Jorge Morcillo's Blog, page 4

January 4, 2025

Chico Bizarro y las moscas, de Mónica Bustos.  

Ella no me entiende que tenga que pasar desapercibido. Ella me dice que para qué quiero tanto dinero si no voy a disfrutar lo que compro con él. Yo le digo, claro que lo disfruto, es solo que no lo puedo ostentar. Entonces no sirve hacerse millonario ilícitamente si no podés comprar nada, si no podés vivir como millonario. Y yo le digo, tampoco los que se hicieron millonarios lícitamente pueden mostrarlo. No ves que Fulano y Mengano —le cito nombres de empresarios— trabajaron honradamente toda su vida pero igual no pueden mostrarse, estamos en un país en continua crisis económica, Soledad, por eso ellos se compran casas en Miami, para gastar el dinero allá, para vivir como deberían; acá pocas veces los ves, porque es un peligro andar por acá, entre la gente que no tiene ni para comer, haciendo gala de tu poder adquisitivo. 

Recuerdo que cuando era adolescente (y antes de salir de fiesta con los amigos) me iba todos los viernes al cine. Me gustaba estar solo con mis pensamientos y era como una liturgia antes de la explosión de acontecimientos y confidencias que se sucedían luego en la noche. Por lo general, no tenía ni idea de las películas que me metía a ver. No existía internet y uno llegaba a las cosas más fresco y limpio de prejuicios. También era un cine curioso, en medio de la Avenida y creo recordar que con una única sala. Un buen día le tocó el turno a Pulp Fiction. Yo no había visto hasta entonces ninguna película de Tarantino, y la primera vez que oí hablar de ese nombre pensé que era un director italiano. No es el caso, aunque creo que tiene ascendencia italiana por parte del padre. La verdad es que lo pasé hasta mal viendo la película porque la gente se reía de una manera estruendosa con cada escena violenta que aparecía en pantalla, como si les estuviesen contando una sarta de chistes. La violencia nunca es algo que me haga sonreír. Me impone respeto y casi siempre procede de la gente más cobarde. Pero sí hubo dos cosas que me gustaron mucho: Mia, el sensual personaje interpretado por Uma Thurman; y la técnica de mezclar historias y secuencias en orden no lineal. Es verdad que esto en literatura se ha hecho mucho más de lo que la gente piensa, pero no es común verlo en el cine y me pareció muy logrado.  

Cuento todo esto porque creo que Chico Bizarro y las moscas bebe mucho del cine y también tiene mucho que ver con la violencia, con las mafias, con los ajustes de cuentas. Más allá de la historia violenta y corrupta de Paraguay podríamos afirmar que esa es la historia de todo un continente, y también en buena parte la historia de España, que aquí no se libra nadie de las moscas de la discordia; y esto se remonta desde la expoliación que nuestros antepasados cometieron en esas tierras. Sí, expoliación. El que hable de las bondades cristianas españolas en América no tiene ni idea de historia. Lo único diferente con la expoliación de otros imperios europeos es que los españoles nos mezclamos con parte de la población aborigen y creamos una raza de criollos y tintorerillos. Sí que es verdad que parte del orden eclesiástico se enfrentó con el poder político para intentar mejorar la vida de los campesinos e indígenas y que incluso se consiguieron aprobar algunas leyes igualitarias; pero en el día a día esas leyes eran papel mojado y los abusos siguieron siendo lo habitual. Por cierto, las moscas aparecen en muchos momentos del libro. No he anotado el número de ocasiones, pero son unas cuantas. De pronto estás leyendo un pasaje y se cuelan ahí, sorpresivamente. Son una presencia amenazante, creo que para los lectores no perdamos de vista lo importante. Me ha gustado muchísimo esa metáfora en coda de la degradación; ese señalamiento de la podredumbre de lo orgánico, de la descomposición absoluta a la que asistimos. 

Hace años investigando y escribiendo sobre los abigeos del Bolsón de Mapimí (durante el periodo novohispano) descubrí que todos esos individuos fuera de la ley —infidentes y abigeos que robaban ganado y caballos y se aliaban con indios— eran el resultado de la marginación y la pobreza, el lumpen de la sociedad de entonces. Y allí donde existe pobreza y marginación es porque hay una “élite” que se aprovecha del sudor ajeno. La desigualdad es la verdadera causante de gran parte de la violencia, y con el tiempo se ramifica y corrompe todo lo que encuentra a su paso. Y quien habla de México puede hablar también de Paraguay. Los siglos han pasado, pero la herida viene sangrando desde esos años. 

Dicen que en los primeros tiempos de la colonización de América los españoles se alistaban de a miles, y que prácticamente se peleaban entre ellos para formar parte de las expediciones que venían al Paraguay, pues habían llegado hasta allá historias de que en la Provincia Gigante de Indias había oro y todo tipo de riquezas. De hecho había algunos indígenas y expedicionarios que aseguraban haber visto aquel lugar. Los guaraníes llamaban a esas tierras el Mba´e Vera Guasu, la Tierra sin Mal, y muchos de ellos se asociaron con los españoles. Querían formar un equipo expedicionario para encontrar aquellas tierras y dividirse el variado botín. Era una sociedad equitativa: los españoles serían los dueños de todo el oro y la riqueza; los indígenas quedarían más que satisfechos con el hallazgo del Paraíso. 

Y esa desigualdad se aposenta en el tiempo y persiste: 

El Paraguay es una tierra muy rica, hay tantas cosas de las que uno puede alardear, pero tal parece que al igual que en Birmania, eso solo les sirve a algunos. 

Y llegamos al auténtico protagonista de esta novela: A Chico Bizarro, un personaje nada plano, muy complejo. Violento, chisposo, mafioso, inteligente, apasionado, que puede ser tan cruel como bienhechor, y sobre el que cae por todo el libro como un juego de luces y sombras constante. 

Yo no le hice caso, me sentía poderoso, sabía que había dos pistolas apuntándome a las bolas por debajo de la mesa pero no hice nada, porque me sentía poderoso, aun con dos cañones regodeándose con mis huevos, me sentía poderoso porque podía verle al jefe norteño una pupila más chica que la otra, y un tic nervioso casi imperceptible en el meñique izquierdo, podía verle que salivaba más de la cuenta y que se le erizaba el vello de la nuca: el jefe tiene miedo. Porque más miedo le tenés a lo que no sabés que a lo que sabés, más miedo le tenés a un signo que no comprendés, a un objeto que no tiene razón alguna para estar ahí, en un momento y un lugar que no le corresponden. 

O otra muestra de una frase que me pareció genial al leerla y que la subrayé enseguida: 

Uno vive y vive, y se muere por vivir, uno procura, intenta, hace lo que puede, se prostituye, se vende solo por vivir, por poder vivir, y un buen día dos balas van a visitarlo, la muerte juega al ring-raje, el destino hace delivery. 

Me ha sorprendido (y para bien) que una novela compleja con una manifiesta voluntad de estilo y con un grado de complejidad nada habitual en su estructura fuese en su día premiada; y también me ha sorprendido saber que la autora cuando la escribió tenía veinte y pocos años. El otro día un mexicano me señalaba por X-Twitter que le había encantado Novela B, y yo le señalé que esta de Chico Bizarro era anterior. Las dos son de Mónica Bustos. La conversación terminó con la promesa de buscar cada uno por su lado los libros que nos faltan por leer de esta escritora. 

Aposentada en el expolio en las obras de arte, con un conocimiento de las técnicas artísticas también impropio y nada habitual para una persona de esa edad; con una voluntad de estilo en un capítulo formidable, el de Vorticismo, en el que se demuestra el grado de ambición prosística que alimenta a Bustos, y, sobre todo, con un conocimiento del interior de los individuos que no es maniqueo, que es auténtico, porque la naturaleza humana es así de versátil y compleja; se busca y aparece el lado terrible y a la vez el lado tierno de Chico Bizarro; con ese juego de luces y sombras y esas técnicas del cine bien trasladadas a la prosa, convierten la lectura de esta obra en una lectura exigente pero al mismo tiempo enriquecedora.  

Editorial Calla Canalla ha reeditado esta novela para los lectores españoles y como siempre la edición resulta impecable. De hecho, esta fue la obra con la que iniciaron su andadura y nunca es baladí el libro con el que se inaugura un recorrido editorial. 

Me gusta lo que hacés compañero porque vas en contra del sistema capitalista ¿de qué me hablas? ¿por qué me decís compañero? porque somos compañeros no soy yo tu jefe no discúlpame pero está mal distinguir a alguien como jefe todos somos iguales con los mismos derechos y deberes si querés te puedo decir líder pero por sobre todo somos compañeros hijos de la patria buscando la libertad sos mi compañero en esa lucha contra el sistema opresor vigente que no le interesa más que a su propio bolsillo pero sos mi líder en este plan de combate activo-pasivo hacia la victoria ellos creen que porque uno es pobre te pueden derribar y esclavizar sin embargo somos pobres porque ellos nos acorralan buscan el monopolio económico del país. 

Todo está corrupto. Pero los individuos, luchan, sienten, aman, tratan de casarse (esa obsesión de Chico Bizarro por el matrimonio me ha provocado algunas risas) y tratan de salir adelante como buenamente pueden. Tan corruptos son los que aplican las leyes como los que se las saltan. 

La noche es lenta, las horas pasan, en cada estación se baja un montón de gente, no pasa nada, el detective se pregunta si acaso hizo algo mal o si es que el criminal ya no volverá a atacar, se va preguntando muchas cosas hasta que se da cuenta de que él está solo en el tren, completamente solo, y luego el tren se detiene, el hombre mira por la ventana y solo hay oscuridad, oscuridad en medio de la nada, y escucha unos pasos entre los vagones, alguien que corre hacia él… 

Hasta otra y muy felices reyes. No lean para pasar el rato; lean para empaparse de vida; lean a autores de este continente que habitamos y del que está más al sur; y de los de oriente y del que está al otro lado del océano y habla un mismo idioma, porque quizá si leemos y observamos sin prejuicios y sin ningún atisbo de superioridad podremos observar nuestros propios rostros. 

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Published on January 04, 2025 00:39

December 23, 2024

mamá. Un libro entrañable de Pino Montalvo jahrbeck. reseña.

Mamá, un libro entrañable de Pino Montalvo Jahrbeck. Reseña. 

A ver, Mamá siempre mintió sobre su edad. Era un tema tabú. Sus amigos creían que se había prejubilado. Es verdad. Todo el mundo pensaba que tenía seis años menos. Yo lo supe poco antes de empezar el instituto. Un día hurgando entre sus pañuelos. Descubrí su verdadera edad en el libro de familia, debajo de su nombre. Números escritos con letras: veintiséis de abril de mil novecientos treinta y nueve. Joder, Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Me la imagino de pequeña toda en blanco y negro. Puede que por eso pareciese más joven de lo que era, porque se lo acabó creyendo. Mi padre no quiso poner la fecha de nacimiento en su lápida. Solo la de su muerte. Cinco de marzo de dos mil dieciocho. Imagínate. Sus amigos vivos llorando a su amiga muerta. Van y descubren su verdadera edad. 

Yo más o menos lo asumí. Vivir en esa dulce mentira. Era fácil. No hablar nunca del tiempo ni de la muerte. Eternamente joven y bella. Mamá, no yo. 

He dudado varios días por cómo comenzar esta reseña. Lo primero que pensé fue en utilizar la figura de un poliedro para mostrar la irradiación de la figura materna en este libro, pero el poliedro es finito, y los muertos siguen vivos en nuestro interior hasta que nosotros desaparecemos con ellos. Luego pensé en hacer un símil con otras obras en las que la relación hija-madre me impactaron emocionalmente, siendo El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tíbuleac, con la que más semejanzas encuentro. Rosa Beltrán, una escritora mexicana, escribió otra obra inolvidable con la que encuentro similitudes afectivas, Radicales libres, una novela en la que la madre huye en una moto junto a su amante y esa ausencia marcará en profundidad a su hija. Aquí, en Mamá, de Pino Montalvo Jahrbeck, Editorial Calla Canalla, la figura de la madre está presente desde muchos ángulos, no huye, sino que muere de enfermedad, y la hija rememora en un fluir de tiempos entrelazados no solo la relación con su madre, sino la que tiene con su pareja; la que posee con su hermano, Pablo, y la que se establece con su padre tanto antes que Mamá muriese como después… Cuando él muera (refiriéndose a Papá) mamá morirá del todo. 

En el fondo lo que hace es redescubrir todos esos pequeños detalles de una vida por los que nuestra mortalidad se hace consciente. 

Me acuerdo cuando Mamá se rompió el labio con el mástil de aquel barco. Lloré a cántaros cuando le ponían los puntos. Fue en ese encuentro cuando descubrí tu mortalidad. 

Y así va conjugando todo un universo en una obra que poco a poco nos va aportando la información necesaria, pero que lo hace conforme se avanza y con una voz descarnada y sincera, irónica y rebelde, que desprende autenticidad, y en la que se ha limado todo artificio para ir a lo esencial: 

De vez en cuando me ponía sus pendientes. No todos. Los baratos. Las joyas buenas las escondía dentro del piano. A veces me llamaba por la noche, desesperada. ¿Te has llevado tú mi colgante rojo ¡No lo encuentro por ningún lado! Llevaba la cuenta de todo lo que tenía. Si alguna cajita se cambiaba de lugar, si alguna pulsera estaba dada de sí. Yo casi siempre perdía un pendiente de cada pareja. Después la evitaba y no le cogía el teléfono durante unos días, a ver si se le olvidaba. Pero nunca lo hacía. Me preguntaba por sus pendientes una y otra vez. Durante años. 

Siempre hay como un contrapunto entra la madre y la hija. Esa era Mamá, risueña y musical. Yo en realidad nunca he soportado a la gente.  

Y luego la relación con su hermano Pablo: 

Desde que nació ya parecía un niño abandonado. 

Asistimos a una visión sincera y sin edulcoramientos de las soledades que habitan en las edades maduras: 

Yo tengo casi cuarenta años y Pablo cuarenta y cinco. Su cara ha ensanchado. Está desmejorado. Apaleado. Le faltan dos botones de la camisa y se le ve el ombligo. Los pantalones roídos. Hemos entrado en esa etapa en la que nuestras circunstancias personales ya no le interesan a nadie.  

Y luego a pesar de los temas que trata es un libro alegre de leer, con frescura. La vida y la muerte conviviendo con una naturalidad aplastante. 

Se descubre que el auténtico vínculo se establecía con la madre, y que a partir de ahí todo giraba a su alrededor. Una vez desaparecido ese vínculo todas las relaciones cambian. La relación hija-padre también resulta muy especial. 

Cada día me parece un poco más viejo. Mi padre. Viene caminando hacia el coche, medio cojo, con el periódico bajo el brazo, me dan ganas de salir y abrirle la puerta. Pera esas cosas no le gustan; tratarle como a un viejo quiero decir. Le doy un beso en la mejilla, casi sin rozarle. Le pregunto por qué se trae el periódico al cementerio. Por si se alarga la tarde, dice mirando hacia delante. No pierde ojo de la carretera. Le señalo mi mochila en el asiento de atrás. Dentro he metido una botella de limoncello, dos vasos y una bolsa de hielo. Qué chorrada, contesta, ni que fuese una celebración. Bueno, Papá, es su cumpleaños, algo habrá que tomar. 

El libro acaba de ser editado y está igual de fresco que la voz narrativa de su protagonista. Y se puede afirmar sin temor a equivocarse que Mamá impactará en muchísimos lectores, muy distintos y muy variados, puesto lo que coloca ante nuestros ojos es esa parte emocional en la que nuestros propios vínculos familiares se nos presentan e interrogan. Es la primera novela de esta escritora y escribe como si no tuviese nada que perder o ya lo hubiese perdido todo. Escribe con autenticidad, dueña y reina de su propio mundo interior. A veces se te hace un nudo en el estómago mientras lo estás leyendo, pero al mismo tiempo te estás riendo. Es la emoción de la vida, con sus tragedias y sus comedias amalgamadas en un mismo trago. 

Salud y felices fiestas a todos. Que Papá Noel y los Reyes Magos os traigan libros tan hermosos como este.  

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Published on December 23, 2024 00:05

December 20, 2024

«De mantequilla», de elena solena. Reseña.

         “De mantequilla”, de Elena Solena. Reseña. 

Me gustaba más verlo tumbado en el asiento, con su sonrisa franca y sus ojos golosos, un tanto melancólicos. Me pedía a gritos que lo cuidara…. a su forma. Al plantar la aguja sobre su piel morena mi boca se llenó de un regusto a óxido que había olvidado hacía tiempo. Vino más veces. Pasamos muchas horas buscando ideas en esos archivadores. Tenía su fecha grabada en los dedos. Luego siguió con los ojos de Horus en un tobillo; se cubrió las muñecas con escarabajos; para la espalda le dibujé un Anubis precioso, con la vista al frente y las alas desplegadas; en un gemelo le puse a la diosa Isis y en el otro (y este era una de mis favoritos) la efigie de la momia de un faraón, con los ojos huecos y la dentadura a la vista… Cada cosa que me proponía era más atrevida que la anterior. Se abrió, ché. Ese chico tenía el alma destripada en esta camilla. Los que más fascinación le provocaban eran los egipcios, los jeroglíficos. Juntos explorábamos. <>, me decía, y, después de tatuarlo hacíamos el amor. Adoraba jugar con los significados, ocultarse tras sus símbolos, jugar a los dobles sentidos. 

Esa última frase: Adoraba jugar con los significados, ocultarse tras sus símbolos, jugar con los dobles sentidos, que se encuentra en el primer relato de este libro de Elena Solera, De mantequilla, Niña Loba Editorial, podría venir a definir bien todo el carácter de este volumen de relatos —siete para ser exactos—. Algo golpea tras la trastienda. Hay que abrir los ojos para ver los monstruos. Ver…, percibir…, principios de liberación. Lo cierto es que algo está en fractura, en descomposición… Tras las cortinas del teatro que es la vida se esconden nuestras obsesiones y nuestro lado oculto. Bordeando los desgarros de todo ser latiente quizá podamos emanar algo de luz hacia la superficie. Quizá cada ser humano sea un poco de eso: una lucha entre la luz y la oscuridad; aunque desde luego hay seres más inclinados hacia la abyección que otros, como podrá comprobarse a lo largo de este libro. 

. Percibo algo así como un juego asociativo con un trasfondo cultural que se da sobre todo en los dos primeros relatos: Rabia caníbal, y Los cactus. En el primero nos iremos a una recreación de los amores destructivos entre Marco Antonio y Cleopatra, pero en este caso no a los dulces y tórridos paseos en barca por el Nilo ni a esas noches interminables y locas de Alejandría, en las que sabemos que tanto Antonio y Cleopatra se disfrazaban y la vivían con gran intensidad hasta el amanecer —justo la hora de salir corriendo y resguardarse en palacio—, sino que en este caso nos trasladaremos a un local de tatuajes. Es verdad que Cleopatra fue una ptolemaica más; es decir, que esencialmente era griega. Contribuyó a reflorecer los santuarios de la antigua religión egipcia para sobrevivir a las luchas internas y resguardarse de las rebeliones que pudiesen aflorar por las tremendas sequías que se dieron por esos años; o sea, que más bien utilizó los antiguos cultos egipcios para mantenerse en el poder, pero no dejaba de ser griega en espíritu y en cosmovisión. No importa. Es un relato magnífico y también Shakespeare en su famoso Antonio y Cleopatra manejó las fuentes de Plutarco como le vino en gana, tanto o igual como Thomas North tradujo al inglés las Vidas Paralelas. Pero más allá de las fuentes y de lo tremendo e impactante que resulta el comienzo de este libro quisiera destacar el manejo de la oralidad. Solera tiene buen oído y sabe captar esas pequeñas variaciones que se dan en los diálogos humanos. La voz, la expresión corporal, cierto sadismo, y la memoria acaban fusionadas a ritmo de Horses de Patti Smith. El resultado es apabullador. 

. En el segundo, Los cactus, viajamos hacia ese atasco y sopor aflora en lo cotidiano. Situado en Los cabos es un relato muy inquietante, desasosegante.  

Amaneció lloviendo, como era habitual en aquella época del año en Los cabos, pero la lluvia sonaba lejana, inaccesible, como en otra calle, otra ciudad, otro mundo. 

Al leer esa frase me acordé de unos versos de Verlaine: 

Il pleure dans mon cœur 

Comme il pleut sur la ville; 

Quelle est cette langueur 

Qui pénètre mon cœur? 

Pero en realidad el relato es muy duro, en el que el paisaje de Los cabos se fusiona muy bien. El colocar de nombre Jonás a un personaje no sé si es una intención de retrotraernos a la historia bíblica, pero sí que puede contener algo de eso pues hay menciones a vientres. Se adivina el aleteo de una ballena oscura y maligna en este relato.  Lo cierto es que tengo la relectura (en su versión integra) de Moby Dick muy reciente y todavía veo cachalotes y ballenas por todos lados.

En un momento dado me di la vuelta y no vi a Mery, Víctor y Jonás. En cambio, el tío Manuel me observaba silencioso al lado de un muro cubierto de suculentas.  

—¿Quieres agua, güerita? —me dijo, y me alargó una botella sin etiqueta con sus brazos amorcillados por la manga de la camiseta. ¿Qué tienen en este país con las etiquetas?, me pregunté, y le di un trago. El agua estaba tan caliente que tuve miedo de que se evaporara en el espacio que tardaba en ir del cuello de la botella a mi boca. Al final de aquel pasillo divisé un cactus gigante, de los que allí se llamaban cardón, sano y con brazos gruesos como vientre de mula. 

Es verdad que yo elegí este libro por la cubierta. Cada vez me interesa menos leer las sinopsis y prefiero toparme con los libros sabiendo de antemano lo menos posible. Ver unos cactus ya me retrotraía a Sonora, uno de esos espacios geográficos-literarios más frecuentados en mi vida lectora; pero la amenaza hacia lo femenino y el machismo también se da mucho en Baja California Sur. Creo que todo esto puede ejemplificarse con una sola frase incluida en este relato: Me hablaba como un dueño habla a un perro que maltrata solo cuando no están las visitas delante. 

. Pasamos a ¿Dónde está el dinero? (Por cierto, nada más ver ese título pensé en una canción homónima de Quique González. Ya que habían aparecido hasta ese momento referencias a Patti Smith, Attaque 77, Mecano, y posteriormente lo hará Extremoduro, en el que asistiremos a todo un concierto (aunque es un relato muy duro), así que por qué no al bueno de Quique…, pero creo que fue más un deseo mío que una realidad. 

El relato comienza con una cita del Delibes de Cinco horas con Mario. 

Nos vamos a dirigir al espacio de las ausencias. Yo anoté palabras sueltas en una pequeña libretita que utilizo para aclararme las ideas: niños sin madre- silencios que pesan- las cosas que no se dicen- fantasmas de la incomunicación. Mejor no añadir nada más para no romper la inmersión que puedan hacer los lectores; tan solo citar una frase que no desmenuza mucho y que planea ese dolor que late entre sus páginas: 

Le miro la nariz de yorkshire. Alguna vez escuché a alguien decir que las únicas partes de nuestro cuerpo que no dejan de crecer a lo largo de toda la vida son la nariz y las orejas. La nariz de mi suegro sigue menuda como siempre, pero los ojos se le han empequeñecido. 

. Llegamos al cuarto relato, al que da título al libro: De mantequilla. Aquí nos trasladaremos al trabajo de la disección de cadáveres. Muchachos jóvenes que están estudiando y que planean el reto de pasar la noche en los sótanos de Anatomía y de Embríología II.  

Relato no exento de cierto humor negro:  

Yo, a los tres amigos de la camilla de al lado, me las imaginaba de dermatólogas. Entre láseres y acné todo el día. Es lo que les pegaba. Pero todo el mundo arqueaba una ceja cuando les contaba que yo quería ser forense. Ni siquiera don Salvador, el profesor de Anatomía, el de los pantalones sujetos con tirantes y las palajaritas de color pastel, se puso de mi lado. Y eso que, para mí, esta especialidad tenía muchas ventajas. La primera es que nunca jamás se me moriría un paciente. Y, por si fuera poco, no tenía ninguna posibilidad de hacerles sufrir. Errar en el diagnóstico podía traer consecuencias graves —que un asesino quedara suelto, por ejemplo—, pero nunca tendría una vida en mis manos. 

. En Después de un concierto nos topamos con un grupo de hombres maduros que se comportan como si fuesen un grupo de adolescentes: 

En fin, lo que somos ahora no tiene nada que ver con lo que éramos entonces. A estos tíos feos, gordos y viejos yo ya no los conozco. Es que no entiendo cómo piensan. Entran a las tías como si el tiempo no hubiera pasado por ellos. Como si no se dieran cuenta que ellas ven lo que somos: seis tíos feos, gordos y viejos. Toda la noche echando fichas, ¿y luego qué? No sufras, Prometeo. Aarón menos gordo, pero calvo como todos. Rafa menos calvo, pero con una barriga que no baja aunque se hinche a hacer burpess todos los días y aunque se empeñe en hincharse el pecho como un palomo. Y yo…, pues el tirillas agarrao de siempre. 

Supongo que con el No sufras, Prometeo muchos os habréis retrotraído al Agila de Extremoduro. Si no es así estáis escuchando demasiado a Debussy últimamente y os perdisteis la epopeya musical de un gran momento de juventud. Aunque en lo personal siempre me incliné más por ¿Dónde están mis amigos? Y otro petrolero que se habrá hundido. 

Llegamos a Los ojos vacíos…, uno de mis relatos favoritos junto a los dos primeros. 

No me resisto a incluir su primer párrafo: 

La mujer se pregunta qué tendrá debajo de la piel, tan clara. Es una mujer. Hace ya mucho que es una mujer, pero no sabe durante cuánto tiempo más podrá serlo. Sorprende que esté tardando tanto en darse cuenta de que todavía es ella. Es una mujer que envejece y que no sabe qué tiene debajo de la piel. Serán venas, grasa y músculos. A ratos no se lo parece. Cree que, si pincha su brazo con una navaja, no saltará nada, ni siquiera sangre; que será como cortar goma o, peor aún, corcho. Piensa un momento en la estructura chiclosa del corcho y en cómo el cuchillo se restregaría en ella sin llegar a atravesarla, hundirse, morderla. A la mujer le parece que la ropa que viste no se distingue en nada de su propia piel. Si no fuera por su cuerpo que mengua y se separa lentamente de los límites de sus ropas, pensaría que arrancarse el suéter o los vaqueros dolería de forma soportable, como duele el principio de una decapitación o un ahorcamiento. Ya no les queda comida. La mujer observa su piel y se pregunta si la enfermedad habitará ya debajo de ella. 

Hermoso y terrible. Pero allí donde solo aguarda el dolor y el paso implacable del tiempo también existió el efímero canto de cisne de un paraíso: 

Mientras espera mira a su alrededor buscando gente sospechosa. Ladrones, violadores y asesinos que, envueltos en la bruma de la noche, harán suya la ciudad. Las calles están vacías. El silencio la asfixia. Echo de menos los ruidos de los coches, las conversaciones…, ¿el canto de los pájaros? 

Se cierra el libro con quizá el más extravagante de todos los relatos, El cocodrilo, puesto que adoptar un cocodrilo como animal de compañía solo puede acarrear peligrosas consecuencias: 

Lo instaló provisionalmente en el cuarto de baño de arriba. Allí no llegaba el paso de agua. Para llenar la bañera subió unos cuantos cubos del pozo —aunque no fuera potable, seguro que era mucho más natural que la del grifo—. Le costó horrores. Sudó lo que no había sudado en meses. <>. No quiso quejarse porque entendía que su obligación era acoger a su nuevo compañero de vida en las mejores condiciones. Llenó la bañera hasta que el nivel llegó justo a la línea de los ojos amarillos. Al animal le brillaron con… ¿entusiasmo? Supuso que Lagarto no crecería tan rápido como para salirse de la bañera en una semana. 

Y hasta aquí la reseña y muestras de este libro. De mantequilla nos propone una inmersión en esos espacios de sombras que por lo general no solemos ver, pero que están ahí presentes y pinchan y duelen y laceran y se inflaman como pinchazos con espinas de cactus. Su literatura (al menos en este muy recomendable libro que es el único que he leído, pero tiene otro de relatos, Molino en ruinas, Biblioteca de autores manchegos, 2021) es de esas que tiene doble capa, juegos antagónicos, paisajes y situaciones cosmopolitas. En cierto sentido poseen naturaleza chejoviana, puesto que lo realmente importante es lo que se intuye y percibe tras la superficie. Desconozco si mis apreciaciones son acertadas, pero percibo cierta influencia de Sara Mesa. De hecho, siempre he creído que esta escritora es mucho mejor cuentista que novelista, y Mala letra fue un libro de relatos que me gustó especialmente en su día. Creo que no lo he releído desde entonces, pero guardo muy buen recuerdo. 

 Os dejo con esta tremenda frase del relato Después del concierto:  

No me extraña que, después de todo, acabe solo. Lo que me duele es no entender qué he podido ver yo en ese monstruo. 

Hasta otra.

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Published on December 20, 2024 23:49

December 14, 2024

«Historia para comprender europa oriental»/ Reseña

RESEÑA DE “HISTORIA PARA COMPRENDER EUROPA ORIENTAL” 

Por un sendero campestre perfumado de tomillo se llega al monasterio de Peribleptos, contado entre las diez iglesias más bellas del mundo por un viajero de la Edad Media. El monasterio se confunde con la montaña, se esconde entre la vegetación y sus vestigios sugieren su antiguo esplendor. Cuando se atraviesa una humilde puerta baja, he ahí una maravilla, unas pinturas serenas, como la Natividad de Cristo, la Transfiguración, la Dormición de la Virgen. 

¿Quién no se ha sentido alguna vez sobrecogido al entrar en una catedral, una iglesia, una capilla o un castillo? Da igual el templo e incluso da igual la fe que se profese o que no se profese, el arte sacro se eleva entre las más majestuosas creaciones de la humanidad; no solo creamos para ser un muestrario de credos, es el anhelo de una sustancia eterna que nos azuza como un fuego; es lo que nos diferencia con el resto de seres vivos, pues en realidad somos los únicos conscientes del paso del tiempo y de nuestra mortalidad. Una catedral no se construye pensando en el hoy; se hace pensando en el mañana, y algunas se prologaron en su construcción durante muchas décadas. ¿En nuestra modernidad tecnológica estaríamos dispuestos a crear algo que no solo superará nuestro tiempo de vida, sino que fuera un legado a seguir por nuestros hijos y descendientes? Evidentemente…, no. El hombre moderno es el ahora y el deseo por rellenar; no piensa mucho en la prolongación…, está rodeado de una inmensa cantidad de estímulos que lo secuestran; como mucho piensa en satisfacerse y en reproducirse como una ameba.  

Aquí, en la Historia para comprender Europa Oriental,  Niña Loba Editorial, de José Enrique Salcedo Mendoza, partimos del de la desmembración del Imperio Romano, de la tan controvertida (incluso para muchos historiadores) división entre Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente. No entraremos aquí en esas controversias, pero personalmente siempre he creído que una vez que Roma abandonó sus cultos primigenios ya fue otra cosa muy distinta. Lo cierto es que el de Occidente cayó en el 476 y el de Oriente (en el que germinó su propia idiosincrasia y su propio emporio comercial en Bizancio) sobrevivió hasta 1453, e incluso vivió épocas de gran esplendor al expandirse por territorios de África e Hispania; de alguna manera estuvo a punto de lograr otra vez una fusión territorial y bajo un mismo credo en casi todo el Mediterráneo. Esto es algo que se desconoce: la presencia bizantina en África y en Hispania y que este libro nos recuerda. 

El libro pues parte de una historia muy desconocida para el gran público. La mayoría de las personas conoce alguna anécdota o algún hecho histórico del Imperio Romano, bien sea algo de sus guerras civiles, de sus expansiones y guerras, y de los personajes más controvertidos y famosos que la habitaron; es verdad que ese conocimiento parte en la mayoría de las ocasiones del cine y las series de televisión, por lo cual tampoco es que digamos muy certero. El que crea que aprende algo de historia viendo una película como Gladiator o una serie como Bárbaros más vale que se jubile. Si bien, en la serie por lo menos los romanos hablaban todo el tiempo en latín, lo cual ya es mayor contribución que las dos películas de Gladiator, que con el permiso de los que gustan de “estos engendros de entretenimiento para masas infantilizadas” en mi opinión son enormes bodrios en todos los sentidos, en el apartado histórico y en el apartado cinematográfico y literario. Los guiones de Makinavaja, el último choriso estaban más logrados. 

Pero bueno, aquí nos vamos para oriente. Los antiguos griegos siempre sintieron una fascinación por lo que hoy sería el Oriente Medio; aquí viajaremos por el oriente de ese continente tan vetusto como es Europa. Cruzaremos toda la historia de Bizancio y veremos los continuos peligros y guerras que tuvo que afrontar: persas…, árabes…, normandos afincados en Sicilia…, búlgaros…, turcos selyúcidas…, cristianos en peregrinación de cruzadas (que esto no se puede pasar por alto, y que a veces destrozaron y saquearon todo lo que encontraban a su paso, fuese cristiano o no). Al igual que en los mejores momentos de la Roma Republicana, Bizancio tuvo que hacer frente a una pléyade de enemigos, y con peor o mejor suerte pudo sobrevivir a muchos. 

La separación también fue artística pues el arte bizantino es sinigual. No tiene punto de comparación con el occidental, y es que tiende a una representación de los mundos espirituales y es muy rico en adornos y en expresiones humanas. El rostro no es tabú, como si lo fue en buena parte en los primeros cristianos y en el judaísmo. Aunque los bizantinos adoptaron todas las técnicas del Imperio romano les fueron aportando su particular gusto; sobre todo se innovó en el uso de pechinas para sostener las cúpulas. Hay muchas más representaciones. Es más vistoso, y de alguna manera sobrevive en la iglesia ortodoxa rusa; véase los mosaicos, tan ricos y elegantes; el Iconostasio, que tal como su término deriva del griego, es una exposición de iconos en las iglesias y templos, y que si yo no tengo entendido mal era como el lugar en el que se guardaban el vino y el pan, o sea los elementos sustanciales de la eucaristía. 

Para terminar el recorrido por la historia de Bizancio se acompaña con un itinerario artístico, que puede servir de base no solo en consulta enciclopédica, sino también de viaje.  

Y de Bizancio pasamos a Venecia y a Creta, antes de volver al continente y adentrarnos en la historia de los protobúlgaros, los principados rumanos, Moravia y Bohemia, Polonia, y acabar con los caballeros teutónicos. 

Tristemente el capítulo dedicado a Venecia es de los más cortos, pero aun así contiene pasajes que nos pueden hacer comprender mejor el nacimiento de ese emporio comercial y marítimo que fue Venecia y de su enorme área de influencia artística y comercial en todo el Mediterráneo oriental, incluida Creta: 

Desde comienzos del siglo XV hay pocos testimonios de actividad artística en Constantinopla, reducida a una ciudad-estado empobrecida. Fue reemplazada como centro artístico principal, de forma paulatina, por la isla de Creta, donde las condiciones sociales y económicas bajo el gobierno veneciano eran favorables para la creación artística. Creta se mantuvo como principal centro cultural y artístico del helenismo hasta su conquista por los turcos en 1669. 

Esa va a ser una constante en gran parte del libro: los avances de los imperios van a ser frenados después por las invasiones de pueblos más allá del Danubio y por los turcos. No se nos puede olvidar que dominaron grandes partes de Europa, llegando a las puertas de Viena. Curiosamente, aunque no sean quizá muy queridos por la cristiandad, los líderes de la actual Rumania, Moldavia y demás territorios limítrofes, Vlad Tepes, el Empalador (la futura figura histórica que siempre se asocia al Drácula de Bram Stoker), y Esteban el Grande, supusieron un freno para las aspiraciones turcas, si bien en el primer caso su crueldad y su táctica de tierra quemada y de agotar todos los recursos dejó extenuados a sus propias filas. Muy posiblemente los turcos podían haber aplastado a estos “correosos rumanos”, pero les salía mucho más rentable freírlos a impuestos que ocuparlos militarmente. 

Vlad el Empalador —Draculea  es el diminutivo del nombre de su padre, Vlad Dracul, del que heredó el trono como cliente de Hungría (en la primavera de 1456)— se dedicó a restablecer la autoridad central con medios crueles; así su sobrenombre viene de la práctica bien real del palo como medio de tortura y de ejecución. Además de enfrentarse a los boyardos de fidelidad dudosa, se ensañó con los bandidos que perturbaban la seguridad de las vías comerciales. Dejó así una reputación de justicia sumaria, pero por encima de los privilegios. Su influencia se extendió al este, pues él fue tomado como modelo de centralización violenta por Iván el Terrible en Rusia. Su posteridad literaria se apoya sobre las ediciones contemporáneas de Buda, en la época de Mátyás Corvinus, del que fue aliado alternativamente contra los turcos. 

Vamos a asistir a vuelo de pájaro a una gran suma de cismas y herejías; de guerras y expansiones; toda la locura y la sangre humana derivada de enfrentamientos e invasiones; pero también vamos a asistir a alumbramientos literarios; a detalles de iglesias y lugares de culto; de arte, en definitiva. Siempre se encuentra un pasaje en cada capítulo que puede hacer volar nuestra imaginación. En este próximo que transcribo un viajero árabe se adentraba entre los Urales y el Volga: 

El geógrafo árabe Ibn Fadhlan viajó como secretario de una misión de los volga-búlgaros, cuyo imperio, la Gran Bulgaria, estaba situado entre los Urales y el Volga, muy al norte de la Rusia de hoy. En el primer día de su estancia fue testigo de un fenómeno: dos auroras boreales. Ambas se fueron acercando y representaron un combate de fantasmagóricos ejércitos. El Khan de los volga-búlgaros dio al asustado árabe la siguiente explicación: sus antepasados creían que las figuras que habían visto eran los seguidores del príncipe del Averno y las fuerzas paganas de los tiempos antiguos, quienes desde épocas muy antiguas luchaban unos contra otros cada noche. 

O en este otro de Moravia asistimos a la tremenda historia de Jan Hus, el líder de la revuelta herética de los Inusitas. Creo que la guerra que estalló tras su ajusticiamiento fue la primera en la que se utilizaron mosquetes y armas de fuego. Tanto Hus como sus predecesores se alzaron contra los colonos alemanes y contra el poder de la iglesia, que eran los que dominaban y expoliaban a las clases más desfavorecidas. Tras el ajusticiamiento de Hus (quemado por hereje en la hoguera) estallaron las hostilidades. Los huisitas quemaron y se apoderaron de numerosas iglesias. Yo desconocía que sobre estos rebeldes se mandaron hasta cinco cruzadas y que todas acabaron fracasando. En nuestra Europa occidental es mucho más conocida la herejía albigense que esta de los huisitas. Al final, como siempre pasa en la historia (desde antes incluso que los duros enfrentamientos de la edad antigua contra los Pueblos del Mar), se acuñó el posteriormente conocido como divide et impera latino, y la división interna ya consiguió frenar y derrotar a los elementos más transformadores.  

Jan Hus aceptó la invitación a un Concilio ecuménico reunido en Constanza; fue con un salvoconducto del emperador Segismundo. Violado después. Jan Hus iba con la esperanza de que aquella asamblea de eruditos que también se esforzaban por enmendar la cristiandad torcida se convencería de la justeza de su concepción. Pero los criterios del concilio y los del grupo de Hus estaban en contradicción. A poco de llegar a Constanza, fue detenido y condenado a muerte en un juicio inquisitorial.  

Denunciado por sus adversarios de Bohemia y atacado por los miembros de la Sorbona su proceso lleno de acusaciones y humillaciones (5 de junio-6 de julio de 1415) concluyó con la quema en la hoguera por hereje. 

Terminamos con los polacos y los caballeros teutónicos. Especial dedicación he dedicado a subrayar la historia de los dos Segismundo, y las particularidades arquitectónicas de Cracovia, sin lugar a dudas la ciudad más histórica de Polonia. La labor de reconstrucción tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial ha sido tremenda. Pero si se tiene la oportunidad de ver algún atlas de lo que era Cracovia (antigua Kraków) en la antigüedad, concretamente cuando formaba parte de la Galicia del imperio Austrohúngaro, lo recomiendo.  

Es una labor enorme de recopilación y condensación la que ha realizado José Enrique Salcedo Mendoza en este libro. Seis años de trabajo hay tras el. Y lo que pretende es darnos una visión general, aportarnos como una especie de fresco espiritual y cultural de toda esa parte de Europa de la que los occidentales desconocemos casi todo. Este es un libro que nos llevará a otros libros para complementar y hacer crecer nuestro conocimiento histórico y cultural. 

Una de las obras más impresionantes del gótico tardío alemán es Santa María de Gdansk (Danzig), creación de los caballeros Teutónicos. Se construyó en el transcurso de 150 años, entre 1343 y 1502. Es una monumental iglesia de tres naves, con capillas, con un amplio crucero donde se repiten las tres naves y con cabecera plana. Curiosamente cada nave tiene unas cubiertas independientes que dejan entre sí grandes limahoyas. Es una de las mayores iglesias medievales; puede acoger a 25 mil fieles. 

Si la imagen del fresco o del mosaico se impone a leer este logrado libro yo siempre he tenido en la cabeza que la imagen que representaría a nuestro mundo occidental sería la de Eneas cargando a hombros a su padre Anquises. Mal que le pese a mis antepasados cananeos esa quizá sea la imagen que representa con mayor fortuna el legado que somos; todo lo que nos ha precedido y toda la cultura que nos contempla. ¿Pero acaso Eneas no era también un refugiado sin patria? ¿Un exiliado, un hombre huyendo con los restos de lo que quedaba de una Troya en llamas? Eneas no fue un héroe perfecto, ni mucho menos, casi se tiene la sensación leyendo a Virgilio que todo le supera; pero en su mente y en su espíritu siempre tuvo claro que había que forjar la idea y la posibilidad de germinar la esperanza de un mañana.  

Eneas también venía de Oriente, aunque a veces se nos olvide. 

Hasta otra. 

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Published on December 14, 2024 00:01

November 30, 2024

Reseña de moby Dick, confrontación entre dos versiones

   En la serena quietud de los trópicos, es tarea sumamente agradable; más aún, es un deleite para un hombre inclinado a la meditación: estamos a cien pies sobre la silenciosa cubierta, avanzando a gran velocidad sobre el abismo, como si los mástiles fueran zancos gigantescos, mientras entre nuestras piernas, por así decirlo, nadan los monstruos más desmesurados del océano, así como las naves, en otras épocas, se deslizaban entre las botas del famoso Coloso de Rodas. Allí permanecemos, perdidos en la infinita extensión del mar, sin que nadie se mueva, salvo las olas. La nave se desliza indolente en su torpor; soplan los soñolientos alisios y en nosotros todo es languidez. 

    La literatura nunca deja de sorprendernos. Durante casi toda mi vida he leído y releído el Moby Dick sin tener conocimiento de que esa era una versión mutilada; que la versión original es casi el doble que la que se nos vendió, y que esto no se indicaba en las ediciones que leímos. En concreto, en la que conservo de mi juventud (ediciones Orbis, 1984), nada de esto se señala. No pone que sea versión recortada ni selección ni nada: traducción a seca, nada más. Por lo visto, esta era la forma habitual de editar esta obra desde sus inicios. Esta versión mutilada (de 308 páginas) era la versión estándar, podríamos decir. Fue David Pérez Vega, el escritor, reseñista y youtuber, el que por internet me lo señaló al ver la foto que puse. De hecho, creo recordar que a él le pasó algo parecido, pero que hace años que lo descubrió. Yo si no llega a ser por su comentario no lo hubiese sabido, y eso que he leído sobre este libro algunos estudios y apartados críticos, incluidos los de Harold Bloom, que están diseminados por toda su obra ensayística. La versión de clásicos de Penguin y la antiquísima de Orbis son las que he utilizado para esta reseña.

   Dicho esto, lo que yo pensaba que iba a ser una amena relectura de juventud se ha convertido en una confrontación entre la versión leída en mi adolescencia y la versión íntegra de la novela que casi triplica en páginas a la otra. Y puede que cause polémica lo que voy a expresar, pero creo que si yo hubiese leído la versión íntegra en mi juventud me hubiese aburrido como una ostra; aunque la hubiese acabado, de eso estoy seguro, puesto que casi siempre estaba castigado, ya fuese en la escuela o en casa, y de alguna manera tenía que rellenar el tiempo. Leer no fue un mero pasatiempo en busca de aventuras y diversión, sino una forma de libertad y evasión, algo así como transitar por carreteras internas en las que huir de los yugos impuestos. 

    Pero cuáles son las verdaderas razones de la censura que sufrió el original. Bueno, no sabría qué decir. Sí que es cierto que igual no solo fue por economía lectora (suprimir todas las partes más densas de filosofía y religión) sino también morales, puesto que se adivina una relación homosexual entre Ismael y Queequeg, que en la versión leída en la adolescencia no parecía tan nítida; y, por otra parte, la sociedad americana (en su gran mayoría) siempre ha sido muy moralista y proclive a la censura. No es algo nuevo de estos días, sino que hunde sus huellas en la ortodoxia de gran parte de los ciudadanos que la colonizaron, que solían ser lo más retrogrado y religioso de cada rinconcito del planeta. Luego, con el paso de los años, venera lo que en su propio día censura: véase Walt Whitman, D.H. Lawrence, los escritores beats y demás…, y de alguna manera los normaliza y vampiriza en su beneficio. Algún día hablaremos sobre cómo la muerte de Poe igual no tuvo nada o casi nada que ver con sus excesos y sí y mucho con la compra de votos. Era costumbre emborrachar y drogar a los votantes para conseguir de ellos su sufragio. No solo fue salvaje “el Oeste”, con sus forajidos, sheriffs sanguinarios, indios y demás…, sino que también fue muy bárbaro “el Este”, aunque esta parte los historiadores americanos no han tenido nunca demasiadas ganas de estudiarla, ya que se les caería buena parte de la falsa fachada de país de libertades y oportunidades que nos han querido siempre vender. 

   En fin, volvamos a nuestro querido cachalote y a la locura agresiva y vengativa del capitán Ahab. El capitán no hace acto presencia hasta el capítulo XXVIII. Hasta ese momento solo sirve para especulaciones.  

    No parecía tener huellas de ninguna enfermedad física, ni convalecer de ningún mal. Tenía el aire de un hombre rescatado de la hoguera cuando el fuego ha corrido sobre todos sus miembros, pero sin robarle una sola partícula de su compacta robustez de anciano. 

Y luego un par de páginas más adelante leemos una de esas frases que definen al tremendo personaje: 

    En la energía fija, intrépida y resuelta de esa mirada había una infinita fortaleza, una voluntad obstinada e indomable. 

 Que un personaje sea inolvidable y que no haga acto de presencia hasta bien entrada la novela (y zarpado el Pequod) explica bien la fuerza y la determinación del mismo. Podríamos entrar en la dimensión religiosa y casi metafísica de la personalidad del capitán, pero creo que es más sencillo que los lectores conecten con su obsesión vengativa. Aquí los dos personajes realmente increíbles y atemporales son: el capitán Ahab y el cachalote Moby Dick, que no deja de ser un símbolo, la índole sobrenatural del blanco; Ismael, Queequeg, y el resto de la tripulación solo sirven de títeres para que estos “dos astros” se destrocen entre ellos, con la salvedad de Starbuck, el contramaestre, que posee personalidad propia y es el único que se atreve a cuestionar a viva voz la locura del capitán Ahab. 

   Y cuando pensamos que la adrenalina va a escribir la historia, que el Pequod navega ya hacia su destino y nosotros, como lectores, ya estamos inmersos en él, el señor Melville nos “deleita” con un tratado de cetología que hará las delicias de todos esos insignes profesores de escritura y talleres literarios, puesto que es justo lo contrario de lo que suelen pregonar. Y es que realmente los talleres literarios pueden servir para dotar de cierto suelo económico la siempre precaria vida de los escritores, pero nada tiene que ver con aprender literatura y con el estudio del genio creativo. También pueden servir para hacer amistades y conocer gentes con las mismas inquietudes, eso no lo niego; pero para aprender a escribir mejor dedíquense a leer mucho y luego escribir y desechar mucho y luego a seguir leyendo, y así hasta el infinito. Hay un barniz similar en todos los escritores que salen bruñidos de los talleres literarios, como si de alguna manera hubiesen perdido sus propias personalidades en aras de eso que se llama la efectividad narrativa, lo cual no es sino otra intromisión del mercado editorial y de los clichés y modas estilísticas que soplan por barlovento.  

   Y de qué sirve escribir una novela endioasadamente perfecta, tanto en la estructura como en la economía de los recursos estilísticos utilizados; eso no sirve para nada, sus páginas se convierten en alpiste para pájaros enjaulados. Lo que la literatura y el arte necesitan son personalidades que nos engatusen y nos agarren de los hombros haciéndonos soñar despiertos. Por lo tanto, hay que amar las imperfecciones creativas de los seres humanos, puestos que siempre nos ofrecerán algo más intenso y libre que los estilos limados y la ya muy activa tiranía de los algoritmos. Por ello Moby Dick ha sobrevivido desde 1851 y se seguirá leyendo dentro de 200 o 300 años más, y eso a pesar de sea un despropósito en su arquitectura narrativa. O quizá no, porque puede que lo que intente aflorar es un gran desorden cósmico. Un iceberg flotante de este accidente que llamamos <>. 

 La novela, pues, va mucho más allá de un entretenimiento, y deja un poso que la hace revivir en nuestras mentes. Nos sigue hablando una vez acabamos de leer su última frase. Nos interpela. Y encima ha creado varios personajes inolvidables. Aquí hay una batalla religiosa; metafísica si se prefiere. Esto es la épica de la historia de una venganza; y aunque nos puedan sorprender las utilidades del esperma de las ballenas para muy diferentes usos: véase el alumbrado, de ünguento y medicina, etcétera, lo mismo nos daría que el capitán Ahab se enrolase en la banda de Jhon Joel Glanton y se internase en México a cazar cabelleras de indios, tal cual sucede en Meridiano de sangre, porque la épica de esa búsqueda y venganza va mucho más allá de las costumbres y usos en la caza de ballenas. Si Moby Dick fuese transfigurado en el cuerpo del anciano apache Nana (mucho más peligroso que Jerónimo, que era su cuñado si no recuerdo mal) la novela funcionaria igual, salvo con la salvedad de que en vez de un paisaje marino tendríamos que cambiarlos por las serranías desérticas y salvajes de Sonora, Chihuahua, Arizona, y Nuevo México, incluyendo la famosa Jornada del muerto, que recibió tal nombre de los españoles por las dificultades que padecieron para atravesarlo. Y en vez de mostrar todos los tipos de ballenas conocidas, podríamos mencionar todos los pueblos indios desaparecidos, y el resultado no sería muy distinto. He hecho este símil (aparte de mi devoción por las irredentas vidas de fronteras) por la tremenda huella que Melville dejó en algunos autores, incluido Corman McCarthy. Leyendo a Melville creo estar viendo al espíritu de McCarthy. De hecho, las dos grandes novelas de la que nacen todas las ramas de la literatura estadounidense son el Moby Dick y el Huckleberry Finn (y aquí también podríamos incluir —si se nos permitiese mandar al garete las estúpidas restricciones que imponen los géneros literarios— las Hojas de Hierba de Whitmann; la salvaje individualidad creativa de Emily Dickinson; y los ensayos de Emerson y de William James. Todo lo que vino después son hijos de ese suelo creativo. Ellos fueron los pioneros, los que cavaron y alzaron la primera edificación que resistiría el paso de las décadas.  

 Pero ahora dejaré mi sistema cetológico inconcluso, así como quedó inconclusa la catedral de Colonia, con su grúa aún en pie sobre la torre incompleta. Las construcciones pequeñas siempre pueden ser terminadas por sus primeros arquitectos; las grandes, las verdaderas, siempre dejan la techumbre a la posteridad. Dios me libre de terminar alguna vez algo. Todo este libro es sólo un esbozo. Menos aún: es el esbozo de un esbozo. ¡oh Tiempo, Fuerza, Dinero y Paciencia! 

Volvamos al océano y leamos al capitán Ahab en su furia desatada:  

¡Sí, sí —aulló con un sollozo terrible, animal, semejante al del alce herido de muerte—, sí, sí! ¡Fue esa maldita ballena blanca la que me cercenó, la que me convirtió para siempre en un inútil invalido! 

Después, agitando los brazos con desmesuradas imprecaciones, gritó:  

—¡Sí, sí! ¡Y la perseguiré más allá del Cabo de Buena Esperanza, y más allá del Cabo de Hornos, y más allá del gran Maëlstron de Noruega, y más allá de las llamas de la perdición, antes de abandonarla! ¡Para esto se han embarcado ustedes, marineros! ¡Para perseguir a esa ballena blanca a través del mundo entero, en cada lugar de la tierra, hasta que arroje sangre negra y se revuelque con las aletas al aire! 

   El capitán Ahab no miente a nadie. Es transparente en su delirio cual un obsesivo personaje shakesperiano, y lo creemos muy capaz de abofetear al sol. Y luego tenemos a la ballena Moby Dick, que por razones obvias aparece todavía menos que el capitán y la tripulación (una mezcla de cuáqueros y páganos indígenas; unos parias bañados en salitre y en manos de un destino atroz), y es que el cachalote blanco es el símbolo de lo inconmensurable, de lo que no se puede atrapar, del Leviatán; como si la voluntad divina o demoníaca no se pudiese comprender ni asir dentro de los códigos de la mente humana. 

  Una cosa no ha cambiado en las dos versiones: el final sigue siendo espectacular. Y los capítulos de la cacería (tres días consecutivos) me siguen hechizando, siguen siendo mis preferidos. Los relojes quedan suspendidos cuando leo esas páginas. 

  El tiempo ha pasado, pero nuestro cachalote blanco sigue resistiendo todos los arpones. Moby Dick tardó muchos años en ser un éxito, casi no se vendieron ejemplares y si no recuerdo mal la mayoría se quemaron en un incendio, por lo tanto, Herman Melville murió sin conocer ni un atisbo de ese esplendor que hoy en tantos lectores provoca su literatura. Pero…, ¿qué es el éxito?, ¿no es acaso un fracaso mayor?  

 Estoy seguro que Nathaniel Hawthorne si entendió y disfrutó de esta obra, que de hecho estaba dedicada a él. Los demás solo percibimos atisbos de parpadeos y llamaradas; fuegos de San Telmo; naturalezas indomables; obsesiones que destrozan… Y es que en el fondo se escribe para muy poca gente.  

 Hasta otra. 

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Published on November 30, 2024 00:59

November 9, 2024

Verdades como puños. «Deseo», de elfriede jelinek

    Verdades como puños.  

Reseña de “Deseo”, de Elfriede Jelinek. 

 La mujer ha sido sustraída a la nada, y es marcada de nuevo día a día con el matasellos del hombre. Está perdida. El hombre vuelca sobre él las palas excavadoras de las piernas de ella. De la mesa caen varios objetos que pertenecen al niño, y chocan suavemente con la alfombra. El hombre es todavía de los que saben apreciar la música clásica. Con un brazo, se tiende hacia delante y pone en marcha una cadena estereofónica. Resuena, la mujer se deja hacer, y vivan los mortales del sueldo y el trabajo, pero, ¿no es cierto?, la música forma parte de esto. El director sujeta a la mujer con su peso. Para sujetar a los trabajadores, que gustan de cambiar del trabajo al descanso, basta con su firma, no tiene que poner el cuerpo encima. Y su aguijón nunca duerme en sus testículos. Pero en su pecho duermen los amigos con los que antaño iba al burdel. A la mujer se le promete un vestido nuevo mientras el hombre se quita el abrigo y la chaqueta. Lucha con el alcohol, la corbata se ha convertido en soga. ¡Llegados a este punto, quisiera vestirlo de nuevo con palabras! Antes, la cadena de música ha sido puesta en marcha con un golpe bajo, ahora la música del plato cobra ímpetu, y mueve al director algo más rápido. Mangas de sonido saltan hacia adelante para intervenir, ¡un director tiene que sacar su rabo al mundo! Su placer debe perdurar hasta que se vea el suelo y los pobres, a los que se ha vaciado de amor, sean descarrilados y tengan que ir a la oficina de empleo. Todo debe ser eterno y además poder ser repetido con frecuencia. 

Se cumplen veinte años de la primera edición de esta novela en español. Fue en el 2004 cuando Elfriede Jelinek fue galardonada con el Premio Nobel, y entonces, como ha ocurrido este año con Han Kang, se escucharon muchas voces “muy alteradas” por la consecución de dicho premio. Entonces, como este año, se le minusvaloró y se le etiquetó de todas las maneras habidas y por haber —casi siempre tratando de arrinconarla y disminuir su posible nicho de lectores— de una manera y con unas formas que no son casuales, que persiguen un objeto y que se nutren de un desprecio por todas las literaturas que exploran el sometimiento de las mujeres a los dictámenes y a las violencias de los hombres. No es que nazcan esas críticas por una visión distinta en literatura (todos tenemos nuestros propios gustos y todos podemos ser virulentos en la defensa de nuestros postulados estéticos), sino que la mayor parte de la crítica literaria y de los youtubers y de los opinadores de literatura que tenemos en nuestro país son muy ortodoxos; en realidad, unos imbéciles que no son capaces ni de ser mínimamente objetivos sobre la calidad literaria o no de un libro. Ponen por delante sus ideologías y desde ella juzgan el mundo. No leen cualquier libro desde la objetividad que toda creación seria merece, sino desde las jaulas de lo que desean que leamos los demás. Aparte, son incapaces de leer algo que les saque mucho de su zona de confort. No desean que una creación les perturbe, sino que les reafirme. Y esto es un gran error, puesto que los ritmos internos de las creaciones artísticas siempre han avanzado por los sobrecogimientos y socavones que han provocado. El arte tiene que ser rebelde e incómodo, o por lo menos tener cierta autonomía de indisciplina social. Un escritor con visos de llegar lejos tiene que estar preparado para el linchamiento público, no para estar malgastando sus energías en las genuflexiones y esclavitudes que generan los aplausos.

A Elfriede Jelinek, el caso que hoy nos ocupa, nada de esto le importó ni en su propio país. Sus libros supusieron un escándalo. Este de Deseo que hoy reseñamos fue vilipendiado desde todos los ángulos porque se atrevió a tocar algo que no suele ser muy común: los abusos y violaciones dentro de un matrimonio, y no precisamente en los arrabales o en el lumpen, sino en la clase dirigente y empresarial austriaca. Toda la violencia sexual que soporta la mujer en este libro es también violencia económica y no puede desligarse una de la otra, si bien Jelinek va dejando pinceladas por aquí y por allá que en los pobres esto no cambia mucho: el decorado del abuso en todo caso, por lo que es algo estructural e incrustado en la sociedad. << ¡Nos tienen como reses y todavía nos preocupa progresar!>> exclama en una frase. 

Tenemos a un director, Hermann, y a su mujer. El director tiene una fábrica de papel con el que da trabajo al pueblo. También hay un niño que va a proseguir los actos de dominación y abuso sobre las mujeres en el futuro, por lo que esta semilla de violencia se va a seguir trasmitiendo generación en generación. De hecho, Gerti, la mujer, inicia una relación con un joven y vuelven a aparecer el mismo modus operandi, las mismas violencias y el mismo clima de dominación. El mismo desprecio hacia la autonomía vital, mental y sexual de las mujeres. 

No hay un hacer el amor en este libro. Todo es abuso y violencia. Todo está escrito para que sintamos asco, por lo que no es un libro sencillo de leer y para muchas personas resultará muy desagradable. Frases cortas y llenas de elipsis; metáforas sexuales en segmentos narrativos que avanzan plenos de violencia. A mi parecer, uno de los grandes logros de Jelinek es toda la crueldad y la repugnancia que provoca la lectura de esos pasajes en los que de forma reiterada y constante se abusa de Gerti. Son durísimos. No se anda con remilgos, y pese a esa crueldad y violencia tiene un lirismo salvaje y una construcción metafórica que revelan mucha calidad literaria. En todos los libros suyos que he leído hay una gran exigencia al lector, que no es sino un boomerang de la propia exigencia que la escritora se ha impuesto. Su prosa trata siempre de no quedarse en la superficie, de ahondar y llegar hasta las causas de las distintas violencias que se producen en nuestras sociedades, ya sean familiares, matrimoniales o económicas. No es nada sencillo leerla, pero tampoco es sencillo escribir así y tener tanto arrojo. Los escritores que de verdad permanecen son los que escriben con sangre sus textos y se lanzan a abrir las puertas de los abismos en cada página que ofrecen al mundo; el resto serán pasto del paso del tiempo y solo sirven para alimentar sus egos. Los escuchas hablar y lo primero que uno se pregunta en qué feria de las vanidades los han rifado, porque son todos calcados, hasta parecen cortados por un mismo patrón. Hasta sus libros son iguales. No hay diferencia, salvo el nombre de la novela y el nombre del escritor; pero hasta en eso parecen los mismos: no hay búsqueda, no hay sorpresa, no hay riesgo, no hay edificio lingüístico alguno, no hay retos, no hay nada más que vacío y hueco entretenimiento. “Literatura Netflix” se podría llamar.

Esta novela, pues, desagradará a la mayoría de los que se acerquen a leerla, pero la verdad es que hay más oficio detrás que en la mayoría de los libros que solemos frecuentar. 

Recuerdo que cuando lo leí por primera vez, en 2004, justo nada más ganar el Premio Nobel, me sentí horrorizado. Hoy veinte años después vuelvo a horrorizarme. Eso tiene su parte buena y es que parece que todavía mantengo la suficiente humanidad para seguir escandalizándome por cualquier tipo de abuso. El libro no ha perdido vigencia y tristemente así hay que señalarlo. La dificultad que supone su lectura no es algo que me limite. De vez en cuando hay que elegir libros cuya lectura suponen un reto porque eso es lo que más nos hace crecer como lectores. Con paciencia se puede leer todo, y no pasa nada porque la dificultad de un libro nos obligue a una lectura lenta y reflexiva. La sociedad que ejemplifica sigue siendo la misma y una gran parte de los hombres siguen viendo el cuerpo de las mujeres cual un mero objeto a capricho; un autoservicio del que disponer cada vez que se desee. No es algo que sea fruto aleatorio de unos individuos con el corazón maligno y el egoísmo por bandera, es algo que nos atañe a todos queramos o no queramos verlo, y que vive incrustado en casi todos los ámbitos del mundo en que vivimos.  

La mujer dice que el niño también tiene que comer. Su marido no escucha, hojea fugazmente su diccionario de bolsillo. La casa le pertenece, su palabra ya ha llegado allí y es considerada. Separa el sexo de su mujer, para ver si también allí se ha escrito legible. Penetra con la lengua, un día volvió a casa con ese arte como llovido del cielo. Un dios se regocija. Y pronto volverá a estar en la oficina y a bromear con su secretaria. ¡Tiene que exhibirse a sí mismo! Ensaya posiciones siempre nuevas, en las que, con pasos poderosos, lanza su carreta a las serenas aguas de su esposa y comienza a bracear como un poseso. No necesita aletas, nunca se pondría un trozo de plástico sobre su cabecita roja solo para seguir estando sano. Su mujer lleva mucho más tiempo sana. Se dobla sobre él, grita cuando de su bien equipada bellota brota toda una manada de inquietas semillas. Qué pasa. Tan fuerte solo puede crujir con el hielo alguien que no tiene qué preocuparse por su posición en la vida.  

Hay también una constante en la literatura austriaca y es la denuncia y el resquemor hacia su país. Tiene que ver con tristes episodios del pasado, con las dos guerras mundiales, el nazismo, sus crímenes, su implantación y defensa por muchos austriacos, y con el profundo aburguesamiento de determinadas capas de la sociedad. Muy diferentes autores coinciden en esta crítica constante que avanza desde los últimos años del imperio Austrohúngaro hasta nuestros días: Karl Kraus, Joseph Roth, Stefan Zweig, Ingeborg Bachmann, Thomas Bernhand, Peter Handke, la propia Elfriede Jelinek, Joseph Winkler, etcétera. Los escritores austriacos podrían definirse como ese breve aforismo de René Char que decía: Mi respiración es agresiva de nacimiento. Todos parecen estar enrabietados, hartos, ser hijos del agobio. Estas formas casi se han convertido en una seña de identidad de todo el arte literario austriaco, pero hunden sus raíces en todas las violencias que explotaron en el siglo XX y que, de alguna manera, siguen latientes. 

Jelinek es hija de esa tradición literaria, pero a su manera es también libre porque es una escritora indomable que huye de las tiranías que provocan los encorsetamientos. En mi opinión es una francotiradora que me recuerda cada vez que la leo (y releo) que este mundo sigue siendo una cosa muy salvaje y difícil de soportar; aunque a veces uno vive tan enfrascado en su pequeño paraíso artificial de lecturas y seres queridos que no somos conscientes de todas las violencias que conviven a nuestro alrededor.  

Recientemente la editorial Temporal ha editado su “Declaración de persona física”, que según puedo leer narra una persecución fiscal de la que fue objeto y que al final quedó en nada. Conociendo a Jelinek será otra obra dura y despiadada y con verdades como puños.  

Hasta otra. 

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Published on November 09, 2024 00:20

October 26, 2024

“Equívocos Árboles Caligrafías Personas”, de David Delfín 

Libertad, conocimiento y soledades en convivencia. Reseña de “Equívocos Árboles Caligrafías Personas”.

     «La renuncia entonces desbordando bares, pesadumbres y estacionamientos, quebrando voces e interfonos que ya no sabían quiénes éramos ni cuáles nuestras mentiras de siempre, ni por qué nos despertábamos con las primeras luces si la inexactitud era ya otra. Principio del crédito confianza, desahucio, evasión que trata sobre pececillos de oro para no tener que volver a los inservibles de la guerra: el coronel Aureliano Buendía con traje lunar hurgando en los comedores de la basura cósmica. Alas al dios antiguo de los árboles, que intercede y nos salva, restaurador de sueños al finalizar todos los sueños. 

Oh, tú, carmelita descalzo. 

Oh, tú, arcipreste de los rasguños que van acumulándose en las oficinas donde piden limosna los repartidores de prodigios online y acaba por extenderse una indefinición contable, imperceptible, que los médicos no saben cómo. 

Oh, tú, rey en la obediencia y doble clic en “enfermedad de la incomunicación”. 

La claridad tiene tantos bosques. Mi primera conjuntivitis fue la infancia, sentirme amparado al reducir el universo a los diez volúmenes de la enciclopedia Larousse».

Ocho de la mañana. El viento me azota en la cara y las nubes parecen dibujar formas grotescas en las que por segundos me detengo entusiasmado. Atento a las sorpresas que me depara la existencia y el azar, aunque a veces no lo parezca. Llevo ya tres cafés en el cuerpo y alguien me ha recordado que el sábado (por hoy) habrá que cambiar los relojes. “Ya, tan pronto…” balbuceo. Octubre siempre me retrotrae a la vivencia de un dolor muy intenso, pero que callo para que “las primaveras que me rodean” puedan seguir avanzando. Escribo apresurado en el móvil antes de que ya no puedo hacerlo. El pulso y los ritmos son más profundos y conscientes cuando escribimos a mano que cuando lo hacemos en pantalla; pero ahora mismo no puedo hacer otra cosa. Llevo encima el último libro de David Delfín, “Equívocos Árboles Caligrafías Personas”, gentileza del autor y de la editorial Maclein y Parker en su colección Mirto Poesía. Ayer estuve leyéndolos por segunda vez y antes de caer rendido por el sueño subrayé uno casi por entero, el que da comienzo a esta reseña.  

En este poemario se sintetiza todo: una captura de una sucesión de fragmentos entrelazados; una vida lectora; aspiración hacia lo pagano —o tal vez hacia lo sagrado— en un atisbo de fusión última con la naturaleza; toda esta realidad tecnológica y deshumanizada; nuestras “soledades en convivencia” que escribía Zambrano. Incluso la velocidad a la que pasan las cosas. Este ir corriendo hacia todas las partes y a todas las horas. Este no detenerse nunca y no darse cuenta de que somos lo que hemos leído y vivido, y nuestros sueños y pesadillas nos conforman con la misma intensidad que nuestros deseos. 

  La poesía de David Delfín — o también podríamos llamarlo «su cosmos poético» nace desde el subconsciente y la experiencia, pero en seguida se encamina hacia la reflexión. No hay página en “Equívocos Árboles Caligrafías Personas” que no incite a la reflexión y a expandir nuestras conciencias. A enriquecernos, en la extensión del acto lector. 

Lo primero a señalar y que llama la atención es la curiosidad del título: sin comas; parecen palabras sueltas. Un niño o un indio escribiría de esa manera, con esa libertad. De hecho el poema Voyelles de Rimbaud está escrito desde ese enfoque. Como un crío aprendiendo el abecedario del mundo. Pero aquí todo está planificado. Hay un trabajo detrás de perfeccionamiento del lenguaje y, desde luego, mucha reflexión. El poemario está estructurado en cuatro partes. Cada parte se encabeza con una de esas palabras que incide en una determinada temática: Equívocos Árboles Caligrafías Personas. Luego no es que vayan encaminados hacia la confluencia, sino que todos forman nuestra realidad; y cada una de esas partes son como fragmentos que se adhieren en un aliento común, como si todo el universo estuviese compuesto de partes sueltas o desgajadas y la labor del poeta (y por extensión la de la creatividad del arte) fuese fusionarlos, darles una totalidad corpórea y lingüística. Aquí es tan importante lo que se ha leído como lo que se vive. Lo que se siente y se percibe. Lo que duele. Lo que hace asirse a la esperanza. Es un escritor en posesión de su propia voz, de su propio territorio literario y vital. No tiene que demostrarle nada a nadie porque ya tiene una dilatada trayectoria literaria a sus espaldas y no parece anquilosado por la tradición. La hace suya. En cierto punto es asimilación y vanguardia. Late en él un corazón surrealista, pero tiene oficio borgiano y profundidad juanramoniana. Me recuerda a un místico con esperanza en el ser humano, pero con la suficiente inteligencia para no engañarse al respecto. Y es muy capaz de una reflexión profundísima en un verso (o frase) para luego al poco aportar un chasquido lleno de frescura y luz. Deambula entre esos dos polos: a lomos de la imaginación y en ansias de una libertad que esclarezca este conflicto o este milagro que llamamos «vida».  

¿Para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura? 

No teman. No creo que Delfín quiera destruir la literatura, sino más bien enriquecerla. Darnos su testimonio poético de su paso por la existencia. Somos sujetos con una historia detrás que nos precede. A la literatura le pasa igual y está luchando y emancipándose desde las primeras tablillas sumerias. Cuando se opta por una literatura arriesgada y se es consciente del pasado todo está en su sitio, aunque incluso para la oficialidad se infrinjan las normas y se deconstruya lo que muchos entienden por poesía. La poesía es mucho más que la formalidad de un verso cincelado al estilo clásico. Es una actitud vital. Es un estar siempre predispuesto al deslumbramiento; a las profundidades más abisales; a las distintas emanaciones de la divinidad; a las construcciones lingüísticas más osadas. 

Propongo que los lectores no solo lean cada fragmento o poema de este librito, sino que los copien. Son cortitos. Ya verán así los diferentes matices que aparecen por todos lados. Los prismas y los buceos de esta poética son muy intensos y variados. Dicen que una de las formas más profundas de conocer la literatura es traducirla, que ahí uno es absolutamente consciente de toda la paleta desplegada; de todos los ritmos internos; de las hogueras y los artificios. Aquí no hace falta traducir nada porque David Delfín habla y escribe en nuestro propio idioma. Y eso es una suerte.

Y, por último, antes de darle presencia y voz a una de mis partes favoritas, mencionar el bello prólogo y epílogo que vienen incluidos en este libro. El primero viene escrito por Jesús Aguado y el epílogo por Agustín Fernández Mallo. Yo me los salté para que mi experiencia lectora no estuviese de antemano condicionada por lo que hubiesen escrito, pero una vez leído el libro son un caramelo para disfrutar. Merecen y mucho la pena. 

La edición de Maclein y Parker es impecable. El buen gusto con el que editan, tanto en su colección de narrativa como en la de poesía, resulta evidente y se agradece. Únicamente señalar que no he encontrado la autoría de los versos que vienen incluidos en la contracubierta.  

Nada más. Les dejo con un pequeño fragmento de Personas. Toda buena literatura nos hace crecer y nos interpela. Pese a su brevedad estos poemas no son efervescentes y fugaces burbujitas de champagne, sino una bodega entera con «solera, duende y misterio»:

«Fray Luis y Unamuno entre otros cartógrafos de lo difícil. Una certeza lo es fuera del lenguaje. Ordenación de los lunes intentando recomponer escondrijos, ambulancias con suero Id-password, las risas interiores y sus rozaduras. Únase a la master class «Cómo distinguir el ingenio del asunto y el ingenio de la forma», Biblioteca Nacional, Paseo de Recoletos 20-22, Madrid; la multitud en imágenes gritándole a la Policía de los Hechos y las Simulaciones (PHS) —Marco Tulio con esposas, furgón con luces y sonidos de Playmobil, año 63 a. C.—; el tráfico, el éter, la distancia intervenida. Certeza de la desaparición no todo está en calma y del mundo extensión posible. Sobre el alambre distraídamente la incapacidad de salirnos de la mirada error. Supervivencia Fashion Week».

Hasta otra.

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Published on October 26, 2024 00:08

October 6, 2024

cAYO Julio CÉSAR EN LAS GALIAS

Confluyendo los distintos calendarios: 

Mediados de octubre del año 52 a. e. c. Todo ha terminado en el sitio de Alesia. El último intento por romper el cerco ha fracasado. Los muertos aún no han terminado de recogerse y el paisaje es digno de una pesadilla: miles de hombres exterminados entre una muralla y otra muralla. Al fondo la fortaleza de una ciudad sobre una colina, en apariencia inexpugnable. Los arvernos y sus aliados están debatiendo qué hacer. Ya no pueden resistir más. Vercingétorix propone suicidarse o entregarse.  

Ahí se ha librado una de las batallas más complejas de la historia. Parecía un plan perfecto. Arrastrar a César a una contienda en dos frentes. Limitar la hegemonía de las legiones con una superioridad numérica aplastante. En Alesia podrían resistir mientras otro ejército pillaba por detrás al romano, pero no contaban con el ingenio y la determinación de las tropas de Cayo Julio César. Cualquier otro hubiese perecido, pero a él se le ocurrió crear una serie de fortificaciones que les protegiesen del ejército de socorro galo que se aproximaba, y a la vez cercasen a las tropas del caudillo alverno para que estas no pudiesen abastecerse. En apenas unas semanas los soldados romanos construyeron un montón de trincheras y diques de agua. Empalizadas, almenas, estacas, terraplenes, con alturas entre veinte y veinticinco metros, toda una obra de ingeniería creada por un ejército diezmado y con hambre. En realidad, un prodigio. Toda la madera de los bosques cercanos sirvió para tales menesteres.  

En el otro lado el hambre era desesperante. Debido a esas obras de ingeniería romana no podían abastecerse de grano y las provisiones mermaban día a día. Todo el que no pudiese empuñar un arma debía de abandonar la ciudad. Marchar al encuentro del general romano y entregarse. No quedaba otra. César rechazó esa rendición. Desesperados volvieron hacia Alesia pero tampoco los suyos les permitieron entrar. Se quedaron a medio camino, en tierra de nadie, entre un ejército y otro. Perecieron de hambre allí en medio de los dos ejércitos, entre gritos de sufrimiento que no podían ser atendidos. Ninguno de los dos bandos tenía grano para alimentarlos, pero todos eran conscientes de lo que estaba sucediendo. Era una batalla terrible, de puro desgaste. La suerte de la guerra de las Galias se estaba decidiendo. 

Pero todo había empezado unos años antes, en el 58 a. e. c. Con el pretexto de ayudar a los eduos contra la invasión helvecia César entró en la Galia. Para ser exactos digamos que saltó desde la Galia Cisalpina, que era una provincia (lo que hoy sería el valle del Po) que dominaban los romanos. Podemos especular cuál era su verdadero interés, pero esencialmente creo que sería dos: emular las hazañas bélicas de Alejandro Magno, a quien César admiraba profundamente; y la segunda y menos poética era pagar o reparar sus inmensas deudas a sus acreedores. Ya en el pasado había incluso cometido sobornos para que le diesen un mando militar, el de Hispania Ulterior nació de esta guisa. Cuando pasó eso de Hispania César rondaba los 40 años, una edad inusual para tener un primer mando al frente de un ejército.

La fortuna de Craso le ayudó y le avaló contra la actuación de sus acreedores. Craso era el hombre que había vencido la rebelión de los esclavos encabezada por Espartaco y aunque había perdido prestigio político su fortuna no era escasa. Cuando invadió la Galia el triunvirato entre Craso, Pompeyo y César intentó poner orden en una República muy convulsa. Los dos hombres que después sería enemigos se admiraban y tenían entre ellos muy buena relación. De hecho, Pompeyo se casó con Julia, la hija de César. Lo curioso es que parte del Senado apoyaba a César y parte consideró que se extralimitó en sus incursiones por la Galia y por Germania. Consideraban esa guerra de César una guerra ilegal. Roma era un hervidero de conflictos. La República estaba herida de muerte, pero aún quedaba mucha sangre por derramarse. 

Ahora pongámonos en el lado de los Helvecios, pueblo de origen celta, marchando por el territorio de lo que hoy en día sería el Jura suizo, una zona de Europa con una naturaleza exuberante. La parte francesa del Jura es igual de sobrecogedora y tiene una morfología muy áspera. Es un territorio que he frecuentado mucho: la parte francesa del Jura en Mirelle y Escribir o escarbar, ambas incluidas en el volumen de relatos El emperador de los helados, Niña Loba, 2021; la parte actualmente suiza en la novela Estar aquí, Niña Loba, 2023. Hace miles de años tenía que ser increíble. De hecho, lo sigue siendo en parte, con un carácter de sus gentes muy peculiar. Hay vinos por esa zona en las que parece que el sol ha quedado atrapado.  

Los helvecios lo habían quemado todo: sus campos, sus casas, sus enseres… Así se viaja más rápido, sin nada que te lastre ni esperanza alguna por regresar. Llevaban el grano justo. Por esas tierras hay que viajar deprisa. Pronto llega el invierno y mejor que dispongas de un buen fuego para calentarte. Del otro lado los belicosos germanos les forzaban a escapar. Debían marchar al oeste; intentar parlamentar y negociar con otros pueblos, con algunos de estos ya tenían lazos comerciales y matrimonios cruzados; los pueblos en la antigüedad no vivían aislados, tenemos una visión muy equivocada; la humanidad siempre ha estado conectada; incluso muchas veces los dioses de uno y otro pueblo eran apreciados y venerados en otras tierras; en todo caso a los helvecios solo le quedaban dos opciones: cruzar por las buenas o someter a quienes les impidiesen avanzar. Era una cuestión de supervivencia. Hay historiadores que hablan de cientos de miles de helvecios en movimiento, mujeres, niños, ancianos… Un pueblo nómada luchando por sobrevivir.  

César reclutó legiones a toda prisa en la Galia Cisalpina. A lo largo de su mandato como Procónsul se saltó con frecuencia las normas. Si no lo hubiese hecho así habría sido aniquilado y la derrota es algo que se perdonaba peor que el estricto cumplimiento de las leyes. ¿Qué llevaba a las personas a meterse en las legiones romanas o a sus fuerzas auxiliares? Pues lo mismo que a los Helvecios: la supervivencia. Debías pertenecer en esas fuerzas durante décadas (creo recordar que alrededor de treinta años) para que tus descendientes tuviesen plenos derechos a la ciudadanía romana. Si tenías la suerte de sobrevivir y convertirte en un veterano podías optar a tierras en tus últimos años de vida. Quizá ascender en el escalafón militar. Los ejércitos romanos no solo dependían de las legiones, sino de tropas que en muchos casos procedían de sus aliados. La Galia no era una entidad uniforme: lo mismo que había pueblos que apoyaban a los romanos existían otros que estaban dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias por su libertad. Y luego estaba el botín que un líder victorioso y generoso como César le prometía a sus soldados. El negocio de la esclavitud era muy lucrativo. Durante toda la guerra de la Galia son numerosos los pasajes en los que César alecciona a sus tropas prometiéndoles grandes dividendos. A su vez esto le servía para exigirles grandes sacrificios. Lo cierto, es que en muchas ocasiones lo que prometía lo cumplía y sus partidarios (y él mismo) lucharon en el Senado para que sus veteranos tuvieses un trato justo. En cierta medida tenía una personalidad arrolladora y escribió numerosas obras literarias. La mayoría de ellas, como un tratado sobre los augures, se han perdido. Durante los duros y fríos inviernos en la Galia escribía sus Comentarios. Estos se “publicaban” al poco en Roma y eso ayudaba a conocer lo que estaba ocurriendo al otro lado. Literariamente son muy interesantes puesto que César evita laurearse y escribe sobre sí mismo en tercera persona. Ofrece una visión de la guerra y de los acontecimientos muy cercana a la realidad. Era un tipo listo y muy despierto y mucho más culto de lo que se cree. Sobre sus numerosos romances creo que ya hablé lo suficiente durante el apartado que dediqué a Cleopatra y Marco Antonio. Por cierto, un jovencísimo Marco Antonio participó en esta campaña de la Galia. Creo que tenía alrededor de veintitantos años por entonces y como todo buen romano estaba endeudado hasta las cejas. Las campañas…, los botines…, las minas…, las cosechas, los esclavos… y por extensión las guerras servían para paliar esas deudas. Hay que tener en cuenta que la competencia en Roma por ocupar puestos de relevancia era feroz. Pero no creáis que esto es cosa exclusiva de nuestros días o de los antiguos romanos. Algo tan lejano y tan tribal como la vida de los comanches era igual de estresante. Si los muchachos querían progresar en la vida tenían que acumular asaltos y “hazañas de guerra”. Hasta para casarte tenías que ser “alguien”. De ahí que la mayoría de partidas comanches estuviesen formadas por multitud de fieros y jóvenes solteros que anhelaban regresar con alimentos, armas, prisioneros y muchos caballos. Sobre todo caballos, que era el eje de la economía comanche junto a la carne de bisonte. También existían partidas de jóvenes rebeldes que decidían escaparse de “la férrea disciplina social” y hacer vida libre y amorosa por su cuenta. Si eran atrapados eran castigados con mucha crueldad. En fin, que en todas partes se cuecen habas. Pero no nos desviemos del tema: volvamos a los galos y a los romanos. 

La velocidad y la determinación con la que actuó César en muchas ocasiones fue clave para la victoria. Tanto con los helvecios como con los germanos esto fue determinante. Casi siempre estuvo en inferioridad. Es cierto que un ejército profesional como el romano era mucho más efectivo que miles de enloquecidos barbudos embistiendo sin mucho orden táctico, pero los galos tampoco eran mancos y en más de una ocasión, tanto en el pasado como en esta guerra, se lo hicieron pagar muy caro a los romanos. 

Pongámonos en el pellejo de los helvecios: te has quedado sin nada atrás. Tus tierras ancestrales ya no te pueden alimentar. Te espera la muerte o un futuro labrado a base de sudor y entrega. Y de pronto aparece ese maldito y engreído romano con sus legiones marchando y venciéndote una y otra vez. Cualquier escaramuza se convierte en una derrota sin paliativos. Parece estar en todos lados. Hoy ves a sus tropas en el recodo de un río y al día siguiente lo que a tu pueblo le ha costado hasta una semana cruzar los romanos lo hacen en un día; y ya no hablar sobre el puente sobre el río Rin que aterrorizó a los belicosos germanos. Otra obra de ingeniería digna de estudio.  

 El ingenio y la velocidad de César y los suyos es clave.  Y tremenda su tecnología y su capacidad e improvisación para la logística. Un ejército sin vituallas no es nada. Esto sigue siendo igual, tanto en la guerra de las Galias como en Ucrania o en el Líbano. Cuando un periodista habla de una división o de una brigada (pongamos por caso) se olvida de mencionar lo que lo abastece de comida, combustible y munición, que es enorme. Todo lo que queda tras una guerra es destrucción y miseria y todas las guerras tienen repercusiones insospechadas e inesperadas. Esto lleva ocurriendo desde los tiempos de Tucídides. 

En la época de César, Ariovisto, Vercingétorix y demás caudillos, el combustible es el forraje, el grano. Sin grano estás muerto. Miles de caballos perecerán y los soldados no resistirán ese tipo de batallas de fuerza bruta en la que se pasan tantas horas y horas de combate. No pensemos que luchan todo el tiempo. Atacan, retroceden, descansan, vuelven a atacar. Igual una batalla comienza al amanecer y decae con los últimos rayos del sol. Era muy exigente y agotador desde el punto de vista físico.  

Por ejemplo, lo que en realidad llevó a Aníbal a no emprender el asalto de Roma fue la imposibilidad de abastecer a sus tropas. Puesto que asaltar las fuertes y altas murallas de una ciudad tan enorme no iba a ser nada sencillo y llevaría mucho tiempo y mucho esfuerzo crear todos los artilugios necesarios. No tenía suficientes efectivos para esa contienda. Aunque tal vez si hubiese contado con un Arquímedes entre sus tropas púnicas y mercenarias quizá lo hubiese intentado. No es que no supiese ganar (como la propaganda romana ha querido con sus historiadores meternos en la cabeza a través de una supuesta declaración de Maharbal) es que no tenía capacidad logística para hacerlo. Se equivocó al pensar que tras la serie de derrotas que había infringido a los romanos estos claudicarían y solicitarían la paz.  

Dicen que Vercingétorix salió de Alesia en un caballo blanco, que desde la lejanía las victoriosas tropas romanas podían observar lo fornido y alto que era. Eso ha quedado inmortalizado en el famoso cuadro. Ese hombre galo y enigmático no estaba exento de genio y determinación. Los dos años anteriores a la rebelión alverna una dura sequía había asolado toda la Galia. A la devastación y el éxodo provocado por los romanos se había sumado esa sequía. El hambre lleva a la desesperación y este a la rebelión y a la guerra. Vercingétorix supo encauzar toda esa rabia acumulada. Más que hablar de alvernos deberíamos ser más correctos y calificarlos de una confederación gala encabezada por los arvernos. Eso quizá sería más exacto. Lo que había comenzado como una rebelión vengativa de los más pobres se había convertido en la peor amenaza para los romanos. Los arvernos y sus aliados fueron los que en realidad pusieron a las legiones de César contra las cuerdas, los que tuvieron en su mano la victoria. Vercingétorix fue el nudo gordiano de todos ellos. En Alesia los galos podían haber vencido. Y en el día anterior a esta rendición, a ese último y desesperado intento de romper el cerco, estuvieron a punto de lograr arrollar a las legiones romanas. Falto poquísimo para derrotarles. César marchó de un punto a otro de la batalla animando a los suyos en esa carnicería en la que perecieron tantas personas. Miles y miles. Los historiadores no se ponen de acuerdo en el número. En todo caso y por ambos bandos fueron muchísimos. Tuvo que ser espeluznante. El olor de los cuerpos putrefactos y los caballos agonizando es algo de lo que no se suele hablar, pero todas las memorias de los soldados de todos los tiempos coinciden en lo terrible que resulta escucharlos.  

Vercingétorix se rindió. Aún quedó un año o dos de resistencia de algunas tribus galas, pero después de Alesia estos esfuerzos no tenían ninguna posibilidad de salir victoriosos. Al líder galo lo mantuvieron con vida durante unos años para exhibirlo en los festejos del triunfo. Después lo estrangularon. Se cuenta que intentó ofrecer su vida por la no esclavitud de su pueblo. César perdonó a mucha gente a lo largo de su vida, pero con uno de sus principales oponentes no tuvo ninguna magnanimidad. Pero por lo que extraigo de todo lo que he leído sobre el caudillo galo creo que en el caso contrario tampoco lo hubiese tratado “con mucha delicadeza”. Está más que demostrado que los galos cortaban las cabezas a sus enemigos y luego, tras embalsamarlas, las colgaban como trofeos.

La sartén humana arde por todas partes. 

En la Galia esa “famosa clemencia de César” no se prodigó demasiado. Incendió ciudades sin ton ni son; asoló todas las cosechas enemigas que pudo y vendió como esclavos a miles y miles de personas (algunos estudios calculan que a un millón de personas; el mismo Plutarco ofrece unas cifras parecidas) y en su incursión en Britania exterminó a pueblos enteros como los usipetes y tencteros. Los ancianos y los niños de estos pueblos corrieron la misma suerte. No hubo distinción alguna. Todos fueron asesinados. 

Creo que Cleopatra estuvo presente en esos festejos que se celebraron en Roma. Por entonces César y ella eran amantes. César llegó a Egipto persiguiendo a un derrotado Pompeyo y allí se enamoró. Oficialmente era la reina de Egipto en visita oficial. Siempre hay que guardar las formas. O a las apariencias, aunque hasta el tendero más pobre de Roma sepa algo de tus tórridos romances. Además, no era una reina cualquiera: era la soberana de un territorio de cultura antiquísima gobernada por una dinastía griega, la Ptolemaica, y que poseía en abundancia algo muy necesario para los romanos: grano. Intelectualmente era una persona con la que César podía conversar de igual a igual. Claro que existía una atracción forzada por intereses políticos, pero la mente de ambos era muy despierta y parece que, en este caso, y pese a la diferencia de edad, si existió “un flechazo de película”. Pese a lo que hoy en día se cree sobre Cleopatra su principal arma de seducción no procedía de su belleza, sino de su conversación y su inteligencia. No era físicamente tan agraciada, aunque es verdad que los cánones de belleza de esos tiempos no eran los mismos. En todo caso César tampoco era un adonis para ningún canon (ni de antes ni de ahora), lo cual no le impidió una vida amorosa muy agitada.  

Muchos siglos después un muchachito rebelde de Charleville, un tal Arthur Rimbaud, escribió: 

«De mis antepasados galos tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera. 

Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época. 

Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza«. 

Evidentemente Rimbaud escribe esto en un acto de abjuración metafórico y literario contra todo su pasado francés (sobre todo en clave interna hacia la ausencia de su padre). Desconozco qué pensaría sobre Vercingétorix. De seguro que le caía mejor que Napoleón III.

Para saber más: 

. De bello Gallico (Comentarios de la Guerra de las Galias, Aulo Hircio y Julio César. El primer libro está dedicado a la guerra contra los helvecios y los germanos. El libro séptimo es el dedicado a los avernos. El octavo parece ser que lo escribió Aulo Hircio, amigo personal de César y algo así como su secretario para todo). 

. Tácito, Los anales, Libro IV. 

. Plutarco “Vidas paralelas”, Alejandro-César- Pericles- Fabio Máximo, etcétera. Cátedra. Letras Universales. 

. Vercingétorix, Jacques Harmand, Éditions Fayard (en francés). 

. César, la biografía, Adrian Goldsworthy, La esfera de los libros. 

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Published on October 06, 2024 02:53

September 29, 2024

Reseña de «EL BARÓN WENCKHEIM VUELVE A CASA»

  «Nuestra única tarea consiste en abarcar todo el territorio del temor, y qué significa eso, significa, claro está, investigar el temor con todas sus consecuencias, y yo lo entiendo en el sentido de que debes contemplar al hombre, no, lo diré de otra manera, en el sentido de que debes contemplar a todos los seres vivos de la Tierra, no, tampoco es eso, lo diré de otra manera, contempla todo cuanto existe en la Tierra, todos los miembros del mundo orgánico e inorgánico poseedores del carnet del partido de la Tierra, y ya verás entonces que el temor es lo más profundo que de se puede aprehender en el mundo orgánico e inorgánico, el temor y punto, no existe fuerza tan tremendamente fuerte, nada fuera de él es capaz de resultar determinante tanto en los universos de lo orgánico e inorgánico, de él se deriva todo, pero decir que él, al temor, se remonta esto o aquello es imposible, por eso no seguimos interesándonos por este punto, sino que afirmamos que ya está bien de pícaras excusas, que hemos de concentrarnos en el temor, y así llegamos a la conclusión de que el temor es la esencia de la existencia, he estado a punto de precipitarme y decirte que la existencia sólo puede afirmarse que está dirigida por el temor, porque Attila Jósef, te conviene recordar ese nombre, dio curiosamente con una expresión, y da igual si cobró conciencia del enorme territorio sobre el que proyectó luz con esa fórmula, sea como fuere, su genio acertó, porque efectivamente el temor a que cese la existencia, que de hecho se da siempre en un momento dado, es la fuerza más profunda que conocemos». 

Imaginen que los dioses, aburridos de tanta eternidad y de su condición de inmortales, deciden un buen día ponerse a escribir. Primero trataran de delimitar los límites del universo. Trataran de describir, que es lo mismo que asir, todo lo que compone este mundo: el barro, las piedras, el mar, el cielo, todo lo vivo y todo lo inerte, lo orgánico e inorgánico, la materia y la antimateria. Elegirán para ello la expresividad prosística que más se acerque a la música, puesto que la música es el lenguaje que con mayor entusiasmo podrá expresarse “la divinidad”. Luego, sucumbidos y magnetizados por el infinito tratarán de transformarlo en palabras. Tal vez describan la formación de un jardín y nos den las coordenadas de un monasterio; tal vez en la imagen de una garza que está a punto de levantar el vuelo descubramos una de las emanaciones más plenas de la belleza del mundo. En todo caso comprenderán que toda materia literaria es cosa ardua e incompleta, incluso para los dioses, y que por más que lo intenten jamás serán capaces de hacer presente a la totalidad del universo bajo las formas primarias y conocidas de la inteligencia.  

Aun así son las formas más puras y capaces de «domeñar el tiempo», puesto que la carne es corrupta y se arruga y perece y con cualquier superficie afilada se corta y sangra. Y en el fondo eso es lo que necesitamos: hacer presente la belleza en un mundo caduco y dominado por las fuerzas ocultas del caos; los dioses deberán de poner su mirada literaria en esos raros bichos crecidos y presuntuosos que se hacen llamar “humanos”. Son los mismos que —separados de su tronco natural por ser capaces de elevarse sobre sus débiles patas— han ascendido en soberbia y tecnología, que no en capacidades interiores. Tal vez los dioses crean erróneamente que las grandes personalidades mantengan algo de ese fuego prometeico que sus palabras desean expresar, porque todo creador quiere ser hoguera y los dioses han comprendido que la realidad no existe; que es un supuesto más e igual de errado que el resto; que todo depende del prisma desde el que se observen las cosas. Pero a la par que la eternidad es aburrida —y algo intensa y complicada de soportar— al final decidirán que ya que el infinito les provoca cierta melancolía es mejor bajar a la tierra y apresar entre palabras todo un conjunto de vidas en conjunto: un barrio, una aldea, un pueblo, una ciudad, qué más da, y ver de qué pie cojean cada uno de sus miembros. Se sorprenderán de las ambiciones que mueven a la mayoría de ellos; de las estupideces que los encadenan y los aniquilan cada mañana; de cómo malgastan sus fuerzas en trabajos inútiles; pero al mismo tiempo también descubrirán el cauce de una prosa musical y ahíta de sueños y trascendencia, como si en la sangre que les circula por las venas todavía existiesen ecos de un templo sagrado. Haces de luces entremezclados entre la claridad y las sombras; entre el acertar y equivocarse y errar y errar porque ese y no otro es nuestro destino. 

Ahora olvídense de los dioses (ya nos advertía Lucrecio que no hay que preocuparse mucho de ellos porque en el fondo no les interesamos lo más mínimo) y pongamos rostro al escritor divino: László Krasznahorkai. Es húngaro y busca el infinito. Comenzó su carrera literaria escribiendo un Tango Satánico, entre el barro, la música y la sordidez de esas vidas pueblerinas y golpeadas que él llegó a conocer en su época de vagabundeos. Luego trató de hablarnos de la materia y la antimateria y nos enseñó la corrupción de la muerte que a todos nos espera. A un nivel, casi, científico. Llamó a ese libro Melancolía de la resistencia, porque los libros siempre tienen que tener un título para que los editores y los lectores idiotas se queden tranquilos, pero podría haberlo llamado La Galaxia retratada y seguiría siendo igual de válido; en ese libro las almas más puras eras sometidas por la tiranía del orden, porque en este mundo las cosas más bellas y las personalidades más puras acaban siempre arrastradas y derrotadas por la tiranía, la locura, la desidia y la antimateria. 

Como Hungría es un país muy vetusto y cada cierto tiempo anda muy entusiasmado por autodestruirse buscó nuevas geografías. Quizá ansiaba y esperaba encontrar algo de pureza en la naturaleza más recóndita y salvaje. En cierta medida lo halló en una región perdida de Extremadura y a esa novelita la llamó El último lobo. Es la única con traducción al castellano que no está editada por Acantilado, sino por la Fundación Muñoz que apadrinó un proyecto creativo de invitar a escritores a pasar unos días en Extremadura y que luego escribiesen sobre ello. Krasznahorkai no perdió la oportunidad.  

Vinieron más ensayos narrativos con la complejidad y con búsqueda de voces que pudiesen captar algo de nuestra belleza decadente, Guerra y Guerra, Ha llegado Isaías. Todo escritor necesita conocer sus límites; saber la altura de la arquitectura que puede lograr; aprender a manejar todos los flexibles recursos estilísticos. Domeñar la crueldad del mundo que no tendrá piedad de sus aficiones y convertirlas en palabras. Ninguna catedral se puede elevar sin haber ensayado antes la construcción de una ermita. Fueron los años en los que László vivió en Nueva York, en el pequeño apartamento de Allen Ginsberg.  

Un buen día decidió que América también había que dejarla atrás y buscar esa belleza herida y perdida en paisajes y entornos más orientales. La felicidad debía estar en el este, hacia donde intuimos que puede vivir anclada la renacentista flor de loto y la pálido- rosa de los cerezos, y allá que se fue a vivir y a escribir. Ahora sí, muy consciente ya de sus propias fuerzas creativas, trató de describir el infinito y consiguió apresarlo en la descripción de ese jardín en Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río. Para un descendiente del resplandeciente príncipe Genji tuvo que ser muy deslumbrante “ese momento literario” que trató después de seguir ahondando en las emanaciones de belleza artística, en esas estampas narrativas que nos regaló en Y Seobo descendió a la tierra, que es uno de sus libros más complejos de leer y un auténtico muestrario de sincretismo entre lo barroco y lo oriental. En mi opinión su joya escondida. 

Como un escritor sin retos no puede mantenerse vivo durante mucho tiempo decidió que las huellas y revueltas de su vida ya eran excesivas y que se había acabado también el tiempo de los vagabundeos orientales. Decidió volver a Europa, a la decadencia con estilo y puñales de doble filo; al otoño de las hojas secas. Pero no volver a Hungría, eso solo lo haría en la ficción a través de El barón Wenckheim vuelve a casa, porque un escritor que se precie solo puede ser una máscara zarandeada por sus propios miedos y anhelos. Cansado de la tundra, de los espacios infinitos y de los jardines zen más majestuosos —porque la búsqueda de la belleza literaria es algo muy arduo y cansino de soportar— decidió que esta vez no describiría tanto; quizá algún precioso detalle de instantes detenidos, en esos paisajes en tren que tan característicos son de su literatura; en esas miradas furtivas por las ventanas en las que sus personajes de pronto “comienza a ver” y el tiempo queda como suspendido; y todos esos paisajes de esa Hungría que no ha cambiado un ápice desde los tiempos de las granjas comunales; que sigue siendo la misma herida sangrante pero con más asfalto y menos cultura; que una vez más vive arrasada, y en este caso y en estos años por el capitalismo, que es otra infección igual de dañina. Todo se compra, todo se vende. Las voluntades solo funcionan en el modo de qué puedo sacar de esto y cuánto puedo producir. Un horror. Siempre pierden los mismos.  

Y así llegamos al barón Weckheim, una novela que se editó en húngaro en 2016 y que, por fin en 2024, nos llega traducida. Si siguiésemos un orden de traducción debiéramos estar con Herscht 07769, que si no me equivoco es la que se editó el año pasado en su idioma original, pero vayan a saber ustedes cuándo podremos disfrutarla en nuestro idioma. Nada que objetar al también escritor y traductor Adan Kovacsics; el hombre estará haciendo todo lo que puede, puesto que esa prosa densa y hasta cierto punto apocalíptica no debe ser muy sencilla de amasar a nuestro idioma; aparte no dispondrá del tiempo suficiente para traducir tanto. No importa, con el paso del tiempo se ha convertido en un traductor inseparable de la obra de László Krasznahorkai y ya no podemos concebir al uno sin el otro. Es un tándem perfecto. La otra vez que sucedió algo así fue con el señor Miguel Sáenz y Thomas Bernhard. 

Y ya centrándonos en El barón Wenckheim vuelve a casa nos topamos una vez más con obra exigente y de vanguardia narrativa. Si bien, esta quizá sea de sus obras más accesibles, puesto que permite respirar y oxigenar la lectura. Que sea más accesible no quiere decir que Krasznahorkai ha deseado bajar el listón, no se equivoquen. Es un escritor que nunca hace concesiones al lector. Él busca la belleza, la inteligencia y la música interna de las cosas, porque en realidad esas son las manifestaciones creativas más perennes. Los párrafos ya no tienden hacia el infinito, porque ahora de lo que se trata es de dar una visión más plural. Siguen siendo largos para lo que la mayoría de los lectores están acostumbrados, pero son una minucia en extensión (que no en calidad) comparados con otros libros suyos. Un mosaico de personalidades que fluctúan entre la desesperanza y el sarcasmo; una especie de fresco etrusco situado en las inmediaciones de Szolnok (si no me equivoco con mis apresurados apuntes del libro y me escaso conocimiento geográfico de los pueblos y ciudades de Hungría, una ciudad cuya única referencia literaria que tengo es por libros de historia, porque fue abandonada cuando los mongoles invadieron Europa), y cuyo hilo conductor va a situarse en el regreso del anciano barón Wenckheim a su patria. Unos creen (por la falsa información periodística) que el barón ha regresado para donar su legado; pero la realidad es mucho más prosaica y lo que en realidad lo han empujado a irse es su familia, tras abonar esta todas sus deudas de juego en Argentina. No querían que “se manchase el ilustre apellido” por la ludopatía del barón. O sea, que en cierta medida lo han “largado”. 

El acaudalado barón sudamericano había abandonado ya la capital y, un día después de lo planeado en un principio, se dirigía a su localidad natal, volvieron a describir acto seguido su aspecto, para lo cual tuvieron que utilizar en gran parte las informaciones y las fotografías de los austriacos, y repitieron que viaja de vuelta a casa porque deseaba, en el ocaso de su vida, donar a la ciudad de forma excepcional parte de su inmensa fortuna amasada en las minas de cobre colombianas, un leal patriota, escribieron, un auténtico ejemplo, todo lo contrario de lo que escribían los ávidos periódicos sensacionalistas, aquellas mentiras, aquellos infundios infames, según los cuales lo había perdido todo jugando a las cartas, que si la mafia, que si la cárcel,…” 

Y de nuevo, por encima del argumento y cual marca indiscutible de un estilo que escribe para la posteridad, esa prosa densa que contiene meandros que atisban el infinito y lo absoluto, y toda la estupidez y sordidez de los seres humanos y sus ambiciones idiotas. Con todas las preparaciones que se dispensan en el pueblo al barón no puede uno más que reírse; que si el coro que no sabe pronunciar en húngaro Argentina; que si el barón arreglará los desperfectos de la ciudad y el abandonado palacio; que si el carruaje para recibirlo; la prensa, los focos; que si todo el pueblo engalanado para cuando el barón baje del tren. Esa parte es desternillante, y la del carpintero y la cama es magistral, unas páginas para lanzárselas a las caras de todos esos mamarrachos de literatos españoles que se pasean por nuestros periódicos y emisoras de radio hablando de literatura. Bueno, eso es ser muy generoso: hablando de sus tonterías y egos, de literatura saben muy poco. Si bien, en esta ocasión, Krasznahorkai apuesta más por la suma de partituras para seguir creando una sinfonía divina (divinal-dimensional) cuya música se desliza entre la añoranza y la verdadera situación anímica de una Hungría que asolada por el totalitarismo vuelve a ser hoy en día asolada; “ese nada ha cambiado”, “ese todo sigue igual”, que se repite constante en muchos momentos del libro, esa desesperanza en una realidad que anula a los seres humanos convirtiéndolos en meras comparsas, en insanos productos de consumo, en banalidades sin espíritu y con ambiciones triviales. 

Hay una constante en toda su obra (aparte de la exigencia y la no concesiones al lector; es decir, el respeto máximo a la literatura) y es la despiadada lucha entre seres de luz y tiranos del orden; una confrontación que resulta más espiritual que social, como una gran desavenencia entre el matrimonio del cielo con el infierno, parafraseando el famoso poema de William Blake. Muchas veces aparecen intelectuales de música y ciencia que han perdido toda esperanza, todo asidero, toda fe en el futuro; recuérdese, por ejemplo, al Sr Estzer en Melancolía de la resistencia, el cual vivía postrado en la cama cual un Juan Carlos Onetti. Aquí salen varios que podrían considerarse sus “hermanos de espíritu”: el Profesor, el propio barón, etcétera. También hay guiños a dos de sus libros más conocidos: Tango Satánico y Melancolía de la resistencia, las dos llevadas al cine por ese dúo inclasificable y titánico que formaron Béla Tarr y el propio László Krasznahorkai. 

László Krasznahorkai se nos hace mayor. Ya tiene 70 años y posiblemente ha forjado «la mejor literatura europea que se está haciendo desde finales del siglo pasado a nuestros días». El barón, en cierta medida, tiene algo de él, de ese vislumbrar su final y evocar cierta nostalgia sobre los amores y las geografías íntimas que se quedaron por el camino. El personaje de Marietta (Marita en realidad) es de una belleza interior despampanante, de esos personajes que se pueden decir que superará los límites del tiempo quedando en nuestra memoria lectora para siempre. Sufre una tremenda transformación interior durante el libro y es el más vitalista de todos los personajes que se nos presenta.

  Como siempre, los múltiples secretos de este libro se abrirán como una flor en esas futuras relecturas que sin duda haremos y que se sumarán a las del resto de su obra. Son ya casi veinte años leyendo y releyendo a este autor; a este monje moldeador del barro; a este místico de la belleza de las tormentas; a este superviviente del Deméter (el nombre del barco en el que viajaba Drácula). Pese a ello me saca más de veinte años en el tránsito nómada hacia la nada. 22 para ser exactos. No hay esperanza alguna leyendo a Krasznahorkai; pero la mejor belleza prosística aflora y toda su obra es un homenaje a la mejor literatura, tanto la húngara como la universal. Las menciones a Dante son tan evidentes que sin duda son una bromita que con mucha ironía nos ha querido lanzar el húngaro. En realidad, uno de los mayores manipuladores de la historia de la literatura fue Dante, y lo que le hizo a Virgilio sigue resultando (después de tantos siglos) imperdonable. Con Lucrecio, que sin duda fue el padre espiritual de Virgilio, no se atrevió, porque Lucrecio lo hubiese destrozado. Algún día hablaremos sobre ello, por supuesto en clave literaria, que es la única que nos interesa; pero ya el texto con el que se habría esta reseña señalaba otra de sus grandes influencias literarias: el gran poeta húngaro Attila József. 

Ahora que Krasznahorkai empiece a ser muy premiado quizá llegue a muchos más lectores; es muy posible que esté dando por fin ese gran salto que tanto se merecía desde hace ya tantas décadas. Si se tiene paciencia y respeto por la majestuosidad de una obra tan profunda y singular, el húngaro hará saltar todos los goznes y llegará a formar parte de nuestra cotidianidad lectora. Yo casi no concibo que pase un año de mi vida y no leer o releer algo de él. Es como una cita con la divinidad que tengo en mi agenda siempre preparada. Porque él es un escritor divino, de los que sobrevivirá al paso de los siglos; el escritor de la tundra y los monasterios; del barro y el Tango; el escritor del fin del mundo; capaz de hacer bailar a los astros en una taberna si le da la gana o de darnos las coordenadas de un monasterio Zen; de explicarnos cómo se hace una máscara Noh del teatro japonés y de mostrarnos esa última resistencia de naturaleza salvaje en la figura de un lobo extremeño; o también en la de un guardabosques retirado llamado Herman, que es su mejor relato de las Relaciones misericordiosas y una pequeña síntesis espiritual de su oposición a la mediocridad. Los trenes…, los guardabosques…, los perros…, las ventanas…, siempre están presentes en su literatura. En una literatura que invoca y nos provoca crecer en inteligencia sapiencial. No solo nos seduce con su belleza prosística, sino que nos conquista por su intelecto. Es capaz de todo. Capaz de hacer regresar a un barón en horas bajas y convertirlo en una fiesta. En una fiesta macabra y muy sarcástica de perspicacia narrativa y coral. En LITERATURA INMORTAL, con mayúsculas y a viva voz, como se tienen que gritar las cosas que de verdad merecen la pena. Su prosa es un santuario que debiera ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad.  

Que suene la orquesta del Titanic. Alcemos nuestras copas a rebosar de pálinka y brindemos. El barco se hunde, ¿y qué? No hay esperanza, ni para el barón ni para el profesor ni para Marika ni para ninguno de nosotros…. Todos los trenes nos arrollarán hasta dejarnos aplastados. No importa. El mundo es bello y los dioses nos envidian. 

Hasta otra.

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Published on September 29, 2024 00:22

September 16, 2024

REseña de «La trilogía de los milagros», de Santiago Ambao

  La nueva entrega de la Editorial Calla Canalla recupera tres novelas cortas del escritor argentino Santiago Ambao. En concreto son La invención de Dios, La última joda de Rinaldi y Un milagro al revés. La trilogía de los milagros es el título que los engloba y recopila, y ya veremos que no es un título elegido al azar. Al parecer, según tengo entendido, se editaron en Chile hace ya algunos años, y es que este autor, que vivió en España una década, parece haber sufrido una auténtica diáspora con sus libros pues han aparecido editados tanto Chile como en Argentina y España. Más allá de los azares de edición no lo conocía y este ha sido el primer libro suyo que he leído. 

Comenzando por La invención de Dios lo primero que me ha llamado la atención es el sarcasmo y el ritmo trepidante. La narración es muy directa y las diferentes sucesiones de diálogos, emails, noticias de prensa, comunicados y faxes contribuyen a ese ritmo. La historia no tiene desperdicio: un grupo de curas de Villa Lorenzetti dejan de creer en la existencia de Dios y ocupan la catedral que se iba a inaugurar en unos días. Hacen comunicados y asambleas, repelen los intentos de desalojo de la policía, secuestran al cardenal y lanzan un ultimátum a Dios para que hago acto de presencia. 

Sí, todo eso que les cuento y mucho más. Y solo en unas pocas páginas y con un humor desbordante y muy inteligente. De esas narraciones que entre líneas te están hablando de muchas cosas más; que convierte todo en una sátira y que muestran las diferentes falsedades sociales y sistémicas en las que nos apoyamos. 

No creo en Dios, y menos en que sea el padre del cielo y de la tierra, no creo en Jesucristo su único hijo ni en la santidad de la Iglesia Católica ni en la comunión de los santos ni en los pecados ni en el perdón de los pecados ni en la vida eterna ni en ninguna de esas pavadas que de chicos nos enseñaron para manipular nuestras consciencias e inculcarnos una culpa inexistente, cuya única finalidad es subordinarnos a la superestructura. 

Son las declaraciones que los curas insurrectos han impreso en unos papelitos para los vecinos de la localidad, los cuales comienzan a apoyar de manera masiva a «los ocupas de la catedral».  

Pudiese pensarse que estamos ante un texto meramente provocador y en una dirección muy concreta pero no es del todo así. Esto puede leerlo cualquier persona con cualquier convicción religiosa y, en realidad, reparte estopa para todas las partes. Quizá en estos tiempos no estamos muy acostumbrados a movimientos heréticos dentro del seno de la iglesia, pero durante muchos siglos fue una constante, y la autoridad eclesiástica fue muy cuestionada durante muchos siglos. Basta pasearse por el sur de Francia y saber un poco de historia para darse cuenta de los tremendos conflictos que se originaron, con represiones, batallas, asedios y matanzas indiscriminadas. 

Para no desmenuzar lo que ocurre en esta singular obra tan solo diré que durante su lectura me preguntaba cómo iba el autor a resolver el embrollo de la presencia o no de Dios con el ultimátum lanzado, que eso (literariamente hablando) no iba a ser sencillo. Yo suponía que iba a ir por una dirección; pero la verdad es que me sorprendió y tomó por otra que no me había imaginado. 

Llegamos así La última joda de Rinaldi, que es otra novela corta y no menos sorprendente que la anterior. Nos situamos en un viaje de negocios en tren en el que varios personajes se desplazan hacia Tucumán. A Valdeprieto le asignan a Rinaldi, un individuo que parece que «está maldito» y que atrae la mala suerte, y no sabemos si, por cosas del azar o porque en realidad es un auténtico gafe, la mala suerte se va cebando con los viajeros y la empresa de trenes quiebra, el gobierno argentino desaparece o colapsa, el tren se estropea, y los viajeros se dividen en dos bandos antagónicos y enfrentados entre sí.  

Aquí el azar y la fatalidad zarandean a los personajes y los convierte en “trapos”, como si todos los planes para la sociedad o para el futuro (la consecución de ese negocio con los uruguayos que nunca se consuma) estuviese en manos de una concatenación de casualidades tan precaria y arbitraria que todo resultase muy frágil. Desde luego que también puede verse en clave social y política, sobre todo ese enfrentamiento entre los diferentes dos grupos de viajeros que nace del tren accidentado. 

Veamos esa concatenación de casualidades fatales:  

En ese momento, Valdeprieto comprendió que aquella larga cadena de mínimas fatalidades que lo llevaban hasta ese vagón de clase turista no habían sido fruto del azar. Su auto se había roto dos días antes, por entonces no le importó porque pensaba viajar en avión. Pero una huelga de pilotos trastocó los planes. La secretaria buscó algún billete en micro, al menos un viaje en coche-cama sería soportable. Pero había una convención religiosa bastante importante en Tucumán, un congreso de curas o algo así, creyó recordar, y los pasajes estaban agotados. 

Ese grupo de curas y monjas que viajan formaron uno de los bandos en el tren accidentado. Aquí también hay una inmersión muy inteligente entre las relaciones de poder y las ritualidades; entre la desaparición del estado y que todo en nuestro universo está supeditado a la supervivencia. 

Situémonos, el tren ya está accidentado: 

No irían por ellos debían rebuscársela por sí solos. Valdeprieto reflexionó en silencio. La rubia y el petiso caminaron otra vez hacia la puerta. Antes de que salieran, Valprieto dijo que aun cuando la empresa hubiera quebrado, alguien debería hacer algo. El estado, por ejemplo. 

La rubia lo miró por primera vez con ternura. Sus facciones se ablandaron, casi se le dibujó una sonrisa. Se le notaba más por unos pequeños hoyitos en sus mejillas que por un movimiento de sus labios. Pero la expresión era inequívoca, y Valdeprieto sintió un placer vago. 

—Es que ya no hay estado —dijo la rubia. 

De todo esto puede extraerse la metáfora que los argentinos están solos en su lucha por la supervivencia y en medio de una lucha fratricida entre dos bandos irreconciliables. Quizá habría que elevarse un poco desde esa visión local y extrapolarla a otras latitudes y continentes, porque no deja de ser algo que se produce a diferentes escalas en otras partes del mundo.  

Es igual, cada uno puede interpretarlo como quiera y la sutileza y la inteligencia de Ambao construye todo un sistema de fallas internas que van emergiendo conforme se va avanzando en la lectura. 

No quiero pasar por alto algo que me ha gustado muchísimo: su capacidad narrativa para en unas pocas frases saber captar el caos de la situación y las diferentes y plurales ópticas que están sucediendo en un mismo espacio. Fijaros en la cantidad de cosas que están pasando en unas pocas líneas, leed lentos: 

El resto asintió. Valdepietro volvió a mirar su reloj. El petiso le preguntó con mal tono por qué no asentía. Valdeprieto se excusó, se había distraído. La rubia de ojos grandes le exigió atención, no querían tibios sino activistas valientes. Valdeprieto dijo “bueno”. 

La mujer que hablaba y fumaba al mismo tiempo propuso formar tres subcomisiones para elaborar las propuestas. No se mostraba interesado. El tipo alto y flaco lo vigilaba con desconfianza. Valdeprieto miraba a la pelirroja. Ella estaba en otra subcomisión, parecía cada vez más a gusto en aquel ambiente. Valdeprieto empezó a hacerse la idea de que debía resignarse. Ya habría perdido el contrato. Se disculpó y bajó del tren. El tipo alto y flaco lo siguió con la mirada. 

Es todo un cosmos. Y encima en un espacio muy reducido: un tren. 

Y así llegamos a la última novela corta incluida en La trilogía de los milagros: Un milagro al revés. 

Otra muestra más de sátira desternillante. Nos situamos en un pequeño pueblo, Florindo Saucedo. Esa es una constante de estas tres novelas cortas: ninguna sucede ni en Buenos Aires ni en su periferia, ya sea en metáfora o citadas de una manera realista. Ahí en ese pueblo asistiremos a la confesión del intendente (lo que aquí sería el alcalde) y este nos irá desgranando una historia tremenda de corrupción, burocracia y hospitales. 

Resulta que el Gobierno Central ofrece una ayuda estatal para los municipios que quieran implantar un hospital psiquiátrico. En Florindo Saucedo, municipio con alrededor de 2000 habitantes, piensan que hospital psiquiátrico no necesitan pero que hospital sí, y camuflan la petición solicitando la inversión para un supuesto hospital psiquiátrico que no será tal. 

Poco a poco la burocracia irá exigiendo mayor entrega del pueblo y sus habitantes. Primero les piden una relación de las personas con problemas mentales ingresadas, y en el pueblo comienzan a solicitar la ayuda de sus convencimos para poner los nombres y actuar como locos en una eventual visita de inspección. Al comprobar que la Dirección de Sanidad Mental ingresa más dinero según la cantidad de locos que se refiera, pues en el pueblo creen que ese es el momento de liberarse de las ataduras restrictivas y lograr un gran desarrollo económico. Vamos, que el pueblo entero acaba actuando de locos con todo un sistema implantado de vigilancia colectiva, ensayos y demostraciones semanales y a diario. Una locura al revés.  

Una novela corta que provoca muchas risas. 

La cuestión es que a los concejales y a mí nos sorprendió toda esa plata junta. Por primera vez se acordaban de nosotros. Yo no sé si por alguna voltereta de la burocracia o sí de nuevo algún paisano metió mano allá, o qué, pero la guita estaba en el banco. Mucha guita, sí. Nos pusimos a hacer cuentas: nos alcanzaba para un hospital, uno no demasiado grande, pero digno. El tema era que, según la ley, la subvención debía invertirse en la construcción de un hospital psiquiátrico. Y nos surgía una controversia: en Florindo Saucedo no teníamos locos. Ni uno. ¿Me lo puedo creer? Bueno, ninguno que valiera la pena encerrar. 

O: 

Una economía de medios extraordinaria. Porque un mes después de enviar la lista al Ministerio de Sanidad, desde la Gobernación nos giraron treinta y ocho mil cuatrocientos pesos. Figúrese nuestra sorpresa y nuestra alegría. Y un importe igual sería girado mensualmente. Y es que, abrumados por la urgencia, habíamos pasado por alto que de la Gobernación nos solicitaban la lista de locos porque sí sino porque según la bendita ley de Descentralización de Sanidad Mental, a los municipios les correspondía una subversión por cada internado. Y por treinta y dos locos correspondía esa extraordinaria cifra: treinta y ocho mil cuatrocientos pesos. 

Pronto no serán treinta dos ciudadanos haciendo de locos, sino muchos más. A más locos registrados más dinero. La cosa se va a ir complicando. Y hasta ahí puedo decir…  

Las tres novelas cortas son muy homogéneas en cuanto a calidad. Quizá las que provoquen más sonrisas sean la primera y la última, pero la segunda me parece muy enigmática y aporta una densidad más estilística. En todo caso las tres están muy bien y muestran a un escritor muy versátil y con un mensaje mucho más potente que el que pueda desprenderse de una lectura lineal. Hay mucho sarcasmo. Mucha burocracia surrealista. Mucha metáfora social y política. En el fondo lo que hace es aflorar algo de nuestro caos cotidiano y vital, y como creo que escribí anteriormente esto no solo se circunscribe a las complejas y tempestuosas circunstancias de Argentina, sino de todo nuestro mundo.

En resumen, buena literatura. 

Si el humor y el sarcasmo fuesen pruebas irrefutables de la existencia de inteligencia en el planeta Tierra, Santiago Ambao tiene que ser un ser humano muy inteligente. Su literatura lo es. 

Hasta otra. 

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Published on September 16, 2024 01:53