Óscar Contardo's Blog, page 84

September 16, 2017

Tiberio en Santiago

El médico y pensador español Gregorio Marañón presentó, hace casi 80 años, una figura que por entonces no estaba tan bien delineada en la psicología política: la del dirigente resentido, que se siente hondamente ofendido por sus adversarios y muchas veces por sus propios partidarios. No es el Ricardo III de Shakespeare, despreciado por su deformidad física, que responde sembrando el odio. No, el personaje de Marañón es más silencioso, más taimado; sólo le importa que su sucesor sea mucho más malo, de modo que su legado brille sin sombra. Es Tiberio, el emperador romano que alguna vez tuvo el cariño de su pueblo, y que ahora dejará su trono a Calígula.

El resentimiento de Tiberio no se expresa en la eliminación de sus enemigos políticos, sino en la idea personalista de que no hay, entre sus aliados, nadie que lo pueda hacer mejor que él; y en realidad, que no lo debe haber, porque en ese caso la historia lo olvidará. La mente de Tiberio es un laberinto muy complejo, aunque siempre llega a un mismo punto: su propia grandeza.

No hay un Tiberio ni un Calígula en el panorama político local, ni es Chile nada que se parezca al Imperio Romano. Pero mirando el estado de los liderazgos, es lícito preguntarse cómo es posible que una democracia que ha hecho aspavientos de su madurez se desenvuelva con la alternancia, no tanto entre dos modelos políticos, sino entre dos personas; y, si las cosas ocurren como parecen, dos personas que para el 2022 habrán ocupado 16 años de la vida del país. Las generaciones futuras podrán preguntarse, con razón: ¿No había nadie más?

Y los más agudos podrían agregar una segunda pregunta: ¿Ninguno dejó herederos? No hay respuesta final: uno de los dos, Sebastián Piñera, podría tener una segunda oportunidad. Pero en los dos casos, aquellos que hicieron el esfuerzo -por lo menos, más notoriamente- cayeron fulminados, sin recibir gran socorro de sus respectivos tutores: Rodrigo Hinzpeter, con Piñera, y Rodrigo Peñailillo, con Michelle Bachelet.

Los estudiantes del futuro también podrían agregar otras interrogantes. Por ejemplo, ¿cómo pudo ocurrir semejante cosa si los primeros gobiernos de esas personas no fueron en absoluto brillantes? Por entusiasta que sea la valoración de los dos cuatrienios, no participarían ni formarían una “edad dorada” de Chile, y siempre estarán rodeados de explicaciones sobre lo que se quiso y no se pudo hacer. Está bien: tampoco fueron períodos desastrosos. De hecho, nada terrible ocurrió después de ambos. Es sólo que no justifican que el país haya roto su tradición de no reelegir presidentes.

El segundo período de la Presidenta Bachelet está terminando de una forma cada vez más confrontacional. Es como si toda la energía de la que carece la competencia presidencial -¿alguien se acuerda de que hay elecciones en ocho semanas más?- se hubiese trasladado a una especie de competencia solitaria del gobierno contra una amplia gama de contradictores: los ministros del equipo económico, echados o renunciados -da lo mismo- por hondos desacuerdos con la Presidenta; la oposición, que acusa a La Moneda de incitar al odio, y hasta los evangélicos, que se dividen entre los que creen que su tedeum estuvo un poco pasado de rosca y los que opinan que el gobierno ha montado una operación de desprestigio.

Los evangélicos pueden haber sido más hostiles, o menos, pero nadie en su sano juicio podría esperar que no hiciesen referencia alguna a la despenalización del aborto -promulgándose casi en las mismas horas- y a la ley de matrimonio igualitario, proyectos contra los cuales se han quedado afónicos. Tampoco nadie podría censurar su derecho a gritar.

Otra cosa es que su opinión sea minoritaria, como lo demuestra el solo hecho de que al menos el primero de esos proyectos fue aprobado en el Parlamento y refrendado en el Tribunal Constitucional. Sin embargo, hay una manera prudente, amistosa, tranquila, de ejercer la mayoría, y hay una manera camorrera y vociferante. Una de las paradojas del comportamiento político es que la manera camorrera tiende a predominar cuando la minoría es más grande, como si el triunfo dificultoso y circunstancial de una determinada idea hiciera necesario rematar al derrotado.

Esta es una cuestión central, tanto del actual gobierno como de la coalición que lo ha sustentado. Ambos nacieron con una cierta obsesión por la mayoría -y le pusieron un nombre que es como un esfuerzo por crear una realidad-, derivada del hecho de que la centroizquierda se sintió en el pasado como la dueña evidente de la moral, de la verdad y de la democracia. Haber perdido esas propiedades a manos de Piñera en la catastrófica elección de 2009 le pareció tan antinatural, que tuvo que reponer a la fuerza la idea de mayoría (pero “nueva”, no de continuidad, sin historia), como si eso le proporcionase la energía para funcionar, como si fuese una condición, no ya de su legitimidad, sino de su voluntad.

Esta idea venía acompañada de otra: ejercicio efectivo de la mayoría, imposición de los votos, no a las negociaciones, fuera los consensos, nada con los acuerdos. Negociación se parece a negocio, transacción tiene olor a lucro. Las palabras están contaminadas, no por hechos objetivos, sino por los líquidos con que algunos las riegan.

El gran reproche que desde la izquierda se le hizo siempre a la Concertación fue no ejercer de manera enérgica los dos o tres votitos de diferencia que podía obtener en un proyecto cualquiera. Y, sobre todo, no pasar la aplanadora sobre ese 44% minoritario que obtuvo Pinochet en 1988. Ese reproche es tan extenso, que funda la idea de que la Concertación se limitó a administrar la “herencia de la dictadura”, como ha dicho el PC, en vez de ejercer su mayoría (en la que, también hay que decirlo, no participaba el PC).

El caso es que de nuevo esta mayoría inventada se ha licuado, ya no por el resultado electoral -que está por ver-se-, sino porque se partió en pedazos. Y entonces el gobierno, desprovisto de ese ropaje inicial, contempla el panorama con amargura, con reproche, y despacha proyectos que, aunque no lo sean, parecen provocaciones sólo por el contexto de final de fiesta en que se presentan. Los hechos no dan para decir que es un gobierno camorrero, pero sí que está enojado. Con un aire de resentimiento.


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Published on September 16, 2017 23:39

September 15, 2017

Rituales

Septiembe no es cualquier mes. Llega con la primavera, sigue con fiestas -carnavales para ser exactos- y remata, tras libaciones, Te Deum y desfiles ecuménicos varios, en resacas que perduran más de la cuenta, difíciles de soportar. Fue en septiembre que se puso fin a 300 años de Colonia, en que también se eligiera a un gobierno empeñado en volvernos una república democrática popular que luego abortó (de nuevo en septiembre), dando inicio a un ciclo que, después de cuatro décadas, no atinamos todavía cómo procesar; entre que se le desea y repudia, así de pegados en el calendario seguimos.


Supongo que porque se insiste en pensar a este país en términos míticos. Abundan los nacional-patriotas y los infaltables nacional-progresistas. Los primeros, firmes en que siendo nación somos inmutables. Los segundos, convencidos de que habiendo sido un país revolucionario en el pasado, todo nuevo desmadre se puede excusar. Se da también entre nosotros ese típico incauto, Dios lo guarde, que sueña con que Chile llegue a ser un país escandinavo, aunque ¿cómo será la “Semana de la Diversidad” en Finlandia?


Lo que es la “Semana de la Memoria” en el campus Gómez Millas de la UCh este septiembre, le lleva desayunos triestamentales; foros sobre variadísimas temáticas (“juventud en dictadura”, “infancia en resistencia”, “por ti, por mí y todas mis compañeras: mujeres en dictadura”); ollas comunes; ofertas de libros (“de la resistencia”); velatones; “reinstalación de placa conmemorativa” por detenidos desaparecidos y asesinados del Campus JGM (a los que Ennio Vivaldi concedió “títulos póstumos”, perverso fast track para obtener un grado); y presentaciones musicales y teatrales girando en torno a géneros, etnias e historias “para recuperar nuestra memoria y nuestros espacios”. La clásica kermesse o fonda dieciochera de antaño convertida en zona libre declarada, el consumo de narcóticos por supuesto que permitido (nadie puede aguantar semejante chabolismo mental de otra manera que hecho pebre de volado).


Según Joseph Campbell, todo ritual es un culto, una “representación de un mito”. Eliade dice que los mitos se “viven” ceremonial o litúrgicamente, tratándose de una experiencia “religiosa”. Y Durkheim agrega que los ritos sirven para recalcar creencias que no son aparentes; dicho en buen criollo: hay que machacarlas. De historia, todo esto no tiene nada: son cuentos que se cuentan y tragan sin que se explique nada. Son causas dirigidas a adictos -este gobierno llevando la batuta- que se “toman” el mes entero de septiembre y porfían ruidosamente, como con matracas, y así acallan (en Sevilla en Semana Santa también se matraca, siendo una vieja costumbre bárbara pagana ideada para imponer una sola bulla). Y pensar que septiembre es mes tan bonito y lo arruinan. Este año, para peor, es de elecciones.


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Published on September 15, 2017 23:00

Juegos de poder

Mucho se ha escrito acerca del liderazgo femenino de la serie Games of Thrones, encarnado principalmente por figuras como Daenerys Targaryen o Cersei Lannister, las dos reinas en disputa por el control de los siete reinos. O el caso de Sansa Stark, que sueña todo el día con el poder y su hermana Ayra, la niña dulce, hoy convertida en una suerte de máquina de matar. En fin, es una serie donde ellas son las que mandan.


Pero, si bien en esto la serie puede aparecer evolucionada, la verdad es que se queda en las apariencias. No hay mucho que aprender de ellas, porque muestran un estilo de liderazgo muy masculino, basado en la fuerza, a la vez que autoritario y duro. Malvado en algunos casos. Se podría decir que, mientras más poderosas son, menos atractivos se hacen sus personajes.


Curiosamente, con los hombres, sucede lo contrario. Relegados a posiciones secundarias, sus roles se han sofisticado. De alguna manera, han ganado un espacio y cariño por sus habilidades, su carisma, su lealtad.


El caso más emblemático es el de Tyrion Lannister, personaje castigado, marginado y objeto de burla de su propia familia, pero que, gracias a su astucia se ha convertido en uno de los favoritos de la serie. Ahora, como consejero principal de la reina de los dragones, es él quien intenta permanentemente convencer a Daenerys de la conveniencia de mostrar un liderazgo no solo basado en la potencia de sus dragones, un mundo de cenizas, sino en el convencimiento y respeto.


Jon Snow, es otro ejemplo. Si bien aparece como un gran líder, primero fue salvado por su hermana, luego resucitado por la hechicera y finalmente rescatado por Daenerys de una muerte segura a manos de los White Walkers. Es un hombre de ideales profundos, compasivo y hasta débil, algo que ha resultado especialmente atractivo.


Finalmente, está el caso de Jaime Lannister, a quien le cortan la mano, despojándolo de toda su grandeza como guerrero, lo que es el comienzo de su redención como personaje. El punto cúlmine de este proceso sucede en el capítulo final de la temporada, cuando, hastiado de las intrigas, decide abandonar a su hermana y amante, para no quebrar su promesa de luchar contra el enemigo común.

En suma, la serie muestra a hombres imperfectos -enanos, mancos, quemados- que alejados del poder, se convierten en personas sofisticadas, atractivas, llenas de carismas. Y de bellas mujeres, que una vez en el poder, se vuelven más duras, más apoyadas en la fuerza que en otra cosa.


Por eso, Games of Thrones está lejos de ser una serie sobre liderazgo. Es sobre el poder. Para la reflexión queda saber si era posible mostrar algo de las particularidades del liderazgo femenino. O si bien el autor piensa que aquello no existe. Que los caminos para llegar a él son siempre extremos y que, una vez conseguido, es siempre implacable, lo ostenten ellas o ellos.


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Published on September 15, 2017 22:55

Allende y la unidad

El sacrificio de Allende le dio a la izquierda chilena, latinoamericana e incluso mundial un referente moral que ha seguido creciendo. A 44 años de su muerte su gesto continúa emocionando. Así quedó de manifiesto en la conmemoración de los 44 años del golpe que tuvo lugar el pasado lunes 11 de septiembre en el Palacio de La Moneda. Sus últimas palabras, escuchadas una y mil veces, todavía sacan lágrimas. Las vi en las caras de algunos de los sobrevivientes de ese periodo, pero las vi también en las de algunos jóvenes que participaban de la ceremonia.


Es impresionante la transformación del dirigente político denostado por tantos en héroe mítico. En la lucha práctica por el poder la victoria se la llevó Pinochet. En el juicio de la historia Pinochet terminó en el más bajo fondo y Allende en las máximas alturas.

El sacrificio de Allende fue fundamental en el proceso de recomposición de la izquierda y el socialismo chileno. Luego de una tan contundente derrota el principal estímulo para la reconstrucción era el ejemplo de quién había estado dispuesto a entregar su vida por una causa. Con ello esta adquiría grandeza y proyección.


En el recuerdo Allende aparece como un mártir. En vida fue un gran promotor de la unidad de las fuerzas de izquierda y de progreso.

Para darle sustento a un gobierno cada día más asediado trató de llegar a acuerdos con la Democracia Cristiana. Desafiando la posición mayoritaria dentro de su propio partido convocó a las Fuerzas Armadas a participar de su gobierno. Para no abrirse un flanco demasiado grande por la izquierda contemporizó también con el MIR confiándole incluso su seguridad personal.


Allende estuvo incluso dispuesto a poner en juego su periodo presidencial en el plebiscito que pensaba convocar justamente ese día martes 11 de septiembre de 1973 y que con seguridad perdería.

Es cierto, desde el primer momento las fuerzas más reaccionarias iniciaron una ofensiva para liquidar esa experiencia. Para derrotarla se necesitaba de una alianza social muy amplia que pudiera hacerle frente. No se consiguió y con ello se crearon las condiciones que desembocarían en el drama de 17 largos años de dictadura.


Desde la extrema izquierda, los esfuerzos de Allende por generar acuerdos que ampliarán la base de sustentación del gobierno popular eran vistos con sospecha y desdén. Consideraban que esos arreglos importaban concesiones inaceptables que desnaturalizaban la causa de la revolución. Para muchos, incluso en su propio partido, Allende era considerado un reformista y un vacilante.


El triunfo de la polarización produjo el colapso de la democracia. Al final perdió Chile y perdimos todos. La dictadura no distinguió entre reformistas y revolucionarios, entre partidarios del “avanzar sin tranzar” o de “consolidar para avanzar”. Chile perdió y las fuerzas populares sufrieron una derrota histórica.


Las condiciones de la década del 70 son muy distintas de las actuales. No nos amenazan los mismos peligros. Existe sin embargo el riesgo de la regresión social y la involución conservadora. Para enfrentarla existe un solo camino: la máxima unidad social y política. En esto hay todavía mucho que aprender de la historia y del ejemplo de Allende.


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Published on September 15, 2017 22:50

El rodeo chileno: orgullo nacional

Nuestro rodeo -tan distinto de sus congéneres norteamericanos, mexicanos y las “jineteadas” argentinas-, fue declarado deporte nacional en 1962. Su reglamento fue confeccionado por el actual presidente del Senado, don Andrés Zaldívar, a petición de su suegro, don Fernando Hurtado, en ese tiempo presidente de la Federación de Rodeo.


Es un deporte que distingue la habilidad de dos jinetes y sus cabalgaduras con un vacuno en libertad, para -en forma estilizada- realizar una faena tradicional de la ganadería.


Se desarrolló en la colonia, cuando se bajaban las crianzas de cerros y cordilleras para su aparta, marca y darles cuidados.


El jinete y su caballo, en la mejor de las tradiciones que los conquistadores españoles heredaron de los árabes, muestran en forma única, la que es el manejo del caballo “ a la jineta”, fórmula que le permitió a las tropas árabes derrotar a los visigodos en la Batalla de Guadalete y luego llegar hasta Francia. De todos los deportes que me ha tocado practicar, es sin duda el mas difícil y con distancia. Dos jinetes deben coordinar sus caballos, para que -sin dañar al novillo- lo detengan en zonas precisas y delimitadas. Con el caballo galopando de lado y en velocidad, lo que implica años de enseñanza y aprendizaje, con enorme paciencia y cariño.


Hoy se practica de Arica a Magallanes, cuenta con seis federaciones, más de mil clubes, 26.000 socios, 70.000 caballos pura raza inscritos, 40. 000 participantes , y asisten a sus eventos más de dos millones de personas (el segundo deporte en Chile en esta medición, superado solo por el fútbol).


Involucra además a 1.300 artesanos, 2.200 camiones , y como actividad comercial genera 166 billones de pesos al año y más del 2% de los empleos de Chile. Es atacado por minorías que nunca han asistido ni participado en él. El ganado es prestado por ganaderos sin temor a que sufran lesiones, ni menos accidente.


El amor del huaso hacia su caballo es inmedible, pues son uno al correr la vaca.


A diferencia de los millones de perros vagos que hay en nuestras ciudades, en los campos de Chile no hay ni caballos ni vacunos abandonados a su suerte. Tampoco hay aportes fiscales de importancia para nuestro deporte nacional: que si los hay para el box y para otros espectáculos ecuestres. En los rodeos obligatoriamente debe haber un veterinario y una ambulancia para atender accidentes de jinetes o animales. De 522 rodeos oficiales, donde se corrieron más de 130.000 novillos, resultó lesionado un 0.032% del total. Y para las cabalgaduras una cifra similar.


El novillo una vez corrido -y en la mayoría de los casos sin ser atajado….la maniobra es muy difícil- vuelve a pastoreo y no al matadero como muchos críticos mal informados proclaman.

Y cuando es detenido en la atajada, lo hace sobre una superficie acolchada, con material esponjoso y muy reglamentada por las federaciones. No hay sangre. Cualquier animal -caballo o novillo- que presente sangre o alguna lesión previa o posterior, debe ser retirado de inmediato de la medialuna. Junto a nuestro rodeo están nuestros artesanos, que fabrican con profesionalismo y cariño, nuestras monturas y aperos.


En el deporte nacional, no hay maltrato animal: solo demostración de habilidades de jinetes y de caballos.Quizá para quienes carecen de amor por nuestras tradiciones, o quienes conocen nuestro deporte nacional solo de oídas, caigan en el error de catalogarlo como un deporte cruel. Cruel es tener millones de perros vagos circulando por nuestras ciudades. Ahí debiera estar la preocupación de animalistas y ambientalistas de ocasión. Para los miles y miles de huasos: los que practican el rodeo, los cuasimodistas que cuidan a Cristo en la fiesta del Cuasimodo. Y a los que desfilan por todo Chile en estas Fiestas Patrias, un abrazo fraterno. Y la promesa que las tradiciones chilenas no se van a morir nunca. Digan lo que digan y hagan lo que hagan.


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Published on September 15, 2017 22:45

Voyerismo que denigra a quien lo practica

La historia del ser humano se ha enmarcado en certezas culturales predominantes, no siempre morales y éticamente correctas. Hoy es inaceptable el antiguo trato dado a personas de raza negra, a los indígenas, a las mujeres y homosexuales. El paso del tiempo ha permitido que la sociedad evolucione hasta entender que el respeto a todo ser vivo, incluidos plantas y animales, es indispensable para sustentar el planeta que habitamos.


Muchas actividades, consideradas tradicionales, han engrosado el olvido en la medida que la humanidad se civilizó y se percató que eran una barbarie. Así, terminaron el circo romano, los sacrificios humanos y se prohibieron prácticas deleznables como peleas de gallos o de perros. Incluso en muchos países se puso fin a las corridas de toro.


En nuestro país aún persiste el rodeo: una práctica asimétrica donde dos individuos, montados en caballos de fuerte envergadura, obtienen puntos por aplastar contra la medialuna a un novillo de menor tamaño y sin posibilidad de defensa alguna. Si el pobre bruto rehúsa participar, le torcerán la cola, lo golpearán o torturarán con electricidad hasta que salga para ser ‘atajado’ contra el tablado. Es decir, la esencia de la actividad consiste en provocar sufrimiento síquico y físico al animal.


Sus cultores pretenden categorizar esta vergonzosa práctica como “deporte nacional”. Pero no es ni lo uno ni lo otro. El deporte es una dimensión altruista que promueve valores positivos a través de la actividad física y nada más lejos de ello que divertirse con el sufrimiento de un ser vivo. Un voyerismo sádico que denigra a quien lo practica.


Además, para tener la categoría de nacional debe representar, sino a todos los chilenos, por lo menos a una mayoría, pero -según, diversas encuestas- entre un 60 a 80% de nosotros el maltrato, la tortura y el abuso no solo no nos representa sino que nos indigna y repulsa.


No pocas veces, como parte de mi labor parlamentaria, asistí a rodeos, disfruté el entorno, presencié el maltrato y llegué a la convicción que es una “tradición” que se debe superar. Todo aquello enmarcado en el positivo cambio que nuestra relación con los animales ha tenido en los últimos años.


En el 2009 logramos aprobar la Ley de Protección Animal (N° 20380), que castiga situaciones de maltrato. Sin embargo, por presiones transversales, el artículo 16 excluyó al rodeo de esas sanciones. Ese artículo debe ser derogado.


Este año se promulgó la Ley sobre Tenencia responsable de Mascotas y Animales de Compañía (N° 21.020) que introduce modificaciones al Código Penal y establece fuerte sanciones para cualquier tipo de maltrato animal y no excluye al que se provoca en las medialunas. Esta normativa permitirá a todas las organizaciones animalistas y a cualquier ciudadano denunciar al Ministerio Público las situaciones de maltrato que ocurren en el rodeo.


Ahora, junto con las organizaciones animalistas, presentaremos un proyecto de ley que modifica el artículo 1° de la Ley del Deporte y establece que “no se considerará como deporte aquella actividad física que incluya a un animal como un tercero, teniendo este como único fin ser objeto de explotación física y psíquica causándole daño y sufrimiento cualquiera sea su gravedad o intensidad, ya sea por medio de otro animal o por un instrumento utilizado por otra persona”.


No puede ser deporte una actividad cuyo principal objetivo es hacer sufrir a un ser vivo. No podemos heredar esos valores a las nuevas generaciones. Solo los sádicos disfrutan con el dolor ajeno. Debemos seguir evolucionado.


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Published on September 15, 2017 22:40

Rajoy frente al independentismo

El independentismo catalán, impulsado por la coalición que gobierna esa región española, ha provocado una crisis de mucha consideración. El gobierno catalán se niega a dar marcha atrás en el referéndum soberanista convocado para el 1 de octubre a pesar de no representar a una mayoría de catalanes y de que el sistema jurisdiccional lo ha dejado fuera de la ley en esa pretensión.


La respuesta de Rajoy y el gobierno del Partido Popular, con el respaldo de los socialistas y la mayoría de españoles, ha sido tratar de forzar, mediante instrumentos jurídicos, a las autoridades catalanas a desconvocar la votación o inhibirse de llevarla a cabo físicamente. Pero la estrategia independentista tiene esto previsto (ya realizaron en 2014 una consulta menos formal que fue declarada y supuso la inhabilitación política para quienes la organizaron).  Los independentistas piensan que nada serviría mejor a su propósito ulterior que ser objeto por parte de Madrid de una represión física que acompañara el aparato jurídico con el que se intenta impedir la realización del referéndum. Ello daría muchas alas al independentismo, que nunca ha alcanzado, en votos, el cincuenta por ciento.


Las elecciones autonómicas de 2015 vieron al independentismo rozar el 48 por ciento. En la consulta de 2014 que el anterior gobierno catalán convocó, poco más del tercio de los votantes acudieron a las urnas, lo que quitó sentido al porcentaje elevado a favor de la separación.


El autonomismo catalán tuvo que sufrir en muchos periodos el abuso del Estado español, incluyendo la dictadura de Primo de Rivera en los años 20 y el franquismo durante cuatro décadas, para no hablar del centralismo del que fue víctima Cataluña a manos de la monarquía española entre los siglos 18 y 20. Pero la España de hoy confiere a Cataluña una autonomía comparable en muchos sentidos a un Estado federal (excepto en cuestiones financieras, error histórico que no es viable resolver hoy dado el complejísimo entramado del sistema autonómico, que afecta al conjunto del país). Es más: nadie ha ido a la cárcel por las ilegalidades cometidas en esta materia desde que hace un lustro Barcelona dejó atrás el nacionalismo moderado y optó por el independentismo, en contra de su compromiso constitucional con España, de una mayoría de catalanes y de las actuaciones del sistema jurisdiccional español.


Dicho esto, Rajoy tiene la ley de su mano, pero ello no basta ante una crisis tan delicada. Debe medir con cuidado el punto en que la legítima aplicación de la ley puede convertirse en un problema más grave que el actual, haciendo crecer exponencialmente el independentismo, provocando una solidaridad internacional con la “agredida” Cataluña y acaso moviendo la solidaridad, para con ella, de otras regiones españoles que hoy no la respaldan. Los vascos han dicho que apoyarán a Madrid sólo mientras no abusen de los catalanes.


¿Dónde está ese punto? Nadie lo puede saber a ciencia cierta ante una situación tan fluida. Una manera de encontrarlo es acompañar la aplicación de la ley y la autoridad de iniciativas y acciones que envíen a Cataluña la señal de que Madrid no se cierra a la posibilidad de negociar mejores fórmulas de compaginar la unidad territorial de España con las tendencias centrífugas de muchos catalanes. Que ello es posible lo demuestran el que todavía una mayoría catalana (no amplia, pero mayoría) está en contra de la independencia y de que la historia, antigua y reciente, ha visto a una gran parte de la población de Cataluña inclinarse por estar dentro España con una autonomía amplia que no signifique separación.


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Published on September 15, 2017 22:30

Ley mordaza

En los marcos de la histórica infantilización, subvaloración, o lisa y llanamente desprecio con el que las “autoridades” del deporte han tratado por décadas a los deportistas, los reglamentos bobos y añejos que exigen el silencio complaciente como único modo de convivencia, como norma de vida que impulsa el que ojalá nunca, nadie, cometa la rotería de “hacer olitas”, han sido y siguen siendo, por desgracia, bastante comunes. Digo: ante el entumecimiento, el reposo, la inercia y el silencio cómplice de autoridades, abogados y jueces, aunque parezca insólito, aún subsisten en el fútbol, y en casi todas las disciplinas deportivas, las vetustas, las rancias, las remotas leyes mordaza.


Pregunto: ¿Puede existir algo más prehistórico, e incluso ilegal, que un reglamento interno, ajeno a las leyes del país, que castigue a alguien por dar a conocer su opinión? ¿Una norma propia que impida enjuiciar, aconsejar, discutir, apreciar, valorar o calificar cualquier cosa que les parezca contingente a los partícipes de algún ámbito productivo? ¿Es posible que aún hoy, el 2017, en una lejana comarca llamada fútbol profesional -¡profesional!- se considere legítimo o probable que un grupo de “iluminados” defina qué es lo que pueden expresar, exponer, manifestar o exteriorizar públicamente otro grupo de personas a quienes manejan vía sueldo?


¿No resulta aberrante? El fútbol, de tanto en tanto, insiste en la sandez, la simpleza, la necedad, la bobería, el disparate y el desatino de generar reglas propias que vulneran los derechos mínimos de cualquier ciudadano libre, educado y sensato. A ver si somos claros: no debe ni puede nadie, nunca, en razón de nada, impedir que libremente una persona opine de lo que se le cante cuando se le cante (perdone mi francés). ¿Significa esto que no pueden entonces existir reglamentos internos en los clubes, asociaciones u oficinas privadas? Pueden, claro que pueden…a menos que choquen de frente con la Constitución y las distintas leyes del Estado donde funcionan. Y este es el caso.


¿Puede un jugador, un técnico o un dirigente acusar a otro de un delito? (robar el dinero de todos, arreglar el campeonato, aceptar sobornos). Puede. Pero tendrá, como dicta la ley, que demostrar su imputación en tribunales. Y si no lo consigue será legítimamente castigado. Pero acusar de un delito no es lo mismo que opinar.


Conculcar el sagrado derecho de cualquiera y de todos a decir que tal o cual persona se equivocó, cometió un error grave o está cumpliendo mal su rol, no es lógico, posible ni deseable. Eso no es imputar un delito y cabe, solamente, bajo el paraguas de la opinión, libre y soberana. Habrá algunos que por expresarla caigan en la mala educación, en los excesos verbales, en la ordinariez o en la injusticia conceptual. Puede ser. Pero aparte de ser opinable, aquello forma parte de los riesgos aceptables de la libertad de expresión.


Obviamente, digo todo esto en relación al “tema Valdivia”. ¿Bien suspendido por acumulación de amarillas? Por supuesto. La suma de tarjetas implica castigo. Pero sólo analizar si merece otro castigo por opinar mal de un arbitraje, resulta inaceptable. Siempre, respecto de cualquier tema, los jugadores, los técnicos y los dirigentes deben opinar. Cuando quieran y de lo que quieran.


Opinar es una virtud, no un problema. Sobre todo si esa opinión es bien sustentada, coherente, racional. Mire: el sólo hecho que hoy persista esa norma insólita que impide a los dirigentes “hablar mal” de sus colegas so pena de ser castigados (norma surgida, claro está, en la etapa de los ladrones que querían acallar sus robos) debiera ser materia de análisis legal. Y no digo sólo del fútbol, sino del país entero. De sus tribunales, sus juristas, sus abogados. A lo mejor la UDI, que tienen esa compulsión tan graciosa por llamar a la primera de cambio y por cualquier cosa al Tribunal Constitucional, podría dar el primer paso y corregir esta vergüenza.


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Published on September 15, 2017 22:25

La santita del cerro

La primera novela de Isabel M. Bustos narra una historia en apariencia simple, la de Jeidi, una niña así apodada debido a que vive con su abuelo “en la punta del cerro”. Jeidi, que en realidad se llama Ángela, tiene once años, mantiene una curiosa y conmovedora relación con Dios, no conoce a su padre, canta con voz celestial en el coro de la misa dominical y es el fruto de un parto trágico: su madre murió al dar a luz.


La pobreza del campo chileno a mediados de los años ochenta define el entorno por el que deambulan Jeidi y sus amiguitos: Vicki, una muchacha obesa y un poco amachotada, y Ariel, un niño bastante tímido y debilucho que está irremediablemente enamorado de Jeidi. “Él es la única persona, aparte de la Vicki, que sabe que en la parte de las peticiones Jeidi le pide perdón a su mamá, a quien no mató pero igual un poco sí, porque se fue en el parto”.


Aunque bebe con dedicación, el abuelo es un buen hombre: trabaja de sol a sol y no descuida ni a Jeidi, ni al perro Vladimir, ni a la vaca Pituca. En la modesta casa con suelo de tierra que habita junto a su nieta reina la armonía. Las labores del día comienzan antes de que despunte el alba y la vida transcurre a un ritmo que, en rigor, es provinciano dentro de la provincia, ya que para muchos habitantes de Villa Prat, el pueblo ficticio en donde ocurre la acción, la cercana ciudad de Talca resulta ser la metrópolis desconocida.


“La mayoría de las tardes en Villa Prat la gente saca sillas al antejardín o al frente de sus casas de fachada continua y se dedica a mirar pasar la vida”. No ha de extrañar, por lo tanto, la admiración que despierta entre los más jóvenes Karla, una prima mayor de Vicki cuyo único atractivo es haber vivido un tiempo en Santiago. “Salvo por el pequeño videoclub pirata, se podría decir que estamos en 1950”.


Lo recién dicho no significa que Jeidi sea una obra que le rinde tributo al costumbrismo, ni que ensalza, con incomprensible nostalgia, un estilo de vida amodorrado o tedioso en el que la máxima diversión consistía en ver Sábados Gigantes. De ningún modo. Por medio de una escritura simple, sólida, convincente, Bustos logra que las sencillas personalidades aquí retratadas alcancen la profundidad y el grosor necesarios para jamás caer en la intrascendencia.


A ratos, al tratarse de un relato protagonizado en buena medida por niños, Jeidi cobra la apariencia una novelita infantil. Pero la autora está muy consciente del riesgo y, atenta al desmoronamiento de un entramado narrativo diseñado para adultos, rescata a los personajes en el momento preciso. La dosificación de cierto humor eficaz también ayuda. Cabe consignar, además, que Bustos demuestra oficio a la hora de describir con ternura las vidas pequeñas y secundarias de sus personajes.


El vértigo de la novela –pues sí lo tiene– comienza a sentirse tras un hecho milagroso, consecuencia de aquella peculiar relación con la divinidad que Jeidi mantiene de manera secreta: después de recibir un mensaje iluminador, la niña queda embarazada. Virgen y encinta, Jeidi pasa a convertirse en una santa. Y donde antes campeaba la modorra rural, ahora reina el estrépito asociado a la veneración popular.


El asunto no sólo preocupa al cura y a la monja superiora del convento de Villa Prat, sino que también altera al obispo de la zona: el reciente caso de un joven de dudosa estampa que juraba ver a la Virgen María –con toda seguridad un fraude, pese al fervor multitudinario que suscitó– ha puesto a la jerarquía eclesiástica en guardia. Ajena a la fe de los adultos, Jeidi comienza a producir posibles milagros, inconscientemente, sin tener noción de ello. A partir de ese instante, la novela alcanza un carácter conmovedor que resulta digno de aplauso y atención.


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Published on September 15, 2017 22:20

Inti Illimani: El Canto de todos

Los resultados de los últimos títulos publicados para celebrar el centenario del natalicio de Violeta Parra contienen resabios bíblicos con semejanzas a la parábola de los talentos. El homenaje de su nieto Ángel Parra a Las Últimas Composiciones (1966) con la compañía de su hermana Javiera, Álex Anwandter y Manuel García entre otros, refleja a quien prefirió guardar la moneda repasando la obra maestra de la abuela con respeto al original. El Inti Illimani de la facción Coulón, no. Convirtieron este álbum en pieza transada y multiplicada. 


Estos músicos veteranos aliados con otros más jóvenes desde que el conjunto original se dividió, festejan los 100 años de la más grande de los artistas musicales chilenos de todos los tiempos jugando con el cancionero, corriendo riesgos, acertando la mayoría de las veces, piezas deconstruidas para ser ensambladas con nuevos colores y diseños.


El Canto de todos considera un reparto de lujo, mezcla de leyendas y figuras en pleno auge incluyendo, entre varios, a Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat y Mon Laferte. Con la producción conjunta del director musical de la agrupación Manuel Meriño y el ingeniero Alfonso Pérez, los títulos escogidos, entre insoslayables y otros más recónditos, enfrentan el desafío de arropar composiciones de apariencias engañosas. A pesar del minimalismo instrumental, las canciones de Violeta Parra suelen dar quebraderos cuando son reinterpretadas por su particular noción del tiempo, la melodía y el uso de acordes enrevesados. 


Los nombres más legendarios no solo comparten el inicio de sus carreras a mediados de los 60 cuando Violeta enfilaba sus últimos años, sino que en el atardecer de sus trayectorias personalizan esta oportunidad de la misma manera en que Juan Gabriel se despidió grabando Have you ever seen the rain? como si hubiera sido escrita para él. Silvio (Arauco tiene una pena), Serrat (Volver a los 17) y Milanés (Paloma ausente) combinan la esencia de las canciones y una lectura donde las respectivas cualidades quedan manifiestas: la tañido épico de Rodríguez, el fraseo de hombre experimentado y gozador de Serrat, la melancolía congénita y conmovedora de Pablo Milanés. Mon Laferte consigue algo parecido. Qué he sacado con quererte calza perfecto con sus habituales motivaciones líricas de cariño malo. Es uno de los puntos altos del álbum.


Los arreglos de Manuel Meriño son orfebrería pura para dar nueva vida a piezas generalmente redondas. Mantiene el sello de calidad de la legendaria banda chilena lamentablemente dividida con una consecuencia inusitada. Cada facción se toma muy en serio un nuevo álbum. No solo se trata de su público exigente sino también de una competencia.


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Published on September 15, 2017 21:50

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Óscar Contardo
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