verdad es que en el Chile actual buenos humoristas sobran; lo que está siendo cada día más difícil de encontrar es un presidente de la República que esté a la altura de los enormes desafíos que el país deberá abordar en el futuro.
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El nuevo periodismo
DECIR QUE el periodismo político en Chile ha cambiado se ha vuelto un lugar común. El país se ha vuelto más exigente y horizontal, más escéptico y desconfiado, y la manera de comunicar no está ajena a dichas mutaciones. Si antes había cierta complacencia, y los políticos se daban el lujo de manejar la pauta, hoy predomina un clima de suspicacia generalizada. La premisa parece ser que los hombres públicos, por definición, tienen algo que escondernos. Se hace imperioso entonces desenmascararlos, ponerlos en evidencia y obligarlos a rendirse ante los nuevos corifeos de la moral. Si se quiere, el triunfo del periodista se ha convertido en el triunfo del detective.
Naturalmente, esta evolución tiene aspectos positivos. Durante muchos años, los estándares de coherencia de nuestros políticos fueron inusualmente bajos. Hoy, los hombres públicos no la tienen tan fácil, y cada una de sus acciones está (al menos potencialmente) expuesta a un escrutinio severo. Sin embargo, la nueva situación no carece de riesgos, y no es seguro que todos sus protagonistas sean conscientes de ellos. La democracia representativa no solo necesita conocer las incoherencias de quienes aspiran a posiciones de poder, sino que también debe generar el espacio para que éstos puedan transmitir su visión del país y del futuro. En ese sentido, el papel del periodismo no es solo (ni principalmente) incomodar al entrevistado desde la superioridad moral, sino ayudarnos a comprender un entorno complejo. Si los candidatos a una elección no tienen tiempo para hablar (pues son constantemente interrumpidos), y deben estar siempre a la defensiva (porque muchas entrevistas se parecen a un interrogatorio judicial), el sistema entero queda cojo y desequilibrado. Nada de raro que en ese contexto no hayan grandes relatos, pues ni siquiera alcanzan a germinar.
Esta lógica se ve exacerbada por la dinámica de las redes sociales, que dificulta cualquier discusión seria. Todo debe debe ser instantáneo y monocolor (¿sí o no?), y no hay tiempo ni disposición para algo más. La política queda atrapada en lógicas binarias que le impiden cumplir con su papel mediador. Al mismo tiempo, la opinión dominante, o aquello que se percibe como tal, adquiere un peso desmesurado. Un buen ejemplo de esto es el modo de enfrentar los mal llamados temas valóricos, donde muchas veces los candidatos cuyas opiniones no forman parte del mainstream son sometidos a una virtual imputación: ¿Cómo es posible que alguien no piense como yo? Así, se vuelve improbable la mera manifestación del desacuerdo, que es el fundamento de cualquier vida democrática.
Raymond Aron solía decir que la política debe ser analizada según su propia lógica, y nunca desde la comodidad moral que brinda el hecho de que otros toman las decisiones difíciles. La responsabilidad última no es del observador ni del periodista y, por lo mismo, éstos no deben caer en la trampa del narcicismo. El desafío pasa por asumir, sin dejar de ser exigentes, que el afán inquisidor cobra sentido si está al servicio de un objetivo distinto: ayudar a los ciudadanos a comprender mejor el mundo. Cuando esa dimensión sale del horizonte, la política (y también los políticos) pierde su densidad, volviéndose incapaz de gobernar. Tendremos entonces comunicadores moralmente intachables, y políticos de bajo vuelo. No es seguro que el negocio sea conveniente.
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Sobre romances y chistes malos
COMO SI la política no estuviese lo suficientemente castigada, sus protagonistas hacen mérito para profundizar la debacle. Un expresidente recurre a vulgaridades para divertir a sus partidarios, una candidata habla por celular mientras conduce, al otro se le “cuelan” errores en su programa de gobierno y así, suma y sigue.
¿Qué puede ser más fome, torpe y vergonzoso que el chiste de Piñera? Que me disculpe este señor Del Río, porque no soy ni talibán ni progresista, pero lo más impresentable de la talla del Chato es que el hombre ya pasó por esto. Sabe perfectamente que las Piñericosas se convirtieron en sello de su gestión. Sabe que le van a estar revisando hasta la última línea de lo que diga. Sabe -o debiera a esta altura sospechar- que tiene un severo problema de contención verbal y corporal.
Entonces, como damos por sentado que el hombre no es leso y que tiene conciencia de estas limitaciones (o así se lo debiese advertir su equipo de campaña), no queda más alternativa que evaluar su chiste como la expresión verbal de una concepción bien machista del mundo que le rodea o de una simple, pero no menos reprochable, vulgaridad. Por lo demás, no es primera vez que el expresidente mete las patas con intervenciones similares, lo que nos lleva a sospechar una cierta inclinación por este tipo de bromas.
¿Recuerdan cuando le dijo al abuelito que estaba mejorando la raza porque el nieto era más rubiecito? Un chiste de ese corte en países más avanzados y al Presidente de turno no le cabe más alternativa que pedir disculpas por cadena nacional.
¡Qué zancadilla más necia la que se auto infligió Piñera! Porque el problema no se limita a lo que dijo, sino al hecho de que pone en riesgo el principal mensaje que pretende transmitir su campaña: vote por mí, ya fui Presidente, tengo experiencia, sé lo que hay que hacer, no cometeré los mismos errores. El chiste, en cambio, nos muestra a un Piñera que no aprende, que se sigue considerando el más vivo, el más rápido, el más oportuno por lo que piensa, dice o hace.
Es que la reacción ha sido histérica, que hay un aprovechamiento político, que Bachelet no armó el mismo lío con lo de la muñequita inflable de su ministro de Economía. Cierto. Pero eso forma parte de las reglas básicas de la política: restregar hasta el infinito los condoros del contrincante.
En la vereda del frente, las cosas no marchan mejor. Los vaivenes legislativos de un senador de la República llevan a una malhumorada Camila Vallejo a reclamar por la separación entre amor y política. En el medio, una ex ministra de Estado sobre la cual pesan demasiadas acusaciones. Como si fuera poco, el exrostro de TV envía a Goic recados de un “romance apasionado”.
Escuchen, por favor, este ruego de contribuyente: un poco de seriedad. Intenten ponerse a la altura de las circunstancias. Se los vamos a agradecer.
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Un feriado con culpa
Una amiga católica observante me lo explicó: la diferencia entre “ascensión” y “asunción” radica en el origen de la fuerza que eleva hasta los cielos. Cuando quien se eleva es el Hijo de Dios se le llama “ascensión”; cuando se trata de su madre, es “asunción”. Para dejármelo en negro sobre blanco usó un lenguaje que juzgó adecuado para que yo lo entendiera: la Virgen no cuenta con sistema de propulsión propia, Cristo sí. No sé si su explicación será la teológicamente adecuada, pero le creí, porque ella suele ser rigurosa en sus argumentaciones.
Mi duda había comenzado cuando caí en cuenta de que existía un feriado para conmemorar ese fenómeno, un día libre en el que nunca me había puesto a pensar. “¿Cómo sabían que eso ocurrió en agosto?”, fue la siguiente duda que se me vino a la cabeza, pero que no formulé en voz alta, porque evidentemente la fecha era una convención religiosa que escapaba al hecho concreto. Transformarla en un día feriado nacional fue un gesto de poder de una institución religiosa sobre el Estado, pero también una forma de reconocer una costumbre que en un momento compartía la gran mayoría. El calendario religioso era parte del orden que le daban a la vida.
La República siguió el patrón, le añadió sus festividades en septiembre y su propio mártir laico en mayo. El mercado, en tanto, creó sus propias fechas de consumo exprimiendo los afectos privados de manera sucesiva a lo largo del año en el Día del Amor, de la Madre, del Padre y del Niño. Cada uno secuestró un domingo y lo transformó en día de compras. Durante las décadas de la transición, la creación de feriados ha obedecido más que nada a la necesidad de extender uno ya existente y engancharlo con el fin de semana; o como una especie de compensación tardía para un grupo que se ha sentido excluido o maltratado: es el caso del feriado que celebra la reforma protestante. Establecer un nuevo día de descanso se transformó en una forma de pagar cuentas pendientes y una manera de obtener votos.
El viernes, la Presidenta Bachelet presentó un plan para enfrentar la crisis en La Araucanía, pidió perdón al pueblo mapuche por los abusos del Estado y anunció la creación de un nuevo feriado que celebrará el Año Nuevo Indígena, es decir, el solsticio de invierno del hemisferio sur. Es cierto que el we tripantu ha cobrado popularidad entre ciertos grupos con tendencia al entusiasmo paternalista desde el universo de las redes sociales, pero esto no basta para disimular que el anuncio es una compensación simbólica demasiado cercana al gesto vacío. Una estrategia anticuada recubierta de una conciencia culposa frente al trato que han recibido históricamente las personas indígenas en Chile. ¿Qué valor tendrá ese feriado para el carabinero que hace un año baleó por la espalda y en el suelo a un muchacho mapuche que intentaba defender a su hermano? ¿De qué manera lo celebrará el niño que en octubre fue parido mientras su madre permanecía engrillada? ¿Cómo se entiende este perdón cuando hace solo unos días el Gope allanó y lanzó bombas lacrimógenas dentro de una escuela rural a la que acuden niños mapuches?
Hace dos semanas, el PNUD presentó un informe sobre la desigualdad en Chile. Uno de sus apartados hacía una relación entre las profesiones de mayor prestigio en el país y la frecuencia con que se repetían ciertos apellidos entre quienes las ejercían. Entre los más frecuentes estaban Nicklitschek, Neumann y Campbell. En el otro extremo de los 50 apellidos que no contaban con ningún representante en esas profesiones, 50 eran indígenas.
En su origen, los feriados religiosos eran el reflejo del orden de una sociedad o de un hito fundacional. Con el tiempo fueron desprendiéndose del sentido original hasta quedar como un día libre en medio del calendario. Este nuevo feriado indígena corre el riesgo de cobrar el valor que se les da a los objetos precolombinos en algunas salas de estar: parte de un decorado que se ve elegante tenerlo allí, como una pieza de arqueología elaborada por un pueblo lejano y extinto. Una fecha que puede transformarse de modo prematuro en un día que la mayoría usará para descansar sin atender a su significado -¿ascensión o asunción? ¿Qué es un Corpus Christi?- y que para los menos será el recuerdo de un trato injusto que se derrama en la historia como una mancha indeleble y vergonzosa.
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Así se pierde un legado
Aunque la derecha, a partir de su tremenda derrota política y electoral del 2013, ha vivido un proceso interesante de recomposición, que no se explica solo por el oportunismo y la expectable posición que Sebastián Piñera tiene en las encuestas, la gran novedad de la escena política del último tiempo es el quiebre del oficialismo y, tanto como eso, el proceso de desintegración que está viviendo la izquierda chilena.
Pareciera que muchos dirigentes de la Nueva Mayoría, el gobierno y la propia Presidenta recién comienzan a tomarle el peso a lo que eso significa. Y recién se están dando cuenta de que se encuentran en una situación difícil, principalmente por culpa de dos grandes factores.
El primero concierne al fracaso político del actual gobierno. Es cierto que la administración de Bachelet introdujo muchas reformas y corrió muchos cercos, entre otros, por ejemplo, logró que una economía que venía creciendo al 5% anual redujera su velocidad de expansión solo al 1,5%, pero lo concreto es que su obra es ampliamente rechazada por la población, sea porque sus iniciativas no estuvieron a la altura de las expectativas, sea porque las cosas se hicieron demasiado mal o porque el gobierno terminó traicionando la confianza que amplios sectores medios habían depositado en su momento en la Mandataria.
El segundo factor concierne a la química de la propia coalición de gobierno, que en su nuevo formato, tras la incorporación del PC, hizo todo cuanto estuvo de su parte para desacreditar la obra de los cuatros gobiernos de la Concertación. Ahora, cuando ese descrédito ya se instaló en la izquierda tradicional y también en el Frente Amplio, el oficialismo reclama que es una imperdonable injusticia histórica decir que en lo básico hubo continuidad entre el gobierno militar y los cuatro gobiernos de centroizquierda que lo sucedieron.
Hay mucha incongruencia en ese reclamo, entre otras cosas, porque fue justamente sobre la base de ese diagnóstico que se construyó la Nueva Mayoría. De hecho, la coalición en su conjunto, salvo voces muy aisladas y marginales, y con la entera complicidad tanto de la DC como de los viejos líderes de la izquierda socialdemócrata, no mostró deserción alguna al momento de abjurar, con sentimientos de culpa y de vergüenza, incluso, del legado concertacionista. Hay que decir que eso no solo ocurrió ayer. Sigue ocurriendo también hoy, como quedó en claro en las declaraciones que hiciera a este diario la diputada Karol Cariola en su calidad de vocera de la candidatura de los partidos de la izquierda tradicional. Según ella, lo que hicieron los gobiernos de la Concertación, incluido el primero de Bachelet, fue administrar la desigualdad, administrar el modelo.
¿Por qué habría que pensar que el abanderado del sector, el senador Alejandro Guillier, y los principales partidos que lo apoyan, en particular el PS y el PPD, tienen una percepción distinta?
Ahora que el Frente Amplio hizo suya esa versión, la Presidenta se incomoda y relativiza lo que esta nueva fuerza política pueda representar. Su actitud se parece a la del cónyuge que, luego de haber descuerado a su pareja en público, reacciona con orgullo herido en la defensa de su marido o su mujer cuando alguien osa decirle que efectivamente se trata de un o una sinvergüenza.
Bachelet dice que los partidos y organizaciones que constituyen el Frente Amplio no representan una fuerza política salida de las entrañas del pueblo o de la clase media; dice son “jóvenes hijos de….” , que no ofrecen nada nuevo y que, a su manera, reproducen los mecanismos elitistas de control que están presentes en todas las organizaciones políticas.
No hay que ser muy agudo para advertir aquí un fenómeno más profundo, porque entre los efectos no deseados, pero igualmente desastrosos que tuvo la Nueva Mayoría para los partidos que la integraron, fue haber debilitado sensiblemente sus respectivas bases de apoyo entre los jóvenes. Cuando Bachelet dice que los hijos de los dirigentes de las colectividades del bloque están en el Frente Amplio, señala algo que es cierto. Lo que no dice es que esos partidos -y mucho menos esas mamás y esos papás- supieron comprometerlos en el proyecto que estaban llevando adelante, abriéndoles, dentro de la coalición, espacios de representatividad y expresión. Los sectores que mayor autoridad política reivindican para sí, los sectores que venían a rescatar la majestad de la política, terminaron fallando políticamente hasta en su propia casa. Obviamente que algo les salió mal. La Nueva Mayoría se está quedando sin juventudes, y eso, aunque en el corto plazo se note poco, es un problema para cualquier fuerza política que aspire a proyectarse
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Se asoma el Papa
Como todas las cosas que conciernen a las creencias, las iglesias y el Papado, el reciente anuncio de que el Papa Francisco visitará Chile en enero de 2018 admite múltiples niveles de lectura. En un orden de mayor a menor, lo primero ha de ser la perspectiva regional.
Francisco, el primer Papa latinoamericano de la historia, estuvo ya en Brasil, México, Cuba (¡ja!, selección de países que han tenido visitas de los últimos tres papas) y el circuito bautizado como “la América indígena”, con Paraguay, Bolivia y Ecuador. La agenda de enero del 2018 contempla Perú y Chile, ¿la “América andina”, la “Alianza del Pacífico”, el “oeste del Cono Sur”, cómo habría que llamar a esta subsección? ¿Y por qué es necesario llamarla de alguna manera, por qué no pueden ser sólo Perú y Chile?
Pueden ser, pero al Papado -no a Francisco, sino a la institución- le gusta ofrecer un marco conceptual para sus acciones, como ocurrió en el curioso caso de la “América indígena”. Una segunda razón, mucho más importante, es que este Papa, no cualquiera, sino Jorge Mario Bergoglio, necesita una buena explicación para no incluir en una visita al sur de América a su país natal, Argentina.
Todas las especulaciones procedentes de la Santa Sede imaginaban, hasta la semana pasada, una gira que incluiría a Uruguay, Argentina y Chile, lo que constituye esa unidad llamada Como Sur. No fue así. La elección fue la más extraña de todas: dos países del Pacífico que sólo tienen conexión significativa en sus mayorías católicas, y que corren, como notaría un escolar flojo, de norte a sur. Una nadería.
Desde la perspectiva de la diplomacia católica global, la exclusión de Argentina es un problema clamoroso. Al revés de Juan Pablo II, que desde el día en que fue ungido pujaba por visitar su Polonia natal en contra de la voluntad del régimen comunista, Francisco dilata y evita el viaje a su país, a pesar de que el régimen democrático no hace más que reiterar sus invitaciones, muchas en público, muchas más en privado.
Durante los años en que Cristina Fernández de Kirchner le extendió todas las invitaciones posibles, la explicación extraoficial en el Vaticano era que el Papa no quería intervenir en la política interna argentina y menos ser utilizado por el gobierno. Sería fenomenal que los papas contuvieran la tentación de intervenir en la vida política de sus países, pero ello no ha ocurrido en la mayor parte de la historia.
Los papas italianos estaban contemplados dentro de la ecuación de la política romana -y no sólo por el hecho de que el Estado Vaticano está dentro de esa ciudad. El Papa Wojtyla desarrolló una amplia actividad en Polonia, en connivencia con Lech Walesa y el sindicato Solidaridad, mientras el general Jaruzelski se tiraba los pelos en el Palacio Koniecpolski. En cuanto a Francisco, por lo menos hasta el 2015 la evidencia de su intervención casi cotidiana en la política argentina era muy voluminosa, y constituía uno de los mayores secretos a voces de Buenos Aires. Precisamente, una de esas acciones -que el Papa no consideró como intervención, pero el gobierno sí- fue la causa de su confrontación inicial con el Presidente Mauricio Macri.
El desarrollo de esta historia ha sido desgarrador. Como era obvio, en cuanto asumió, el Presidente Macri entró en campaña para obtener la visita de Francisco. Se esperaba que un hito de ese proceso fuese su primer encuentro en el Vaticano, en febrero de 2016, pero esa reunión fue una catástrofe, porque el Presidente le reclamó al Papa que le hubiese enviado un rosario bendecido a la dirigenta jujeña Milagro Sala, arrestada bajo acusaciones de corrupción e instigación a la violencia. El Papa rechazó con enojo esa queja y la reunión terminó abruptamente 22 minutos después de comenzar.
Sala, contra quien se han abierto ocho causas judiciales, hizo de la organización barrial Túpac Amaru una extensión del kirchnerismo callejero en el norte de Argentina y fue por sus reiterados llamados a tomarse la plaza y las calles principales de San Salvador de Jujuy que el gobernador la puso tras las rejas. El regalo papal del rosario se hizo público 12 días antes de que Macri viajara al Vaticano, por lo que era un asunto hirviente en el momento de la cita.
Después de esa reunión malograda se sabía que vendría una segunda, ahora motivada por la canonización del “cura gaucho”, José Gabriel Brochero. La ceremonia estaba prevista para el 16 de octubre del 2016, y en los siete meses que transcurrieron entre ambos encuentros floreció en Buenos Aires una verdadera industria de mediadores que asegurarían la reconciliación entre el Presidente y el Papa, la que sería probable y naturalmente coronada con el anuncio de una visita. Como siempre pasa con Argentina, era imposible saber cuántos de estos voluntarios tenían real acceso al Vaticano, aunque se podía sospechar que -también como siempre- serían los menos.
Pero el Papa terminó con ese negocio el último día de septiembre de 2016, cuando emitió un mensaje inédito -en soporte y en contenido- dirigido sólo a los argentinos, en el que les explicaba que no podría visitarlos en lo que quedaba de 2016 y tampoco durante 2017, porque la agenda mundial ya estaba copada. Con ese gesto desinflaba de antemano las expectativas cifradas en el segundo encuentro con Macri, que en efecto se convirtió en un inocuo acto de protocolo.
Dentro del singularismo argentino, el Papa está indudablemente más cerca del peronismo, y es enemigo del “pensamiento único” que para él debe encarnar Macri. El “pensamiento único” es un concepto tomado de Herbert Marcuse por el fallecido profesor uruguayo Alberto Methol Ferré -gran amigo e inspirador de Bergoglio-, para denunciar algo que se podría identificar como el Consenso de Washington, aunque él mismo lo llamó neoliberalismo, hegemonía capitalista y otras cosas más difusas. Su tesis consiste en que esta forma de la economía se naturalizó como algo inevitable, un “pensamiento único” al que es necesario desafiar. Methol Ferré fue también un fervoroso promotor del Mercosur -precisamente una de las formas de economía alternativa que deseaba alentar-, cuya ruina pasada y presente no ha de ser indiferente al Papa.
El Vaticano no ignora que una visita del Papa puede reportar grandes beneficios de corto plazo a los gobiernos. Ello fue así incluso en el caso de Pinochet, en 1987, un dato que las reinterpretaciones de la historia suelen olvidar; al revés del general Jaruzelski en Varsovia, el general chileno acariciaba la idea de recibir en persona la bendición del Papa y de sacarlo a su balcón preferido de La Moneda, como en efecto ocurrió.
En el caso de Argentina, el Papa Bergoglio simplemente no quiere dar ese beneficio a Macri, lo que quizás significa no pensar en viajes antes de fines de 2019, aunque la expectativa de la Casa Rosada es que Francisco le dedique una larga visita exclusiva en la segunda mitad del 2018.
En junio del 2016, el periodista Andrés Oppenheimer, tras declarar su abierta simpatía por las posiciones del Papa en la escena global, escribió que estimaría “políticamente erróneo y moralmente despreciable” que no apoyara al Presidente Macri en su esfuerzo por recuperar la economía argentina. Pero ahora, los católicos argentinos, con aire de resignación, parecen dar por descontado que tendrán que esperar a que el Papa evalúe de una nueva manera la situación política local.
De la elección de Chile habrá mucho que decir en los próximos meses. Por ahora, basta con la evidencia de qué sucederá en una fecha singularísima: con la Presidenta Bachelet en las últimas semanas de su gestión -punto para el embajador Mariano Fernández- y con un presidente o presidenta in pectore, preparando su gabinete para asumir el 11 de marzo. Las complejidades protocolares de esa situación no son casi nada al lado de las complicaciones políticas, cuya intensidad dependerá de quién sea el sujeto in pectore.
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Las tribulaciones de la joven Goic
En 1774 Johann Wolfang von Goethe publicó su primera obra con resonancia, la novela en forma de diario Die Leiden des jungen Werthers (Las penas del joven Werther), un empalagoso dramón sentimental que por esos años fue grito y plata pero que ahora, salvo sea uno romántico incurable y amante de la dulzona -¡aunque de Goethe!- semántica y gramática alemana al servicio del ego sufriente y la machacona metafísica del erotismo frustrado, resulta casi indigerible y más aun, intragable, aunque tal vez no más intragable e indigerible que otro drama tan artificioso y poco creíble como aquél, si bien en lengua española y con más risas que lágrimas por parte del respetable público. Hablamos de la candidatura de Carolina Goic.
Arrebato
La candidatura Goic se fraguó o más bien relampagueó en una tumultuosa y excitable asamblea donde militantes y personeros con menos intereses creados y por tanto con más entusiasmo espiritual legitimaron la proclamación de Carolina, la cual ya había sido anunciada, promovida y cacareada ex ante por ella misma. En más de un sentido podría catalogarse dicha candidatura y el entusiasmo inicial que la recibió, principalmente por parte de gente sin cargos o de poca relevancia, como el postrero y más espectacular arrebato emotivo de la colectividad, una rebelión climática o climatérica nacida de su dignidad pisoteada muchas veces y de su independencia vendida o alquilada otras tantas. Al menos en los últimos 50 años la vida no ha sido fácil para dicho partido. Derrotada en 1970, con la servilleta puesta pero sin puesto en la mesa en 1973, anulada en los años del régimen militar, algo recobrada con la Concertación, aun así decreciente en sus votaciones, irrelevante en sus ideas, majadera en su presunto monopolio del centro político y finalmente basureada y burlada en la y por la NM, ocurre entonces que el partido que iba a gobernar -como se creía sinceramente en 1964- por lo menos por los próximos mil años a contar de esa fecha se ha desinflado en el escenario de las doctrinas, de la credibilidad y de la relevancia y terminó haciendo de carro de cola de la arrogante y decepcionante Nueva Mayoría. De ahí en adelante, como las señoras maltratadas por su maridos pero sin medios para arreglárselas por su cuenta, no le han quedado sino los rezongos, las amenazas y las pataletas, todas ellas sin efectos salvo los regueros de lágrimas y de rímel corriendo por las mejillas. ¿Qué podría hacernos presumir que esta vez será distinto?
Dos generaciones
Dos fisuras de la decé explican que se llegara a esa sesión delirante y quizás autodestructiva que proclamó a Carolina. Sumada a la distancia que separa a los incumbentes del partido -congresistas, funcionarios de gobierno, súbitos servidores públicos desde el día de la elección de Michelle Bachelet, socios de buenos negocios, etc.- de los militantes comunes y corrientes que no han recibido sino migajas cayendo desde la bien provista mesa gubernamental, hay además otro quiebre en la tienda de los democratacristianos y que se refleja también en su relación con la candidatura Goic. Esta segunda división de aguas la protagonizan dos categorías de ciudadanos que, si bien por igual habitan el territorio de los favorecidos y privilegiados por el ejercicio del poder, aun así se encuentran en muy diferente situación vital. Es la división entre la nueva y la vieja generación y sus respectivos y muy distintos intereses. Los de la vieja, los Gutenberg Martínez, los Burgos y otros personeros obstinados en preservar la candidatura Goic, lo cual ocurría al menos hasta el día de escribirse esta columna, son gente que viene de vuelta, cumplió ya sus trayectorias políticas y están hoy decentemente forrados y en condiciones de privilegiar los Grandes Principios por la misma razón, como decía un cínico redomado, de que es preciso ser inmensamente rico para darse el lujo de jurar votos de pobreza. Esta venerable generación no sufre calofríos por el futuro porque ya no lo tiene y por lo mismo no siente haber costos en el hecho de coquetear con la idea de, a la hora de los postres, probar nuevas aguas, tantear continentes no explorados y ver si acaso la decé puede llegar una vez más a reencantar al ilusorio centro. La generación joven, en cambio, tiene sus carreras políticas a medio andar o incluso recién iniciadas, por lo cual disponen de un largo trecho por delante para llenarlo con sus ambiciones y también un largo lapso en el que deben considerar si hay o no medios para pagar las cuentas. Es, para decirlo brutalmente, gente tanto necesitada como de ambiciones aun no satisfechas. Es evidente que a estos últimos la trayectoria de colisión del partido con el muro de los lamentos nos les parece ni gloriosa ni glamorosa.
Kamikazes no, por favor…
¿Quiénes son los dudosos, vacilantes, inquietos, molestos y prestos a desenvainar los puñales? Son los que dicen “no ser kamikazes sino políticos”, como lo describió pintorescamente un personero decé. Son los que se devanan los sesos viendo modo de bajar con alguna decencia a Carolina. Son los que desean que alguien cometa el crimen, pero preferirían un suicidio. Son los que esperan en la próxima asamblea del partido que Carolina ponga en escena “un gesto de grandeza”. Son los que anhelan su abdicación y más la anhelan mientras ella más niega que vaya a hacerlo. Son los que como mínimo están dispuestos a firmar cualquier cosa, cualquier tratado, cualquier acta de rendición con tal de tener cupo en una lista parlamentaria única. Son los que eventualmente llegarán a acuerdo con la NM de modo que tácitamente y a priori el partido confiese que la candidatura Goic es una payasada y el verdadero negocio político es con la NM aunque se mantenga a Goic en procesión hacia las urnas, pero con tan pocos efectos como lograban los beatos de otrora que sacaban en procesión al Señor de Mayo. Son los que tras el escenario avivan el fuego de las tribulaciones de la bella Goic.
Balotaje
El trato que ofrecen a la NM estos “políticos y no kamikazes” es el siguiente: en segunda vuelta pulsarán un botón y automáticamente las masas democratacristianas votarán por Alejandro Guillier. Es una idea reiterativa de este gremio profesional. Siendo meros dirigentes de a pie, en su fantasía creen ser como los hacendados decimonónicos que desde sus altas cabalgaduras eran capaces de poner en fila a la peonada para hacerla apoyar al candidato de su preferencia. Dicha ilusión es compartida por todos los partidos políticos como si aun operaran lógicas que tal vez todavía funcionaban a en la era prepinochetista, pero no ahora. Hoy sólo son parcialmente válidas en los extremos del espectro político. Puede suponerse a la militancia comunista o de la UDI siguiendo órdenes, pero no al electorado de centro, ambiguo y cambiante en sus preferencias.
¿Cómo va a votar entonces ese electorado decé que en vista de los números de las encuestas ha perdido sus esperanzas con la atribulada Carolina? ¿Cómo votará ese cerca del 50% o más que llamamos “centro” no siendo sino el caudal indeciso que aun no se manifiesta claramente en las encuestas de opinión? Porque no hay ya obedientes militantes ni obsecuentes electores siguiendo instrucciones. No es claro ni siquiera si los militantes estarán dispuestos a seguir siquiera sugerencias. Lo único claro es la total falta de claridad. Reinan la confusión y ambigüedad ya sea por falta de ideas o por falta de valor para expresarlas abiertamente. De ahí los episodios de proposiciones “que se colaron” en el programa de Guillier, condición que adquirieron apenas el rechazo se hizo manifiesto.
Pero si acaso el comportamiento de la ciudadanía es incierto, no lo será el del heterogéneo conglomerado del progresismo. Todo puede estar en dudas o colisionar en patéticas contradicciones de ideas y posturas, salvo una cosa: “Hay que derrotar a la derecha”. Es el mantra de la unidad. Es la última bandera bajo la cual se acogen. Sola, a los tumbos, acompañada en su deambular por piezas de museo, Carolina Goic deberá encarar un destino a lo joven Werther.
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“El país que quieres”
¿CORRESPONDE QUE el Servel haga propaganda, incluso incentivando ir a votar? No pareciera deducirse de sus atribuciones vinculadas más bien a la corrección del proceso eleccionario, no a si la gente concurre o no, y menos si se admite el voto voluntario. Algunos puede que voten mientras otros prefieren guardar una prudente reticencia frente a las alternativas ofrecidas; no siendo ésta la única razón para no votar (los hay que ni siquiera quieren saber del asunto). Lo que es el Servel ha preferido no darse por enterado, desincentivando dicha opción perfectamente legítima, al insistir vía campaña radial (presumo que por televisión también), que se “elige el país que quieres” únicamente si se vota.
No es la primera vez que lo hace, además. Para las elecciones municipales del 2016, el Servel recurrió al mismo eslogan. Mandó a hacer un video tendencioso que contraponía la duda de adultos versus la supuesta “sabiduría” de niños respecto a las virtudes de votar. Caricatura que de nada sirvió; la abstención se disparó al 65%. Ante lo cual, cabe preguntarse si intentos de infantilizar a los chilenos como éstos y otros no estarán alimentando la desconfianza, en vez de atemperarla.
No ayuda tampoco que el eslogan en cuestión tenga un sorprendente parecido al de Podemos en España el 2015: “Llegó el momento de decidir el país que queremos. Llegó el momento de votar”. O que la misma estrategia comunicacional la barajaran contrarios al gobierno de Theresa May en las recientes elecciones británicas. Un tal Mark Choueke, consultor de marketing y comunicaciones, aparece en un video online sugiriendo concientizar a la población -“Vote for the country you want to be in the future”- a fin de evitar un nuevo gobierno conservador que, de ganar, haría irreversible el Brexit. Con la salvedad, que tanto Podemos como este consultor (entre cuyos clientes se cuentan trasnacionales que venden gaseosas, hamburguesas y sitios webs), al ser partes interesadas en la contienda, les sería lícito manifestarse en dichos términos, no así el Servel.
Mensajes tan impúdicamente dirigistas, los de estas campañas y spots publicitarios, fuera que hacen dudar de un órgano obligado a prescindir de partidismos de toda índole, insultan la inteligencia media. “Votar te hace grande”, sostenían los párvulos. Al contrario, es posible que en votaciones como las que se esperan para este año, el cuadro de opciones lleve a confirmar lo que, por un lado, afirma Noel Clarasó: “Ante una lista de candidatos se piensa que, felizmente, solo puede ser elegido uno”; esto es, se optará por el mal menor, sin convencimiento alguno. Y, por el otro, lo dicho por Ambrose Bierce: “El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros” (seleccionado antes), y siempre que estos otros hayan votado por lo que de veras querían. En otras palabras, la decepción, a la larga, será inevitable (viene siendo históricamente), lo del Servel es pueril y, “Yes, they can”, los publicistas siempre “pueden” y ganan.
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June 23, 2017
El mateo del curso
SEBASTIÁN PIÑERA debiera tener un cartel muy visible, con letras rojas, que le recordara todas las mañanas que no tiene que contar chistes. Porque, incluso aquellos que consideran una exageración la reacción respecto de su última broma, deben reconocer que este tipo de situaciones aportan poco o nada a su candidatura. Por dos motivos. Primero, porque a Piñera, en general, le salen mal. O son desubicadas, o son fomes. Todos saben que el humor no es su fuerte. Segundo, lo más importante, el ambiente no está para tallas, de ningún tipo.
Uno puede compartir que nos hemos puesto demasiado serios o graves. Dejemos a los sociólogos o psicólogos que investiguen aquello. Para los políticos, en cambio, este es solo un dato de la causa. Hoy es peligroso salirse del libreto. Le pasó no solo a Piñera esta semana; también a Guillier, cuando con su ya clásico estilo de viejo galán, dijo que sus acercamientos con Carolina Goic son un romance que va apasionado. Bueno, la respuesta de ella fue lapidaria: “La única persona con quien yo tengo un romance es con mi marido. Esto es la carrera presidencial, no un pololeo”.
Sí, la tónica del momento parece ser la seriedad. Esto queda en evidencia en los debates o entrevistas políticas que hemos visto en estos días. A los candidatos se les piden respuestas serias, medidas concretas, casi con calculadora en mano. Son momentos duros, exigentes, donde la simpatía y el humor tienen poco espacio. Donde prima la idea de que estamos mal -sea correcta o no-, que la cosa está difícil y que hay que estar a la altura de las circunstancias.
En este ambiente, Piñera tiene mucho que ganar. Por la sencilla razón de que, al final del día, aparece como el único candidato serio a asumir la presidencia. Ese es su fuerte, su ventaja evidente frente a la inexperiencia de los otros, la ignorancia de Ossandón, o la ya franca frivolidad de Guillier.
Pero, para capitalizar aquello, Piñera debe actuar en consecuencia. Y en eso, sus chistes son un problema. Lo alejan de la figura que quiere la gente. Este es un cambio radical a lo que vivió durante su pasada estancia en La Moneda. En ese período, sufrió bajo la sombra que provocaba el aura de cariño con que Bachelet terminó su primer gobierno. Todos lo comparaban con ella. Bueno, nada de eso sucede ahora. La experiencia con Bachelet II agotó el modelo de la simpatía como activo político. Su sonrisa y carisma ya no cautivan a nadie.
En este escenario, Piñera puede desplegarse sin restricciones en lo que mejor hace: ser el mateo del curso. El que más sabe, el que tiene propuestas y respuestas serias para todo. O casi todo. Es cierto, ser mateo, en general, nunca ha sido sinónimo de popular. Sin embargo, es aquel al que acuden todos cuando la cosa se pone difícil. Ahí, se convierte en el más importante, el que salva la situación. Algo de aquello parece estar pasando hoy en Chile. Pero el mateo nunca fue bueno para los chistes, ni las tallas. Si lo hacía, recibía la capotera de todos. Como le sucede a Piñera. Entonces, la cosa es clara: repetir 100 veces “nunca cuentes chistes”.
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Francia: la explosión de la clase política
FRANCIA TERMINÓ su intenso proceso electoral. En el campo de batalla han quedado muchos muertos y heridos. La République en Marche, el partido del Presidente, inexistente hasta hace un año atrás ha obtenido una holgada mayoría de 308 diputados sobre un total de 577. Dos tercios de la Asamblea Nacional estarán compuestos por diputados y diputadas que comienzan recién su primer mandato y por primera vez las mujeres representarán más del 40%.
La Presidencia, el gabinete ministerial y la Asamblea Nacional serán ocupados, salvo contadas excepciones, por ilustres desconocidos. El resultado de las legislativas muestra que la elección de Macron no fue simplemente el recurso de última hora, el “mal menor”, frente a Le Pen. El movimiento es mucho más de fondo. Agotada por años de estancamiento, la sociedad busca nuevas opciones fuera de los partidos tradicionales.
Así lo entendió Macron. Todo lo que se ha venido sabiendo de su trayectoria muestra a un joven inteligente y ambicioso, que rodeado de un pequeño grupo de incondicionales planificó un verdadero asalto al poder. Lo logró haciendo gala de una tremenda eficacia y a un mes de instalado en el Eliseo ha traído de vuelta la Presidencia monárquica. Macron no deja detalle suelto. Su control del gobierno y del Parlamento será total. Los gabinetes ministeriales, en donde reside el verdadero poder, están ampliamente constituidos por jóvenes en torno a los 40, casi todos hombres, conservadores y egresados de las Grandes Escuelas a imagen del Presidente. En el caso del Parlamento, una gran mayoría de los nuevos diputados simplemente le debe su elección.
El epicentro del terremoto se situó en el Partido Socialista. Sus principales figuras sufrieron humillantes derrotas. La mayoría electoral de 289 diputados de la que disponía se redujo a solo 30. Aquí no se trata simplemente de enfrentar un accidente electoral grave si no que de ajustar cuentas con un fracaso histórico. “El Partido Socialista está muerto” afirmó Ségolène Royal, ex ministra y excandidata a la Presidencia de la República.
La izquierda radical representada por J. L. Mélenchon cayó de cerca del 20% al 10%. No se le perdona y con razón no haber tomado posición entre Le Pen y Macron de cara a la segunda vuelta. Es cierto, logró igualar el resultado del Partido Socialista, pero no le servirá de mucho: con escasa representación parlamentaria, se ha también condenado a una cierta marginalidad.
El recorrido de Macron ha sido hasta ahora impecable. Consiguió dinamitar el antiguo sistema político abriendo paso a una renovación profunda de los elencos de primera línea. Han cambiado las personas, ¿cambiarán también las políticas? Está por verse. En las próximas semanas el gobierno enfrentará una prueba que puede ser decisiva: la reforma del código del trabajo. Aquí se pondrá a prueba la consistencia del proyecto de superación de las derechas y las izquierdas. No es fácil: hay que eliminar las rigideces propias de los modelos socialdemócratas sin caer en la flexibilidad neoliberal.
Este es el terreno en el cual se situará la disputa política en los próximos meses. Son muchas las interrogantes planteadas. Por de pronto, un Parlamento tan monocolor puede llevar a que la oposición se exprese esencialmente por la vía de la calle fuera de la institucionalidad. En ese cuadro, la actitud que adopte más de la mitad de los franceses que se abstuvo en las legislativas y que observa este proceso con indiferencia o escepticismo, puede llegar a ser muy determinante.
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