Óscar Contardo's Blog, page 103
August 21, 2017
La brecha digital en Chile y la verdad sobre los actuales índices de acceso a Internet
En nuestro país hemos alcanzado una penetración del 99,9% en el servicio de agua potable para hogares. En alcantarillado dicha proporción llega al 95,3%, mientras que el acceso a la red eléctrica bordea el 99,6%. En otras palabras, en los últimos años el país ha sido capaz de proveer estos servicios básicos a casi la totalidad de la población. Sin lugar a duda, este éxito ha contribuido a mejorar la calidad de vida y la salud de las familias chilenas superando la brecha existente en el siglo anterior.
Últimamente, acostumbramos escuchar que Chile es el país latinoamericano líder en acceso a Internet. Esta postura complaciente acomoda tanto a las autoridades del sector, como a las empresas proveedoras. Sin embargo, en este servicio clave en la sociedad del siglo XXI, el país está considerablemente atrasado, y ya tampoco somos los líderes de la región. En efecto, menos del 50% de los hogares chilenos posee un acceso fijo a internet en sus viviendas.
Tal como el país se propuso y logró vencer las brechas de acceso al agua potable y a la electricidad, hoy corresponde plantearnos un desafío similar con el acceso a internet. No podemos desentendernos de esta necesidad básica para las familias chilenas.
Según la Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD), en junio del 2016 Chile posee una penetración de 2,8 millones de conexiones fijas a internet, de las cuales, alrededor de 2,5 millones eran residenciales; es decir, la mitad de los chilenos no cuenta con el servicio aún. Si nos comparamos con el resto de los países de la OECD, ajustando por ingreso per cápita, resulta que tenemos un déficit mínimo de un millón de conexiones. Numerosos países han alcanzado penetraciones superiores al 90% de los hogares.
Se podría argumentar, que nuestras cifras de acceso a internet móvil no son malas y compensarían el déficit anterior. Sin embargo, esto no es así: sólo dos de cada tres personas poseen algún acceso móvil, pero se estima que la mitad de éstos es prepago. Desgraciadamente Subtel no provee esta estadística. Además, gran parte de quienes poseen algún plan móvil, también cuentan con acceso domiciliario, por lo que estas cifras no son sumables. Tampoco el acceso móvil es un sustituto del fijo, ni en precio ni en prestaciones. Mucho menos en modalidad prepago.
El precio en Chile es de los más altos de la OECD. Además, existe una gran diferencia en el valor del servicio móvil. Un megabyte de prepago puede costar 10 o 15 veces más que uno de un plan.
Según el índice VNI (Visual Networking Index) de Cisco, el consumo mensual de datos per cápita de Chile durante el año 2015 llegó a 14 Gigabytes. En Norteamérica, fue 69 y en Europa Occidental 27. Es decir, estamos lejos en términos de consumo, del de los países desarrollados.
En términos de la distribución de este consumo entre los diferentes segmentos socioeconómicos, seguramente nos encontraremos con amplias desigualdades en función de los antecedentes aportados previamente. Subtel no provee estas estadísticas tampoco. Probablemente nuestro índice de Gini de consumo de datos sea muchísimo peor que el del ingreso familiar.
En atención a estas cifras y a la importancia que tiene este servicio para la población y el desarrollo económico y social de Chile, urge revisar las políticas regulatorias y de desarrollo del sector para revertir estos resultados. Por de pronto, Subtel podría revisar y definir métricas relevantes para medir nuestro progreso; de lo contrario, seguiremos en la autocomplacencia que se infiere de las actuales.
El desafío de dar acceso de calidad a Internet, subir el consumo de datos per cápita y no dejar a nadie atrás debe ser parte de los objetivos de cualquier gobierno que pretenda modernizar nuestro país.
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Poder y conflicto
Uno de los procesos más importantes del ejercicio del poder se manifiesta en la selección de candidatos al Congreso, siendo el más complejo y conflictivo. Aquí se juega no solo el ciclo político completo, el periodo, sino también los alineamientos internos, la supervivencia de las coaliciones, la futura capacidad de articulación ya sea como gobierno u oposición y, por cierto, el liderazgo de las directivas.
En el caso de los alineamientos internos quienes resulten seleccionados no solo lo son por sus mayores chaces de ser electos sino porque representan a algún sector o facción de partido que desea ser hegemónica lo que de suyo es conflictivo.
La supervivencia de las coaliciones se ve afectada tanto por quienes sean seleccionados y en qué proporción. Si un partido estima que su participación y resultados electorales fueron afectados por las negociaciones, claramente tendrá a ser más reacio a cooperar a futuro.
Consecuencia de lo anterior es que una plantilla parlamentaria será exitosa no solo en términos electorales sino también de cuán afiatado sea el grupo de candidatos ganadores, de otro modo se arriesga la continuidad de la coalición.
Pero, sin lugar a dudas la característica más importante es el liderazgo de las directivas partidarias y de los presidenciables para sortear los desafíos antes descritos. En efecto, en toda negociación los partidos quieren todo y el rol de los dirigentes no puede ser un “todo o nada”, eso es infantil. El liderazgo en política es ante todo pedagógico, supone “enseñar” que no bastan las legítimas intenciones sino que ellas pueden ser imposibles.
Pero eso no es todo, si en un partido o coalición los candidatos no entienden que son fusibles, dichos candidatos no entienden qué es la política. Ello no impide usar toda suerte de recursos políticos (prestigio, redes, conocimiento, etc.), sin embargo, reconocer que no es su momento es elemental. Ahora bien, si a pesar de ello los candidatos no son capaces de este reconocimiento, es rol de los líderes tomar las decisiones.
En el actual proceso es claro que la tónica ha sido la falta de liderazgos, y por el contrario, la mediatización de los conflictos ha sido el método. En el caso de Chile Vamos la intervención de Piñera fue efectiva y, caras buenas o malas, ya se tiene una lista, la que si bien pareciera que afectó a partidos como Evópoli, lo concreto es que terminó consolidando al entorno de Kast.
En el caso de la Nueva Mayoría y la DC la existencia de dos listas terminó aminorando los conflictos, aunque no todos y otro tema será el éxito electoral.
Finalmente, huelga señalar que para el Frente Amplio su éxito se juega en esta elección, una representación menor al 10% (tanto en votos como parlamentarios) sería un fracaso, luego su dilema es más bien político: seguir una estrategia tímida frente a la Nueva Mayoría o salir a competirle distrito a distrito, lo que supone una lista competitiva, que hasta ahora no parece clara y sus dirigentes no terminan por resolver.
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Frente Amplio: el desgobierno de las pulsiones
La salida a la dictadura requirió reunir a todas las fuerzas políticas posibles con el propósito de redemocratizar el país. Esto llevó a las principales fuerzas de izquierda a privilegiar una alianza democrática amplia por sobre sus planteamientos programáticos propios, históricamente centrados en los temas de la justicia social, de las libertades y de la igualdad de género. Pero evidentemente esto no podía ser eterno, si de dejar atrás la constitución del 80, avanzar en recuperar el control público sobre los recursos naturales que pertenecen a todos los chilenos y disminuir las desigualdades sociales se trataba, o bien de permitir la autonomía indígena, el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y así sucesivamente. O se renunciaba a esas banderas en aras de mantener una mayoría centrista cómoda para permanecer en el gobierno, o se las hacía avanzar con el costo de arriesgarse a un boicot interno, como terminó de ocurrir en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. En este gobierno se fisuró la coherencia de la acción de la coalición creada en 1990 y ampliada en 2014, al punto de producir escasos resultados con una amplia mayoría legislativa que terminó siendo de papel. Los partidos de la izquierda gubernamental renunciaron por falta de convicción o por realismo sin visión de futuro a elementos básicos de su programa –resignándose a reformas tributarias, laborales y educacionales sin profundidad y renunciando en la práctica al cambio constitucional- con tal de seguir manteniendo una coalición ficticia y ocupando cargos estatales. No clarificaron su relación con los que se oponían desde dentro al programa de la presidenta Bachelet, y terminaron aceptando sus vetos, ni el financiamiento de algunos por los grupos económicos dominantes. Como consecuencia, acabó por surgir, después de variados intentos, una articulación política a su izquierda con perspectivas serias de constituirse en alternativa de poder. Ese fue el Frente Amplio, nacido en 2016 después de las elecciones municipales.
No obstante, constituir una fuerza política nueva que pueda llegar a gobernar supone un proceso evolutivo y de maduración que puede ser más o menos breve si logra o no dominar una serie de pulsiones (o de impulsos primitivos, si se quiere, que empujan a la vida o retrotraen a la muerte, en el lenguaje del sicoanálisis) que son propias de las estructuras síquicas y se proyectan sobre la esfera política desde siempre.
La primera pulsión que el Frente Amplio no ha sabido manejar es la que gobierna la identidad juvenil. Como señala el sicoanalista Jean Jacques Tizler, aunque en otro contexto, “es difícil de explicar por qué asistimos hoy día en muchos jóvenes a un tal aumento de la rigidez de la identidad”, aunque algo tiene que ver con la pérdida de brújula que provoca en las estructuras síquicas la ansiedad individualista de la sociedad de mercado, y que algunos confunden con modernidad. Toda fuerza política que nace tiene la tentación de hacer tabla rasa del pasado, pero eso es un error infantil: la edad de los miembros de una fuerza política no asegura nada y tiene un plazo fijo dado por el simple paso del tiempo. No existe la nueva y la vieja política, como les gusta decir a Andrés Velasco y a los líderes del Frente Amplio. Existe la buena y la mala política, desde siempre. Por ejemplo, mala política es aquella que se asocia para financiarse al Grupo Penta, como la UDI y Velasco, o a los grupos SQM, Angelini, Luksic y otros en buena parte del espectro político tradicional, con las debidas honrosas excepciones.
Ese es uno de los parte aguas, como además la postura frente a las instituciones no democráticas y frente a los abusos del poder económico. No lo es en absoluto la edad de los participantes, la que no garantiza nada en el presente ni en el futuro respecto a los temas centrales de la política. En vez de convocar a los que siempre se han negado al maridaje de la política con el dinero y la mantención de una constitución ilegítima que protege una estructura distributiva que está entre las más desiguales del mundo, el Frente Amplio prefirió decirle que no con arrogancia y vetos sin desparpajos a todos los que hubieran participado en política antes que ellos, aunque no tuvieran demasiadas diferencias en los principios y propósitos declarados. Desde ahí empezó a desaparecer la política en el Frente Amplio y su reemplazo por las luchas individuales de poder.
Además de la pulsión identitaria juvenil, el Frente Amplio no pudo superar otra dimensión ancestral de la acción política: el control de la pulsión de conquista monopólica del poder por personas o grupos cerrados, aquella que la sabiduría de los seres humanos desde los griegos fue dominando hasta dar forma a las instituciones democráticas modernas, única garantía contra las tiranías y las oligarquías.
Existen las tiranías verdaderas y graves y las de pacotilla, como en este caso. Dado que los líderes juveniles naturales del Frente Amplio no tienen edad para la disputa democrática presidencial y senatorial, primero se plantearon no participar de la elección presidencial y remitirse a la identidad del tribuno parlamentario en la Cámara de Diputados, augurando disputas narcisistas futuras de marca mayor. Y luego, ante lo inexplicable de una fuerza política que no disputa los resortes principales del poder, decidieron invitar a un rostro de la televisión para usar su notoriedad como figura en la elección presidencial de 2017, con la idea de luego, me temo, dejarla caer en el olvido en la proyección futura de los liderazgos. Rostro que se permitió dar pasos agigantados en la despolitización, al señalar que entendía que no lo correspondía tener opinión sobre política exterior “por razones de Estado” –argumento que superó todos los límites de la lógica para una candidatura presidencial destinada por definición a discutir los asuntos del Estado- o bien argumentar que trató a Allende de “totalitario” en un medio conservador para que “no se demonice al Frente Amplio”, con la correspondiente posterior y fácil petición contrita de perdón. Y ya está, vamos a la siguiente.
La siguiente fue la primaria presidencial de julio, la que tuvo el mérito de suscitar debates contestatarios saludables, pero que terminó en una pésima gestión posterior de la posición a otorgarle al que llegó segundo, que a su vez anunció por los medios la prolongación de su carrera en un distrito parlamentario. Y luego se llegó al extremo de acusarlo en un juicio sumario de maltrato a personas y se lo condenó sin aviso a la exclusión de toda candidatura “por unanimidad”, lo que se modificó mediante una “autocrítica”. El maltrato era inexistente y la unanimidad otro tanto. La historia del estalinismo se construyó con esos métodos y ese lenguaje. Dejarse llevar por la pulsión del autoritarismo en nombre de un impreciso “colectivo”, que en realidad se dedica a acomodar intereses parlamentarios de poca monta y fulmina sin presencia ni defensa del acusado, es tan grave (imagínense a ese “colectivo” con un poco de poder) que debiera conducir al menos a un examen de conciencia, ya que no político, en el Frente Amplio.
La pulsión autoritaria se acompañó, además, de la pulsión moralista, que también sirvió para vetar candidaturas, y que terminó en la insólita afirmación –los moralismos suelen resultar bastante hipócritas- según la cual hay infracciones de leyes del tránsito (y por tanto candidaturas) aceptables y otras similares que no lo son. Para no hablar de la pulsión de la victimización social, que terminó en que una persona que es abogado de la Universidad de Chile no es de “la elite” pero si lo es una que estudió sociología en la Universidad de Chile, mientras ambos viven a dos cuadras en el mismo mesocrático barrio. El sentido del ridículo se ha echado de menos.
El Frente Amplio pudo ser una opción de gobierno para 2018, por la división y el desgaste de la Nueva Mayoría y la regresión social que anuncia la derecha. La incapacidad de gobernar sus pulsiones lo impidió, como lo hacen a su manera y en otro registro los caudillismos personalistas de Enríquez-Ominami y Navarro, que construyen organizaciones con la condición de que sean devotas de sus inclinaciones personales, incluyendo, en este último caso, la defensa inaceptable de los desvaríos antidemocráticos de Maduro. La izquierda democrática, la que tiene desde siempre como proyecto la emancipación social igualitaria en un Estado social de derecho, y también en el siglo XXI la preservación de los ecosistemas por responsabilidad con las nuevas generaciones, tendrá que esperar para recomponerse. Esa recomposición habrá de venir con los que están dentro y fuera de la Nueva Mayoría y del Frente Amplio, pero del único modo en que esto es posible: con reglas democráticas. Las que incluyen para dirimir los liderazgos la ausencia de todo veto a personas, practicando el derecho a elegir y a ser elegido en tanto se comparta valores que inspiran un proyecto de cambio que exprese los intereses de la mayoría social. La recomposición de una coalición amplia y democrática de izquierda –que no debe abandonar la capacidad de dialogar con el centro- deberá ser la alternativa tanto al acomodo frente al poder oligárquico como al desgobierno de las pulsiones autodestructivas. Mientras, habrá que seguir invocando con paciencia el sentido común en el desierto, hasta que florezca.
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August 20, 2017
Ciudad en paz
Las comunicaciones nos hacen partícipes de muchas cosas y con asombrosa instantaneidad. Tal es la avalancha de información y su constante flujo desde los más recónditos lugares que nos anestesiamos, y nuestra capacidad de asombro pierde sensibilidad. Lo que era ocasional se transforma en habitual y rutinario. Esto es algo que no nos puede pasar con la escalada de violencia urbana que estamos presenciando en simultáneo en el mundo. Caracas, Charlottesville y hace unos días…Barcelona. Todos ellos actos en territorio urbano. El primero, violencia totalitaria sin excusa; los otros dos, tan urbanos como un atropello vehicular, pero utilizado como herramienta del peor y más cobarde terrorismo. La violencia urbana está tocando la puerta cada vez más frecuentemente, y quizás anestesiados, no nos detenemos a analizar su gravedad, ni menos a mirarnos a nosotros mismos para prevenir que ese terrorismo urbano llegue a nuestros espacios públicos.
Una ciudad en paz, es un atributo social y económico enorme. Cuando la violencia urbana ha irrumpido y se ha tomado las calles, todos los adelantos de calidad de vida han quedado sepultados. Ocurrió en Colombia, en la época de la guerra de los carteles de la droga.
La irrupción de actos deleznables como un burdo atropello usado con la finalidad de aterrorizar, lo hemos presenciado, en solo un año, en dos ocasiones en Londres, una en Estocolmo, otra en Niza, en Berlín y ahora en la semana recién pasada, en Barcelona; en el mismísimo corazón peatonal de la ciudad. La acción del terrorismo se está alojando en forma preocupante en la vida rutinaria de la ciudad, sembrando temor en los espacios más comunes y corrientes: nuestras calles.
Un efecto de la sensación de inseguridad generada por este terrorismo urbano y donde la privacidad de cada habitante vale cada vez más, es que ahora varios países no permiten las grabaciones panorámicas de las calles que realiza Google Street View. Austria los tiene prohibido desde hace casi 7 años. India lo acaba de prohibir por razones de seguridad en julio del año pasado. Alemania acaba de reanudar el servicio luego de varios años de tenerlo prohibido por conflictos con el derecho de privacidad, cuestión que luego se ha agravado por la escalada de atentados en Europa.
Dios nos libre del dolor de cualquier forma de terrorismo urbano, que han sufrido países hermanos latinoamericanos y que hoy sufren otros en distintas partes del mundo. El punto ciertamente no es sembrar la alarma ni mucho menos. El llamado es a valorar lo que tenemos. A tomarle el peso de lo que significa para la vida diaria de cada uno y de nuestras familias que tengamos paz en nuestras ciudades. Quizás las amenazas a nuestra paz no son las que hoy violentan Europa o Estados Unidos, pero ciertamente que las hay. Ciudades equitativas, conectadas y socialmente integradas son ciertamente claves para contar con una urbe en paz.
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Desafío para el Frente Amplio
El Frente Amplio (FA) es una coalición de pequeños grupos políticos, un movimiento abigarrado cuyas disputas y ambiciones personales parecen ser más intensas cuanto más difuso es el proyecto colectivo. Si logran articular una estrategia común harían una contribución, de lo contrario proyectarán las mismas insuficiencias que imputan a los demás.
El aire refundacional y descalificador no dio los frutos que esperaban; no dura mucho erigirse en jueces políticos y morales de los demás. En sociedades complejas es difícil convenir acuerdos parlamentarios, articular una visión coherente de la sociedad futura, presentar propuestas viables, vincularse a las organizaciones ciudadanas, estructurarse a lo largo del país. Nada de eso es fácil ni hay atajos. Los resultados se muestran con años de trabajo sistemático y actitud coherente. Fue incoherente participar en el proyecto educativo del gobierno y luego abandonar a mitad del camino. Y que parlamentarios del FA votaran igual que la derecha en contra del proyecto de educación superior.
Las recientes disputas públicas por candidaturas podrían transformarse, sin embargo, en una oportunidad para que el Frente Amplio repiense los problemas de Chile desde una perspectiva más madura. Varios de sus miembros son personas de alta calidad y constituyen un capital valioso para Chile. Ellos pueden alentar una mayor participación de los jóvenes en la vida política y en la sociedad civil. Pueden ser una fuerza crítica que obligue a la centroizquierda a innovar y renovarse.
El test principal a que se verá sometido el FA será la forma como resuelve la disyuntiva entre la convergencia de los progresistas o el ataque a la Nueva Mayoría. Algunos de ellos consideran que el camino es debilitar a la centroizquierda, incluso destruirla para reemplazarla. Ese camino, además de inviable, ayudaría a la derecha, con riesgo de instaurar un periodo largo de regresión democrática y social. La opción constructiva es poner en el centro los valores y objetivos comunes y debatir cuál es la mejor forma de alcanzar la inclusión social, la participación ciudadana, el resguardo de los derechos de todos. La actitud positiva es confrontar ideas para alcanzar un crecimiento más rápido, ambiental y socialmente sostenible, para estimular el emprendimiento y la innovación, con desarrollo científico y tecnológico, con nuevas formas de energía y desarrollo digital. El progresismo de futuro también debe cuidar la seguridad de las personas, con prioridad a las familias vulnerables. Es en torno a este tipo de ideas, y respetando las legítimas diferencias, como se debería enmarcar la competencia y la relación entre el FA y la centroizquierda en este periodo crucial de la campaña presidencial. Repensar esta relación es un desafío importante para el FA, si su verdadero propósito es que triunfe el progresismo en la segunda vuelta electoral.
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Ultimátum para el reencuentro nacional
Me interesa dejar por escrito un testimonio. La última gran crisis del país fue la del 73. Fue dramática, costosa en vidas, y generó nuevamente una gran división, como en la guerra civil. En esa crisis falló la clase política completa, y todos tenemos algo de responsabilidad. Nadie puede alegar superioridad moral hoy. Cuando vuelve la democracia, guste o no, lo hace organizada impecablemente por la “dictadura” en un comportamiento inédito donde el dictador deja el poder por las urnas. En la nueva etapa desde el 90, casi todos los actores políticos del momento habían vivido en carne propia la crisis y sabían que no se debería repetir nunca más. La Concertación buscó la convivencia y los acuerdos. Empezó a sanar las heridas, con la idea de que vamos todos en el mismo carro con ideas muy diferentes que no se pueden imponer a los demás. Un 45% de la población votó por Pinochet, es decir, representaba un porcentaje muy relevante de la población. Es parte de la historia que las nuevas generaciones no quieren reconocer.
Bajo esta premisa de los acuerdos y la sanación de las heridas, el país se siguió desarrollando como nunca en la historia. Literalmente llegamos a ser los primeros de América Latina en casi todos los indicadores, respetados e imitados. Eso fue así, hasta que volvió la ideología del avanzar sin transar, el rechazo gutural y taxativo a los acuerdos, la necesidad de refundación del país usando la retroexcavadora, de modo que no quedara nada del pasado. Tras cuatro años de ese tipo de gobierno nuevamente la polarización trae lo peor de todos nosotros, y como es su tradición histórica, deteriorando seriamente la economía, las cuentas fiscales y la convivencia. La necesaria convivencia como objetivo se abandonó, y se transformó en sed de venganza. A las generaciones jóvenes les contaron una visión de la historia absolutamente unilateral, idealizada y sesgada de modo que acusaron a sus padres de traidores de la causa, de vendidos. Ellos terminarían la “noble” tarea de Allende que, según dicha historia, creen que fue un gran gobernante destruido por el imperialismo.Mi testimonio es para señalar que aún estamos a tiempo de buscar una convivencia nacional, de practicar la tolerancia y el respeto mutuo. Hay que mirar al futuro sin olvidar el pasado, que debe entrar al trabajo minucioso de los buenos historiadores. De hecho es quizás la última posibilidad antes de que el odio entre los chilenos sea demasiado grande. Por cierto, muchos dirán que es una exageración, pero no lo es. Es cosa de observar lo que está ocurriendo en Venezuela en este momento usando las mismas ideas anquilosadas.
La gran responsabilidad sin duda la tienen los líderes políticos de hoy, y en especial los candidatos que buscan acceso al poder. Todas las candidaturas deben hablar de alguna manera de la búsqueda de unidad nacional y sana convivencia democrática. Pensar diferente es maravilloso cuando hay tolerancia y lo peor cuando hay totalitarismo. Hasta el momento solo Piñera y Goic hablan de la unidad nacional. Guillier dice que la misión es evitar que salga elegida la derecha. El Frente Amplio llama nuevamente a una refundación real del país, pero solo con su visión. El centro encabezado por Ciudadanos es por esencia la premisa de los acuerdos y unidad, pero no tienen candidato.
Dejo escrito este testimonio, porque no creo que sea escuchado. Ama la paz aquel que conoce la guerra. Busquemos paz entre los chilenos antes de que sea tarde.
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Boomerang
A finales de la década de los ochenta, un escándalo sexual terminó con la carrera del pastor evangélico Jimmy Swaggart. Hace sólo cuatro años, la reputación y posibilidades electorales de Andrés Velasco se vieron duramente golpeadas con motivo de que se revelara el pago de 20 millones de pesos por un almuerzo con los ejecutivos del grupo Penta. Esta semana el Frente Amplio enfrentó su primera crisis política, a propósito de una disputa de poder interno, cuyo desarrollo se ventila profusamente por la prensa.
Guardando las debidas proporciones, los casos descritos tienen dos elementos en común. Primero, se rompe el aura de sus protagonistas, a resultas de un discurso publico que choca con la realidad de los hechos privados. Segundo, el juicio de reproche hacia ellos se torna especialmente ácido y virulento, como correspondiéndoles por la dureza con que, esos mismos que ahora son sorprendidos, antes se deleitaban apuntando con el dedo a los demás.
Presa de esa vanidad que desatiende la experiencia, adornado de un adolescente mesianismo puritano, y quizás genuinamente compenetrados de los propios personajes que se construyeron; lo que debió ser una habitual disputa de poder al interior de una coalición política, termina convertido en una histérica teleserie. En los hechos, no sólo han quedado como uno novatos; sino peor, que dicha condición no deviene precisamente de su atribuida pureza y candidez.
Y lo que queda en las imágenes no resulta muy alentador. La competencia no es para todos, como pareció querer imponerse por segunda vez. La participación y la asamblea es para los militantes, pero los dirigentes y controladores siempre pueden cocinar en reuniones de media noche. Bien la democracia y deliberación interna, salvo para expulsar a un adversario. Para dos situaciones similares, como por ejemplo manejar bajo influencia del alcohol, se puede reprochar éticamente a una y justificar legalmente a la otra. Tratándose de la campaña, que importa hacer rimbombantes declaraciones sin haber escuchado el audio, y ridículamente catalogarlo de una agresión machista, si total siempre se puede cambiar de opinión 24 horas después. Me gusta twitter para divulgar mis ideas de manera breve e ingeniosa, pero me duele cuando me critican de forma tan injusta. Y cuando no se está en el grupo chico, importa poco que se ayudara a inscribir el partido o se facilitara la primaria.
En fin, y pese a que la lista es más larga, ya parecen haber superado, más temprano que tarde, este primer y tan comentado impasse. Y aunque entre más alto se cae más fuerte, esto es menos grave de como les parece a sus protagonistas. Se van de este episodio con el ego herido, un poco aturdidos y probablemente bien avergonzados, pero siguen de pie para la próxima batalla. ¡Bienvenidos a la política!
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Ni por la prensa
La noticia que el informe de productividad que acompaña a la tardía reforma previsional del gobierno prevé que el alza prevista de 5% de las cotizaciones puede significar una pérdida de hasta 394.000 empleos y una rebaja en el sueldo líquido cercana al 3%, se tomó la agenda. En una entrevista radial se consultó sobre esto a la Presidenta Michelle Bachelet, quien sorprendió al decir que “desconozco esos estudios, cuán serios son. Hoy día no tuve tiempo para leer el diario y no conozco el estudio en general”.
La Mandataria no solo desconocía el informe, que acompaña un proyecto de ley suyo, y puso en duda su seriedad, sino que ni siquiera se enteró por la prensa, como al menos ha sucedido con otros temas. Otras autoridades salieron en su auxilio y dijeron que si bien ella no tuvo acceso al informe, lo conocía en “su alma”. ¿Cómo hace una persona para desconocer en general un informe, pero a la vez conocer su alma? Difícil precisarlo.
Lo cierto es que desconocía totalmente las consecuencias de la reforma que se enviaba al Congreso. Pero eso tiene una explicación: simplemente porque no importan. ¿Cómo es eso posible? Porque se persiguen dos objetivos que las hacen secundarias. Por un lado, obtener un impacto político de cara a las elecciones al “sacar a la derecha al pizarrón”. Y que esto enturbie más el ambiente económico y social no es relevante; sí lo es aferrarse al poder. Por otro, hacer las reformas solo por darse la satisfacción ideológica de haberlas impulsado como legado político, sin que cuenten los detalles ni los costos de hacerlas, como sucedió con los cambios a la legislación laboral, tributaria y educacional. El fin es dejar el país más a la izquierda, lo que se piensa irreversible, y eso sí que se ve como un logro.
Pero hubo otra cosa sorprendente en la entrevista radial, ya que la Presidenta comparó su gobierno con el anterior del expresidente Sebastián Piñera, sentenciando que “cuando yo comparo lo que hemos hecho nosotros versus lo que él hizo en esas mismas áreas, nosotros lo hemos hecho mucho mejor”. Una desconexión total con la realidad, negándose a reconocer las derivaciones negativas que muchas de las políticas que ha emprendido han tenido sobre la inversión, que ha bajado persistentemente en los últimos cuatro años, el empleo real (los que más se crean son trabajos por “cuenta propia” o en servicios públicos) y el crecimiento económico. No en vano su aprobación como mandataria se ha desplomado, según todos los sondeos.
La pretensión de la Presidenta de haber tenido una mejor gestión será sometida a fines de año a un “test de audiencia”. Al comenzar su gobierno nadie pronosticaba que su antecesor sería su sucesor, como ahora sugieren las encuestas. Si acontece, habrá una sola causa y no es otra que el pobre desempeño de su administración. Ella podrá sostener lo que quiera, pero el público será el que decida.
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Giorgio,el bueno
Giorgio nunca utilizó los pasajes que le pagaba el Congreso para promocionar la formación de su partido político. Giorgio nunca ha pretendido manipular la candidatura de la Bea.
Giorgio no tuvo ninguna relación con la bajada de Yerko Ljubetic ni la de Javiera Parada.
Tampoco estuvo detrás del grupito que armó el desastre de reforma educacional y que luego huyó del ministerio.
Giorgio nunca pidió que la Nueva Mayoría lo blindara en la elección parlamentaria.
Giorgio se abstuvo de votar en contra de la dictadura de Maduro porque no participa de acuerdos que se discuten “en cinco minutos”. Giorgio se pela, cual Luca Prodan, “por el asco que da tu sociedad, por el pelo de hoy, ¿cuánto gastaste?”.
Camila fue tremendamente injusta con Giorgio cuando lo acusó de “mansplaining”.
Giorgio nunca ha tomado lujosas vacaciones en Marbella. Giorgio considera “desinformados o derechamente malintencionados” los comentarios que vinculan alguna protección hacia su candidatura.
A Giorgio le da vergüenza ganar cerca de 9 millones de pesos al mes. Giorgio y Camila incluso devolvieron los viáticos de un viaje a Finlandia.
Giorgio criticó a Guillier por preferir el asado y la siesta antes que cumplir con el deber cívico de votar en las primarias.
Giorgio le paró los carros a Bonvallet, porque alguien tenía que hacerlo alguna vez.
Giorgio asegura que “nunca le prometimos lealtad al gobierno” y que si algunos “revolucionarios” se consiguieron peguitas en el Estado, solo se trató de “servidores públicos” que quisieron aportar en agendas específicas.
Y, por supuesto, Giorgio nunca, pero nunca, pretendió bajar la candidatura de Mayol, porque -como él mismo señaló alguna vez- “cumple con los requisitos mínimos para poder ser un candidato dentro del Frente Amplio”.
¿A qué viene, entonces, tanta polémica?
Giorgio nos ha obsequiado su tiempo y sus esfuerzos para protegernos de esa “política añeja que tan mal le ha hecho a Chile”, como dijo su amigo Boric. Giorgio ha relegado sus propios sueños e intereses para entregarse por completo a esta obra magnánima de limpieza y restauración. Giorgio no busca el poder, ¡por favor!
Giorgio, afortunadamente, es resiliente.
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August 19, 2017
La sangre derramada
El terrorismo fascinó siempre a Albert Camus y, además de una obra de teatro sobre el tema, dedicó buen número de páginas de su ensayo sobre el absurdo, El mito de Sísifo, a reflexionar sobre esa insensata costumbre de los seres humanos de creer que asesinando a los adversarios políticos o religiosos se resuelven los problemas. La verdad es que salvo casos excepcionales en que el exterminio de un sátrapa atenuó o puso fin a un régimen despótico –los dedos de una mano sobran para contarlos- esos crímenes suelen empeorar las cosas que quieren mejorar, multiplicando las represiones, persecuciones y abusos. Pero es verdad que, en algunos rarísimos casos, como el de los narodniki rusos citados por Camus, que pagaban con su vida la muerte del que mataban por “la causa”, había, en algunos de los terroristas que se sacrificaban atentando contra un verdugo o un explotador, cierta grandeza moral.
No es el caso, ciertamente, de quienes, como acaba de ocurrir en Cambrils y en las Ramblas de Barcelona, embisten en el volante de una camioneta contra indefensos transeúntes –niños, ancianos, mendigos, jóvenes, turistas, vecinos- tratando de arrollar, herir y mutilar al mayor número de personas. ¿Qué quieren conseguir, demostrar, con semejantes operaciones de salvajismo puro, de inaudita crueldad, como hacer estallar una bomba en un concierto, un café o una sala de baile? Las víctimas suelen ser, en la mayoría de los casos, gentes del común, muchas de ellas con afanes económicos, problemas familiares, tragedias, o jóvenes desocupados, angustiados por un porvenir incierto en este mundo en que conseguir un puesto de trabajo se ha convertido en un privilegio. ¿Se trata de demostrar el desprecio que les merece una cultura que, desde su punto de vista, está moralmente envilecida porque es obscena, sensual y corrompe a las mujeres otorgándoles los mismos derechos que a los hombres? Pero esto no tiene sentido, porque la verdad es que el podrido Occidente atrae como la miel a las moscas a millones de musulmanes que están dispuestos a morir ahogados con tal de introducirse en este supuesto infierno.
Tampoco parece muy convincente que los terroristas del Estado islámico o Al-Qaeda sean hombres desesperados por la marginación y la discriminación que padecen en las ciudades europeas. Lo cierto es que buen número de los terroristas han nacido en ellas y recibido allí su educación, y se han integrado más o menos en las sociedades en las que sus padres o abuelos eligieron vivir. Su frustración no puede ser peor que la de los millones de hombres y mujeres que todavía viven en la pobreza (algunos en la miseria) y no se dedican por ello a despanzurrar a sus prójimos.
La explicación está pura y simplemente en el fanatismo, aquella forma de ceguera ideológica y depravación moral que ha hecho correr tanta sangre e injusticia a lo largo de la historia. Es verdad que ninguna religión ni ideología extremista se ha librado de esa forma extrema de obcecación que hace creer a ciertas personas que tienen derecho a matar a sus semejantes para imponerles sus propias costumbres, creencias y convicciones.
El terrorismo islamista es hoy día el peor enemigo de la civilización. Está detrás de los peores crímenes de los últimos años en Europa, esos que se cometen a ciegas, sin blancos específicos, a bulto, en los que se trata de herir y matar no a personas concretas sino al mayor número de gentes anónimas, pues, para aquella obnubilada y perversa mentalidad, todos los que no son los míos –esa pequeña tribu en la que me siento seguro y solidario- son culpables y deben ser aniquilados.
Nunca van a ganar la guerra que han declarado, por supuesto. La misma ceguera mental que delatan en sus actos los condena a ser una minoría que poco a poco –como todos los terrorismos de la historia- irá siendo derrotada por la civilización con la que quieren acabar. Pero desde luego que pueden hacer mucho daño todavía y que seguirán muriendo inocentes en toda Europa como los catorce cadáveres (y los ciento veinte heridos) de las Ramblas de Barcelona y sembrando el horror y la desesperación en incontables familias.
Acaso el peligro mayor de esos crímenes monstruosos sea que lo mejor que tiene Occidente –su democracia, su libertad, su legalidad, la igualdad de derechos para hombres y mujeres, su respeto por las minorías religiosas, políticas y sexuales- se vea de pronto empobrecido en el combate contra este enemigo sinuoso e innoble, que no da la cara, que está enquistado en la sociedad y, por supuesto, alimenta los prejuicios sociales, religiosos y raciales de todos, y lleva a los gobiernos democráticos, empujados por el miedo y la cólera que los presiona, a hacer concesiones cada vez más amplias en los derechos humanos en busca de la eficacia. En América Latina ha ocurrido; la fiebre revolucionaria de los años sesenta y setenta fortaleció (y a veces creó) a las dictaduras militares, y, en vez de traer el paraíso a la tierra, parió al comandante Chávez y al socialismo del siglo XXI en la Venezuela de la muerte lenta de nuestros días.
Para mí, las Ramblas de Barcelona son un lugar mítico. En los cinco años que viví en esa querida ciudad, dos o tres veces por semana íbamos a pasear por ellas, a comprar Le Monde y libros prohibidos en sus quioscos abiertos hasta después de la medianoche, y, por ejemplo, los hermanos Goytisolo conocían mejor que nadie los secretos escabrosos del barrio chino, que estaba a sus orillas, y Jaime Gil de Biedma, luego de cenar en el Amaya, siempre conseguía escabullirse y desaparecer en alguno de esos callejones sombríos. Pero, acaso, el mejor conocedor del mundo de las Ramblas barcelonesas era un madrileño que caía por esa ciudad con puntualidad astral: Juan García Hortelano, una de las personas más buenas que he conocido. Él me llevó una noche a ver en una vitrina que sólo se encendía al oscurecer una truculenta colección de preservativos con crestas de gallo, birretes académicos y tiaras pontificias. El más pintoresco de todos era Carlos Barral, editor, poeta y estilista, que, revolando su capa negra, su bastón medieval y con su eterno cigarrillo en los labios, recitaba a gritos, después de unos gins, al poeta Bocángel. Esos años eran los de las últimas boqueadas de la dictadura franquista. Barcelona comenzó a liberarse de la censura y del régimen antes que el resto de España. Esa era la sensación que teníamos paseando por las Ramblas, que ya eso era Europa, porque allí reinaba la libertad de palabra, y también de obra, pues todos los amigos que estaban allí actuaban, hablaban y escribían como si ya España fuera un país libre y abierto, donde todas las lenguas y culturas estaban representadas en la disímil fauna que poblaba ese paseo por el que, a medida que uno bajaba, se olía (y a veces hasta se oía) la presencia del mar. Allí soñábamos: la liberación era inminente y la cultura sería la gran protagonista de la España nueva que estaba ya asomando en Barcelona.
¿Era precisamente ese símbolo el que los terroristas islámicos querían destruir derramando la sangre de esas decenas de inocentes al que aquella furgoneta apocalíptica –la nueva moda- fue dejando regados en las Ramblas? ¿Ese rincón de modernidad y libertad, de fraterna coexistencia de todas las razas, idiomas, creencias y costumbres, ese espacio donde nadie es extranjero porque todos lo son y donde los quioscos, cafés, tiendas, mercados y antros diversos tienen las mercancías y servicios para todos los gustos del mundo? Por supuesto que no lo conseguirán. La matanza de los inocentes será una poda y las viejas Ramblas seguirán imantando a la misma variopinta humanidad, como antaño y como hoy, cuando el aquelarre terrorista sea apenas una borrosa memoria de los viejos y las nuevas generaciones se pregunten de qué hablan, qué y cómo fue aquello.
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