Jorge Morcillo's Blog, page 2
August 29, 2025
El poder del lenguaje. Adan Kovacsics. Acaece, sin embargo, lo verdadero. Reseña.
El poder del lenguaje. Adan Kovacsics. Acaece, sin embargo, lo verdadero. Reseña.
«Con la belleza, con su “triunfo sobre la nada”, empieza la creación, pensó. Respiró hondo. Percibía el ritmo del jardín, regido por un orden musical que impregnaba incluso su andar. Brillaban las gotas de rocío en la hierba, como si la noche hubiera olvidado allí diminutas piedras preciosas: rojas, celestes, doradas y plateadas, que centelleaban a la luz del sol. Elia Pladiura, que se vanagloriaba de sus “ojos de lince”, no encontró los pistacheros que Frida les había señalado al llegar; acaso porque no los había. Sin embargo, tampoco le importó. Había hallado la belleza».
De vuelta tras el descanso veraniego del blog, retomamos las reseñas literarias. Y en esta ocasión lo hacemos con toda una eminencia de la traducción y del mundo intelectual: Adan Kovacsics, mano derecha de László Krasznahorkai en sus ediciones al español. Un traductor que no solo ha editado al escritor húngaro, sino también a Kafka, a Karl Kraus, a Stefan Zweig, entre otros.
Pero la cosa no queda ahí, porque Kovacsics, cada cierto tiempo, publica otra clase de libros: más ensayísticos, más memorialísticos, más ficcionales. Tal es el caso del libro que hoy nos ocupa: Acaece, sin embargo, lo verdadero. Y lo edita, cómo no, Acantilado, una de esas editoriales que sustentan —en buena medida— gran parte de lo mejor de la literatura europea.
El título remite a un hermosísimo poema de Hölderlin y sirve también para ofrecernos el mejor de los siete textos que aquí se recogen.
¿Cuál es la naturaleza de este libro? Una naturaleza híbrida. Hay ensayo. Hay biografía. Hay ficción. Hay tensión y crítica contemporánea. Tremendos son los párrafos dedicados a la prensa; pero luego, a pesar de la innata inteligencia y elegancia de la prosa de Kovacsics, el libro cojea en los pasajes más ficcionales. No importa. A un hombre de esta inteligencia y valentía hay que perdonarle todo.
«En tres lugares se guarda y se plasma, según Benjamín, la experiencia: en la idea, en la memoria, en el relato. Resulta llamativo que, en páginas dedicadas a la memoria y la experiencia, Walter Benjamín mencione, en un pasaje central, al satírico y polemista Karl Kraus (algo así como el Swift austríaco, un autor de una radicalidad que sería hoy insoportable para tantos estómagos agradecidos del mundillo actual). Lo hace al referirse a la información periodística, a su lenguaje y a su impermeabilidad frente a la experiencia. El pasaje es todo un llamamiento a continuar la lucha que, a comienzos del siglo XX, emprendió el escritor austríaco.
Se trata de oponerse a la expropiación —o fagocitación— de la experiencia y de la memoria del ser humano. Esa expropiación comenzó a través del lenguaje corrompido y del tópico, que alejan al individuo de su propia vida. A través de un lenguaje descosido y pegadizo, mediante la lobreguez y la repetición de la frase hecha, el ser humano del siglo XX cedió su experiencia. La dejó en manos de un nuevo poder: el de la prensa entonces, de los medios de comunicación después, y de los portadores de la llamada “sociedad de la información” en la actualidad; todos ellos pertenecientes a una misma corriente. La cesión es cada vez mayor. Dejarse llevar por la corriente es dejarse arrastrar por un determinado lenguaje».
Es decir, el lenguaje de la prensa ha empobrecido el lenguaje humano. Lo ha pulverizado. Y añade después, mencionando a Kraus:
«¿Qué le importa al espíritu que llueva en Hong Kong? Que llueva en Hong Kong es información. Los medios de comunicación nos indican, además, en qué debemos fijar la mirada. Y ponen palabras en boca del lector o del oyente. Tan pronto como comienza a hablar o escribir, ya se le completan las frases, eliminando o estandarizando la magia y la creatividad del lenguaje. Porque fue el verbo —con su magia y creatividad— el principio del mundo».
La labor de la prensa y de muchos periodistas —aparte de ser sicarios del poder que les paga— es asesinar la magia y la creatividad del lenguaje.
El lenguaje literario, el lenguaje humano, está repleto de símbolos. Hay una tradición hermética que se ha transmitido desde hace miles de años. Como muy bien escribe Kovacsics, el plano del arte es un hechizo, una irrealidad esencial que es, precisamente, la que garantiza la captación y la representación de la realidad. La literatura, el lenguaje trascendente y simbólico, crea otra realidad más “real”.
«La cultura es memoria.
Mnemósine, madre de las nueve Musas, es al mismo tiempo el concepto central y el fundamento de todas las actividades culturales que encarnaban esas Musas. Los griegos, al reunir esas prácticas bajo la personificación del recuerdo, consideraban que la cultura no solo se basaba en la memoria, sino que era memoria».
Y es ahí, en las páginas en que Kovacsics abre la puerta de la memoria (con su vasta cultura interna y literaria), cuando el libro alcanza sus mayores cotas. El primer texto, Invención y verdad, es tremendo. Recrear al escritor Imre Kertész, superviviente del Holocausto, tensa las cuerdas del corazón como un violín. Como esos poemas de Paul Celan que hace décadas no releo, pero cuyas llamas siguen manifestándose. Amapola y memoria. ¿Es suficiente el lenguaje para explicar el horror?
Y luego está la denuncia contra todos esos escritores que trafican con el sufrimiento humano. ¿Cuántos libros sobre el Holocausto son pura basura? Nada tienen que ver con los textos de los autores que vivieron aquellos años: Primo Levi, el propio Imre Kertész.
Yo siempre guardo un ejemplar de aquel muchacho checo, Petr Ginz —algo así como la Ana Frank de Praga—, cuyos dibujos y Diario de Praga (entre 1941 y 1942, creo recordar) explicaban mejor que muchos estudios lo que allí aconteció. Porque la mirada de los niños no miente. Porque ven las cosas sin el tamiz de la ideología. Porque, a pesar de su corta edad, ya saben distinguir quién es una buena persona de quién no lo es. La literatura de esos muchachos —y de aquellos que sobrevivieron a los campos de concentración— nada tiene que ver con el victimismo ni con esa otra literatura oportunista que hace de lo peor de los seres humanos su sustento y su bandera.
Si hay una manera de poseer un texto, si existe una posibilidad de conocer sus ríos internos, esa labor es, en estado puro, la de la traducción. Los traductores conocen mejor que los propios autores la naturaleza de los libros. Eso, el señor Kovacsics lo domina como pocos. Vive con los autores a un nivel interno que, para los demás, puede resultar muy difícil de alcanzar.
Sin embargo, cuando se deja llevar por la ficción, su escritura decae y no sostiene la misma altura. También hay que comprender la ontología híbrida de estos textos, que no buscan complacer, ni vender, ni alcanzar un gran público. Esto es literatura en el sentido más profundo: nace de una necesidad imperiosa de fijar y detener el tiempo, de bucear en la memoria, de no olvidar el lenguaje y sus lazos. Este hombre escribe para no dejar de ser. Porque el lenguaje es lo único que sostiene el mundo. Cuando el lenguaje muere, el universo de lo que fuimos se desintegra.
Y sí, sabemos que el silencio también es otra forma de lenguaje. Pero ese lenguaje, en su esencia más profunda, solo pertenece a la música y a los dioses, a la muerte y al olvido, y esas piedras sin ontología no nos emocionan.
Hasta otra.
July 10, 2025
«Yo sabía que el fuego hablaba». Reseña.
YO SABÍA QUE EL FUEGO HABLABA. RESEÑA.
Los bocadillos calientes los hace Elvira, mientras cuida sus fuegos, donde reposan los fondos en unas ollas enormes. ¿Ves esta línea, limeño? Pues de aquí no pasas, este es mi territorio ¿capichi? A parte de esos tips, Elvira no habla mucho, deja que Eva haga el trabajo. Un día nos va a convertir a todos en sapos, me dice Martín, una mañana en que se le antoja medio bocata de chorizo a la hora de más trabajo y se asoma por encima de la barra para saludarla, pero Elvira, metida en esa pequeña cocina, parece hipnotizada. ¿Cómo lo llevas, titu? Y yo hago un gesto de más o menos con la mano y sonrío, pero en el fondo estoy ocultando el estado de nervios en el que me encuentro, y aprovecho para salir de la barra a tomar nota. Para mí un cafe solo, cortito y con sacarina. Me sudan las manos. Para mí también solo, pero a mí me lo vas a dar descafeinado de sobre. Me late el párpado derecho. Para mí un café con leche de avena, normalito. Para mí un té verde con una rodaja de limón. Para mí un zumo natural sin hielo. Para mí un cortado sin espuma con la leche bien caliente, pero nada, un chorrito de leche, sin cucharita ni azúcar y cóbrate, mira, que te doy lo justo.
Y la vorágine prosigue con otros clientes y con otras vicisitudes. Muy buenas, estamos ante la reseña de Yo sabía que el fuego hablaba, el tercer libro de Enrique Carro, tras una novela autopublicada y un libro de relatos. Esta novela ha sido editada recientemente en una editorial peruana que se llama Narrar. Para cualquier consulta pueden preguntar en la web de https://enriquecarro.com/ o suscribirse a su canal de reseñas de YouTube.
A Enrique lo conocí gracias a su canal de reseñas de YouTube. Creo recordar que vi una reseña suya de Bernhard y otra, creo, de Jon Fosse casi seguidas y me gustó la forma de tratar a este tipo de autores. A partir de ahí me volví un asiduo y Enrique tiene reseñados varios libros míos desde entonces. Por lo general, en la mayoría de canales de reseñas suelen apreciarse enseguida el tono clasista de algunos; cómo son incapaces de leer más allá de sus libros de confort y de cabecera, todos los prejuicios que almacenan y un gusto por lo comercial y por lo banal del que dan ganas de salir corriendo. No hay ningún lector perfecto. Pero a veces se agradece encontrar otro tipo de reseñas más profundas, con otro tono y enfoque y abierta a múltiples y sosegadas interpretaciones.
Pues bien, hoy las tornas se han cambiado y nos encontramos aquí para reseñar esta novela suya de maravilloso título, Yo sabía que el fuego hablaba, y la cual tuve la suerte de poder leer cuando todavía era un manuscrito.
De esto ha pasado como un año, pero creo recordar que le escribí a Enrique que la novela me recordaba hasta cierto punto a El síndrome de Ulises de Santiago Gamboa. No es que sean idénticas, para nada, son dos mundos casi opuestos: sexual y sórdido el de Gamboa; elegante y nostálgico el de Carro, pero ambas obras recogen las vicisitudes de la inmigración latinoamericana a países y ciudades europeas, y por ahí encuentro puntos de conexión y encuentro. Si la de Gamboa se situaba en un París que bordeaba con las banlieues, la de Carro lo hace en Barcelona. Y la ciudad de Barcelona comienza a hacerse muy presente desde que, en una situación todavía irregular, Ernesto, el principal protagonista, encuentra trabajo en un bar peruano llamado Paraíso.
Entro a trabajar a las diez de la mañana. Salgo del centro en bicicleta, paso frente a la catedral y constato que ya no hay tantos turistas, o al menos no a esa hora, solo palomas y gaviotas, que huyen de mis ruedas con su paso rengo o vuelan en bandada creando numerosas sombras en el suelo de piedra, y cruzo por la calle del Decathlon, de la que nunca me acuerdo el nombre, y lo único que esquivo son pájaros. Luego, con cuidado, cruzo también las Ramblas, pedaleando y mirando a los dos lados, para que no me pille algún urbana y me multe por no bajarme de la bici. Lo demás es cruzar todo Tallers y salir a la plaza Universitat antes de las diez menos cuarto.
Pronto vamos percibiendo ese microcosmos tan particular que es un bar-restaurante, en el que en un espacio muchas veces minúsculo suceden tantas cosas y tan al mismo tiempo. Las relaciones con la jefa, Elvira; con el cocinero, Felipe; con todo tipo de clientes, cada uno de su padre y de su madre; los temores de un trabajador en situación irregular que, si bien está casado por amor con una catalana, vive una crisis matrimonial, o una especie de separación parcial. Pero más allá de lo que pueda intuirse como personal y metamorfoseado en la propia trayectoria de Enrique, el libro funciona bien puesto que la experiencia de vivir en un país alejado del natal siempre es una experiencia arrolladora, y aquí todo eso está bien plasmado tras las bambalinas, con un lenguaje realista pero no exento de lima.
Y lo más logrado, lo que tras esta relectura ya en formato libro (por cierto, muy bellamente editado) me ha seguido llamando la atención, son esas escenas en las que la vida laboral se entremezcla con lo vital; los sonidos de la máquina del café; los movimientos casi mecánicos tras la barra; los acontecimientos en la terraza; las relaciones con ese otro microcosmos que es la cocina, tan particular y tan alejado de todos esos programas de basura televisivos en los que prima el espectáculo y los clichés sobre cocinar, cuando en realidad nada tienen que ver con lo que sucede en realidad. Aunque a veces no todo forma parte de ese dentífrico que es la vida y en el que hay tantas cosas sórdidas por igual:
Lo de la chuleta tenía su cuento. Me lo contó Felipe en el Peter la noche antes. Resulta que la Bruja se despierta por la mañana en la suite subterránea y se va al depósito a buscar sus calcetines. Imagínate, menda, con sus patitas de paloma al descubierto. Elvira le contó a Felipe que, al entrar en el depósito, se mojó los pies, y cuando encendió la luz, vio que el suelo estaba inundado. Por eso está resfriada, colega. De hecho, al día siguiente, mientras colocaba la pizarra del menú, vi a Manolo volver del consulado con una caja de paracetamol. Lo que había pasado en el depósito es que una de las neveras, en las que tenían guardada toda la carne, se había descongelado. Kaput, colega. Felipe se pasó todo el turno solucionando el desarreglo y, en la noche, mientras bebíamos cervezas, me dijo que por eso había que vender toda la carne. Por eso el lomito saltado, el ají de carrilleras, los tallarines al pesto con mollejitas, la ensalada de entraña y los daditos de carne con salsa huacatay, ahí lo entendí todo. Te dicen bravas, continuó Elvira, les dices chuletas, ¿oído? Y la vendes a dieciocho. Menda, recordé la voz de Felipe, esas chuletas tienen manchas verdosas, yo mismo se lo informé, pero la Bruja las olfateó y dijo que era carne vieja, colega, un día se va a morir alguien y ya veremos. Y otra cosa, limeño, rugió Elvira, apuntando a la pizarra, borra eso de sopa de carne y pon escudilla, ¿o no sabes vender, carajo?
El día pintaba malo.
Más allá de los acontecimientos del Paraíso, el libro se complementa con el robo de cobre por ciudadanos del este en el edificio de Telefónica; algunas pinceladas de Cadaqués (en el Alto Ampurdán) y Mollet (que no sale muy favorecido como pueblo); y el pasado y las relaciones familiares de Ernesto. De hecho, el libro se abre con un pequeño pasaje titulado Cómo se apaga una vela, en el que podemos ver el bullying que sufre el personaje principal con tan solo doce años. Entiendo que el escritor ha querido remarcar cierta psicología del personaje principal, pero a veces (y esto es un punto de vista mío completamente subjetivo) creo que es mejor no contar tanto de los personajes. En la vida nos topamos con gente de la que solo sabemos cosas parciales y en la literatura y la creatividad no soy muy partidario de explicar demasiado. La niebla de los corazones humanos también puede ser un personaje más, y si no que se lo pregunten al Dickens de Casa desolada.
Más allá de eso hay unas páginas (casi alcanzando el final del libro) entre Ernesto y su padre que son muy emotivas. El padre de Ernesto se está muriendo en el hospital y las asperezas de padre y familiares pasan a un segundo plano.
En definitiva, un libro muy ameno que recomiendo, bien pulido, con una querencia hacia lo realista y lo vital muy evidente, y en la que late una pasión por lo ignífugo y por el deseo de relatar que espero se magnifique y amplíe en próximos libros.
¿Qué ha pasado?, me preguntó Luis el Valenciano y luego golpeó el latón de la barra con los nudillos, esos tres golpes que ya no volvería a oír ni de él ni de Manolo ni de los viejos parroquianos con espíritu de vaqueros, no será para mí esa manzanilla, eh. Una fresca, chaval. Abrí la nevera y saqué una San Miguel fría. La Angelita, le dije, se la ha llevado el hijo de su marido, con maletas y todo. Hosti, dijo, al matadero, como todos, yo no, eh, yo con mis tomates y mis naranjas. Nuestra risa fue un réquiem para Angelita, nos quedamos unos segundos en silencio. ¿Cómo va la familia?, me preguntó. Muy bien, le dije. Com está la noia?, insistió Luis y le pegó un sorbo al botellín. Muy bien, ahora de viaje por trabajo, le dije, no para. Bien, bien, dijo él, creciendo, siempre creciendo. Siempre, contesté y busqué mi taza de café con leche, llena de cerveza. Una mosquita flotaba muerta sobre la espuma. La quité con la yema del dedo y le di un sorbo.
Que el fuego de la literatura no se apague. Que siga ardiendo y creciendo. Que escribir se convierta en respirar.
Hasta otra.
May 26, 2025
CARNAVAL INDOMABLE. «La voz alzada. Carnaval cantado y transformación cultural», de David Delfín. Reseña.
«LA VOZ ALZADA. CARNAVAL CANTADO Y TRANSFORMACIÓN CULTURAL”, DE DAVID DELFÍN.
«La comparsa de Alhaurín el Grande La travesía, de 2018, es otro ejemplo que permite corroborar la manera en que las coplas abordan la complejidad humana, las relaciones entre la persona y la sociedad y sus normas o el modo en que las experiencias producen conocimientos que construyen nuestra subjetividad; es decir, el proceso por el que se configura lo que somos en contacto con la realidad y con quienes nos acompañan mientras va escribiéndose nuestra biografía y nuestra transformación a lo largo del tiempo».
La transformación (o metamorfosis) es un término muy antiguo, uμετάμορφωσις, que tenía unas implicaciones mucho más profundas que las que solemos por lo común otorgarle. Desechando el cambio o transformación física, que no nos interesa ni sucede por cantar una copla de carnaval, si bien toda máscara y todo disfraz acaba de alguna manera convirtiéndose en espejo y definición, sí, por el contrario, nos detendremos un poco en las connotaciones de la «transformación interior», que se encuentra mucho más cercana al terreno de la espiritualidad, y que vendría a ser algo así como un acto de purificación.
En realidad, toda fiesta y celebración humana no ha dejado de ser, desde los albores de la historia, «un acto de purificación», y esto va mucho más allá de implicaciones religiosas. Que el carnaval se suceda en febrero (si bien durante muchos años de su historia se desplazó a otras fechas o directamente se prohibió) tampoco es una cuestión baladí. El invierno está llegando a su fin. La primavera llama a la puerta de los hombres. Y hay que recordar que los ciclos de vida y muerte estaban muy ligados a los tiempos de la cosecha y a la floración o no de la naturaleza. Y, si nos trasladamos a la época cristiana, hay que recordar que el carnaval sigue acotado a las fechas de cuaresma, y, aunque en Cádiz me da la sensación de que esto crea muchísima más controversia que en Málaga, nada sucede en nuestras tradiciones por casualidad.
Dicho esto, entremos de lleno en este valiente ensayo de David Delfín, afamado poeta y escritor malagueño de larga y fecunda trayectoria, versátil y siempre elegante, capaz tanto de escribir poemas vanguardistas como de sumergirse en la historia de nuestras tradiciones culturales. Aquí, en “La voz alzada. Carnaval Cantado y transformación cultural”, nos arrastra por todo un recorrido desde los inicios de la fiesta, y no solo ciñéndose al carnaval de Málaga sino adentrándose y complementándose con los de Huelva y Cádiz, porque de alguna manera todos nuestros carnavales andaluces andan conectados y se retroalimentan entre sí. También es verdad que hay «algo de pique» y cierta rivalidad, pero eso también sucede con las agrupaciones de una misma ciudad, y es algo que, si no excede los límites de la educación y de la cordura, enriquece y conlleva a muchos grupos a competir y a superarse. Y de ejemplo la colaboración musical de Juan Carlos Aragón con David Santiago Velasco en la comparsa del carnaval de Málaga de 2015, Los intocables, que yo desconocía. O las de Antonio Martín, otro autor gaditano, leyenda viva de nuestra fiesta, con los carnavales onubenses. Todo esto lo cita Delfín en su ensayo y es de agradecer.
Lo cierto, es que la historia del carnaval en nuestras tierras andaluzas nunca ha sido fácil. Casi siempre, los poderes políticos lo han intentado secuestrar o domar. El carnaval estuvo prohibido muchos años, y hubo otros en los que se celebraba fuera de fecha, bajo otras denominaciones y con férrea censura. La llegada de la democracia ayudó a recuperar el carácter reivindicativo y la sátira propia de estas fiestas, pero estas tensiones con los poderes eclesiásticos y políticos persiste a otros niveles. El carnaval es un periódico anual, cantado y ácido, que crea conciencia social, que no ha podido ser utilizado y domado por la burguesía, y que, esencialmente, sigue perteneciendo a las clases populares. Aunque Delfín se ocupa preferentemente del carnaval de Málaga, hay unas menciones a lo que ocurrió en el barrio de San José de Cádiz. Y allí tienen que seguir en el cementerio —un cementerio ya en desuso porque desde hace unas décadas los gaditanos que se «largan a charlar con el océano están criando malvas» en el cementerio de Chiclana— las tumbas de Crespillo y Peña, carnavaleros, asesinados y enterrados. No fueron los únicos. Hubo muchos más.
Por ello, entre otras muchas cosas, hay que seguir apostando por un carnaval callejero, irreverente y canalla, que no se someta ni a fundaciones, ni a ayuntamientos, ni a ningún tipo de limitación y concurso. En ese sentido, la irreverencia, originalidad y posibilidades que ofrece el «carnaval ilegal» siempre serán más intensas, que las que pueden aflorar en un concurso cada vez más acotado y pazguato. El primero será siempre más rebelde; el segundo más espectacular y masivo. Nos debemos a nuestra propia historia un respeto, que no debe ser excluyente de nuevas tendencias y modos, pero que no puede perder del todo esa vinculación con nuestra manera de ser y estar en el mundo. Pues el pueblo andaluz cuando se expresa y canta tiene cientos de años de lucha, dignidad y poesía en sus gargantas. Esto no es una fiesta solo de algarabía y desfase —que también—, sino la liturgia literaria y cantada de unos pueblos marineros que «consolidan su identidad» a ritmo de bombo y caja. Es una oración de la tierra y el mar. Y al que le duela una crítica cantada sobre las tablas del Alameda o del Falla, que se vaya a la playa a ponerse a remojo, porque en eso consiste la libertad de esta fiesta indomable, y como tal ha de seguir expandiéndose en la conciencia y la sangre de las nuevas generaciones.
Delfín recupera en las primeras páginas de su ensayo todo este periplo histórico, enriqueciéndolo con coplas antiguas, haciendo mucho hincapié en esas características que convierten al carnaval andaluz en algo único y casi sin parangón a otra parte del mundo, salvo las murgas de Uruguay, que, sorprendentemente, son una fusión de la influencia gaditana con las raíces africanas y locales. Las características del carnaval que hoy damos por comunes fueron gestadas en esos primeros años de democracia, y es muy curioso comprobar como carnavales tan cercanos como los de Isla Cristina, Cádiz o Málaga tienen, a su vez, características propias, adaptadas a su particular idiosincrasia. Y luego hay tránsitos y lugares muy comunes y reconocibles para todas nuestras ciudades y pueblos: el mar, por ejemplo.
«Cada mañana temprano, yo salgo a pasear, y entre oleaje y espuma, el pan para mis hijos, yo le arranco al mar. Yo tengo la piel morena, morena de sol y sal, y el alma de marinero, igual que mi pueblo, yo quiero a rabiar. Todos los días miro al cielo, cuando comienzo a faenar, y solo pido al supremo, que me de fuerzas para trabajar. No me importan los sudores, ni temo al viento ni al temporal. Porque sé que el marinero, protege su vida la Virgen del Carmen, que vive en el mar. Ella cubre con su manto, a todo el hombre honrado que sale a pescar. Y en este humilde homenaje, yo con mi comparsa quiero dedicar, a mi pueblo chiquetito, que todo lo saca del agua salá. La Higuerita Marinera, tiene por bandera, agua, viento y sal».
(Pasodoble de la comparsa La Higuerita Marinera, 1982. Carnaval de Isla Cristina)
Tal y como se va desgranando en el libro, precedido por un hermoso prólogo de Juan José Téllez, el carnaval reafirma la identidad comunitaria y el andalucismo y, a su vez, va regenerando la propia fiesta adaptándose a las nuevas circunstancias sociales: a la incorporación de la mujer como parte activa y reivindicativa de la fiesta; a las distintas crisis, tragedias e inundaciones; a los avatares políticos e ideológicos; a la masificación del turismo y la pérdida de la identidad local; y, de todo ello, pueden extraerse temas comunes y reivindicativos.
Muy curiosa me ha resultado esa recuperación del carnaval de Málaga a través de la recuperación de la memoria de las viejas coplas cantadas antes de la guerra civil; en Cádiz, en cambio, tuvimos un sucedáneo de carnaval durante la dictadura que ni siquiera se llamaba carnaval y que se celebraba durante las fechas de mayo, pero esto me da que tal y como le oí a Miguel Ángel García Argüez, el Chapa, en una tertulia y no hace mucho, fue como un pequeño favor para acallar a los gaditanos tras la explosión del polvorín de la Armada en 1947.
En cuanto a Málaga, los que recuperaron esa memoria de coplas se encuentran los hermanos Ángel y José Romero, los cuales las recobraron a través de la memoria de los ancianos, ya que muchas ni quedaron registradas por escrito. El libro incluye algunas de esas coplas antiguas, y en ellas puede comprobarse de inmediato la sátira, la crítica y la irreverencia que contenían.
Una vez recuperada la democracia y el Teatro Alameda como sede del carnaval de Málaga, este se ha visto sujeto a los distintos avatares de la ciudad. Sin embargo, volvió a renacer de sus cenizas y prosigue un lento avance, con años mejores y otros peores, sujeto muchas veces a la incomprensión política y con el hándicap de que, en Málaga, la fiesta (digamos) más popular no es el carnaval, sino la Semana Santa; pero con la proyección actual de medios televisivos y con el internet, el Carnaval se ha vuelto fácilmente disfrutable para cualquier individuo en cualquier parte del planeta. En este sentido, debo ser absolutamente sincero con los amigos malagueños y onubenses y darles la razón en cuanto a que sus carnavales no han sido tratados con el respeto que merecen por los medios televisivos andaluces, concretamente por Canal Sur.
El nuestro, el de Cádiz, ha tenido muchísimo más apoyo y medios para su difusión. De hecho, antes de que llegase Canal Sur y Onda Cádiz, nos retransmitía Televisión Española, sin mucho acierto, la verdad. Recuerdo de pequeño estar esperando a la actuación de Caballos Andaluces, la comparsa del puerto de la Peña “Los Majara”, y ellos conectar cuando les vino en gana y con gran parte de la actuación ya celebrada, o dándola en diferido. No recuerdo esto muy bien pues era muy pequeño y los recuerdos son muy difusos, pero algo pasó con esa actuación televisada. Lo que sí recuerdo muy bien es que nosotros escuchábamos el carnaval por la radio, en la Cope, Onda Cero o la Ser, la verdad es que no daba igual, la que pillase mejor sonido. Escondíamos «pequeños aparatos» tras las mantas y las sábanas para poder escuchar con auriculares las sesiones sin que nadie se enterarse, y además por esos años había como sesiones dobles: sesiones de tarde y sesiones de noche. El concurso acababa a unas horas muy tardías, no era un carnaval domesticado y de «pescaíto en blanco» como hoy en día, pero daba igual porque escuchar y aprenderse las letras para cantarlas era mucho más importante que las lecciones de la escuela. En buena medida era otra escuela, pero de una experiencia humana, local y telúrica que conectaba con nuestra orilla y con nuestra gente. Una lección de vida de la que nos sentíamos afines y devotos.
Un tema muy importante, y que no quiero que se me olvide señalar, son esas pequeñas inmersiones en la sociología y el estudio detallado de la fiesta del carnaval, incluido el humor; pero también en la señalización de la complejidad de las coplas y de cómo estas abandonan muchas veces lo local para abordar temas absolutamente universales.
«La comparsa de Alhaurín el Grande La travesía, de 2018, es otro ejemplo que permite corroborar la manera en la que las coplas abordan la complejidad humana, las relaciones entre la persona y la sociedad y sus normas o el modo en que las experiencias producen conocimientos que construyen nuestra subjetividad; es decir, el proceso por el que se configura lo que somos en contacto con la realidad y con quienes nos acompañan mientras va escribiéndose nuestra biografía y nuestra transformación a lo largo del tiempo».
O en la cuestión del estudio del humor nos encontramos ante este párrafo del filósofo y profesor universitario Juan Carlos Siurana Aparisi:
«Contribuye al equilibrio del ser humano consigo mismo y con los demás, porque fomenta una actitud positiva ante la vida, respetuosa con uno mismo y con los demás. Es importante, por ello, investigar y mostrar los rasgos que configuran la ética del humor».
Y luego el filósofo ofrece una serie de puntos con los que se puede estar de acuerdo o no, pero que, desde luego, plantean ya de por sí diversos debates muy interesantes que pueden llevarnos a cuestionar y aclarar algunos dilemas: ¿El humor debe tener límites? ¿El humor del carnaval ha de tener frenos? ¿Coartar o impedir que una agrupación cante algo con lo que no nos sentimos identificados no sería vulnerar la libertad de expresión?
Ahí lo dejo, supongo que cada aficionado al carnaval tiene su respuesta.
El libro es una reliquia para cualquier devoto del carnaval, incluso diría que para cualquier curioso, porque más allá del periplo malagueño, que forma el esqueleto y el grueso del libro, aquí lo que se muestra es la lucha y la transformación cultural de una tradición cantada que, contra viento y marea, ha mantenido un pulso por su supervivencia y difusión. El único «pero» que le pongo a la edición es que no tiene un índice bibliográfico para las distintas agrupaciones mencionadas, y es una pena, puesto que este tipo de libros se acaban convirtiendo con el paso del tiempo en libros de consulta y estudio. Desde luego a mí me ha servido para disfrutar y para conocer mucho más el carnaval de Málaga, del que trataré de estar más atento en el futuro y del que, dicho sea de paso, ya conozco un poco más, puesto que he buscado por YouTube algunas de las agrupaciones mencionadas.
«Aquí se reza cantando», cual título de una revista cofrade malagueña, que en verdad podría ser cualquier verso de un poemario, o incluso un solo verso autónomo y autosuficiente, pues resume muy bien, con gran verdad y belleza, la íntima y universal experiencia carnavalera.
Sigamos cantando y rezando, a las olas, al sur, y a toda nuestra identidad andaluza. Desde las orillas de las playas de Huelva, pasando por la casi siempre aislada y «a su bola» Bahía Gaditana y llegando a las costas mediterráneas de Málaga, entre corvinas, caballas y boquerones, el sol sigue brillando.
Hasta otra.
May 10, 2025
Me entrevistan en Diagnóstico cultura sobre «Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura».
Muy buenas. Ya pueden leer la entrevista que he concedido a Diagnóstico Cultura. En ella hablo de algunos de mis libros, pero, sobre todo, de literatura, y de las distintas formas de leer y de abordar la escritura.
No se la pierdan.
Jorge Morcillo: «Me centré en la alegría de leer»
Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura.
Me entrevistan en Diagnóstico cultura sobre «leer es vivir.El entusiasmo de la literatura».
Muy buenas. Ya pueden leer la entrevista que he concedido a Diagnóstico Cultura. En ella hablo de algunos de mis libros, pero, sobre todo, de literatura, y de las distintas formas de leer y de abordar la escritura.
No se la pierdan.
Jorge Morcillo: «Me centré en la alegría de leer»
Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura.
May 5, 2025
La resistencia ante la aniquilación. «El último lobo», de László Krasznahorkai. Reseña.
«Solo quería decir que Extremadura era fascinante y no sólo le parecía magnífico su paisaje, sino también su gente, ¿sabe?, dijo al húngaro, la manera más exacta de definirla era decir que eran hombres buenos, ¿hombres buenos?, preguntó el húngaro arqueando las cejas, pues sí, respondió él, hombres buenos, eso también le parecía maravilloso, aunque al mismo tiempo le resultaba horrendo pensar qué ocurriría cuando esa gente buena se enterara de lo que les esperaba, porque las autopistas y los nuevos barrios de Cáceres y de Plasencia, de Trujillo, de Badajoz y de Mérida indicaban ya por dónde irían los tiros, y el mundo irrumpiría allí también, porque había de saber una cosa, dijo alzando un poco la voz para que el húngaro oyera al menos esto con claridad en medio del estridente griterío de la música máquina, había de saber que Extremadura se hallaba fuera del mundo, extre, ¿entendía?, por eso era todo tan maravilloso, desde la naturaleza hasta las personas, y nadie sabía nada del peligro que suponía la amenazante proximidad del mundo, la gente de Extremadura vivía en una situación de peligro extrema, explicó el húngaro, la gente de Extremadura no tenía ni la menor idea de lo que estaba dejando entrar, a qué espíritu estaba dando acceso cuando construían establecimientos comerciales y autopistas a diestro y siniestro (y lo dejo ahí pero la frase sigue)….
Una vez más estamos de vuelta con László Krasznahorkai. En esta ocasión con uno de sus libros más desconocidos por el gran público, el cual tuve la suerte de leer hace un montón de años por primera vez y el cual he vuelto a releer en estos últimos días.
Lo primero que tengo que decir que estamos ante una edición muy especial, bilingüe, en español y húngaro, y editado por la Junta de Extremadura a través de la Fundación Ortega Muñoz; lo segundo es que es un libro de encargo, pero que eso no le afecta al contenido; lo tercero es que estamos ante una nouvelle, o sí se prefiere relato extenso, de unas cincuenta y siete páginas y en un único párrafo, como es muy habitual en la prosística del húngaro; lo cuarto y último es que da igual las veces que se lea y se relea este librito porque hasta los libros menores de Krasznahorkai tienen un nivel tan superior a la mayoría de libros que se editan que hasta compararlos resulta injusto; y ahora —escritas y aclaradas estas cuestiones mínimas sobre el supuesto contenido de este libro— vamos al verdadero aullido que en estas pocas páginas se encierra.
No estamos en Extremadura; estamos en un bar de Berlín. Hay una cerveza Sternburger y un húngaro detrás de la barra sirve, atiende y escucha al escritor «desdichado de las frases complicadas y los pensamientos laberínticos». Podemos suponer que el bebedor es el propio Krasznahorkai y que el húngaro es un colega suyo, o quizá un doble; no creo que existan muchos individuos que se vayan todos los días a un bar a pensar en el vacío de la existencia, «y en tratar de averiguar si existía una diferencia entre el peso de la futilidad y el desprecio»; por lo tanto, estamos ante una visión del propio Krasznahorkai sobre el propio Krasznahorkai, quizá algo deformada y bromista, desde luego no muy optimista sobre su labor literaria, hasta cierto punto, porque la verdad que suena muy sincera esta frase de «ni siquiera sabía qué era Extremadura» (lo mismo nos pasaría a nosotros si nos preguntasen sobre algunas regiones de Hungría); y luego nos confiesa «que tenía dos conocidos en España, su antiguo y altruista traductor (sin duda solo puede ser el incombustible y genial Adan Kovacsics), y su antiguo y altruista editor» (y aquí solo puede ser el desaparecido Jaume Vallcorba, que a finales del siglo XX fundó Acantilado y el que pocos años después, un año o incluso uno y medio, se atrevió a comenzar a editar en español a este, por entonces, muy desconocido escritor húngaro). Más o menos desde esas fechas, un poco más allá de 2001, lo descubrí gracias a un polaco que estaba estudiando español y que me lo recomendó. De hecho en Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura, mi último libro, le dedico más páginas a László Krasznahorkai que a ningún otro escritor.
Pero este libro en concreto (me refiero a El último lobo) no salió hasta 2009. Durante muchos años los escasos, pero no menos entusiastas lectores de Krasznahorkai, solo pudimos disfrutar de unos pocos libros, Melancolía de la resistencia, Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, luego vendría Guerra y guerra, Ha llegado Isaías y Tango Satánico, todos traducidos y editados poco a poco, en definitiva muchos y muy buenos libros de diferente extensión pero de gran ambición literaria. No podemos quejarnos, y menos sabiendo que siempre los traduce el señor Kovacsics. Si bien, en mi opinión, Melancolía de la resistencia, que fue el primero que se editó en nuestro idioma, está muy por encima del Tango Satánico, que es el más conocido. Quizá Melancolía de la resistencia solo pueda confrontarse con El barón Wenckheim vuelve a casa, del que ya he escrito otras veces, tanto en mi último libro como en este blog.
Krasznahorkai nos cuenta (o el Krasznahorkai de este librito) que «perdió el contacto con su traductor al español y con su editor al español desde que empezaron a retirar y a convertir en pasta de papel sus libros traducidos», porque no se vendían. Y esto es muy cierto. Me he pasado décadas recomendando a Krasznahorkai a diestro y siniestro y solo desde hace unos pocos años (cuando su éxito internacional es ya imparable) comienza a tener auténticos lectores en España. Por supuesto, todavía son un número muy reducido, es un escritor exigente y que en sus mejores libros conduce el lenguaje hasta el extremo; la prosa del húngaro no tiene nada que ver con la prosa de la mayoría de escritores españoles que escriben artículos en la prensa, por lo general autores infames que se quejan de que las editoriales les editen libros a los chavales youtubers cuando ellos se dirigen y se alimentan casi del mismo nicho lector. Tanto la literatura de Pérez Reverte, de Carmen Mola, o de todos esos “estilistas de salchichas ultraprocesadas al por mayor” pueden verse incluidos y reflejados en este segmento sin desperdicio del húngaro:
«La filosofía había dejado de existir, sólo era como si existiera, libros en los escaparates de las librerías y en el interior de las librerías, un miserable montón de basura, mera máscara, mero disfraz, mero adorno, simple y repugnante mentira».
Pues bien, el protagonista está con su cerveza (como todos los días) en un bar de Berlín y recibe una carta de España. Le invitan a viajar y a conocer Extremadura. Le pagan todo, la estancia, la comida. Le pagarán una buena cantidad de euros por lo que escriba. Lo único que tiene que hacer es escribir sobre Extremadura. Lo que quiera escribir, lo que desee inmortalizar. Extremadura tiene que progresar; que la retrate en su narración.
El protagonista se siente perplejo. Va a un ciber y busca información sobre Extremadura; la cantidad de dinero que le ofrecen es tan importante que no puede renunciar a esa oportunidad que le brindan los dioses del azar. Así que se encuentra sobre la noticia del último lobo de Extremadura, más o menos fechado sobre 1983. No le hace mucho caso a esa información hasta que llega a Extremadura y se ve obligado a escribir algo. Entonces, poco a poco, va descubriendo y tirando del hilo del último lobo.
Lo que descubre es que la modernidad está asesinando y aniquilando los últimos vestigios del mundo natural. Pronto sabe a través de entrevistas con cazadores que el de 1983 no fue el último lobo, que apareció años después toda una manada, y que esta fue perseguida hasta la aniquilación completa.
Los supermercados, las carreteras, las autopistas, la masificación, el supuesto progreso informático no son más que asesinos del orden natural, y cuando los lobos no son tumbados con trampas o a tiros de fusil, lo son por atropellos, puesto que sus territorios de caza han sido invadidos por la mano humana, destrozándolos y convirtiendo la lucha por la supervivencia de estos animales en una aventura trágica.
Recuerdo que los primeros libros que leí en mi vida en los que los lobos no solo aparecían, sino que eran en buena parte los auténticos protagonistas, fueron Colmillo Blanco y La llamada de lo salvaje de Jack London. Me hice con un tomo con una cubierta preciosa en el que se incluían las dos novelas. Pero si mi memoria no me falla, los primeros lobos que creo haber conocido en literatura fueron los incluidos en la edición de Anaya sobre relatos de literatura china, Cuentos de la China Milenaria, que se editó en dos tomos y que devoré. Pero ni en la cultura china ni en la cultura europea los lobos son bien tratados. Siempre son tildados de crueles, de voraces, de enemigos del hombre y del progreso. En esos cuentos el lobo siempre era «el malo». Representaban todo lo negativo. Y es que desde muy pequeños nos tratan de meter eso en la cabeza, seamos chinos, ladinos o lo que sea. Recuerdo que en ciertos cuentos de origen sefardí, en los que los animales hablaban e interactuaban con otros animales, el lobo siempre era el más taimado, y el cordero el débil y el manipulado. Y este último acababa sucumbiendo ante las arteras artimañas del lobo…
Cuando en realidad es lo contrario: son los hombres los que son enemigos de la naturaleza y de los lobos; los que no respetan la biodiversidad del planeta; los que se han desarrollado hasta un punto insostenible y sin tener en cuenta ni a la naturaleza ni a los ritmos naturales; los que asesinan por puro placer. A la vista está con las decisiones vergonzosas que se están tomando en algunas regiones de nuestro país, por nuestros gobiernos autonómicos, que por otro lado son una masa de incompetentes en los que solo se premia el peloteo y el enchufismo, la corrupción y todos los chanchullos que puedan ofrecer dinerito contante y sonante por la espalda, como ofrecen muchas empresas privadas para poder obtener algún tipo de contrato con la administración pública. Tuvo que llegar un americano aventurero y amante del riesgo (en todos los sentidos), como Jack London, para que los lobos recuperasen (al menos literariamente) algo de prestigio.
Y otro libro donde los lobos son inolvidables resulta en Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy, que es la primera parte de la llamada Trilogía de la frontera, y en realidad uno de mis libros preferidos de este autor, mucho más que Meridiano de sangre. Suttree habría que colocarla en otro pedestal distinto, no menos glorioso. Creo que fue Harold Bloom el que escribió que «algo falleció en el espíritu de Cormac tras escribir este libro», y he pensado muchas veces en esa reflexión y creo que lleva algo de razón, que después de escribir Suttree, Meridiano de sangre y Todos los hermosos caballos (más los dos libros restantes de la Trilogía) ya nada fue igual en su literatura. Por supuesto, nunca escribió un libro malo, pero ya no volvió a tener esa esperanza íntima y salvaje de los grandes espacios naturales. El precio a pagar por transitar por el salvajismo de lo sublime fue muy alto.
Lo escribo porque una de esas frases antológicas de El último lobo (que aun siendo un libro menor de Krasznahorkai no tiene desperdicio) es esta:
«El amor de los animales es el único amor que el hombre puede cultivar sin cosechar desengaño».
Quizá sea una frase que dice muy poco de los seres humanos y mucho y bien de los animales.
Y hasta aquí esta reseña. De seguro que volveremos alguna que otra vez con el maestro húngaro. Si no es revisitando uno de sus libros, como es el caso hoy, con alguna otra novedad que llegue traducida a nuestras librerías. Y es realmente mágico que un escritor tan ajeno a las corrientes del mercado, con tal nivel de exigencia estilística, que en cierta medida ha sido un nómada de culturas y de literaturas, vaya encontrando sus lectores y su espacio. En cierto sentido, resulta esperanzador.
Hasta otra.
May 1, 2025
La emancipación vital de la ternura. «Libres», de Ana Santamaría. Reseña.
La emancipación vital de la ternura. “Libres”, de Ana Santamaría. Reseña.
«Samuel quería ser profesor y Aixa quería ser sirena, como la del libro de arte que tanto le gustaba mirar. Les fascinaba ese pelo largo, tan largo que caía por una cola de escamas azules y brillantes. Samuel le explicó que ella no podía ser sirena porque, aunque tenía piernas larguísimas y veloces y era capaz de enroscarlas como si tuviera una sola, no era suficiente. Pero ello insistía: quería ser sirena. Consiguió que el profesor de natación le dejara colocarse unas pequeñas aletas, con las que se sintió más pez que niña y buceó por el fondo de la piscina de lado a lado, buscando en los desconchados de las esquinas un hueco por el que escapar al mar».
Es un pequeño fragmento de Juegos de sirena, el relato número siete de un total de doce que incluye Libres, editado por la editorial Comba y el primer libro de la escritora burgalesa Ana Santamaría. La verdad es que podría haber incluido cualquier otro párrafo de los muchos que he acabado anotando, pero este me viene muy bien para comenzar a desgranar el universo emocional y literario que puede encontrarse en este libro.
Nos hallamos con personajes que como el viejo anhelo rimbaudiano sueñan con transformar la vida. Algunos están muy golpeados por la pérdida o el no cumplimiento de sus deseos vitales; otros, como es el caso del párrafo con el que abrimos la reseña, son todavía muy jóvenes para coleccionar cicatrices, y, sin embargo, desean escapar, emanciparse de una realidad en la que no ven cumplidos sus sueños, edificarse en una región en la que se sientan y respiren a salvo, llegar al mar. De muchas maneras se sienten solos y persiguen sus anhelos. Y este es un paisaje común en casi todos los relatos, como si casi todos los personajes y situaciones necesitasen un recomenzar «a espaldas de lo acontecido»; «sobrevivir al retortijón de la realidad»; buscar nuevas formas de comunicación; respirar la vibración de las cosas que en verdad importan y abrir los barrotes de las convenciones, en la búsqueda de una transformación interna alejada de la venganza y el ajuste de cuentas y mucho más cercana a la ternura.
«En esa ruta deslastrada había prestado atención en conservar dinero suficiente para sobrevivir, la documentación imprescindible y unas ganas de aventura pausada que se habían ido acrecentando según me alejaba de lo que un día fui parte o de lo que un día fui parte. En realidad, ese recomenzar a espaldas de lo conocido me hacía disfrutar de las cosas más ínfimas y regodearme de ese dejar pasar el tiempo: contando olas, contemplando pájaros, o tirando piedras desde el acantilado, todo ello hasta conseguir la destreza de dejar la mente en blanco, ese hito que nunca pensé que lograría».
O en otro relato:
«¡Cómo soñabas! Que no, que no eran sueños, sino la vida, la realidad que llamaba a gritos desde el erotismo de su mirada y te hacía delirar en compañía. Era la vida nada más, una vida para comenzar de nuevo, para despertar de ese sueño del que estabas cansado».
Bajo esa búsqueda y esa emancipación de la ternura se abre la posibilidad de abrir el abanico de las percepciones comunicativas. El ser que es sensible y que anhela otra realidad sabe manejarse y escuchar otro tipo de frecuencias:
«Como entonces, me acostumbré a hablar por mí y por ti. Siempre tuve la impresión de que guardabas blindado todo aquello que no me decías, así que tanto si hablábamos como si estábamos en silencio mi yo y mi yo (fijarse y detenerse en esa repetición que dice tanto) manteníamos conversaciones paralelas».
Desde que iniciamos el libro estamos en la búsqueda de esa libertad interior. Emilia, una oficinista a «la que se le había ido la vida aporreando una máquina de escribir», decide vestirse con el traje de novia que nunca estrenó e irse a pasear por las calles de Madrid. Madrid, una ciudad que al fin y al cabo «solo es un catálogo de recuerdos», como son en realidad todas las ciudades, porque lo que hace habitable una ciudad son las personas y las vivencias, y tras ellas solo hay asfalto y edificios y muros y estaciones y habladurías.
«En la parada, la gente la mira sorprendida. Ella, con esa indiferencia tan aprendida, agarra su bolso de asa con las dos manos y espera la llegada del autobús. Está ilusionada por caminar por el Retiro arrastrando la cola nupcial, como si fuera un altar en el que no la espera nadie, o no Paco, ni sus pájaros ni sus taras. Sólo piensa en eso, las miradas y las risas de los adolescentes no le importan. Ella también se río alguna vez así, no lo recuerda, pero es algo propio de la edad. También, aunque parezca mentira, ella fue joven y se reía de todo. ¿O no? No recuerda un día en concreto, pero lo hizo. Era algo muy parecido a la felicidad».
Hay elementos comunes en algunos relatos por encima de la búsqueda y huida y por encima de esa emancipación de la ternura. Por ejemplo, no se me ha pasado por alto cierta fijación con el pelo, sobre todo si es largo. En Juegos de sirenas por supuesto que aparece mencionado. Una sirena sin el pelo largo es inconcebible para nuestro imaginario. Y también hay alguna mención en este relato que da título al libro y con el que todo el universo de Santamaría se inicia, como apretar On en un botón; pero el cabello largo se convertirá en el último nexo afectivo de la unión de una pareja tras la pérdida de su hijo, concretamente en un relato titulado Fetiche, que es un relato muy duro pero que contiene una frase absolutamente maravillosa:
«El silencio nos descubrió idiomas que no sabíamos que existían».
Si esa frase se pronunciase en voz alta se apreciaría mejor su musicalidad y su hondura. La nostalgia y la cotidianeidad de lo perdido asoma entre las ruinas internas. Son puertas que pueden trasladarnos a otras estancias, del ayer o del presente.
<<Han quedado fríos los cafés que nunca compartimos, las cenas que no conseguimos concertar, las palabras que brotaban ardientes, pero nunca se dijeron, nunca nos la dijimos, las pensamos y hasta ensayamos cómo era decir aquello, y escuchamos la respuesta —al menos yo— y vimos el gesto de asentir. Yo veía tu cara de dieciocho recién cumplidos, tus ojos siempre niños, y tu forma de decir «no sé» con los hombros cuando no estabas seguro; y sin duda, también tú tenías tus fantasías, las que servían de alimento a ese reencuentro que vivíamos, pero cada uno por su lado, porque la equidistancia era insalvable, ni un paso de más; se abría un eterno mañana, un vago «más tarde» que era una trampa y a la trampa sumamos el silencio, y él, como siempre, hizo el resto>>.
Otro de esos elementos que aparece mencionado algunas veces es el mar. Lo acuoso como espacio de vastedad y libertad, como meta y como sueño, como símbolo atemporal de belleza. Y luego la comunicación, el trato que se establece de la misma a través de las personas. La comunicación aparece por todos lados y en muy diferentes situaciones:
«Me temo, siento, tengo el vago presentimiento de que Roberto y yo vamos a perder mucho de comunicación ahora que hemos perdido la ropa por el suelo».
Esa frase pertenece a Sed de cielo; pero hay todo un relato contando la particular comunicación que se establece entre un individuo y un oso encerrado en un minizoo. Ese relato, Se llamaba Hansel, es una narración de solitarios, de golpeados, de gente que como el mismo personaje afirma de sí mismo «vivía en una tristeza sobrenatural».
Hay también una lucha entre la vida urbana y la vida campestre. Y esta última, por lo general, no sale muy bien favorecida. Las habladurías, las ganas de escapar de alguna losa vital, impiden el desarrollo de algunas personas, «pueblo chico, infierno grande»; y el vértigo y el anonimato de las grandes urbes pueden ayudar a esa emancipación de la ternura, a hacer florecer los matices y las emociones agazapadas.
Por lo general he conectado mucho más con la primera parte del libro, más o menos hasta superar la mitad, y un poco menos con los últimos relatos, pero esto suele ser algo habitual en casi todos los libros de relatos que leo, en el que siempre algunos relatos sobresalen por encima de otros. Los lectores nos solemos identificar con ciertos pasajes que nos gustan mucho y tenemos la osadía de pretender que el resto tiene que ser similar. En todo caso el conjunto de relatos incluidos en Libres parece bien armado, y no hay ningún relato que desentone del conjunto.
Nada más. Un buen libro. Bien escrito y con trasfondo. De una buena lectora que ha metamorfoseado todas sus lecturas para construirse un mundo propio en el que la sensibilidad y la ternura prosigan teniendo su espacio, su hábitat. Toda literatura es un espacio de libertad y en el mundo hay demasiadas jaulas de las que huir y salir escopeteados, y en la que los individuos puedan seguir persiguiendo sus anhelos, por más que puedan ser tildados de extravagantes y raros.
«Yo es otro», afirmó Rimbaud en una carta, y todo comenzó a adquirir unos nuevos matices, a transformarse.
«Todos, todos los años sin excepción volvían al Cabo a ver el ocaso del sol, el instante era incomparable; era ver pintados todos los colores en una paleta indescriptible; era no poder pestañear para no perderse un matiz, una luz distinta, una emoción agazapada».
Hasta otra.
April 25, 2025
La belleza de la fragilidad. Rilke. Reseña de Los apuntes de Malte Laurids Brigge.
«Estoy acostado en mi cama, en mi quinto piso, y mi día que nadie interrumpe es como un reloj sin manillas. Así como una cosa mucho tiempo perdida se vuelve a encontrar una mañana en su sitio, cuidada y buena, casi más nueva que el día de la pérdida, como si hubiese estado confiada al cuidado de alguien, igualmente se encuentran dispersas sobre la colcha de mi cama cosas perdidas de mi infancia y que son como nuevas. Todos los miedos olvidados están aquí de nuevo» .
Vamos con el mundo de Rilke y con esta curiosa y compleja obra que es Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Lo primero que tengo que decir es que llevo muchos años de mi vida lectora frecuentando la poesía y el universo de Rilke, y que ni aun así lo controlo en gran medida. Sí que es cierto que hay determinados temas que se repiten constantemente en su obra. Los Sonetos a Orfeo y las Elegías de Duino son las obras que desde mi punto de vista llegan más lejos. Y de hecho creo que las Elegías de Duino está como un puntito por encima de todas las demás.
Más o menos he leído casi toda su obra. Creo que igual me queda por conocer algo de la correspondencia. Sobre todo, la que tuvo con Lou Andreas- Salomé, que todavía no he leído nunca al completo. Creo recordar que hay una hermosa edición en Acantilado. Pero en lo que conozco y he leído y releído siempre encuentro belleza y profundidad. Y esto último es catedralicio en el universo poético y literario de Rilke: belleza y profundidad. Y también podríamos añadirle muerte, soledad, fragilidad e infancia… El amor que pincha; la eternidad detenida y sostenida en la belleza de una flor que el tiempo destrozará.
«He rezado para volver a encontrar mi infancia, y ha vuelto, y siento que aún está dura como antes, y que no me ha servido de nada envejecer».
¿Qué sucede en Los apuntes de Malte Laurids Brigge? Pues no sucede nada y sucede todo. Y todo en la memoria y en la cabeza. En los sentidos y en la reflexión. Parece un paseo parisino por los paisajes desolados de la existencia.
Una vez más estamos ante una obra que escapa a la dimensión que solemos considerar como novelística, que trasciende todas las etiquetas. Aquí esa falacia que llaman «trama» ni aparece ni tiene ninguna relevancia, afortunadamente. Y es que resulta sorprendente que una obra publicada en 1910 sea mucho más moderna y radical que casi todo lo que se edita hoy en día.
Aparentemente estamos ante la recreación parisina del imaginario poético del poeta noruego Sigbjørn Obstfelder, muy golpeado por la temprana desaparición de su madre y por la violencia que ejerció sobre él su figura paterna. Muy influido por la poesía de Baudelaire y entroncado en lo que podríamos llamar «el modernismo noruego». Rilke lo leyó y lo devoró. Y lo sitúa en París donde ese poeta estuvo y alumbró parte de su obra. Fue una especie de paria nómada y casi toda su existencia se la pasó viajando y escribiendo con muchas estrecheces. La alienación del individuo en la sociedad es uno de sus temas predilectos.
El grado de compenetración entre el escritor noruego y Rilke es asombrosa. ¿Dónde acaba uno y empieza el otro? Yo no sabría responder a eso. Casi parecen la imagen de un mismo rostro. Y simulan un mismo espíritu e impulso desolado, con una misma mente en caída libre, tal y como si representasen la caída de un dios gnóstico:
«Fabricador del mundo: así como todo lo que cae en lluvia sobre la tierra y las aguas y se deposita negligentemente, por casualidad, luego, imperceptible y gozoso de obedecer a su ley, sube y flota y forma el cielo, igualmente se elevó fuera de ti el recuerdo de nuestras caídas y envolvió el mundo en música».
Esa es otra constante en la obra poética y prosística del noruego: la música. Adoptó el verso libre y aportó gran musicalidad a sus escritos. En España y que yo sepa está muy poco traducido. Solo conozco un par de poemas suyos incluidos en revistas y en antologías de escritores noruegos. Pero me consta que cuenta con numerosas obras traducidas, tanto en verso como en prosa, al portugués. Igual allí, en nuestro país vecino, ha encontrado mejor suerte con los traductores.
« Heme ante tus libros de obstinado tratando de imaginarlos, a la manera de esas gentes que no respetan tu unidad, de esos satisfechos que toman una parte de ti. Pues yo no conocía aún la gloria, esta demolición pública de uno que llega a ser y en la cantera de la cual la muchedumbre hace irrupción desplazando las piedras».
En cuanto a Rilke casi parece un alma gemela, puesto que la música, el alienamiento, la memoria, la muerte, la soledad y la fragilidad efímera de nuestras existencias son sus temas predilectos. Sus obsesiones. Y quizá también el amor, el «amor rilkeano». Un amor muy curioso, sin “mucha posesión carnal”; pero en cambio y por el contrario “mucha posesión espiritual”. Una fundición trágica del arte y del amor para crear una especie de erotismo trascendente.
He releído este libro a cachitos. En pequeñas dosis. Cada poco necesitaba salir a pasear y observar el mundo. Y no solo a las personas; todo lo vivo, todo el verdor de los campos y la amplitud de los cielos alcanzaban nuevas tonalidades. Hacía tiempo que no me daba por mirar a las nubes y dejar volar mi mente con sus ritmos. La culpa de esto la tiene Rilke que me ha obligado a pasear por las orillas de la tarde pensando en su libro. Es poesía en prosa y es arte con mayúsculas todas esas obras que nos interpelan y nos hacen mirar el universo con más detenimiento y hondura. Música con palabras que nos fuerza a observar todo con más pausa; en la necesidad de apreciar más detenidamente las distintas versiones de la belleza y de la muerte que nos rodean por todas partes.
«¿De modo que aquí vienen las gentes para seguir viviendo? Más bien hubiera pensado que aquí se muere».
Así empieza esta obra y prosigue doscientas y pico páginas (en mi edición de Alianza Editorial y en traducción de Francisco Ayala) con la misma intensidad.
Obra para leer y releer sin prisa, por lo compleja, dura y hermosa que es. El ángel rilkeano sobrevive en sus escritos. Y nos sigue deslumbrando su videncia de lo invisible.
Hasta otra.
March 30, 2025
Los idus de marzo. Un libro furiosamente alegre. Reseña.
Los idus de marzo. Un libro furiosamente alegre. Reseña.
Mas es muy cierto que no habrá Edad de Oro y que no puede crearse ningún gobierno que dé a cada hombre lo que le haga feliz, porque la discordia está en el corazón del mundo y presente en cada una de sus partes. Es ciertísimo que todo hombre odia a los que están colocados por encima de él; que los hombres están tan dispuestos a abandonar la propiedad que tienen como lo está un león a dejarse arrancar el alimento que lleva entre los dientes; que todo cuanto un hombre desea realizar ha de llevarse a cabo en esta vida, porque no hay otra; y que ese amor, del cual los poetas hacen tan bello espectáculo, no es sino el deseo de ser amado y la necesidad, en los desiertos de la vida, de ser el centro fijo de la atención de otro.
El discurso sigue, pero vamos a dejarlo ahí. La que habla es Clodia, el vitalismo y la libertad personal personificados, «mujer licenciosa» para las enciclopedias, amante y musa del poeta Catulo para los historiadores y estudiosos de la literatura grecolatina, y en realidad un ser adorable, muy inteligente y libre, y que supuso un escándalo para la muy marcial sociedad romana de finales de la República. Como ella no escribió su historia lo que nos quedó fueron las alusiones metafóricas de su presencia en los poemas de Catulo y los comentarios envenenados de Cicerón, que era rival político de su hermano. Ella no escribió sobre sí misma. Se dedicó a vivir.
Presentado el personaje histórico más fascinante de este libro todo el mundo supondrá que el título y el mismo contenido giran sobre la muerte de Julio César, pero Thornton Wilder fue mucho más allá y a través de cartas, confesiones, pintadas, recuerdos, locuciones en tablillas, etcétera, nos ofrece un fresco muy vivo, muy ingenioso, absolutamente epistolar y que se lee con enorme frescura; el cual en realidad se salta la historia «a la torera» y destroza los límites de lo que se viene a llamar novela histórica, en ese terreno fronterizo en el que solo se pueden situar (sin caerse) los escritores con auténtico talento.
El mismo escritor lo confiesa en el Preámbulo: que este libro se toma muchas licencias históricas. La mayor es la presencia del poeta Catulo, que para esos días de complot político contra Julio César ya llevaba unos cuantos años muerto.
Es interesantísimo ver cómo ha retratado Wilder a cada personaje histórico. A través de este rompecabezas epistolar ha escrito un libro en el que las pasiones y el poder juegan y se entremezclan. Asistimos a la recreación de una pérfida Cleopatra, muy calculadora y organizada, siempre movida por puro interés. Lo que es muy cierto (históricamente) es que se encontraba en Roma invitada por el Senado y que huyó a toda prisa tras el asesinato de César. Yo no estoy muy de acuerdo con esa semblanza literaria de Cleopatra, creo que es muy exagerada y cómica. Por lo que doy por bueno tras leer tantos estudios sobre esta reina es que tenía una conversación muy brillante, el dominio de muchos idiomas y una educación griega muy profunda (los Ptolemaicos son absolutamente griegos en espíritu y fondo), y doy por conclusión que la relación con César no solo fue política, sino que se fundamentó en el intercambio cultural y emocional, puesto que los dos eran muy aficionados al arte y la literatura. Cuando César estuvo en Egipto viajaron en canoa por el Nilo hablando todo el tiempo de literatura. Otra cosa fueron los ardientes y apasionados amores junto a Marco Antonio. Hay hubo más fuego y excesos que indagaciones a las obras de Eurípides y Aristófanes, todo sea dicho. Siempre guardo en la memoria esas crónicas dionisíacas en los que los guardias del palacio de Alejandría veían como cada noche los dos amantes, Marco Antonio y Cleopatra, salían disfrazados a perderse por las calles y tabernas de Alejandría, regresando juntos, algo ebrios y abrazados, mientras el amanecer ya despuntaba en el horizonte.
Veamos a Pompeya dirigirse a la indomable Clodia:
Te echo siempre de menos, querida ratoncita. Nadie puede comprender por qué te has marchado al campo ahora que suceden tantas cosas en la ciudad. Pregunté a mi marido qué interés podías tener en las matemáticas y dijo que eras muy entretenida en esas cosas y que sabías cuanto hay que saber de las estrellas y de sus caminos. Te concedo diez intentos a ver si adivinas quién se pasa la vida en nuestra casa, por lo menos viene un día sí y otro no y pasamos el tiempo de modo más inusitado. ¡Cleopatra! Y no solo Cleopatra, sino Cytheris, la actriz. Y mi marido es quien lo ha combinado todo. ¿No te parece extraño?
Primero, Cytheris vino a enseñarme ya sabes qué. Luego Cleopatra empezó a venir a aprender algo de eso. Al terminar la lección, la reina pide a Cytheris que recite, y, ¡ay, qué cosas!, se me hiela la sangre. Casandra que se vuelve loca, y Medea que planea el asesinato de sus hijitos, y luego todo el mundo se muere. Y luego, mi marido vuelve a casa temprano y charla, charla, charla sobre comedias griegas. Y se pone en pie y es Agamenón y Cytheris es Clitemnestra y Cleopatra es Casandra, y Octavio y yo teneos que ser el coro, y luego cenamos todos.
Y luego no solo hay que ver el acierto en el concierto de pasiones y enfrentamientos que ha creado Wilder, sino que la obra tiene unas reflexiones profundas sobre el poder, y sobre el estado de putrefacción y corrupción que ya tenía herida de muerte a la República. De hecho, casi todo el mundo tenía presente que César iba a ser asesinado. Faltaba saber cuáles iban a ser sus verdugos y cuál el día elegido. El único que no quería darse por enterado era el propio César, que aquí también es un personaje muy poliédrico, pues no solo hay que apreciarlo desde la visión tiranicida sino desde un punto de vista muy personal. García Márquez siempre dijo que este libro le encantaba. Creo recordar que lo leyó por primera vez cuando estaba escribiendo El otoño del patriarca. En todo caso lo leyó y releyó varias veces en la vida y siempre lo comentó con gran alegría; y es que no es para menos: es un libro muy curioso, muy ingenioso, y que resulta furiosamente alegre y vital.
Y ella, Clodia, es la principal culpable de esto:
No vengas (a su hermano). No quiero ver a nadie. Como estoy soy completamente feliz. Cicerón está en la puerta de al lado quejándose y escribiendo esas dolientes insinceridades que él llama filosofía. Nos hemos encontrado varias veces, pero ahora estamos reducidos a enviarnos mutuamente regalitos de fruta y pastelería. No ha logrado interesarme en filosofía y yo no he podido interesarle a él en matemáticas. Es hombre muy ingenioso, pero, no sé por qué razón, nunca ha sido ingenioso conmigo. Le seco.
No hago nada en todo el día, y sería muy mala compañía para ti. Estudio números, y puedo olvidarme de todo lo demás durante días enteros. Hay propiedades en el estudio del infinito en las que nadie ha soñado.
Qué hermosa frase de Clodia para terminar ya esta aproximación primaveral a este libro tan furiosamente alegre: «Propiedades en el infinito en las que nadie ha soñado». Clodia sí — a través de la invención de la pluma de Thornton Wilder (cuando escribió esta obra a finales de la Segunda Guerra Mundial)— ha soñado con ese dejarse llevar por los grandes estudios, siendo “el estudio del amor y de la libertad personal” en los que destacó con más brillantez
—Es muy sencillo, Casia. No permitiré a un hombre, ¡a ningún hombre!, figurarse que tiene sobre mí derecho alguno. Soy una mujer completamente libre. Catulo insiste en que tiene derechos sobre mí. Tengo que demostrarle, lo antes posible, que no admito semejante pretensión. Eso es todo.
Quizá la historia en verdad no exista, o exista tan solo como un tentáculo múltiple y adherido a la ficción. Leemos y estudiamos sobre unos determinados datos que damos por válidos sin cuestionarlos. Unos opinan que ciertos acontecimientos son los más destacables; los otros que esos no fueron relevantes y los que en verdad marcaron los tiempos fueron otros que nada tenían que ver con los primeros. Tantos de unos como de otros tenemos las enciclopedias llenas, y a veces entre sí se tiran los trastos a la cabeza, porque no están empeñados en saber realmente nada, sino en desear que una única visión prevalezca, por supuesto sesgada e interesada a sus particulares intereses, casi siempre ideológicos. Verlos a unos y a otros desde la lejanía resulta muy divertido. Son igual de idiotas. En realidad, la única historia relevante es la que se sucede en los corazones humanos, y esa casi nunca es explorada ni citada, como si acaso no decidiese el destino del mundo; pero son las pasiones, ambiciones, querencias, amores, odios, esperanzas y venganzas personales, las que en verdad mueven el reloj interno de las cosas, y esas son las que arrastran, salvan o condenan a los seres humanos. Ningún mandatario decide sobre mi vida si yo no permito que nadie que no sea yo mismo decida sobre la misma.
Por lo tanto, un individuo tan filosóficamente profundo como Bruto no hunde una daga por simple despecho, ni siquiera por la peregrina y esperanzada idea de salvar la República de la tiranía. Tuvo que existir mucho más, pero tanto en el drama de Shakespeare como en esta obra todos los escritores se topan con una auténtica roca de granito. Desentrañar a Bruto es realmente complejo y difícil. Él es la auténtica incógnita por despejar en todo ese drama político y humano que sucedió.
Hasta otra.
March 25, 2025
Sobre la polémica del libro que va a publicar Anagrama. Mi opinión.
Fue en el canto XXIV de la Ilíada donde Homero trasciende lo que es la literatura y se instala más allá del tiempo. Aquiles ha destrozado a Héctor y ha ultrajado tanto su cadáver que los dioses se enfadan con él. Ayudan a Príamo a llegar con su carro al campamento griego para rogarle que le devuelva el cuerpo de su hijo fallecido. Aquiles acaba aceptando y se negocia una tregua para que se celebren las exequias.
Hay un respeto reverencial por los fallecidos, por el dolor humano. Por el terrible dolor de un padre al perder a su hijo. Toda esa parte de la Ilíada la recuerdo mucho en estos días al hilo de la polémica sobre el libro de Luisgé Martín, el escritor que ha entrevistado a José Bretón y que ha escrito “El odio”.
Lo primero que tengo que decir al respecto es que solo he leído un libro en mi vida de Luisgé Martín y me pareció pésimo. Curiosamente fue Premio de Novela Herralde. Era una especie de investigación sobre el sexo y la promiscuidad con un lenguaje facilón y subidito de tono. Me pareció que cualquier escritor acalorado y con un nivel mínimo de lecturas podría haberlo escrito con un poco de esfuerzo. En mi opinión pertenece a ese grupo de premiados que las editoriales ya tienen en su catálogo (o están a punto de fichar) y quieren relanzarlo con la pomposidad y promoción que otorgan un premio tan asentado como el Herralde. No observé ni aprecié profundidad ninguna, y sí un intento manifiesto de aflorar todo el morbo que puede tener el sexo y las relaciones humanas. Y bueno, no es que yo no haya leído cosas bastante fuertes en mi vida, pues ahí está la Trilogía sucia de la Habana, curiosamente en la misma editorial, y que sin embargo si me parece que tiene un buen hacer literario. Y por remontarme a muchos años atrás también recuerdo un libro curioso de Raúl del Pozo, llamado La novia, que aparte tener sexo por todas partes sí intentaba al menos una exploración de la maldad y de los afectos, con menor o peor suerte, pero al menos lo intentaba, o al menos así lo recuerdo pues hace muchas décadas que lo leí. Y ya si queremos gran literatura, de la que mete el dedo en la llaga y es valiente de veras, de la que en verdad incómoda y pone nervioso a los estamentos del poder, podemos acercarnos a Edén, Edén, Edén, de Pierre Guyotat, que fue un auténtico escándalo y cuya lectura y venta por menores estuvo vetada por decreto durante décadas. Todos estos eran libros con un alto componente sexual y que en la mayor parte de los casos no estuvieron exentos de polémicas.
Parece que a Luisgé Martin le van “las exploraciones sobre las oscuridades humanas” pues eso es lo que se plantea (en apariencia) en su nuevo libro. Del sexo hemos pasado a los asesinatos más truculentos, y parece que este suele ser el tipo habitual de libros que escribe. Hay buenos lectores que hablan bien de algunos de sus libros. Yo solo leí Cien noches y la experiencia lectora fue bastante triste. Por lo tanto, solo puedo hablar de lo que he leído, y no creo que vuelva acercarme a leer ninguno más.
Independientemente de lo que se ha fallado en instancias judiciales, éticamente no hay por dónde pillarlo. En el asesinato de esos pobres niños hay unos móviles muy evidentes de hacer daño a la madre, y parece que hay escritores dispuestos a seguirle el juego al propio asesino para seguir quebrantando a la mujer, que es la parte más débil de todo lo que aquí ha sucedido y de la que nadie parece querer acordarse.
Los que opinan que la libertad de publicar cualquier libro es algo que no se puede vetar serían los primeros que intentarían censurar el libro si les tocase a ellos de cerca. Te lo puedes encontrar en la literatura o en una guerra, son los mismos cobardes de siempre, los que siempre están en retaguardia, los bravucones que cuando empiecen los tiros de verdad serán los primeros en salir corriendo. Voy a ser absolutamente sincero al respecto: el mundillo literario está repleto de canallas e idiotas. La mayoría de ellos ni saben lo que es el arte ni lo sabrán jamás. Solo buscan el prestigio (ya podían haber elegido otro oficio con más promoción en ese sentido) y su propia satisfacción personal en aras de eso que podría venir a llamarse “el ascensor social”. Una cosa bastante ridícula, por cierto. La verdadera literatura siempre se mueve en los márgenes, y no precisamente con el beneplácito de los juzgados. Y es muy cierto que en el mundo de la literatura hay grandes «hijos de sus madres» que han sido magníficos escritores, la lista es inmensa, pero estaban dotados de «otras sutiles capacidades creativas» que no aprecio aflorar (ni de lejos) en este caso.
Si se quiere de verdad saber lo que piensa un asesino tan solo hay que acudir al cuarto baño y empezar a mirarse al espejo. Es un método infalible. Los grandes crímenes contra la humanidad los cometieron humanos que leían a Goethe y escuchaban a Bruckner, entre otros muchos músicos y piezas que sonaban por la Reichmusikkammer. Y luego existen otras posibilidades creativas: escribir a través de símbolos, que es la ventana por la que durante siglos y siglos los escritores han podido escapar a la censura y a la represión. Desde Grecia esto es un recurso muy socorrido.
Y es más, si se quiere escribir sobre un asesino, con nombre y apellidos, sabiendo de antemano la repercusión que va a tener porque todo está muy reciente, y solo te interesa lo que te cuente una de las partes, tú no estás haciendo una investigación sobre las profundidades del odio y el rencor humano, estás traficando con el dolor y regodeándote en el daño causado.
Y esto no solo pasa en la literatura. Ahí están todos esos programas basura de la televisión que cada vez que ocurre un terrible asesinato persiguen a los familiares y casi no les dejan ni respirar; en la prensa también de forma habitual, en tertulias de la radio… La mayor parte de nuestro periodismo «es sicaria de las emociones más triviales», y buena parte de los escritores también padecen de este “síndrome”. Y además es muy antiguo. Se remonta en nuestra «época moderna» a los folletines franceses e ingleses. Grandes plumas (y otras hoy en día muy desconocidas) escribieron sobre crímenes. Y a más morbo y mayor grado de detalles mayor éxito de esos folletines. No hay que quedarse en A sangre fría de Capote, que por cierto él mismo confesó que se arrepintió mucho de haberlo escrito. Este tipo de literatura siempre se ha hecho y salvo algunos casos muy concretos la mayor parte solo busca el morbo y lo malsano, lo más atroz y espeluznante, la sangre y las vísceras. Todo en aras de lo más truculento; lo que en el fondo no suele indicar un viaje o un descenso hacia las grandes profundidades abisales de los seres humanos, sino que se queda en lo más superficial. Es un aleteo sin fuerza. Basurilla literaria al por mayor.
Nuestra sociedad de hoy no es más perversa de lo que fueron otras sociedades y estas pulsiones se repiten con asiduidad. Distinto es que nuestras leyes no estén amoldadas para defender a la parte aquí más sufriente y silenciada, que no es otra que la madre de esos críos.
En cuanto a los pormenores propios del libro desconozco si es un libro de encargo o nació por decisión del autor. Es igual. En ambos casos su publicación me parece indecente. Y presupongo que tendrá la misma profundidad sobre las “abisales oscuridades humanas” que la que alberga una polilla.
Homero no venció a Platón por profundidad filosófica, sino porque en sus dos grandes poemas late lo mejor y lo más sagrado de los seres humanos: ese dejar que los padres lloren y honren a sus hijos caídos, y el no perturbar bajo ninguna de las formas y con ningún pretexto el duelo. Yo veo la figura de Príamo en Ruth Ortiz cuando pidió que este libro no se publicase. Para ella el duelo sigue, como mucho y con gran esfuerzo podrá sobrellevarlo. No solo mataron a sus hijos sino que intentaron destrozarla como madre y como mujer, como persona. Y no solo no se le permite reconstruirse sino que ni el escritor ni la editorial han tenido la mínima y exigible decencia de avisarle previamente de la edición. Se tuvo que enterar por los medios. Esto de por sí lo explica y define todo.
Algunos quieren seguir sin entenderlo. Y se trata de algo muy simple, y que es lo que nos diferencia a los humanos de las bestias: respeto.
Homero lo sabía muy bien. Y es ahí donde su cántico se vuelve más majestuoso.
(La imagen de la foto pertenece al cuadro de Alexandr Ivanov, 1824).


