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March 2, 2021
Diez negritos | Reseña del libro
Autor: Agatha Christie
Género: Novela detectivesca
Editorial: Booket
Número de páginas: 232 páginas
ASIN: B0899GNR28
Idioma: Español
Diez personas reciben una invitación para pasar unos días en la Isla del negro, en una mansión que no se sabe a quién pertenece, pero hay rumores de que algunos millonarios famosos podrían ser los posibles dueños. Nadie rechazaría una invitación similar, a menos que supiera que en ese lugar le van a arrebatar la vida.
Como algunos de ustedes sabrán, me propuse que de los libros que lea este año, la mitad (más uno) sean escritos por mujeres. Pedí recomendaciones y, entre las autoras que me sugirieron, estaba Agatha Christie. Hace algunos años, leí tres novelas de ella, pero tenía esta en mis pendientes, así que pensé: ¿Por qué no? Y no me defraudó.
¿De qué se trata?Cuando los invitados llegan a la isla, descubren que el anfitrión no se encuentra allí, pero serán atendidos por dos sirvientes: el señor Rogers y su esposa. Pronto, las que deberían ser unas agradables vacaciones se convierten en pesadilla. Alguien comienza a matar a los huéspedes de uno en uno, de maneras similares a las situaciones descritas en la canción de cuna de título homólogo. Muy similar a Yo tenía diez perritos, en la que el número de cachorros va disminuyendo.
Diez negritos se fueron a cenar;
uno se asfixió y quedaron nueve.
Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;
uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho.
Ocho negritos viajaron por Devon;
uno dijo que se quedaría allí y quedaron siete.
Siete negritos cortaron leña;
uno se cortó en dos y quedaron seis.
Seis negritos jugaron con una colmena;
una abeja picó a uno de ellos y quedaron cinco.
Cinco negritos estudiaron Derecho;
uno se hizo magistrado y quedaron cuatro.
Cuatro negritos fueron al mar;
un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.
Tres negritos pasearon por el zoo;
un gran oso atacó a uno y quedaron dos.
Dos negritos se sentaron al sol;
uno de ellos se tostó y solo quedó uno.
Un negrito quedó solo;
se ahorcó y no quedó… ¡ninguno!
No puedo dejar de pensar en lo tétrico de la letra. Me recuerda a la canción de cuna Duérmete Niño:
Duérmete niño, duérmete ya
Que viene el coco y te comerá.
¿En serio, creen que los niños pueden conciliar el sueño más rápido, sabiendo que hay un monstruo rondando con la intención de comérselos en cuando abran un párpado?
Pero el canto Diez negritos es perfecto para la novela, justo por lo sombrío que es.
¿Quién es el asesino?Como en todas las novelas detectivescas, uno de los objetivos es descubrir quién es el criminal. ¿Alguno de los diez invitados? ¿Alguien más, que está oculto en alguna parte de la isla? Como lectores, iremos haciendo conjeturas, a ver si logramos descubrirlo antes de que se desvele la verdad.
Al principio, la novela aparenta tener todos los tópicos de una de detectives: un crimen, un lugar delimitado en el que se desenvuelven los personajes, sospechosos que se tienen que descartar hasta dar con el culpable. Pero no se dejen engañar, pronto se darán cuenta de que existen elementos que se salen de lo acostumbrado (sobre todo, en comparación con otras obras de la misma época): en Diez negritos no solo hay un crimen, son varios y se tienen que investigar al mismo tiempo que siguen sucediendo, porque estos no se detendrán, a menos que se descubra quién está detrás del juego macabro. Otra cosa que se sale de lo típico es ese final inesperado. Si ya lo leíste, sabes a lo que me refiero.
Algo que me gustó mucho es la ambientación que logra la autora, sin llegar a ser muy descriptiva. Traza muy bien en nuestra imaginación esa isla misteriosa azotada por una tormenta o cubierta de niebla. Los personajes también están muy bien caracterizados.
Para tener en cuentaAlgunas ediciones tienen una “Guía del lector” que explica quiénes son los personajes. Es muy útil porque las primeras páginas pueden ser un poco confusas, pues es donde se introducen a los personajes y, al principio, hay que poner mucha atención para recordar a cada uno. Pero conforme se avanza en la historia, deja de ser problema. Así que no hay que desesperarse.
Mi opiniónCreo que no he podido ocultar lo mucho que me gustó. Y es que es una lectura que me mantuvo intrigado todo el tiempo y que recomiendo sin reservas, pero (aquí vienen los peros), creo que Christie hace un poco de trampa al mostrar los pensamientos de algunos personajes y ocultar los de otros, con el objetivo de inclinar la desconfianza del lector sobre algunos de los sospechosos. También es cierto que algunos sucesos son muy “convenientes” para que el plan se lleve a cabo. Para no decir spoilers, solo mencionaré uno: la tormenta que impide escapar de la isla o que algún barco pueda llegar al rescate. Quien haya organizado todo, ¿cómo pudo saber con exactitud que el día que llegarían los invitados, podrían atravesar el mar sin problemas y días después, el clima les imposibilitaría huir?
¿Sabías que…?En la letra original de la canción se usaban las palabras “negritos” o “indiecitos” pero, por considerarse términos políticamente incorrectos, se sustituyeron por “soldaditos”.
El libro, para evitar las connotaciones peyorativas, también se ha publicado con títulos alternativos: Y no quedó ninguno. Eran diez.
Valoración:

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February 4, 2021
Mi planta de naranja lima | Reseña del libro
Autor: José Mauro de Vasconcelos
Género: Narrativa
Editorial: El Ateneo (2019)
Número de páginas: 220 páginas
ASIN: B08BC6X5HL
Idioma: Español
A lo largo del libro, me la pasé con un nudo en la gargantaA veces, ni yo mismo podía identificar si ese sentimiento era causado por lo crudo de la historia o por la ternura que provoca el protagonista: Zezé nació en una familia pobre, en Brasil. Hijo de un portugués y una indígena. A sus cinco años, sufre una serie de experiencias traumáticas que lo obligan a perder la inocencia y a crecer antes de tiempo. Pero su familia no entiende lo que pasa por su cabeza; para ellos solo es un niño problemático y, para deshacerse de él, al menos por un tiempo, mienten sobre su edad y lo registran en la escuela.
Ella me miró bastante y sus ojos parecían grandes y negros porque los anteojos eran muy gruesos. Lo gracioso es que tenía bigotes de hombre. Por eso seguramente era la directora.
—¿No es muy pequeño el niño?
—Es muy delgadito para la edad. Pero ya sabe leer.
—¿Qué edad tienes, niño?
—El día 26 de febrero cumplí seis años, sí, señora.
—Muy bien. Vamos a hacer la ficha. Primero los datos familiares.
Gloria dio el nombre de papá. Cuando tuvo que dar el de mamá, ella dijo solamente: Estefanía de Vasconcelos. Yo no aguanté y solté mi corrección.
—Estefanía Pinagé de Vasconcelos.
—¿Cómo?
Gloria se puso un poco colorada.
—Es Pinagé. Mamá es hija de indios.
Me puse todo orgulloso porque yo debía ser el único que tenía nombre de indio en esa escuela.
Zezé cree que es malo, muy malo. No puede dejar de meterse en broncas. Por eso le pegan y lo regañan mucho, por eso en Navidad no recibe regalos. Para él, no nace el niño Dios sino el niño Diablo. Y siempre que está triste o preocupado visita a su caballo Minguito, que en realidad es una planta de naranja lima. Con este “amigo imaginario” juega y pasea, pero también comparte sus experiencias y sueños.

La lectura se va volviendo cada vez más ágil, a medida que los sucesos se vuelven cada vez más crueles. Hasta que aparece Portuga, un Portugués rico que maneja el coche más bonito del barrio. El hombre y el niño comienzan una relación que es el punto central de la historia.
ConclucionesMi planta de naranja lima es la novela más reconocida de José Mauro de Vasconcelos. Y, dato interesante: es autobiográfica. Con una narración en primera persona, es increíble cómo el autor puede mostrar un personaje profundo y maduro, que ha perdido la inocencia, sin dejar de lado su personalidad infantil.
Una lectura que te llena de emociones que trata temas como: infancia, madurez, violencia doméstica, pobreza, el papel que juegan los amigos (reales o imaginarios) en el desarrollo, etc.
La recomiendo, sin duda.
Valoración:

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January 15, 2021
Cara App
¡No debiste iniciar con esto! Ahora, será difícil salir. Instalas Cara App. Salta un aviso a la pantalla:
«Lea términos y condiciones y pulse “Aceptar”».
No hay tiempo qué perder, total, ¿qué podría suceder? Das clic.
Sigues las instrucciones. Te haces una foto. Los resultados son inmediatos. Ya pareces mayor. Ahora sí podrás usar Tinder. Haces «Match» e inicias interesantes conversaciones. No importa de dónde sean, siempre caen en la trampa. Es de Ecuador y te manda corazones. De Argentina y te alaba el físico. ¿De Inglaterra? Me gustaría visitarte a tu país, dice.
¡En verdad funciona! No lo puedes creer. Agradeces haber nacido en medio de este boom tecnológico y te tomas otra foto. Aparentas unos cuantos años más. ¡Genial! Seleccionas la opción «Compartir en Facebook». Las reacciones no se hacen esperar. Ignoras el «Me divierte» de tu primo. Comentarios en tres, dos, uno:
«Wow, ¿qué te hiciste? Te ves bien».
«¡Cuánta madurez! Eres como el buen vino…».
Debería parar, piensas. Una parte dentro de ti te convence de continuar. Es solo una app.
Tercera foto del día.
Sales de compras y un par de personas te dicen que las canas te lucen bien. ¿Canas? Lo compruebas en el retrovisor de un auto. Sí, ahí están, unas cuantas.
Sabes sabes que la situación se te escapa de las manos. Te repites que deberías desinstalar la aplicación y hacer otra cosa para distraerte. Ignoras el pensamiento y, como haría un alcohólico con una cerveza helada, caes en la tentación. Esta vez el resultado no te pone feliz.
Algunos de tus amigos te preguntan si te encuentras bien de salud o si has tenido problemas. Muchos, se ofrecen a ayudarte. No he dormido bien, es todo, explicas.
Foto número cuatro.
«¿Realmente desea continuar?» ¡Qué rara pregunta! Haces clic en «Aceptar». Nuevo mensaje: «Escriba el captcha y seleccione la opción “No soy un robot”». Sigues las instrucciones y se toma la foto. Estás feliz, pero al mismo tiempo un sentimiento de amargura te revuelve el estómago.
Recibes una notificación: «En Cara App nos preocupamos por su salud. Hemos notado una constante actividad en su perfil, por eso le ofrecemos nuestros servicios de rehabilitación». Un llamativo botón verde indica: «Contactar con especialistas». Lo ignoras.
Te sientes mal, la cabeza te duele y tienes mareos. En el hospital, un doctor te da el diagnóstico: diabetes. Además, tienes problemas de artritis que deberías tratarte. Cuando vas de salida, un niño que desconoces corre hacia ti. ¡Abue!, dice mientras te abraza las piernas. Sonríes. Su padre se disculpa. No hay problema, lo tranquilizas, así son los niños.
En tu cama, empiezas a tener dificultad para respirar. No puedes controlar los movimientos de tu cabeza. Párkinson, sospechas. Tu saliva baja por tu garganta como un caramelo que se desliza con dificultad, amenazando con atorarse.
Abres de nuevo la aplicación. «Jugar». Salta una alarma: «Lo sentimos, usted ha superado el número de juegos permitidos por persona». Lanzas el celular para estrellarlo contra la pared, pero cae en medio de la cama. ¡Maldita Cara App! Colocas tu placa dental en un vaso con agua.
¡Ya volví!, grita tu madre, desde afuera de tu habitación. Ha estado trabajando todo el día, pero por ningún motivo olvidaría tu cumpleaños. Te compró un pastel adornado con diecisiete velitas. Entra demasiado tarde para despedirse. Te ha dado un paro cardíaco. Si no te reconoce, ¿te hará un funeral?
Everardo Curiel
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January 7, 2021
Todas mis lecturas del 2020
Este año fue atípico en todos los sentidos. Mis lecturas no se salvaron: tuve varias que habría evitado años atrás. Te explico:
Terminé de leer dos trilogías y una tetralogía (digo «terminé» porque ya había leído el primer libro de dos de ellas el año pasado). Algo inusual en mí, pues siempre he preferido las novelas autoconclusivas. Las sagas y todo lo que se le parezca, me dan un poco de flojera. No es que me dé pereza leer varios tomos; son otros los motivos y quizá se los comparta después en otra publicación. Dato curioso (o no): me pasa lo mismo con las películas, y muy pocas series de televisión me han parecido tan buenas que mantuvieran mi interés por más de tres capítulos.
Series que leí este añoTrilogía Los juegos del hambre, de Suzanne Collins.Trilogía Metro, de Dmitry Glukhovsky.Saga del Círculo (mi favorita de las tres), de Ted Dekker.
Imagen tomada de Amazon, del perfil del autorVolví a leerA pesar de que nunca había releído un libro (siempre he tenido la idea, quizá equivocada, de que hacer una segunda lectura supone invertir tiempo que podría usar en tantos por conocer), en el 2020 releí:
La casa, de Ted Dekker (¿se nota que es uno de mis autores favoritos?).Majestuoso, de John Eldredge.Los dos libros son una chulada.
Otras curiosidadesMi favorito: Volverás a Alaska, de Kristin Hannah.Lo voy a sortear por mi cumpleaños, entre mis suscriptores, el 28 de enero. Todavía estás a tiempo de participar. ¡Suscríbete!
Imagen tomada de Amazon, del perfil de la autora.El más extenso: Un mundo sin fin, de Ken Follett.El más corto: Laurie, de Stephen King.El más popular: Los juegos del hambre, de Suzanne Collins.El menos popular: Manual de autopublicación, de Autorquía.Total de autores leídos: 17*Total de autoras leídas: 3*Sí, solo tres autoras. Este nuevo año, me puse la meta de leer treinta y un libros. Quiero que la mitad más uno (dieciséis) sean escritos por mujeres. ¡Dame tus recomendaciones!
*Como habrás notado, el total de autores (hombres y mujeres) son menos que los libros que leí (treinta). Esto es porque, de varios escritores, leí más de un libro. Además, hay un par de libros en los que organizaciones fungen como autoras.
Todas mis lecturasA continuación, te comparto la lista completa de todas mis lecturas del 2020. Los libros están ordenados del primero que leí al más reciente. Muchos los recomiendo ampliamente y otros… no tanto. Sígueme en Goodreads para ver las valoraciones que les puse a cada uno.
TítuloAutorRojoTed DekkerUn mundo sin finKen FolletLos juegos del hambreSuzanne CollinsEscribir ficciónGotham writers workshopLa oraciónTimothy KellerLos años de peregrinación del chico sin colorHaruki MurakamiCaza de conejosMario LevreroLa tormenta de nieveLeo TolstoyBlancoTed DekkerPedro PáramoJuan RulfoEn llamasSuzanne Collins¿Es razonable cree en Dios?Timothy KellerSinsajoSuzanne Collins Una iglesia con propósitoRick WarrenVerdeTed DekkerManual de autopublicaciónAutorquíaLa casaTed DekkerEl mártir de las catacumbasJames De MilleTemporada de huracanesFernanda MelchorMajestuosoJohn EldredgeVolverás a AlaskaKristi HannahLas alas del águilaKen FolletEl gran divorcioC. S. LewisAlicia en el país de las maravillasLewis CarrollLaurieStephen KingEl poder del mitoJoseph CampbellMetro 2034Dmitri GlujovskyEl amor haceBob GoffLos secretos de la mente millonariaT. Harv EkerMetro 2035Dmitri GlujovskyLa entrada Todas mis lecturas del 2020 se publicó primero en Everardo Curiel.
December 18, 2020
Caso 63 | Reseña de audioserie (podcast)
Escuché todos los episodios en tan solo dos días. No podía esperar más para conocer el desenlace.
Caso 63 es un podcast chileno producido por Spotify, que gira en torno a la historia de un mexicano: Pedro Roiter, quien fue encontrado desnudo y asegura que viene del futuro. La psiquiatra Elisa Aldunate es la encargada de sus sesiones. Estas son grabadas; así podemos tener acceso a las conversaciones entre doctora y paciente, que se van volviendo cada vez más tétricas. Pedro asegura que tiene la manera de salvar al mundo de una catástrofe que ya vivió. No, no es el covid-19. Esa pandemia fue solo una pequeña parte de lo que está por suceder. Además, hay un secreto más que está a punto de confesar…
¿Qué tan cierto es todo lo que cuenta este enigmático hombre? ¿Podrá convencer a la doctora Aldunate de que no está loco?
Pensaba que el tema de los viajes en el tiempo estaba agotado. Hay tantas historias con esta temática: novelas, cuentos, películas, etc., que llegué a cansarme. No me malinterpreten, ¡amo la trilogía de Volver al futuro y conozco muy buenas novelas! Lo que pasa es que cada vez cuesta más sorprenderse porque las ideas se repiten y es raro encontrar algo original. Así pues, no esperaba que esta audioserie fuera tan buena. ¡Qué sorpresa me dio!
Hay que aplaudir la gran interpretación de Antonia Zegers y Néstor Cantillana, que grabaron desde sus casas en medio de esta cuarentena de ya varios meses. También tengo que resaltar que el guion está muy bien logrado: los diálogos son sugerentes y te hacen imaginar cosas más allá de las palabras. Y ese final… ¡Agárrenme, que quiero soltar spoilers!
Si ya lo escuchaste, cuéntame tu opinión.
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November 30, 2020
Cariño | Un cuento
Caren metió el pequeño cadáver en su mochila. “Le daré cristiana sepultura saliendo del trabajo”, se prometió.
Cariño había estado enfermo la última semana. Dormía a todas horas y tenía la barriga dura como un globo a punto de reventar. Caren había preguntado en un grupo de Facebook, por especialistas que pudieran atender a su pequeño gato atigrado, pero las opciones no la convencieron. Un día lo encontró sin vida junto a la puerta, al salir de casa.
Vio la hora cuando se subió al camión. Llegaría a tiempo. Tomó asiento, se alisó la falda cuadrada gris con negro, se acomodó el marco rosa de los lentes sobre la nariz, se colocó los audífonos y dio play a la música.
Diez minutos para las ocho, Caren estaba sentada frente a su computadora, y antes de iniciar con el proyecto de ese día abrió su mochila y echó un vistazo.
—Tranquilo, se pasará rápido el día. Ya te buscaré un lugar para que descanses en paz. Por cierto qué guapo estás —le susurró y le acomodó el moño azul que le había puesto.
Al mediodía se levantó para ir al baño. Se acababa de sentar en la taza cuando escuchó un grito. “¡Qué tonta, olvidé cerrar la mochila!”. Salió corriendo. En la oficina, Chayo, que se sentaba al lado de Caren, lloraba temblorosa, parada sobre su asiento.
—Hay algo en tu mochila. Un animal, creo que…
Caren se acercó. Al parecer Chayo había ladeado por accidente su mochila y ahora la cola de Cariño salía por el cierre.
—No te preocupes —dijo, más para tranquilizarse a sí misma que a su compañera—, es solo…
—Yo sé lo que es —interrumpió Pedro—. Con ese tigre de peluche tu outfit está completo.
Caren estaba enojada. La sonrisa burlezca de Pedro le hacía hervir la sangre.
—No es… —Se detuvo. “Será mejor que le siga el cuento”—. Tienes razón, es eso, un tigre de peluche.
—Claro que es eso. Lo sabía.
Estaba oscureciendo cuando Caren se sentó en la banca de un parque. Allí había llevado a pasear a Cariño muchas veces, antes de su muerte. Miró alrededor. El lugar estaba prácticamente vacío. Un anciano leía un periódico al otro extremo y un guardia de seguridad vigilaba el portón de la entrada entre bostezo y bostezo. Metió cuidadosamente a Cariño en una bolsa de plástico negra y eligió un lugar junto al tronco de la frondosa jacaranda. El suelo era blando; sería una tarea fácil.
Los señores que leen periódicos en los parques no suelen molestar, pero hay algunos que tienen un as bajo la manga, o un pelo atorado en el buche, como seguramente sucedió en este caso. El anciano estornudó tan fuerte que si hubiera tenido una prótesis dental habría descalabrado a Caren. Ella, perturbada, decidió que eso era un mal augurio. Además, el vigilante ahora estaba muy despierto y podría verla. Buscaría un mejor sitio para el sepelio, pero eso sería el día siguiente, pues ya era tarde.
Acostada en su cama entró a Facebook. En el grupo Amiguitos de los animalitos. Hizo una consulta: “Tengo un gatito que tristemente pasó a mejor vida. No sé que hacer con el cuerpo. En mi ciudad no hay cementerios de mascotas y en mi casa no tengo jardín para enterrarlo. ¡Ayuda! ¿Qué puedo hacer?”. Las respuestas fueron inmediatas y variadas. Le sugirieron contratar servicios de incineración en alguna veterinaria, enterrarlo en el campo a las afueras de la ciudad o en una maceta, echarlo a la basura, tirarlo en la banqueta y ponerle cal, etc. Ninguna opción la convenció.
La mañana siguiente, Cariño estaba más inflado. Cuando Caren le acomodó el moño, el pelo se le cayó, como si hubiera sacudido un diente de león. Intentó arreglarlo con cera para el cabello, pero el problema solo empeoró. Todo se estaba saliendo de control.
Decidió que no iría a trabajar y llamó a la empresa de juguetes Pets Cool.
—Gracias por llamar a Pets Cool, donde fabricamos los juguetes mascotas más cool del planeta. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hola, hablo porque compré un gatito con ustedes y ya se murió, pero… no sé que hacer con él. Yo no quería que muriera tan pronto —dijo llorosa.
—No se preocupe. Creo que puedo ayudarla. ¿Ya leyó las instrucciones al reverso del empaque en el que recibió su Pet Cool?
Caren cortó la llamada. Corrió a su habitación y sacó la caja que había dejado bajo su cama.
Leyó el reverso:
No al maltrato. Ahora puedes tener una mascota sin lastimar la naturaleza. Pet Cool parece un animal real. Actúa, come y hace sus necesidades. También se enferma y muere. Si quieres que vuelva a vivir, basta con cambiar la pila.
Recuerda, si compras nuestros productos, ¡tú también eres cool!
Everardo Curiel
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November 29, 2020
Volverás a Alaska | Reseña del libro
Autor: Kristin Hannah
Género: Narrativa
Editorial: SUMA (2018)
Número de páginas: 560 páginas
ISBN: 9788491292371
Idioma: Español
El mejor libro que he leído en lo que va del añoSi lo hubiera visto en el escaparate de una librería no me habría llamado la atención, pues su sencilla portada, en mi opinión, no representa lo emocionante, dramática y cruda que es la historia que cuenta.
Compré Volverás a Alaska animado por una reseña de un blog. La pintaban como una novela de viajes y supervivencia, y lo recomendaban ampliamente. Además, muchos lectores tenían buenas opiniones de ella. Leí la sinopsis: una familia decide mudarse al lugar más inhóspito del país (una Alaska impredecible y peligrosa, del año 1974), para empezar una nueva vida. Tenía los elementos suficientes para atraer mi interés: viajes, aventuras, supervivencia, un lugar remoto en el mundo… Y todo ambientado en una época histórica interesante: inmediatamente después de la Guerra de Vietnam.
Pero, en Volverás a Alaska hay mucho másErnt Allbright fue a la guerra. Los enemigos lo secuestraron y torturaron. Finalmente es liberado y puede volver a su familia. A su amada Cora y a su hija Leni, su pelirroja. Pero Ernt ya no es el mismo.
“La guerra y el cautiverio habían roto algo en él. «Es como si le hubiesen partido la espalda», había dicho mamá. «Y no se deja de querer a una persona que está herida. Te haces más fuerte para que se pueda apoyar en ti. Me necesita. A las dos»”.
El padre de Leni se vuelve alcohólico. No puede permanecer en un mismo trabajo por mucho tiempo. Las pesadillas nunca lo dejan tranquilo, y sufre constantes arrebatos de cólera. Toma decisiones alocadas, sin pensar en los riesgos que estas representan para su familia. Una de ellas: la decisión de irse a vivir a Alaska. Pero no es la única…
Papá no era así. ¿Qué le pasó?Es mamá quien nunca cambia… por desgracia“Con papá se podía ser tan cuidadoso como un químico con la nitroglicerina, pero eso no cambiaba nada. Antes o después, iba a estallar”.
Cora. Siempre abnegada. Siempre preparada para seguir a su marido, aunque él los lleve hacia la caída libre de un precipicio. Siempre dispuesta a echarse la culpa de todos los enojos de Ernt. Los padres de Leni, quienes se supone deben protegerla, en cuyos brazos ella debería sentirse segura, no son los superhéroes que todo hijo quisiera.
En Alaska las cosas no mejoran“En la ingenuidad de su juventud, sus padres le habían parecido personas imponentes, omnipotentes y sabias. Pero no lo eran. Solo eran dos personas destrozadas”.
En ese punto del mapa que Kristin Hannah describe con maestría, los problemas de los protagonistas no hacen sino empeorar. En un escenario que roba el aliento, como los días largos de azul celeste y púrpura, o las nevadas interminables de invierno, la naturaleza salvaje y las bestias de la región (como los osos) son el menor de los peligros que enfrentará la familia Allbright. Ernt se vuelve más irracional conforme llega el invierno, y su mente llena de ideas paranoicas le hace tomar una serie de acciones descabelladas mientras su esposa e hija se sienten incapaces de contradecirle. Se desata una lucha de odio y amenazas entre dos familias, y Leni está justo en el centro.
ConclusionesVolverás a Alaska es una novela para un público muy amplio, pues en ella se pueden encontrar elementos de varios géneros: novela histórica, drama, aventuras, supervivencia, romance, e incluso suspenso, pues la historia se torna cada vez más escabrosa.
Es una lectura dura, ya que Hannah hace sufrir a sus personajes enfrentándolos a situaciones límite, y con ello demuestra que en la vida el sufrimiento es real, y que no siempre hay soluciones a todos los problemas.
La narración está en tercera persona, pero la pluma de la escritora tiene una sensibilidad que nos hace sentir identificados con cada uno de los personajes, principalmente con Leni. Las descripciones, como ya lo he mencionado, son de lo mejor. Se nota que Kristin Hannah ha hecho un buen trabajo de investigación y que conoce Alaska de primera mano.
Lectura ampliamente recomendada.
¿Lo has leído? Si es así, cuéntame qué te pareció. Si no, ¿le darás una oportunidad? ¿Te llamó la atención?
Valoración:

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July 27, 2020
Licor de melón | Un cuento
Tapa el lente de tu cámara web. Quizá alguien podría estar observándote en este momento. Quizá lo ha estado haciendo desde hace mucho tiempo.
Te contaré mi historia. Solo te pido que no me juzgues.
Soy un buen hombre. De verdad.
Todo comenzó un día cuando yo estaba viendo videos en YouTube, o revisando mi correo electrónico; no recuerdo bien, pero qué importa. La cosa es que, de la nada, la pantalla de mi laptop se puso negra, como si se hubiera apagado, parecía muerta. Lo inquietante comenzó a continuación: empecé a escuchar voces. Sí, por las bocinas de mi computadora. Era una mujer que hablaba muy rápido, yo no podía entender lo que decía, se escuchaba lejana.
Quizá debí apagar la laptop en ese momento, pero no lo hice. Sé lo que estás pensando, pero no me juzgues.
Soy un buen hombre. De verdad.
Me quedé escuchando. La mujer dejó de hablar. En ese momento la pantalla volvió a cobrar vida, pero lo que vi me dejó confundido. En lugar de las páginas de internet que tenía abiertas, me encontré con una habitación; es decir, lo que pensé que era la fotografía de una habitación. Pero luego me di cuenta de que lo que veía se estaba transmitiendo por una cámara web de alguien más, y de algún modo que desconozco yo estaba recibiendo esa señal. Era una habitación pequeña, sin muchas cosas: una cama individual, una mesa de noche con una pila de libros encima, una silla blanca de la que solo podía ver el respaldo, y seguramente una mesa en la que estaba la computadora o la cámara que me permitía echar un ojo a aquél lugar. Todas las paredes eran blancas, excepto la del fondo, que era verde y me recordaba a mi licor favorito, Midori.
Te prometo que ya había decidido apagar la computadora. Pero cuando vi abrirse la puerta que se encontraba en la pared verde, me detuve. Tenía que enterarme de lo que estaba pasando, no me juzgues.
Soy un buen hombre. De verdad.
Entró una joven. No la conocía. Quizá era la mujer que había oído hablar hace un momento. Se dirigió hacia mí. Mejor dicho, se dirigió a la cámara. Se sentó en la silla y se quedó viendo hacia el frente, en mi dirección, con la mirada fija pero perdida, no sé como explicarlo, pero tú me entiendes ¿no? Esperé que me dijera algo, pero siguió callada. Parecía molesta, aunque yo no le había hecho nada; ¿cómo lo iba a hacer si nunca la había visto?
Era joven, tendría unos 20 años. ¿Cómo se llamaría? Dirás que soy un tonto, y lo reconozco, quizá lo sea, pero decidí preguntárselo.
No me respondió.
Volví a preguntárselo. La voz me temblaba. Me sentía ridículo.
La mujer siguió en silencio.
Mi micrófono estaba conectado. Tenía que escucharme ¿no?
Ella comenzó a escribir. Lo sé porque escuché cómo tecleaba con rapidez. Yo escribo lento. Esto de la tecnología no es lo mío. Es más, mi computadora, la primera que tengo, la compré apenas, hace un año. Había llegado a la mitad del siglo y me la regalé por mi cumpleaños. Sé que suena estúpido hacerse regalos de cumpleaños a uno mismo, pero a mí me gusta hacerlo. Cada año me compro algo, lo envuelvo, y lo abro en mi casa después de cantarme las mañanitas a mí mismo y de brindar a mi salud con un trago de Midori. Lo hago todos los años ¿sabes? No tengo nadie que me haga regalos, pero no te sientas mal por mí, en serio.
Perdón, me estoy yendo por las ramas, ¿en qué me quedé? ¡Ah sí!, te decía que la chica comenzó a escribir… Quédate tranquilo, nunca recibí un mensaje suyo.
Un timbre la interrumpió. Era su celular. Contestó:
—Hola Mat, ¿cómo estás? No te vi en la uni…
Silencio.
—¿En serio? Qué buena onda. Yo sí tuve que presentar el examen. La verdad es que me fue pésimo, el profe se pasó de lanza…
Silencio.
—Sí, de hecho le estoy escribiendo ahora mismo. Espero que me permita hacer algún trabajo extra, no quiero repetir la materia.
La conversación era aburrida, créeme. Pero había algo en ella que me inquietaba… Ese tal Mat. No me preguntes cómo, pero presentí que ese chico no tenía buenas intenciones. Pobre Midori, “si alguien la pudiera advertir”, pensé, y deseé ayudarla, pero no se me ocurría cómo hacerlo. Le puse ese nombre cuando entendí que no me escuchaba. Tenía cara de Midori. Sí, ¿no te ha pasado que ves a las personas y según sus caras sientes que le cae un nombre? A mí seguido me pasa cuando camino por la calle —que es muy poco porque casi no salgo de casa—, veo a un hombre, lo miro y siento que tiene cara de Pepe, o miro a una mujer y algo me dice que debería llamarse Natalia. No sé como explicarlo, pero tú me entiendes ¿no?
Lo sé, lo sé… Sé que debí haber apagado mi computadora, o llamar a la policía y denunciar lo que estaba ocurriendo. Pero no podía perderla de vista; ella estaba en peligro y yo tenía que hacer algo. No me Juzgues.
Soy un buen hombre. De verdad.
Pasaron los días, y nunca apagué mi computadora, para no perder la conexión con Midori. La mayor parte del tiempo ella se la pasaba haciendo tareas, y por las noches durmiendo, como es lógico. Es muy trabajadora. Hubiera sido una pena que su profesor la reprobara; un día, sin embargo, le mandó un correo en el que le informaba a su alumna que le daría la oportunidad de presentar un trabajo extra. ¿Que cómo lo supe? Pues porque ella lo leyó en voz alta y se puso a brincar en la cama de alegría. Yo también me puse muy feliz.
Creo que vive sola pues nunca entró nadie a la habitación, pero ella es muy sociable. Recibía llamadas en todo momento, pero era Mat el que más la importunaba. Era un hombre malo, podía presentirlo, pero eso ya lo he resuelto.
Con el pasar de los días, y prestando atención a cada llamada, supe en qué universidad estudiaba Midori. Queda a una hora de mi casa. También intuí sus horarios, basándome en sus horas de salida y llegada. Para no hacerte perder más tiempo, porque estoy seguro que tienes que ir a tranquilizar a la muchacha, te cuento que comencé a frecuentar los alrededores de la universidad. Fue fácil encontrar a la chica, pues yo la conocía muy bien, además la podía distinguir a lo lejos; siempre me fijaba cómo salía vestida.
No me veas así. No pasó lo que tú crees. Yo siempre fui respetuoso con ella. Rara vez se vestía frente a la cámara, y cuando lo hacía yo me tapaba los ojos para no violar su intimidad; no me juzgues.
Soy un buen hombre. De verdad.
Un día la vi entrar a un puesto de ensaladas. Iba con un chico agradable. Parecía disfrutar su compañía. Entré tras ellos y me senté en la mesa de al lado. Odio las ensaladas, pero pedí una para no levantar sospechas. Ahí me di cuenta que el chico era Mat. Mi corazón comenzó a latir como nunca, lo podía escuchar yo mismo, y seguramente ellos también; me estaba jugando una mala pasada, me quería delatar, pero conseguí guardar la compostura. En un momento Mat la besó en los labios. Ella sonrió, pero yo vi en sus ojos inquietud, no sé como explicarlo, pero tú me entiendes ¿no? Él se estaba propasando. Decidí actuar. El resto tú lo sabes: Me levanté, me coloqué detrás del chico, y con mi brazo le apreté el cuello con todas mis fuerzas. “Midori, no tengas miedo, estás a salvo”, le dije. Ella me gritó, decía que ese no era su nombre, estaba como loca, pero yo sé que sí era Midori, no podría haberme equivocado.
Mat se resistió, pero finalmente dejó de respirar.
Oficial… Eso eres ¿no?, tienes cara de oficial. ¿O eres alguna especie de detective?, porque si es así, te tengo que decir que ya no necesitamos tus servicios. El caso está resuelto, Midori está fuera de peligro. Mat ya no la molestará más. Yo me tengo que ir, deberías ir a tranquilizar a la chica. ¿Podrías dejar de escribir en tu laptop y prestarme atención? Antes de irme te lo voy a pedir una vez más: tapa el lente de tu cámara. Alguien malo podría estar observándote.
Everardo Curiel
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Come por el ombligo y no pienses en fantasmas | Un cuento
Últimamente imagina cosas. Se está volviendo loca. Cree que podrían existir más personas. Pero no… No hay nadie más, y tampoco existe otro sitio. Solo somos ella y yo, viviendo en el lugar, este cubo de diez metros por arista que ella llama Casa. Adoro su rara costumbre de ponerle nombre a todo.
—¿Alguien más? ¿No estás feliz con mi compañía?
—No es eso, mi niño. Es solo que… creo que existen más de los nuestros. Millones, quizá.
Imaginar tantos cuerpos juntos en este cubo me acelera el pulso. Cada centímetro ocupado, piel con piel, el aliento y los olores corporales de tanta gente, sin posibilidad de moverte…
—Pero aquí no caben tantas personas. —Intento guardar la calma—. ¡Sería una locura!
Vivimos dentro de cuatro paredes, un piso y un techo. Una luz se enciende para indicarnos que hay que estar despiertos, y se apaga cuando hay que ir a dormir. Dos mangueras salen del techo, las cuales debemos conectarnos al ombligo cuando queremos alimentarnos. Solo tenemos lo necesario para dos personas. Además de eso, hay dos objetos que no sabemos para qué sirven: un gran rectángulo de madera, colocado en una pared, y una lámina de metal, pequeña y de figura extraña pero interesante.
—No aquí sino allá —señala una de las paredes. Sonríe—, del otro lado del muro.
—¿Del otro lado de qué? —Del muro —repite segura, alargando sus palabras, como si eso pudiera convencerme de lo que dice.
—Del otro lado no hay nada. —No sé cuánto más pueda ocultar mi molestia.
—¿Nada? ¿Cómo es eso? —su tono de voz suena como si fuera yo quien dice tonterías.
—Nada es eso: ¡nada! Solo hay metros y más metros de este material.
—¿Cuántos metros?
—¡Millones! No, mucho más que eso; no tiene fin.
—Pero estoy segura de que deben estar ahí, del otro lado.
—¿En otro cubo?
—Sí, pero en uno más grande —observa cada esquina de nuestra casa—. Pensándolo más bien, creo que es una esfera. Y ellos no viven adentro sino por fuera.
Alguien más —en el hipotético caso de que existiera, claro está—, a estas alturas ya no podría seguir con esta conversación tan surrealista. Pero tengo que admitir que hay algo que me hace querer escuchar acerca de ese mundo imaginario.
Suena la alarma. Es hora de comer. Nos conectamos nuestra manguera al ombligo y el alimento comienza a fluir. Es un proceso natural, y normalmente no prestaríamos mayor atención, pero hoy, ella mira con especial interés la papilla color marrón que entra en su cuerpo. Levanta la vista al techo.
—¿De dónde crees que viene?
—¿El alimento? Qué sé yo, simplemente existe.
—Yo creo que ellos lo envían.
Aquí vamos de nuevo. Estoy listo.
—¿Entonces crees que viven en una esfera? —la animo a continuar con su cuento.
—Así es, pero es una esfera muy grande. Quienes viven en una parte no alcanzan a ver a los que viven en la otra.
Se los imagina tan distintos unos de otros. Cree que los hay de distinto color de piel, algunos con pelo en la cara, otros con ojos rasgados, personas gruesas, delgadas y de distintas estaturas. Dice que algunos hablan con palabras desconocidas que los demás no pueden entender.
—¡Como tú! —la interrumpo.
—No, tontito. Es distinto.
Me habla de otros seres aún más extraños. Los árboles: entes de gran estatura con cuerpos cafés, como mis ojos, y el pelo verde, como los suyos. No pueden ver ni caminar; una vida triste, sin duda. También piensa en aves que, según su descripción, entiendo que son seres similares a nosotros pero de un tamaño ridículo, que pueden elevarse del suelo al agitar los brazos. Vamos, una pesadilla.
La hora de comer termina, y ella, como una posesa camina hacia el rectángulo de madera.
—¿Qué haces?
No me responde.
—Puerta —dice, tocando la superficie rugosa. Una palabra nueva. Luego mira la pequeña lámina de metal que cuelga a un lado y también le da un nombre—: Llave. —La introduce en un orifico que hay en la madera y esta se comienza a mover.
Querido lector —en el hipotético caso de que existas, claro está—, no puedo explicarte lo que hay del otro lado, y estoy seguro de que ella tampoco podría. Parece sorprendida; temo que esté decepcionada.
Everardo Curiel
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