Hugo García Michel's Blog, page 176
August 27, 2016
La doble vida de Cuauhtémoc Blanco
La bronca que trae el PSD (Partido Social Demócrata) morelense con el presidente municipal de Cuernavaca, el ex futbolista Cuauhtémoc Blanco, a quien postulara y con quien ganara la alcaldía de la antes ciudad de la eterna primavera y hasta hace poco (¿o todavía?) de la eterna balacera, ha tomado un nuevo cariz al revelarse que el antiguo americanista firmó un contrato por siete millones de pesos para aceptar la candidatura, sin importar si la obtenía o no. De hecho, hay quienes sugieren que la idea no era que ganara, sino que sólo obtuviera los votos suficientes para que el PSD conservara su registro. Pero he aquí que ganó y que todo se complicó entre el Cuauh y los hermanos Yáñez Moreno, los dueños de ese partido en Morelos, con quienes todo indica aún habrá una larga pelea por el poder.La disputa coincide con mi lectura de una novela estupenda, la más reciente del escritor Enrique Serna: La doble vida de Jesús (Penguin Random House, 2014). Contra lo que parecería sugerir el título, el libro no se refiere a Jesucristo, sino a Jesús Pastrana, el personaje principal del mismo, un político de Cuernavaca que pretende ser alcalde de la capital de Morelos por el ficticio Partido de Acción Democrática (equivalente al PAN) y debe enfrentarse a toda la corrupción existente en los círculos políticos locales, en los que el crimen organizado está metido hasta la médula, sobre todo con los dos cárteles más fuertes y sanguinarios: los Culebros y los Tecuanes.
El relato es vertiginoso, intenso, adictivo. Uno no puede soltar la novela porque desea saber qué va a pasar más adelante con las tribulaciones de Jesús (en qué consiste su doble vida no lo contaré aquí, para que lo descubra el lector).
Lo importante, en este caso, es el retrato que Serna hace de la Cuernavaca actual y que al parecer no está muy alejado de la realidad. La forma como se comportan los altos círculos políticos de la ciudad, sus ligas con el narco, la corrupción policiaca, todo está en La doble vida de Jesús y, según se ve, también lo está en el affaire Cuauhtémoc Blanco-PSD.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
Published on August 27, 2016 20:00
August 26, 2016
The Cramps / Psychedelic Jungle (1981)
Uno de los grupos más estrambóticos de la historia, con esa mezcla de rockabilly y música para película chafa de monstruos. En el fondo, The Cramps es básicamente un grupo de garage y eso lo demuestra en este álbum más que divertido y por completo excéntrico.Mejor tema: “The Natives Are Restless”
Published on August 26, 2016 18:30
August 25, 2016
Good jazz at night
Fui con un amigo y dos amigas a ver a Faralae, en el bar Debarbas de la Nápoles. Al final, me tomé una foto con los dos integrantes del fabuloso dueto, ambos buenos amigos míos: el guitarrista Alejandro Martínez Gil (que domina un estilo muy a la Django Rainhardt) y la preciosa y excelente vocalista Liliana Buneder. Con ellos dos me tomaron la foto que engalana este post.
Published on August 25, 2016 21:30
August 24, 2016
Robert Johnson y el diablo
“I went to the crossroad, fell down on my kneesI went to the crossroad, fell down on my kneesAsked the Lord above: "Have mercy, now save poor Bob, if you please”.
Robert Johnson“Crossroad Blues”
¿Vendería usted su alma al diablo a cambio de talento, fortuna, amor, salud, belleza, genio? ¿Por qué no? Después de todo, ya estamos viviendo en el infierno.
Posiblemente una reflexión muy parecida fue la que se hizo Robert Johnson cuando, siendo muy joven y muy torpe y muy desangelado y muy mediocre en lo que le gustaba –la música de blues–, decidió dirigirse a un solitario cruce de caminos, una encrucijada, con el fin de encontrarse con Satanás y negociar con él la venta de su alma de negro explotado, maltratado, despreciado... Cuando menos eso es lo que cuenta la leyenda de este hombre mítico, uno de los padres del blues rural y fuente de inspiración de personajes que van de Muddy Waters a Eric Clapton y de Keith Richards a Walter Hill.
Las historias sobre músicos de blues que se dirigían a ciertas encrucijadas en busca de Legba (uno de los nombres que recibe el diablo en los ritos vudúes), para intercambiar sus ánimas por una dote de capacidad como compositores e intérpretes, eran comunes en las primeras décadas del siglo pasado. Así, a nadie extrañó la idea de que Johnson, un desgarbado muchacho que anhelaba ser un gran bluesero, hubiese intentado realizar aquella demoniaca transacción. De hecho, era la única explicación que encontraron muchos de sus contemporáneos, quienes conocían sus notorias limitaciones como guitarrista y cantante y se encontraron de pronto con que el tipo se desvaneció materialmente durante algunos meses, para reaparecer convertido no sólo en un músico de primer orden sino en un genial escritor de canciones de blues que habrían de alcanzar la inmortalidad.
Nacido en la región del delta del Mississippi en 1911, Robert Dodds Johnson tuvo una infancia llena de pobreza y amargura, con el agravante de que siendo muy pequeño se quedó huérfano de padre y su padrastro lo maltrataba y lo obligaba a trabajar en los campos de algodón. Por eso huyó de casa y buscó ser lo que desde siempre soñó: un blues man. Sus primeros intentos fueron con la armónica, pero no era muy bueno en eso y se decidió por la guitarra, con la que era aún peor.
Pero he aquí que ocurrió el milagro y sea por la intervención de Lucifer o por alguna otra extraña razón seguramente mágica, por allá de 1930 el buen Robert se convirtió en un blusero de primer orden y comenzó a componer temas extraordinarios, llenos de nostalgia y tristeza, pero también de ironía y de un humor (por supuesto) negro.
Bluses como “Love in vain”, “Sweet Home Chicago”, “Terraplane Blues”, “Dust My Broom”, “Rambling on my Mind” y, claro, “Crossroad Blues” lograron trascender hasta llegar a oídos de algunos blancos buscadores de talento, quienes no tardaron en dar con Johnson y llevarlo a un estudio de la compañía ARC, en Texas, donde el hombre grabaría, en 1936 y 1937, 32 canciones (algunos aseguran que fueron sólo 29) que hoy son absolutamente legendarias.
Johnson era de naturaleza nómada. Su instinto viajero e itinerante hizo que tuviera una vida inestable, llena de aventuras amorosas, largas travesías, temporadas buenas y temporadas miserables. Con su guitarra y en compañía de algún músico que podía ser Willie Brown o Johnny Shines, recorrió buena parte del territorio estadounidense e incluso llegó hasta Canadá.
Esa vida aventurada y aventurera tendría un final trágico. Enamoradizo por naturaleza, se dice que se metió con una mujer casada y que el furioso marido lo asesinó envenenándolo. Era 1938, Robert tenía apenas 27 años, la misma edad a la cual murieron Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain.
Las composiciones de Robert Johnson quedarían olvidadas durante largo tiempo, hasta que en los años siguientes algunas fueron retomadas por gente como Eric Clapton y John Mayall (“Rambling on my Mind”), Cream (“Crossroad Blues”), los Rolling Stones (“Love in Vain”), Bob Dylan (“Milkcow's Calf Blues”) y los Blues Brothers (“Sweet Home Chicago”), entre varios otros. En 1984, el realizador Bertrand Tavernier filmó la excelente cinta Mississippi Blues y en 1986, el norteamericano Walter Hill dirigió la no menos buena Crossroads, cuya banda sonora corrió a cargo de Ry Cooder. Ambas homenajean merecida y respetuosamente a Johnson, el blusero que en una solitaria encrucijada rural hizo un pacto con el diablo para condenarse y, sin embargo, llevarnos con su música al paraíso.
(Texto que me publicó este mes el periódico El Vigía, de Ensenada, dentro de mi columna "Gato encerrado")
Published on August 24, 2016 20:00
Stephen Stills: lo que vale la pena
Hay músicos que son recordados por una sola canción. Con Stephen Stills y su composición “For What It’s Worth (algo así como “por lo que importa” o “por lo que vale la pena”), todo un himno de la época sesentera más idealista y combativa, este podría ser el caso. Sin embargo, la obra de Stills va mucho más allá de ese tema grabado junto con su banda primigenia, Buffalo Springfield. Se trata de un músico a quien las nuevas generaciones prácticamente desconocen y cuyo trabajo merece ser rescatado y difundido.Nacido en Dallas, Texas, en 1945, Stephen Stills ha estado presente en grandes momentos de la historia del rock. Lo estuvo en el legendario disco de blues Super Session (1968), junto con el mítico guitarrista Mike Bloomfield y el enorme tecladista Al Kooper (fundador más tarde de Blood, Sweat and Tears). Lo estuvo también en la conformación de uno de los tríos/cuartetos más importantes de todos los tiempos, Crosby, Stills & Nash y su variante aumentada Crosby Stills, Nash & Young, al lado de David Crosby, Graham Nash y Neil Young (con quien ya había estado en Buffalo Springfield). Lo estuvo, asimismo, con su memorable presentación con el cuarteto en el festival de Woodstock en 1969.
Su obra como solista es muy sólida, sobre todo en sus dos primeros discos: Stephen Stills (1970) y Stephen Stills 2 (1971), en los cuales contó con la colaboración de músicos como Jimi Hendrix y Eric Clapton, entre muchos otros. Del primer álbum es otra de sus grandes canciones-himno, “Love the One You’re With”. Más tarde conformaría a Manassas, una banda de enorme nivel artístico de la que hoy muy pocos se acuerdan y con la que grabó un disco fundamental: Manassas (1972), plato doble a la altura del Exile on Main Street de los Rolling Stones, editado ese mismo año.
De entre sus muchas composiciones, sobre todo con CSN&Y (como “Suite: Judy Blue Eyes”, “Helplessly Hoping”, “You Don’t Have to Cry”, “Carry On”), cabe señalar una pieza más o menos oscura y discreta que aparece en el Stephen Stills 2 y que lleva el título de “Sugar Babe”, escrita para su amor imposible de toda la vida, la cantante estadounidense Rita Coolidge, musa y amante de varios otros músicos, como el ya mencionado Graham Nash, Leon Russell (quien le escribiera “Delta Lady”) y Kris Kristofferson, con el cual finalmente contrajo nupcias.
Buena parte de la obra temprana de Stills giró alrededor de esa huidiza ninfa que lo ignoraba mientras él se obsesionaba con ella. Canciones como “To a Flame” o “Song of Love” están imbuidas por ese fatal enamoramiento, mismo que a final de cuentas lo hizo escribir excelentes melodías. La típica historia del artista atormentado que tiene que sufrir para crear.
Con una oncena de álbumes como solista y decenas al lado de las agrupaciones a las cuales ha pertenecido, Stephen Stills tiene en su haber una anécdota un tanto oscura: en 1965, acudió al casting para formar parte del grupo The Monkees. Quiso la suerte que no lo aceptaran y en seguida fundó a Buffalo Springfield y escribió “For What It’s Worth”. Eso sí que valió la pena.
(Publicado hoy en mi columna "Memorias de un melómano sarnoso" de "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
Published on August 24, 2016 16:09
August 23, 2016
Corrupción y rockcito
En mi columna política “Cámara húngara” de los sábados, en este mismo diario, toqué durante dos recientes entregas el tema de la corrupción en México y de cómo se trata de un problema ético y moral históricamente enquistado no sólo en la política y la economía, sino en muchos otros ámbitos de nuestra realidad cotidiana.Pero, ¿existe la corrupción en el medio de la música y, más particularmente, en el del rock que se hace por estos lares? Por supuesto y se manifiesta de diferentes formas retorcidas que muchos aceptan como un mal inevitable.
Un ejemplo es el de los empresarios y promotores que organizan conciertos y solicitan diferentes dádivas a los músicos que quieran participar en ellos. Desde los que exigen que los grupos vendan determinado número de entradas, hasta los que de plano les piden diferentes cantidades de dinero. Esto no es nuevo, sucede desde hace décadas, pero se trata de un fenómeno de corrupción que sigue existiendo, incluso en algunos renombrados festivales anuales. Es algo que los músicos cuentan sotto voce, sin atreverse a denunciar a quienes los presionan de ese modo, por temor a perder presencia y ser boicoteados.
Otro ejemplo es el de los “periodistas” roqueros que reciben diferentes regalos (llamémoslos así) para ensalzar la mediocridad de muchos grupos y solistas cuya calidad resulta lamentable, pero de quienes hay que hablar bien para seguir recibiendo discos, entradas VIP y hasta palmaditas en la espalda..., siempre que te portes bien.
Diría que también es corrupción engañar al público con productos fraudulentos (desde músicos deficientes hasta tocadas en pésimas condiciones de sonido, de seguridad y hasta de higiene). Eso para no hablar de la famosa y sempiterna payola que siempre nos han dicho que no la hay, cuando todos sabemos que sí y que si quieres que tu música se difunda en ciertos medios, antes debes aportar una rigurosa comisión.
Claro está que lo arriba mencionado no existe oficialmente y es mejor que permanezca en lo oscurito, en lo callado, en el aquí-entre-nos. Igual que en la política, la burocracia, la farándula, el deporte, la cultura, etcétera, etcétera, etcétera.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
Published on August 23, 2016 14:00
August 22, 2016
Beatles Peanuts
Published on August 22, 2016 20:00
August 21, 2016
El estado del rock en 2016
Hemos ingresado a la segunda mitad de la segunda década del siglo actual y el rock se ha convertido en un género sexagenario. A sus poco más de 60 años de edad (depende del año que elijamos para determinar su génesis: ¿1952?, ¿1954? ¿1955?), lo que nació en los años cincuenta de la pasada centuria como una fusión del rhythm ‘ blues y el country n’ western se ha convertido en una música que se recicla a sí misma ad infinitum y en la que la invención de un sonido nuevo se ha vuelto algo prácticamente imposible.¿Significa esto un anquilosamiento? ¿Implica que no vale la pena escuchar lo que se sigue creando y produciendo? Por supuesto que no.
Aunque de los más viejos pioneros del rocanrol sólo sobrevivan unos cuantos (Chuck Berry y Little Richard continúan con vida, aun cuando ya a sus ochenta y tantos años hayan dejado de tocar) y de la generación siguiente –la que floreció durante los años sesenta y principios de los setenta– sean pocos los que siguen en la brega, todavía es posible escuchar nuevos y buenos discos de ellos (pienso en gente como Leonard Cohen, Tom Waits, Keith Richards o Paul Simon), pero ya sin aquella chispa casi genial que los caracterizaba (bueno, en el caso de Cohen no estaría tan seguro: su álbum Popular Problems, de 2014, es una joya llena de poesía y excelente música).
Pero no hablemos del pasado más remoto del rock, saltémonos los decenios siguientes –los complacientes ochenta, los retumbantes noventa, los aceptables primeros diez años del nuevo milenio– y situémonos en el momento actual: la segunda década del siglo XXI.
¿Cuál es el estado del rock en este 2016? ¿Se trata de un muerto viviente, asesinado hace muchos años por la propia industria que lo absorbió y en buena medida lo neutralizó en aras de la lógica comercial, o los jóvenes que hoy lo siguen recreando en todo el mundo están siendo capaces de hacerlo de un modo fresco y con un mínimo de originalidad (si es que esta palabra todavía se le puede aplicar al género)?
Yo no sería tan pesimista, aunque parto de la premisa –e insisto en ella– de que ya no se puede inventar el hilo negro en el rock. Si bien no hay a la vista un flamante equivalente de los grandes exponentes de los años sesenta, setenta o noventa y si bien las nuevas plataformas de expresión y de difusión (desde las asombrosas herramientas digitales para grabar, hasta los grandes alcances de las redes sociales –o redes sociodigitales, como las llama con tino Raúl Trejo Delarbre– y de sitios virtuales como YouTube, iTunes y otros) promueven maneras distintas de abordar a la música, el espíritu primigenio que dio origen al rock permanece vivo, así sea muy escondido y en un porcentaje reducido de grupos y solistas.
Pero en gente como The Avett Brothers, Swans, Wilco, Weezer, TV on the Radio, Alabama Shakes, Palehound, Savages, Son Little, Andrew Bird y muchos otros persisten el alma, el placer, la inquietud, la creatividad para seguir haciendo música que no se ajusta a los patrones de eso que llaman el mainstream.
En una palabra: no todo está perdido. Al menos no todavía.
(Texto publicado este mes en mi columna "Comunicación interrumpida" del periódico cultural La digna metáfora que dirige Víctor Roura)
Published on August 21, 2016 18:07
August 20, 2016
¿La corrupción es cultura?
Si la respuesta fuese afirmativa, entonces el de México sería un pueblo muy culto.No se trata de un chiste o de hacerse eco de la declaración que hizo Virgilio Andrade en abril pasado, acerca de que la corrupción en nuestro país es un fenómeno cultural, y que tantas críticas provocó. Sin embargo, resulta imposible negar que la corrupción ha permeado históricamente en la sociedad mexicana (y en la de muchos otros pueblos: los escándalos al respecto se dan en las más disímbolas naciones, desde Venezuela hasta España y desde Argentina hasta Japón). Esto no quiere decir que todos seamos corruptos por naturaleza, sino que el sistema en el cual vivimos funciona como una maquinaria vieja y oxidada que para entrar en movimiento requiere muchas veces, malamente, de ese aceite espeso y maloliente que es la corrupción.
Lo vemos en todas partes y con los gobiernos de todos los partidos y sus burocracias. Para facilitar un trámite, se nos pide “la propina”, “el dinerito”, “lo que sea su voluntad”, el “ahí se lo dejo a su criterio”. Ya si aceptamos pagar o no, está en la conciencia de cada uno.
También lo vemos en los funcionarios de todos los niveles, en el contratismo, en las comisiones, en los portafolios repletos de billetes (a veces asegurados con ligas), en fin.
Pero la corrupción no es sólo económica, también es ética y moral y esa parte resulta quizá la más grave: cuando un gobernante o el dirigente de un partido mienten abierta y cínicamente (y además asegurando: “yo no soy corrupto”), eso también es corrupción.
No se trata de exculpar a persona alguna al decir que la corrupción se da en todos lados. Simplemente pienso que mientras exista esa doble moral que ve sólo la paja en el ojo ajeno, el problema estará cada vez más lejos de resolverse. O asumimos que se trata de un hecho generalizado y sistémico o seguimos acusando a los otros –siempre a los otros–, mientras nos damos hipócritas golpes de pecho y nos hacemos los indignados.
Por eso la corrupción en México seguirá imperando, así estén en el poder el PRI, el PAN, el PRD o Morena. Veamos las cosas como son. Sólo de ahí podrá partir el posible remedio.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
Published on August 20, 2016 18:00
August 17, 2016
Con Luis de Llano
Los participantes en la última emisión del programa "La hora cero",entre ellos nuestro grupo, el trío acústico Octubre (1974).Tuvieron que transcurrir más de 40 largos años para que volviera a ver a Luis de Llano Macedo, el célebre productor de televisión y promotor musical que en su palmares tiene creaciones tan disímbolas y podría decirse que hasta legendarias como el festival de Avándaro y el grupo Timbiriche.
¿Que por qué lo conocí en 1974? Porque con mis dos entrañables amigos Federico y Adolfo Cantú había creado el trío guitarrístico y vocal Octubre, el cual nació de hecho como dueto, en 1972, sólo con Fede y conmigo, para presentarnos primero en una junta de padres de familia del colegio Simón Bolívar, donde causamos mucha incomodidad entre los presentes al cantar mi composición "Pequeño cordero", una crítica al autoritarismo de los padres sobre los hijos, y más tarde en la Casa del Lago de la UNAM, en Chapultepec, para presentar lo que se llamaba "Canción debate", donde cantábamos algunas canciones mías con temas como el machismo, el feminismo, el deterioro ecológico, el sistema escolar, etcétera, y sosteníamos un debate con el público. Ambos teníamos 17 años de edad. Poco después se nos unió Adolfo, tres años más chico que nosotros y en 1974 surgió la oportunidad de presentarnos en la serie de televisión La hora cero, en el Canal 4, producido por Luis de Llano. Hicimos dos programas ahí y luego, a principios de 1975, Luis nos invitó a otro programa, éste en Canal 13 de Imevisión, que se llamaba Algo especial (ahí alternamos, entre otros, con el grupo tapatío La Revolución de Emiliano Zapata).
A De Llano le gustaban mucho mis canciones, en especial "Soy un director", pero no volví a verlo más..., hasta ahora.
¿Que por qué nos encontramos de nuevo? Por una razón muy simple: la reciente publicación de su libro autobiográfico Expedientes Pop. Le solicité una entrevista para los medios en los cuales escribo y hoy se llevo a cabo. Todo fue muy cordial, le mostré unas fotos que guardaba de La hora cero (como la que se muestra en este post) y luego accedió a responderme todo lo que le pregunté. Espero que la entrevista aparezca pronto.
Un reencuentro muy agradable.
Published on August 17, 2016 21:30
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