Jorge Morcillo's Blog, page 7
October 8, 2023
Las mujeres sabias. Molière contra la pedantería.
TRISSOTIN. – (Leyendo) “Soneto a la fiebre de la princesa Ucrania”. Vuestra prudencia está dormida por tratar con magnificencica y alojar soberbiamente a vuestra más cruel enemiga.
BELISA. – ¡Qué magnífico comienzo!
ARMANDA. – ¡Qué giro más galante!
FILAMINTA. – Sólo él posee el talento necesario para los versos fáciles.
ARMANDA. – Hay que rendirse ante esa prudencia dormida.
BELISA. – “Alojar a su cruel enemiga”, está para lleno de encantos.
FILAMINTA. – Me gustó ese “con magnificencia” y ese “soberbiamente” ¡Cómo suenan esos dos calificativos!
1672, penúltimo año de la vida de Molière, solo le quedan por representar “Las mujeres sabias”, que es de la que hoy hablaremos aquí, y “El enfermo imaginario”, de 1763, en la que en una representación se sintió muy mal y falleció un poco después. Al parecer no falleció en la propia función como muchas veces se ha dicho, sino que se sintió indispuesto. O sea, que las grandes obras del dramaturgo ya han sido compuestas: “Don Juan”, “El ávaro”, “Tartufo”,” El misántropo”, y también la graciosísima “El médico a palos”, entre otras muchas.
Al igual que Shakespeare las últimas obras del francés parecen de una naturaleza algo distinta. Siguen siendo comedias, pero parecen más serias, más inclinadas hacia la sátira, más intelectuales.
He tenido también esa sensación al leer “Las mujeres sabias”. Si bien el tema es uno que se repite en casi toda la obra de Molière y que ya exploró en “Las preciosas ridículas”, y ese tema no es otro que el de la pedantería y la hipocresía. Las familias y los pretendientes que luchan por adquirir mejor posición. De esto tampoco se libran los literatos:
CLITANDRO: {…} “¡La corte tiene conocimiento de los libros que escriben! Paréceles a tres bergantes, de cerebro estrecho, que por haber sido impresos y encuadernados en piel, les covierten en importantes personajes del estado capaces de decidir con su pluma el destino de las coronas; que a la menor difusión de sus obras deben ver entrar en sus casas las pensiones volando; que el mundo vive pendiente de ellos; que la gloria de su nombre está divulgada por todas partes, y que constituyen verdaderos prodigios científicos, por saber lo que otros supieron antes que ellos, por haber tenido treinta años ojos y oídos, por haber consumido nueve o diez mil vigilias en impregnarse a conciencia de griego y latín, cargándose el espíritu con el tenebroso botín de todos los párrafos perdidos por los libros”
Literatos pedantes e insoportables y damas pretenciosas y ridículas que caen rendidas a los pies de semejante pavos reales. La verdad es que hay pocos personajes en esta obra que me caigan bien. Parecen todos vanidosos y cínicos. Ni siquiera Enriqueta y Clitandro (que desean casarse, pero no pueden puesto que la madre y las tías quieren casar a Enriqueta con Trissotin, el personaje que “nos ha obsequiado” con sus poemas al comienzo de la reseña) me convencen mucho. Es verdad que son “de los más sanos”, pero hasta cierto punto. En algún instante de la lectura me he inclinado hacia Armanda, la hermana de Enriqueta, por eso de que las dos exponen dos ideas contrarias de lo que es el amor, y las de Armanda se inclinan por la filosofía; incluso por Crisalio, el padre, que es el único que quiere que su hija Enriqueta elija libremente a su futuro marido, pero en verdad el único personaje que me ha parecido de una naturaleza noble (al principio) es el de Martina, la cocinera, aunque en seguida la despiden. Su honestidad le cuesta el puesto. Si bien, después regresa haciendo una entrada estelar en el momento más trascendente, cuando todo va a saltar por los aires comenzando a solucionarse. Y el parlamento que tiene es una defensa moral del patriarcado de la época, con lo cual pierde toda la estima que había logrado en sus primeras apariciones. Si he de elegir un personaje me quedo con Armanda y su amor a la filosofía por encima de los placeres terrenales. Al final creo que es el personaje más estimable.
Lógicamente nos encontramos con un texto y una obra de teatro que al centrarse en la moral de la época ha quedado algo desfasada. Esto siempre hay que tenerlo en cuenta cuando leemos a autores “de otros tiempos”. Si bien, el pavoneo de ciertos autores literarios y la hipocresía y las ambiciones eso no ha quedado obsoleto, y forma parte para bien y para mal de la naturaleza humana.
Nos situamos en una casa burguesa y ante un “drama sobre el casamiento”, de los muchos que abundaban, en unos días en los que los padres decidían con quién podían sus hijas casarse. Un drama de salón sobre la hipocresía y los charlatanes literarios.
“Necesita un marido y no un maestro; y como ella no quiere aprender el griego y el latín no necesita para nada al señor Trissotin”.
Salvo alguna frase como la anterior creo que le falta esa chispa de humor que tiene en otras obras; los enredos tampoco son tan variados. Los hay, pero no son tantos.
En Cátedra hay una buena edición en la colección letras universales. Se incluye “Las preciosas ridículas” y “Las mujeres sabias”. La edición es de Mauro Armiño.
Hasta otra.
October 1, 2023
Aristófanes y su Lisístrata. Huelga de sexo. Haz el amor y no la guerra.
(Reseña no apropiada para alérgicos a los spoilers)
Lisístrata: {…} Y ahora poned todas las manos sobre la copa, Lampito, y que una en nombre de todas repita lo que yo digo. Vosotras lo juraréis y lo mantendréis. “Ningún amante ni marido…”
Cleonica: “Ningún amante ni marido…”
Lisístrata: “se me acercará con la polla tiesa…” (…) ¡Dilo!
Cleonica: “se me acercará con la polla tiesa”. Ay, se me doblan las rodillas, Lisístrata
Lisístrata: “En casa pasaré la vida castamente…”
Cleonica: “En casa pasaré la vida castamente…”
Lisístrata: “vestida de azafrán y bien arreglada…”
Cleonica: “vestida de azafrán y bien arreglada…”
Lisístrata: “… de modo que mi marido se caliente al máximo por mí…”
Cleonica: “… de modo que mi marido se caliente al máximo por mí…”
Lisístrata: “Nunca cederé voluntariamente a él…”
Cleonica: “Nunca cederé voluntariamente a él…”
Lisístrata: “… y si me obligara por la fuerza, contra mi voluntad…”
Cleonica: “… y si me obligara por la fuerza, contra mi voluntad…”
Lisístrata: “…me entregaré de mala gana y no me apretaré contra él…”
Cleonica: “… me entregaré de mala gana y no me apretaré contra él…”
Lisístrata: “… no levantaré mis sandalias hasta el techo…”
Cleonica: “… no levantaré mis sandalias hasta el techo…”
Lisístrata: “… ni me pondré como una leona encima de su rayaaquesos…”
Cleonica: “…ni me pondré como una leona encima de su rayaquesos…”
Lisístrata: “Si mantengo todo eso, beberé de aquí…”
Cleonica: “Si mantengo todo eso, beberé de aquí…”
Lisístrata: “… y si lo incumplo…, ¡que la copa se llene de agua!”
Cleonica: “… y si lo incumplo…, ¡que la copa se llene de agua”
Lisístra: Juradlo también todas vosotras.
Todas: ¡Lo juramos, por Zeus!
Nos situamos: año 411 a. C., Atenas y sus aliados contra Esparta y sus aliados llevan 20 años guerreando. Se la conoce como la Guerra del Peloponeso.
A Atenas no les van bien las cosas. Hace solo unos pocos años un tal Alcibíades ha provocado una gran catástrofe al encabezar una expedición hacia Siracusa (Sicilia) que ha acabado en el más absoluto de los fracasos. Ahora Alcibíades (nuestro Fouché de la antigüedad) se ha cambiado de bando y trabaja para los espartanos, y posiblemente asesora también a los persas que, de momento, se mantienen a la espera en sus territorios de oriente. La mayoría de las ciudades vinculadas a Atenas se están cambiando de bando y los espartanos han tomado un importante enclave cerca de Atenas. La ciudad-estado principal del Hélade tiene dificultades hasta para recibir mercancías. El agotamiento tras tantos años de guerra es mayúsculo.
En este contexto llegan las fiestas de Las Leneas y de pronto un comediante llamado Aristófanes presenta su comedia Lisístrata, todo un alegato en favor de la paz a través de la rebelión sexual de las mujeres.
La tal Lisístrata (cuyo nombre en griego deriva de Licencia-ejércitos) convoca una gran asamblea de mujeres. No solo para mujeres de Atenas, sino también para de Esparta y de otras ciudades griegas. Aunque tardan en ir apareciendo finalmente las mujeres van arribando. Lisístrata, tras una breve disertación sobre la situación que están atravesando, les propone hacer huelga de sexo para cambiar la situación bélica y para obligar a sus maridos a firmar la paz. Hay algunas reticencias en el bando femenino. Algunas no creen que puedan frenar sus instintos o que los hombres no les fuercen. Pero la pertinaz y decidida Lisístrata tiene otro as guardado en la manga: las ancianas de Atenas, aprovechando el pretexto de celebrar un sacrificio, van a hacerse con la Acrópolis, que es donde se guarda el tesoro. Es decir, las viejas se van a apoderar de la capacidad económica de la ciudad para seguir haciendo la guerra mientras las más jóvenes extorsionarán a los varones con una huelga de sexo. Ambas acciones combinadas darán sus frutos.
A lo que asistimos al comienzo de la reseña es al cómico brindis entre las mujeres, más bien entre Lisístrata y Cleonica, secundado, luego, por las demás.
Imaginad lo que tuvo que ser semejante comedia representada en su día. Aristófanes ya la había liado anteriormente con otras obras suyas, con Las aves y con Las nubes y con muchas otras (de 44 que supuestamente escribió solo nos han llegado 11) y, por lo tanto, ya había demostrado su enorme talento, su mordacidad, sus dardos envenenados, ya fuesen contra el poder ateniense, contra Sócrates, contra Cleón… Su sarcasmo no dejaba títere con cabeza. Pero sería con Lisístrata y con La asamblea de las mujeres en las que las mujeres serían los principales protagonistas, y en las que escenificarían rebelarse contra la dominación masculina. Concretamente La asamblea de las mujeres parece posterior a Lisístrata (los años en las que se concibieron las comedias son un poco difusos), y si en esta última se centra en una rebelión sexual y económica como medida de presión para finalizar una guerra la otra es una absoluta rebelión política, puesto son las mujeres las que deciden que ya que los hombres no saben organizar la sociedad con un mínimo de sentido común, más que conduciéndolos con sus reiteradas decisiones hacia el fracaso, ellas deben de hacerse con el poder y legislar en beneficio de todos.
Si hoy en día cualquier manifestación de emancipación de la mujer causa polémica y rechazo en los sectores más retrogradas y ortodoxos (por ejemplo, parece inconcebible que a día de hoy “en el supuesto y avanzando mundo occidental” una mujer todavía no pueda aspirar a ser obispa, cardenal o papa; es decir, dedicarse al sacerdocio si así lo desea) imaginad lo que sería una de esas dos representaciones teatrales cuatro siglos antes de Cristo. También es verdad que todo esto está en clave cómica; que en el teatro griego se utilizaban máscaras tras las que se escondían los hombres; que no podemos ver a Aristófanes con los prismas de hoy; que de hecho el propio Aristófanes fue una persona vinculada a las tradiciones y muy contraría a los cambios; que las mujeres en la Atenas del 411 no tenían ni la más remota posibilidad de hacerse con el poder; pero el solo plantearlo es osado y demuestra una valentía creativa que ya la quisiéramos para nuestros días.
Lisístrata es una mujer muy decidida. Una personalidad de esas que se dicen “de un solo trazo”. Su tenacidad resulta realmente admirable. Por eso los que argumentan que en esta obra se ridiculiza a las mujeres pierden toda lógica. Aquí la podemos apreciar cuando se enfrenta con los arqueros.
Lisístrata: ¡Mujeres aliadas nuestras, salid de dentro: hortelanas, pasteleras, fruteras, verduleras, panaderas, pastoras… Arrastradlos, golpeadlos, moledlos a palos, insultadlos sin miramientos! (Se produce un breve combate) ¡Basta, retiraros, no cojáis trofeos!
Seguidamente un consejero se queja de que los arqueros han sido vencidos y Lisístrata le contesta: ¿Pues qué te creías? ¿Suponías acaso que venías contra esclavas o es que no sabes que las mujeres tienen arrestos?
De hecho, cuando se le plantean problemas serios (los hombres no ceden sin lucha y algunas mujeres tratan de escaparse de la huelga de sexo con peregrinas excusas llenas de comicidad) sabe encontrar soluciones y le vemos con un carácter fuerte, implacable. Ella está decidida a vencer y al final lo consigue. Los hombres de Atenas y Esparta, resignados e impotentes por los que están viviendo, se reúnen y llegan a un acuerdo de ponen fin a la guerra. Todo concluye con danzas y canticos.
No se ha llegado hasta ese final feliz sin una feroz resistencia. La primera idea que se les viene a la cabeza a los hombres cuando se dan cuenta de que las ancianas se han apoderado del tesoro de la Acrópolis (y les han puesto cerrojos) es acercar unos leños y meterles fuego. Pero el ingenio de las mujeres es superior al masculino y al mismo tiempo se les ve llegar cargando con un montón de cántaros llenos de agua y evitando que el fuego se propague. La conversación entre el coro de viejos y el coro de viejas es de una violencia humorística de primer nivel. Por cierto, Aristófanes tampoco deja de aprovechar la situación para lanzar algún que otro dardo envenenado hacia Eurípides, otro autor “de los grandes”, pero en este caso de la tragedia.
Otra cosa muy a destacar es que Aristófanes no se corta un pelo en utilizar un lenguaje llano y repleto de referencias sexuales. A cada cosa le llama por su nombre cada vez que le apetece. Autores así no abundan en la literatura.
Creo que una vez soñé que habíamos propuesto representar esta obra en el instituto. No fue complicado reclutar algunos adeptos entre los alumnos en cuanto se enteraron de un par de bromas subiditas de tono del argumento. Los profesores (los pocos que conocían la obra de oídas o parcialmente) se negaron alegando que el lenguaje era obsceno e inadecuado para nuestra edad. Y en “supuesta compensación” nos ofrecieron la lectura teatralizada y fragmentaria de una famosísima obra de Pedro Antonio de Alarcón. Aquello era como cambiar la luz del sol por la luz de la noche, la originalidad más desternillante por una obra de una moral pazguata y tan aburrida como lo que puede ofrecernos un auto sacramental. Como venganza uno de los alumnos, en un acto de irreverencia y rebeldía, pintó un enorme grafiti en las paredes de la capilla:
ARISTÓFANES ES DIOS.
Aún a día de hoy me sigue pareciendo un gran juicio literario.
Hasta otra.
September 24, 2023
Salambó, el delirio de flaubert
“El esclavo le interrumpió:
—Si no fuera la hija de Amílcar…
—¡No! —exclamó Mato—. ¡No se parece a ninguna otra hija de los hombres! ¿Has visto sus hermosos ojos bajo sus grandes cejas, como soles bajo arcos de triunfo? Acuérdate: cuando ella apareció palidecieron todas las antorchas. Entre los diamantes de su collar resplandecía la piel de su pecho en los sitios que lo llevaba desnudo; dejaba, al pasar, como el olor de un templo, y de todo su ser emanaba algo que era más suave que el vino y más terrible que la muerte”.
Cuando Flaubert publicó la primera edición de Salambó, 1872, ya era un autor muy conocido. Había publicado, tanto por entregas como en libro, su famosa Madame Bovary. Incluso ya había superado el proceso judicial por delitos de ultraje a la moral que se derivó de la publicación de ese libro. Llevaba décadas escribiendo, pero más allá de los procesos judiciales, por fin comenzaba a consolidar su trayectoria.
Para su segunda gran obra (recordemos que “La tentación de San Antonio», aunque primeriza a todas, no se publicaría hasta 1874) eligió una ubicación absolutamente original para la época: la antigua Cartago, más concretamente su terrible episodio de la Guerra de los mercenarios, que fue un conflicto de tres años (241-238) que sucedió en el III siglo A. C, tras la primera guerra púnica y en el contexto de las terribles indemnizaciones que Cartago tenía que pagar a Roma. Recordar también que la otra derivación de la primera guerra púnica fue la pérdida de Sicilia para los cartagineses. Por lo tanto, habían perdido el control de parte del Mediterráneo occidental y de muy importantes enclaves comerciales.
La Guerra de los mercenarios fue el conflicto que Cartago tuvo con sus propios mercenarios, tras no recibir estos los emolumentos que se les habían prometido. En la historia esta guerra siempre fue retratada como un conflicto muy sangriento y cruel, en el que ambos bandos cometieron muchísimas atrocidades y que, a nivel económico, supuso otro gran varapalo para la colonia fenicia. Con los años y con la explotación de los recursos de la península Ibérica Cartago conseguiría remontar el vuelo y volver a disputar el control a Roma.
En el contexto de esa atroz guerra nos situamos. Y Flaubert elije para ello tanto a personajes históricos como a personajes ficticios. De hecho, Salambó, la sacerdotisa hija del poderosísimo Amílcar Barca (padre de Aníbal y Asdrúbal) es un personaje ficticio; no así Mato, el líder de los mercenarios que se enamora perdidamente de ella, tal y como se puede apreciar en el diálogo con el que abríamos la reseña.
Hay muchas cosas por los que este libro me parece que ha envejecido muy mal, quedando como una obra singular y con una prosa algo pomposa de un escritor notable. Una singularidad decimonónica para ratones de biblioteca y estudiosos de grimorios. Y esto igual sucede quizá porque es una obra de una naturaleza muy decadente. Un ejercicio de orientalismo romántico excesivamente recargado que se deja leer y que tiene también cosas buenas, pero que, por lo general, no nos aporta demasiada novedad.
A valorar la recreación de un mundo perdido y el esfuerzo narrativo de levantar la arquitectura de semejante historia. No tuvo que ser fácil armar un lenguaje que resultase válido, y más conociendo la búsqueda obsesiva de Flaubert por las palabras exactas. También hay muchas cosas muy bien dispuestas: los mercenarios eran una tropa internacional en la que hubo honderos baleares, cántabros, griegos, galos, libios, númidas, etcétera. Eso está muy bien reflejado en el texto, hasta el detalle de causar, entre ellos, problemas en la comunicación; también las diferencias en el bando cartaginés, en las que el Consejo de Ancianos trataba de frenar el poder de las familias más importantes; pero el comportamiento del jefe principal de los mercenarios, Mato, no resulta creíble. Por lo menos no lo resulta para mí. Tiene una sensibilidad tan romántica y tan atormentada que difícilmente podría existir en alguien tan versado en guerras y carnicerías. Para llegar a ese puesto y a ese liderazgo se necesita más crudeza y menos capacidad de oratoria. Si bien, todo se compensa un poco con su lugarteniente principal, Espendio, un griego muy inteligente y algo retorcido, tan astuto como Ulises, que es un personaje que llama muchísimo la atención y que fue un personaje real, auténtico, aunque no sé si de la misma naturaleza con la que nos lo pintó el escritor francés.
Luego están los sacrificios cartagineses, en los que se degollaban y lanzaban a las piras a niños y bebés para calmar la ira de los dioses. Si no he apuntado mal estos horrendos sacrificios se sucedían en el templo de Moloch, y en la novela se recogen bien avanzado el libro, durante el asedio. En realidad, todos estos asuntos se derivan de los mitos que nos legaron los historiadores griegos y romanos sobre las costumbres de los cartagineses, y que sirvió a Flaubert de documentación. No hay que olvidar que Roma y Cartago se enfrentaron por el poder comercial y militar en una lucha fratricida en la que la supervivencia solo se podía lograr con la aniquilación del otro bando. Yo me inclino a pensar que eso está distorsionado a conciencia. De hecho, “ese tipo de sacrificios” también está registrado en la historia de Roma. Luego, más tarde, para la ortodoxia cristiana, eso sería una prueba evidente de las malignas y retorcidas costumbres paganas, por los que esos mitos no sucumbieron con el paso del tiempo, sino que sin pruebas fehacientes se les siguió dando pábulo. De hecho, las investigaciones recientes sobre los cementerios de bebés encontrados en el norte de África, concretamente en Túnez, demuestran que no fueron sacrificados, sino que su existencia se deriva de la terrible mortalidad infantil que existía por la época. Además, Cartago tuvo siempre muchísima escasez de individuos autóctonos que les sirviesen para cubrir tantos frentes y tan alejados entre sí, de ahí que tuviera que sostener a sus ejércitos con un grandísimo número de mercenarios, mucho mayor al que emplearon otras potencias. Económicamente y militarmente no tenía ningún sentido sacrificar niños cartagineses a tutiplén, ni siquiera por fanatismo religioso.
Recreación de Cartago. Imagen de Traianvsnet.
A Flaubert podemos perdonarle que incluya esos sacrificios humanos (imaginad la reacción de horror de los lectores de la época) y podemos, incluso, perdonarle la escasa intromisión de la enigmática y hermosísima Salambó, porque es un personaje fascinante pese a que, como escribo, aparece poquísimo, mucho menos de lo deseable.
A mí estos personajes principales que casi son ausencias fantasmagóricas me encantan, la verdad. Pero tampoco me resulta muy creíble como personaje de la época. Vale que una gran sacerdotisa de Cartago tuviera cierto grado de autonomía y consideración; que al ser la hija del poderosísimo general Amílcar Barca ejerciera un tremendo poder de seducción y terror sobre sus súbditos; pero casi me atrevería a decir que el personaje procede más del erotismo psicosensorial de Flaubert que de un estudio «real» de las sacerdotisas. Al fin y al cabo, la mayoría de las mujeres fatales retratadas en literatura obedecen más a particulares y enfermizas necesidades masculinas que a retratos femeninos veraces. La enigmática Salambó tampoco escapa a esta consideración.
“Salambó descendía por la escalinata de las galeras. Todas sus mujeres venían tras de ella, siguiéndola paso a paso. Las cabezas de las negras destacaban como grandes puntos oscuros en la línea de velos con placas de oro que ceñían la frente de las romanas. Otras tenían en el cabello flechas de plata, mariposas de esmeralda, o largos alfileres rematados con soles. Sobre la confusión de aquellas vestiduras blancas, amarillas y azules, resplandecían las sortijas, los broches, los collares, las franjas y los brazaletes; se elevaba un suave rumor de telas ligeras; se oía el resonar de las sandalias junto con el ruido sordo de los pies desnudos que pisaban el entarimado; y, acá y allá, un eunuco gigantesco que sobresalía por encima de los hombros de aquellas mujeres sonreía muy complacido. Cuando se apaciguó la aclamación de los hombres, ellas, tapándose las caras con sus mangas, lanzaron un grito extraño, semejante al aullido de una loba, tan furioso y estridente que la gran escalinata de ébano, llena de mujeres, parecía vibrar como una lira”.
En este párrafo puede verse la preciosista prosa que tiene este libro, muy de efectos pictóricos. Recargadísima y decadente. No me extraña que en su día gustase mucho, aunque también es verdad que fue muy criticada. La polémica, ya por entonces, hacía vender libros y otorgaba notoriedad… Eso sí, Salambó fue un éxito desde el primer momento.
En cuanto a la sucesión de batallas sangrientas, mutilaciones, quemaduras, asedios, torturas y demás…, parece ser que este conflicto con los mercenarios tuvo esa crudeza y que en ese sentido Flaubert no exagera. Es duro el libro, no podemos decir lo contrario; pero a estas alturas de nuestra vida lectora ya estamos acostumbrados a leer auténticas salvajadas. Ni siquiera con toda la violencia que contiene Salambó alcanza las cotas histriónicas del Tito Andrónico de Shakespeare. Se asoma a ese abismo, pero lo evita.
No es el mejor Flaubert. Pero es el Flaubert más delirante y excéntrico. Y los fracasos de los grandes escritores quizá hablan más y mejor de ellos de lo que lo hacen sus obras más perfectas.
“—¡Perderéis vuestras naves, vuestros campos, vuestros carros, vuestros lechos colgantes y las esclavas que los limpian los pies! Los chacales dormirán en vuestros palacios y el arado volteará vuestras tumbas. No habrá más que gritos de águilas y montones de ruinas. ¡Caerás, Cartago!”
Aunque la Guerra de los mercenarios fue un asunto muy serio, y puso desde luego en jaque la propia existencia de Cartago, esa declaración (¡del propio Amílcar!) casi parece más derivar de lo que pasó muchos años después (tras la Tercera Guerra Púnica) que de lo que sucedió durante el conflicto con los mercenarios. Evidentemente no se podía saber en el contexto que Flaubert sitúa su historia. O igual sí de manera profética. O igual la colonia fenicia poseía ya injertado en su propio espíritu un sugestivo furor de autoaquinilación. O igual el escritor francés hizo un potaje de todas las fuentes que consultó y de todos los libros de historiadores romanos que leyó no sabiendo separar lo que le podía servir de lo que no. O igual (y yo creo que esto es lo más plausible) sí que se dio cuenta; pero le vino a dar igual. Porque la destrucción de Cartago, la aniquilación completa sucedida en el 146 a. C. fue uno de los hechos más relevantes en la antigüedad y no quiso dejar pasar la oportunidad de citarlo, aunque fuese de manera velada y en boca de alguien que quizá conoció a su ciudad-estado en su máximo esplendor.
Creo que Salambó (o Salammbó como se llama en otras ediciones) es un maravilloso fracaso de novela y que hay que tener cierto estómago para poder digerirla. No obstante, su calidad está muy por encima de lo que se nos suele ofrecer como novela histórica.
Hasta otra lectura.
September 17, 2023
Marguerite Yourcenar, o cómo transformar la belleza y la verdad en un cuerpo
“Siempre agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Aún era un niño cuando por primera vez probé de escribir con el estilo los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. […] Yo he administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tíber; pero he pensado y he vivido en griego”.
Una vez más estamos de vuelta con “Memorias de Adriano” y Marguerite Yourcenar. Debe ser la única obra a la que le he dedicado varias reseñas a lo largo de la vida.
Aquí les pongo el enlace a la última de ellas, también del mismo blog:
Volviendo a mis libros preferidos
Y si no fuera porque, por lo común, me gusta leer novedades y descubrir a nuevos autores podría dedicarle muchas más. Cada relectura de un gran libro es un nuevo reinicio en nuestra percepción lectora. No somos el mismo lector. Nuestra mirada tampoco es la misma. Evolucionamos. Cosas a las que antes dábamos mucha relevancia han perdido su peso y, por el contrario, prismas y párrafos por los que pasamos de puntillas ahora cobran singular importancia.
Así que a grandes rasgos (para no repetirme) solo diré que esta obra se basa en una especie de autobiografía ficcional, a modo epistolar, en la que la escritora Marguerite Yourcenar se introduce en la cabeza, en el cuerpo y el espíritu de un emperador controvertido (y no muy querido en su época) como fue Adriano. La excusa son las misivas que el anciano y enfermo emperador envía al jovencísimo Marco Aurelio, que será el futuro emperador cuando Antonino Pío fallezca. Digamos que Adriano eligió a Antonio Pío con la condición de que este, a su vez, designase a Marco Aurelio, al que ya le apreciaban sus grandes dotes intelectuales.
Fue una época de emperadores eficientes en la administración y en la que algunos estuvieron muy inclinados hacia las artes. En la amplísima historia romana esto no sería lo común. Como todo el mundo sabe hubo grandes generales y grandes locos y tiranos al frente. Todos sabemos sus nombres. Pero las cosas a veces no tienen un único matiz y todo esto hay que cogerlo con pinzas pues Adriano (que siempre se inclinó por la paz antes que por una política de conquista como la practicada por su antecesor) se había dado cuenta del agotamiento de los recursos de tan vasto imperio, y puede que no le quedase otra que crear muros e intentar contener en lo que pudiese las invasiones. En las ocasiones que Adriano solucionó sus problemas con la fuerza de las legiones fue inflexible (véase el levantamiento y guerra de Judea, que fue de una crudeza extrema), y que costó a los romanos muchas vidas y mucho dinero. En el otro lado, en el lado judío, fue una hecatombe, y los que sobrevivieron acabaron siendo apresados y vendidos como esclavos. “La paz era mi fin, pero de ninguna manera mí ídolo; hasta la misma palabra ideal me desagradaría, por demasiada alejada de lo real”.
Es en el espíritu de Adriano, en su forma de examinarse a sí mismo y examinar a los demás, en la que esta obra tiene su gran valor. La identificación de la escritora con la figura histórica es de tal calibre que las distancias de los siglos quedan difuminadas, y lo que vemos es a un ser humano con sus aciertos y sus contradicciones despidiéndose de la vida.
Por lo común solemos leer muchas novelas históricas (yo ahora no, pero hubo un tiempo en el que leía muchas). La mayoría, todo hay que decirlo, suelen resultar panfletos moralinos con pinceladas folclóricas. Ni deberían llamarse históricas ni deberían llamarse novelas. La calidad que suelen ofrecer suele ser bastante ínfima, pero eso no resulta impedimento para que algunas se vendan como rosquillos.
“Memorias de Adriano” suele ser considerada una novela histórica y de hecho lo es en cuanto que retrata toda una época y la figura de un emperador que existió, pero llevo media vida leyendo y releyendo este libro como para darme cuenta de que esa es una clasificación muy limitada. En realidad, es una novela que reflexiona sobre el poder, con un lenguaje hermosísimo teñido de epicureísmo, en la que la libertad interior y la búsqueda de la belleza son su leitmotiv. Hay páginas que me siguen conmoviendo tras yo qué sé cuántas lecturas, como cuando Adriano busca desesperadamente entre sus allegados que le proporcionen un veneno para acabar con sus padecimientos; o como cuando evoca la visita a una mina en la que es atacado por un esclavo, al que no le cuesta desarmarlo y al que acaba perdonando y hasta introduciendo en su séquito, pues según él no es peor que otros hombres con los que se ha topado a lo largo de la vida.
Pero las páginas que de verdad me parecen memorables (aparte de las últimas del libro) son las dedicadas a la muerte de su amante Antínoo. Su temprana desaparición y el culto que Adriano le ofreció tras las exequias levantaron gran polvareda. Se fundaron ciudades y se erigieron templos para rendirle culto, cual una divinidad. En su día esta afectación pública ya levantó tanto adhesiones como mofas. “Las efigies colosales parecían un medio de expresar las verdaderas proporciones que da el amor a los seres; quería que esas imágenes fueran enormes como una figura vista de muy cerca, altas y solemnes como las visiones y las apariciones de una pesadilla, aplastantes como la ha seguido siendo ese recuerdo. Reclamaba un acabado perfecto, una pura perfección, reclamaba ese dios que todo aquel que ha muerto a los veinte años llega a ser para quienes lo amaban”.
Nunca quedó muy aclarada la muerte de ese joven Dios en vida que llegó a ser Antínoo. No voy a contar cómo se refleja esto en este libro, por si hay alguien que todavía no lo ha leído. En cuanto al mensaje principal es muy nítido desde la primera página: Adriano se está preparando para abandonar el mundo y hace balance de toda su trayectoria. El ser emperador no le impide observar al mundo y a sí mismo a ras de suelo, con curiosidad y comprensión.
A Marguerite Yourcenar le costó más de media vida escribir “Memorias de Adriano”. En la mayoría de las ediciones en castellano, aparte de la traducción de Julio Cortázar, viene incluido un cuaderno de notas de la escritora en la que cuenta los entresijos de su escritura, el cómo se forjo el libro a través de los años y en el que desvela las escasas licencias ficcionales que se tomó para articular el armazón: son mínimas.
Tiene otras obras notables de las que yo también he hablado en alguna ocasión: “Opus Nigrum”, que me parece una novela desigual pero con partes extraordinarias (la primera parte, a la que pertenece la juventud de Zenon, me parece maravillosa) y “Alexis o el tratado del inútil combate”, que es un alegato en favor de la libertad sexual.
En todo caso cualquier libro de Yourcenar es un compendio de erudición, clasicismo y sensualidad, con una prosa trabajada y lírica que no deja de ser muy reflexiva. “Memorias de Adriano” es sin duda su máximo exponente. Una obra que es de las pocas en las que crítica y público suele estar de acuerdo en su alta valoración, y que yo siempre incluyo en la supuesta lista de libros que me llevaría a una isla desierta. Iría en el mismo pack que La muerte de Virgilio. Si bien la obra Hermann Broch me parece más fecunda intelectualmente, la de Yourcenar me parece más armoniosa y bella. En cierto sentido se complementan a la perfección. Psique y eros… ¿Acaso somos otra cosa?
Hasta otra.
September 10, 2023
Cervantes, ese gran desconocido
El pasado 21 de agosto desperté con la triste noticia de que Jean Canavaggio había fallecido. La prensa se hacía eco de la noticia con esa celeridad de estos tiempos modernos: “Notable hispanista y cervantista francés fallece a la edad de 87 años”. La mayoría de los periódicos despachaban en unas pocas líneas toda una vida de dedicación a la literatura y a su difusión, así sin más, con esa limpieza aséptica con la que ventilamos la muerte. Y luego pasaban a otra cosa, que lo que había pasado es ley de vida y en nada puede remediarse.
Yo me quedé un rato recordando algunos libros de Canavaggio. Pensando que igual el buen hombre se pasó toda una existencia persiguiendo las huellas de un fantasma, a Cervantes, porque todos los grandes autores huyen de nuestros intentos de conocerlos en profundidad. Son amoldables a cualquier época; es más, cada época los utiliza a su manera y en sus perentorias necesidades, creyendo que sus estudios y sus lecturas son tan fecundos que los han desentrañado por completo; pero en el sentido más profundo escapan siempre de nuestras cadenas deslizándose, como si habitasen una región del espíritu a la que no estamos invitados.
Hay autores que se camuflan con máscaras y tras un batiburrillo de rostros, véase el ejemplo a Shakespeare, y hay otros que, aunque sean de una llaneza clara y de una nobleza excelsa, guardan bajo llave sus secretos más íntimos, ya fuese porque la sociedad que le tocó en suerte no le hubiese permitido declarar su condición de provenir de conversos o por su poca o nula creencia en la ortodoxia cristiana. El resto se pierde en la laguna del tiempo, y hay muchas fases de la vida de Cervantes de la que desconocemos casi todo.
No conocemos parte de su juventud. Ni tenemos suficientes datos de sus estancias en Nápoles y en Roma. Intuimos las lecturas que le forjaron como autor. El cautiverio en Argel lo podemos sospechar por los detalles que el Cervantes escritor dejó en dos de sus comedias: “El trato de Argel” y “Los baños de Argel”, pero la ficción nunca deja de ser ficción.
Alrededor de la vida de Cervantes hay muchas leyendas y Canavaggio trató de poner luz en todos esos claroscuros no dando por sentada ninguna habladuría, sino exponiendo los hechos comprobados y las posibles variantes de lo que no sabemos. Por ejemplo, a ese tan manido “accidente sevillano” de su juventud, que le provocó un exilio rápido a Italia, el estudioso francés no le da mucho pábulo, pues considera que si realmente hubiese estado perseguido por la justicia tampoco le habrían valido en Italia las cartas de recomendación que presentó.
“Cervantes”, editado por primera vez allá por 1986, y que ha ido reeditándose cada poco, fue uno de esos libros en los que el estudioso de Nanterre más ahondó en el escritor español, pues no solo nos trajo una biografía al uso, sino que aprovechando su gran conocimiento del teatro y de la literatura de la época, nos lo sitúa en su contexto, en las lecturas que realizó; en la encrucijada de épocas que vivió, con todas sus contradicciones y con las evoluciones de pensamiento y guerras que sacudieron todo el continente europeo, con el propósito de “volver a los textos cervantinos para buscar en la obra al menos, si no en el hombre, cuanto sea susceptible de iluminarlo”.
Hay un peligro manifiesto al hablar de cualquier gran autor en nuestros días. Todas las opiniones que leo y escucho están profundamente guiadas y manipuladas por intereses ideológicos o de confrontación. Utilizan a escritores de diferentes nacionalidades (o de diferentes estilos) para enfrenarlos como si la creación artística fuese un campeonato de fútbol en el que cada uno, de forma maniquea y ridícula, tenemos que elegir bando y equipo: Shakespeare o Cervantes, Tolstoi o Dostoievski, etcétera. Solo puede quedar uno. Se olvidan (o no les interesa) que en el fondo importa bien poco en que lengua se escribieron las obras más importantes de la literatura universal. Y lo importante no es que Antonio y Cleopatra o El Rey Lear fuesen escritas en inglés, sino que se escribieran; que el Quijote no importa que se escribiese en castellano, sino que se escribiera. Y así tantas y tantas obras de toda la literatura. Más allá de las particularidades de cada idioma y de la idiosincrasia y circunstancias de cada país el corazón humano resulta, por lo común, igual de necio y de espléndido en todas partes. Las lenguas son solo el vehículo en el que los escritores y las escritoras se expresan. Es verdad que cada lengua tiene su propia riqueza, su particular música y textura, pero más allá de eso, para lo que significa el lenguaje creativo, lo mismo valdría una lengua que otra, pues en el mejunje que es la creación literaria siempre se pueden amalgamar todos los sabores si se tiene el talento, se dispone del tiempo y la fortaleza mental para realizarlo.
Las obras literarias son hijas del entorno y de las penalidades. Si Cervantes hubiese sido francés habría denunciado también los libros de caballería, pero desde un punto más cercano a la tradición trovadoresca. Desde luego que con casi toda seguridad nos habría guiado por los caminos del sur de Francia. Viéndonos, por ello, privados de muchos capítulos de la Primera Parte del Quijote. Para nada hubieran aparecido los Molinos del Viento y las aventuras de la Sierra, tampoco todo el deambular de la Mancha y ese conocimiento tan profundo de los personajes que pululaban por las ventas españolas; pero habríamos ganado en bosques y en verdor y en paisajes pastoriles bucólicos, a modo de novela pastoril o bizantina-griega, como las claves estilísticas en la que se escribieron “La Galatea” y posteriormente “Los trabajos de Persiles y Segismunda”. Por cierto, un detalle que desconocía de “La Galatea” es que en la corte francesa se sabían de memoria muchos de sus versos. Cervantes hubiese alucinado de enterarse. Dulcinea del Toboso no se habría llamado así, sino seguramente Emma (anticipando y devorando la creatividad de Flaubert), y apostaría dinero a que habría sido (oriunda ficcionalmente) de alguna parte de Aquitania, de la antigua Gascuña, puede que de algún pueblecito como Langon, Mont-de-Marsan o Lourdes. Emma de Mont-de-Marsan suena muy bien, muy literario y pomposo.
En cuanto a la Segunda Parte y al asunto Avellaneda posiblemente hubiese ocurrido una intromisión similar, pues eran muy precarios los derechos de autor por esa época (por no decir que eran casi inexistentes), y envidiosos habitan en todas las geografías. Además, no era raro, más allá de las diferencias y rencillas personales entre Lope de Vega y Cervantes, que cualquier escritor utilizara los personajes de otros. El susodicho embustero podría haberse llamado Bernard o Martin o vaya usted a saber; pero lo que es seguro es que también habrían surgido versiones apócrifas del Quijote en francés, pues al poco de publicarse en España ya se estaban haciendo traducciones en otros países. El éxito del Quijote fue meteórico e internacional.
Lo que quiero decir con toda esa broma del Quijote escrito a la francesa (que nadie la tome muy en serio) es que el genio siempre sabe emanciparse a la nacionalidad, la trasciende. No es tan importante ser de aquí o ser de allá. Son las circunstancias de vida, el carácter con el que se sobrevive. miles de privaciones pasadas (en el caso de Cervantes) las que en verdad hacen germinar las obras. Lo que se ha leído y lo que se ha vivido. También lo que se ha soñado.
La España de Cervantes no era un lugar fácil. Autos de fe; ajusticiamientos públicos; limpieza de sangre; rebelión de moriscos, guerras, expulsiones; pobreza; persecución de los conversos; un continente al otro lado del mar al que acudir para buscar fortuna o perecer en el intento; las posesiones en Flandes que desangraban las arcas; el imperio otomano expandiéndose cada vez más hacia occidente. Cervantes fue testigo de muchas cosas para lo poca dimensión que, por lo habitual, suele tener para la historia una vida humana. Y como todos sabemos viajó y participó de forma heroica en la batalla de Lepanto, siendo herido en la mano izquierda. Luego el apresamiento en Argel y sus condiciones y rescate (del que se podría hacer una película entre la tragedia y la picaresca) para acabar volviendo a España e intentar «probar suerte» en la literatura. Suerte que, todo sea dicho, hasta el final de sus días le fue esquiva. Prácticamente vivió toda su vida acosado por deudas, ya fuesen propias o familiares.
A mí siempre me ha llamado mucho la atención los años dedicados a ser comisario de provisiones y agente de recaudación, cuando apenas escribía algún poema y prácticamente se podría decir que había abandonado la creación literaria; es decir, que iba de pueblo en pueblo por Andalucía intentando agenciarse de mercancías o de impuestos. Hay que hacer un esfuerzo para imaginarse cómo serían los caminos de la época. Oficios no exentos de peligros porque, aparte de que te podían robar, también te podían endosar el montante de lo que se debiera. De hecho, por “la bancarrota del financiero en cuya casa había depositado su dinero” dio con sus huesos en la Cárcel Real de Sevilla. Las leyendas cuentan que allí concibió el Quijote, pero Canavaggio, siempre prudente y ceñido a los datos que de verdad son fiables, pone freno a nuestras imaginaciones pues nos recuerda que entre la cárcel y la publicación de la Primera Parte transcurrieron siete largos años. No está tan claro dónde concibió el Quijote. O puede que sí, porque una obra tan vasta no puede nacer más que de la asimilación de las heridas de toda una vida.
Y ahora, para acabar, lo verdaderamente importante. ¿Por qué leer este libro ahora? ¿Por qué leer a Canavaggio y, por consiguiente, a Cervantes? ¿Por qué volver a esta biografía que se editó por primera vez en la década de los ochenta? Pues porque las claves para entender una obra (y yo me atrevería a decir que para entender a cualquier ser humano) están ahí, en su vida, en las circunstancias vividas. Esta biografía traza muy bien lo vital con lo literario y lo entremezcla en una misma alforja.
Cervantes es todo un enigma. No solo porque desconozcamos muchas partes de su biografía sino porque cuando lo desea es tan metafísico como el más profundo de los escritores, y, al mismo tiempo, es llano y accesible. Humano y piadoso y tremendamente divertido (le pese o no a Nabokov); no hay paragón en vanguardismo comparable a la Segunda Parte del Quijote, que sigue siendo una obra moderna y muy original, pionera de la narrativa y de la metaliteratura.
“En lo que inicialmente no fue más que una epopeya burlesca hemos descubierto la primera de las novelas modernas”. Así es.
Descanse en paz, Jean Canavaggio. Las medallas y el ser miembro de la Real Academia de Historia no son suficientes reconocimientos para este explorador de bibliotecas que se pasó la vida estudiando la literatura española, haciéndola más cercana, señalando sus riquezas y sus meandros. Fue un lector entusiasta que nos ofreció todos sus conocimientos, sin privarnos nunca de nada, y a un nivel muy accesible para cualquier profano.
Que la tierra te sea leve.
September 3, 2023
Meryem Alaoui, sobrevivir en la marginalidad
“Me acerco al cenicero, enciendo un cigarrillo, le doy una calada rápida y sigo contándole mi jornada laboral, insistiendo en lo importante: la cantidad. ¡Porque anda que no hay que sumar polvos para vivir! Al menos seis por día. Siete u ocho sería mejor, pero con seis te haces el avío”.
Recuerdo una novela de Santiago Gamboa, El síndrome de Ulises, en la que el propio Gamboa, contando sus andanzas de inmigrante pobre en París, nos confesaba lo poco que conocía él la literatura escrita en otros continentes. Ya no hablaba de la asiática, que también, sino la muy cercana del Magreb, relativamente cerca, y que resulta una gran desconocida en Europa.
A mí me pasa lo mismo, salvo unos pocos autores (que casi siempre proceden de Francia o que directamente viven en Francia y escriben en francés) desconozco gran parte de lo que se escribe y se publica en toda esa zona.
En esta ocasión la autora Meryem Alaoui también escribió esta obra (la que fue su primera novela) en francés, aunque ella sea originaria de Marruecos, de Casablanca. Hasta el momento creo que tiene dos novelas escritas, pero solo “De la boca del caballo sea la verdad” ha sido traducida y editada en castellano, en concreto por la editorial Cabaret Voltaire. Venía avalada por la editorial Gallimard y por Leila Slimani, cuya novela “El perfume de las flores” (también editada en castellano por Cabaret Voltaire) me causó una buena impresión. La traducción es de Malika Embarek López, toda una garantía y una institución desde hace muchas décadas y reconocida y premiada en 2017 con el Premio Nacional de traducción.
Centrándonos ya en la obra lo primero que hay que señalar es que estamos ante una visión cruda y realista protagonizada por un personaje femenino que nos habla en primera persona. Yemía está separada y tiene una hija. Ejerce la prostitución para poder sobrevivir. Alcoholismo, pobreza, malos tratos…, toda la sordidez de vidas cuyo esfuerzo principal radica en la lucha por la supervivencia. La acción se sitúa en un barrio de Casablanca y oscila entre el 2010 y el 2013, con un pequeño epílogo en 2018.
Estamos ante una novela sórdida y marginal que, sin embargo, tiene una luz muy especial: la que irradia el optimismo deslenguado de la protagonista, pues Yemía no es un personaje derrumbado pese a sus difíciles circunstancias, sino que afronta las vicisitudes con entereza y con un gran sentido del humor. Podría decirse que el humor es su forma de protegerse de las penosas circunstancias de su entorno.
La prosa es directa y contundente, como procede por el sórdido entorno que describe. Los personajes que aparecen son principalmente el grupo de mujeres que ejerce la prostitución en ese barrio, sus clientes, familiares, conocidos, amantes, etcétera. Aquí no hay ese exotismo que tratan de vendernos en otras obras, en las que aparece un Marruecos muy de interiores y de olores, sino toda la corrupción y violencia y marginalidad que aflora de los bajos fondos, como este pasaje en el que se han ido de juerga y un coche de la policía los detiene:
“Por fin nos fuimos. Nadie habla en el coche. Dejamos atrás El Yadida. Pasamos delante de un control de policía en la carretera de Casablanca. Un gendarme nos hace una seña para que nos detengamos en el arcén. ¡Qué lata! Apago el cigarro. Finjo que estoy asustada. Les gusta que sientas miedo de ellos.
El uniforme se inclina en la ventanilla apuntando su linterna al interior del coche para calcular a cuánto ascenderá la mordida. Tres tíos y una furcia. Pestazo a alcohol. Genial, ya se ha asegurado la jornada”.
En esos aspectos me ha recordado la primera novela que fue publicada de Rafael Chirbes, Mimoum, que también era una crónica de Marruecos muy sórdida y a contracorriente, de zozobra emocional y mucho alcohol, si bien mucho más lluviosa y con menos sentido del humor.
Pero de pronto, un buen día, en el barrio sucede algo nuevo. La muchacha a la que llaman “Bocacaballo” le sugiere a Yemía que le asesore para hacer una película. “Bocacaballo”, que vive más en Holanda que en Casablanca, quiere filmarla y conseguirá el dinero para producirla. La contribución de Yemía se fundamentará en contarle sus experiencias vitales a “Bocacaballo” mientras esta la saca y la invita a tomar cervezas. Y Yemía encantada de que la saquen a dar vueltas y encima le paguen y le inviten porque congenia y se ríe mucho con su compañera. Al final, tras algunas vicisitudes y un accidente con una moto que la deja un tiempo de convalecencia, Yemía no solo asesorará, sino que acabará desempeñando el papel de actriz principal.
Me ha gustado mucho el tratamiento que hace Alaoui de su personaje principal, porque no es sencillo tocar ambientes tan sórdidos sin caer en lo fácil: moralismos o críticas sociales. Eso está muy logrado en el libro y lo hace más creíble. Por lo habitual, las personas que viven en la marginalidad son las más descreídas de los cambios sociales. Ya tienen bastante con sobrevivir en entornos tan complejos y duros. La rabia está presente y algunas veces estalla, casi siempre provocados por desmedidos abusos policiales; pero, por lo general, llegar al día siguiente es lo que importa. Por lo que una estampa de un barrio marginal de Casablanca no acaba siendo muy distinta de lo que se vive a diario en cualquier suburbio europeo.
Sirva de ejemplo este par de párrafos en el que se retratan las manifestaciones que se están sucediendo por toda Casablanca y Yemía se muestra molesta por la bajada de ingresos que eso le está suponiendo:
“El lío que se armó en Túnez con el chico aquel que se echó gasolina encima ha llegado a Casablanca y a todo Marruecos. Ya son dos domingos en los que el centro de la ciudad está hasta los topes. Todos los necesitados, los que no encuentran nada que llevarse a la boca, los que han declarado la guerra a sus mujeres, los que no están contentos con su circuncisión, todos esos se han lanzado a las calles a manifestarse. Cada cual reclama algo.
Me tienen harta. No hay ningún orden. Al verlos llegar, pensé que a lo mejor habría más trabajo o algo por el estilo. Ni trabajo, ni nada. Solo problemas, como siempre”,
Escuché a Meryem contar que ella vivió en ese barrio y que muchas veces veía a las chicas que ejercían la prostitución cuando se dirigía al mercado, le llamó tanto la atención que se puso a observarlas y a preguntarse cómo serían sus vidas más allá “de hacer la calle”. Así nació el libro, sin planes previos. Por un intento de explicarse e indagar más a fondo lo que veía ante sus ojos.
No sé si este libro se ha traducido al dariya, más bien me atrevería a afirmar que lo veo poco probable. Meryem Alaoui afirmó que a sus paisanos, seguramente, les haría gracia, pues reconocerían el sentido del humor y la caótica forma de vivir de los baidaní (gentilicio de la gente que vive en Casablanca). No sé. A mí, por lo pronto, me ha parecido lo suficientemente interesante para escribir una reseña.
En definitiva, un libro que apunta valentía y resulta entretenido y que, sobre todo, nos regala un personaje muy complejo con todas sus vulnerabilidades, pero también tierno y tenaz. No está mal para una primera novela.
Hasta otra.
August 29, 2023
Daniel Sada, el lenguaje por encima de todo
«Lo oscuro ayudaba para lo que vendría. La carretera, por fortuna, estaba solitaria: ésa: la que iba de Saltillo a Zacatecas, la casi recta y larga que pasaba por Concepción del Oro, siempre había sido así y además a esa hora era rarísimo que siquiera circularan vehículos viejos o nuevos, a veces sí, pero esa vez no, gracias a Dios. Pero a lo que se va es que hubo un momento de silencio de los tres, justo cuando Serafín parecía ver un punto que parpadeaba en el cielo estrellado, Ponciano, delicadamente, extrajo una pistola Derringer de su chamarra para dispararle de inmediato cinco balazos a ese señor antipático. Dos tiros en la panza, otro en el mero corazón (dizque) y dos en la cabeza para que se muriera tranquilo. Hay que decir que Sixto siguió manejando como si nada, es más: hasta emitió un largo silbido destemplado, fruto de sus nervios«.
Por fin, tras el verano más tórrido que recuerdo, una nueva reseña en mi blog.
Durante el verano he leído de forma bastante desordenada: dos libros de Antonio Gala, uno de memorias que estaba bastante bien, “Ahora hablaré de mí”, y otro de relatos que era un muermo: “El dueño de la herida”. La relectura de un gran clásico imprescindible como es “Los miserables”, confrontándolo con el ensayo de Vargas Llosa, “La tentación de lo imposible”. Libros sobre la guerra zarista-comunista de Rusia, de Antony Beevor, “Rusia, revolución y guerra 1917-1921«, todo un tocho que aún estoy leyendo. Novelas del oeste de la excelente colección “Frontera” de Valdemar, concretamente “El lobo y el búfalo” de Elmer Kelton, que me sorprendió por su rigor histórico y por su amenidad. Entre las mejores lecturas tengo que citar dos obras de la escritora Marina Travacio: “Como si existiese el perdón” y “Quebrada”, dos obras violentas y magníficamente escritas, y que están engarzadas entre sí. Quizá de lo mejorcito que he leído en todo el verano. Si bien una de esas ya la tenía leída de primavera, pero quise confrontarlas las dos al mismo tiempo pues los libros de Travacio dialogan entre sí. Luego también leí uno de Sebald, “Los emigrados”, que como todo lo de este escritor resultó muy interesante pero inferior a otros libros suyos, y “Basilisco” de Jon Bilbao, del que tenía muchas expectativas de antemano que no se vieron cumplidas. Sí que es verdad que al menos hay riesgo y originalidad en la propuesta de Bilbao, en comparación con muchos otros escritores en lengua castellana, pero no me convence su prosa. Me parece demasiado “generalista”, pues lo mismo encaja para relatos de corte Fart West (como los que trae ese libro) que valdría (es una suposición) para otros que transcurriesen en un bosque bosquimano. El lenguaje no puede ser el mismo para todo, y ha de adaptarse a cada medio geográfico como una garrapata. Eso por no mencionar que los personajes no pueden hablar todos de la misma manera. Aparte de que no hay dos personas iguales, cada uno ha de responder a su bagaje cultural, vital y a su propia posición, y este punto sirve para distinguir a un escritor de un amanuense.
Ambiciono mayor búsqueda en el lenguaje y por eso me trasladé a un escritor mexicano, del que he leído otras obras suyas, y que siempre hasta ahora me había ofrecido un alto grado de exigencia. Hablamos de Daniel Sada, fallecido prematuramente en 2011, cuando su obra por fin estaba alcanzando cierto reconocimiento de premios y distinciones, si bien tengo la sensación que fue un escritor escasamente leído, por ese mismo rigor del que antes hablaba, y que tan solo cuatro locos letraheridos esperábamos sus libros con impaciencia a lo largo del planeta.
Yo me topé con su literatura tras estar años investigando la historia del norte de México. Sada aparecía como uno de los escritores más destacados de ese espacio geográfico y fronterizo, quizá como el escritor más radical en el uso del lenguaje. Y eso (tras décadas de leer sus libros) puedo darlo por confirmado: hay pocos escritores con un manejo del lenguaje como el que poseyó, y posiblemente tampoco existan en su postura ética y estética, pues jamás flojeó en su grado de exigencia. Digamos que alcanzó cierto éxito sin rebajar un ápice su calidad.
“A la vista”, una de las pocas suyas que me quedaba por leer, confirma que aún en una obra menor su prosa destaca por encima de todo, en un estilo que se podría definir como de un barroquismo surrealista, muy depurado y con licencias ortotipográficas como la del maniático uso de los dos puntos, que abundan y mucho en toda su literatura, y que al principio pueden chirriar al lector que no esté acostumbrado a ese grado de libertad creativa.
Dicho de otro modo, el habla y la literatura del norte de México utiliza una de las más altas oralidades de la que disponemos en castellano. No es un fenómeno que se circunscriba a Sada en exclusividad, hay muchos y muy buenos escritores en esa zona, sino que Sada lo llevó más lejos que nadie, tanto es así que recibió los elogios encendidos de Roberto Bolaño, que consideraba a Daniel Sada “el escritor en castellano más ambicioso, el que estaba llevando más lejos el lenguaje y el barroquismo, únicamente comparable con la de Lezama, si bien la diferencia estribaba que la del mexicano transcurría en el desierto y la del otro en el trópico”. Es decir, es una literatura fronteriza pero situada en la modernidad y de un vanguardismo solo comparable, aunque salvando las distancias formales y de visión filosófica, con lo que hizo Arno Schmidt en lengua alemana, otro gigante casi desconocido, y otra figura inquebrantable en su alto grado de exigencia al lector. Por cierto, que el otro día consultando los libros de Schmidt vi que ahora mismo solo existe uno en castellano a la venta, “El brezal de Brand”, que el resto está descatalogado o se venden a precios desorbitados en el mercado de segunda mano. A ver si alguna editorial independiente, de esas que suelen rescatar obras perdidas o descatalogadas, se atreve a volver a ofrecernos nuevas traducciones de este singular e inigualable escritor. Por lo menos de las primeras que escribió; su última etapa literaria es la más rompedora y vanguardista y se sobreentiende que no existan proyectos editoriales capaces de emprender tan dificultosas traducciones con tan escaso (a priori) margen de beneficios.
Como siempre en estos escritores la trama es lo de menos. Sin embargo, en “A la vista” puede resumirse sin problemas: dos traileros (camioneros) cansados tras veinticinco años (o más) de trabajo asesinan a su patrón entre las poblaciones de Saltillo y Sombrerete. Se separan para huir tras el crimen y luego ambos, por diferentes andanzas, vuelven a juntarse, comenzando a trabajar uno de ellos, Ponciano, en un estanquillo, junto a la sobrina de su compañero Sixto. En realidad, estos dos asesinos sesenteros dan más lástima que otra cosa, porque parecen dos pobres diablos a los que la vida ha maltratado emocionalmente y andan por ello hastiados y muy perdidos. Luego se suceden los acontecimientos y las idas y venidas, pero ya eso lo dejo para el que quiera adentrarse en el libro.
“A la vista”, la penúltima en ser publicada y la última en vida del autor, no es de sus mejores obras, quizá incluso sea de las más sencillas de leer. Pero por ello puede ser una muy buena puerta de entrada para un escritor que nunca concedió ninguna licencia de comercialidad a su literatura, y que si no hubiera muerto tan pronto hubiera alcanzado mayor grado de notoriedad, sin duda, porque ya estaba logrando adentrarse en el mercado europeo al serle otorgado un Premio tan antaño prestigioso como el Herralde de novela, por su novela “Casi nunca”, justo tres años antes de fallecer. También destacar la que yo considero que es su obra más ambiciosa y no solo por el grosor: “Porque parece mentira la verdad nunca se sabe”, que editó Tusquets, y que en resumidas cuentas es un fiestón supremo del lenguaje.
No fue un escritor con éxito pese a su calidad y tuvo tan mala suerte que cuando le ofrecieron en México el Premio Nacional estaba sedado, fallecido poco después, por lo que no llegó a tener conocimiento siquiera de que se le había concedido. Eso sí, entre escritores y un pequeñísimo puñado de lectores entusiastas siempre gozó de una rendida admiración.
El uso del lenguaje en Sada es sinónimo de alta literatura. Además, era un escritor bastante divertido. No era ningún muermo intelectual de universidad, de esos que pueden dormir de sopor hasta a las estatuas simulando que van a decir algo muy importante para luego no decir nada, todo lo contrario, más bien era un hombre apegado al pueblo y con un oído formidable, y no hay libro de él que en el fondo no sea una tragicomedia norteña del que se pueda extraer unas cuantas carcajadas.
Porque en el fondo la vida, por más seria que nos parezca, no deja de ser una broma, un chismerío, una juerga loca, una huida hacia ninguna parte, un mezcal bebido a sorbitos.
Hasta otra.
June 3, 2023
La aurora cuando surge, Manuel Astur
“Según los periódicos, era el 9 de febrero de 1986, y por lo tanto yo acababa de cumplir seis años. Estábamos en Sama, en la casa familiar en las montañas, y esa noche iba a pasar el cometa Halley. Supongo que me explicó que la última vez que había pasado fue en 1910, tal vez me dijera que la próxima sería en el 2061. Pero para un niño, ni el antes ni el después son importantes. Lo importante era que se trataba, así me lo contó, de una estrella ardiente como la del portal de Belén que todavía no habíamos quitado de la repisa de la chimenea.
Pasaría de madrugada. Mi padre se ocuparía de despertarme y lo veríamos juntos.
A la mañana siguiente, me dijo que su despertador no había sonado. “Lo siento, hijo, pero no te preocupes, podrás volver a verlo cuando seas anciano. Para entonces, te despertarán tus nietos”, me dijo, sorprendentemente contento a pesar de haber perdido su única oportunidad de verlo.
Toda mi vida creía esta versión.
{…} Pero esta noche, cuando el comenta que fue mi padre se aleja definitivamente de mí órbita, bajo el mismo firmamento, con los mismos agujeros para que respiremos en la tapa de la caja en la que algún dios menor nos metió, sorprendiéndome una vez más por el infinito viaje que ha hecho un meteorito para terminar ardiendo apenas un segundo frente a mis ojos, esta noche, por fin comprendo, y sé que es cierto, que aquella otra noche de hace treinta y dos años mi padre vio el cometa Halley sin mí. Solos él y su presente. Ahora sé que no puso el despertador, que no durmió, y que en la espera decidió no verlo conmigo. El cuerpo celeste había pasado veintiocho años antes de que él existiera, y pasaría muchos años después de que dejara de existir. Seguramente, no quiso asomarse a ese abismo junto a mí.
Sé que es una entradilla muy larga, y que incluso recortada parece inapropiada para incluirla al inicio de una reseña, pero a mí me parecieron las páginas más hermosas de un libro por sí hermoso, y no quería pasar la oportunidad de citarlas.
¿Qué nos vamos a encontrar en “La aurora cuando surge”, de Manuel Astur? Pues dos viajes, uno el exterior que va a transcurrir por Italia, de norte a sur, y que a modo clásico e imitando el viaje litúrgico de muchos artistas en siglos pasados rememora esa tradición cultural; otro, el viaje interior: Manuel rememora la figura de su padre, ya fallecido, y con él escribe un libro de duelo entrañable.
La prosa es sencilla y pulida. Los capítulos cortos y deliciosos. Hay una serena aceptación del hecho de la muerte que sobrecoge. Un propósito personal (el de recuperar la figura del padre) se convierte al paso de las páginas en un hecho colectivo.
Es un hecho irrefutable que todos nos vamos a morir. Que nuestra muerte está señalada en el calendario, y también la de todos nuestros seres queridos. Pero aceptar íntimamente nuestra extinción implica domar abismos y miedos, como si la propia escritura de Manuel Astur, tan serena y pulcra, fuera una especie de exorcismo interior.
Su viaje por Italia no es el típico de un turista, no tiene nada que ver con eso. Él anota lo que ve, se metamorfosea con el paisaje, piensa, se mezcla con los lugareños, reflexiona sobre la experiencia humana; todo está abierto y todo forma parte de nuestro viaje vital, de nuestra aventura en el mundo.
Me ha gustado mucho. Es la primera ocasión en la que leo algo de este escritor y si la salud no me falla espero que no sea la última. Merece la pena, pues pese al tema del duelo no es un libro triste sino maduro y necesario.
Hasta otra.
May 20, 2023
Relatos autobiográficos, Thomas Bernhard
“El mundo es un establecimiento penitenciario con muy poca libertad de movimientos”.
Aprovechando que Anagrama ha reeditado los libros autobiográficos de Thomas Bernhard he revisitado cuatro de los cinco libros (el otro, “Un niño”, lo releí hace un par de meses, con lo cual lo tengo todavía fresco) de una de las obras más devastadoras y más radicales del siglo XX.
Hablar de este tomo es hablar de una prosa musical e infinita, de un verbo iracundo y de una vida al límite, por sus enfermedades y por su visión contracorriente. La literatura de Thomas Bernhard es una experiencia de altos vuelos literarios que nos reafirma en la capacidad aniquiladora y transformadora que poseen las grandes obras creativas.
El volumen se abre con “El origen”. Primer libro de esta autobiografía absolutamente devastadora.
Son los años de adolescencia de un jovencísimo Thomas Bernhard. La guerra no ha acabado. Los bombardeos destrozan las ciudades austriacas y alemanas. Salzburgo es una pocilga en la que pensar en el suicidio es lo más común. Y luego ese personaje siniestro, Grünkranz, que cuando llega la paz se reproduce en el prefecto del Tío Franz.
Pocas veces un libro resulta tan duro. Salvo la amable figura del abuelo, todo lo demás está imbuido de un espíritu maligno, catastrófico, empezando por la ciudad de Salzburgo a la que Bernhard dedica una retahíla de insultos.
Lo llamativo es que allí dónde existía un retrato de Hitler luego se pone una cruz y allí donde se cantaban canciones de alabanza al Tercer Reich ahora se cantan otras a la misericordia de Cristo. El catolicismo y el nacionalsocialismo equiparados en un mismo cáncer: “En el fondo, no había absolutamente ninguna diferencia entre el sistema nacionalsocialista y el católico en el internado, todo tenía solo otra mano de pintura y todo tenía solo otras denominaciones, pero la secuencias y las consecuencias eran las mismas”.
Una entrada por la puerta grande a la autobiografía.
Seguimos con “El sótano”. Un libro que en cierta medida podría denominarse “alegre”. El jovencísimo Bernhard ha elegido marchar en la “dirección opuesta” a su familia. La situación social es durísima. Ya ha acabado la guerra y la hambruna es tremenda. Se depende de las fuerzas de ocupación, en este caso de los americanos. Gracias a su perseverancia consigue que una funcionaria saque una tarjeta de una tienda de ultramarinos, El sótano, en la que aparece el nombre del encargado del negocio: Podlaha.
Bernhard consigue trabajo en esa tienda de comestibles. La tienda está situada en lo que podríamos llamar el peor suburbio de Salzburgo, Scherzhauserfeld, la “antesala del infierno”, el lugar más marginal de toda la ciudad y con el mayor índice de delincuencia criminal. Sin embargo, el adolescente Bernhard se siente allí realizado y se integra perfectamente en la vida del barrio. Le gusta su trabajo y coincide con su jefe hasta en sus gustos y estudios musicales.
Solo el final del libro presagia la pesadilla que va a acontecer.
“El aliento”, el tercer libro de la autobiografía es demoledor. Junto a “El frío” me parece el más duro de todos.
La afección pulmonar que padece el joven Bernhard pone fin “a sus estudios musicales” y a su trabajo en la tienda, y lo conduce por el infierno de los hospitales de postguerra. Ahora es su propia vida la que está en juego.
Es increíble como consigue retratar las percepciones del enfermo, los ruidos que escucha, los objetos imprecisos, hasta el más mínimo detalle desde su lecho de enfermo. Único superviviente de “la habitación de morir”, y habiendo incluso recibido una extremaunción precipitada, el joven luchador consigue poco a poco resistir.
Terrible. “Cada uno es distinto, cada uno vive de forma distinta, cada uno muere de forma distinta”.
Da igual las veces que se lea. Sobrecoge.
Y de ahí pasamos a “El frío”, que es sencillamente espeluznante. A los gravísimos problemas de salud del adolescente se le suman la muerte del abuelo, que es una figura esencial en Bernhard, y también la muerte de la madre, con la que mantiene una relación más tensa.
Es el momento de casi el abandono total. Ese “Todo da igual” del final del Sótano aquí resuena otra vez. Sin embargo, sacando sus últimas fuerzas consigue domar su afección pulmonar y hasta hacer amigos en la residencia de Grafenhof.
Los “Relatos autobiográficos” (que en realidad son novelas) se cierran con “Un niño”, que es el más alegre y digerible de todos. Aquí aparecen facetas de la personalidad de Bernhard que no habían sido definidas anteriormente, o que bien habían quedado ancladas bajo la sucesión de catástrofes personales y colectivas. Regresa la época del abuelo y nos situamos en la Austria y Alemania previa a la guerra. Es como una vuelta de tuerca, pues recordemos que en “El origen” comenzábamos en los finales de la guerra.
En definitiva, un conjunto de obras con la prosa y el verbo inconfundible del escritor austriaco y muy accesibles (creo) en comparación a otras obras de narrativa suyas como “Corrección”. No hay excusas para no leerlo. Si se quiere leer cosas de calidad esta es la mejor puerta de entrada para entrar en el universo del austriaco.
A Bernhard se le ama o se le detesta. Lo primero es lo más común. Y conocer que llevó una vida atroz en su juventud ayuda más a lo primero que a lo segundo.
Hasta otra.
May 7, 2023
Las lecturas de la semana
Aprovechando mis últimas lecturas voy a hacer algo que no suelo acostumbrar: mostrar un breve hilo de lo que voy leyendo. En este caso más relecturas que novedades, lo cual, en mi caso, suele ser lo habitual.
Llega un día en la vida de todo lector obsesivo que lo más interesante suelen ser las relecturas, y las novedades no tienen ninguna urgencia. Este método de lectura, contrario a lo que la industria editorial desea, nos ofrece un amplio abanico de posibilidades interesantes: desde espolearnos y sacarnos de una mala racha lectora a incentivarnos a profundizar en grandes obras maestras, que bien porque nos sobrepasaron, bien porque nos deleitaron, son muy necesarias volver a releer. La relectura es una de las mayores posibilidades de crecimiento lector de la que disponemos y no se le da la importancia que merece.
Dicho esto, ninguna de las obras que he releído esta semana son muy complicadas. Más bien me he apetecido novelas cortas de escritores a los que conozco y leo con cierta asiduidad, salvo la obra de Álvaro Enrigue que sí puede considerarse una obra de envergadura.
Toda lectura es un diálogo que establecemos no solo con el libro que leemos, sino también con nosotros mismos.
Los hermanos Rico (Tusquets)
Comencé el fin de semana pasado con una novela corta de Georges Simenon, “Los hermanos Rico”. Una de las novelas de las que él consideraba “duras” y que a mí parecer engloban lo mejor de su producción.
En esta pequeña obra de mafia italiana en Estados Unidos asistiremos al problema moral que se le ofrece a Eddie Rico, el mayor de tres hermanos, al que la organización le encarga que vaya a visitar a su hermano Tony, el más pequeño, porque al parecer quiere dejar la organización y está dispuesto a contar a la policía todo lo que sabe.
Lo más destacable en este libro son los inteligentísimos diálogos que posee. Como con cuatro pinceladas Simenon es capaz de meternos en la historia y llevarnos de la solapa hasta las trepidantes últimas páginas. Una buena novela corta para pasar el rato. No tiene la altura de “El gato”, o de “El fondo de la botella” …, y de tantas otras que este autor tan prolífico nos legó, pero es una buena puerta de entrada para el muy particular universo de Simenon.
Yo tengo una vieja edición de Tusquets y desconozco si la han vuelto a editar Anagrama- Acantilado, que son las dos editoriales que de forma conjunta están volviendo a poner en circulación las obras de Simenon; pero vale esta o cualquier otra. La calidad de este escritor es muy pareja y está garantizada.
El caballero inexistente (Siruela)
Entre la imponente producción de Italo Calvino encontramos tres novelas que casi pueden leerse como una trilogía creativa, aunque independiente y autoconclusivas en cada una de las partes. Son las formadas por El vizconde demediado, El baron rampante y El caballero inexistente.
A veces he preferido El vizconde demediado, por ser la primera obra de Calvino que leí. Cuando descubrimos a autor con una visión y un estilo propio esa lectura queda aposentada de forma perenne en nuestro recuerdo. Nos sobrecoge. Sin embargo, con el paso del tiempo me he decantado por El caballero inexistente, que tiene las virtudes de sus mejores libros pero tal vez una fuerza metafísica mayor.
¿Y quién es El Caballero inexistente? ¿Qué se puede contar para no desvelar mucho de este libro? Pues el caballero inexistente es una armadura. Pero eso sí, pocas veces una armadura por sí sola tuvo tal deseo de ser y existir y tan preclara y arrolladora vitalidad. Los primeros capítulos del libro son para desternillarse. Carlomagno pasa revista de los caballeros y paladines y allí aparece nuestro héroe. Pero el libro no se queda en esa anécdota y, a pesar, de sus escasas ciento y pico de páginas nos conduce hacia otros personajes igual de brillantes. No tiene desperdicio, de verdad. La ironía festiva de este libro es tan gozosa que se nos contagia alegrándonos el día.
Uno de esos libros que ennoblecen el arte de imaginar historias.
Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama)
Vamos ya con el único tocho de la semana. Álvaro Enrigue, escritor mexicano y que lleva ya una amplia obra a sus espaldas, salpicada de premios y reconocimientos, nos conduce en esta ocasión a la epopeya de resistencia vivida por los últimos apaches.
Todo en este libro es interesante: desde la exhaustiva ambientación (muy poca gente sabe que según la región mexicana a los apaches se les llamaba de una u otra manera) a la estructura propia del libro, pues es una especie de rompecabezas con varios hilos abiertos, una forma de concebir la obra narrativa en la que se juega con sus formas.
Tenemos por una parte la historia de supervivencia del pueblo apache; por otro el secuestro de Camila una aldeana mexicana por el indio conocido como Fuerte, en días posteriores Mangas Coloradas, un hecho histórico totalmente cierto; seguimos con la propia historia familiar del propio escritor y sus andanzas por lo que fue y sigue siendo en muchos aspectos la Apachería. “La idea es escribir un libro sobre un país borrado”. Y así sucesivamente.
Lo notable es que tantos hilos narrativos no entorpecen el libro, que a veces parece una novela, a veces un ensayo, a veces una crónica histórica, a veces un desahogo familiar. Pero en todas encaja y funciona.
Yo que he escrito numerosos libros sobre el norte de México, desde los albores de la época novohispana hasta casi principios del siglo XX, puedo afirmar con total sinceridad que este sí es un libro que ha buceado en los documentos históricos de la época.
Por ahí circulan libros como los de Álber Vázquez o el de “Comanche”, de Jesús Maeso de la Torre, y otros tantos de otros autores igual de mediocres, que son directamente una porquería, pues toman unas licencias narrativas que son un insulto para lo que en verdad aconteció. Se comprende que por más que uno se empape de historia jamás se podrá retratar con absoluta fidelidad ninguna época, pero entre el respeto a lo que fue o pudo haber sucedido (con cierta aproximación) y escribir lo que a uno le dé la gana (y encima sin un ápice de calidad) hay un trecho muy largo.
El libro de Álvaro Enrigue sí que es muy recomendable, pues no solo reúne un respeto a la historia, sino que encima está bien escrito y aposentado en una estructura inteligente. En verdad lo tiene todo para convertirse en un libro-referencia sobre el tema. Quizá un long seller. No hace ni dos meses leí también de este mismo autor “Tus sueños imperios han sido”, y pese a su sentido del humor no le llegaba ni a las corvas a este “Ahora me rindo y eso es todo”. De los libros que he leído de Enrigue, y ya llevo unos cuantos, es sin duda el que más me ha gustado.
Y nada más. Por esta semana ya está bien. Sigamos leyendo y cabalgando por el mundo.


