Óscar Contardo's Blog, page 109

August 13, 2017

Imbunchismo político

Una de las principales características culturales de Chile es el “imbunchismo”. El imbunche es un ser mitológico deforme y contrahecho que roba niños para taparles los orificios del cuerpo y deformarlos. Julio Vicuña decía que nuestro imbunchismo se manifiesta en la fascinación por arrasar “con lo que venga”. Carlos Franz habla de una “inclinación a cortar las alas de lo que se eleva, derribar la grandeza, mutilar lo que sobresale, y enterrar lo que se asoma”. Por miedo a nuestra incapacidad para construir, terminamos odiando y amputando todo lo que insinúe esa posibilidad. Es lo que denuncia Vicente Huidobro en “Balance patriótico”. Es lo que empapa la obra de José Donoso.

Nuestro imbunchismo político, de hecho, es tremendo. El poder opera en nuestro espacio público como una máquina de imbunchar. ¿Qué otra cosa podría explicar el rechazo furibundo de la gente de la UDI a la voluntad medio heroica de Jaime Bellolio de cargar con la conducción y renovación de semejante aquelarre? ¿Y la entrega de esa conducción a una persona cuya reputación política no podría estar más mermada, y cuyo liderazgo se funda en atizar las brasas del pinochetismo y alimentar una retorcida red de poder, que ha revuelto la guata hasta a políticos de trayectoria, como Darío Paya? ¿Qué otra clave permite comprender los problemas de la derecha para armar una lista parlamentaria? ¿O a musgos políticos como el PRI?

¿Cómo podría explicarse la ordalía esterilizante a la que se entregó la Democracia Cristiana, que termina con vestiduras rasgadas, sacrificios rituales y un pacto con chavistas delirantes? ¿O el asesinato de Lagos por sus imbunches, esa generación que creció deformada e impotente bajo la sombra de los hombres fuertes de la transición, que son sus padres, y a quienes odian? ¿Qué más imbunche que la candidatura de Guillier? ¿O el mal gusto de Piñera? ¿Cómo entender el suicidio de la Concertación y el paso a la Nueva Mayoría sin ese odio imbunche, y sin las ganas de los deformados por la Concertación de hacer lo mismo con el estudiantado? ¿Qué es el comunismo chileno sino un verdadero culto religioso a la deformidad y la castración? ¿Y la reverencia cobarde del Frente Amplio a la vulgaridad asesina de Maduro?

Nuestra política está atrapada por las fuerzas ciegas de lo grotesco. Y es nuestra porque lo grotesco habita en nosotros. Es lo horroroso del “horroso Chile” de Lihn. Es la fuente de nuestro placer morboso, del que soñamos secretamente con escapar. Y para hacerlo, primero debemos aceptarlo, conocerlo. Si preferimos, en vez, correr un tupido velo sobre él, seguiremos descartando gobiernos y proyectos políticos cada cuatro años, extasiándonos al ver encumbrarse y caer deformidades políticas. Si, en cambio, nos observamos como somos, si nos perdemos el miedo (aunque seamos horrendos), quizás algún día podamos confiar en que la cultura, el buen gusto, las ideas, la belleza y la tolerancia entre lo diferente merecen una oportunidad en “el eriazo remoto y presuntuoso”.


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Published on August 13, 2017 00:15

Paga Moya

Hola. Soy el puente Cau Cau. Así es, hablo y tengo vida propia. No me mire a huevo. Fui concebido en la mente de algún iluminado a comienzos de los 90. Me licitaron, sin éxito, a fines de 2005. Lo volvieron a hacer en 2011 y en diciembre de ese año el entonces presidente Piñera me puso la primera piedra. Así que como usted habrá comprobado estoy más allá de los gobiernos de turno. He superado las mezquindades de la política y me he convertido en un ser autónomo, en una obra colosal que ya le ha costado a usted, mi querido contribuyente, más de 25 mil millones de pesos y sumando.


Tengo vida propia porque pese al sinfín de errores que han caracterizado mi construcción aquí estoy, inútil como usted me ve, pero sin vuelta atrás. Incluso me convertí en un atractivo turístico: en el verano la gente hace fila para sacarse la foto conmigo, el condoro en su máxima expresión.


Por la prensa (como se entera todo el mundo de las cosas, usted sabe), he sabido que en la capital tengo un pariente. Se llama Transantiago. Tenemos casi las mismas características: somos inútiles, fuimos mal diseñados, mal administrados, hemos costado una millonada, pero nadie se atreve ni sabe cómo echar marcha atrás y replantearnos.


No somos guachos, si me perdona la expresión. Ambos somos hijos del papá Estado, otro ser autónomo que vive, crece y se desarrolla gracias al insaciable apetito de políticos que estrujan los dineros de los contribuyentes (los grandes, anónimos e incautos financistas de toda esta fiesta) para contar con una peguita y, para eso, atraen electores mediante una carnada fácil: obras populares, pero inútiles como nosotros.


Juntos (Estado, políticos y obras inútiles) somos dinamita. Y de la súper explosiva, si me permite añadir. En mi caso, no se burle, soy la combinación perfecta: me proyectó un falso topógrafo, me pusieron los tableros basculares al revés, me falló el sistema para subir mis brazos y, tal como dijo Contraloría, me construyeron “personas sin experiencia”. Todo esto bajo la estricta supervisión de un intrincado y numeroso sistema de fiscalización que tiene montado papá Estado a través del Ministerio de Obras Públicas, superintendencias, contralorías y todo lo demás.


Pero ya ve usted, nada de eso evitó o modificó mi actual condición. Lo más notable es que, al igual que en el caso de mi pariente el Transantiago, nadie ha debido responder por estos errores. Y por eso concluí que tengo vida propia. Me he convertido en una matrix que ordena mis constantes pruebas y reparaciones sin que nadie pueda evitarlo.


Cualquiera pensaría que con desastres como nosotros, la gente lo pensaría dos veces antes de confiar a papá Estado otra obra de envergadura. Pero, curiosamente, pasa todo lo contrario. Desconfían de los privados y proponen nuevas iniciativas públicas. Mire el caso de este invento que pretenden construir para mejorar las pensiones: un organismo fiscal para administrar sus ahorros. ¡Vaya botín! Tendré que mudarme a Santiago para estar más cerca de esas luquitas. ¿Qué tal un puente basculante sobre el Mapocho navegable?


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Published on August 13, 2017 00:10

¿Mala fe de Bachelet?

La conducción de los asuntos de todos, el ejercicio del poder político, requieren de una cierta actitud. No basta la astucia o la sagacidad, la capacidad de situarse en las circunstancias y saber actuar de manera tal que le resulte a uno salir bien parado. Se necesita, además, una combinación de aplomo personal, algo así como grandeza de alma, y la capacidad de tomar distancia y mirar allende el día a día, hacia la historia, especialmente la historia larga del país. Esas aptitudes unidas son las que permitirían distinguir al estadista de un político superficial.

Es difícil saber qué político es un estadista. Suena pretenciosa, incluso, la idea de atribuirle tal calificativo a alguien. Pero el criterio no llega a ser una mera palabra sin sentido. La historia logra, cada cierto tiempo, decantar y mostrarnos, independientemente de las posiciones que hayan asumido, a los capaces de honduras, distancias y grandezas. Lo prueba, además, especialmente, el hecho manifiesto de que sí es posible, con alguna facilidad -incluso sin tener que esperar el transcurso de los años-, discernir al político que, dicho en términos negativos, no es o no llegó a ser hombre o mujer de Estado.

Las naciones viven usualmente largos períodos en los que funcionan por la capacidad de sus instituciones y la inclinación gregaria de los súbditos. Pero hay veces, también, en las que ellas levantan cabeza. Son los momentos de cambios, en los cuales se necesita de personas y grupos capaces de desplegar una actitud de Estado.

Muchas señas parecen indicar que Chile se halla ante uno de esos momentos de cambio. Hay, flotando en el aire, un malestar difuso. El aire en sí mismo se halla enrarecido, y no sólo el aire físico. Estamos en un ambiente en el que a lo natural se une, perturbadoramente, lo virtual. A demandas auténticas y voces lúcidas se agrega la irritación de lo que Rafael Gumucio ha llamado esa “serie infinita de hombres y mujeres solos, perfectamente convencidos de la originalidad absoluta de sus ideas”, precisamente gracias a su soledad. El hecho es que, producto del enriquecimiento y los desarrollos y alienaciones del capitalismo, el pueblo se halla en unas condiciones que conducen a su intranquilidad. Al mayor bienestar económico se unen angustias postmodernas, incertidumbres de clases medias emergentes, anhelos de reconocimiento, ansias de redención.

Placas tectónicas se han movido. Y no es, entonces, con las maniobras usuales, con la operación en el campo superficial de las medidas, que la política saldrá airosa de la prueba. Lo supo la derecha de la transición y lo ha llegado a saber la Concertación.

Bachelet se percató del asunto. Como por instinto, logró saber que algo se modificaba. Pareció mostrar genio, ponerse a la vista problemas grandes y reales. Asumió, con premura, un discurso en consecuencia. Lamentablemente, sus capacidades prospectivas y de comprensión política no fueron suficientes. Terminó presentando unas reformas mal paridas a tal punto, que concitaron el rechazo de lado y lado.

Ahora a eso, se agrega algo peor: la improvisación, el saludo a la bandera, la pirotecnia, eventualmente, la mala fe. ¿O podrá creerse que, pendiente aún la reforma a la educación superior, la cuestión constitucional y una serie de otros asuntos comparativamente menores, los proyectos sobre pensiones -más allá de sus eventuales méritos- tienen algún destino durante su gobierno? ¿No se está mostrando aquí la distancia entre el improbable estadista y la operación política de baja estofa, comprometiéndose, de paso, el tipo de acción gubernativa que el país necesita?


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Published on August 13, 2017 00:05

Las ilusiones perdidas

No había leído la autobiografía de Sergio Ramírez, Adiós muchachos, y acabo de hacerlo, conmovido. Es un libro sereno, muy bien escrito, exaltante en su primera mitad y bastante triste en la segunda. Cuenta la historia de la revolución sandinista que puso fin en 1979 a la horrible dinastía de los Somoza en Nicaragua, una de las dictaduras más corruptas y crueles de la historia de América Latina, y en la que él tuvo un papel importante como conspirador y resistente primero, y, luego, en el gobierno que presidió el comandante Daniel Ortega, en el que fue Vicepresidente.

Fueron muchos años de lucha, muy difíciles, de sacrificio y heroísmo, en el que miles de nicaragüenses perdieron la vida y la libertad, padecieron torturas, exilio, largos años de cárcel, enfrentándose a una Guardia Nacional cuyo salvajismo no tenía límites. Los rebeldes eran, sobre todo al principio, personas humildes, los pobres entre los más pobres, pero luego fueron sumándose gente de la clase media y, al final, profesionales, empresarios y agricultores, y principalmente sus hijos, movidos por un idealismo generoso, la idea de que, con la caída de la dictadura, comenzaría un período de justicia, libertad y progreso para el pueblo de Rubén Darío y de Augusto César Sandino. Muchas mujeres combatieron en la vanguardia de esta revolución, así como los católicos -Nicaragua es tal vez el país donde el catolicismo está más vivo en América Latina- y Ramírez describe con mucha pertinencia las distintas corrientes que conformaban esa disímil alianza de comunistas, socialistas, demócratas, liberales, castristas que respaldaron la revolución en un principio, antes de que comenzaran las inevitables divisiones.

Las páginas de Adiós muchachos que evocan el entusiasmo y la alegría con que vivieron la inmensa mayoría de los nicaragüenses los primeros tiempos de la revolución -las campañas de alfabetización, la conversión de cuarteles en escuelas, la distribución de las tierras y fábricas expropiadas a los Somoza y sus cómplices a los sectores de menores ingresos- son emocionantes, el inicio de lo que parecía ser la gran transformación de Nicaragua en un país de veras libre, democrático y moderno.

No ocurrió así y Sergio Ramírez responsabiliza del fracaso de la revolución sandinista a “la contra”, armada y financiada por la CIA. Yo tengo la impresión de que la contrarrevolución fue más bien un efecto que una causa, por el descontento que cundió en un sector amplio de la sociedad nicaragüense con la política equivocada del régimen destinada a convertir al país en una sociedad estatizada y colectivista, con las nacionalizaciones masivas y la creación de granjas campesinas al estilo soviético, y las emisiones inorgánicas que en vez de impulsar arruinaron la economía nacional y desataron una inflación galopante, que, como siempre, golpeó sobre todo a los más pobres. El desbarajuste y el caos, y, por supuesto, la corrupción que todo ello originó, la llamada piñata -el reparto entre la gente del poder de los bienes y dineros supuestamente públicos-, que Sergio Ramírez describe magistralmente en el capítulo de su libro titulado con agrio humor “Los ríos de leche y miel”, tenían que desencantar y empujar a la oposición a muchos nicaragüenses que odiaban a la dictadura de Somoza pero no querían que la reemplazara una segunda Cuba. (Dicho sea de paso, es fascinante descubrir en Adiós muchachos que una de las personas que más trataba de moderar a los dirigentes sandinistas en sus reformas revolucionarias ¡era Fidel Castro!)

La segunda parte del libro es de una creciente tristeza, pues en ella se describe el progresivo descalabro de la revolución, las divisiones entre los sandinistas, y la lenta pero segura ascensión del comandante Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo al vértice de un poder del que sólo han gozado un puñadito de sátrapas en la historia latinoamericana. Tierra de grandes poetas y excelentes escritores, como el propio Sergio Ramírez, Nicaragua tendrá que producir algún día la novela que eternice la historia de Daniel Ortega, este alucinante personaje que, luego de dirigir la revolución sandinista contra los Somoza, se fue convirtiendo él mismo en un Somoza moderno, es decir, en un dictadorzuelo corrompido y manipulador que, traicionando todos los principios y aliándose con todos sus enemigos de ayer y tras antes de ayer, ha conseguido gozar de un poder absoluto a lo largo de veinte años, haciéndose reelegir en unas elecciones de circo, y, a pesar de todo ello, gozando todavía -por extraordinario que parezca- de cierta popularidad.

Para conocer algo de su historia hay que cerrar Adiós muchachos y leer el espléndido ensayo del mismo Ramírez en El estallido del populismo (2017), “Una fábrica de espejismos”, donde está sintetizada, con trazos maestros de realismo mágico, la trayectoria hasta nuestros días de este inverosímil personaje. Por lo pronto, experimentó una oportuna conversión al catolicismo y ahora comulga devotamente de la mano del cardenal Miguel Obando y Bravo, su antiguo enemigo mortal y ahora aliado acérrimo que ha dado su bendición al gobierno “cristiano, socialista y solidario” de los Ortega/Murillo. También ha hecho pacto con empresarios mercantilistas que, a condición de no hablar nunca de política, hacen muy buenos negocios con el régimen. Pero, quizás, lo más sorprendente sea que, en la variopinta alianza que han conseguido armar para mantenerse en el poder Daniel Ortega y Rosario Murillo -ésta es su Vicepresidenta y podría ser la próxima Presidenta de Nicaragua si su esposo decide tomarse algunas vacaciones- también figuran los brujos, santeros, curanderos, hechiceros y taumaturgos del país. Cito a Ramírez: “La mano abierta de Fátima, hija de Mahoma, con un ojo al centro, que representa bendiciones, poder y fuerza, y también protección contra el mal de ojo, estuvo desde 2006 detrás de la pareja presidencial en el salón de sus comparecencias, en un inmenso mural”.

El ensayo también refiere los fantásticos proyectos con que el gobierno de la ya celebérrima dupla, émula de la de House of Cards, alimenta las ilusiones de sus electores, como el famoso Gran Canal de Nicaragua, que iba a competir con el de Panamá y que sería financiado por el multimillonario chino Wang Ying (ya quebrado y olvidado) y una planta de productos farmacéuticos en Managua llamada a producir nada menos que ¡una vacuna contra el cáncer! La lista de ficciones así es larga y parece salida de Macondo.

Todas estas cosas las cuenta Ramírez sin alterarse, con objetividad, aunque detrás de la moderación y elegancia con que escribe, se adivina un hondo desgarramiento. El suyo debe ser el de muchos nicaragüenses que, como él, dedicaron los mejores años de su vida, su tiempo y sus sueños, a luchar por una ilusión histórica que vivió una efímera realidad y se fue luego deshaciendo y transformando en grotesca caricatura.


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Published on August 13, 2017 00:00

August 12, 2017

El momento de la verdad: el costo

Las preguntas sobre los límites de la intimidad en la tele chilena hace tiempo que dejaron de servir para algo. Esto no solo tiene que ver con cómo la farándula se transformó en la nueva crónica en los últimos 15 años; o con cómo los reality shows reemplazaron por un rato a los culebrones, haciendo un arte de exhibir las vísceras vacías de, a estas alturas, varios centenares de personajes con ansia de celebridad. Tampoco con el hecho de que diese lo mismo que en los noticiarios y matinales utilizaran los detalles privados (y tristes y terribles) de diversos casos policiales sin más interés que explotar el rating, tal y como lo hizo Bienvenidos con Nabila Rifo. A nadie eso parece importarle, el respeto a la intimidad (y el resguardo de la dignidad personal que eso implica) es un concepto vacío para la televisión, algo que puede ser vendido y manoseado al antojo sin que se asuman responsabilidades, se deslinden culpas o simplemente alguien salga de escena: que Pablo Manríquez (director de Bienvenidos) haya pasado automáticamente a dirigir Muy buenos días de TVN, lo ejemplifica a cabalidad, de una manera tan impúdica como dolorosa.

El momento de la verdad de Canal 13 (jueves, 22.30 horas) lleva aquello hasta las últimas consecuencias: los participantes se someten voluntariamente a un polígrafo y luego, en el set, responden preguntas complejas sobre sus vidas, cada una más terrible que lo anterior. Sergio Lagos anima y lo que el espectador puede ver es una colección de momentos donde quien está en el sillón va relatando cosas inconfesables sobre sí mismo, aumentando con eso el pozo de dinero que puede llevarse a casa. En el set lo acompañan parejas, novios o familiares. Parte del sentido del show es ver cómo ellos se decepcionan, se enteran de verdades ocultas y descubren que la persona que tenían al frente no era a quien creían conocer. Aquello funciona con los famosos que han ido (Raquel Argandoña, Juan Falcón, Sebastián Jiménez) pero sobre todo con los desconocidos. Hace dos semanas una mujer dijo estar a punto de terminar con su pareja, a la que soportaba apenas por conveniencia; y el jueves pasado un señor se definió como racista, además de declarar que estaba contra la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo. Que el concursante fuese homosexual y estuviese su novio en el set solo aumentó el morbo. Lagos, por supuesto, calzaba perfecto para los requerimientos del formato: podía ser tan ligero como letal, distraía la atención, era capaz de formular las preguntas más atroces sin inmutarse.

El problema es que El momento de la verdad no es un show divertido ni ligero por más que Lagos trate de imprimirle aquel tono. Por el contrario; su sentido descansa explícitamente en la demolición total de la vida privada de quien se entrega al juego. Por supuesto, se trata de adultos que dan su consentimiento; nada más alejado de concebir a los participantes como víctimas. Lo perturbador es en realidad otra cosa y sucede desde el lado del espectador, en el juego de poder contemplar (y a veces anhelar) que por la pantalla veamos confesiones sin un retorno posible; o con entender la intimidad y la vida de los otros como una especie de abismo sin fondo, fabricado de las contradicciones que todos los seres humanos son capaces guardarse para sí mismos.

Así, el show de C13 explica mejor el sentido que tiene la televisión abierta ahora mismo, en el que la Pontificia Universidad Católica quiere desligarse de su parte en la propiedad del canal y en el que en TVN empiezan a sonar las alarmas políticas sobre un posible quiebre de la estación el 2018. Eso porque El momento de la verdad representa todo lo que es y desea ser la industria estos días: una producción impecable, un formato probado, un animador eficaz y unos invitados que asisten al set dispuestos a romperse ellos mismos (y a quienes quieren) gracias a una promesa hecha de dinero, de fama o simplemente de la ilusión de estar en la tele por unos cuantos minutos, sin importar el costo.


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Published on August 12, 2017 23:55

Los costos del bienestar

Aunque la cátedra recomienda no debatir en períodos electorales temas de largo plazo y gran complejidad técnica, está claro que la reforma al sistema de pensiones será parte de la actual campaña electoral. El gobierno anunció su proyecto esta semana, Sebastián Piñera ya había anticipado las orientaciones del suyo y es probable que otros candidatos también quieran clavar sus propias banderas en el tema.

Básicamente, la propuesta gubernativa considera, una vez en régimen, un incremento de 5% de la cotización de los trabajadores con cargo a las empresas. De ese porcentaje, que sería administrado por una nueva entidad estatal, un 3% iría a cuentas individuales para mejorar la pensión futura de cada trabajador, y el 2% restante, a un fondo solidario, para mejorar desde ya las pensiones más bajas.

El planteamiento de Sebastián Piñera es distinto. Contempla una cotización adicional, también de cargo de los empleadores, pero solo de entre el 3% y el 4%, que iría directamente a las cuentas individuales administradas por las AFP. Su propuesta para elevar de inmediato las pensiones más bajas va asociada, en lo fundamental, a un fuerte incremento del aporte estatal al sistema solidario de pensiones, desde el actual 0,7% del PIB a una cifra que supere el 1%, en un plazo gradual, de forma de aumentar en un 30%-40% la pensión básica solidaria, que es la que reciben quienes nunca cotizaron, y el aporte previsional solidario, que complementa las pensiones bajas de quienes algún ahorro acumularon.

Obviamente, son muchas las implicaciones envueltas en estas iniciativas. Están en juego, entre otros factores, consideraciones de equidad, de legitimidad del sistema, de urgencia social y de viabilidad política. El proyecto del gobierno, si bien les perdona la vida a las AFP, las deja al margen de la reforma, porque estas instituciones cargarían con el peso de una mala evaluación por parte de la ciudadanía, por mucho que -como reconoció el ministro de Hacienda- hayan hecho bien su trabajo. La propuesta de Piñera, en cambio, se vale de las AFP, aunque consulta ajustes para facilitar los traspasos, estimular la participación de los trabajadores, compartir los riesgos y pérdidas del manejo de los fondos entre afiliados y administradoras y permitir inversiones en activos de mayor rentabilidad, como obras de infraestructura.

Va a ser interesante la manera en que la campaña entre a estos temas. Porque de lo que se estará discutiendo es cuánta seguridad social efectiva, cuánto Estado de bienestar puro y duro quiere el país. Ya se sabe que los estados de bienestar no son gratis. Hay que financiarlos, y es un simplismo creer que los impuestos a las empresas o a los más ricos se pueden subir indefinidamente. Entre otros factores, ese error fue el que terminó pulverizando en los últimos tres años el dinamismo que tenía la economía chilena y está claro que no hay espacio para seguir en esa dirección.

En ese sentido, la propuesta gubernativa no deja de ser interesante viniendo de un gobierno de izquierda. Al concebir sobre la base del 2% de cotización adicional un fondo solidario para elevar las actuales pensiones, el proyecto compromete a todos los trabajadores con el bienestar de los pensionados que están peor. Se trata en realidad de un impuesto a la solidaridad. El problema es que la fórmula no es muy justa, porque hace recaer el costo sobre los trabajadores dependientes, eximiendo del esfuerzo a los sectores rentistas o gente de ingresos altos que tal vez nunca entró al sistema de pensiones. Ahí hay una distorsión que posiblemente dividirá las aguas en la discusión parlamentaria.

Pero el principio que inspira la fórmula gubernativa podría ser sano. Si queremos un país más solidario, sería lógico que todos nos metiéramos la mano al bolsillo. Nunca tendremos una red muy robusta de protección si no se proveen nuevos recursos y si ese esfuerzo, dado que no hay mucho margen para otra cosa, no proviene de las personas. Es lo que, bien o mal, hace este proyecto, indirectamente quizás, de manera segregada y un tanto oblicua, porque lo que les quita a los cotizantes proviene, en principio al menos, del aporte del empleador. Pero en esa dirección progresa. El director del CEP, Harald Beyer, desde hace tiempo que viene recordando que la recaudación del impuesto a las personas en Chile llega apenas al 1,4% del PIB. El promedio en los países de la Ocde -ha dicho- es un 8% y la distancia tiene una explicación muy simple: en Chile, el impuesto a la renta grava sólo a las personas que están en la parte más alta de la pirámide de ingresos y exime a todas las demás. Por supuesto que alterar esta correlación implicaría impopularidad para cualquier gobierno que la propusiera. Pero es con este tipo de dilemas -no con discursos mesiánicos ni con palabrería igualitarista- que se debe hacer la política.


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Published on August 12, 2017 23:50

Banda del Titanic

Hay algo de la banda del Titanic en este gobierno, esa que seguía tocando mientras el buque se hundía. El reciente proyecto de AFP tiene todo de eso. Porque más allá del contenido, parece evidente que se trata de una iniciativa que no prosperará en esta administración, tal como puede que suceda con la reforma a la educación superior, otro quilombo que nadie sabe abordar.


Y es que Bachelet no parece percibir el poco apoyo y daño que han hecho sus reformas. Como lo dijo Lagos la semana pasada, hay que recuperar el crecimiento; lo demás es música. Pero ella, inmune a cualquier cosa, parece estar dispuesta a seguir tocando la misma música hasta el último momento. Si el barco se hunde, no es su problema.


Esto es tan claro, que al día siguiente de presentada su reforma previsional -coincidencia o no- la agencia clasificadora Fitch Rating rebajó la nota crediticia de Chile, al igual como lo había hecho Standard & Poor’s hace unas pocas semanas. Se trata de las primeras rebajas del país en 25 años. Ambas hablan de que Chile está viviendo un período demasiado prolongado de debilidad económica, lo que está deteriorando las cuentas fiscales. O sea, más riesgoso.


Frente a esto, ¿cuál fue la respuesta del gobierno? El ministro de Hacienda dijo que esto no era una sorpresa, porque lo estaban esperando. “Teníamos una perspectiva nacional negativa hace rato en Fitch, por lo que era esperable”, señaló Valdés. La respuesta solo viene a confirmar que, incluso sabiendo lo mal que estamos, tampoco están dispuestos a hacer nada.


Pero, lo que es peor, tampoco están dispuestos a detener su ritmo de reformas. El caso de las AFP es particularmente grave, por cuanto introducir incertidumbre en ese sector es la guinda de la torta que faltaba para incrementar la incertidumbre económica. No hay que olvidar que detrás de los fondos de pensiones, no solo está el ahorro de millones de chilenos sino que también una parte no menor de la inversión que requiere el país.


Todo se puede mejorar, y es claro que el sistema de AFP es uno de ellos, pero el tiempo y la ocasión para este propósito son fundamentales. Hoy es el peor momento. Primero, porque este gobierno se está acabando y no hay espacio para tener una discusión seria sobre algo que no hay acuerdo alguno. Segundo, porque las condiciones económicas que vive el país hablan de que lo único que no se necesita es meter más ruido. Se está abriendo un flanco innecesario en este momento.


Bachelet debiera entender que su tiempo terminó. Que gobernar hasta el último día es una cosa, pero embarcar al país en nuevas aventuras de este tipo es muy irresponsable. Ella lo sabe muy bien. Porque podría haber presentado este proyecto mucho antes y no quiso. ¿Será porque no quiere que se apruebe?


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Published on August 12, 2017 00:15

Venezuela

Se ha estado hablando mucho y con razón sobre Venezuela en estos días. Los motivos son conocidos. No quizá su trasfondo: las décadas de deterioro político y económico anteriores en un país que, por largo tiempo, pareció exento de semejantes males.


Recordemos cómo, mientras nosotros en el Cono Sur vivíamos bajo dictaduras tras quiebres profundos en la sociedad e instituciones, Venezuela se había librado de los militares en 1958, sus partidos políticos claves, consensuados, acordando en lo sucesivo alternarse en el poder; cómo, en vez de penurias, se venía gozando de un increíble crecimiento económico (en los años 50 y de nuevo en los 70) gracias al petróleo. Para, luego, sin embargo -esto lo sorprendente, aunque se olvide- caer en una espiral de ineptitud gubernamental, asonadas y represión (el “Caracazo” el 89), populismo, corrupción y golpismo que conducirían a Chávez (“el gendarme necesario” esta vez de izquierda) y su Revolución Bolivariana.


Es que mirada en retrospectiva larga esta descomposición, ningún sector se salva de su cuota de (ir)responsabilidad (todos han gobernado), y es evidente que el crecimiento no basta para detener y amortiguar procesos degenerativos. Esto es válido para cualquier país latinoamericano pero en Venezuela es donde se hace más evidente el fenómeno. Es cosa de recorrer imágenes de Caracas de los años 50, 60 y 70, y comparar en qué estado esos lugares se encuentran hoy, aunque ya antes deteriorándose, no solo ahora último. Sus flamantes autopistas, hoteles, complejos habitacionales, comerciales e universitarios, entre los más espectaculares de América Latina, habiendo muchísimos más ejemplos de este desarrollismo exitoso quizás en Venezuela que en el resto del continente manifestando estancamiento o declinación muy luego.


Se habla de decadencia de Argentina, pero ahí la caída se percibe más gradual, remontándose décadas antes del peronismo. Lo que se teme estar ocurriendo en México y Brasil hoy (narcos y corruptos mediante) todavía no llega a niveles terminales, pero no es descartable que a ello se encaminen. El retroceso de Cuba, sin duda, fue fulminante, pero hasta en dicho caso cabe hablar de una degeneración anterior al 59 que el castrismo capitaliza y ahonda no interesándole el crecimiento.


Reitero, ¿bastará con solo crecer? La capacidad de desarrollo en este prodigioso continente es solo proporcional a la capacidad de deterioro y degradación, resultando imposible frenar niveles de expectativas que el mismo crecimiento desata y no satisface. Es esa dimensión que se pasa por alto, como cuando Lagos declara que “la tarea número uno es crecer, lo demás es música” y se le aplaude. En Chile hemos crecido y no nos ha inmunizado para nada. ¿No será que en Venezuela falla hace rato lo que tan despectiva y cínicamente insisten en llamar “música”?


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Published on August 12, 2017 00:00

August 11, 2017

Yo no aflojo

No resulta muy fácil hablar de temas nacionales en el mismo momento en que el mundo es puesto en un estado de tensión, más bien propio de los más complejos eventos de la Guerra Fría. La escalada verbal, sin precedentes entre el gobernante norteamericano, y el autócrata que detenta el poder sin  contrapeso alguno en Corea del Norte, nos coloca como meros espectadores alarmados de una situación que puede terminar de la peor manera afectando la vida de  todos. Donald Trump amenaza “una furia  y fuego jamás vista en este mundo” , agrego yo,  el único que tenemos. Al frente tiene a Kim Jong-un,  espantoso e inescrutable ser humano capaz de cualquier cosa. Los riesgos de una discusión entre un matón, misógino y un autócrata atrabiliario, saltan  a la vista.


Sin embargo, en la fértil provincia solemos, más allá de los beneficios de la globalización y de la masificación de las redes, volcar nuestros debates preferentemente a temas domésticos, especialmente en época de  elecciones presidenciales. Permítanme  entonces, no escapar a lo anterior, ejecutando este salto temático. Mucho se escribió  en estos últimos días sobre el pasado, presente y futuro de la Democracia Cristiana, acaso la más lúcida de las interpretaciones la hacía el columnista semanal de este diario, Ascanio Cavallo. En  general todos los análisis, reportajes, comentarios,  surgían de las  decisiones tomadas por la máxima instancia colegiada de la DC, una de ellas la más compleja y lejana del sentido común fue revertida a mi juicio de manera muy correcta y certera por la presidenta u candidata presidencial Carolina Goic. La otra decisión lejos de ser revertida ha sido ratificada por los órganos políticos de la DC, me refiero a la suscripción de un pacto electoral con dos partidos de muy escasa relevancia electoral y aún más escasa trascendencia política. No creo que haya sido una buena decisión, por más instrumentales sean los efectos buscados, su  justificación termina confundiendo y  ofendiendo el sentido común. Este articulista militante de la DC acata a la decisión, pero no puedo ser obligado a avalar lo hecho. Más allá de la buena  y la mala noticia, así es la vida  y también  la política, la candidatura  de Carolina Goic ha tomado un nuevo brío, construido en su carácter y convicción para ejercer una  decisión de autoridad, requisitos, estos imprescindibles cuando se pretende gobernar un país, pues la ausencia de los mismos, siempre se termina notando, a la hora del  ejercicio del poder.


A partir de este segundo aire debe centrar su discurso, sus propuestas en una  lógica ciudadana, no hablar en sede partidaria. Es mucho más que la candidata de un partido, es la opción de  cambios con moderación, con crecimiento económico, para miles que  quieren que el país retome el rumbo, que quieren prosperidad, seguridad, certezas,  mejor calidad de vida y  que por el  contrario,  no quieren descalificaciones permanentes, no quieren intolerancia, no creen que haya  que empezar  siempre todo de nuevo. Ahí está  la tarea. Para ello,  Goic tiene fuerza y  convicción, en estos días lo demostró, su  partido debe acompañarla y no complicarla. Si yo fuera publicista le diría  que su  slogan de campaña debe ser:  “Yo no  aflojo”.


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Published on August 11, 2017 23:55

Sentencia de la Corte Suprema: fuerte y clara

La reciente sentencia de la Corte Suprema lo podría haber dicho más fuerte, pero no más claro. En los conflictos de atribución del cuidado personal lo que prima es el interés superior del menor. Esta sentencia aplica fielmente lo que el Comité de Derechos del Niño (observación n° 14) señala como la triple función de este interés: ser un derecho, ser un principio y una norma de procedimiento. En los hechos de la sentencia queda demostrado que, en este caso, ambos padres están interesados en el cuidado de sus dos hijos. Son profesionales con empleos estables, altos ingresos y viviendas propias idóneas. Los informes periciales señalan que “no hay ningún factor de riesgo de los niños ni con la madre ni con el padre”.


Eso sí, estos informes concluyen que actualmente el padre es el progenitor más apto, pues cuenta con mejores competencias parentales. La madre posee habilidades parentales, pero “sus competencias vinculares están afectadas por la ansiedad y la depresión y muestra un estilo intrusivo, no logrando discriminar entre sus necesidades y las de sus hijos, si bien tiene potencial”. El padre “[…] tiene mejor evaluación en el área de las habilidades parentales, de empatía, de diferenciación de necesidades entre los niños. No tiene antecedentes de depresión, es más reflexivo, propone buenos acuerdos…”.


También se prueba que el conflicto familiar afecta a ambos padres en sus competencias de coparentalidad. Por un lado, el padre pretende homologar a su pareja con la madre. Y por otro lado, la madre no sabe cómo tolerar la angustia que a ella le produce el rechazo hacia la pareja actual del padre de los menores. Por su parte, los niños presentan un estado de salud física y mental normal, aunque uno de ellos requiere una atención especial, para la que el padre está más atento.


Además acordaron un sistema de relación directa y regular, por el que los niños viven durante la semana con la madre y con el padre los viernes y sábados. Eso sí, la madre ha dificultado la relación del padre con sus hijos. Dicha dificultad llegó al extremo cuando durante los cinco primeros meses de 2015, la madre retuvo a los menores ilegalmente en Uruguay, siendo necesario un juicio de secuestro internacional para lograr su regreso al país. Ante estos hechos, lo que la Corte Suprema destaca es que en el ordenamiento chileno el principio de corresponsabilidad parental implica que ambos padres tienen el cuidado personal de los hijos. Cuando esto no es posible en la práctica, en el Código Civil se establece la regla de que los hijos continúen bajo el cuidado personal de aquel progenitor con el que convivan, pero que si las circunstancias cambian y la protección del interés superior del menor lo hace conveniente, un juez puede atribuir dicho cuidado personal al progenitor más idóneo. La Corte Suprema interpreta, en mi opinión con buen criterio, que la estabilidad en el hogar donde residan no es una regla prioritaria, sino que lo que busca es regularizar lo que en los hechos sucede, pero solo mientras no exista una decisión judicial basada en el interés del menor que me diga lo contrario.


Luego, si pericialmente se ha demostrado que, en los hechos, el padre actualmente tiene competencias parentales vinculares, formativas, reflexivas y de coparentalidad más idóneas que la madre, y además que ella ha actuado en ocasiones en contra del interés de los menores dificultando la relación “sana y cerca” con su padre, impidiéndole “el contacto periódico y estable” acordado, no parece descabellado concluir que en esa situación un juez considere que ante el cambio de circunstancias y teniendo presente el interés superior de los menores se le atribuya ahora al padre el cuidado personal de los menores. Para concluir, dado que -como correctamente señala la Corte Suprema- no es un dato relevante para decidir acerca del cuidado personal de los hijos, mencionar que la pareja del padre es un hombre.


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Published on August 11, 2017 23:53

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Óscar Contardo
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