Jorge Morcillo's Blog, page 3
March 15, 2025
Bertolt Brecht. Una aproximación a su teatro. Reseña.
Bertolt Brecht fue una figura gigantesca de la literatura europea. Novelas, ensayos, poemas, y su nada desdeñable contribución al teatro que renovó la escena dotándolo de un dinamismo que hasta entonces no había tenido.
Muy contrariamente a los grandes existencialistas el teatro de Brecht está lleno de vida y muy escaso de grandes monólogos. Su intención era crear un teatro con afán didáctico y que sirviese de ejemplo a las clases populares, para que así pudiesen emanciparse y luchar por sus derechos. Todo esto bajo la perspectiva del profundo marxismo del autor.
Controvertidas resultan todas esas anécdotas y denuncias sobre que se aprovechó de otros para su gigantesca producción. Brecht casi siempre estuvo rodeado de talento femenino, y no fue nada generoso en los títulos de créditos de sus obras. Basta leer una biografía sobre el escritor para darse cuenta de que, en cierta manera, fue un cuervo que robaba las ideas de otros (casi siempre mujeres) y luego las transformaba metamorfoseándolas y llevándolas a su terreno.
A pesar de esas denuncias (muy ciertas) eso no quita que fuese un incansable trabajador de la literatura y que su contribución a la cultura sea enorme. Su poesía pierde mucho en la traducción al español porque es una poesía compleja de traducir, más bien de verso corto, y esa concisión no ayuda. Sin embargo, sus ensayos, novelas y teatro han tenido mejor suerte, y en buena parte son conocidos por muchos aficionados.
Hoy nos centraremos en estas dos obras que vienen en este pequeño volumen de Alianza Editorial: “Los días de la Comuna” y “Turandot o El congreso de blanqueadores”, pero Brecht tiene obras de todo tipo y no quiero dejar de mencionar a una de mis favoritas, “Baal”, que no se incluye en este pequeño volumen pero sí en su Teatro Completo, editado en Cátedra en dos volúmenes y también traducido por Miguel Sáenz.
“Los días de la Comuna” es una recreación muy particular sobre el mayor intento revolucionario de la historia. Y es una obra que sorprende por diversos factores. Está como limada de épica (la tiene, porque evidentemente fue un acto de lucha heroica), pero muy en segunda instancia. Como casi todo el teatro de Brecht es una obra muy coral y en la que suceden conversaciones aparentemente intranscendentes para lo que uno esperaría de antemano de semejante hecho histórico. Pero Brecht está en “afán didáctico” y nos quiere hacer ver que detrás de la resurrección de la Comuna estaba la gente sencilla, la que tiene que preocuparse cada mañana de trabajar, comer, y poder sobrevivir. También hay una crítica terrible al propio intento revolucionario. A su laxitud y blandenguería al no apropiarse del dinero del Banco central de París, lo que hubiese servido para evitar que desde Versalles se reconstruyese el ejército o se pagase a ejércitos foráneos que acabasen aplastando a sangre y a fuego la insurrección. Todavía no está muy claro cuánta gente murió en la Comuna, porque no solo hay que contar los que murieron en las barricadas sino los que después fueron fusilados o fueron deportados a cárceles. Se calcula que entre 20000 y 40000 personas en apenas dos meses. Una sangría tremenda.
En el mundillo cultural se evita hablar de estas cosas. Pero aquí vamos a hacer un pequeño repaso sobre cómo vivieron nuestros insignes poetas franceses el hecho revolucionario: ¿Estuvo Baudelaire en las barricadas? Sí, participó activamente. Consiguió escapar y se exilió. Y Rimbaud, ¿estuvo presente en la lucha? No, no llegó a tiempo a París. Los que os hablen de que Rimbaud estuvo en las barricadas no saben lo que dicen ni de lo que escriben. Venía de su pueblo andando. Era un gran andarín y era un adolescente muy pobre. Sobre Tristan Corbière nunca lo he tenido claro, posiblemente no pudiese participar ni llegar a París por la tuberculosis que lo llevaría a la tumba pocos años después. De hecho, solo publicó un libro en su vida y nadie sabría nada de él si Verlaine no lo hubiese incluido en su legendario volumen de Los poetas malditos. Y además con muy buen ojo puesto que es un poeta colosal. ¿Qué pasó con Verlaine? Que estuvo y no estuvo porque estaba inmerso en una de sus habituales crisis etílicas y se pasó borracho gran parte de esos dos meses. Se cuenta de cierto escondite en el que fue descubierto, un cuarto de aseo, pero esto no ha quedado demostrado y algunos historiadores lo ponen en duda, puesto que proviene de algunos redactores del Tribun du peuple, que al parecer también estaban huyendo. Teniendo en cuenta lo borracho que estuvo durante estas fechas que no muriese de coma etílico ya casi podría considerarse épico. Posiblemente el alcohol y sus amistades lo salvaron de ser fusilado. En fin. Los poetas son humanos. Lucien Viotti, el gran amigo de Paul Verlaine, había fallecido pocos meses antes arrastrado por la suma de una viruela más las heridas que le ocasionaron los combates con los prusianos, que fueron previos a la insurrección de la Comuna. Y todo eso significó una espiral autodestructiva en el poeta saturniano. Nos busquen la perfección en su vida. Verlaine nunca quiso ser ejemplo de nada y sus arrepentimientos e idas y venidas por el lado salvaje alumbraron la mejor parte de su producción poética. Su literatura no solo es música.
Volviendo a Brecht no me resisto a incluir el que considero uno de esos “momentos cumbre” de esta obra, el cual no deja de ser también una crítica a la actitud pasiva y cuasi romántica de algunos de sus participantes.
Deleuze. Ciudadanos, me veis indeciso, lo confieso. También yo, hasta ahora, he elevado solemnemente mi voz contra la violencia. «Rechazad esa arraigada idea de que la justicia necesita la violencia», decía. «¡Dejad que triunfe de una vez con las manos desnudas!» Hay que escribir la mentira con sangre, la verdad puede escribirse con tinta, decía. «En pocas semanas, la Comuna de París ha hecho más por la dignidad humana que todos los demás gobiernos en ocho siglos. Continuemos tranquilamente poniendo orden en las relaciones humanas y fin a la explotación del hombre por el hombre», decía, «dediquémonos a nuestro trabajo, que aprovecha todo lo que no es un parásito… y los cincuenta explotadores de Versalles verán cómo su cohorte de siervos se funde como la nieve al sol de la primavera. La voz de la razón, libre de nuestra cólera, detendrá a los asesinos; simplemente la frase “Sois trabajadores como nosotros” harán que se echen a nuestros brazos».
En cuanto a Turandot o el congreso de los blanqueadores lo primero que hay que señalar es que desde el comienzo es una obra llena de sarcasmo. Todos lo Turandot europeos parten de Carlos Gozzi, incluida la famosa ópera de Puccini. Este de Brecht fue concebido justo cuando Hitler y su camarilla de matones a sueldo estaban a punto de llegar al poder. En principio parecía una obra de relleno para otras más conocidas, pero Brecht la fue ampliando y mejorando durante décadas y al final acabó por terminarla y estrenarla casi treinta años después.
Esta sátira contra los intelectuales en una sociedad capitalista (la obra se centra en la sobreproducción de algodón) comienza de una forma maravillosa.
El Emperador. Estoy fuera de mí. Tengo que oír que el Estado se hunde por la mala administración y la corrupción, bien. Pero ¡que por eso me quiten la segunda pipa de la mañana! ¡Es demasiado! En mi opinión, como emperador de la China no tengo por qué aceptarlo.
El Primer Ministro. ¡Su corazón, majestad! ¡Ha sido por su corazón!
El Emperador. ¡Mi corazón! Si tengo el corazón mal, es porque no me toman en serio. La semana pasada me han suprimido doscientos caballos de carreras, al parecer no debo montar a caballo. No he dicho nada…
El Primer Ministro. ¡Que no ha dicho nada!
El Emperador. En cualquier caso, casi nada. Hoy me enterio de que me han suprimido la segunda pipa. ¡Mi corazón! ¡Mis ingresos disminuyen! En su momento me dieron a elegir entre el monopolio de la seda y el monopolio del algodón. Quise meterme de lleno en la seda. Pero me aconsejaron el algodón. No veía a nadie que vistiera de algodón, todos llevaban seda. Pero está bien, pensé, tal vez el pueblo lleve algodón, bien, apostaré por el pueblo. ¡Y ahora soy insolvente!
La sátira es tremenda. Y es así en toda la obra. Y no solo toca al Emperador y todos los que suelen desempeñar grandes cargos estatales, sino también a los intelectuales. De hecho, las dianas mejor dirigidas en esta obra creo que van dirigidos hacia ellos. Mejor no resumirla para que el que la quiera leer puede sorprenderse por su afilada lija.
Teatro épico, teatro sarcástico, teatro político… Todas las definiciones con las que nuestros críticos adornan el teatro de Brecht son prescindibles. Es un teatro vivo. Lleno de multitud de elementos escénicos y que bebe de muchísimos sitios. Novedoso en escena, inteligente, didáctico, y muy dinámico y coral. Y también muy apegado a las circunstancias históricas que se estaban viviendo. Personalmente soy mucho más partidario y devoto del teatro de Ibsen, pero ver o leer cualquier obra de Brecht me devuelve la chispa. Con la compañía de la Berliner Ensemble y junto a Helene Weigel —con muchísimas dificultades e intentos de censura— fueron estrenando una obra tras otra. Da igual por dónde se empiece a leerlo, porque el teatro también se lee, no solo se ve representado. Lo ideal sería leerlo y verlo representado, pero no siempre se tiene a mano la segunda posibilidad. Hoy en día esa compañía teatral todavía sobrevive y si no recuerdo mal su director es Oliver Reesse, tras coger el testigo del inolvidable Claus Peymann, que creo que sigue vivo pese a ser ya muy anciano, puesto que fue el hombre que apostó por Bernhard; por el teatro de Brecht; por las obras teatrales de Camus, incluida Los justos; por un incipiente por entonces Handke; Heiner Müller, y muchísimos más. Todo un dinamizador de la cultura europea en la segunda mitad del convulso siglo XX.
Este pequeño volumen es una buena síntesis para comenzar a conocer el teatro de Brecht. Merece y mucho la pena.
Y no se olviden de su poesía. Les dejo con unos pocos versos del An Die Nachgeborenen:
Llegué a las ciudades en tiempos de desorden,
cuando reinaba allí el hambre.
Llegué al pueblo en tiempos de rebelión
y me rebelé con él.
Así pasó el tiempo
que me habían asignado sobre la tierra.
Comí mi alimento entre las batallas,
para dormir me tendí entre asesinos,
práctique con negligencia el amor
y observé sin paciencia a la naturaleza.
Así pasó el tiempo
que me habían asignado sobre la tierra.
Hasta otra.
March 7, 2025
«Casandra», de Christa Wolf. Reseña.
«¿Por qué? El rey me lo preguntó con toda seriedad: por qué. Lo único que hay que procurar es que el ejército siga creyendo en el fantasma. Y por qué una guerra. Enseguida las palabras rimbombantes. Nosotros, pienso, seremos atacados, y nosotros, creo, nos defenderemos. Los griegos se romperán el cráneo y se retirarán enseguida. Al fin y al cabo no se desangrarán por una mujer por bella que sea, lo que no creo.
¡Y por qué no! Eso exclamé entonces. Supongamos que creen que Helena está con nosotros: ¿y si son la clase de gente que no puede olvidar jamás el insulto a un hombre de sangre real por una mujer, sea fea o hermosa? Mientras tanto pensaba en Pántoo que, desde que lo había rechazado, parecía odiarme. Supongamos que todos fueran así.
No digas tonterías, dijo Príamo. Ésos quieren nuestro oro. Y acceso libre a los Dardanelos. ¡Pues negócialo! Le propuse… Eso era lo que le faltaba. ¡Negociar sobre nuestras propiedades y derechos inalienables! Comencé a darme cuenta de que el rey estaba ya ciego hacia todas las razones para oponerse a la guerra, y lo que lo hacía sordo y ciego era la declaración de los dirigentes militares: ganaremos».
Nos situamos en la guerra de Troya. Más o menos existe el consenso de que esta abarcó el periodo entre el 1194 y el 1184 a.e.c. Viajamos pues entre el mito y la realidad y nos topamos con una mujer que nos habla con su propia voz, con su propia identidad: Casandra.
Casandra es sacerdotisa de Apolo e hija de Hécuba y Príamo, por lo tanto es hija de reyes. Apolo se enamoró de ella. Obtuvo de este el don de la profecía y luego, al comprobar los augurios divinos, rechazó al Dios. Y esto no es poca cosa, porque por la mitología conocemos que hubo otros dioses que temían las reacciones del furibundo Apolo. Hay que ser muy valiente para rechazarlo. Este entra en cólera y le suelta una maldición a Casandra: ya que no le puede quitar el don de la profecía, el poder vaticinar qué sucederá en el mañana, sí que puede evitar que nadie le crea. Esa será la maldición de Apolo: que nadie crea nunca a Casandra. Por lo tanto, el extraordinario don de poder vaticinar el futuro se convierte en una losa, por lo que veas lo que veas y contemples en tus sueños lo que contemples nadie creerá jamás en tus vaticinios. Por fin Casandra tiene voz propia como mujer y como augur y sacerdotisa, pero esa voz es un canto de cisne en un océano de ausencias.
Christa Wolf, escritora de la antigua República Democrática Alemana, modernizó el mito de Casandra y nos ofreció en esta novela algo que hasta entonces no se había hecho mucho: una visión femenina del mito clásico. Casandra quiere ser sacerdotisa para tener voz, para tener su propia identidad, para ser ella misma. Está encerrada en una cesta de mimbre y gracias a rechazar a Apolo está maldita. Claramente aquí hay muchas metáforas de la situación de la mujer en la sociedad. Como en toda la historia (e incluso en nuestro día a día y en muy distintas geografías) la mujer o las mujeres que viven en libertad de conciencia son tildadas de locas y, por lo común, rechazadas.
«Por muchas veces que haya recorrido luego ese camino, sola o con otras mujeres… nunca he olvidado cómo me sentía cuando Marpesa una tarde, en el crepúsculo, me llevó al monte Ida, que yo siempre había tenido ante mis ojos, había amado secretamente como montaña mía, había transitado una y otra vez y creía conocer; ni cómo Marpesa, precediéndome, desapareció en una grieta del terreno cubierta de arbustos y, por senderos por los que normalmente sólo trepan las cabras, atravesó un bosquecillo de higueras, ni cómo de pronto, rodeada de robles jóvenes, estuvo ante el santuario de la diosa desconocida, al que un tropel de mujeres de piel morena y en su mayoría esbeltas, honraban bailando».
El dolor hará que nos recordemos, señala en otro momento Casandra. La visión del mito clásico y de Homero se transforma. Aquiles es un bruto sin remedio y los amores entre Paris y Helena son retratados de tal guisa:
«Paris, cuando llegó por fin meses más tarde, curiosamente en un barco egipcio, bajó del barco a alguien cubierto con un espeso velo. El pueblo, como era corriente ahora contenido por un cordón de seguridad de gentes de Eumelo, enmudeció sin aliento. Dentro de cada uno surgió la imagen de la mujer más bella, tan radiante que, si hubieran podido verla, los hubiera cegado. Tímidos, entusiasmados luego, llegaron los gritos a coro: He-le-na. He-le-na no se mostró. Tampoco asistió al banquete. Estaba agotada por el largo viaje por mar. Paris, un hombre cambiado, entregó regalos exquisitos que había recibido como huésped del rey de Egipto, y contó maravillas. Hablaba y hablaba, exuberante, haciendo arabescos, con giros que sin duda consideraba ingeniosos. Se rió mucho, se había convertido en hombre. No podía dejar de mirarlo. Pero no podía encontrar su mirada. De dónde venía aquel rasgo torcido a su rostro, qué durezas habían aguzado sus rasgos en otro tiempo blandos».
Estamos ante la visión troyana de los últimos días de la guerra. Pero es mucho más que eso…, puesto que los acontecimientos de los primeros años de la década de los ochenta, cuando se escribió y publicó esta obra, casi llevaron al mundo a un enfrentamiento bélico entre los países del Este y los del Oeste. Y ese clima de tensión entre dos bloques se traslada aquí al bloque griego y al bloque troyano. Es utilizar los mitos para hablarnos del hoy, como se ha hecho tantas veces en la historia de la literatura. Lo distinto en este caso es la mirada y la voz tan peculiar y libre de Casandra.
La prosa es ambrosía. Se consigue ese efecto mágico que se sucede cuando observamos una estatua en un museo y esta se comunica con nuestro interior. Así parece que nos hablan las palabras en este libro. Se han despedazado los diques del espacio, de la historia y del tiempo. La sentenciada Casandra está muy viva en este soliloquio y nos hipnotiza desde su exilio interior. Nadie la cree. Salvo Eneas, que es el único que parece comprenderla:
«Vi en tus ojos que me habías comprendido. No puedo amar a un héroe. No quiero presenciar tu transformación en estatua. Querido Eneas».
O:
«No sabía que sería tan duro, ni siquiera cuando de repente comprendí con horror que desapareceríamos sin dejar huella: Mirina, Eneas, yo. Se lo dije. Él guardó silencio. Que no tuviera ningún consuelo me consoló. Cuando nos vimos por última vez, quiso darme su anillo, aquel anillo en forma de serpiente. Yo dije que no con los ojos. Él lo tiró desde el acantilado al mar. El arco que describió el anillo relampagueando al sol me abrasó el corazón. Nadie sabrá nunca de nosotros tan importantes. Las tablillas de los escribas, endurecidas en el fuego de Troya, transmiten las cuentas de palacio, el trigo, los jarros, las armas, los cautivos. No hay signos para el dolor, la felicidad o el amor. Eso me parece de una infelicidad refinada».
Ella sabe que Troya va a caer. Que el caballo griego es un engaño y no una ofrenda a los dioses como piensan los troyanos.
Pentesilea, héroe amazonas que lucha por Troya, ha caído abatida por la lanza de Aquiles, <>, y Casandra le ofrece el último adiós:
«Colocaron a Pentesilea bajo un sauce. Yo tenía que comenzar el canto fúnebre por ella. Eso hice, suavemente, con la voz rota. Las mujeres, que formaban un círculo, se me unieron estridentemente. Comenzaron a mecerse. Cantaron más fuerte, se estremecieron. Una echó hacia atrás la cabeza, las otras la imitaron. Sus cuerpos se convulsionaron, Una mujer entró tambaleándose en el círculo, comenzó a bailar junto al cadáver, golpeando el suelo, sacudiendo los brazos y agitándose. El griterío se hizo ensordecedor. La mujer que había en el interior del círculo perdió el control de sí misma. Le brotaba espuma de la boca, totalmente abierta. Otras dos, tres, cuatro mujeres, estaban en el punto en que el máximo dolor y el máximo placer se encuentran. Sentí cómo el ritmo pasaba a mí. Cómo empezaba en mí el baile, una fuerte tentación de abandonarlo todo, incluso a mí misma, ahora que no podía hacer nada, y de escapar al tiempo. Mis pies preferían salir del tiempo, eso me decía el ritmo, y yo estaba a punto de entregarme a él por completo. Que el desierto cayera otra vez sobre nosotros. Que nos devorase lo indiviso, lo informe, la causa primitiva. ¡Baila, Casandra!, ¡muévete! Sí, ya voy. Todo lo que había en mi interior me empujaba hacia ellas».
Esta obra va a volver a reeditarse en las próximas semanas por Malas Tierras. La traducción creo que va a ser la misma, la de Miguel Sáenz, ínclito traductor de Thomas Bernhard, Josef Winkler, Günter Grass o Bertol Brecht, entre otros grandes autores. En este caso es Christa Wolf, menos conocida que los anteriores pero también formidable. Es necesario leer esta novela lentamente para poder disfrutarla en su máximo potencial, pues posee una reflexión interna muy poderosa.
En ciertos momentos la voz de Casandra es fuego prosístico. Fuego femenino e interno; pira ardiente de vida, de ausencia de vida y de dolor. Quema. Es el botín de guerra de Agamenón y sus horas están contadas.
Sin embargo, nos habla con libertad y sin ataduras y rememora su pasado. Se ha alzado sobre su cesta de mimbre. Y esta es su fuerza y su cántico.
Hasta otra.
February 7, 2025
Eneida de Virgilio. Reseña.
Ya transcurre el séptimo verano desde la caída de Troya,
y los mares y las tierras todas y tantos inhóspitos peñascos
y los astros andamos recorriendo, mientras por el gran mar
perseguimos una Italia que se escapa y nos hace rodar las olas.
(Libro V)
Siempre resulta una alegría escribir sobre una obra tan emblemática de la literatura universal como es la Eneida de Virgilio. Por lo general suelo centrarme en ese héroe tan atípico que resulta Eneas, que para bien o para mal, no deja de ser uno de los padres de nuestra cultura occidental, y en cuyos hombros no solo se sostiene su padre sino quizá todo lo que hemos sido; pero hoy no tengo ganas de escribir del refugiado y piadoso Eneas ni de todo lo que supuso Roma, en tanto fue trasmisor de la cultura griega, sino del propio Virgilio y los enemigos del otro lado: los cananeos, mal llamados púnicos y fenicios por sus enemigos romanos y griegos.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la Eneida es una composición de encargo y una obra de propaganda política. Y aun así no deja de sorprender el talento que contiene. Virgilio es un grandísimo poeta y si alguien duda de ello ahí están las Geórgicas y Las Bucólicas, que fue su primer gran obra. Hay una vinculación emocional de Virgilio con la tierra, con la siembra, con los pastores, con los poetas alejandrinos, que puede comprobarse muy bien leyendo estos poemas, que son tan o igual de importantes como la Eneida y que puede que ofrezcan muchas más señales de cómo era el propio Virgilio y de la vida y los ciclos de la tierra por aquella época.
Remontémonos en el tiempo. El nacimiento de Virgilio se remonta alrededor del año 70, antes del carpintero, y el fallecimiento parece ser que ocurrió en el 18 o 19. Parece ser que vivió alrededor de 50 años. En esos tiempos eso era vivir una vida extensa. La gente moría mucho más joven. No existían antibióticos y cualquier enfermedad te podía llevar deprisa y sin escalas “al otro barrio”. De hecho, la mortandad entre los recién nacidos era altísima. Era realmente raro que una persona superarse los 70 años. Algunos hubo, claro. Siempre hay excepciones. Igual que hoy en día también puede encontrarse personas que viven más de cien años y a los que los escuchas hablar y te parece prodigioso que con esas edades conserven tan intacta la memoria.
Oficialmente Virgilio murió de una insolación. Estos son los datos que damos por “buenos” y que proceden de Suetonio. Todo el que lea la esplendorosa e inigualable La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, conocerá que allí las cosas no son tan claras y que su muerte ofrece otra conjeturas y posibilidades. Y es que también sabemos si buceamos un poco que Virgilio tenía muy buenos amigos poetas, y que no coincide para nada el lugar oficial de su muerte con el que señalaron sus amigos. Algo no cuadra, y todos sabemos que Virgilio no estaba contento ni con Augusto ni con su propia redacción de la Eneida. ¿Fue asesinado? ¿Pidió destruir la Eneida antes de fallecer por motivos meramente artísticos o hubo, por el contrario, un claro desacuerdo político? ¿Fue envenenado? ¿Hemos de creernos la versión oficial de la insolación? ¿Un golpe de calor? ¿Realmente no vamos a creer que alguien tan acostumbrado a los rigores de la canícula como Virgilio murió de una insolación?
Quizá la Eneida sea la epopeya épica en la que se nota con mayor nitidez que Virgilio no cree en su héroe. Eneas no convence al escritor, y ni siquiera ese intento de absorber la Odisea en la primera parte y la Ilíada en la segunda consiguen convencernos de ello. Pero aquí vamos a añadir algo que no suele ser muy habitual en los análisis de la Eneida: Virgilio tampoco cree demasiado en Dido (Elishat para los auténticos cananeos), aunque es posible que se sienta más cercana a ella que a Eneas, al compartir de alguna manera sus sufrimientos eróticos. En realidad Virgilio cree en muy pocos personajes-presencias míticas en este poema. Solo se emociona de verdad cuando describe a la gente más joven. Entonces sus palabras sí que son encendidas y se llenan de fuerza y vigor. Lo egregio y lo épico es la juventud en la literatura de Virgilio. Y no solo en los hombres pues ahí aparece la bellísima Lavinia, hija del rey latino y futura esposa de Eneas, con una aparición en el poema auténticamente esplendorosa y repleta de combustión. Es como si de pronto Virgilio se untase en cuerpo y alma de explosividad y Vulcano ardiese:
Había un laurel en medio de la casa, en lo más hondo,
de sagrado follaje y cuidado con reverencia durante muchos años,
que, se decía, el padre Latino en persona encontró y consagró
A Febo, al fundar de la ciudad los cimientos,
y que por él puso de nombre laurentes a los colonos.
De aquel en lo más alto una nube de abejas
(asombra contarlo) se instaló, llevadas por el aire
Transparente con intenso zumbido y se colgó con las patas trabadas
un repentino enjambre de la rama frondosa.
Al punto el vate dijo: <
un hombre extranjero (es Eneas), y que del mismo sitio viene
al mismo sitio y se apodera de la alta fortaleza>>.
Además. mientras los altares (aquí aparece Lavinia) perfumaba con
castas antorchas
y junto a su padre en pie estaba la joven Lavinia,
Se vio (¡qué espanto!) que un fuego prendía en el largo cabello
y ardía todo su tocado entre llamas crepitantes,
Abrasado su pelo de reina, abrasada la corona
cuajada de gemas; llena de humo, entonces, la envolvía
una luz amarilla y extendía a Vulcano por toda la casa.
Contaban esta visión como algo horrible y asombroso,
pues anunciaba que ilustre y famoso sería su propio
Destino, pero que gran guerra habría de traer a su pueblo.
(Libro VII)
También señalar que el poema avanza a pesar del propio escritor que cada poco tiempo se apena y se contagia del sufrimiento que describe. Virgilio es susceptible al dolor y a la pesadilla de angustia absoluta que representa Juno.
Mírame bien: vengo de la morada de las crueles hermanas,
llevo en mi mano la guerra y la muerte.
Posee una gran sensibilidad. Y una sensibilidad cercana y afín a todo sufrimiento humano. No importa el siglo tan lejano en el que se escribió esta epopeya. El nombre de los dioses cambia; los aparatitos de los que nos rodeamos son distintos; la medicina ha evolucionado; las geografias y los países y las fronteras que habitamos tienen otros nombres, pero eso es igual puesto que todos los países y todas las banderas son ficciones; pero el dolor humano, el dolor de una madre por perder a un hijo sigue siendo el mismo que antaño. Hace falta ser una piedra para no sobrecogerse en esta parte del poema del Libro IX:
«Así te veo, Euríalo? ¿Eres tú, el reposo postrero
de mis años, y has podido dejarme sola,
cruel? Y cuando te enviaron a peligros tan grandes,
¿no se dio a tu madre el hablarte por última vez?
¡Ay! Yaces en tierra extraña botín de los perros latinos
y de sus buitres. Siendo tu madre, ni tus exequias te he podido
hacer, ni he cerrado tus ojos, ni lavé tus heridas,
cubriéndote con la tela que te estaba tejiendo a toda prisa,
de día y de noche, y en el telar consolaba mis cuitas de vieja.
¿Dónde buscarte ¿Qué tierra guarda ahora tu cuerpo
y tus miembros lacerados y tu cadáver roto? ¿Esto me traes
de ti, hijo mío? ¿Esto es lo que he seguido por mar y por tierra?
Atravesadme, si queda aún piedad; contra mí todas las flechas
disparad, rútulos, matadme la primera con la espada;
o tú, gran padre de los dioses, ten piedad y esta odiada
cabeza sepulta bajo el Tártaro con tu rayo,
que de otro modo no puedo quebrar esta vida cruel».
¿Qué se puede extraer de todo esto? Bueno, pues la primera consideración que traigo al vuelo es que Virgilio no creyó realmente en este poema en casi ningún momento, y sí en cambio creía y se sentía conmovido por todo sufrimiento humano. Sabía que su creación iba a ser utilizada para afianzar el poder de Augusto y creo que no no sintió mucha felicidad de que esto se produjese. Lo imagino lleno de contradicciones creativas y personales mientras componía esta obra. Que quisiese destruirla me parece ahora hasta lógico. Lo verdaderamente intrigante es por qué no la destruyó antes. ¿Por temor a ser exiliado y que las tierras de su familia se confiscasen? Posiblemente. Hay que tener en cuenta que todo el mundo en Roma sabía que esta escribiendo esta obra. Si Virgilio se hubiese atrevido a eliminarla al mismo tiempo estaría destruyendo «todo un sueño colectivo». Y eso indudablemente le iba a acarrear graves consecuencias personales. De ocurrir así hubiese sido uno de los mayores gestos de malditismo literario de toda la historia de la literatura.
En cambio lo que nos propone Hermann Broch en su novela, La muerte de Virgilio,tiene más que ver con los límites del arte; con los horizontes a los que puede y no puede llegar el verbo y con la totalidad aniquiladora de toda gran expresividad humana. Cuando se asciende y se alcanza alguna cúspide creativa lo que se halla es tan solo vacío.
Pero hay algo mucho más prosaico y humano y es que existieron denuncias previas y críticas al poder de Octavio. Hay ciertos historiadores y críticos que señalan que Virgilio incluyó críticas al proceder del Princeps en sus poemas y que este se percató. ¿Ordenó asesinarlo? No sería descartable. En esos mismos años del gobierno de Augusto hubo poetas que se suicidaron en extrañas circunstancias y otros que fueron exiliados. ¿Qué pasó con Ovidio? «El fomentador del adulterio femenino» según el propio Augusto. Hay que reírse. “Las palabras escritas” siempre ha sido peligrosas y cada vez toma más cuerpo la idea de que Virgilio no fue el poeta oficial de Augusto como durante muchos siglos se nos ha vendido, sino un opositor en la sombra a su gobierno y a su autoridad, puesto que ya se aprecian en las Bucólicas cierta ironía y distancia respecto a Octavio. Es verdad que entonces Octavio era un muchachito casi siempre enfermo y que nada hacía presagiar lo que después ocurriría, “el animal político” que escondía en ese cuerpo tan frágil; pero no deja de ser curiosa la posibilidad de que el poeta más oficial del Princeps fuese desde casi el principio de su carrera literaria un ser disconforme y alejado de intereses políticos. Yo esta versión última me la voy creyendo más y más conforme los años pasan y prosigo releyendo a Virgilio. Si bien, en las Geórgicas sí se encuentran encendidos elogios a Augusto. Hay que situarse en el contexto y declarar que entonces Octavio acababa de derrotar a Marco Antonio. Tras muchas décadas de enfrentamientos civiles por fin se abría la posibilidad de una paz duradera. Creo que esa la verdadera felicidad que se extrae de ese casi tratado de agricultura y fusión con la naturaleza que es la Geórgicas. No sabemos lo que Virgilio pensaba de la rectitud en el culto de los dioses que proponía Octavio, pero no creo que como lucreciano que era eso le importase demasiado. Los dioses para Lucrecio no tienen ninguna importancia. Por lo cual no podemos esperar nada de ellos.
Esta misma edición de Alianza Editorial cita de pasada en la introducción que los primeros círculos poéticos en los que se movió Virgilio eran cercanos a Marco Antonio. Pero no profundiza en ello. Solo lo menciona muy por encima. Hay que situarse en las convulsiones que sacudieron a Roma y todas sus guerras civiles y colocar ahí a un hombre tan alejado del deseo de poder y de la notoriedad como Virgilio. La felicidad para este poeta estaba en las cosas sencillas de la vida. Imaginad la lucha interna que tuvo que padecer al ser elegido el poeta oficial de un régimen en el que muy posiblemente no creyó en toda su existencia. Lo mal que lo pasaría cuando tuvo que leerle al propio Octavio pasajes de la Eneida que ya tenía escritos.
De hecho sabemos por las muchas amistades que Virgilio cultivó que deseaba estar alejado de los eventos literarios de la época y andar y leer y escribir libre sin tener que rendir cuentas a nadie. La personalidad de Virgilio no tenía nada que ver con la búsqueda del éxito, sino con la indagación filosófica epicúrea y lucreciana. La naturaleza campesina de Virgilio no tenía demasiados motivos para apreciar en el gobierno de Augusto, y más con la supuesta confiscación de tierras que el poeta sufrió o que estuvo a punto de padecer, supongo que en esas contrapartidas que se aprobaron hacia los legionarios; pero no tengo muy claro lo que ocurrió porque en algunos lados leo que esas confiscaciones sí ocurrieron y en otros que Virgilio consiguió a través de algunas de sus amistades paralizar las que iban a expropiar a las tierras de su padre. Tendría que investigarlo. Lo cierto es que ya César tuvo bastantes problemas en el Senado para que sus soldados fuesen recompensados, aunque es bastante cierto que intentó cumplir sus promesas.
Pero para terminar nuestras cuitas sobre el no tan oficial poeta Virgilio (como se nos ha vendido durante tantos siglos) tan solo señalar que allí donde algunos estudiosos ven esoterismo y hermetismo en realidad lo único que hay es la visión lucreciana de un hombre con un gran sentido de lo trascendental. Lo único que puede escaparse un poco de Virgilio y parecernos hoy en día misterioso y un punto hermético es su visión pitagórica. Los números tienen una gran importancia en las Bucólicas, pero no hay nada esotérico ni sectario en perseguir la música de las esferas. Algunos leen los libros desde “sus mentes enfermas” y luego van soltando tonterías desde sus ensayos y estudios críticos. Esoterismo hay (y por un tubo) en un autor tan moderno y universal como Víctor Hugo. ¿Verdad que no os han explicado esto en las escuelas? Pues es muy cierto. Algún día igual hablaré sobre las tremendas sesiones de espiritismo que Víctor Hugo y su círculo más cercano practicaron con gran asiduidad. Harían mejor esos críticos en buscar esoterismo y hermetismo allí, y dejar de “intoxicar” al bueno de Virgilio. Y ya si se atreven a seguir con la indagación sobre el ocultismo lean a un novelista tan mágico y potente como Alejo Carpentier, puesto que en muchas de sus obras se aprecian ciertos detallitos cabalísticos que están muy pero que muy presentes. En Virgilio, por el contrario, hay un hombre de campo sumido en grandes divagaciones y que busca a través de lo epicúreo y lo pitagórico una conexión con el universo más plena. Por lo tanto Virgilio es un poeta mucho más sencillo de lo que nos hacen creer, y no por ello menos profundo. Sencillo en el sentido que lo es también Rimbaud cuando describe un árbol y un río. Es eso, no hay más detrás. Rimbaud no es Crownley. La gente del campo (y Rimbaud es otro poeta de campo pese a sus visitas-escapadas-huidas a París y Bruselas) no se suele andar con remilgos ni suelen emplear un vocablo más complicado que otro si el primero que viene a su cabeza ya viene ungido por su experiencia vital.
Y en cuanto a Dante y su famosa obra tan solo señalar que el auténtico Virgilio lanzaría sin lugar a dudas la Divina Comedia a las llamas, por ser un poema denigrante para sus creencias y que lo utiliza y manipula tergiversándolo de una manera bastante rastrera. No dudo que tanto Dante como San Agustín admiraron las capacidades poéticas de Virgilio, este punto no es discutible, pero sí lo es el que lo manipulasen y utilizasen con tan escaso respeto a su integridad intelectual. En Virgilio no hay nada de anunciamiento cristiano o procristiano. Y cuanto más se lee a Virgilio más nítido se aprecia este punto. Lo realmente triste es que exista tan pocos críticos que se atrevan a señalarlo. Saber esto no disminuye la calidad de los escritos de San Agustín y de Dante, aunque deja bien a las claras algo que es muy común en la historia de la literatura: el intento de absorción y aplastamiento. Un poeta educado en De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, jamás se prestaría a ser incluido de guía protocristiano. ¡Qué me estás contando Il Sommo Poeta! Ni tampoco anuncia Virgilio el nacimiento de Cristo como cree ver San Agustín en sus poemas de las Bucólicas. Este asunto me provoca la risa. El nacimiento al que se refiere Virgilio y que San Agustín confunde (a sabiendas) con casi una profecía del nacimiento del redentor estaba dedicado por Virgilio al hijo de un amigo suyo, protector de su actividad intelectual y poética, el insigne político e historiador y amigo también de Horacio, Cayo Asinio Polión, cuyos escritos no sobrevivieron (los cristianos y los bárbaros tuvieron la culpa de estos crímenes culturales) y que fue la persona que mandó construir y sufragó con su dinero la primera biblioteca pública de Roma. Casi nada. O sea que era una especie de mecenas que protegió y alentó toda la carrera literaria de Virgilio y de otros muchos poetas. También escribió tragedias, según tengo entendido, pero esa misma biblioteca que fundó fue saqueada posteriormente y todos sus escritos se perdieron. Una lástima, porque al parecer escribió unas críticas literarias sobre Tito Livio que supusieron un escándalo. Y una cosa que no quiere dejar de señalar en San Agustín es que oculta y esconde (a sabiendas, repito, puesto que San Agustín era un gran lector y lo sabía más que de sobra) que Virgilio era (y sigue siendo en sus obras) un profundo lucreciano. Y como lucreciano confeso jamás iría de la mano de ningún cristiano ni de ningún otro monoteísta ni a la vuelta de la esquina. Por lo tanto, nuestro tímido poeta no parece ser (tras los últimos estudios) tan poeta oficial de Augusto (aunque así quedase registrado en la historia), ni tampoco el guía y casi profeta procristiano que se inventaron para sus intereses particulares Dante y San Agustín.
Y ahora vamos ya a lo que de verdad a nivel personal me entusiasma de la Eneida: nuestra señora Elishat. Nada de Dido ni Elisa ni todos esos nombres desviados de su verdadera esencia. Para los habitantes de Kart- Hadtha (Cartago) Elishat (Dido) es su reina fundadora. Al igual que Eneas procede de noble cuna y es otra superviviente que ha huido de Oriente. En este caso no de Troya, sino de Tiro. Aquí todos son inmigrantes. Toda la cultura occidental es hija de inmigrantes y huidos y refugiados de conflictos y guerras. Lo digo porque hay demasiado idiota en este continente que no conoce ni las raíces que nos preceden y sustentan. Su hermano Pu’mayyaton ostenta el poder y ambiciona los tesoros del Templo. Recordemos que los templos eran depositarios de los tesoros y tenían en muchos casos autonomía para cobrar impuestos. Por lo tanto (no sé si esto se contaba en las leyendas cananeas, pero los romanos solo salvaron de Cartago los tratados de agricultura que, por cierto, transcribieron al latín haciéndolos pasar por suyos) es posible que Elishat, la hermana de Pu´mayyyaton, tuviese o bien capacidad para condicionar a los sacerdotes y sacerdotisas de los templos o bien ella misma ostentase uno de esos cargos religiosos. Las mujeres cananeas-púnicas tenían representación en los templos, si bien era un modo encubierto de prostitución que podríamos denominar de “alto standing”, para que la gente lo entienda. Lo cierto es que la ambición del hermano de Elishat rompe el saco y asesina al marido de su hermana. Ella, con un pequeño número de fieles, huye en barco y se lanza por todo el mar buscando un lugar que en el que fundar otra ciudad. Por lo tanto Dido (Elishat o Elisa) es otra refugiada que procede de Oriente; la diferencia con Eneas es que está mucho más asentada y que dispone de mayor poder y riqueza, pues partió con todas las riquezas de los templos de Tiro que pudo transportar. Eneas, por el contrario, aunque sea hijo de la diosa Venus y del príncipe Anquises, viene más pobre que una rata y ha huído de una ciudad en llamas como Troya. O sea que pese a las múltiples escalas de su viaje por el mar (guiños de Virgilio a la Odisea en la primera parte de la Eneida) el pobre viene con lo puesto, como quien dice.
Cartago (en la costa tunecina) será el lugar elegido. Gadir-Tiro-Cartago son ciudades fundadas por el mismo pueblo cananeo (fenicio es un término griego) y todas ellas tuvieron y todavía tienen (véase Tiro y Cádiz) una ubicación geográfica muy similar. Buscaban que desde tierra y desde el mar esos enclaves fuesen fácilmente defendibles. No elegían al azar el lugar para edificar, no señor. Si bien también es seguro que los designios divinos tuvieron su papel y su peso en las elecciones de estos enclaves. ¿Quién puede dudar de la divinidad de Cádiz paseando por sus playas? Yo es de las pocas cosas claras en la vida que tengo admitida como irrefutable. Aquí también entra la leyenda en el asunto de la piel de buey que es lo que le conceden a Elishat y a los suyos para instalarse en lo que hoy es la actual Túnez; pero en un rasgo de inteligencia supina Elishat corta en tiras finísimas esa piel de buey y así amplia el perímetro de la futura ciudad. En realidad, lo que fue la colina de Byrsa (con su templo posterior) es el lugar en el que comienza a germinar la que será una ciudad mucho más grande e importante que Roma. De hecho, esto fue así hasta su completa destrucción. Roma fue una ciudad menor en comparación con Cartago hasta la época de Augusto. Si vencieron a los cartagineses se debió principalmente a dos factores: porque contaban con la gran capacidad de movilización de la península Itálica (salvo Capua y otras ciudades menores que se les rebelaron durante unos años y se pasaron al bando cartaginés) y gracias a esto podían reponer una tras otra todas sus legiones masacradas; Cartago no podía movilizar a tantos soldados ni a «ni a nuevos reemplazos» y dependía de mercenarios; y segundo porque en Cartago existieron grandes rivalidades familiares y casi nunca se les envió los refuerzos y las vituallas necesarias a Aníbal y a los Barca para que pudiesen completar su tarea. En realidad el gran salvador de la república de Roma no fueron sus ejércitos sino un cartaginés: Hannón, el Grande, que para hacerle la puñeta a los Barca y defender sus grandes latifundios africanos ordenó desmantelar toda la flota de guerra cartaginesa en la primera guerra púnica (cuando no existía una flota que ni de lejos pudiese competir en ese momento con la de Cartago. Por cierto, todos los marineros de Cartago eran hombres libres, nada de esclavos a los remos; eso es una invención de las películas y no quiero dejar de señalar que en el lado romano pasaba lo mismo); y este hombre, Hannón, el Grande, evitó desde el senado de Cartago que Aníbal (segunda guerra) recibiese refuerzos y vituallas. Siempre operó para defender sus intereses africanos y su contribución a la derrota final cartaginesa fue trascendental. Sin esta ayuda interesada por motivaciones económicas y por odios personales Roma no habría vencido a Cartago. Esto no aparece en la Eneida, pero aquí estamos no solo para loar un extraordinario poema épico, sino para señalar que una cosa es la literatura y otra la realidad de los sucesos históricos. Desgraciadamente los romanos destrozaron todos los escritos púnicos y solo nos legaron los suyos, que evidentemente son parciales y muy poco objetivos. Los escritos púnicos tampoco serían muy objetivos, para qué vamos a engañarnos al respecto, pero al menos nos ofrecerían la visión de un pueblo que poseía un espíritu mucho más práctico y comercial que guerrero.
Peor por qué vengo a contar esto. Bien, pues porque resulta bastante increíble que una personalidad como la de Elishat (Dido para Virgilio) se enamorase hasta el punto de suicidarse por alguien como Eneas. Aquí estamos suponiendo que son personajes con cierto trasfondo real, que también eso es mucho suponer. Pero es muy cierto que algunos personajes de la literatura me parecen más reales que muchas personas de carne y hueso. ¿Qué lector no se va a sentir embriagado por la pasión que derrama Dido (Elishat-Elisa) en cada aparición que tiene en este poemario? Ella es pasión y fuego. Si bien el troyano tenía algunas virtudes (la de cargar a su padre sobre sus hombros y no abandonar jamás a los suyos, entre otras) es de corazón muy pusilánime. ¡O al menos así me lo parece! No es el héroe clásico, para nada, y casi se podría decir que Eneas es un héroe atípico para la época. Hay una distancia sideral entre los héroes homéricos y Eneas. Por lo que no cuadra mucho que Elishat se sintiese interesada siquiera por él. Una reina tan inteligente como Elishat (Dido) no parece que pudiese sentirse muy atraída por alguien tan superficial como Eneas. Si bien no hay que tomar a la ligera la belleza física de Eneas y que su madre fuese nada más y nada menos que la diosa Venus. Todo esto suponiendo que a las costas africanas llegasen unos huidos de Troya, que también eso es mucho suponer.
Quedémonos, pues, con ese momento en que hubo una posibilidad malograda de que ambos pueblos se fusionasen:
¿Por qué no acordar, mejor, eterna tregua con el pacto
de un himeneo? Tienes ya lo que buscaste con todas tus ganas:
arde una Dido enamorada y corre por sus huesos la locura.
Gobernemos, pues, sobre un pueblo común y con auspicios
iguales; séale permitido servir a un marido frigio
y poner como dote bajo tu diestra a los tirios.
Aquí casi se asoma la posibilidad de un sincretismo religioso y cultural entre la futura Roma y Cartago. Pero el verso de <> es tan hermoso y premonitorio que eriza los vellos de la piel. Grande nuestra Elishat. Sin lugar a dudas el mejor personaje de esta epopeya romana sobre los albores de su fundación, y eso es también gracioso, que el personaje más inolvidable de este inmenso poema no resulte ni troyano ni latino ni rútulo, sino púnico-cananeo y mujer. ¿No es esa la mayor de las ironías virgilianas?
Desde luego todo esto es una épica de encargo y de alguna manera los romanos nos tenían que seguir engañando respecto a la enemistad perversa que tuvieron contra los cananeos-cartagineses. Pero esto no fue así ni siquiera en los momentos más duros de las guerras que sostuvieron. En el senado de Cartago existían muchos miembros que eran grandes amigos de senadores romanos. Digamos que se carteaban entre sí. Increíble, pero cierto. Era recíproco. Ambas eran dos repúblicas y tenían muchas cosas más en común de las que normalmente se cree. Incluso se siguieron haciendo “negocios” mientras sus pueblos se masacraban en los campos de batalla (y del mediterráneo) durante las tres enormes guerras que sostuvieron. Y ya si nos remontamos a la ayuda cartaginesa que Roma solicitó para luchar contra Pirro de Epiro a más de uno se le caerían todos los mitos antipúnicos a la papelera.
Pero a nivel más psicológico y literario no me resulta creíble que Dido (Elishat) se sintiese siquiera interesada por Eneas. Había que sembrar cizaña y crear un relato épico-mitológico sobre la rivalidad entre ambos pueblos. Pero la verdadera rivalidad entre ambos pueblos no fue un asunto de amor y sí de rutas comerciales. Qué podía temer por entonces Elishat de Eneas y los suyos si eran todos ellos una especie de vagabundos sin patria y sin fortuna, como incluso alguien tan poco sospechoso de “sentimiento romano” como Tito Livio sugiere en su comienzo de la monumental Ab urbe condita.
Dicho esto, el libro IV es mi preferido de toda la Eneida y en el incluyo ese fabuloso comienzo del V, cuando Eneas ha abandonado y despechado a la pobre Dido (Elishat), que muere de una manera espantosa. Hay una alegría innata y malsana en estos versos. Como el que ha estado a punto de sucumbir ante el poder sensual del amor y se da cuenta que todo es viento y tránsito y que lo mejor que tiene Virgilio para superar el ingrato despecho de componer un poema (en el que no cree) es lanzarse al mar a navegar hacia lo incierto.
Entretanto Eneas (Dido acaba de morir de manera terrible) ya mantenía seguro su rumbo (nada, como el que se ha ido a comprar tabaco y no regresa) con la flota y del aquilón negras cortabas las olas
volviéndose a mirar las murallas que ya resplandecen con las llamas de la infeliz Elisa. Oculta les queda la causa que encendiera
fuego tan terrible; mas las penas duras de un amor grande mancillado, y el saber de qué es capaz una mujer desesperada
lo toman los corazones de los teucros como triste presagio.
O sea que Eneas y los suyos dejan tirada a Dido y zarpan abandonándola y ni siquiera son conscientes de que han despechado las promesas y el amor de una reina y de todo un pueblo. Y en este dolor de rupturas amorosas quieren instalar el odio cartaginés hacia todo lo romano. Buscan una excusa colectiva para lo que fue una pura expropiación carnal y comercial. ¡Qué manera tan poética de explicar algo tan prosaico! Si bien, Dido volverá a aparecer en el inframundo, pero también tiene tela esa aparición como comentaré más adelante.
La traducción de Rafael Fontán Barreiro en esta edición de Alianza me parece discutible. Utilizar palabras como «Lucifer» no es respetar el original. Aplaudo el ritmo y las ganas y la dificultad superada de traducir en verso esta inolvidable epopeya, pero el respeto por el original ha de imponerse a lo didáctico. No pasa nada por incluir unas pocas notas a pie de página en las que se expliquen estas cosas. Hay algunas palabras elegidas que nada tienen que ver con el “universo” de Virgilio. No tomemos a los lectores por tontos.
Y sobre el descenso de Eneas al inframundo y su encuentro con Dido (Elishat), tan solo señalar ese comentario lleno de mordacidad de Samuel Johnson cuando escribió que Virgilio «tenía la imaginación llena de Áyax y no pudo ir más allá».
Nosotros sí podemos ir más allá y leer y releer a Virgilio como se merece: con respeto por lo que realmente fue, un extraordinario poeta, y no por lo que muchos (incluido Augusto, San Agustín y Dante) quisieron que fuera.
Virgilio no es ningún misterio insondable. Sino un poeta mucho más nítido de lo que algunos quieren ver. Y, por supuesto, no tenía nada que ver con la cosmogonía cristiana. Dicen que era muy alto y con la tez muy morena por el sol. Un hombre de campo que odiaba hablar en público y que prefería estar en su retiro de la Campania leyendo y escribiendo y charlando con los amigos. Que un hombre de apariencia tan humilde y tan tímido fuese el encargado de escribir la mayor épica romana (un intento de fusión y superación de la Odisea y de la Ilíada) no deja de ser llamativo. Es normal que se sintiese sobrepasado y fuera de lugar.
Y si leemos la Eneida en voz alta y con grandes pausas siempre apreciaremos que la orilla verdadera siempre estará en otra parte, como la vida, como la felicidad o la ausencia del dolor. Virgilio nos enseña que nuestras existencias están repletas de desdichas y contratiempos, pero que los seres humanos solo podemos avanzar e insistir, y que ese y no otro es nuestro aliento vital, nuestra sustancia divina.
El océano es nuestra verdadera casa. Miremos pues al mar y zarpemos hacia otras lecturas sin olvidar de dónde procedemos.
Somos tiempo y salitre.
January 25, 2025
«Pendiente», de Silvia Zuleta Romano. Reseña.
«Existir no era suficiente.
Había algo adictivo era eso del movimiento. El mero transcurrir de la vida no era una opción. Había que tener proyectos, debía existir una cierta incomodidad en el presente, algo que moviera a algunos seres vivos, en este caso, los humanos, al constante cambio de condición. Podía ser ascender o el hambre de conocimiento.
Podía ser una línea recta que ascendiera hasta los cielos o una curva, más amorosa, con sus puntos de inflexión, pero siempre debía haber una pendiente positiva, de ascenso hacia los cielos. Nunca un círculo.
En círculos no se viaja».
Movimiento es igual a cambio. «Las raíces de los seres humanos son los pies, y los pies se mueven», recuerdo que escribió Amin Maalouf en Orígenes, una novela en la que el escritor franco-libanés indagó en el carácter nómada de su propio árbol genealógico, una novela que leí hace muchísimos años pero de la que recuerdo esa frase porque se me quedó incrustada en la memoria. Tras recordarla la he sacado de las estanterías y la releeré en los próximos días.
Pero aquí estamos ante Pendiente, la última novela de la escritora argentina Silvia Zuleta Romano, y editada hace solo unos meses por West Indies, que es una editorial que a pesar de ese nombre creo que es de Sevilla, y cuyo símbolo distintivo (un pez volador) resulta bastante curioso.
En Pendiente nos topamos nada más iniciar la lectura con Fernando, que es un abogado que trabaja en un estudio sobre doce horas al día y que cansado de haber vivido hasta entonces «el sueño de otros» decide un buen día dejar su trabajo en Buenos Aires, su estabilidad económica, su pareja y a su familia, y emprender un viaje hacia el pueblo de su infancia, con la intención de montar un pequeño negocio en unos bungalows, el típico hotelito costero situado en la costa atlántica argentina.
Pero nada más iniciarnos en la lectura nos damos cuenta de que este viaje y ese lugar no va a ser la placenta que mitigue la insatisfacción permanente de nuestro protagonista. Por el contrario, sí que se aprecia cierta ilusión por abandonarlo todo. Un «hasta aquí hemos llegado y vamos a virar por completo». Un anhelo de mejora.
«La primavera terminaba a manos de un verano en el que reinaban los panaderos que flotaban en una cantidad fuera de lo normal. Fernando sonrió. Observó los filamentos blancos que levitaban en el aire. Eran muchos y bailoteaban al son de la brisa. Los sentía sus amigos. Sus compañeros de viaje que, de alguna manera, le decían con su presencia etérea: hiciste bien en largarte. Porque llegó al convencimiento de que, si él los veía, era porque estaba todo en orden».
Digamos que Fernando ha sido inoculado con ese virus maléfico de nuestros días en el que los seres humanos siempre deben estar produciendo algo, incluso en sus escasos momento de ocio; y Fernando percibe que su trabajo de abogado no es realmente necesario, que es un campo minado de competitividad, «en la empresa debías subir y debías matar», que como escribimos citando con anterioridad está viviendo «el sueño de otros» y no el suyo propio. El trabajo no es más que el secuestro de nuestro tiempo de vida. Y hay secuestros más ajenos a nuestra voluntad que otros.
En el camino hacia costero se topa con un camión. Este lo adelanta.
«¿Qué importaba la humillación de que aquel mastodonte fuera más rápido que él?
«Al menos, ellos hacen algo productivo», pensó».
Y por qué abandonarlo todo y volver al punto de partida. Se percibe cierta distanciación con su pareja al apreciar los colores de forma distinta. No es un matiz baladí. Los colores representan nuestras percepciones, no en el sentido que Goethe trató de investigar erróneamente en su Teoría de los colores, Zur Farbenlehre, —eso era la equivocada y hermosa visión de un poeta en sus estudios de pseudociencia—, pero sí un pequeño distanciamiento en la cotidianeidad que se irá abriéndose paso sigilosamente.
Fernando no es el Wakelfield de Nathaniel Hawthorne. Está huyendo, pero no quiere romper los vínculos, ni tampoco ha engañado a nadie sobre su partida como sí hizo el famoso personaje.
Nos damos cuenta de que estamos ante una escritora distinta cuando llegamos al tratamiento que hace de la infancia. Por lo común nos topamos con muchísimos escritores que consideran que ese periodo es el “paraíso perdido”. Luego están otros como Bernhard, que caminan contracorriente y que vivieron una infancia y juventud tan atroz que no pueden ni desean engañar a nadie al respecto. La visión de Zuleta Romano entronca con la del paraíso perdido, pero señalando que «la infancia es ignorancia de las cargas vitales».
Y ejemplificado esto en Fernando se convierte en:
«De chico su ignorancia era pasmosa. Aquel pueblo era parte de eso. Y quizás ahí radicaba su encanto. Si los padres discutían, él no se enteraba. Si faltaba plata, tampoco. En su mente de niño, ese era el mejor plan, posiblemente, porque la ignorancia era absoluta. Llevaba a cuestas la inocencia, ese brincar como un conejo sin demasiado contexto».
La prosa de Zuleta Romano pule los artificios. Es directa, profunda, y utiliza frases muy cortas. Lima todo lo de los alrededores para intentar llegar a la raíz. Pero también hay juego con los tiempos narrativos. El pasado va mezclándose con el presente y en cierta medida los acontecimientos vitales de sus padres volverán a reproducirse entre él y su pareja. Como si existiese un orden cósmico (más bien un desorden cósmico) que le gustase derrotar afectivamente a una generación tras otra. Como si vivir siempre fuese estar en tránsito hacia el conflicto permanente, ante la disyuntiva de no poder sentir y vivir con absoluta plenitud; como si todo fuese una pendiente demasiado grande y lo cotidiano tuviese una fuerza tectónica tan enorme que nos zarandease de un lado para otro.
Juguetes en mano del destino y con esa sensación porteña de encontrarse siempre fuera de lugar una vez que se abandona Buenos Aires, como un andar desubicado; como el que acaba de despertar de un sueño y percibe todo a tientas. En los últimos libros que he leído de autores argentinos actuales, tanto este de Silvia Zuleta, como La trilogía de los milagros, de Santiago Ambao, se percibe cierto conflicto entre los habitantes de la gran urbe y los de otras latitudes argentinas; en el caso de Zuleta en la costa atlántica; en el caso de Ambao desde el interior. Yo siempre pensé que este fenómeno era muy español, pero igual lo exportamos en su día para allá.
«Hay una cosa buena. Fernando tiene el alojamiento lleno casi todo el rato. Pero hay una cosa menos buena: no sabe cuánto dinero real le entra a fin de mes. Porque hace descuento y sube y baja el precio todo el rato. Trata de referenciarse en dólares, pero su clientela es local y no le queda otra que pesificarse. Tampoco tiene tiempo de ir a comprar dólares en aquel puerto. Sabe de un lugar donde van los pescadores y los empleados de los buques cerealeros».
El clima de fuera de Buenos Aires se vuelve incómodo para Fernando. Los vientos no se calman, arañan. Es un azote constante. Pronto descubre que ese paisaje idílico de su infancia no es tal y que el proyecto de edificarse sobre sí mismo (tanto emocional como económicamente) es muy arduo y costoso.
« ¿Y cómo va a perder las putas cabañas? En la tele anuncian nuevas medidas de ajuste. A él se le hace repetitivo todo el asunto. Ese compás de acuerdo e incumplimiento actúa en bucle y le parece que la vida, o su vida, es eso. Una sarta de acuerdos y desacuerdos contractuales. Estamos todo el rato adquiriendo compromisos y rompiéndolos. Siempre hay un acuerdo con el Fondo que es inminente. Y la inflación provoca que el mercado inmobiliario esté parado. Y mientras avanza con su auto por aquellas calles de ripio, añora su trabajo de oficina. El buen asfalto de las calles de Buenos Aires. El Carrefour. El kiosko de la esquina. El sueldo de fin de mes. Es decir, extraña ese alguien encargándose de todo. Una empresa. Un estado. Una madre».
Fondo y forma se fusionan muy bien en esta obra. Y el lenguaje no está exento de belleza estética. A pesar de que el libro está estructurado en pequeños capítulos (algunos muy cortos) hay detrás un hilo narrativo, un reflujo de idas y venidas en el tiempo que le aporta consistencia y esqueleto. Al releerlo para intentar desentrañarlo y escribir esta reseña he percibido con mayor nitidez que todo está muy pensado desde la tramoya. Y aunque la aventura de la Costa Atlántica de Fernando no sea muy prolongada, sí que he disfrutado mucho de esos momentos en los que el salitre parece que aflora en las páginas, de esas menciones al faro y al mar, «porque en el mar no transcurre el tiempo. Se queda detenido».
No es fácil escribir de la cotidianeidad y ofrecer una visión espiritual y lograda de esa insatisfacción permanente que padecemos la mayoría de los seres humanos, « ¿Qué ve el otro?, ¿qué veo yo?»; y la formación económica de la autora aporta unos matices que tampoco suelen ser comunes, pues la economía y la precariedad de muchos trabajos, pese a la importancia capital que tienen en nuestras vidas, no suele verse representada desde el plano reflexivo en la literatura, con pequeñas pinceladas que invitan a que nos hagamos preguntas sobre cómo nos comportaríamos en esas mismas circunstancias.
«Manejar esa pequeña ingeniería hostelera era desquiciante. Es atacar las necesidades más básicas. Las sábanas. La conexión a internet. Las comidas. El clima. El dinero. Es cuidar de otros. Es hospitalidad. Y es desgastante porque debe manejar el humor de las chicas que limpian, del cocinero, del electricista que viene por enésima vez porque, en esa parte del mundo, todo es precario».
Así queda todo como ese gran abismo pendiente que se abre cada mañana tras dar buena cuenta del primer café.
<<Siempre hay un momento en la mañana en la que uno debe encarar el día. Se acabaron los prolegómenos. La lectura de noticias. El remoloneo
Las cosas que penden>>.
Hasta otra
January 20, 2025
El hombre que discutía solo. Reseña.
EL HOMBRE QUE DISCUTÍA SOLO
GORKA MAIZTEGUI ZUAZO
RESEÑA.
«—Perdona —gritaba la guía—, tú, sí, el de la gorra. No, tú no, el otro. ¿Hay alguna ley que te obligue a visitar la Sagrada Familia? Quizás, no lo sé, cuando cruzas la frontera te ponen unos grilletes y te traen hasta aquí. ¿No, verdad ¿Me equivoco? Si lo que estoy contando no te interesa, te largas. ¿Es bien? —Todos los turistas con gorra que conformaban el grupo asintieron avergonzados. Eran más de la mitad—. Como iba diciendo —continuó el fuego—, las obras de la Sagrada Familia comenzaron en el siglo XVIII. Cuentan la leyenda que su arquitecto, Gaudí, recibió el encargo de Mismísimo durante un domingo de resaca. Aseguran que, estando en el balo, tras arrojar, se le apareció Dios y le dijo: <
—Eso no puede ser correcto —dijo un italiano.
—Excusi, ¿quién es aquí la guía? —preguntó la chica retirándose un mechón de pelo rojo de la frente.
— … ¿Usted?
—Entonces mejor cállate. ¿Sí? —sonrió—. Como era costumbre en el siglo XVIII —continuó la eslava— se procedió a rellenar los fundamentos del templo con seres humanos. En concreto, con italianos como vosotros. Si tenéis suerte, cuando recorráis los pasillos de la iglesia podréis escuchar sus lamentos».
Es Milica Horvat, “la conexión eslava”, un personaje con mucha fuerza que junto a otros individuos y el apocado y sufriente Marco Tanederi, también conocido como El hombre que discutía solo, tratarán de salvar Barcelona de la dominación lagarta.
Dicho así, nos encontramos ante lo que a priori podría parecer un despropósito, y puede que en cierta medida lo sea, pero luego iremos apreciando que hay despropósitos mejor logrados que otros, y que toda creatividad, hable de cosas en apariencia serias y trascendentales o de invasiones alienígenas, viene a ser un poco lo mismo. Lo que importa de la literatura es el edificio en el que se sostiene; el lenguaje que se utiliza; la ambición que encubre; los temas de los que trate vienen a dar un poco igual y solo son las máscaras que los autores utilizan para su carnaval de vanidades internas; por lo que yo ya llevo leído de Gorka Maiztegui Zuazo su literatura se asemeja a esas licuadoras en las que uno va mezclando todos los alimentos posibles, quizá buscando el zumo perfecto o el puré más nutritivo.
Compendio de sustento filosófico y literatura en vena la prosa de Maiztegui se convierte en una paella llena de sarcasmo:
«La paella iba menguando mientras los ídolos rosados se derretían; de hecho, uno de ellos ya se había desmayado. Los otros tres, valientes becerros cargados de seguridad en sí mismos, seguían empujando el tenedor hasta las profundidades de su ser. Al sol, ahítos y tostados, tragarse un guisante se volvía una proeza propia de Hércules, y sin embargo ahí seguían, intentado respirar, masajeándose la tripa para hacerle sitio a un gambón, plegándose sobre su centro para unas bocas de cangrejo encuentren su camino por el coleto y despacio sea magma y tierra firme. Desde una nube, el mariscal von Hindenburg se mesaba su barba de Willy Fogg y asentía orgulloso; comen mis hijos, comen bien. Un último envite y los restos desaparecieron, y con él la entereza del último de comensales, cuya cabeza cayó a plomo sobre la paellera. El gong trajo de vuelta al camarero, y con él, otra paella, más grande, más profunda, más imbatible».
Es la segunda de las tres paellas que en un restaurante de Las Ramblas obligarán a comer a unos turistas alemanes. Unas paellas que <>. Fijaos la cantidad de referencias históricas y literarias en apenas unas líneas: Hércules, Hindenburg y Willy Fogg. Lo mitológico, lo histórico y lo literario fusionados.
Maiztegui ya me sorprendió con su primera novela, De héroes y santos, también publicada en Niña Loba Editorial. Allí, si no recuerdo mal, ocurría un intento de dominación de zombies tras una pandemia infecciosa; era como una especie de parodia del descubrimiento pero muy bien documentada y escrita; desde Chipre partirían las naves que tratasen de reconquistar el mundo, comenzando, cómo no, por Barcelona, que es la ciudad natal y una presencia constante en la literatura de Gorka Maiztegui, una presencia que en seguida investigaremos, pero no sin antes recordar que en aquella primera novela se mezclaban sentencias de Pascal, Melville y Buñuel (entre muchos otros) con lenguaje novohispano y una suerte de arquitectura que avanzaba desde diferentes ángulos. Es una novela coral y arriesgada y escrita con talento y humor. Con mucho humor. Porque la literatura de Gorka, aparte de estar sustentada en edificios arriesgados, tiene el desparpajo de los que escriben con autenticidad y prefieren reír antes que llorar.
Y siempre Barcelona presente. Unas veces agitada y envuelta en sueños; otra vacía y asfixiante; a veces también henchida de vida y flores; por las novelas de Maiztegui voy reconociendo el pulso íntimo de la ciudad; no el que tiende a asomar por la prensa y la tele (llena de mercachifles y sicarios, cada cual más sonrojante que el anterior), sino el pulso de la ciudad del que verdaderamente la habita. El pulso del asfalto. No sé si de manera consciente o de forma velada va desentrañándonos estos indicios, pero a mí me gusta apreciarlos porque los que escriben no son seres ajenos a la vida, y aunque a retazos dispersos esos capítulos que él llama <> son (en una primera lectura) mis capítulos preferidos de El hombre que discutía solo, en los que la autoficción, la parodia y la honestidad asoma y nos conquista.
Recordemos que lo apologético era (esencialmente) la defensa del dogma cristiano; no hay defensa de dogma religioso en estas páginas; miento, sí lo hay: de la religión de la literatura; pero eso no implica que esa defensa no sea también crítica y que como todo escritor se pregunte qué demonios hace escribiendo.
«Barcelona 30 de julio, 29 grados. El autor de estas líneas, al borde de la desesperación, alza un puño al cielo y maldice a los antiguos y a los modernos por el vacío inexcusable en el que han dejado vagar un asunto de capital importancia para la literatura: ¿cómo escribir con este calor?»
Y lo que empieza como una queja sobre el tiempo luego se transforma un par de páginas más tarde en un cuestionamiento de estilo. (Dicho esto, no sé yo qué sería de estos amigos del norte y del noroeste si viviesen en Ecija o en la huerta cordobesa; qué clase de desintegración experimentarían en sus metabolismos no tan acostumbrados a la canícula).
«¿Y qué me decís del cómo? Esto siempre es lo más importante. ¿Serán frases cortas para poder respirar de vez en cuando? ¿Será un estilo entrecortado, como las siestas a treinta grados? ¿Habrá meditadas sutiles transiciones pese a que se sienta un huevo frito? ¿Utilizará metáforas o es demasiado trabajo? ¿Analogías? Ni loco ¿Metonimias? Ni con un palo».
Y así sigue preguntándose para acabar concretando <<que no hay remedio para nosotros, mujeres y hombres del sur, errantes poetas de la sauna literaria>>.
¿Quién diablos es El hombre que discutía solo? En apariencia es Marco Tancredi, el sobrenombre que le han puesto, un personaje con aires de comic y que se ve envuelto en una serie de sucesos tan desternillantes como necesarios para no dejar caer nuestro mundo en manos de esos lagartos alienígenas que nos están invadiendo. Pero igual somos todos los que discutimos solos, puesto que la comunicación entre humanos no parece estar pasando por su mejor momento.
Comic…, literatura…, historia…, películas de serie B…, filosofía…, crítica social y crítica de la especulación inmobiliaria…, confesiones metaliterarias…, crónicas urbanas, mujeres eslavas con carácter…, todo eso aquí confluye en una prosa (una vez más) que es una alegría de leer y disfrutar porque está repleta de guiños culturales y envuelta en un halo de conocimiento y mordacidad, que, aunque esto de las invasiones alienígenas y de los reptiles no nos interese de antemano, al final nos acaba deleitando, porque, repito, los temas de los que vayan los libros no tienen ninguna importancia; es todo lo que hay detrás y los estilos que reconducen ese magma efervescente a la superficie lo que en verdad merece la pena.
«El vacío era Barcelona, y más concretamente su puerto, azul y gris. La marcha del teleférico tampoco era frenética, de manera que Marco tuvo tiempo para otra de sus características digresiones, la flor de los tímidos y los pesados. Y es que tanta cuita y tantos desvaríos, ahí estaba, como si estuviera alejándose, la dichosa Barcelona. Bloques cuadrados, manchas verdes, rotondas coronadas de coches en movimiento parecían mostrarse ajenas a la lucha a vida o muerte de las mujeres y los hombres pequeños que la querían un lugar habitable y, en la medida de lo posible, también más grato. Ese tapiz extraño que los lagartos aspiraban a despiezar parecía sumirse en la bruma de los problemas cotidianos, como si lo que tuviéramos delante nos impidiera ver lo que hay detrás».
Salvemos a Barcelona y a nosotros mismos leyendo a tipos originales y con tantas cosas que aportar. Y salvemos también a los bares que se están volviendo (como escribe muy acertadamente Gorka) «lugares muy civilizados».
Hasta otra.
January 16, 2025
«imposible decir adiós, de han kang. Reseña.
Imposible decir adiós, de Han Kang. Reseña.
«La bala le había atravesado la mandíbula. […] Mi tía se quitó la blusa y, después de arrancarse las mangas con los dientes, las anudó como pudo alrededor de las heridas a modo de torniquete. Luego, cargando con la niña a la espalda por turnos, fueron hasta la casa de los primos en la costa. Los adultos se quedaron sin habla cuando vieron llegar a las tres hermanas empapadas enteramente de sangre coagulada, como si se hubieran caído dentro de una olla llena de gachas de judías rojas.
Sin poder llevar a la niña al hospital ni llamar al médico porque había toque de queda, las tres hermanas pasaron la noche a oscuras en un cuarto de la casa de los primos. Las mayores se cambiaron y le pusieron ropa limpia a la pequeña, que seguía inconsciente y apenas respiraba. Mi madre se acostó a su lado, se mordió el dedo índice con los dientes hasta sangrar y se lo metió en la boca de la niña, pues había perdido mucha sangre. Su dedo cabía justo donde se le había caído un diente de leche y le estaba creciendo uno nuevo. Le gustó sentir cómo su sangre se derramaba en la boca de la niña. Y casi no pudo respirar de la felicidad cuando, a partir de cierto momento, su hermana comenzó a chuparle el dedo como un bebé».
Nos encontramos ante los terribles hechos de la masacre de Jeju. Un episodio en la historia de las Coreas ocurrido a los pocos años de finalizar la Segunda Guerra Mundial y en el que fueron asesinadas alrededor de 30.000 personas. Durante muchas décadas los supervivientes y sus familiares no pudieron siquiera hacer ningún comentario sobre estos acontecimientos, bajo pena de arresto y cárcel.
Este es el esqueleto del que aflora todo en esta novela de la recién Nobel, Han Kang; pero aquí hay mucho más, y en realidad la masacre de Jeju toma el absoluto protagonismo en la segunda de las tres partes de la novela, la titulada “La noche”.
Lo primero que nos encontramos nada más comenzar la lectura son con las pesadillas de Gyeongha, que es escritora y que lleva padeciendo estos episodios desde el 2012. Estas pesadillas tienen un carácter como premonitorio y conducen a Gyeongha a una situación desesperada, cercana a la inmolación y a dejar preparado su testamento. Posiblemente este personaje de Gyeongha sea trasunto de la propia Hang Kang, ya que al parecer la escritura de Actos Humanos le ocasionó bastantes problemas en Corea del Sur. No he leído esa obra e Imposible decir adiós ha sido mi primer acercamiento a su literatura.
Ese personaje (o trasunto de la escritora) recibe un mensaje de una amiga que ha sufrido un accidente de amputación de dedos en su taller de carpintería y a la que han trasladado desde la isla de Jeju hasta un hospital en Seúl. Este otro personaje (que se llama Inseon) es absolutamente crucial en esta novela, y se podría decir que posee una honda belleza interna. Ella y su madre son la válvula por la que toda la masacre de la isla de Jeju aflorará a la superficie.
Aquí, por encima de las tragedias y masacres y la lucha de superación generación a generación de todos esos traumas nacionales, hay una hermosísima historia de amistad entre dos mujeres; y en el lado prosístico hay una delicadeza estética casi de susurro:
«Salimos del restaurante de fideos y echamos a andar en silencio. La nieve caía tristemente sobre la abundante melena de Inseon, y estoy segura de que también se acumulaba sobre mi cabeza. Cada vez que doblábamos una esquina, una calle desierta e inmaculadamente blanca se desplegaba ante nosotras como las páginas de un libro ilustrado. Nuestras huellas en la nieve, el frufrú de las mangas rozando la chaqueta, el sonido lejano de una tienda bajando las persianas. Un vaho blanco salía de nuestras bocas y fosas nasales, y la nieve se posaba en nuestras narices y labios. Se derretía enseguida, pero los gélidos copos seguían aterrizando incansablemente sobre la piel mojada. Ninguna de las dos se paró a pensar qué camino debía tomar para irse cada una a su casa. Como una pareja de enamorados que da vueltas para postergar el momento de la despedida, caminamos en dirección contraria a la estación de metro. Cada vez que doblábamos otra esquina y cruzábamos un paso de cebra como si pasáramos la hoja de un libro, yo esperaba a que Inseon rompiera el silencio y siguiera contándome su historia».
Fijaos en la presencia de la nieve. Esto va a ser una constante en todo el libro. La nieve va a aparecer por todas partes; en algunas ocasiones vista desde el interior de un transporte público; otras sintiéndose caer sobre las cabezas; en otras como una presencia que cubre los cadáveres y el paso del tiempo. Y siempre presente. Siempre la nieve. <>, escribe en una página, y luego más adelante nos encontramos con esto:
<>.
«Empezó a nevar debajo de mis párpados», esto es bellísimo.
Y leed este párrafo de indagación microscópica sobre la nieve:
«De pequeña leí que hace falta una mota de polvo o una partícula de ceniza microscópica para crear un copo de nieve; que las nubes están compuestas no solo de moléculas de agua, sino también de partículas de polvo y ceniza que ascienden a la atmósfera durante la evaporación; que cuando dos moléculas de agua se unen para formar el primer cristal, esa mota de polvo o partícula de ceniza se convierte en el núcleo del copo de nieve; que los cristales tienen una estructura hexagonal debido a la forma de la molécula y que se fusionan continuamente con otros cristales mientras caen; que si la distancia entre las nubes y la superficie de la tierra fuera infinita, los copos de nieve seguirían aumentando de tamaño hasta el infinito, pero que de hecho llega al suelo en menos de una hora; que los copos son tan livianos por los espacios vacíos que se forman al fusionarse los cristales; que los copos absorben y encierran los sonidos de esos espacios, y que esa es la causa del silencio que se produce cuando nieva; que las distancias superficies de los cristales reflejan la luz en incontables direcciones, y que por esa razón no retienen ningún color y se ven blancos».
Nos situamos en el territorio de la memoria y las heridas; de la constante superación femenina ante la adversidad; y en el que lo vivo y lo muerto se entremezclan. Se sientan en la misma mesa a comer gachas de arroz. Y lo que me parece más destacable de todo (por encima incluso de la valiente y necesaria labor de informarnos de una masacre espeluznante) es la delicadeza con la que escribe Han Kang.
«Es como esa sensación de suavidad que te queda al tocar un copo de algodón, una pluma de pájaro o la piel de un bebé, pero comprimida, evaporada y expandida por toda la habitación»…
Inseon le pide a su amiga Gyeongha desde el hospital de Seúl que acuda a Jeju a cuidar a la cotorra “Ama”. En realidad son dos cotorras, pero una que se llamaba “Ami” murió. No importa. La simbología de las cotorras también resulta premonitoria.
En alguna parte he leído que esta obra es muy onírica y lírica y no sé qué. Bueno, a mí me parece tremendamente realista. Porque en realidad las huellas del paso del tiempo y de los sueños y la presencia de lo que falleció en nuestras vidas está siempre presente cual huellas imborrables. Igual el problema es que tenemos una visión de “la realidad” muy limitada y que debido a ellos nuestros juicios sobre “la realidad” también son muy limitados; todo lo que percibimos, soñamos y sentimos, también forma parte de “nuestra realidad”, formando la imaginación estética otra pata más de esa “realidad” que menciono; puesto que todo lo que sucede en nuestras mentes y también se inocula en nuestros metabolismos y creaciones (sean percepciones tangibles o no) indivisiblemente nos pertenece. No podemos escapar a eso y no es algo que sucede en una geografía lejana, sino bajo la música de nuestros latidos, y ahí entrará nuestra capacidad racional o no para interpretarlo, sobrellevarlo o digerirlo.
En todo caso una novela recomendable y agradable de leer (pese a lo que cuenta) y escrita con sensibilidad y delicadeza. No contiene las mejores páginas escritas en este siglo ni mucho menos como alguno han escrito por ahí ¿Qué es lo que desayunan y leen nuestros críticos literarios? Pero tiene detalles muy interesantes y verdaderos aciertos estéticos. Y si se lee (o se intenta leer) con la misma fineza con la que está escrita el libro nos recompensará. En ese sentido es “un susurro de dolor” bien logrado.
<
Nos quedamos calladas hasta que todos aquellos sonidos dejaron de oírse. Fueron aminorándose como si el agua se aquietara y, de pronto, se hizo el silencio, como una música que va bajando de volumen hasta desvanecerse, como el silencio de un rostro que se queda dormido hablando entre susurros>>.
Hasta otra.
January 15, 2025
«Espartaco», de howard Fast. Reseña.
«La primera vez que estuve en sus brazos, tuve miedo. Entonces se apoderó de mí un sentimiento maravilloso. Supe que nunca moriría. Mi amor era inmortal. Nada podía volver a dañarme. Pasé a ser como él y supongo que él pasó a ser un poco como yo. No teníamos secretos entre nosotros. Primero tuve miedo de que pudiera ver las imperfecciones de mi cuerpo. Pero entonces comprendí que esas imperfecciones eran tan puras como la piel misma. Me amaba tanto. ¿Pero qué puedo contarle de él? Quieren hacerlo parecer un gigante, pero no era un gigante. Era un hombre corriente. Era amable y bueno y lleno de amor».
Es Varinia cantando las alabanzas de su amor Espartaco. Todos tenemos en nuestra memoria asociada el bello rostro de Jean Simmons en la famosa película del director Stanley Kubrick, pero en el libro Varinia no es morena; es rubia, germana, alta, hermosa y guerrera, se acerca con pequeños destellos al mito de las amazonas; por lo tanto, no cubre con el capote los hombros de su pareja ni se queda cuidando la tienda del guerrero mientras este va a batirse con las cohortes romanas, sino que empuña también un arma de igual a igual y lucha y trata de conseguir su libertad. Y como ella todas las mujeres que formaron parte en el ejército de esclavos y que durante unos cuantos años se rebelaron y lucharon contra la poderosa Roma.
Muchas preguntas. Quién fue Howard Fast y por qué escribió esta novela. Quién fue en realidad Espartaco. Entendemos que en el libro su lucha está magnificada y embellecida porque lo que se pretende es señalar la esclavitud y la necesidad de la lucha entre el oprimido y el opresor. Es decir, aunque sea una novela histórica y basada en hechos históricos, Espartaco es una obra del siglo XX, y nace como consecuencia de la caza de brujas impuesta por el gobierno estadounidense contra sus propios ciudadanos.
De hecho, este libro fue pensado mientras el escritor se encontraba preso. Y en mi primera edición de Edhasa, 2003, (este libro es relectura y la cubierta se dañó en una mudanza) el propio Howard lo explica así en el preámbulo:
«Cuando me senté a iniciar la larga y dura tarea de escribir la primera versión de Espartaco —hace de eso ya cuarenta años— acababa de salir de prisión. Había estado trabajando mentalmente en algunos aspectos de la novela mientras me hallaba en la cárcel, que fue un escenario idóneo para tal labor. Mi delito había sido negarme a entregar al Comité de Actividades Antiamericanas una lista de los miembros de la organización denominada Joint Antifascist Refugee Comittee (Comité de Ayuda a los Refugiados Antifascistas)».
Básicamente lo que hizo esta asociación fue reunir dinero para ayudar a los republicanos españoles que enfermos y heridos se habían refugiado en Toulouse. Compraron con el dinero reunido un antiguo convento y consiguieron que los cuáqueros aceptasen cuidar y alimentar a los huidos.
«En esa época (nos cuenta Howard Fast) había un impresionante apoyo a la causa de la España republicana entre la gente de buena voluntad, y entre la que se contaba muchos ciudadanos conocidos. Fue la lista de estas personas la que nosotros no negamos a entregar al Comité, y en consecuencia todos los miembros de nuestro grupo fueron considerados culpables de desacato y enviados a prisión».
Pero los problemas para Fast no harían sino multiplicarse. Tras salir de prisión escribe la novela y la envía a su editor (en realidad sería lo que hoy llamaríamos «agente literario»), y este tras leerla le contesta que para él sería un orgullo, pero acto seguido la editorial a la que acuden recibe amenazas para que no se edite. Esto se repite en cada editorial en la que Howard Fast trata de publicar su novela. Hasta siete conocidos editores se negaron a publicarla por las repercusiones que pudiese acarrear.
«El último de estos siete fue Doubleday, y tras una reunión del comité editorial, George Hecht, jefe de la cadena de librerías de Doubleday, salió de la sala enfadado y disgustado, me llamó por teléfono y me dijo que nunca hasta entonces había asistido a un acto de cobardía tal en Doubleday, y me aseguró que si publicaba el libro por mi cuenta me haría un pedido de seiscientos ejemplares. Yo nunca había publicado un libro por mi cuenta».
Así fue el azaroso nacimiento de este libro. La verdad es que lo que sucedió fue todavía mucho peor a lo que cuenta el escritor en el preámbulo. Se le negó incluso la posibilidad de tener una cuenta bancaria, por lo cual en un país como Estados Unidos eso es prácticamente encontrarte sin la posibilidad de acceder a ningún crédito, y, por lo tanto, a los pies de la indigencia.
Y ahora vamos a lo histórico. Quién fue en realidad Espartaco. Todas las fuentes históricas que he leído sobre este individuo están tamizadas por proceder de fuentes romanas, por lo tanto no son fiables en este asunto. Lo único que tenemos claro es que era tracio, no muy alto, que al parecer vivió esclavizado en las minas de Nubia y que acabó siendo un gladiador en Capua, justo en la escuela de gladiadores de Léntulo Baciato, que es donde se va a iniciar la rebelión. Pero una rebelión no muy grande, la verdad; de esa escuela todo parece indicar que solo escaparon alrededor de setenta gladiadores, puede que algunos más contando mujeres y personal de la propia escuela. No más de noventa. Cómo es posible que una insurrección iniciada con tan escaso número de integrantes pudiese crecer hasta formar un ejército de más de cien mil individuos y derrotar en numerosas ocasiones a fuerzas «profesionales y bien pertrechadas». Hace falta verdadera capacidad de organización y un aurea de pureza y mucha desesperación y opresión para que tantos esclavos te sigan y luchen hasta la muerte. En una causa que, seamos sinceros, si no encontraba el paso de los Alpes a través de la Galia Cisalpina, estaba condenada al fracaso, puesto que la enorme capacidad de movilizar soldados de Roma fue la que consiguió derrotar muchos años atrás al correoso Aníbal, y el ejército de Aníbal era uno muy experimentado, lleno de heridas y bien pertrechado, acostumbrado a la guerra y a las grandes marchas desde los años que su padre Amílcar, el León de Cartago, desembarcó en lo que ahora llamamos España; qué podría hacer un ejército de esclavos sin apenas armas, escudos, y con una pequeño grueso de gladiadores que no llegaba ni a la centuria. Se tardaban unos cuantos años en formar a cada soldado romano.
«El sencillo hecho era que Espartaco se negaba a ser un animal, y por tal razón se lo consideraba peligroso».
Fue en la escuela de gladiadores de Léntulo Baciato en la que se inicia todo. Unos nobles romanos llegan hasta esa escuela, situada en las afueras de Capua, y compran una lucha a muerte entre gladiadores. Aquí hay que hace un inciso y declarar que la lucha a muerte entre gladiadores no era algo común. Olvidaos de películas como Gladiator I y Gladiator II y series de televisión, ninguna de ellas tiene nada que ver con la realidad; por lo general, los gladiadores conservaban la vida y las heridas que se producían en los combates no eran mortales. Pero aquí en el libro y en la verdadera historia de Espartaco si ocurrió así, y a la mañana siguiente y durante el rancho todo se precipita y se inicia la rebelión.
Primero derrotan a la propia guarnición de la escuela; luego a la media cohorte que apresurada acude desde Capua; luego, más tarde, a las seis cohortes que mandan desde Roma; y aunque en el libro solo salga por encima también derrotan a las legiones de Léntulo y Gelio, los esclavos las masacran; por causas que desconocemos (seguramente disensiones en el ejército de esclavos) Crixo, que era un galo pelirrojo, marcha con miles de esclavos hacia el norte. Es derrotado y fallece. Espartaco con su ejército en los Apeninos va derrotando uno tras otro los ejércitos que Roma envía contra ellos, e incluso hay un momento en que podría haber cruzado hacia la Galia Cisalpina y alcanzar la libertad. ¿Por qué no lo hizo? No lo sabemos. Incomprensiblemente da marcha hacia atrás y vuelve al sur. ¿Quería abandonar por mar la península itálica comprando el pasaje de los barcos piratas? Me inclino más por creer que deseaba provocar un levantamiento general de los esclavos en la propia Roma; o igual se vio obligado por causas logísticas; o quizá su ejército tras tantos combates estaba muy diezmado y hambriento. Aníbal también se encontró con estos inconvenientes y era preciso y vital asegurarse la provisión de grano. Sin grano ni provisiones ningún paso por los Alpes podía ser superado en invierno sin morir de inanición. La verdad es que no sabemos los detalles concretos y solo podemos especular.
Lo cierto es que la novela (aunque pase por encima de estos combates) resulta fiel a la historia; es verdad que tiene momentos de gran exaltación y que esconde una historia de amor maravillosa entre Varinia y Espartaco. Pero hay detallitos como el explicar que la crucifixión no era cosa propia de Roma sino de cartagineses (verdadero) que manifiestan que el escritor se documentó bastante bien sobre el tema.
«Ahora todo su ser, la vida que la animaba en su interior, su ser y su existir, su vivir y su funcionar, el torrente de su sangre y el latir de su corazón estaban fundidos en el amor hacia aquel esclavo tracio. Comprobaba ahora que las experiencias de los hombres y mujeres de su tribu eran muy ciertas y muy antiguas y muy sabias. Ya no temía a nada en el mundo. Creía en la magia y la magia y la magia de su amor era real y demostrable. Al mismo tiempo comprendía que era fácil amar a un hombre como el suyo. Él era uno de esos raros ejemplares humanos tallados de una sola pieza. Lo primero que se veía en Espartaco era su integridad. Era singular. Estaba satisfecho, no de lo que era, sino de lo que significaba como ser humano. Aun en aquella madriguera de hombres terribles, desesperados y condenados, en la escuela del crimen de asesinos condenados, de desertores del ejército, de almas perdidas y de mineros a los que las minas no habían podido destruir, a Espartaco se le quería y se le respetaba».
A destacar también la estructura de la obra. A través de saltos en el tiempo, de diálogos y de distintos personajes, tanto de la parte romana como de los esclavos, vamos perfilando el verdadero rostro de ese individuo que no aceptó la humillación y la esclavitud y que luchó hasta el final. Espartaco no es visto desde dentro, sino desde el prisma de sus amigos y enemigos.
Quizá los momentos más brillantes de esta obra (que es muy entretenida y que está bien escrita) se escriben a través de David el judío, de Varinia y de Cicerón; este último sirve para ejemplificar muy bien la corrupción moral de Roma que se servía de un estado esclavista para que su élite pudiese prosperar. Cicerón es el único que sabe y reconoce que la idea de justicia se aposenta en una completa falsedad. Los que se vanaglorian de «las virtudes del derecho romano» tendrían que detenerse a pensar sobre esto:
«Hacía mucho tiempo que Cicerón había descubierto la profunda diferencia que existía entre justicia y moralidad. La justicia era el instrumento del fuerte, concebida para ser usada a voluntad del fuerte; la moralidad, como los dioses, era la ilusión de los débiles».
Todos sabemos que los seis mil esclavos supervivientes de las batallas fueron crucificados a través de la Vía Apia. Fue Marco Licino Craso (el que por cierto con su generosa fortuna avaló años después las enormes deudas de Cayo Julio César) el que venció definitivamente a los insurrectos que le restaban a Espartaco. Roma no solo quería regodearse en su victoria sino imponer el temor a futuros rebeldes.
La muerte de David, el judío, es uno de esos momentos que convierten esta aparente novela histórica en algo con mucho más calado. Sin embargo, no terminaremos esta reseña con ese ensañamiento, sino con uno de esos párrafos de emoción lírica que también impregnan la novela y que resultan efectivos y muy emocionales.
«Era una edad dorada la de ahora, con el sol brillante en lo alto de la campiña y los fieros hombres del circo, los hombres de la arena, apretujados en torno a él y a la muchacha germana, con sus mentes plenas de interrogantes. El césped era suave y verde en la pradera donde estaban reunidos. Flores amarillas como mantequilla lo coronaban, y por todas pares había mariposas y abejas y el aire se llenaba con sus canciones. Lo llamaban padre, a la manera de los tracios».
Hasta otra.
January 9, 2025
TOLSTÓI. MI VIAJE AL OTRO LADO DE LA REALIDAD. RESEÑA.
«En la casa de Rjanof vi a muchos niños en un estado deplorable: eran hijos de prostitutas, huérfanos, chavales a quienes los mendigos hacen pasar por las calles. Al observarlos, todo mi ser se estremecía.
Llevarse a casa al niño de una prostituta o de una mendiga es cosa fácil. Si se tiene dinero, también es fácil lavar a ese niño, vestirle con pulcritud, alimentarle, educarle, incluso hacerle sabio… Pero enseñarle a ganarse la vida trabajando es imposible, absolutamente imposible, puesto que nosotros, los ricos, vivimos sin hacer nada y hacemos todo lo contrario de lo que enseñamos. Nuestro ejemplo y el socorro material con que queremos mejorar la suerte de los pobres, combinados, producen un efecto completamente opuesto al que imaginamos. Uno puede conger un cachorrito y educarlo, amaestrarlo y hacer que nos traiga a la mano la pieza de caza. Pero cuando se trata de un ser humano, eso no basta. Por más que se le alimente, por más que se le mime y se le enseñe el griego clásico, hace falta, ante todo, que sepa vivir, es decir: que aprenda a dar más de lo que recibe. Y esta ciencia no la aprenderá de nosotros, ni en nuestra casa, ni en cualquier asilo que fundemos».
«Dar más de lo que se recibe». Esta es la base del pensamiento social del último Tolstói. Porque «yo quiero ser un hombre de corazón; en otros términos: que quiero ver en cada hombre a un semejante».
Hace solo unas semanas me topé por azar con este libro en una librería. La verdad es que ni siquiera sabía de su existencia. Yo había ido a renovar mis ediciones de La Eneida y de algunas obras de Eurípides y se me cruzaron por el camino una novela de Han Kang y este libro de Tolstói. Encima el prefacio era de Émile Zola, con lo cual el flechazo fue doble y me lo compré. Fue bellamente editado por Errata Naturae en noviembre de 2023.
El libro es una especie de tratado nacido de la preocupación social y humana del último Tolstói. Al parecer, en 1857 asiste a una ejecución pública en París y desde ese momento algo cambia internamente en él. Ese mismo día (leo y transcribo de la contracubierta) escribe a un amigo, le relata la ejecución y concluye: «La verdad es que el Estado es una conspiración diseñada no sólo para explotar, sino sobre todo para corromper a sus ciudadanos. De ahora en adelante, nunca serviré a ningún gobierno en ninguna parte».
La edición de Errata Naturae concluye que había nacido un nuevo Tolstói, pero en realidad ¿era uno nuevo? O una consecuencia casi lógica de todo lo que vivió y experimentó desde la Guerra del Cáucaso, algo que casi le acompañaría hasta el final de sus días, puesto que de alguna manera también aparece en su incomprendida y no muy apreciada (injustamente desde mi punto de vista lector) Hadji Murat.
Tolstói comienza relatando la vida en las ciudades; la contraposición con la vida del campo, que ofrece más posibilidades reales de supervivencia. Pronto percibe que la solidaridad y la beneficencia no solucionan el problema de la pobreza y la desigualdad, y que un pobre es un individuo con el mismo sentido común que un individuo rico:
«Nosotros creemos, realmente, que semejante estado es normal para los pobres. Incluso hay buenas gentes que sostienen con seriedad que éstos nos deben gratitud porque viven de nuestro lujo. Pero los pobres no están en absoluto faltos de sentido común por el simple hecho de serlo, y piensan con tanta exactitud y lucidez como nosotros».
Donar es un divertimento, señala en otra página.
Se da cuenta que «solo cuando no poseyese nada podría hacer algo bueno».
Sus intentos de que la aristocracia rusa y los ricos ayuden a los pobres fracasan. La idea de aprovechar el censo de Moscú para tales menesteres es quizá brillante pero solo consigue la incomprensión. No…, hay que ir más a fondo. No hacer maquillajes sociales que en nada cambiarán las tornas. Aprender a vivir para Tolstói se ha convertido «en dar más de lo que recibe».
Y qué es ir a la raíz del problema: la abolición del dinero. El dinero es el que permite la desigualdad social. El instrumento que se utiliza para la servidumbre, incluso para maquillarla de falsa libertad. Y esto es así antes de Tolstói y sigue siendo así hoy en día. El dinero es esclavitud.
«Las cosas han sucedido siempre de la misma manera, en todos los tiempos y en todos los países, lo mismo entra las antiguas tribus y sus jefes que entre los pueblos modernos y sus gobiernos. Quien tiene el poder de hacer daño a otro puede obtener de él, del modo más sencillo, bajo la amenaza de medios coercitivos, la suma necesaria de dinero para que se haga forzosamente su esclavo».
Y hay quién se pensará que esto es cosa de geografía rusa y prerevolucionaria, que un alma noble y sometida a grandes pasiones literarias y humanas, como la de Tolstói, ha esgrimido y esculpido toda esta teoría en la soledad interior que padeció sus últimos años de vida, con ese final tan triste y casi de película huyendo de su casa en un tren y encontrando la muerte. ¿Pero habéis mirado el billete con el que pagáis en la panadería o la tarjeta de crédito que empleáis en el supermercado? ¿Quién tiene la potestad para imprimir y crear dinero? ¿Quién tiene en realidad el poder sobre vuestras vidas?
«Por el contrario acuñan moneda y no permiten a nadie hacer otro tanto; imprimen, como se hace entre nosotros, billetes multicolores y representan en ellos el perfil del busto de sus soberanos, añadiendo una firma especial; dictan penas severas contra los imitadores de esos billetes, que distribuyen entre sus representantes; por último, exigen en concepto de impuestos esos mismos billetes y monedas, y en tal cantidad que el trabajador tiene que emplear todo su tiempo en adquirirlos. ¡Y pretenden que creamos que el dinero, es decir, esos billetes y monedas, resulta indispensable como medio de intercambio».
Tolstói sigue apuntando el dardo hacia la diana. Poco a poco se va acercando. Comenzó su disertación en lo que casi podría entroncar con la primera beneficiencia franciscana (la de Asis y sus primeros seguidores; algo que supuso un auténtico guantazo a la jerarquía eclesiástica; luego se convirtió en otra cosa desvirtuada de su auténtica naturaleza, pero igual hablamos de ello algún día y aprovechamos alguna relectura de Chesterton y su San Francisco de Asís, una biografía que no tiene desperdicio y que es un libro maravilloso.
Demostrada que la beneficencia no sirve para nada, sino para mantener el mismo orden injusto y amoral de las cosas, Tolstói comienza a estudiar la historia del dinero. La raíz de todos los problemas. Se sirve para ello de la historia de la islas Fiyi. Un pequeño ejemplo que le permite sacar grandes conclusiones. El estudio de lo pequeño termina magnificado. Se ha dado cuenta que la servidumbre antigua se mantiene bajo otras formas más sibilinas en la actualidad, en su actualidad; pero podríamos también incluir en la frase a nuestra actualidad.
Recuerdo una frase del emperador Adriano por voz y talento y creatividad de Yourcenar en la que la escritora desvela que otras formas de esclavitud llegarán tras Roma. Evidentemente la voz que habla ahí es la de Marguerite Yourcenar. Y también podríamos entroncar con Thoreau, puesto que Tolstói se ha dado cuenta de que los impuestos son otra forma de opresión y servidumbre.
«Las cosas suceden hoy exactamente de la misma manera: nadie advierte ni quiere ver que la esclavización de la mayor parte de los hombres se basa en los impuestos pagados en dinero, sean del Estado o del municipio, impuestos que los gobiernos exigen a sus súbditos y que son percibidos por el Estado con el apoyo de la fuerza armada, esto es: por un gobierno y un ejército que esos mismos impuestos sirven para sostener».
Todo esto ha nacido de una ejecución pública y de la conciencia y estudio de que todos los hombres son libres y todos deben serlo.
Ese último Tolstói no es el de La sonata a Kreutzer, que es un libro durísimo y casi sin corazón. Yo no hablé de ese libro en Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura, porque no fue precisamente un libro con el que me entusiasmé, sino con el que sufrí muchísimo. Es una cosa tremenda y seguramente provocada por el hartazgo de su propio matrimonio; cualquiera que lo conozca sabe porque menciono esto del matrimonio de Tolstói; pero Mi viaje al otro lado de la realidad sí que entronca con determinados pasajes del Ana Karenina y de Resurrección; por cierto, quiero y deseo la edición de Reino de Cordelia sobre esta última obra, es casi una necesidad que este año 2025 quiero ver de una vez satisfecha, porque de Resurrección solo conozco pasajes sueltos incluidos en estudios críticos y tesis universitarias; y todo esta transformación obedece a una sincera y honda preocupación social que venía gestándose en la obra y en el pensamiento de Tolstói desde hacía mucho.
Para terminar, citar que el Prefacio de Émile Zola se basa en la carta que este envío al traductor al francés de Tolstói. El traductor le había envíado previamente las galeradas y Zola le contesta tras leerlas. De hecho, el mismo Zola recuerda que ya investigó estos mismos temas en su novela, El dinero- L´Argent. Una novela brutal y que recomiendo muchísimo. Es cierto, y personalmente creo que ahí llega más lejos que el propio Tolstói, pues deja en pañales a los fondos de inversión y a los especuladores de la Bolsa de París; es normal, lo de Zola es una novela de casi seiscientas páginas y lo de Tolstói es un artículo de prensa que fue censurado y que el escritor ruso luego amplió.
Pero dejemos que sea Zola el que termine esta reseña, porque este libro no os lo enseñarán en ninguna escuela, ni básica ni universitaria, ni mucho menos de ciencias económicas. No se atreverán. Pero en realidad nada hay más necesario que cerciorarse de que todo nuestro entramado económico y social sigue siendo una puñetera mezquindad.
«Demuestra con múltiples ejemplos históricos (hablando del libro de Tolstói que hemos reseñado) que el dinero es pernicioso. Por lo tanto, hay que deshacerse de él, de inmediato y de una vez. De hecho, nos dice, el dinero es tan dañino para el funcionamiento de una sociedad que incluso dárselo a los demás supondría un prejuicio para ellos y un acto que agravaría el proceso de descomposición social. ¿Qué hacer entonces? Abolirlo».
Hasta otra.
January 7, 2025
GAGARIN O LA TRISTE CERTEZA DE VIAJAR SOLO, DE JOSÉ MORENO. RESEÑA.
Cuando llego a su altura comenzamos a caminar juntos. Pruebo a darle la mano y no me la aparta porque todavía no hay gente en los alrededores. Le hago algunas preguntas sobre la escuela que son respondidas con monosílabos apenas audibles, y luego pruebo con alguna ocurrencia divertida que no tiene mayor éxito. Giro la cabeza hacia su casa por si Greese estuviera echando una ojeada tras la cortina, pero no me da la impresión de que ande vigilándonos. Digo su casa porque hoy el posesivo no me pertenece. Hubo un tiempo en que fue mi casa o, más exactamente, nuestra casa. Pero eso fue antes que su madre y yo decidiéramos poner tierra de por medio, antes de que yo tuviera que recoger mis cosas para marcharme no sabía muy bien adónde.
Tengo la tele puesta de fondo en la cocina mientras preparo el almuerzo y hasta mis oídos llegan los ecos de las noticias sobre nuestra jet set; los últimos compromisos de pareja adquiridos por ciertos individuos o el nuevo viaje de ensueño de determinada celebridad; luego, al poco, nos enfunden con todos los fastos de tal comida y celebración de la Casa Real haciendo mucho hincapié en el vestido de la reina Letizia o en cualquier otra fastuosa bagatela para vendernos los <> de la aristocracia. Todo es lujo y alegría en contraposición a este aire frío de estos primeros días de enero que transportan humedad y hartazgo desde primerísimas horas de la mañana. ¿Dónde está la primavera? ¿Dónde el porvenir?
Al poco cambio de canal. Descubro el último nuevo crimen machista y horrendo o la penúltima estafa piramidal; aquí si sale la gente corriente y común, los asesinos, los obreros y el lumpen; los desdichados, que son en realidad el motor y el germen de la historia, de todas las historias y de todas las civilizaciones; los que nunca aparecen en las enciclopedias o solo lo hacen como una masa uniforme (sin entrar casi nunca en los detalles reales), pero sin con los que jamás nada hubiese avanzado; pero cuando la tele se fija en ellos lo hace siempre con matices y prismas muy negativos. No hay épica ni triunfo, y hay una especie de contraposición forzada para que nos sintamos atraídos por el lujo y las celebridades y horripilados por la pobreza.
Y cualquiera que tenga los ojos abiertos sabe que esto no es así. Que en la gente común y corriente también existe una épica, con sus victorias y derrotas diarias, sus realizaciones y epifanías familiares y amatorias. Zola una vez definió a un obrero que iba por un París nubloso, con llovizna y un frío de entrechocar dientes, como la persona más feliz con la que jamás se había topado. Iba silbando y cantando una cancioncilla alegre. Seguramente lo que le esperaba sería horrendo, pero él estaba muy por encima de su propio destino. Su canción mostraba un estadio superior del espíritu; un afán de vida y de alegría que no iba a renunciar ni a ser domeñado jamás.
Lo que nos encontramos en estos relatos de Gagarin o la triste certeza de viajar solo, editados por La Navaja Suiza, es una épica trascendente de la gente común, con sus inquietudes, rupturas, soledades; con el paso del tiempo y la nostalgia aflorando en cada esquina; con los muertos que arrastramos por la memoria; con lo que intuimos que va a desembocar en algo peor; con gente de buen corazón que presta su furgoneta a un desconocido en un bar; con todas esas premoniciones que pueden aflorar en nuestros hijos o percibirse debajo de la bañera; con parejas que huyen de la ortodoxia familiar; con hijos extraviados que cenan con su padre anciano; con esa nostalgia de lo perdido y también de lo vivido que ya no es pero estuvo aquí.
Hay días, no todos, que sueño con que viene alguien que me rescate de este lugar. Unos surfistas en furgoneta o, todavía mejor, una pandilla de chicas que viajan atravesando la diagonal del país.
Y luego remata ese mismo párrafo del relato En un océano tostado con esta frase:
Dejaría todo atrás, y antes de montarme en la furgoneta, echaría un último vistazo a todo esto, preguntándome si la podredumbre también se echará de menos, dudando si para la infelicidad también hay un hueco en la nostalgia.
Que sepamos Gagarin fue el primer astronauta en viajar al espacio exterior. En este volumen de relatos su historia no aparece, pero esa soledad cósmica que tuvo que sentir el ruso por allá afuera es la que impregna las vidas de casi todos los personajes de este libro. Leamos el título lentamente: GAGARIN O LA TRISTE CERTEZA DE VIAJAR SOLO. Hay una musicalidad de vacío en ese tránsito que todavía es y no ha llegado a puerto. Que está siendo mientras el viaje permanece. Un vagar por los sismas de la soledad. Curiosamente no he distinguido a ningún personaje que esté auténticamente solo; siempre tiene cerca a alguien, incluso el que está exiliado en una gasolinera perdida; la soledad de los personajes de este libro es una soledad comunitaria, una soledad interior que ni siquiera puede ser suplida o diezmada por los individuos cercanos. Es ese sentirse solo o no plenamente realizado aun estando rodeado de gente.
Incluso en un relato como Nada importa demasiado, en el que creemos que la dejadez y las adicciones arrastrarán a sus personajes al peor de los desenlaces, nos encontramos con algo muy sorpresivo y que nos muestra esa épica de la gente común que antes mencionaba.
Pero lo primero que se percibe al iniciar la lectura de este libro es ese homenaje a la literatura americana, a las carreteras inmensas y a esos bares perdidos de los mil demonios que de pronto se insinúan como una aparición fantasmagórica en la quietud de la noche. El estilo es sencillo y fluido. He leído en alguna parte quejas por ese evidente homenaje a ciertos autores de relatos norteamericanos, y se olvida que los escritores son los que predisponen y los lectores los que deben aceptar o no ese pacto ficcional. No hay un solo escritor que no viva influenciado por sus autores predilectos; pero cuando las similitudes son tan evidentes no es ninguna usurpación ni copia, sino sentido y prístino homenaje. Y no solo a una literatura en concreto, sino a toda una atmósfera vital. La literatura crece porque la literatura se bebe y se expande y reconoce a sus maestros y a sus arterias. Fluye porque todo escritor auténtico es un lector empedernido. Y poco a poco el libro va adquiriendo en su lectura mayor universalidad. Comenzamos en un lugar perdido de la geografía de Estados Unidos, pero yo a mitad del libro no sabía ya muy bien en qué geografía ficcional me encontraba, porque en realidad «el lugar» es solo el marco elegido, la decoración; la verdadera geografía que explora Gagarin es íntima.
Dejen hablar a los libros por sí mismos al leerlos. Tengan paciencia. Porque en el fondo da lo mismo si se nos habla del Bar de Joe o del Bar de la Cave; o si el nombre de los protagonistas es americano o anglosajón y mi vecina de abajo se llama Pepi. El ser humano es igual en todas partes (iba a escribir que es igual de «papafrita» en todas partes, que también), y en realidad todo eso son símbolos con los que el escritor trata de domeñar sus demonios y anhelos interiores. Hay palabras y gestos humanos que delatan nuestra condición humana muy por encima de las nacionalidades que nos atribuyen.
Sin embargo, un detalle había hecho que mis pensamientos se centraran en un asunto diferente. Y la clave de este se encontraba en el mordisqueo leve de labios que la señora había realizado unos segundos antes, apenas ese gesto tan nimio.
¿Dónde lo había visto yo antes?
No sabría decir cuál de los relatos me ha gustado más. Casi todos son muy parejos. Algunos tienen finales sorprendentes y otros añaden una frase final tan espléndida que te entran ganas de releer el relato que acabas de terminar porque intuyes que esa última frase se ha convertido en toda una revelación. Pero quizá, por motivos más personales que literarios, me quedaría con Inevitablemente corto, y con este diálogo que nos invita a pensar.
¿Hay alguna cosa que te hubiera gustado hacer y no hiciste nunca? —le pregunté a papá de pronto—. No sé, aprender a montar a caballo, atravesar el Pacífico en barco, vivir una temporada en un poblado cherokee…
—¿Por qué crees que iba a querer vivir en una reserva india? No entiendo a qué te refieres.
—Bueno, tan solo me preguntaba si habría algo que has dejado por hacer en todos estos años. En ocasiones pienso que el tiempo va apartando nuestras aspiraciones a toda velocidad. Como una locomotora, ¿sabes? O como un convoy que recorriese una carretera y no dejase con vida nada a su paso.
Recuerdo del barrio de José Moreno, que es el mismo barrio en el que yo nací y viví mis primeros años, que los chavales marchábamos agrupados en peregrinaciones nómadas hacia la playa Victoria. Atravesábamos el puente desde la barriada de Loreto y nos adentrábamos por la Laguna hacia el océano siempre imponente del Atlántico. Por entonces el tren no estaba soterrado. Llevábamos bocadillos para pasar el día, porque nuestros días de verano eran eternos y lo pasábamos casi por entero en la playa. Hacia el atardecer y con la fresquita marchábamos de vuelta a la barriada, ungidos de sol y arena y con ansias de repetir al día siguiente.
Ese tiempo ya no podrá volver a ser y por entonces una frase como la de: <uando uno está tan acostumbrado a la soledad, la más bienintencionada de las propuestas es una intromisión inaceptable>> no tendría ningún sentido. Era impensable para esos muchachos tan llenos de vitalidad.
En este libro no se canta a la infancia sino a la edad madura, pero en este cántico hay un ligero poso de añoranza perdida; del paraíso quizá extraviado; de todo lo que ha quedado un poco desgajado por el camino.
No importa. Todo es cuestión de tiempo, sinergias y tránsitos. La naturaleza es muy sabia y la primavera va a avanzar de forma inexorable en el calendario. Estemos pendientes para abrir las ventanas a la claridad y a la literatura que ahonda en lo humano, y que pese a su aparente sencillez estilística intenta palpar las vibraciones profundas de la existencia.
Los despertó un ruido en la calle poco después de que amaneciera. Un golpe seco, como una pisada de elefante o un disparo detrás de una tapia. Siete Pulmones y Garai se pusieron en pie de un salto y corrieron a mirar por la ventana. Lo que vieron no era muy diferente a lo que esperarían encontrar en una ciudad devastada por un conflicto armado o por el mayor de los cataclismos. Las marquesinas de la calle estaban destrozadas, los letreros de los establecimientos habían volado por los aires, los postes de la luz aguantaban ladeados las sacudidas del viento y la puerta de la cabina telefónica que quedaba en una de las esquinas había sido arrancada de cuajo. En mitad de todo aquello, un árbol de tronco grueso acababa de caer como si no fuera más que una ficha de dominó empujada por el soplido de un niño. Además de todo eso, llovía. Pero no de forma corriente, no de la manera que se puede imaginar cuando se habla de lluvia. Llovía con la bravura que gastan los desalmados.
No hay nada desalmado en esta propuesta literaria, sino una honda humanidad.
Hasta otra.
January 6, 2025
REseña de leer es vivir en el canal de YouTube de enrique carro
Enrique Carro reseña «Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura» en su canal de YouTube. Es la tercera reseña de mi último libro que acaba de salir editado hace apenas unas semanas.
Hasta otra.


