Jorge Morcillo's Blog, page 5
August 10, 2024
Memento vivere, de paco ramos
El carácter del hombre es su destino, escribió Heráclito, y aunque la frase igual nos llevaría a una disertación sobre la idea del daimon y a una posible comparación funesta entre el hombre antiguo y el hombre moderno, me sirve de preámbulo para empezar a hablar de Pedro Abad, el protagonista de Memento vivere, la reciente novela de Paco Ramos editada por Huerga & Fierro, y que al comienzo de la obra lo que desea no es proyectarse en el futuro sino dejar de ser, de estar, de vivir.
Pero he aquí que justo en el instante de proceder a colgarse sucede esto:
—Ya no hay vuelta atrás —murmuró para un público inexistente.
Pero algo imprevisto sucedió en el último instante.
Debía ahorcarse frente a la calle, con las cortinas del balcón abiertas para que así su cuerpo fuese descubierto sin dilación. No era cuestión de pasar varios días pudriéndose y que el hedor molestase a los vecinos. Sin embargo, justo a pasar el nudo sobre el cuello, mientras miraba por última vez hacia la calle, una sombra pasó por delante de los barrotes de su terraza. ¡Bum! El sonido del golpe seco contra la acera invadió todo el espacio antes de que comenzaran los gritos de los viandantes que acababan de presenciar la escena. No había duda, aquella sombra había sido un cuerpo en caída libre.
Sacó la soga del cuello, bajó de la silla y corrió raudo hacia el balcón para constatar la realidad de su mala suerte. El vecino del octavo yacía sobre el pavimento de la calle en pijamas y sin zapatos. No había sido tan cuidadoso como él, pero el cabrón se le había adelantado.
Estamos ante el primer momento de la obra donde el destino lo fija el azar, y además de una manera tajante y sorpresiva. Aquí lo del carácter que forja el destino no aparece ni se le espera. Y quién es Pedro Abad, ese proyecto de suicida sin suerte, ese Quijote anodino que, de pronto, decide dar un giro absoluto a su vida y lanzarse a recorrer el mundo. Pues es un hombre de 48 años, trabajador nocturno de Correos, recién abandonado por su pareja y según se lee: “Un hombre sin espíritu, apocado, un pusilánime incapaz de tomar las riendas de su vida”. Tiene veleidades literarias, pero nunca ha escrito nada. Es un blandengue, “un marido sin iniciativa para reinar en una noche de sexo”.
Y esta es creo otra de las características de la literatura de Paco Ramos: el posar la mirada en el común de los mortales, en personajes que a priori no despertarán el interés de multitudes, sino que viven una vida en los márgenes, con empleos comunes y precarios, y proyectos de vida acotados y (en apariencia) de escaso alcance. Yo conocía algunos poemas suyos en los que resulta evidente una preocupación social (algo que no suele ser muy común en nuestra literatura), Los muertos de Bilderbeg, también editada por Huerga & Fierro, y sé que aunque en la nota bibliográfica de este libro no lo ponga tiene más libros de narrativa editados, por lo que no sé a ciencia cierta si esta es en verdad su primera novela o si existieron otras.
Pero centrándonos en lo que de verdad importa volvamos al espíritu (o al no espíritu ni carácter) de Pedro Abad. Tras su intento fallido de suicidio el personaje sufre una transformación y abandona su trabajo nocturno de Correos. Vemos de pronto al que se nos presentaba como un pusilánime como un ser arrojado, incluso saltándose la ley y robando un coche, lanzándose por esas carreteras del sur en un viaje sorpresivo y precipitado en el que más que forjar su destino por su propia iniciativa caerá en las garras del azar.
Otra de las características de esta singular obra es que parece que es una novela que se desdice a sí misma. Cada vez que vemos a Pedro Abad embarcado en una situación, el azar, de pronto, lo cambia todo, como si precisamente el destino no permitiera ese renacimiento espiritual que ansía el personaje, y nos dieran de bruces a los lectores con lo que podíamos estar imaginando que iba a suceder. Pues no. El lector no puede trazar planes de futuro con este libro, pues siempre sucede algo inesperado que cambia el curso de los acontecimientos. Esto me parece muy logrado, pues estamos acostumbrados a muchos libros en los que prácticamente desde la página treinta ya se sabe lo que va a suceder; y Memento vivere podría ser lo contrario: nunca sabemos ni nos podemos imaginar lo que va a acontecer.
Sin abandonar la idea de suicidio, llegó a la conclusión de que antes de poner fin a su miserable existencia tenía que probar las mieles de la aventura y, por qué no, del peligro. Así que vemos a Pedro Abad embarcado en una road movie en la que la primera prioridad es deshacerse del coche robado. Un detalle que está bien conseguido en la narración son esos momentos en los que el paisaje se impone, ya sean en recuerdos de infancia o en la presencia de las geografías por los que transita el personaje. Se nota que el hábitat de las salinas y los esteros está inmerso no solo en el recuerdo psicosensorial del personaje, sino también del escritor.
La prosa es limpia y la narración avanza acelerada al ritmo del viaje accidentado y sorpresivo del protagonista. No hay lugar para el reposo porque siempre hay un giro de los acontecimientos a la vuelta de la esquina. Y llegamos (sin destripar) al final, de una narración que iba con el motor muy bien engrasado y con muy buen ritmo, y de pronto nos encontramos ante una decisión que desde mi punto de vista no es muy acertada: la intromisión del autor y el asunto del manuscrito encontrado.
Siempre resulta un tanto apurado poner en cuestión las decisiones creativas. Pero yo creo que respetando la libertad absoluta de composición todo puede señalarse y, al fin y al cabo, esto es solo la opinión de alguien que lee y escribe, que analiza y ve la literatura desde su particular prisma y que resulta esclavo de sus gustos particulares. Me explico: en una narración tan corta y accidentada no pega mucho lo del manuscrito encontrado ni que el final sea interrumpido por una nota del escritor avisando de este hecho. Luego la narración sigue cuatro capítulos más para definitivamente cerrarse. Hay una constante de que la literatura engendra literatura (yo mismo he de confesar que sido cómplice en alguna ocasión de esta adicción); pero en realidad cada día que pasa estoy en más desacuerdo con ese prisma y ya casi puedo afirmar que los autores deberían meterse en sus sarcófagos y no andar molestando con su presencia, pues en el fondo es la vida la que genera la literatura para que esta potencie aún más nuestras vidas.
Dicho esto, la novela ha sido una grata sorpresa y a pesar de su brevedad y de sus sorpresivos acontecimientos tiene párrafos y frases que incluso sueltos dejan traslucir una honda belleza que no quiero pasar por alto:
“Enamorarse, casarse, compartir la vida, es tener a alguien con quien conversar, comentar una película o un libro. La comunicación no existe sin ese alguien. Y sin comunicación no tenemos vida”.
“Si hay algo que un hombre no debe abandonar son sus sueños”.
“El universo conspira para ir ensamblando las piezas de aquello que proyectamos”.
“Solo nos salva la belleza”.
Pues eso, que nos salve la belleza. Heráclito poco tendría que hacer en una narración en el que el azar y las fuerzas oscuras del cosmos parecen que andan conspirando para que Pedro Abad no pueda forjar en bronce su destino. Pero mientras aspiró sus brasas; mientras que por breves instantes pudo degustar y respirar esa nueva libertad de ser y estar, casi se podría decir que lo estuvo forjando. Que su daimon iba en la buena dirección (pese a los azares del destino) y con mejor banda sonora. Y que como escribía Milan Kundera “hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido”. De ahí que, a veces, se tenga que apretar el acelerador y acordarse de que hay que vivir, que esto no se volverá a repetir jamás. Si bien, Pedro Abad, aunque sea trasunto del nombre del copista del Poema del Mío Cid, tiene más que ver en espíritu con Montaigne que con el famoso poema épico. Montaigne nos enseñó que no hay que preocuparse por la muerte, que eso no tiene sentido, que solo hay que aprender a vivir. La muerte y las diferentes formas de morir son las que nos enseñan a vivir mejor, porque de la muerte no hay que preocuparse y los muertos no conocen a los muertos; somos solo los vivos quienes somos conscientes de lo que se han ido y de los límites acotados que poseen nuestras existencias.
Sin embargo, este libro (aunque de trasfondo profundo) es de prosa ligera y brisa fresca, como ir conduciendo por una carretera inmensa y apagar el aire acondicionado. Que el aire a mar de las tardes se cuele por las ventanillas delanteras.
Una lástima que «Voy en un coche» de Christina Rosenvinge no aparezca en el libro, y eso que aparecen auténticas joyas musicales. Creo que es una canción que le va casi como anillo al dedo.
Hasta otra.
July 13, 2024
Reseña de «Insulina», de Pedro padilla
«A mis años había llegado a una innegable conclusión: el ser humano dedicaba un ínfimo porcentaje de sus horas a lo que era verdaderamente relevante: a vivir. En el común de los mortales, ese tiempo se limitaba a un rango de edad reducido. Conforme transcurrían los años, las posibilidades de disfrutar se reducían. Cada vez más. El resto del tiempo que disponíamos se deshacía a través de la jornada laboral y una serie de obligaciones que nos venían impuestas como peaje de esa vida. Vivíamos de verdad tan solo en los momentos de ocio. Y ni siquiera. El apogeo de los accesorios de realidad virtual había propiciado una paradoja: se dejaba de disfrutar la vida durante esos intervalos de tiempo. Por este motivo —había comprendido— adquirían tal importancia los recuerdos. Nos permitían regresar a un tiempo que, a diferencia del que vivíamos, carecía de profilaxis«.
Insulina, editada por Kaizen editores, la reciente novela de Pedro Padilla, nos sitúa en un futuro muy cercano. Ha triunfado entre la tercera edad una droga de curso legal llamada recuenola. Supuestamente esta droga consigue “hacer regresar al pasado”. Suministrada en unos centros llamados “Casas de la memoria” y en los que podrían hallarse cierto paralelismo a los antiguos comederos de opio. Alrededor de estos lugares surge toda una industria del “despellejamiento social”. Vemos como los ancianos no pueden mantenerse de su pensión, que necesitan complementarla con mini jobs. El contexto en el que se sitúa esta distopía es perfectamente creíble, puesto que día a día vemos una mayor precariedad en nuestras sociedades. No es cosa nueva que las pensiones públicas siempre han estado amenazadas por planes privatizadores y que nuestras propias ciudades pierden su idiosincrasia por un turismo masivo que expulsa a los ciudadanos autóctonos de esas ciudades. Todo eso que vemos a día de hoy aquí está amplificado por el paso de dos décadas más y por la devastación personal y social que la adicción a esa droga de la memoria, la recuenola, provoca en sus adictos.
El estilo viene a ser sencillo y la novela, en gran parte, está formado por el intercambio de correos electrónicos entre la protagonista de la historia: Dolores, una profesora jubilada que limpia un Burger King, y una periodista, Mabel Fernández, que ve un comentario por redes sociales de la primera y le escribe inquiriéndole a que le cuente cosas de las Casas de la Memoria. Digamos que aunque se manifieste a través de los actuales correos electrónicos podríamos hallarnos ante una versión modernizada del género epistolar, que hoy en día parece un género olvidado pero que ha dado en la historia de la literatura obras muy significativas; se me ocurre pensar ahora mismo en Las penas del joven Werther, por ejemplo, que fue una obra escrita por un jovencísimo Goethe que provocó toda una ola de suicidios en su día. ¡Mer Nicht! Ironizó Bernhard en ese relato antológico que en España se tradujo por “Goethe se muere”.
Insulina camina por otros derroteros estilísticos, aunque no puede obviarse que también es una obra cruda. Plantea temas muy interesantes. El primero del que me gustaría hablar es sobre la memoria. ¿Qué somos sin memoria? Nuestra conformación de huesos y sangre no es nada sin la información que guardamos de nuestro paso por la vida. Científicamente creo que surge por las conexiones neuronales; pero a mí me gusta pensar que nuestra memoria es algo así como nuestra enciclopedia de los recuerdos almacenados, tanto positivos como negativos. Proust tendría algo que decir en esa visión edulcorada por la literatura que tengo de la memoria. Cada persona tiene la suya en exclusiva, puesto que cada vida es distinta y nadie podrá jamás vivir nuestras vidas por nosotros. Crear una droga que supuestamente nos traslade al pasado y promocionarla entre el segmento de población más longevo provocaría una auténtica regresión y hecatombe. Pero a qué pasado y bajo qué condena, esa es la cuestión:
«Los bolsillos vacíos representaban lo que se ocultaba al otro lado del espejo de la recuenola. A través de esta droga albergábamos la posibilidad de retornar el pasado. Un lugar que, a causa de nuestra perversión natural de mitificar lo anterior, se mostraba como una suerte de paraíso en la tierra, un mundo por el que podíamos navegar con el sosiego que da saber que teníamos protección para el dolor, la desolación y la muerte. Era como un videojuego al que nos podíamos enfrentar con crédito infinito. En el pasado todo lo que nos podía acaecer ya había sucedido. El peor viaje solo podía aportarnos el regreso a lo que ya habíamos experimentado y sobrevivido. El futuro era todo lo contrario. No solo se trataba de la incertidumbre, de desconocer qué podía acontecernos. Para lo que ya éramos viejos, el futuro era una habitación pequeña en la que moraban nuestras pesadillas bajo la cama, detrás de las puertas de los armarios y cobijadas entre los ladrillos de las paredes y para las que no teníamos escapatoria alguna. Ese era la configuración de los bolsillos vacíos. El rostro previsible del futuro. El destino al que nos conducían irremediablemente nuestros pasos. No había más alternativa que la que nos conducía a ellos. A perderlo todo. A formar parte de ellos«.
La historia está situada en Cádiz, pero podría haber estado localizada en cualquier otro lugar. No es fundamental para el desarrollo de la trama y supongo que tendrá más que ver con que Padilla habrá querido situarla en un entorno que conoce. Como gaditano siempre me provoca curiosidad la mirada de otros escritores hacia mi propia ciudad de nacimiento y destaco un párrafo de naturaleza futurista que en realidad no deja de ser una radiografía muy actual:
«Una sensación extraña, de tristeza prefabricada, de consumismo interruptus no tardaba en apoderarse del paseante. Venía producida por la desolación del interior de las tiendas con las luces apagadas y los maniquíes como presos o animales tras el cristal de la jaula. Me sucedía a menudo. Me costaba reconocer la ciudad en la que había nacido y en la que vivía. Una ciudad como un tablero de Monopoly, en el que Airbnb nos ganaba la partida. De fachadas de escarabajos de colores. De servidumbre al foráneo. La gigantesca mole de un crucero se divisaba más allá del muelle como un Monte Olimpo de la economía o una Torre de Babel en la que solo se hablaba del idioma de los dólares, los yenes y los euros. Holandeses y norteamericanos, en aquella ocasión, se desperdigaban por las calles. Los delataban las bolsas de marcas, sus vestimentas incomprensiblemente veraniegas, su amabilidad y recelo«.
Por lo general, las distopías que suelo leer pierden el equilibrio. Levantan tanto los pies del suelo que desde mi punto de vista de lector adolecen de credibilidad. Lo que se nos propone en literatura no tiene que ser real. De hecho, deberíamos tener claro que nunca es real. Debe ser creíble dentro de la propia autonomía del texto. Aquí en Insulina nunca se pierde el equilibro. Toda la novela me ha resultado muy mesurada, muy equilibrada. La información se va administrando poco a poco y es un libro que invita a la reflexión y a establecer un diálogo con el lector. ¿Realmente el estado propondría una droga así? ¿Me convertiría en un adicto a este tipo de droga? ¿Qué recuerdos del pasado tendría interés en visitar? ¿No es verdad que separando lo ficcional y distópico resulta todo como muy actual, como si la ética sobre lo humano importase un bledo y solo sirviéramos para mantener en rodaje esta rueda económica y aplastante? Muchas preguntas. Supongo que cada lector se hará las suyas propias.
Eso es un mérito. Yo a veces soy un gran partidario de libros con voces complejísimas y que establecen un auténtico combate en el barroquismo y la exuberancia del lenguaje; pero hay muchas literaturas muy distintas y algunas son igual de supremas partiendo desde la sencillez. A veces un estilo no tan grandilocuente y que plantea cuestiones sobre la deriva de nuestras sociedades resulta igual de efectivo. Insulina podría pertenecer a esta última categoría y puede ser disfrutado por todo tipo de lectores, sin distinción de sus trayectorias lectoras.
Nos despedimos con este párrafo sobre «las regresiones de la recuenola»:
«Los sentidos de quienes la tomaban se encontraban en permanente exposición a un sinfín de estímulos que podía interferir en el proceso de regresión. No solo había que tener en cuenta los de carácter reciente. Canciones, anuncios, o efemérides podían flotar, como en una suerte de basura espacial, en el vacío de las cabezas. Existía por lo tanto un componente impreciso durante los intentos de regresiones. La mente en demasiadas ocasiones actuaba por libre y, a pesar de los esfuerzos del usuario por regresar a una determinada fecha, la recuenola nos llevaba por los derroteros que ella misma decidía«.
Hasta otra.
May 29, 2024
Visitando a Houellebecq: «La posibilidad de una isla».
Escribir para provocar resulta sencillo. Bastaría hacerse con un par de libretas y sentarse junto al sofá a ver la tele. La televisión (como cualquier medio de masas) no solo resulta extraordinaria para cerciorarse de la mediocridad y del abotargamiento emocional-cultural que se pretende contagiar, sino que también sirve para descubrir nuestros tabúes como sociedad.
Escribir sobre lo contrario que ensalzan. Incidir en todo lo que les aterroriza. Que les preocupa algo sobre nuestro comportamiento social vamos a darle la vuelta a la tortilla. Que el integrismo islámico está desatado, vamos a soltar unas bromas sobre los árabes y ya de paso (como buen francés) le metemos cizaña a los argelinos. Que las feministas están reivindicando su espacio, vamos a atizarles. Y además, siempre desde el mismo punto de partida: las clases medias europeas, depauperadas, egoístas y ávidas de sexo. Con un poco de capacidad para darle un poco de sentido y arquitectura a las notas ya tendríamos nuestro armazón narrativo.
Luego vendrá el marketing editorial y la opinión laudatoria de una crítica literaria que es tan insustancial como la literatura del escritor al que elogia. Y nos harán pasar por “malditismo” lo que no es más que una provocación infantil, que no va a la raíz de los asuntos y que me recuerda a esos muchachos que en medio de una gran cena familiar levantan la mano para avisar a la concurrencia que seguidamente se van a “tirar un pedo”. Y eso por no hablar de su estilo literario, ramplón y sin fuerza, mero ejercicio estilístico “de lentejas son lentejas” para hacer avanzar sus historias y así llegar a un público más amplio. Un público al que se engaña haciéndole creer que se encuentra ante un gran ejercicio de denuncia y profundización en nuestra realidad; y ante lo que realmente se encuentran es ante otro producto mercantil diseñado, aburguesado, de provocación hueca y hasta frívolo, muy perecedero por el paso de los años. La polémica de cada novedad durará lo que dura una promoción literaria. Y luego pasaremos al siguiente libro, a la siguiente polémica. Y así una década tras otra.
Lo que sucede es que ya son varios libros los que ya llevo leído de este señor tan elogiado por cierta crítica y al que se le aprecian demasiado las costuras. Su crítica es tan superficial como lo que pretende denunciar. Y otra cosa, en cada vida humana, da igual a la clase social a la que pertenezca (e incluso da igual su nivel cultural) hay tanto hartazgo y mediocridad como pasión y épica. Houellebecq siempre nos acerca a lo primero; pero se olvida de señalarnos lo segundo. Y lo peor es que uno percibe que podría ser mucho mejor escritor si lo desease. No es que no llegue a cotas de calidad por incapacidad, es que no quiere llegar.
De “La posibilidad de una isla” lo mejor que se puede decir es que tiene un hermoso título. Aquí Houellebecq ha intentado dotar de más complejidad su obra, clonando a varios “Danieles” e intentado saltos temporales que avancen entre el presente y un futuro distópico. Fracasa estrepitosamente, pero al menos hay que elogiarle el intento de hacer algo distinto. Entre un montón de páginas y comentarios de sexo epidérmico nos cuela las visiones del movimiento raleiano (la secta de los Elohimitas, que cree en los extraterrestres y en la clonación humana. Pocos años antes de que Houellebecq los incluyera en este libro sonaron mucho en Francia, pues uno de sus líderes publicó un libro que alcanzó mucha polémica: “La geniocracia”. Al parecer, su líder fue un cantautor malogrado con letras dignas de ser interpretadas por las capacidades vocales del Monstruo de la Galletas, el mismo que aparecía en Barrio Sésamo y que, dicho sea de paso, era uno de mis preferidos. Primero le dio por escribir libros “de deliciosa fantasía”: “Los extraterrestres me han llevado a su planeta”, o algo así, y después encontró un mejor filón en el asunto de la clonación). O sea que nuestro querido Houellebecq apreció una veta de polémica en estos asuntos y lo aprovechó para sus fines. No hay una verdadera intención de profundizar en los postulados de esa secta (ni de ninguna otra) y las páginas en las que se sale hablando sobre estos tipos resultan similares a la visita de un balneario con algo de sexo; acompañadas de conversaciones triviales sobre la inmortalidad y la clonación, tales como las que podemos tener cualquiera de nosotros en medio de una de esas larguísimas y achispadas barbacoas de verano. Poco más. <<El agudo observador de los hechos sociales>>, tal y como se define Daniel a sí mismo en el libro, es un observador que debe tener las gafas empañadas y al que le resulta muy complicado mirar más allá de su propio ombligo; socialmente le encantaría que las cosas se quedasen como están.
Aquí en este siguiente párrafo está hablando de Esther, la segunda mujer importante en la vida de Daniel, pero en realidad está confesando su propia visión:
Mi generación todavía había estado marcada por diferentes debates sobre el régimen económico más deseable, debates que siempre concluían con un acuerdo sobre la superioridad de la economía de mercado; con el argumento de peso de que las poblaciones a las que se había tratado de imponer otro modo de organización se habían apresurado a rechazarlo, incluso con cierta petulancia, en cuanto habían podido. En la generación de Esther, incluso los debates habían desaparecido; para ella el capitalismo era un medio natural en el que se movía con la soltura que caracterizaba todos los actos de su vida; una manifestación contra unos planes de despido le habría parecido tan absurda como una manifestación contra el descenso de las temperaturas o contra la invasión del norte de África por parte de las langostas del desierto.
Afortunadamente entre los jóvenes no es así y basta hablar un poco con ellos para darse cuenta del hartazgo que acumulan ante horizontes laborales propios de sociedades esclavistas. Como siempre ha sucedido en la historia un buen día (y por cualquier motivo) estallará tanto asco acumulado hacia las instituciones y hacia un régimen económico que no es otra cosa que una plutocracia cuyas posaderas se asientan en el desprecio hacia lo humano y en la persecución de cualquier tipo de disidencia.
De vez en cuando nuestro «enfant terrible para bondadosas ancianitas» tiene destellos de lucidez. De lo que quizá podría alcanzar como escritor si no se empeñase en estar siempre en el candelero (para que hablen mal o bien de él, eso lo mismo le da). Son los «momentos tiernos» de Houellebecq:
Por mucho que Esther fuese bella, muy bella, infinitamente erótica y deseable, no era menos sensible a los padecimientos animales, porque los conocía; fue esa noche cuando me di cuenta y empecé a amarla de verdad. En mí, el deseo físico, por violento que fuera, nunca había sido suficiente para despertar el amor, nunca había logrado alcanzar ese último peldaño salvo cuando venía acompañado, por una extraña yuxtaposición, de la compasión por ser deseado.
Cuando Daniel reflexiona sobre el paso del tiempo. Cuando está intentando ahondar en el ser humano como isla, enfrentando a una decadencia cada vez más devoradora por el paso de los años es cuando el libro resuena mucho mejor. Y son sus mejores páginas:
La juventud era el tiempo de la felicidad, su estación única; llevando una vida ociosa y exenta de preocupaciones, parcialmente ocupada por estudios absorbentes, los jóvenes podían dedicarse sin límites a la libre exultación de sus cuerpos. Podían jugar, bailar, amar, multiplicar los placeres. Podían salir de madrugada de una fiesta, en compañía de las parejas sexuales que se hubieran buscado, para contemplar la tétrica fila de empleados que acudían al trabajo. Eran la sal de la tierra, y todo les era dado, todo les estaba permitido, todo les resultaba posible. Más adelante, cuando fundaran una familia, cuando entraran en el mundo de los adultos, conocerían las preocupaciones, el trabajo duro, las responsabilidades, las dificultades de la existencia; tendrían que pagar impuestos, someterse a trámites administrativos sin dejar de presenciar, avergonzados e impotentes, el deterioro irremediable, lento al principio y después cada vez más rápido, de su propio cuerpo; sobre todo, tendrían que mantener hijos, como enemigos mortales, en su propio casa; tendrían que mimarlos, alimentarlos, desvelarse por sus enfermedades, garantizar los medios de su instrucción y sus placeres, y, a diferencia de lo que ocurre entre los animales, todo eso no duraría una sola estación, sino que seguirían siendo esclavos de su progenitura hasta el final; el tiempo de la alegría habría terminado para ellos de una vez por todas, tendrían que seguir pensando hasta el final, en el dolor y los problemas crecientes de salud, hasta que ya no sirvieran para nada y los arrojaban directamente al cubo de basura, como viejos molestos e inútiles.
Y nada más. Lo habitual en esta obra es deambular entre una escena de sexo y otra de “meditación provocativa”, pero que en verdad es tan inestable y efímera como la gaseosa. Será difícil que vuelva a leer o releer a este señor durante un buen periodo de tiempo. Pero igual lo hago en el futuro. Hay que leer y releer de todo. Lo preferible son libros con los que no estamos de acuerdo, que de alguna manera nos interpelan. No es ni siquiera el caso de “La posibilidad de una isla”; pero tal vez en otros libros suyos venideros alcance mayores cotas que permitan establecer un mínimo diálogo. Serotonina creo que fue el último que sacó y era solo un poco mejor que este (sin tirar cohetes); pero al menos estaba mejor estructurado y poseía más lógica interna.
Comparar la prosa de Houellebecq con la de Pierre Michon (por no salir de Francia) es como comparar la noche y el día. El primero es un producto de diseño y hueca provocación y el segundo es un escritor que lucha contra los meandros del lenguaje y que en su imposible batalla creativa trata de paralizar y ensanchar el paso del tiempo. Adivinen cuál es más leído de los dos. Por otra parte, nada nuevo en la historia de la literatura. No es culpa de unos críticos literarios seducidos por cantos de sirena (más bien de chill out, los cantos de sirena tienen unos componentes literarios que igual son excesivos en su hermosura para adjudicárselos), tendría más que ver con el marketing invasivo, con lo que resulta “fácil” de digerir, y con una educación que a la cultura solo le adjudica un barniz de utilidad mercantil y olvida, desplaza, humilla y denigra, todo lo que suene a estética, profundidad y búsqueda de la belleza o de lo sublime.
No se busca crear lectores, sino consumidores.
Hasta otra.
May 21, 2024
Vida y obra de langston Hughes, el guardián de sueños
Que uno de los escritores afroamericanos más leídos y conocidos del mundo sea un completo desconocido en España nos debería llamar la atención; pero que ese poeta sea precisamente Langston Hughes, amigo del cubano Nicolás Guillén, de Lorca, de Rafael Alberti, conocido de Miguel Hernández y traducido por Borges, en cuya obra pueden leerse poemas y páginas hablando de España con encendido entusiasmo, es para hacérnoslo mirar.
Nació en 1902 en Joplin, Missouri. Pasó su infancia en Kansas con su abuela. Su refugio de la diáspora familiar fueron los libros. Del padre sabía que ha ido a México a hacer fortuna, o eso se decía. Langston era mulato, “demasiado blanco para los negros y demasiado negro para los blancos”. De un viaje posterior a África escribió “los africanos me miraban y no se creían que era negro. Y es que, desgraciadamente, no soy negro, soy marrón”.
Fue con once años cuando recibe una carta de su padre, instándolo a reunirse con él en México. Hughes acude a la llamada, pero en seguida se da cuenta que no van a congeniar; para él su padre solo está preocupado del dinero y es tan racista con los mexicanos como suelen serlo los blancos con los negros; para el padre su hijo solo está interesado en los libros y no tiene otro horizonte en la vida. Las tensiones de la convivencia se disparan.
Langston se mezcla con los mexicanos y en seguida aprende el idioma y comienza a leer a autores españoles: Baroja, Blasco Ibáñez, Cervantes. Llegó a escribir de Cañas y Barro (treinta años después de leerla) que todavía perduraba en su memoria como una de sus mejores lecturas. Otras influencias literarias de su juventud fueron los relatos de Maupassant o las obras de D. H. Lawrence.
Los años siguen pasando y llega el momento de entrar en la universidad. El padre quiere mandarlo a Suiza para que asiente la cabeza y estudie idiomas, convertirlo en ingeniero de minas; Langston quiere ir a la Universidad de Columbia porque a muy poca distancia se encuentra el barrio de Harlem, que está viviendo un renacimiento cultural muy potente y es un hervidero de música. Al final se sale con la suya y se va a la universidad de Columbia. “Más que París, el país de Shakespeare, Berlín o los Alpes, lo que yo deseaba ver era Harlem, la ciudad negra más importante del mundo”.
“Era la época dorada de Harlem. Recuerdo la primera vez que tomé el metro hasta la parada de la avenida Lenox. Tenía 19 años y cuando salí a la calle, en una tarde soleada de septiembre, miré alrededor para ver si Duke Ellington estaba en la esquina de la calle 135 y Bessie Smith pasaba en ese momento por allí”.
Harlem era pues una vorágine de música y contracultura. La alegría natural de Hughes le llevó a hacer amistades rápidamente. Además, ya había publicado algunos poemas en México y uno de ellos había deslumbrado en los círculos literarios. Se trata de “The negro Speaks of Rivers”.
Vamos a incluirlo en traducción de Maribel Cruzado:
He conocido ríos:
He conocido ríos antiguos como el mundo y más viejos que el
fluir de la sangre humana en las humanas venas.
Mi alma se ha hecho profunda como los ríos.
Me bañe en el Éufrates cuando los amaneceres eran jóvenes.
Me construí una cabaña cerca del Congo que arrullaba mis sueños.
Miré hacia el Nilo y sobre él alcé las pirámides.
Oí el canto de Mississippi cuando Abe Lincoln
bajó a Nueva Orleans, y he visto su embarrado
seno tornarse dorado al atardecer.
He conocido ríos:
Ríos antiguos, oscuros.
Mi alma se ha vuelta profunda como los ríos.
Este fue el poema que le abrió las puertas de Harlem y por el que conoció a numerosos escritores y aficionados a la música. Porque en realidad no se apuntó a la universidad de Columbia para estudiar, eso no le interesaba. Se había matriculado allí porque esa universidad estaba a unos pocos metros de donde actuaba la bailarina y cantante Florence Mills, una muchacha muy delgada que murió tan solo con 32 años tras convertirse en una celebridad. El agotamiento por las actuaciones de los musicales y una tuberculosis aceleraron su final. Langston Hughes sentía fascinación por esa muchacha.
A los pocos semestres de estar en la Universidad la abandonó. Por esos años no había ningún profesor afroamericano. Se inscribió a los 24 en la Lincoln University, que se decía que era “la primera universidad para negros” pero que tampoco tenía ningún profesor afroamericano.
Hughes siguió escribiendo y gracias a un concurso literario de la revista Opportunity quedó en primer y tercer lugar, pues había participado con dos poemas. Zora Neale Hurston, que sería una de las grandes amigas de Langston y una escritora muy destacada después de su muerte, también fue galardonada. Escritoras como Toni Morrison y Alice Walker rescataron del olvido su obra, e incluso Walker halló la lápida de Zora pues había sido enterrada en una tumba anónima. Yo he leído que incluso la enterraron en bata y con las zapatillas de andar por casa, pero no sé si eso es cierto porque implica una crueldad y una dejadez insuperable. Lo que sí sé es que Walker y otras escritoras escribieron en la lápida: “Zora Neale Hurston, un genio del sur. Novelista, folclorista, antropóloga”. La salida de esta revista en la que Zora y Langston se conocieron alcanzó los 42.000 ejemplares y es considerada el punto de la consagración oficial del Renacimiento de Harlem.
Como curiosidad de los clubs de Harlem hay que señalar que uno de los favoritos de Langston era el Small´s Paradise, en el que los camareros servían las consumiciones en patines.
Muchos críticos americanos se explayan mucho en investigar la sexualidad de Langston Hugues. Hay multitud de reportajes y artículos sobre ello. Algunos dicen que fue homosexual y otros que tuvo aventuras muy apasionadas con muchas mujeres. Carl Van Vechten, que fue uno de los grandes benefactores económicos de ese movimiento artístico, señaló de Hughes que jamás demostró el mínimo interés en el sexo; pero los críticos americanos no parecen estar de acuerdo con esta apreciación y le adjudican al escritor numerosas relaciones de todo tipo. Por lo que yo detecto por la vida de Hughes no parece que su forma de ser encaje mucho con esa visión de “casanova” que le intentan adjudicar. Más bien parece alguien muy afable pero muy discreto. Ya cada cual que piense lo que quiera. Para el significado de su obra, que es lo que en verdad importa, nada de eso tiene relevancia.
En lo que no existe discusión es en lo alegre que era. Tal como ese amigo especial al que todo el mundo se disputa para invitarlo a sus fiestas, y que luego resulta que aparte de simpático y muy amable tiene un conocimiento y una verborrea apabullante, tanto de la música como de la literatura.
Sea como fuese Lorca y él se conocieron en Nueva York y se hicieron muy amigos, incluso viajaron a Cuba en 1930. Años después traduciría poemas de Lorca al inglés llegando a confesar “que esos poemas eran tan bellos que deseé haberlos escrito yo”. Hugues conocería posteriormente al cubano Nicolás Guillen con el que se sintió muy vinculado y con el que viajó en numerosas ocasiones.
Es una época de viajes para Langston: Haití, Rusia…, Cuba y México otra vez. Pese a sus grandes benefactores económicos, casi todas mujeres, Lansgton es muy pobre y no lo dudó ni un segundo cuando le ofrecieron trabajar de periodista en España para así escribir crónicas sobre los afroamericanos de las Brigadas Internacionales. Lo único que le molestaba de ese viaje es que no iba a poder conocer Andalucía, en manos de los fascistas por entonces, y que era la región con la que se sentía más atraído. Fue un incondicional de “La niña de los Peines”, una «cantaora» de leyenda.
Lo más gracioso de Langston Hugues es que viajaba con unas maletas enormes en las que metía todos los discos de jazz y blues que podía. En Europa todos querían escuchar esos ritmos y bastaba la presencia de Langston para que con su risa y su música la fiesta estuviese asegurada. En la Casa de Cultura de Valencia fue recibido por Miguel Hernández, que lo trató con frialdad pero con respeto. Le buscaron rápido un destino en Madrid.
Hughes finalmente se instala en la sede de la Alianza e intelectuales antifascistas para la defensa de la cultura, Marqués del Duero 7, Madrid. A cargo de esa sede estaban entre otros Rafael Alberti y María Teresa de León. En sus memorias dedica numerosos elogios a la vitalidad incansable de esta escritora. Habla de una visita al Escorial en la que María Teresa no paraba de explicarle con mucho entusiasmo la historia de cada objeto y cómo subieron y bajaron numerosísimas escaleras, “con ella me sentí más fatigado que si hubiera hecho un recorrido por todos los frentes de batalla”.
De esta época son sus poemas dedicados a España. Además, confiesa que en esos años conoció a más escritores blancos norteamericanos que en el resto de su vida. De Hemingway dice que era un gran tipo, pero que no lo frecuentó mucho porque era asiduo a bares muy caros y él no podía permitírselo.
Sobre Franco escribió en el periódico El afroamericano: “Denle a Franco un capirote y se hará miembro del Ku-Klux-Klan». Así que tras la guerra no hubo ningún interés de la dictadura en permitir que se editase ningún libro suyo.
Langston Hugues fue sometido a vigilancia por el FBI y obligado a comparecer ante el senador McCarthy durante el periodo de la caza de brujas. Aunque Hughes nunca perteneció al Partido Comunista ni a ningún otro partido se negó a dar nombres. A lo que sí accedió es a revisar y eliminar algunos de sus “poemas más comprometidos”. Por esto fue muy criticado y es algo que creó gran controversia.
James Baldwin y él se admiraron y se despellejaron vivos, tanto en la prensa como a través de comunicaciones con amigos comunes, y son famosas las terribles reseñas que se dedicaron. Fue una relación de amor y odio porque eso no impidió que barajasen juntos la posibilidad de colaborar en una biografía sobre Josephine Baker.
Sobre la poesía de Hughes, que es lo que yo más he leído de él, desde el 2009 en que lo descubrí hasta el día de hoy, qué decir: pues que es una poesía en la que la influencia del jazz y del blues es enorme, trascendental, y esto puede apreciarse enseguida leyendo poemas como “The Weary Blues”, “Jazzonia” o “Misery”. Quizá lo que más me atrae de su poesía sea la primera parte de su producción, cuando la influencias de Whitman y de la música se entremezclan con las ansias de vivir y el racismo. “Y yo que soy negro, la amaría/Pero ella me escupe en la cara/ Y yo, que soy negro, la colmaría de regalos exóticos/Pero ella me vuelve la espalda”. Y siempre está presente el universo de la música: ¿Alguna vez lloran las bandas de jazz?/ Se dice que las bandas de jazz son alegres/Sin embargo, mientras giraban los toscos bailarines y la macilenta noche se desvanecía/Una chica dijo que oyó el sollozo de la banda/Cuando el alba temprana aún era gris.
El guardián de sueños, como se titula uno de sus poemas y tal y como lo Ralph Ellison lo definió, fue una persona muy alegre. Y eso el día de su funeral estalló. Él había dejado instrucciones muy precisas: nada de cementerios ni iglesias ni música litúrgica, que suene jazz.
Randy Weston, que era muy admirado por Hughes, fue el encargado de llevar la batuta. “Me dijeron que comenzase. ¿Comenzar qué? A tocar. ¿Pero no hay un cura? No. Empieza por el blues que has compuesto y luego toca lo que quieras. Acuérdate que tienes que acabar con “Do nothing till you hear from me”.
El funeral se convirtió en una fiesta. Lena Horne, la actriz y cantante, lo describió así: “Allí estaba yo, llevando el ritmo con los pies, tarareando la música y sin saber muy bien si reír con los amigos o llorar por Langston”
Al escritor su propio funeral le hubiese encantado. En vida fue un tipo que escribió cosas así:
La muerte para los muertos
Para los vivos la vida.
Sin haberlo planificado, por meras cosas del azar que a veces resulta muy caprichoso, mañana, 22 de mayo de 2024, se cumplen 57 años de su fallecimiento. Qué mejor ocasión para recordarlo y darlo un poquito a conocer.
Hasta otra.
Bibliografía y extractos utilizados:
. Blues, Editorial Pretextos, 2004
. Mulatto, obra de teatro, 1929
. The Collected Poems of Langhston Hughes, Vintage Classics (1995) Esta edición fue preparada por Arnold Rampersard, que quedó finalista del Pulitzer con una biografía de Langston Hughes en dos volúmenes. No hay edición en castellano de ninguna de esas obras y la autobiografía de Hughes tampoco tiene traducción. La censura acabó oficialmente en 1977; pero para algunos escritores aún no ha terminado.
May 11, 2024
De cielos y escarabajos, la intrahistoria de cómo se escribió
Hay muchas formas de enfrentarse a las páginas en blanco. Tantas, quizá, como personas escriben en el mundo. Todas son válidas. La mía se ha conformado a lo largo de los años por un montón de lecturas y por una innata curiosidad por explorar diferentes posibilidades. Cuando llegué al umbral de comenzar a escribir el manuscrito que luego acabaría siendo De cielos y escarabajos ya había escrito un montón de novelas. La mayoría permanecen inéditas, en algunos casos porque así lo he decidido por motivos personales y en otros porque nadie las ha querido editar. Bueno, no estoy diciendo toda la verdad: cuando era mucho más joven me publicaron una, pero no sé si a eso se le puede llamar publicar; en realidad lo que hicieron es copiar mi primer borrador (sin corrección mía ni de ningún corrector) y sacarlo tal cual. Un auténtico despropósito. No hablo nunca de ese libro ni lo cito, pero si no recuerdo mal tenía casi cuatrocientas páginas y fue perpetrado por la necesidad de rendir un homenaje espiritual a mi hermano, que falleció unos meses antes por su propia voluntad. Es un libro infectado de esa enfermedad deliciosa y terrible que se llama literatura. Un potaje tan fascinante como malogrado.
Los años siguieron pasando y pese a mis encontronazos con el mundillo editorial nunca dejé de leer y escribir. Era algo desesperante. La mayoría de mis manuscritos eran rechazados sin ningún “oye, lo estás haciendo bien, vuélvelo a intentar”, que hubiera sido como encontrar un pecio al que uno poder aferrarse. Por eso cuando algunas personas me escriben para comunicarme que alguna editorial los ha rechazado yo siempre tiendo a animarlos, porque desde muy joven he aprendido que esto de la literatura es persistencia y resistencia y que no hay más. Ni siquiera el talento y la calidad tiene mucho que ver; es más una cuestión de suerte. Otra cosa es que la mayoría de la literatura que se edita sea de usar y tirar, pero eso es algo que no es culpabilidad exclusiva de las editoriales sino de los propios lectores, los cuales en la mayoría de los casos solo han sido “educados” en una literatura de evasión maniquea y simplona. Así que los escritores debemos ser impasibles ante el desaliento y trabajar y trabajar con más fuerza si cabe cada vez que somos rechazados, “como los bueyes”, que decía el bueno de Lobo Antunes en una entrevista y acto seguido reclinaba la cabeza para ejemplificarlo.
Un buen día vi por redes una editorial que se llamaba Niña Loba y que no conocía. Les mandé uno de “mis manuscritos del novohispano”. Me lo rechazaron; pero algo me llamó la atención en la respuesta: me sorprendió la amabilidad. Así que si no recuerdo mal pregunté si le podía mandar “algo más moderno”. Él editor me dijo que sí y ahí empezaron unas horas (y no recuerdo si hasta días y semanas) de grandes dudas por mi parte. No tenía ni idea de qué enviarle. Alma, rabia, arte, vida era muy cortita y no dejaba títere con cabeza en el mundillo editorial (vamos, que no era desde luego el manuscrito más indicado para hacer nuevas amistades; y aunque yo intuía mucha potencialidad en ese manuscrito estaba tan escardado de recibir negativas que no sabía muy bien qué hacer ni qué pensar. Así que incluí varias cosas en el manuscrito: pedazos de novelas cortas, ejercicios, experimentos… A Darío únicamente le interesó Alma, rabia, arte, vida. “Este hombre es más listo que el hambre”, pensé.
Y de ahí hasta hoy…, cuatro años después. Después vinieron más relatos y libros, otra novela en otra editorial, en Ediciones en Huida, y dos libros más en Niña Loba: El emperador de los helados y la reciente Estar aquí. Libros que tienen su propia intrahistoria y personalidad y que responden también a diferentes obsesiones literarias por las que he transitado: Wallace Stevens-Carlos Fuentes-Bernhard; Vladimír Holan- Clara Janés-Bernhard. Creo que con Escribir o escarbar alcancé la cima de ese estilo que había estallado previamente en De cielos y escarabajos. Estar aquí es en cierta medida la despedida de algunos de esos personajes y un homenaje a las lecturas y traducciones de Clara Janés, sobre todo de la poesía de Holan. Ella es una poeta muy profunda que sabe utilizar los silencios y yo admiro esa elegancia de algo que intuyo (creativamente hablando), pero que al mismo tiempo se me escapa. Además, es una autora que ha ido reinventándose cada dos por tres y eso me parece una cualidad muy loable y una necesidad imperiosa e inevitable de todo el que crea. Pero el libro suyo que realmente supuso un antes y un después en mi admiración fue La voz de Ofelia, en el que hablaba de su relación con Vladimír Holan. Un libro precioso y editado por Siruela.
En realidad, escribo porque leo y porque alcanzo un momento emocional en que no me queda más remedio que escribir para liberarme de lo que he leído. Es como soltar lastre para nuevamente empaparse.
Puede sonar raro, pero en verdad he escrito siempre la novela que necesitaba. La que mi espíritu me exigía. Unas veces me he quedado cerca de ver completada esa necesidad y otras me he quedado muy lejos. Si no lo hiciera así sería una absoluta traición, y en la vida puedes optar por muchos caminos y transitar por muchas veredas y muy distintas, pero la dignidad con uno mismo es lo único a lo que no puedes renunciar.
Así que llegamos al momento en el que empecé a escribir: Alma, rabia, arte, vida, porque ese fue el primer título que tuvo. La misma mañana en la que empecé había recibido un e-mail rechazando otro de mis manuscritos y ofreciéndome un contrato de coedición. Me cabreé porque estaba ya muy harto de que siempre me pasase lo mismo. ¡Un nuevo rechazo y ya había perdido la cuenta de los que acumulaba! Así que me hice un buen café, un poquito más suave que los de Balzac, y me puse a escuchar a Yasmin Levy (que es una cantante que consigue reconciliarme con el género humano), y así, sin pretenderlo, (y mucho antes de llegar a Radiohead) me hallé inmerso en lo que acabaría siendo De cielos y escarabajos.
Sin plan. Sin estructura definida de antemano. Sin esquema. Sin nada. Con personajes que iban naciendo y estirándose a medida que asomaban la cabeza por la pantalla. A solas con el vacío. Una palabra me llevaba a otra palabra y cada frase me trasladaba a la siguiente. Por fin estaba sintiendo en mis propias carnes eso tan hermoso que escribió Yourcenar, cuando nos hablaba sobre la sensación de que escribir fuese similar a aprender a nadar. Pues bien, me había lanzado al océano sin saber si me iba a ahogar o si llegaría a alguna orilla. Y lo más gracioso es que me daba igual.
Sin saberlo estaba pariendo a uno de mis personajes más queridos y rebeldes: Laura Maldonado.
Las cientos y cientos de lecturas y relecturas de Bernhard, de Handke, de Duras, de Wolfgan Borchert, de Celan, están en ese libro. Ellos fueron los causantes de conformar la estructura y marcarme el camino. Yo no hice nada. Tan solo escuchar la devastación y las voces interiores y dejar que ellos escribiesen por mí. Era una sensación electrizante. Mis dedos iban más rápidos que mi mente y no podía parar de escribir. No daba tiempo a reflexionar nada. No pensaba, porque pensar ya no servía para explicar el mundo; vivía el proceso creativo y cabalgaba en él sin freno y sin ilusión. Era también similar a sentarse sobre las ruinas y encender un cigarro. Había que reírse de todo y escribir hasta caer extenuado.
Sin darme cuenta al principio (eso sucedió después, con las primeras correcciones) el texto traía incorporada su propia música interna. Estaba ahí, por fin… Había emergido con sus codas y todo, como si fuese ya por sí misma una partitura completa. La música era la que se manifestaba y la que marcaba por dónde se tenía que ir. Así que cuando leí a Jon Fosse afirmar que para él escribir era como rezar lo entendí muy bien, porque rezar es también hacer música y porque escribir De cielos y escarabajos fue algo parecido a festejar una misa negra en la catedral devastada de mi propio ser.
Hace unos pocos días me dio por mirar mi diario de lecturas por entonces (diario en el que llevo anotando mis lecturas solo desde los 28 años); pues bien, los meses previos a la gestación de esta novela estuve leyendo y releyendo el José Trigo de Fernando del Paso y el Amapola y memoria de Celan. Y me ha dado por pensar que puede que exista algo de la estructura musical del José Trigo porque esa obra me impresionó por la forma tan singular que tenía de ir unos capítulos hacia arriba y luego replegarse sobre sí misma. No es lo mismo que De cielos y escarabajos, desde luego que no, pero igual me predispuso a estar más atento a esos vaivenes interiores de la prosa. La arquitectura y el ritmo son más importantes que lo que se cuenta. Para mí resulta evidente que Desgracia impeorable de Handke y todo Bachmann, Borchert y Bernhard estaban también, y además de una forma muy clara, ya sea con el uso de las mayúsculas, con el párrafo único o con las alusiones directísimas. Pero estas son como mis lecturas de mesita de noche y están presentes en muchos momentos de mi obra. No son visitantes ocasionales sino frecuencias constantes. O al menos lo fueron durante muchos años.
Aun así EGI y Laura Maldonado nacieron solos y con sus propias fuerzas. Nadie puede atribuirse la potestad absoluta sobre sus vidas y yo fui el primer sorprendido de lo agresivos que eran; pero como uno de los versos de mi adolescencia fue uno de René Char que decía algo así como “Mi respiración es agresiva de nacimiento” pues los acogí con alegría y sin desconfianzas. Eran del clan. Con el tiempo he llegado a pensar que reflejan polos creativos opuestos y, a la vez, complementarios. EGI es el gran narrador de los espacios infinitos (un poco como László Krasznahorkai y los autores de la tundra, que son otro tipo de escritores por los que siento una gran fascinación, el cual, como personaje, acaba vencido por sus propios demonios interiores; y Laura Maldonado es la poeta desequilibrada que se ha dado cuenta de que todo es en sí mismo una derrota y que estos segundos en los que estamos inmersos son tan bellos y únicos que, en realidad, son la única riqueza que poseemos; y además, Laura no está dispuesta ni a callarse ni a dejar que los mediocres sean los que cuenten y escriban la historia, porque los derrotados tienen también su derecho a la épica. Es un personaje tan potente que en verdad ella sola se come el libro, anula la posible potencialidad de los demás y los deja en pañales, incluido al propio EGI.
Algunas veces me han preguntado sobre estos dos personajes y la verdad es que ni yo mismo sé de dónde salen. Supongo que tienen mucho que ver con todas las personas que han pasado por mi vida, por todos los personajes de la literatura que me han fascinado y por lo que uno tiene en sepultado su interior y que a veces no sabe ni calibrar. Escribo sin saber lo que voy a decir y en el momento de la gestación de este libro tampoco estuve pensando en ninguna persona en concreto. Laura Maldonado y EGI responden ante ellos mismos y son autosuficientes. Son “libres artistas de sí mismos”. Me encanta esa frase para definirlos porque resulta muy acertada.
Sí que es verdad que temí la reacción familiar a lo que había escrito, una cosa es lo que uno escribe en soledad y otra muy distinta lo que luego la gente cercana interpreta; además, esas influencias literarias no las iban a saber captar y es un libro duro y escrito con desgarro. Lo pasé muy mal durante los meses que se estaba editando porque intuía que iban a hacer una lectura torticera y equivocada. Era la primavera de 2020, así que imaginad de lo que veníamos. Pero al escribirlo en un único párrafo me salvó de que se acercasen a husmear. Sin pretenderlo me di cuenta que utilizar el estilo berhandiano resultaba ser una barricada contra individuos que no están acostumbrados a leer y que creen (en su ingenuidad) que toda literatura es igual a una telenovela con principio, nudo, desenlace…, ese tipo de cosas. La vida no es así nunca. La vida es un puñetero enredo. Así que ese estilo para ellos tuvo que ser como si les hubiese sembrado un campo minado. No me arrepiento. Por otro lado, que Amazon censurase la versión digital fue una anécdota. Sirvió para hacer unos pocos chistes y poco más. Siempre he dicho (recordando a Bolaño y medio en broma medio en serio) que mientras a un escritor no lo quieran fusilar en la plaza del pueblo ese escritor no puede considerarse digno de su oficio.
Y en cuanto a lo literario todo es mentira y todo es materia de creación, desde el libro que estuve leyendo ayer por la noche hasta la conversación que he tenido esta mañana temprano al encontrarme con un conocido en una panadería. Todo forma parte de la literatura porque todos los seres estamos conectados a todas las posibilidades y energías del universo. Todo se está transformando y diluyendo. Todo está muriendo y volviendo a renacer. Todo está ahí presente para ser materia creativa. No hay límites en las yemas de nuestros dedos.
De cielos y escarabajos es un libro de ficción que nace de la literatura y toda creación literaria es falsedad. Hay gente que no puede comprenderlo y mi familia nunca ha alentado ni visto con buenos ojos ni mi pasión por la lectura ni mi pasión por la escritura. Él único que me animó siempre a escribir es el que acabó largándose al otro barrio, por eso su muerte me dejó tan huérfano en lo espiritual, aparte de que perder a cualquier ser querido es ya de por sí una cosa terrible y que siempre nos pilla si estar preparados. Y por si fuese poco ya lo he visto muchas veces a lo largo de la vida: las personas de mejor corazón y más sensibles son las que suelen caer arrasadas.
En cuanto al resto de mi familia son gente con otras prioridades en la vida y en la que la creatividad no tiene ningún asidero. No son mejores ni peores que los que escribimos, son así. Además, escribir no nos convierte en mejores personas. El que piense eso está muy equivocado y aplica unas cualidades morales al arte que en verdad no posee. El arte tampoco tiene que ser moralmente aceptable y eso es algo que puede apreciarse con clarísima precisión si se tiene un mínimo conocimiento de toda la historia de la literatura.
Cuando era muy joven esta disparidad de criterios dio lugar a algunas situaciones surrealistas y a algunos desencuentros, tanto familiares como escolares, pero a estas alturas de la vida ya me da absolutamente igual lo que nadie piense sobre mi forma de ser y estar y en realidad escribimos para muy poca gente, “nosotros pocos, nosotros pocos y felices, nuestra banda de hermanos”, como escribió el bardo inglés.
Así que si tuviera que señalar lo más notable de este libro no es la devastación emocional de la que surge, tanto la literaria como la vital, es el viaje interior al que nos conduce. El cómo un personaje tan destrozado y rabioso puede reconstituirse (en apenas 117 páginas) saliendo muchísimo más fuerte de lo que entró es un misterio insondable ante el que yo mismo permanezco superado e impotente para poder explicarlo. Laura se ha retroalimentado de su propio dolor, lo ha estrujado como a una esponja y se ha liberado de todas las ataduras. Es mucho más libre y consistente al terminar la misiva que al comenzarla. “El precio a pagar ha sido demasiado alto”, pero estar aquí es no rendirse nunca y eso Laura lo sabe y lo predica. Ella no es poesía por escribir…, ella es por sí misma toda la poesía.
Por eso me gusta este libro. Es más, eso me gusta tanto que si lo hubiera escrito otra persona me seguiría gustando. Y en verdad no es nada importante saber si un libro lo escribió tal hombre o tal mujer. ¡Qué más da! Eso son zarandajas para darse importancia y luchar por tu parcelita de banal prestigio. Si De cielos y escarabajos lo hubiese escrito un escritor keniata o tailandés yo sería igual de feliz al leerlo.
Y esto ocurre porque Laura es un personaje que no tiene miedo a nada ni a nadie. Ella es ella y sus circunstancias, parafraseando la famosa frase orteguiana. Y lo que igual resulta hasta más importante: lo hace sin traicionarse, sin tregua, sin dejar de reconocer su vulnerabilidad, su rabia, y sin dejar de señalar las vulgaridades del mundillo literario y de la hipócrita sociedad de imbéciles en la que vivimos.
“LIBERTAD, LIBERTAD…. muchos te invocan…, pero ¿cuántos en verdad te conocen?” Esta frase, junto a unas pocas más, las borré del primer manuscrito y no pasaron de la primera corrección. Era una broma que se reía de las epístolas a los corintios comparándolas con la misiva que le estaba enviando Laura al director del suplemento literario, como dando constancia y fe de su proceder herético. Y repetía lo de LIBERTAD, LIBERTAD un montón de veces. En verdad no hacía falta incluirlo para percatarse de lo indomable que resulta este personaje; pero a mí me gustó y lo anoté en un cuadernillo.
Los individuos libres (tanto en ficción como en la realidad) no abundan. Y creo que por eso Laura Maldonado es especial y distinta. Yo siempre la he contemplado como una reina de los parias. Una loca suprema. Una poeta que sabe que su poesía es exactitud y que se ha dado cuenta que lo único que importa de la vida es la vida, estos minutos en los que estamos, este presente que nos escapa, la mayoría de las veces sin haber sido conscientes de su transitoriedad.
La belleza estriba en intentar ver el mundo con los ojos nuevos del que se acaba de despertar. Es una reflexión de Iris Murdoch, y si no recuerdo mal ella lo hacía en referencia a desenamorarse, pero es aplicable a cualquier faceta de la vida.
Cualquiera que desee escribir tiene que saber mirar con los ojos bien abiertos. Lo demás no tiene tanta importancia.
Hasta otra
May 7, 2024
sobre las mujeres que me hicieron amar la literatura
Milena me enseñó a amar la literatura más salvaje. Me habló de mujeres escritoras que habían pasado por el mundo como meteoritos y cuyas vidas fueron tan apasionadas y trágicas que al escuchar por lo que tuvieron que sufrir solo se te podía encoger el corazón. Me habló de Renée Vivien, la poeta que escribía poemas en los cementerios, una persona cultísima y cosmopolita; de Bronislawa Wajs, también conocida como Papusza, la poeta polaca y romaní que fue discriminada por todos, incluidas los suyos, y cuyos poemas son de los escasos vestigios escritos del pueblo gitano, una mujer tan luchadora que tuvo que aprender a leer y a escribir robando pollos para intercambiarlos por apresuradas lecciones en su caravana. De hecho, conseguía libros así: intercambiándolos por algo de comida. Luego tenía que esconder esos libros porque de lo contrario sus compañeros podían utilizarlos para prender cualquier hoguera; también me habló de su paisana Elena Lacková, que fue un caso similar al de Papusza y una mujer que abrió caminos de libertades en una Europa destrozada; también me hizo leer a Helen Keller, una mujer con sordoceguera que se reconstituyó a través del arte y la oratoria. Sus libros de memorias son muy interesantes y servirán a cualquier lector para incrementar su sensibilidad; también me habló (aunque menos) de Dolly Wilde, la sobrina de Oscar Wilde, cuyo parecido físico y emocional con el escritor es tan evidente que basta ver una foto suya para darse cuenta. En la imagen de X he puesto una foto de ella conduciendo un coche porque amaba la velocidad. Una mujer que todo el mundo que la conoció afirmó que su conversación era tan brillante que a los segundos de comenzar a escucharla te quedabas fascinado. Quizá una de las mujeres más salvajes y talentosas del círculo de Natalie Barney, lo cual es decir mucho. A ese círculo perteneció también Renée Vivien.
A Natalie, que fue también escritora, los críticos e historiadores la citan con relación a la famosa tertulia de la rue Jacob o sacan a colación la lista completa de sus amantes, tal y como si fuese una lista de la compra; pero nunca la analizan como escritora, que es en verdad sobre lo que un crítico literario debería de escribir y no sobre quién se acostó con quién. A ver si algún día hago unas cuantas reseñas profundizando en las obras de estas mujeres, porque me parece muy injusto el trato que han recibido. Y de Renée Vivien, todo sea dicho, apenas tenemos unos pocos poemas traducidos al español. O por lo menos era así hace unas décadas. Son otras formas de discriminación más sutiles pero igual de nocivas.
Recuerdo mi entusiasta lectura de La importancia de llamarse Dolly Wilde, de Joan Shenkar. Era increíble saber de las vidas de todas esas mujeres que vivieron en el París de los años veinte. Fueron más modernas que muchas personas de hoy que van de “indies” y «vanguardistas». El libro se me extravió en una mudanza, pero todavía tengo en la cabeza un montón de anécdotas y una famosísima receta de Pollo a la Maryland que me dejó pasmado. Ahora solo se puede encontrar en librerías de segunda mano. Lo editó Lumen.
Por entonces, cuando descubríamos a autores que nos interesaban los disfrutábamos hasta el punto de leerlos con tanto entusiasmo que salíamos empapados, como si ese autor o autora fuese nuestro amigo y perteneciese a nuestra familia.
Pero es que en el fondo éramos todos de la misma familia: la familia de los que se dedicaban a la literatura por necesidad vital y no para aparentar ni obtener parabienes. Los escritores del margen, los del subsuelo, los que como escribía Verlaine son “ideales para ahorcarse o caminar juntos la noche entera”; los amigos eternos de Gavroche y de Hucleberry Finn; a los que nos importaba mucho más vivir que morir y a los que nos da exactamente igual si nuestras últimas cenizas las arrojan al mar o a un vertedero, aunque dado cómo va el mundo ya todos los océanos parecen ser un estercolero; los que escriben porque leen y leen porque necesitan leer para seguir vivos; a los que, por lo general, nos resultan tan indiferentes los autores que encabezan las listas de libros más vendidos como la lista de los idiotas de la literatura que pretenden sustituirlos. Porque en el fondo la mayoría de los escritores envidian a los autores de éxito no porque pretendan tener mejores condiciones en las que poder desarrollar obras de mayor complejidad (ojalá fuese así, pero no lo es), sino porque que quieren sustituirlos y ocupar sus puestos.
Todas esas mujeres creativas que me dio a conocer Milena eran rebeldes y fascinantes y llegaron a escribir cosas realmente notables (salvo Dolly, que por su alto grado de exigencia no pudo ni quiso desarrollar una carrera literaria.) Qué decir, por lo tanto, de Papusza, la poeta romaní polaca, de la que ella misma llegó a decir que era “salvaje como una pantera”, y la cual tuvo que sobrevivir a todos los horrores inimaginables del siglo XX polaco. Sus últimos años fueron tan tristes que cuando estuve investigando sobre su vida (para ver si reunía material suficiente para poder escribir un relato) se me saltaban las lágrimas cada dos por tres. Y es que hay que ser una auténtica piedra para no emocionarse con la vida de esta mujer. Es una cosa muy dura, terrible. Y sé que hay una película sobre ella, pero nunca me he sentido con la suficiente entereza como para buscarla y verla. La tengo pendiente. Los homenajes que en los últimos años está recibiendo no pueden suplir el desprecio y la marginación que sufrió como gitana, como poeta y, sobre todo, como mujer. Se cuenta que de la pura desesperación llegó a quemar alrededor de 300 poemas.
Por entonces Milena y yo éramos muy jóvenes, pero ya teníamos miles de lecturas a nuestras espaldas. La gente se quedaría asustada si por arte de magia pudiesen aparecer juntos todos los libros que ya habíamos leído. No teníamos más de veintiséis o veintisiete años y atesorábamos mayor bagaje lector que algunos que van de “escritores” acumularán en la totalidad de sus vidas. Y además, teníamos algo que la mayoría de la gente no posee: una capacidad de concentración y perseverancia tan tremenda que podíamos empezar a leer un libro una mañana y terminarlo por la noche sin habernos saltado un solo párrafo. Y además una lectura atenta, nada de ir corriendo y avanzar como un elefante en una cacharrería, sin saber captar sobre lo que se está leyendo. El leer tanta poesía había conseguido incrementar nuestra capacidad para no dispersarnos. Hoy en día me resulta impensable verme leyendo así y ya no tengo ese entusiasmo devorador; además, por si fuese poco, estamos rodeados de cientos de aparatitos que nos tiranizan el tiempo secuestrándonos.
Mientras ella me daba a conocer a todas estas mujeres con personalidades fascinantes yo le solía hablar de Rimbaud y de Corbière, de mi admirado Émile Nelligan (que fue la primera entrada en este blog y en verdad la razón de su existencia); de las sutileza creativa de Eudora Welty; de la rebeldía y del sufrimiento de Wolfgang Borchert; y del abuelo de Bernhard, que era el prototipo de lo que tenía que ser “un verdadero escritor”, la fuerza y honestidad a la que no se podía renunciar. Gracias al magisterio de Gimferrer había aprendido cómo leer a Rimbaud de manera más fecunda y todos mis conocidos por esa época saben que me pasé noches enteras hablando de cómo poder adentrarse en Una temporada en el infierno y desmenuzarlo como un higo seco. Rimbaud es un poeta mucho más sencillo de lo que la gente se cree, no hay que tenerle tanto miedo. Si queremos realmente complejidad vayamos a Celan, por ejemplo, y preparémonos “para volarnos la cabeza”.
Éramos jóvenes y rebeldes y muy entusiastas. Yo lo sigo siendo pese a los años que han transcurrido. Vivíamos con tanta intensidad que “muy pocos valientes” se atrevieron a seguirnos el juego. Fuimos un auténtico huracán ambulante. Además, ya habíamos aprendido los dos polos complementarios en los que se divide la literatura. Los únicos dos polos de creatividad que para nuestra forma de ser y pensar pueden ser capaces de crear obras realmente interesantes: los escritores que proceden de la aristocracia, que son los que disponen del suficiente dinero y tiempo para escribir los que les apetezca; y los escritores que proceden del lumpen y que poseen, a partes iguales, el talento y la desesperación para escribir con las entrañas.
El resto de los escritores son funcionarios asalariados (o pretenden serlo) y además, en la mayoría de los casos, son idiotas. Envidian la vitalidad de los malditos porque jamás han vivido nada parecido y, por supuesto, jamás estarán dispuestos a pagar el precio personal que supone transitar por los márgenes. La pasión por la literatura no es algo de lo que se salga indemne y la mayoría de los escritores no tiene ni idea de lo que es eso. No aman la literatura. Aman el prestigio…, el aplauso fácil…, el éxito social…, no aman la literatura. No saben ni conocen de su apetito voraz ni de la soledad perpetua que obliga y conlleva una auténtica vocación literaria.
Allá ellos con sus amores. Yo seguiré amando por siempre a Renée Vivien, cuya poesía es pura revelación simbolista y decadente; a René Char, un poeta de una fuerza sobrecogedora y que también descubrí por esos años; a Dolly Wilde, por su autenticidad indomable; y a Papusza, la pantera polaca, gitana, nómada, hermosa y humilde, cuyos versos están llenos de imágenes errantes y de música.
Hay más literatura que la que viene encorsetada en los suplementos culturales y en las enciclopedias. De las mujeres que os he citado casi nadie os hablará y si lo hacen será haciendo más énfasis sobre el morbo de sus vidas destructivas que sobre las particularidades de sus obras. De alguna manera debemos superar esas visiones tan superficiales que no son más que otras formas de encasillarlas y negarles su categoría de creadoras talentosas e independientes. Solo hay que ser curiosos y estar dispuestos a leer sin prejuicios y sin querer dar lecciones de moral.
No sé a quién le escuché que no se debía juzgar a ninguna persona si no se podía uno meter en sus zapatos. O no recuerdo si la frase era exactamente así. Es igual…, el sentido de la frase y la verdad de lo que transmite es lo que importa.
Más leer y menos juzgar.
Hasta otra.
April 27, 2024
«París no se acaba nunca», de enrique vila-matas
“Yo la recordaré siempre como una mujer violentamente libre y audaz, que encarnaba en ella misma y a tumba abierta —con su inteligente uso, por ejemplo, del libertinaje verbal, que consistía en su caso en sentarse en un sillón de su casa y, con verdadera fiereza, despacharse a gusto— todas las monstruosas contradicciones que reúne el ser humano, todas esas dudas, fragilidad y desamparo, individualidad feroz y busca del desconsuelo compartido, en fin, toda esa gran angustia que somos capaces de desplegar ante la realidad del mundo, esa desolación de la que están hechos los escritores menos ejemplares, los menos académicos y edificantes, los que no están pendientes de dar una correcta y buena imagen de sí mismos, los únicos de lo que no aprendemos nada, pero también los únicos que tienen el raro coraje de exponerse literalmente en sus escritos —donde se despachan a gusto— y a los que yo admiro profundamente porque sólo ellos juegan a fondo y me parecen escritores de verdad”.
Vila-Matas está hablando de Marguerite Duras en este párrafo, pero a través de su recuerdo lo hace extensible a la autenticidad de esos escritores al margen del academicismo, “los que no están pendientes de dar una correcta y buena imagen de sí mismos, los únicos de lo que no aprendemos nada, pero también los únicos que tienen el raro coraje de exponerse literalmente en sus escritos”.
Marguerite Duras fue su casera durante dos años de juventud vividos en París “donde fui muy pobre y muy infeliz”, todo lo contrario a Hemingway, el papá literario de Enrique Vila-Matas en este libro, que pilla como modelo de vida (no como modelo literario), ya que la vida de Hemingway estuvo llena de riesgo y aventuras y precisamente Duras no era muy partidaria de su literatura.
Dicho esto, la literatura de Vila-Matas siempre fluctúa entre la realidad y la ficción, entre la desilusión y la esperanza, y muchas de las anécdotas que cuenta son totalmente inventadas, porque lo más importante no es hacer una literatura memorialística, sino el juego creativo de crear más literatura a través de la literatura. Muchas veces se le ha tildado a este autor de ser repetitivo o de ceñirse a la metaliteratura; pero la literatura solo es la excusa que Vila-Matas utiliza para hablar de cualquier tema, y no hay libro suyo que no esté teñido de ironía y de una visión filosófica y profunda del ser humano. En cuanto a lo repetitivo de su estilo también lo podríamos observar desde otro punto de vista: la de una coherencia de obra absoluta, alargada a través de décadas y multitud de libros, en lo que se ha convertido en un sello muy personal, lejos del academicismo y de la habitual mojigatería de la narrativa española, y en la que ha creado una especie de canon literario, hablando con frecuencia de escritores como Robert Walser, Kafka, Joyce, la misma Marguerite Duras, Julien Gracq, Sergio Pitol, etcétera.
Leed este párrafo sobre la madurez:
“Desde luego, es más bien complicado ser joven, aunque eso o implica ni muchísimo menos que uno deba andar desesperado. Claro que la madurez tampoco es que sea una maravilla. En la madurez conoces la ironía, sí. Pero ya no eres joven y la única posibilidad que te queda de serlo un poco estriba en resistir, no renunciar demasiado, con el paso del tiempo, a aquella húmeda imaginación del arcón de Neauphle-le-Château. Sólo te queda resistir, no ser como aquellos que, a medida que la intensidad de su imaginación juvenil va decayendo, se acomodan a la realidad y se angustian el resto de su vida. Sólo te queda tratar de ser de los más obstinados, mantener la fe en la imaginación durante más tiempo que otros. Madurar con obstinación y resistencia: madurar, por ejemplo, dictando una conferencia de tres días sobre la ironía de no haber conocido de joven la ironía. Y después envejecer, envejecer mucho y mandar al diablo a la ironía, pero aferrándose patéticamente a ella para no quedarte sin nada y ser el blanco espeluznante de la ironía de otros”.
Es importante citar que la arquitectura de este libro se apoya en una conferencia sobre la ironía, si bien la estructura de los libros de Vila-Matas es siempre porosa y múltiple.
Llevo leyéndolo treinta años y no he sido consciente hasta hace poco de la influencia que este hombre ha ejercido en la elección de muchas de mis lecturas de formación. Ahora que estoy más pendiente de mirar el retrovisor me he dado cuenta de este punto. De aquí la razón de esta reseña tan alejada de la promoción de los libros que pululan en la lista de las novedades por estas fechas de abril, pues estamos hablando de un libro que se editó por primera vez en 2003, hace 21 años, pero que veinte años después de su primera edición sigue siendo tan válido como el primer día.
Nada más comenzar la relectura lo primero que me llama la atención es ese concurso de competición de dobles de Hemingway en el que nuestro héroe hace un ridículo espantoso. Como las grandes obsesiones siempre fracasan por partida doble (el Vila-Matas joven se parece un poco al coyote de los dibujos animados del Coyote y el correcaminos) nuestro protagonista acude a vivir a París a vivir su gran pasión literaria. Allí consigue a través de la intermediación de un amigo que Duras le alquile una vivienda, una “chambre”.
Hay un punto muy curioso en la relación que se establece entre Duras y el joven Vila-Matas. Una es ya la gran autora de libros vanguardistas y personales (“Escribir” es, por ejemplo, un libro suyo que recomiendo a todo el mundo) y es también la casera de Enrique. Casi siempre se señala que Duras le hablaba en un francés superior. No sabemos si esto sucedía porque el francés de Enrique por esas fechas era muy pobre o porque Marguerite hablaba con una jerga que no se le entendía muy bien. Lo cierto, es que cada vez que Enrique le habla de sus proyectos literarios (algunos tan osados como el de matar al lector, recuérdese “La asesina ilustrada”, libro venenoso y criminal según el propio autor) Duras escucha con gran atención al joven y lo aconseja. Como si Duras solo pusiera en alerta sus oídos cuando alguien le hablaba de literatura. Me transmite una gran ternura la visión de Vila-Matas hacia esta escritora.
Unos días después de terminar el rodaje de India Song Marguerite Duras se sintió muy desorientada, he podido saberlo muchos años después, entonces yo no me preocupaba por saber cómo se sentía Marguerite, ni se me ocurría preguntarme cuál podía ser su estado de ánimo. Ahora sé que el final del verano del 74 fue espantoso para ella, fue un final de verano de calor y angustia, y también de soledad. Después del rodaje, todo el mundo había vuelto a su vida cotidiana, y Marguerite se sintió sola. Vacía, en estado de ingravidez, según cuenta Laure Adler en su biografía de Duras. Se fue a Neuphle-le- Château, donde yo la visité precisamente un día, al final de aquel horroroso verano, ignorando todo este drama”.
Y también del intercambio literario entre ambos:
Una noche de junio del 74, en un restaurante de la rue Saint-Benoit (Barthes ya había vuelto de la China y en París comenzaban los días a ser calurosos), quiso saber Marguerite Duras qué destino literario yo prefería.
“¿Mallarmé o Rimbaud?, preguntó.
Se me atragantó el café.
No tenía yo idea de qué me estaba hablando. Había leído a los dos con cierta atención y deslumbramiento, pero estaba lejos de saber que el uno y el otro representaban dos opciones literarias distintas, la sedentaria y la nómada.
Sin embargo, este libro no es ningún ejercicio a la añoranza. No tiene nada que ver con ese tipo de libros en el que París sale como un lugar romántico y de pasteleo, muy habitual de películas idiotas y aún capaces en su mediocridad de contagiarnos de suave melancolía; tampoco es el París rimbaudiano y ensangrentado de antes y después de la Comuna (en el que por cierto Rimbaud nunca participó porque llegó tarde. Era tan pobre por esas fechas que siempre tenía que ir de un lado a otro andando, salvo cuando se colaba en los trenes). El gran andariego llegó a decir: “París es solo un estómago”.
A lo largo de mi vida lectora he vivido muchos París y muy reconocibles: el París de Víctor Hugo; el París de Balzac y el de Zola (el de Zola es terrible); el de Rimbaud; el de Georges Perec; el de Proust, que es como el París de la Belle époque; el de Scott Fitzgerald y Hemingway; el de Santiago Gamboa, que es el más auténtico a la realidad de nuestros días, etcétera; y también el de Vila-Matas, que es muy especial. Con Vila- Matas siempre nos enteramos de qué escritor vivió en un determinado inmueble y de las calles y sus nombres. Todas las anécdotas culturales y de barrio pasan a través del filtro de su pluma a ser legado universal de literatura y creatividad. Yo esto lo veo como un sello propio y reconocible, una señal de distinción.
“Doy un salto ahora y cambio tal vez de tema, pero no cambio de casilla. Las reglas del juego también están para jugar con ellas. Salto para confesarles ahora a todos ustedes que me siento afortunado de no añorar mis años de aprendizaje como escritor. Porque si yo, por ejemplo, pudiera decirles ahora ustedes que recuerdo de aquellos años la intensidad, las horas consumidas escribiendo en la buhardilla, consumido yo también a lo largo de todo un día y luego, por la noche, inclinado sobre mi mesa mientras el mundo dormía, sin sentir cansancio, electrizado, trabajando hasta la madrugada, y aún después… Si yo pudiera decirles algo de todo esto, pero es que no puedo hacerlo, no hay mucha grandeza, belleza o intensidad en los minutos de mi juventud dedicados a la escritura. Lo sé, es deplorable. Pero ésa es mi suerte, vivo sin nostalgia. No añoro ni mi pureza, ni mi entusiasmo estimulante, ni la intensidad. Es como si en París lo hubiera ido postergando todo con habilidad para sentir verdaderamente la seducción de la escritura en estos años de ahora, los de la edad tardía”.
De todos los libros que he leído de Vila-Matas (que son muchos, pero no todos los que ha publicado) destaco este de “París no se acaba nunca”. También el Bartleby y compañía, que es un muestrario de escritores que abandonaron la literatura, los que decidieron un buen día no volver a escribir. Y luego ya, en lo que considero su segunda etapa, destacaría Doctor Pasavento, dedicado «a desaparecer» y a la figura trágica de Robert Walser; y Dublinesca, que es la obra suya con la que más me he reído y cuya acción sucede durante el Blommsday (el día en que cada año la gente se reúne en Dublín para celebrar y recordar el Ulises de Joyce, justo el mismo día en que transcurre el libro: 16 de junio).
Se empiece a leer a Enrique Vila-Matas por el lugar por el que se elija siempre nos llevará al mismo sitio: al corazón indomable de la gran literatura. Todos sus libros son una gran invitación a leer más.
Hasta otra.
April 10, 2024
Antonio y Cleopatra, historia de una pasión
Muchas veces me encuentro con personas que desdeñan la historia argumentando que es imposible conocer las motivaciones y la forma de pensar de los individuos que la conformaron. Cada vez que escucho semejante diatriba me entran ganas de contestar que ese argumentario solo demuestra ingenuidad. Ya ves tú, presupone que ahora, en la actualidad, todo es diáfano y explicable, y seguramente conozcan tanto y tan mal la personalidad y las ambiciones internas de un hitita como el de las personas con las que se suelen relacionar. Así que, por lo general, los seres humanos son un gran misterio y lo mismo da que te remontes al mundo antiguo que a la modernidad más galopante.
Hoy hablaremos de dos individuos de los que casi todo el mundo ha oído hablar pero de los que muy pocos saben algo certero. Me refiero a que nos sumergiremos en los acontecimientos de una de las parejas de amantes más famosas de la historia: Antonio y Cleopatra.
Comenzaremos por la última. Sobre Cleopatra hay muchos clichés propiciados por el cine, la literatura, y la malintencionada historiografía. Derribemos algunos de ellos: era reina de Egipto, pero tenía tanto que ver con la historia del Antiguo Egipto como un antillano sobre la historia de Bizancio. Cleopatra era esencialmente griega. La educaron en esa tradición helenística y su familia eran los Ptolemaicos. La dinastía inaugurada por los sucesores de Alejandro Magno.
Los primeros Ptolemaicos fueron gobernantes notables. Favorecieron las artes e inauguraron la biblioteca de Alejandría y el famoso Faro. Hubo uno de ellos que decretó una ley por la que cualquier barco que llegase al puerto de Alejandría tenía que ser registrado y si se encontraba cualquier documento escrito se confiscaba. Como mucho se les daría una copia cuando los escribas hicieran su trabajo, pero el original ya no saldría más.
Sobrevivieron al derrumbamiento y a las guerras de los sucesores. El pueblo egipcio siguió viviendo en la esclavitud del trabajo agrícola, de sol a sol como se dice, pero la élite griega- macedónica vivió a cuerpo de faraón. Todas las construcciones de esta época son fastuosas y grandiosas. Todo se hacía a una escala enorme, incluida la flota de guerra, lo que más tarde posiblemente le costará a Marco Antonio y Cleopatra la derrota ante Octavio.
Comentaba que los primeros Ptolemaicos fueron, más o menos, gobernantes notables, pero luego todo derivó en desposamientos entre ellos, asesinatos y demás. Antes de nuestra particular Cleopatra hubo treinta dinastías y un montón de Cleopatras y Ptolomeos, porque casi todos se llamaban igual y es muy fácil confundirlos.
Mientras tanto el mundo había cambiado. Los sucesores de Alejandro fueron cayendo. Roma se impuso a Cartago y Egipto, pese a ser una potencia, no podía ni soñar enfrentarse a Roma por su inmenso poderío militar. Esencialmente a Roma no le interesó mucho apropiarse de Egipto porque ya la tenía subyugada. Le bastaba con que le suministrase grano y en interceder (a veces) en sus continuas luchas internas.
Así que nos encontramos con una joven y cultísima Cleopatra intentando sobrevivir a su exterminio (algo muy común en su dinastía) cuando se topa con Julio César y su enfrentamiento civil con Pompeyo. Fue César el que le ayudó a resituarse en el poder y entre ellos nació una relación política-afectiva muy profunda, y un hijo, Cesarión, que ya fue muy criticada en su momento, pues la jovencísima Cleopatra acompañó a César a Roma en varias ocasiones. Incluso se encontraba allí en el momento de su asesinato.
Derribado el primer cliché sobre todos los fastos orientales de Egipto, que no eran tales como nos han contado en las películas —puesto que la clase dirigente eran esencialmente griegos y no solían mezclarse mucho con los genuinos egipcios—, justo es que nos detengamos a hablar sobre la “esplendorosa belleza” de esta reina.
Bien, primero todas las crónicas que nos han llegado sobre ella parten de sus vencedores. O sea que de sus vencedores y de una sociedad muy patriarcal como era la romana, en la que ver una mujer en un puesto de poder era casi imposible. Egipto, sin embargo, tuvo numerosas reinas durante su historia y también los Ilirios y otros pueblos tuvieron mujeres al frente. Hasta los supersticiosos etruscos eran más avanzados que los toscos romanos. Octavio fue el que se impuso y todo el conocimiento de la biblioteca de Alejandría fue paulatinamente perdiéndose: desde el primer incendio en la época de Julio César hasta su posterior aniquilación. O sea que la visión que nos aportaron sobre esta mujer no se ajusta a la realidad y ha sido siempre malintencionada. Todo parece indicar que no era tan hermosa como Elizabeth Taylor. Una cosa intermedia. Además, los Ptolemaicos eran famosos por sus narices ganchudas y los cánones de belleza de la época nada tienen que ver con los nuestros. Una persona regordeta era sinónimo de salud y bienestar. Lo que resulta indudable es que su magnetismo erótico más bien partía de su majestuoso intelecto y de su magnífica oratoria. Conocedora de varios idiomas podía hablarte de filosofía, poesía, teatro, mitología, etcétera, con propiedad, era una persona cultísima, muy despierta, y no con menos ambición que la que tuvieron y demostraron César y Marco Antonio.
Por cierto, que sobre Marco Antonio también se han contado muchas falacias. Tampoco era un Adonis en el físico, aunque en espíritu puede que sí. Las monedas que se han encontrado en las que figura su rostro así lo demuestran. Es verdad que era un hombre excesivo, muy dado a abusos del alcohol y a arrebatos pasionales, pero casi siempre se olvida citar que su abuelo fue un maestro en oratoria y que Antonio no solo fue un buen militar, sino que tenía verdadero talento. Al final, la visión shakesperiana, es una de las más acertadas con respecto a estos dos individuos. Eso sí, con la salvedad maliciosa de que en Shakespeare los amantes nunca se escuchan entre ellos y que la pareja más estable en toda su literatura (no es ironía) fue la de los asesinos de Macbeth.
Casi siempre se ha asociado la imagen de Marco Antonio con la de Dionisios y a la de Cleopatra con la de la nueva Isis. Bueno, con una Isis adaptada a la griega, más cercana a ser una Afrodita. Las creencias en esa época no eran monolíticas ni fanáticas como fueron después con la llegada de los monoteísmos y los pueblos adoptaban los dioses a sus gustos y costumbres. Eran Dioses moldeables al interés humano, a sus deseos de eternidad y trascendencia.
Yo tiendo a pensar que hubo mayor grado de compenetración entre Marco Antonio y Cleopatra que la que Shakespeare y los historiadores nos cuentan. En realidad, Marco Antonio casi siempre estuvo un poco asociado a Oriente. De hecho, su primer mando militar lo tuvo en Judea. Y atención, hay historiadores como Apiano que nos cuentan que Marco Antonio ya conocía a Cleopatra mucho antes del famoso encuentro de Tarso, desde los tiempos en los que sirvió en las filas del general Aulo Gabinio. Este general restituyó a Ptolomeo XII, el Auletes, padre de nuestra Cleopatra, sin el consentimiento del senado y para cobrar 10000 talentos que le ofrecía el Ptolomeo. Tanto Marco Antonio como Aulo Gabinio estaban endeudados por sus desmanes de juventud. En ese momento Cleopatra era una adolescente, pero (según Apiano) ya Marco Antonio quedó prendado.
En cuanto a César (otro personaje en que la fidelidad en sus aventuras amatorias no era precisamente su fuerte) tampoco era un hombre atractivo. Es verdad que tenía personalidad y que era culto y mejor escritor que lo que algunos críticos quieren reconocer. Sus memorias de la Galia y de la guerra civil con Pompeyo están bien escritas y demuestran que, aparte de un feroz militar, estaba capacitado para la literatura. Pero era un hombre acomplejado por su calvicie y era cincuentón en ese momento. Lo que para esa época era ser ya un hombre muy mayor (aunque para los cargos de la administración en Roma o en la desaparecida Cartago esto de la edad no era un problema). Pues bien, cuando Marco Antonio conoció a Cleopatra oficialmente (pero es bien posible que Apiano estuviese bien informado y la conociese ya siendo una adolescente) era un poco más joven y tenía mejor físico que César. A pesar de llevar una vida muy loca y aguerrida era muy asiduo de los gimnasios y del ejercicio físico. Además, era un auténtico casanova (si se me permite el término que no se ajusta a este periodo histórico) y tenía una personalidad ambiciosa y fascinante. Era muy teatral. Famosas son sus “anécdotas carnavalescas” en las que solía disfrazarse de esclavo para así poder colarse en las casas de sus numerosas amantes. Y esto le venía desde sus correrías de juventud con su amigo Gayo Escribonio Curión, en la que aparte de conquistar determinadas alcobas de mujeres de la alta aristocracia ambos acabaron endeudados por un tremendo despilfarro. O sea que Shakespeare podría haber incluido a Marco Antonio en la primera parte del Enrique IV y no desentonaría.
Entre los numerosos matrimonios de Marco Antonio también encontramos a otra mujer de armas tomar: Fulvia, esposa primero de Publio Clodio Pulcro y luego de Cayo Escribonio Curión. Su tercer matrimonio fue con Marco Antonio. Fulvia tuvo una gran personalidad, derribó muchos techos de cristal para la mujer en la sociedad romana de entonces y eso le llevó a granjearse muchos enemigos. Muy famosa fue su animadversión por Cicerón al que se la tenía jurada desde que salvó con su oratoria al asesino de su primer marido. Dicho sea de paso, la animadversión entre ambos era mutua y Cicerón ridiculizó tanto a ella como a Marco Antonio en sus Filípicas. Tiempo después exhibió triunfante la cabeza y la lengua de Cicerón tras ser ajusticiado por unos soldados leales a Marco Antonio. Al parecer, delante de todo el mundo, se quitó el pasador de su pelo y atravesó con este la extirpada lengua del gran orador. Sobre este hecho hay un cuadro muy interesante en el Museo del Prado llamado “La venganza de Fulvia”, del pintor mallorquín Francisco Maura y Montaner. Yo he puesto una imagen en el enlace de Twitter- (X). Con Octavio también tuvo Fulvia “relaciones difíciles”. Fue la primera mujer mortal romana en aparecer en una moneda. Pero falleció prematuramente de enfermedad. La verdad es que si su alma hubiese vuelto del Hades se habría muerto otra vez al ver a su último marido casarse en sus nuevas nupcias con la hermana de Octavio, que también apareció en monedas no siendo mortal. Fue un casamiento de puro interés político y cuya alegría, todo sea dicho, no duró mucho.
Como casi siempre en la historia el sexo, la ambición política, la guerra, los matrimonios de conveniencia y las venganzas tejieron su propio maneje y nos trasladamos (salvamos todo el asesinato de César, las posteriores batallas, proscripciones y ajusticiamientos, es decir: los años en los que Octavio y Marco Antonio colaboraron) de frente con el momento cumbre en el que se va a decidir si el enfermizo, frío y calculador Octavio va a vencer al apasionado y díscolo Marco Antonio: la batalla de Actium, año 31, antes del advenimiento del carpintero. Por cierto, Marco Antonio había salvado más de una vez a Octavio. Alguna vez en el campo de batalla y otra de la turba enfervorecida romana, cuando Sexto Pompeyo tenía bloqueado con su flota el transporte marítimo y en Roma la gran parte de la población pasaba hambre.
¿Qué pasó realmente en esta batalla? ¿Fue el genio estratégico de Agripa (el general más destacado de Octavio) el que realmente decidió la contienda? ¿Nos podemos fiar de lo que contaron los que vencieron? En realidad, por refriegas anteriores, Octavio disponía de casi el doble de naves que Marco Antonio, y más manejables y veloces, puesto que Egipto tenía muchas naves comerciales que no eran precisamente las más efectivas. Y las otras naves, las gigantescas, las que tenían velas y multitud de soldados, tampoco eran muy maniobrables. Lo que sí se puede afirmar puesto no hay historiador que no deje de mencionarlo es que Marco Antonio abandonó a su ejército para perseguir la nave insignia de Cleopatra intentando que ella saliese huyendo de esa ratonera.
Tras esa derrota hay casi todo un año de espera en Egipto antes de sus suicidios respectivos. Octavio, que se sabía ya vencedor, no permitió a Cleopatra que negociase con él. La capacidad de Cleopatra de sobrevivir a su propia familia y al dominio romano había llegado a su fin. Ese joven enfermizo que Marco Antonio había subestimado acabó poco a poco con todos sus rivales haciéndose con el poder y poniendo fin a la República. Aunque dicho sea de paso esta llevaba ya décadas desintegrada en guerras civiles.
Atrás quedaron los fastos y las pasiones vividos por esa pareja de amantes tan particular que formaron Cleopatra y Marco Antonio. ¿Se suicidó uno al saber de la muerte del otro? No lo sabemos a ciencia cierta y tampoco es tan importante, puesto que ambos ya se sabían perdidos. Se despidieron de la vida viviendo con total intensidad, tal y como habían vivido. Igual que Cleopatra y el propio Marco Antonio no tuvieron magnanimidad de la hermana de Cleopatra, Arsínoe, y de muchos otros con anterioridad (véase también el envenenamiento de su otro hermano Ptolomeo) no podían esperarla ahora de los vencedores.
La historia es a veces caprichosa y de vencer el bando de Cleopatra y Marco Antonio quizá hubiéramos tenido también un imperio helenizado inaugurado por Cesarión (hijo de Julio César y Cleopatra) o por cualquier de los otros hijos que tuvo la pareja, entre ellos una pareja de mellizos a los que Marco Antonio llamaba «el sol y la luna», pero cuyos nombres oficiales eran Alejandro Helios y Cleopatra Selene. Por último tuvo otro hijo, Ptolomeo Filadelfo. El destino de estos muchachos fue más afortunado que el de Cesarión, que de hecho era el mandatario oficial junto a Cleopatra aunque también fuese un crío. La madre lo había dejado todo dispuesto para que le sucediese. En todo caso Roma se habría orientalizado, pero es inútil elucubrar qué habría significado eso para la historia. Lo que sí es importante es que a veces la política, el amor, las animadversiones, el sexo, las obsesiones y las ambiciones personales, deciden más los reinos y el destino humano que las decisiones meditadas.
Cleopatra y Marco Antonio fueron apasionados y excesivos en casi todo lo que hicieron en la vida y se jugaron muchas veces el todo por el todo. Algunas veces les había salido bien y otras se convirtió en un absoluto desastre. Véase, por ejemplo, la campaña pártica de Marco Antonio.
Yo los dejo caminando ebrios por las calles nocturnas de Alejandría. Quizá cantando himnos a los dioses o quizá besándose. La fiesta en la noche está agonizando y pronto va a amanecer. Se solían disfrazar para pasar inadvertidos, pero todo el mundo sabía que eran ellos dos porque era muy complicado que otros amantes pudiesen ser tan indiscretos. Hay una auténtica vocación teatral y trágica en esta pareja. Como siempre sucede en las ciudades portuarias las calles que llevan al puerto debían ser las más interesantes y peligrosas. En la Alejandría de ese momento eso también sería así. Les vemos perderse a lo lejos y entrar en el pórtico de la historia. A ellos poco le importan nuestras consideraciones. Saben que el amor es un asunto que solo concierne a los amantes. No dejaron tumbas ni mausoleos a los que peregrinar ni en los que depositar flores. No importa. Siempre serán apasionados y vitales. Siempre serán jóvenes.
Hasta otra.
Para saber más:
. Dion Casio, Historia romana, Libros L-LX (Gredos)
. Apiano, Historia romana. Guerras civiles. Libros I y II (Gredos)
. Adrian Goldsworthy, “Antonio y Cleopatra” (La esfera de los libros)
. Plutarco «Vidas paralelas» VII -Antonio- Bruto- Dión- etcétera (Gredos)
-William Shakespeare “Julio Cesar” y “Antonio y Cleopatra”. Shakespeare no es nunca estrictamente fiel a la verdad histórica, pero eso da igual con la calidad que tiene. En su caso va más allá y penetra en «la verdad humana». El discurso de Marco Antonio sobre el testamento en Julio Cesar es mítico y toda la tragedia “Antonio y Cleopatra” es una obra de arte de una inteligencia y lirismo descomunal.
. Harold Bloom: “Cleopatra: Soy fuego y aire” (Vaso roto). Para adentrarse más en el universo shakesperiano .
March 16, 2024
Recuerda el fuego primero
Siempre es complejo tratar de ser original en literatura. Por lo general, en contra de lo que se pueda pensar, el mayor vanguardismo se logra fusionando elementos de la tradición más clásica. Hay que recordar que la historia de la literatura tiene miles de años a sus espaldas. Lo que comenzó en el mundo sumerio y egipcio cual un modo de administrar información en pictogramas (o en el cananeo en organizar los distintos ensamblajes de los barcos) derivó en la creación de un lenguaje que respondiese no solo a los intereses comerciales sino a las preocupaciones humanas. Desde entonces en occidente, con mayor o peor fortuna, el ser humano utiliza la literatura.
En este caso el autor, Carlos Pellín Sánchez, se ha remontado a los cantares de gesta. Le ha adocenado cierto aire fantástico y ha trabajado sobre muchas métricas distintas, algunas muy clásicas y otras no tanto.
Recuerda el fuego primero reúne siete cantares épicos de cierta extensión y seis poemas intercalados de mayor brevedad. Me ha resultado curioso este hecho: el ir administrando los poemas de mayor extensión con pequeños poemas. Al final del libro se explican la versificación de cada poema y unas breves explicaciones sobre los hechos que acontece en cada uno.
Los temas sobre los que trata son muy diversos. Siempre con el “elemento fantástico” como timón nos toparemos con fantasmas, mitología encubierta, combates de esgrima, vampiros, temas (no sé si llamarlos) detectivescos y piratas. Editado por Niña Loba en su colección de género fantástico, en el que solemos toparnos con libros muy singulares.
Como decía al principio siempre es difícil escribir y cualquier artefacto con originalidad debe ser alabado; aquí hay un arduo trabajo detrás en la elección de las métricas y un esfuerzo por hacer una mezcolanza entre un lenguaje arcaico y el que utilizamos en la modernidad. Algún término puede chirriar (o será que yo detesto Netflix y toda plataforma o canal de televisión), pero la fusión entre ambos sí me ha parecido que está lograda.
Creo que cuando el autor utiliza métricas más cercanas a nuestros días sus versos ganan en agilidad, cual si estuviese menos encorsetado. Y es verdad que muchas rimas pueden parecen muy simples; pero si leemos cantares de gesta antiguos este mismo hecho se repetía. Esto sucedía (creo) por la acción de los juglares y porque la principal acción no consistía en leer (leer sabían gracias a la hecatombe monoteísta del mundo grecorromano cuatro monjes y tres gatos contados; de hecho, la mayoría de los autores eran también monjes), sino en declamar con música “las hazañas”. Pongamos un ejemplo, no del libro de Carlos Pellín sino de Fernán González, un clásico olvidado de nuestra literatura:
Non fueron estos godos de comienzo cristianos,
Nin de judios de Egipto nin de leyes de paganos,
Antes fueron gentiles, unos pueblos lozanos,
Eran para en batalla pueblos muy avirtuados.
Confrontémoslos con una cuarteta de un poema de Carlos Pellín:
La mujer de Adrestía de la plaza se marchó,
por las calles ruinosas al punto se escabulló;
los querubes la siguieron, estrepitosa era su acción;
saltaron por los tejados, gritaron de excitación
cantos guturales, humanos solo en intención.
Ahora pongamos unos versos de otro poema de Carlos Pellín, en concreto el vampiresco “La Caída del Dragón”:
“Con esta magia oscura alzó al cielo sus brazos;
Surgieron del vacío espectros de brillo blanco:
pesadillas inmortales, sentimientos desquiciados.
Al poco tomaron rojo cuerpo, y pronto se solidificaron
en entes monstruosos, reptantes y afilados.”
En este último hay elementos fantásticos-góticos y una mayor variedad que en el primero.
Algo distinto sucede con la poesía épica y con las epopeyas, aquí cabe mayor complejidad y las rimas no suelen ser tan obvias. “Las hazañas de los héroes” merecen mayor asiento. Ya sean los complejos e intensos monólogos de Robert Browning (Paracelsus, Sordello, Fra Lippo Lippi, etcétera) con poemas enigmáticos y existencialistas del corte de Chile Roland a la Torre Oscura); La Eneida de Virgilio, cuya famosa Dido debería llamarse Elishat si hubiese respetado las tradiciones y religión cananeas; el vitalista Gilgamesh, con ese frase tan inolvidable de: “Olvida la muerte y busca la vida”; La Araucana, de Alonso de Arcilla; “De la naturaleza de las cosas”, del inmortal Lucrecio, etcétera. La filosofía y la historia se amalgaman ofreciendo algo nuevo e imperecedero al paso de los siglos. Una épica (si se me permite expresarlo) de la «supervivencia vital».
En estos mismos días me hallaba consultando la prosa del historiador Polibio y buscando alguna posible traducción (si no todo el poema si al menos algunas partes) del “Bellum Poenicum”, la obra épica de Gneo Nevio que versa sobre los mismos acontecimientos que refiere Polibio, pero, al parecer, incluyendo ciertos elementos míticos. En castellano solo he encontrado fragmentos editados por una universidad hace más de treinta años. No es un caso aislado. Cientos de miles de autores viven en las catacumbas de las bibliotecas y en archivos olvidados de organismos que más que protegerlos parece que los esconden.
Pongamos unos versitos ahora de La Araucana en castellano antiguo. Creo que del Canto segundo si no me equivoco:
a la engañosa alteza desta vida, que Fortuna los ha siempre ayudado y dádoles la mano a la subida, para, después de haberlos levantado, derribarlos con mísera caïda,Por lo que un libro como el de Carlos Pellín (que imita de cierta manera los cantares de gesta) resulta muy osado y original. O ambas cosas a la vez, ya que en unos tiempos como los actuales, en los que la mejor poesía está inmersa en libros de prosa, parece que el autor escribe a contracorriente.
Me hubiera gustado que los personajes estuviesen dotados de mayor personalidad. No por ser monstruos (en algunos casos) deben de estar exentos de tenerla. De hecho, la literatura tiene una amplia gama de “monstruos” con mayor complejidad y con mayor espíritu que la mayoría de los humanos con los que nos cruzamos en el día a día. El elemento fantástico o el histórico no es eximente para este punto. Si se habla de pongamos por caso de un faraón egipcio (lo pongo de ejemplo por la frase famosa de Faulkner, aunque en este libro no hay ningún egipcio) hay que meterse en la piel y en la mentalidad de la época, ser consciente de su forma de pensar, de sus obsesiones religiosas, del poder divino y terrenal que representa. Más que como viste nos ha de interesar cómo siente y padece. Los ropajes solo cubren la superficie. Las grietas son los verdaderos indicativos de cada personalidad. Debe de existir un fuego ardiendo en el interior de cada personaje, porque lo hay en cada ser humano. Y un autor, hable de un faraón o de un vampiro, se remonte a la estirpe de Vlad el empalador o al famoso cadáver “de vampira” con un ladrillo puesto en la boca que encontraron en la isla de Lazzareto Nuovo (Venecia), ha de profundizar todo lo que pueda. Ha de casi metamorfosearse en ese personaje (o personajes) que elija. Ser el vampiro y ser su perseguidor. Sombra y luz. Muerte y vida.
Que no se me olvide acordarme del Satán del Paraíso Perdido de Milton (el verdadero maestro de Frankenstein). Creo que fue Shelley el que dijo en tono sarcástico “que el diablo se lo debía todo a Milton”. Y es verdad, la representación del diablo que tenemos instalada en nuestra cabeza tiene más que ver con la imagen que fabricó Milton que con otra cosa.
O igual no porque en un sentido profundo no existen los textos religiosos, porque toda la literatura que trascienda de alguna manera lo es. La Biblia, el Corán, el Tanaj…, no son más que libros de literatura; y puede que abunde mayor grado de espiritualidad en un hidalgo paseándose por las áridas tierras castellanas que en la mayoría de suras o libros canónicos que se consideran “sagrados”. Unamuno estaría de acuerdo en este punto.
Para rezar, para visitar templos, para ser conscientes de nuestra naturaleza mortal y efímera, para viajar a otras latitudes ya tenemos la literatura. El ser humano es único porque es consciente de su mortalidad y porque puede leer. En otras cosas no se diferencia para nada de un primate y resulta más nocivo y criminal que el resto de seres; pero en el uso de la expresión creativa no tiene parangón.
Por eso hay que leer de todo: novelas, ensayos, aforismos y libros de poemas. Y cuanto más leamos más seremos conscientes que ningún libro nace aislado en el universo. Que cada libro es hijo de otros libros y de otros autores. Que la tradición literaria es algo que se remonta a muchos siglos y que seguirá vigente mientras alguien se le ocurra poner algo por escrito. Y cuidado, decir tradición literaria no es respetar como un muro ortodoxo algo que no se puede tocar, sino todo lo contrario. La tradición está para ultrajarla, demolerla y utilizar sus cascotes de cemento. Toda creatividad es un juego. Y los idiomas son expresiones vivas que mueren y nacen cada día.
Hasta otra.
March 2, 2024
«La mejor Familia del mundo», DE mAYTE bLASCO
“Miras la hora en la pantalla chispeante de tu hijo. Él se revuelve en el asiento, te mira de reojo, incómodo, creyendo que tratas de espiar sus corazones basculantes engrosando las fotos de un cantante de reguetón. Al otro lado del cristal, la escena adquiere el volumen de las pesadillas cuando revientan contra la luz de la mañana. “¡Maricas de mierda!, gritaba aquella noche el Johhny caminando eufórico por las vías; faltaban ocho minutos para el tren de las 23:14. El Gordo comiendo patatas fritas de una bolsa grande de Matutano. La pandilla reducida aquella noche a vosotros tres: el Gordo, el Johnny y tú. El calor líquido de agosto. La oscuridad clareada con penuria por la luna menguante. El ruido de la máquina acercándose, adelantándose seis minutos a la hora acostumbrada. El cordón de la zapatilla enganchado en un raíl…”
Obsérvese, primero que nada, el tratamiento de los espacios en este relato, cómo en un lugar cerrado, un repetitivo viaje (cada mes y medio) en tren de padre e hijo a visitar a los “yayos”, pueden suceder tantas cosas. La pantalla del móvil del hijo; su revoltijo, inquieto, al darse cuenta de que le espían; los recuerdos que llegan a través de las ventanas del tren…Y ya instalado en ese recuerdo: la pandilla; el Gordo comiendo patatas fritas de una bolsa; el hecho trágico; la llegada de ese tren a las 23:14 que se retrasará seis minutos; los sudores de agosto; una claridad apenas visible por una luna menguante. En frases cortas y muy veloces están sucediendo un montón de cosas.
Vamos a otro fragmento, este pertenece a un relato de adolescencia llamado “Sapos y princesas”. Veamos a la protagonista, no muy agraciada físicamente y que sufre las burlas de sus compañeras de clase, marchando a una cita bastante peligrosa. Veámosla caminar: “Avanzo por la calle a paso rápido. Tengo la sensación de que los transeúntes me observan extrañados de que camine en sentido contrario al instituto. Me asusta el sonido chirriante de unas persianas metálicas que se abren, de un claxon que aúlla, de un bebé que grita. Me miro en el reflejo de los escaparates, la espalda curvada por el peso de la mochila, las piernas flacas como alambres, el torso plano con mis pechos invisibles como breves sombras. Esta mañana me alisé el pelo con la plancha de mi hermana. Quise usar el colorete de mi madre, pero lo encontré seco y cuarteado de puro viejo. Me pregunto si le gustaré a ese hombre…”.
Un universo de desamparo en apenas unas pocas líneas. Por cierto, que los relatos protagonizados por adolescentes trasmiten muy bien una orfandad emocional muy acusada, los miedos y desvalimientos, las complicadas relaciones afectivas con los padres. Siempre que Mayte viaja a las primeras etapas de la vida, o planea sobre los miedos de los progenitores sobre sus hijos, la luz de la linterna irradia una luz más envolvente.
De todas formas, aquí en La mejor familia del mundo, Niña Loba 2024, hay de todo en el complicado universo familiar: desde padres “desdoblados” por el abuso del alcohol en “Matar al padre”, y al que observamos a través de la mirada de la hija; los miedos maternos y la soledad en “Puñados de tierra”; el desamparo vital y los problemas con los ancianos desde dos puntos de vista muy distintos y que se enriquecen entre sí: “La buena hija” y “El globo”, que leídos seguidos pueden ser muy enriquecedores; la hipocresía del patriarcado respecto al aborto en «La hija del concejal» y, por lo general, la psique de las mujeres en diferentes momentos y bajo distintos lazos opresivos, que pueden suceder en la adolescencia, la madurez, el matrimonio, o en cualquier momento de sus vidas, porque siempre flota ante ellas un peligro acechante.
Otra cualidad que me gusta mucho de la capacidad de la literatura de Mayte Blasco es cuando señala “los arrebatos” de sus protagonistas. Luego citaré uno.
En esos espacios cerrados e interiores, que ya profundizó en Jaulas de hormigón, Niña Loba 2021, sumamos otro libro de relatos más engarzado y delimitado que el anterior; aquí hay similitudes y ensamblajes entre relatos que los lectores deberán descubrir; y en el anterior y en este la calidad de todos los relatos es muy pareja y la disposición y el orden de aparición no se ha abandonado al azar. Se nota que la autora se ha tomado su tiempo en pensar en qué lugar va cada relato, y no es el tipo de libro en el que van dos relatos excelentes al comenzar el libro y luego el resto (salvo el último) son para relleno. Para nada. De hecho, mi preferido en las dos primeras lecturas es el titulado: “Las primas”, cuyo desarrollo y final me parecen memorables, uno de esos “arrebatos” finales de los que antes escribía, y que creo que va en el quinto lugar de doce, si no me equivoco.
Decía un afamado y polémico crítico literario americano sobre el estilo de Isaak Bábel, que cada frase suya “contenía vida propia y era un universo cerrado”. Bábel era otro autor que daba gran importancia a la sobriedad y al rigor estilístico. Pero las influencias de Mayte en el mundo del relato son muy variadas, porque, aunque muchas veces no se señale, los frutos más potentes de la actual narrativa escrita en lengua española lo están dando últimamente escritores de relatos, casi todas ellas mujeres salvo Eloy Tizón, que publica menos de lo que nos gustaría. No quiero pasar la ocasión de mencionar a otras fantásticas escritoras como Cristina Fernández Cubas, Valeria Correa Fiz, María Bastarós, Eva Manzanares, etcétera, (y que no se me olvide la maltratada y majestuosa Eudora Welty, que fue una escritora excelente y muy poco leída); algunas de ellas ya reseñadas en este mismo blog o en mi cuenta de Goodreads, cada una desde su estilo y con sus prismas particulares, que están dando (o dieron) libros de relatos muy potentes que serían más conocidos si en este país no se tuvieran estigmatizados los relatos, dándoles nula o escasa importancia, cuando si la literatura es robusta lo mismo da que se escriban quinientas páginas que una sola línea, pues no es la distancia la que marca la calidad o no de un libro sino la riqueza de lo que cuenta y, sobre todo, de cómo se cuenta; la singularidad o no de la mirada que se ponga sobre esos signos danzantes y quebradizos que llamamos “palabras”, que son tizones encendidos que iluminan y trascienden la realidad; la sensación de “contagio de vida” que trasmitan sus páginas. Eso es, en verdad, lo importante en la literatura.
Esa misma sensación de “contagio de vida” con la que quiero acabar mostrando un poco del relato “La tía enrollada”. Ahí va:
“Tu estómago burbujea, pero te permites dejar en el plato un trozo de kiwi medio aplastado como si esas frutitas hubieran sido capaces de saciar tu hambre. Te levantas y miras a tus sobrinos con los ojos muy abiertos, adoptando una cara rara, contrahecha, de animal loco o de animal hambriento, y ellos salen corriendo por el patio gritando, volcando macetas y escondiéndose tras la higuera y tras la abuela que mueve la escoba de un lado a otro esparciendo el polvo y la arena que el viento arrastra desde la playa en sus vendavales nocturnos. Tú también corres por el patio, trotas y colocas las manos cerca de tu pecho, como caídas hacia abajo. Eres un Tyrannosaurus rex. No hay nada que más les guste a tus sobrinos que ser perseguidos por un sanguinario Tyrannosaurus rex. Te los comes a todos, uno por uno. Muerdes sus bracitos tiernos y sus culitos carnosos y sus pancitas hinchadas y burbujeantes llenas de leche con ColaCao. Y ellos se dejan comer por el terrible dinosaurio, por la tía enrollada, mientras chillan y se ríen a carcajadas”.
No dejen de pasar la oportunidad de leer este libro y disfrutarlo. O de leer cualquiera de sus otros libros, ya sean de relatos como Jaulas de Hormigón (también en Niña Loba y finalista del Premio Setenil), o las dos novelas con las que se inició en la literatura: “La extrañeza de la lluvia” (maLuma) y “Las vidas que pudimos vivir”.
La buena literatura no tiene fecha de caducidad.
Hasta otra.


