Óscar Contardo's Blog, page 98
August 28, 2017
Más y mejor Estado
En los debates sobre modernización del Estado, son muchos los que abogan por la idea de “quitarle grasa” para llegar a un Estado supuestamente ideal, “delgado” y pequeño, con un rol acotado al aseguramiento de estándares mínimos de calidad de vida, redistribución del ingreso y regulación económica imprescindible. Sin embargo, lo cierto es que la experiencia internacional muestra que, a medida que los países van creciendo y desarrollándose, van también alcanzando mayores niveles de bienes públicos, lo que conlleva un mayor rol y tamaño del Estado. Asimismo, el desafío del desarrollo requiere incorporar y operativizar la visión de largo plazo en la economía y la sociedad, con foco en el valor público, asunto que el mercado es incapaz de realizar. Así, por ejemplo, Chile es el país que menos gasta en ciencia y tecnología dentro de la OCDE, con solo 0,39% del PIB. Solo un Estado comprometido con el desarrollo de largo plazo podrá elevar esta cifra, al menos, al promedio OCDE de 2,38% del PIB. El Estado tiene como misión esencial el cumplimiento de esa función, pero este sentido de largo plazo requiere un horizonte que vaya más allá de un miope cálculo electoral de corto plazo.
Considerando lo anterior, el objetivo no debe ser desnutrir y diluir al Estado, sino fortalecerlo y perfeccionarlo. El desarrollo implica un Estado que crece con mayor gasto y, a la vez, haciendo más y mejor con lo mismo. Para seguir con la metáfora anterior, no se trata de quemar grasa sino de sustituirla por músculo bien distribuido. En ese entendido, esta columna reflexiona sobre la forma de lograr un Estado que cumpla satisfactoriamente sus crecientes roles, combinando adecuadamente las dimensiones política y técnica.
La dimensión política hace referencia a los mecanismos que permiten la adopción de políticas públicas, frente a la inevitable contraposición de principios e ideologías. La dimensión técnica, en tanto, atañe, principalmente, a la mayor o menor eficiencia y eficacia con que esas políticas se implementan. Así, en general, se acepta que la definición de los fines le corresponde a la política, mientras que la de los medios y tiempos sería, principalmente, pero no exclusivamente, técnica.
Por ejemplo, respecto del objetivo de resolver los problemas derivados de la falta de sangre para transfusiones, podría haber desacuerdos valóricos y corresponde que estos sean zanjados en el plano de la discusión política. Desacuerdos de carácter religioso, por ejemplo, se deben a diferencias ideológicas y de principios y, por lo tanto, no pueden ni debiesen resolverse por consenso, sino que a través de un debate democrático.
Por otra parte, la discusión sobre los mejores medios para resolver dichos problemas debería ser muy sólida en el aspecto técnico, aunque no exenta de aspectos que corresponde dirimir en el ámbito político. Algunos postularán, por ejemplo, que la manera más eficiente de lograrlo es con una campaña que promueva las donaciones voluntarias de sangre; otros podrán creer que la mejor vía para conseguir esto es pagando por su aporte. El análisis técnico podrá proveer información para establecer cuál de estos caminos es más eficaz y eficiente para concretar el objetivo, pero ello no siempre basta. Como sociedad podríamos tener también una definición política de que, por ejemplo, no es correcto que exista un mercado de sangre, descartando así de plano esa opción. Por otra parte, si definimos que el medio será una campaña de promoción de la donación de sangre, implementar esa campaña, de la forma más eficiente y eficaz, será una tarea primordialmente técnica.
Se requiere pues una clara distinción, institucionalmente respaldada, entre los espacios del Estado que debiesen estar sujetos al debate político contingente y los que debieran estar centrados en la técnica. Así, por ejemplo, nadie pondría en duda que la jefatura máxima del Estado es una definición política. Tampoco hay discusión sobre la designación de los ministros, pero, a medida que se baje más en el nivel de jerarquía del Estado -avanzando hacia la ingeniería de detalle y la implementación-, mayor peso deberían tener las capacidades técnicas y menor las adscripciones políticas, en los nombramientos y designaciones. A pesar de ello, el cuoteo en los niveles no políticos ha asolado a nuestro sector público con repartijas de cargos para compensar favores, en el marco de relaciones clientelistas y de padrinazgo. Superar esta situación es uno de los mayores desafíos en el camino de fortalecer el rol de largo plazo del Estado en nuestra sociedad. Entre muchas otras razones para esto, está el hecho de que relaciones clientelares llevan necesariamente a debilitar la capacidad del Estado para formular políticas más allá del plazo que media entre elección y elección.
Más técnica y más política
Para garantizar que algunos aspectos del Estado no estén sujetos a estas relaciones de padrinazgo, hace 14 años se introdujo un sistema de Alta Dirección Pública que ha modificado, principalmente, mecanismos de selección de personal estatal. Lo anterior se ha realizado buscando asegurar un estándar técnico mínimo en quienes ocupan cargos de jerarquía alta y media con funciones centradas en la implementación y fiscalización de las políticas de gobierno.
Un criterio útil para evaluar el éxito en la profesionalización de esos mandos es la duración promedio en las jefaturas de los servicios. Un sistema basado en nombramientos técnicos de personas abocadas a la implementación eficaz y eficiente de políticas públicas, no debería mostrar la corta permanencia en esos cargos que nuestro Estado registra: un promedio de 2,1 años de duración y en algunos casos sólo un año. La naturaleza transaccional de las designaciones, en numerosos servicios del Estado, es pues un tema clave aún pendiente para que dispongamos de un Estado a la altura de las necesidades sociales y económicas de nuestro país. El caso del Sename constituye una prueba evidente y un desgarrador clamor de aquello.
Otro de los grandes déficits estructurales de nuestro sector público es la inexistencia de una adecuada carrera funcionaria. Se requiere repensar la relación entre el Estado y las personas que trabajan en él, con perspectiva de asegurar un cuerpo de funcionarios de excelencia y comprometidos con el sector público y la ciudadanía, en el marco del reconocimiento y promoción de la valorización social del funcionario público. En Chile hay muy buenos funcionarios públicos y es importante que eso se reconozca institucionalmente. Esto requiere proveer estabilidad laboral junto con movilidad funcional y un rediseño de las escalas de remuneraciones, de ascenso, promoción y formación profesional para que tengan en la mira los desafíos del Estado en el mediano y largo plazo, mucho más allá de la contingencia política.
La indicada politización transaccional y clientelista de funciones estatales constituye, generalmente, el foco de la crítica y de la apelación a una reforma del Estado. Sin embargo, para la consolidación de un Estado a la altura de las necesidades de nuestro país, resulta igualmente importante el asegurar la mayor politización de ciertos cargos.
En efecto, el mejor ministro no es aquel que posee los mejores pergaminos técnicos, sino aquel capaz de liderar su cartera -en sintonía con la ciudadanía y haciendo buen uso de habilidades tácticas y estratégicas- hacia el logro de los objetivos políticamente establecidos. Sin embargo, hoy existe en Chile una excesiva tendencia a sobrevalorar la técnica en detrimento de la buena política, también en los niveles superiores del Estado. Esto como resultado de poderosas razones: una ideología de despolitización de la política o “neutralización” de la política, como lo ha denominado Fernando Atria, bajo el peso de la ilusión de los consensos políticos que la paralizante Constitución heredada de la dictadura impone, así como la tecnócrata concepción de la política de los consensos adoptada por la Tercera Vía durante la transición. Además, fomenta esta situación el régimen fuertemente presidencialista que tiende a concebir a los ministros de Estado como obedientes asesores e implementadores al servicio de la figura magna. En este sentido, por ejemplo, es perfectamente legítimo dar el debate político sobre la condición de la educación pública como derecho social y que, por su naturaleza, no debiese someterse a lógicas de mercado. No solo la técnica tiene algo que decir al respecto. Una reforma del Estado que sacuda y libere de esos lastres, que obliga a falsos consensos, y aumente el necesario debate político en el Estado, es pues, también, profundamente necesaria para un Estado más eficaz y más democrático.
Una reforma profunda del Estado debiese ser una bandera central de los que creemos en una sociedad de derechos y más democrática. Un mejor Estado será uno con mayor y más clara delimitación entre espacios políticos -de deliberación sobre los fines de las políticas y sus medios- y espacios técnicos que se encargan de la implementación de lo definido políticamente. Eso facilitará el incorporar decididamente al Estado -sin injustificadas vacilaciones de legitimidad- aspiraciones y objetivos políticos y también de eficiencia. La propuesta progresista puede así ser más justa en la distribución de la riqueza, pero también más eficaz en el logro de un crecimiento sostenible. Esto a través de un rol protagónico del Estado garantizando derechos sociales, pero también ejerciendo un control democrático de nuestro modelo de desarrollo. Todo esto significa y requiere más y mejor Estado.
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August 27, 2017
La receta del gol
Quedan pocos días para que el carrusel de las clasificatorias para el Mundial de Rusia 2018 vuelva a rodar. A solo cuatro fechas del término del torneo, las posibilidades de Chile de inscribirse por tercera vez consecutiva en una Copa del Mundo están al alcance de la mano. Ubicado en el cuarto lugar, apenas una unidad por arriba de Argentina y con la incertidumbre respecto de lo que pueda dirimir el TAS sobre los puntos otorgados por secretaría tras el partido con Bolivia, La Roja no puede permitirse, a lo menos en los partidos como local, un relajo que le signifique ceder terreno en la recta final. Por lo mismo, la victoria ante Paraguay en el partido de este jueves resulta clave.
Sobra decir que no es un partido fácil. Aunque marchen en la séptima posición y sean el equipo que menos goles ha convertido en las clasificatorias, los guaraníes siempre han ofrecido dura batalla. Más aun si se considera que algunas de las máximas figuras del equipo chileno llegarán con poco fútbol a disputar tanto el encuentro del jueves como el match ante Bolivia, la próxima semana.
Lo de Bravo no debiera llamar a preocupación. A la Copa Centenario llegó sin jugar en su club en las fechas precedentes y sin embargo rindió como si hubiera estado en máxima forma -qué mejor recuerdo que la definición por penales ante Portugal-. En este sentido, Bravo, juegue o no juegue en su equipo, siempre será un aval de solvencia defensiva para un partido de esta naturaleza.
Sin embargo, Alexis Sánchez dejó algunas dudas respecto de la forma futbolística en la que llegará al duelo de este jueves. Después de 54 días de ausencia, volvió este fin de semana a las canchas frente al Liverpool. Y aunque pareció estar recuperado de la lesión abdominal -corrió y luchó pelotas-, no pudo ser un factor de desequilibrio a favor del Arsenal, que terminó cayendo por 4-0. Además, la indefinición de su futuro -¿seguirá o no en los Gunners?- puede ser una variable que lo afecte de cara al arco paraguayo.
Seamos claros, al partido del jueves no llega la mejor versión del tocopillano.
Por fortuna, las fichas de ataque ofrecen alternativas más que interesantes como para poder apelar a la única receta válida para este duelo: el gol.
La primera buena noticia es que Eduardo Vargas parece haber despertado de ese letargo que vivió con las camiseta del Valencia, del QPR y del Hoffenheim. En Tigres ha vuelto al gol -sigue en racha: este sábado marcó un golazo-, además de ser un actor relevante en el juego de su nuevo equipo.
La segunda es el alto nivel por el que pasa Nicolás Castillo en Pumas. El ex UC ha madurado y se ha hecho fuerte. Suma cinco goles en el torneo mexicano, y aunque llega con una molestia en el tobillo, perfectamente podría vestirse de titular para el duelo con los paraguayos.
A ellos se suma Esteban Paredes, el delantero albo demostró en el clásico que está más vigente que nunca. Experiencia, oficio y eficacia frente al arco, dejó en claro este domingo que sobran razones para que Pizzi lo convoque y que puede ser una llave efectiva para abrir cualquier defensa. Más todavía considerando que Chile hará de local en el Monumental, una cancha que Paredes conoce mejor que nadie.
Entonces, a pesar de la inquietud que puede provocar la particular situación de Alexis, hay razones para estar optimista de cara al partido del jueves. Incluso, por ahí Pizzi vuelve a abrir la puerta para que el Mago Valdivia se vista de rojo. Sería lindo que el ahora colocolino regrese a la selección para ofrecer ese partido que todos estamos esperando y que aún no llega.
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August 26, 2017
Empedrado financiero
Reza el dicho: “el cojo siempre le echa la culpa al empedrado”. Será un refrán poco inclusivo, pero no políticamente incorrecto, cuando a eso parecen estar dedicados algunos candidatos presidenciales. Las encuestas no favorecen a Alejandro Guillier por sus actitudes confusas y escapistas, y el desorden de su campaña. A Carolina Goic se le desdibuja la opción basada en un estándar ético exigente, que se aplicó sesgadamente solo a Ricardo Rincón, mientras que su tienda contradice el camino propio al apoyar en Arica al “Panzer”, en desmedro de la candidata DC, y al cerrar una lista parlamentaria con partidos chavistas. Una colección de desaciertos imputables únicamente a ellos.
Pero Guillier culpa al empedrado financiero de lo cuesta arriba que va su campaña: dice que ni el BancoEstado ni la banca privada le prestan para financiarla. Goic se sube al carro, pidiendo que el gobierno tome cartas en el asunto, si no quiere entregar el poder a Piñera. Se olvidan que la Constitución prohíbe que un parlamentario celebre contratos con el Estado, lo que incluye al “Banco del Estado”, y que la ley de financiamiento electoral contempla que los partidos que están detrás de sus candidaturas -que reciben fondos públicos- les hagan aportes. ¿Y a qué se refiere Goic con que el gobierno “tome cartas en el asunto”? Acaso, ¿que se salte la ley, que proponga una legislación exprés de excepción hecha para los candidatos oficialistas o que use su poder para presionar a bancos privados? Todo no es más que un distractor de sus propios yerros.
Hay razones por las cuales la banca puede negar un crédito a un candidato. Desde luego, la seguridad de recuperación del préstamo. El retorno siempre se garantiza con el reembolso de gastos de campaña que otorga el Fisco según la ley electoral, cuyo monto se va en función de los votos obtenidos por los candidatos. Mirando las encuestas, prestarle a Guillier tal vez no es el negocio más seguro; y quizás por eso los partidos que lo apoyan también se han resistido a “ponerse”. Además los bancos, tanto por prácticas internacionales como por el enojo ciudadano, son más sensibles ante las personas políticamente expuestas (“PEP”) y probablemente prefieren “pasar”.
Pero puede haber otra causa, que no es políticamente correcto mencionar: que un candidato presidencial pretenda que bancos privados lo financien, cuando proclama que mantendrá el rumbo de las reformas que han sido responsables que la economía esté estancada y que, incluso, en cualquier momento es capaz de plantear como medida la estatización de la banca (ya antes las emprendió contra las “multinacionales”), es como pedir demasiado.
Con tanto reclamo terminó apareciendo una entidad financiera privada dispuesta a cursar un crédito. Una operación que seguramente no ve tanto riesgo en el corto plazo, pero que a la larga se puede transformar en un mal negocio.
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Tres pases seguidos
La aprobación del proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales constituyó un gran triunfo para esta administración. Dicha iniciativa siempre tuvo una dimensión simbólica muy relevante para Michelle Bachelet y, quizás en algún sentido, paga o compensa los tantos sinsabores y reveses que ha enfrentado en su segundo gobierno. Algo similar ocurrió con la consolidación legal de la gratuidad y, en la batalla que se viene, por lo que se resuelva sobre el proyecto de educación pública.
Y aunque es cierto que todos los gobernantes tienden a mejorar su aprobación en el último año de mandato, creo que esta vez la variación no será muy significativa, cuestión que tampoco debería quitarle el sueño a los estrategas de palacio. Desde un principio se supo que no sería fácil. Demás está decir que los innumerables errores hicieron las cosas todavía más difíciles. Pero, a estas alturas, el poder plasmar una parte significativa de la idea original que se tuvo hace cuatro años, vale mucho más que un puñado de puntos en las encuestas.
En todo caso, dudo que este relato de la trascendencia con que hoy se intenta compensar la baja aprobación ciudadana, que incluso quiso presentar a la Presidenta de la República como una suerte de mártir, que sacrificó su patrimonio político y se expuso a las incomprensiones de su tiempo, y todo por el cumplimiento de un bien mayor; dudo, insisto, que ese discurso haya sido parte de la estrategia original. Pero la verdad es que, nuevamente, poco importa, especialmente si además de sentir que en lo sustantivo se cumplió con la tarea, puede también inyectarse algo de orgullo y energía a las alicaídas huestes oficialistas para la próxima elección.
Es ahí donde el gobierno todavía juega un rol relevante. Quién lo diría, pero la administración peor evaluada por los ciudadanos desde que recuperamos la democracia, sigue siendo el sustento y quizás la última esperanza para una coalición cuyos candidatos se bandean entre el desgano y la impotencia. En efecto, en las últimas semanas el Ejecutivo no solo retomó el protagonismo en la agenda, chicoteando a los suyos y arrinconando a los adversarios, sino que ha provisto de municiones para enfrentar la próxima batalla con algo más de dignidad que la hasta ahora exhibida por sus representantes.
Se presentó la reforma a nuestro sistema de pensiones, como también el proyecto de inmigración. Sabremos en breve el contenido de la propuesta para una nueva Constitución, como también deberemos discutir el matrimonio igualitario con posibilidad de adopción incluida. Y, como corolario, más temprano que tarde se viene el cierre del penal de Punta Peuco.
Y aunque el partido se sigue perdiendo por goleada, al menos ya demostraron que pueden dar tres pases seguidos. Ya veremos si esto tiene algún efecto en el respetable.
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Inscritos los pingos empieza la carrera
Ya están inscritos los candidatos. En la presidencial son nada menos que ocho: Piñera, Kast, Guillier, Sánchez, Goic, Artés, Navarro y ME-O. Hay diversas encuestas, aunque cada candidato dice que tiene las propias y que son diferentes a las que se conocen públicamente. Lo cierto es que la clave final será la cantidad de votantes, tema en que las encuestas aún no parecen muy certeras. Cadem estima que, con las respuestas de hoy, la participación sería de alrededor de 45%. Hay otros que creen que será mucho menor, como en la última elección, y otros como yo que creen que será mayor. Es la clave, y es por ahora incierta.
Con las cifras de hoy son más o menos así: por la centroderecha Piñera está en torno al 46%, Kast 5%. En la Nueva Mayoría o lo que sea hoy, Guillier 18%, Sánchez 18%, Goic 7%. Por otro lado, está Artés que no debe llegar al 1%, Navarro similar, y ME-O que podría tener un 4%. De estas cifras eventuales surgen varios puntos interesantes.
El primero, en la lógica de grandes coaliciones (que desaparecerá en esta elección) es que entre la suma de los dos primeros y el resto la cosa es más o menos empate, suponiendo que todos se unan en segunda vuelta, lo que es muy poco probable. El mapa político del país será completamente diferente desde el 2018. Gran duda se cierne sobre la “patria resiliente” que nadie entiende mucho.
Segundo, con ocho candidatos es muy difícil que alguien gane en primera vuelta. Kast podría ser quien evite que Piñera gane en primera vuelta, lo que sería un golpe demasiado duro a la centroderecha. Podría recordarnos al famoso cura de Catapilco. Kast sostiene que trae nuevos votantes y que pasará a segunda vuelta con Piñera, como ocurrió en Perú. Es en efecto posible pero poco probable.
Tercero, el Frente Amplio ha sufrido un severo golpe cuya magnitud electoral aún no sabemos, pero pareciera que no es menor. Su principal bandera de lucha que era la nueva política, simplemente se desmoronó. Pero en el otro lado, Guillier sigue de tumbo en tumbo y su campaña se mantiene disgregada, sin mensajes claros, y con el candidato claramente desganado. Los partidos que lo apoyan lo critican y el candidato comete error tras error.
Lo que se aprecia en las tendencias es que Piñera sigue subiendo, Guillier está estancado y Sánchez declina sistemáticamente, como lo hizo Guillier en su momento. La próxima semana tendremos la encuesta Adimark, Cadem y muy pronto la CEP. Eso definirá claramente el punto de partida en términos de encuestas.
En las parlamentarias el guirigay es increíble. Mirando las listas queda en evidencia que varias figuras políticas tradicionales quedarán atrás, y las sorpresas pueden ser mayores. Es parte del rebaraje del naipe en curso. Ahora sabremos de verdad cuánto pesa el Frente Amplio y cómo se ordenará la izquierda para el futuro. El PS le regaló un senador al PC e Insulza ha hecho el loco como nunca mendigando un cargo. Lo nombraron mañosamente en el tema de La Haya para hacerlo candidato, postergando el interés nacional. Abandonó el cargo para ser presidencial, pero lo bajaron. Partió a Atacama, una sandía calada, y lo bajaron por el PC; dijo pública y taxativamente que no iría a ninguna otra circunscripción, pero ahora está inscrito en Arica. De no creer. Más difícil aún es entender el apoyo formal de la DC, que tiene su propia candidata en la zona.La contienda está sabrosa, y tendremos mucho que comentar. Por ahora solo hemos partido. Ojalá la polarización y la inmundicia no invadan la elección.
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El daño
El titular de Economía -Luis Felipe Céspedes- decidió no pronunciarse en el Comité de Ministros sobre el proyecto minero-portuario Dominga, argumentando que dicha instancia no tuvo a tiempo los antecedentes para resolver de manera seria e informada. En los hechos, la autoridad reconoció de manera implícita que, al rechazar un proyecto de US$ 2.500 millones, los integrantes de dicho comité resolvieron prácticamente a ciegas, sin exigir lo mínimo necesario para poder ejercer sus atribuciones de manera responsable. Si quedó alguna duda de la actitud negligente denunciada por el ministro, dos días después el subsecretario de Hacienda -Alejandro Micco- lamentó que en este caso se hubieran tomado ‘decisiones apresuradas’.
A lo insólito que resultó escuchar a miembros del gabinete denunciando las irresponsabilidades de su propio gobierno, se agrega el que esas opiniones no fueran oficialmente desmentidas y que dichas autoridades, además, sigan en sus cargos. Una señal que confirma lo poco que a la Presidenta y a sus colaboradores les preocupa en la actualidad el destino del Ejecutivo. En la misma lógica, hace dos semanas el equipo asesor de la Mandataria la expuso a tener que reconocer que no conocía el informe de productividad asociado al proyecto de reforma previsional; un informe cuya seriedad intentó además poner en duda, ya que también ignoraba que fue elaborado por sus propios ministros y que ese mismo día estaba de titular en los principales diarios. Michelle Bachelet terminó entonces reconociendo que esa mañana no tuvo tiempo de leer la prensa.
Pero no solo el gobierno ha sido didáctico para ilustrar la forma en que toma decisiones en materias relevantes. También los partidos políticos fueron elocuentes a la hora de tener que cumplir con la ley de cuotas, es decir, con la legislación que los obliga a tener al menos un 40% de candidaturas femeninas en su plantilla parlamentaria. Una iniciativa cuyo sentido era reforzar la participación de las mujeres en política, pero que terminó en muchos casos siendo usada como un mecanismo para eliminar el riesgo de competencia a sus compañeros de lista, poniendo a mujeres de mínima o nula viabilidad electoral. Así, un sincero esfuerzo por avanzar en equidad de género en el Congreso es debilitado y desdibujado por los mismos que apoyaron con sus votos dicha modificación.
Por último, esta semana se escuchó a Alejandro Guillier y Carolina Goic reclamar por los problemas de financiamiento de sus campañas presidenciales, cuando ellos estuvieron también entre quienes discutieron y aprobaron la nueva legislación. En efecto, los que hicieron de la separación entre dinero y política un estandarte ideológico, los que exigían con toda razón acabar con la influencia de los empresarios en los eventos electorales, ahora no tienen problema en cuestionar a los bancos por no querer correr el riesgo reputacional de prestarles dinero.
Al final del día, autoridades de gobierno que hacen ostentación de tomar decisiones de manera desinformada, y parlamentarios que no asumen las consecuencias de las leyes que aprueban, le generan al país un daño enorme.Un daño político e institucional que, según muestra la experiencia comparada, se hace cada día más difícil poder revertir.
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El derrumbe del otro modelo
“Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, sean correctas o equivocadas, son más poderosas de lo que se piensa. De hecho, el mundo es gobernado principalmente por ellas”. Esta frase de Keynes es tan famosa, que, a pesar de repetirla, rara vez le tomamos el peso. Lo que implica es radical: nuestra comprensión de la realidad siempre está mediada por construcciones intelectuales que pueden corresponder mejor o peor a los hechos. Y ya que no hay ningún acceso directo a esos hechos, despreciar la fuerza de las ideas en nombre del “practicismo” es simplemente entregarse irreflexivamente a los propios sesgos: nada menos práctico.
Pero no solo los “hombres prácticos” criticados por Keynes se equivocan. También lo hacen las personas que se niegan a evaluar la forma en que sus ideas interactúan con la realidad, y que siempre terminan cargándole toda la responsabilidad a ella cuando se ven frustrados.
Tal es el caso de los fanáticos de todas las tendencias que, frente a las consecuencias prácticas negativas de sus doctrinas nos dicen “no te equivoques, eso malo que ves no es el VERDADERO socialismo, capitalismo o lo que sea”. ¿Y qué es el verdadero socialismo, capitalismo o lo que sea sino la interacción de esas doctrinas con la realidad concreta en que son aplicadas?
En el caso de Chile, las ideas que predominaron durante los últimos 30 años han comenzado a ser cuestionadas, en la medida en que las preocupaciones y prioridades de la sociedad se han ido transformando junto con el desarrollo experimentado. Hay nuevas preguntas para las que no hay respuestas claras. Y la tentación de rechazar en fardo la experiencia de estos últimos años y entregarnos a delirios refundacionales está a la orden del día. El primer experimento en este sentido ha sido el de la Nueva Mayoría, que se inspiró en las propuestas que un grupo de intelectuales de izquierda planteó en el libro El otro modelo, que declaraba la intención de ser “El ladrillo” de esta nueva etapa política. Bachelet presentó el libro compromisoriamente, sumó a casi todos sus autores a sus grupos programáticos y fijó las prioridades de su gobierno siguiendo su receta. Y el resultado ha sido bastante malo.
Frente a la impopularidad del gobierno, los autores del libro han optado por desentenderse de él. “Esto no es el VERDADERO otro modelo”, dicen. Alegan una mala aplicación de sus ideas, sin especificar esos supuestos errores. Y evitan siquiera pensar que los malos resultados del gobierno sean el efecto de sus ideas en contacto con la realidad.
Sin embargo, este debate, que es el que la publicación del libro El derrumbe del otro modelo por parte del IES y editorial Tajamar pretende propiciar, es quizás el más importante de dar en el contexto de las próximas elecciones presidenciales, donde deberemos decidir si queremos seguir profundizando “el otro modelo”.
Y es que si las ideas tienen consecuencias, promoverlas exige, también, asumir la responsabilidad de evaluar sus efectos.
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Candidatos representativos
Panzer: Yo seré candidato por Atacama o no seré candidato. Así de simple. Ustedes tienen que entenderme: me debo a mis conciudadanos de Atacama. He sido siempre un gran atacameño. Sé bailar el trote atacameño, celebro el Día del Minero. Si tuviera un hijo le pondría Atacamo.
Elizalde: ¡Tú vas a ir por Arica!
Panzer: Me encanta Arica. Siempre me he sentido tan ariqueño. El Morro, la frontera, el histórico Carlos Dittborn, las papayas…
Elizalde: Las papayas son de La Serena.
Velasco: Yo en cambio competiré por el Maule. Es que soy tan maulino. Con la Consuelo siempre hemos estado conectados con el Maule. Me encanta el Maule. Maule, Maule, Maule. Suena tan moderno.
Elizalde: Fíjate que yo también voy por el Maule. Pero soy mucho más maulino que tú.
Velasco: No lo creo. ¿Les conté que mi abuelita era maulina?
Elizalde: En cambio yo nací en Talca.
Velasco: Pero eras diputado por Lo Espejo y San Miguel.
Elizalde: Es que soy un talquino muy cercano a esas comunas. Por ejemplo, me conozco todas las canciones de Los Prisioneros, que, por si no lo sabes, son oriundos de San Miguel.
Sfeir: Qué maravilloso el alineamiento de astros galácticos que ha posibilitado que los tres compitamos para ser senadores por el Maule. Propongo que unamos nuestras manos y en plena concordancia con la naturaleza que nos rodea meditemos sobre el significado de esta coincidencia.
Velasco: Con la Consuelo siempre meditamos, ¿pero tú qué tienes que ver con el Maule?
Sfeir: Percibo en tu pregunta una cierta alteración que genera vibraciones negativas en el ambiente. Intenta superarlo. Respira profundo. Inhala, exhala. Recuerda que ambos somos economistas, pero yo trabajé en el Banco Mundial y, como es mundial, también abarca a Talca, ¿cachai?
Díaz: Lo que es yo seré diputado por Valparaíso. Me inclino por la cosa portuaria, la bohemia, el océano, el Cinzano y todo eso.
Panzer: ¿Pero no querías ser senador por Aysén? Estaba convencido que lo tuyo era el sur.
Díaz: No, no, no. Pero qué confusión. Yo me debo al puerto principal.
La nona: Me carga la gente que anda mendigando puestos en el Congreso. Yo, en cambio, compito por Puente Alto porque nosotros los Ossandón somos nacidos y criados en la zona.
Díaz: ¿Pero tú no vives en La Dehesa?
La nona: Bien reguleque y mal intencionada tu pregunta. Llevamos años trabajando por Puente Alto. Si hasta tengo una hija concejala. Los candidatos deberían tener relación con el lugar donde postulan, como este gallo Iván Fuentes, que es como típico de Aysén.
Fuentes: Pero de qué habla, si yo soy candidato por La Cisterna.
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La inscripción, la brecha y las platas
La confección de las listas parlamentarias es un momento especialmente dramático en la vida de los partidos. De algún modo, es la hora de la verdad. La selección de candidatos no sólo es un trabajo en el que las colectividades escogen a sus mejores hombres y mujeres para representarlos, sino también la instancia en la que fijan los estándares de calidad de la clase política del país. Obviamente, los partidos llevan a cabo esta función atendiendo a numerosas consideraciones. Mientras algunos entran a las plantillas en función de los nexos que han generado con sus partidos como dirigentes o como parlamentarios, otros lo hacen como militantes rasos, en calidad de apuestas por la renovación. Unos son escogidos en base a su coherencia ideológica, otros en base a su popularidad. Hay candidatos que son para ganar y hay también candidatos que son solo para acompañar o dar testimonio. Hay candidatos que lo son porque constituyen un lujo para los partidos que los llevan y hay otros casos en cuales, por la inversa, en que es el partido el que es un lujo para ellos. En fin, no en último lugar, esta vez también hay candidatas que lo son solo para cumplir las cuotas de género establecidas por ley.
Como ha ocurrido siempre, en la experiencia reciente de inscripción de las listas parlamentarias hubo de todo. Se dirá que no fue un espectáculo muy edificante. Sin embargo, las cosas nunca han sido muy diferentes. Los insumos de esos episodios no tienen buena presentación y son conocidos: encarnizadas guerras de egos, muchos aspirantes heridos, viejas lealtades que se fracturan para siempre, nuevas trenzas internas de poder que eran impensadas, atribuladas negociaciones de último minuto, muchos tira y afloja tras bambalinas, oportunismo rampante incluso en quienes se decían puros y súbitos tributos a las convicciones, incluso de parte de quienes nunca las tuvieron. Así es la política y no hay sistema electoral que pueda corregirla.
Pero dicho eso, y libres ya los partidos del estrés que les significó el trance de la inscripción, y que corresponde a un proceso del cual la gente preferiría no saber, porque lo único que hace es desvalorizar todavía más la política ante la opinión pública, viene ahora el reto, primero, de conectar con la ciudadanía y de hacerlo, segundo, en un contexto de austeridad que es nuevo en la política chilena, atendido que prácticamente se acabó el financiamiento privado de las campañas y hoy el grueso de los recursos proviene del Estado.
Son dos desafíos contundentes. El primero, el de la conexión, debería traducirse en un proceso conducente a ir cerrando las brechas que durante este gobierno han ido distanciando la política tanto de las necesidades como de las expectativas ciudadanas. De otro modo no se explica que tengamos una clase política muy polarizada, y radicalizada incluso, y un electorado que en lo básico sigue siendo moderado. Alguna vez se tendrá que estudiar el persistente desacople que se inicia cuando la actualmente agónica Nueva Mayoría elabora un diagnóstico del malestar de la sociedad chilena con el cual la mayoría del país desde muy temprano se mostró disconforme o en franco desacuerdo. En un sistema político menos rígido que el nuestro eso debería haberse expresado en rectificaciones del oficialismo o en deserciones políticas importantes. Pero no las hubo. Hubo corcoveos, hubo rezongos y hubo amenazas, sobre todo de parte de sectores de la DC, pero al final lo que se impuso fue la disciplina y la incondicionalidad. Donde no primaron los ideologismos, bueno, primaron las prebendas del poder. El presidencialismo chileno tiene razones que, aun no siendo reconocidas ni por la inteligencia ni el corazón, pueden ser muy poderosas para los partidos hambrientos de cargos y contratos. Por lo mismo, ante un escenario tan distorsionado, debieran ser ahora los ciudadanos los que reimpongan la lógica democrática. Se habla mucho de la crisis de la democracia representativa en Chile, porque la gente participa poco y los niveles de abstención son altos. Pero se habla poco de este otro vacío de representatividad, generado por una política que no sólo se ha vuelto indiferente a lo que la gente piensa, siente y quiere, sino que incluso, arrastrada por los gritos de la calle, se declara adversaria de las aspiraciones mayoritarias más profundas.
En el plano del financiamiento ya se están oyendo los primeros gimoteos. Los de esta semana del senador Guillier debieran ser incorporados a la antología de la inconsecuencia política. Como senador, debiera saber que empresas públicas como BancoEstado no pueden conceder créditos a los parlamentarios y debiera también sospechar que el incentivo que tiene la banca privada para dárselos es nulo atendidos los escándalos pasados y los riesgos futuros envueltos en el financiamiento de la política. Aducir que esto no fue así en la campaña del 2009 es colocar un estándar muy bajo y que en realidad fue vergonzoso. Por lo demás, el senador debería comenzar a hacerse responsable de las leyes que votó. Los problemas económicos que está enfrentando su campaña eran perfectamente predecibles y una candidatura ciudadana como la suya debería haber diseñado una estrategia para enfrentarlos. Lo cierto es que en este tema ha habido mucho fariseísmo. Lo hay sin perjuicio de que la sociedad chilena sigue haciéndose un poco la desentendida cuando se pregunta por quién debería financiar la política. Como todos miran para el techo, la respuesta de cajón en la actualidad es papá Estado, aunque es un secreto a voces que eso es insuficiente. Los partidos políticos, desprestigiados como están, por otra parte, tampoco han generado una cultura de aportes desde la sociedad civil, que es canal más vigoroso de soporte de la política en democracias desarrolladas. En algún momento seguramente tendrán que hacerlo. La pregunta es cuándo. Lo único claro es que, mientras eso no ocurra, los lloriqueos sobran.
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Bye Bye Blackbird…
Preparémonos para un posible adiós al período de exaltación nacional y guerra civil generacional que nos ha embargado los últimos cuatro años. Preparémonos para no saber más de evaluaciones de la gestión de la administración pública celebrados por una empresa cuyos ex dueños son examinados por la Contraloría y cuyas oficinas son inubicables, pero que, desde la clandestinidad domiciliaria, nos comunica con júbilo haber un 100% de exitoso mejoramiento. Preparémonos para no oír más a doña Narváez culpando a Piñera de “aprovechamiento político”. Preparémonos para que todo eso sea reemplazado, Dios mediante, por un quehacer siquiera medianamente inteligente. Y desde luego, preparémonos para despedirnos del frenesí de los termocéfalos porque su momento está pasando. Aun en el Frente Amplio la pleamar de entusiasmo púber que pretendía redimir la galaxia se repliega poco a poco. Los más listos de dicho sector se han dado cuenta -y lo han dicho- que las mejillas sonrosadas no son una virtud ni menos una recomendación.
En efecto, si las encuestas reflejan la realidad se diría que terminan ya los tiempos cuando el éxtasis político-psicótico era droga de consumo masivo. Fue una época que será recordada por sus marchas incesantes, pretenciosos y vacíos eslóganes coreados por dos tercios del país, una increíble glorificación de los colegiales, un esperarse la salvación de las “caras nuevas” y finalmente el imperio estético de Camila Vallejo, hoy ex reina de la primavera del progresismo. En ese clima se apoyaban los altos ratings de madame Bachelet y de esa sustancia anímica brotaba también el jolgorio con que se miraba el apaleo mediático y jurídico de los empresarios, así como finalmente, en el crepúsculo de dicha fase, de ahí vino la onda de energía alimentando el fugitivo entusiasmo -hoy en trances de dilapidarse- por la llegada meteórica del acogedor y socarrón Alejandro Guillier.
Tanta épica diaria cansa, pero además desentonaba; los versos eran y son pésimos y por todo eso se está desvaneciendo. El voluntarismo mitad histérico y mitad histórico aportado por infantes en un lado y ancianos en su segunda infancia por el otro, viejos tercios que no han podido desprenderse de su pasado, llegó a su fecha de expiración; al menos para la población en general el péndulo terminó su recorrido hacia la izquierda, se detuvo y comienza su viaje hacia el otro extremo, el de la “derecha”, el del modelo neoliberal, el del sentido común.
La Canción del Adiós
Pese a eso no será fácil desprenderse de la pegajosa crema pastelera cocinada durante años a base de altiva pretensión moral, buenas intenciones y malas elucubraciones. Los revolucionarios de sofá mirarán con nostalgia el período que se va y hasta les parecerá un paraíso perdido… una vez más. Para otros el salir del hechizo será como el trauma que provoca emerger de una disco a la implacable luz del amanecer y al trino majadero de los pájaros madrugadores. Ahí es donde y cuando entra la canción Bye Bye Blackbird. La recomiendo fervorosamente a los lectores. Fue compuesta en 1926 y pese a su tranquilo optimismo no logró ser un inmediato hit, pero terminaría siéndolo a partir de 1929, en los años oscuros de la depresión. Siempre es bueno oír a alguien decirnos que se pueden encerrar los pesares en la maleta e irnos a otro territorio. Es curioso, pero es preciso animarse hasta para abandonar las malas rutinas y las desgracias. Dicho sea de paso, la canción tiene una historia muy curiosa; fue usada por los nazis con letra ad hoc para desmoralizar a las tropas aliadas para luego, en otra voltereta sufrida durante los años 60, ser adaptada por los supremacistas blancos para reírse del movimiento de los Derechos Civiles. Más tarde dos de los Beatles la usaron en sus respectivos álbumes, Ringo Starr para Sentimental Journey de 1970 y Paul McCartney para su CD Kisses on the Bottom del 2012. Ahora la vieja y venerable torta, aun sabrosa y comestible, nos viene al pelo para despedir con buen ánimo y templada confianza un período de malos resultados en todo orden de cosas, pero además, por añadidura, trepado primero a una arrogancia monumental, ahora último a un caradurismo digno de tahúres y siempre, de principio a fin, a lomos de una pedantería y soberbia en virtud de la cual incluso hemos visto y oído, con pasmo, a escolares de 14 años dando cátedra en materia económica, política, ambiental, ética y hasta de cálculo tensorial.
Comezón e impaciencia
La fiesta ya termina; fue intensa pero ruinosa y llegó el momento de recoger los platos rotos y poner orden. Los tratadistas del futuro quizás sean perdonadores y dirán que la psiquis nacional necesitaba el desparramo. Después de 20 años de Concertación el país se moría de aburrimiento. Los cabros “no estaban ni ahí” y también en los adultos empezó a desarrollarse esa comezón e intolerable impaciencia que produce un período demasiado largo con más o menos de lo mismo en el menú de cada día y de cada año. Fue cuando los carcamales de la izquierda, estando el país sólido y en paz, comenzaron a soñar con el Segundo Advenimiento para poner de una buena vez en ejecución sus utopías de la adolescencia; los adolescentes, por su parte, quisieron experimentar cómo es eso de ser adultos y a la pasada salvar la nación; los “teóricos” del progresismo se hicieron tiempo para mamarse un esperpéntico tratado publicado por la Unicef o algo parecido en el cual creyeron ver la profecía del inminente apocalipsis; los partidos de la Concertación, aquejados de severa artritis, imaginaron posible resucitar al muerto con más de lo mismo o más bien más de la misma, la señora Bachelet; en breve, cada quien se desperezó y agitó y reacomodó dando por seguro lo que nunca lo es, el orden y el crecimiento, la casa bien puesta, cocina y baño funcionando, techo y parqué en buen estado.
Las placas tectónicas
Pero, ¿ocurrirá dicha despedida? Es bastante posible. No hace mucho hablamos de deslizamientos tan poderosos pero invisibles como los de las placas tectónicas. Desde entonces a la fecha no hemos sino comprobado que el proceso continúa a incrementada velocidad. Bajo las resquebrajadas capas institucionales de los partidos, los cuales pactan, subscriben, deciden y prescriben como si manejaran ejércitos de autómatas, subterráneas corrientes cambian de lugar las preferencias y los futuros votos. Una frase se lee -me dicen- en las redes sociales y se oye con cada vez más frecuencia en todas partes. Es la siguiente: “Nunca he votado por la derecha, pero…”.
¿Y qué sucede si eso no ocurre? ¿Si Guillier se corona presidente gracias al apoyo de toda la izquierda unida en un supremo esfuerzo de disciplina y sacrificio, gracias al instinto de supervivencia de quienes dan bote en el mundo privado, a los paquetes de tallarines repartidos al por mayor, a una enésima exhumación de muertos célebres para reavivar la causa y a todo lo que sea necesario? En ese caso es posible, bastante posible, que su retórica acerca de profundizar los cambios y continuar con el “legado” de Bachelet no sea sino eso, retórica en período de campaña para mantener a su lado a los soñadores irredimibles con derecho a voto. Siendo aceptablemente inteligente y leído, Guillier sabe mejor que sus jefes de campaña, voceros, ayudistas y lugartenientes que el país no aguantaría otro lapso de parálisis económica y despelote callejero infructuoso, conflicto social y luchas culturales que importan a media docena de ONG, a sus activistas y a sus acólitos, pero a nadie más.
Hay, en la dinámica de los sistemas sociales, fuerzas más poderosas que intenciones y cálculos electorales; normalmente son cambios en las percepciones y actitudes produciéndose en millones de individuos, PERO de uno en uno, sin presencia ni estruendo colectivo notorio. No sólo en Chile, sino en otros países adictos al intermitente progresismo que se asoma en estas latitudes cada 30 años están más o menos en lo mismo, en el despertar. Es la reversa del tsunami y -casi- tan poderoso como aquél.
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