S. Bonavida Ponce's Blog, page 8

April 5, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimoquinto

«La fe tiende un puente desde este mundo al otro»Edward Young
Zigzaguearon por un camino bajante, tierra allanada por el continuo trasiego de otras personas, hasta la falda de la colina. La cubierta anaranjada de los tejados, una iglesia de picudo techo, unos vagones sobrepasaban el río por un puente en forma de tergo y sumado al traqueteo de la comitiva ferroviaria le acompañaba más humo negro surgido desde la locomotora que encabezaba el convoy, y, para finalizar la postal, un viejo molino de estilo holandés erigido más lejos que las casas, el puente, la iglesia, el granero y la locomotora.
Utla caminaba con tranquilidad, zarandeando las manos despreocupadas, agarrando espigas salientes a lo largo del camino, las acariciaba con la palma y, al poco, se las llevaba a la mejilla para frotárselas contra la dermis. Es difícil poner nombre a una zona facial en un ser sin rostro, por ello, decir que se las frotaba en la mejilla sería una elucubración que, pensó, sería lo más acertado. La aparente calma de su anfitrión la enervaba, ¿no me va a explicar nada? Utla seguía con sus pasos cortos y tranquilos, con vaivenes de manos que acompañaban con dulzura el recogimiento de las hebras y su posterior frote en la cara. Los apacibles movimientos del pequeño ser contrastaban con la ira que creía en el interior de ella, un creciente fuego avivado por una pequeña chispa, la chispa de un tono molesto, estúpido y apremiante, «me preocupa más Nils», ¿y yo?, ¿te preocupo yo? Ni se había molestado en informarla de absolutamente nada, así que le quedaban dos opciones: ¿estallaba o respiraba profundamente y le acosaba a preguntas? Respiró profundamente, arqueó las cejas y, con una mirada clavada en el techo del sombrero blanco de Utla, debido a la notable diferencia de alturas, le dijo:
—a ver, a ver. antes de ayudar a ese nils explícame un par de cositas. ¿qué me pasó al tocar el libro?, ¿qué hacemos aquí?, ¿qué he soñado o qué he visto o lo que sea que me ha pasado?, ¿qué es todo esto?
Utla dejó caer la espiga que sostenía en la mano, la forma oblonga del rostro se le contrajo, como si el deleite hubiera finalizado, y respondió:
—Claro, estimada. Alguna explicación debo darte. Todo empezó cuando tocaste tu primer libro.
—¿el objeto rectangular que brillaba?
—El mismo. Un libro. Uno de tantos. Te estaba llamando.
Recordó la mimética voz idéntica a la suya, escurriéndose desde el sótano y atrapándola en el vestíbulo, alojando los particulares fonemas en su espacio vestibular, deteniendo el tiempo, atrapándola y seduciéndola en un canto de sirena.
—¿por qué me llamaba?
—¡Quién sabe! Necesitaría ayuda, te querría enseñar algo o simplemente querría conversar, ¡quién sabe!... Son tantos los seres que se sienten atraídos por los libros y desconocen el porqué, aunque son muchos menos los que poseen tal vinculación con ellos hasta el punto de escuchar su llamada. ¿Con qué intención te atrajo? Lo desconozco. Quizá averigüemos más cosas preguntando: ¿podías pensar con claridad mientras te acercabas a él?, ¿viste o sentiste algún color u olor en particular?, ¿escuchabas sonidos o música?, ¿danzaban luces a tu alrededor?, ¿sentías tu tacto melancólico u oprimido por alguna presencia?, ¿olías a hierba recién cortada o quizá un sabor a rosas se apoderó de tu paladar, o, mejor aún, sentiste una empatía superior?

[...]

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on April 05, 2020 03:40

March 22, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimocuarto

«El talento se forma en la soledad; el carácter, en medio del torbellino del mundo»GoetheCapítulo V. Exlibris.
La tierra tembló y las puntas de los tallos en la hierba se alzaron hacia el cielo succionados por un fortísimo remolino aéreo que emitía destellos blancogrisáceos en todas direcciones. Dos formas semihumanas danzaban dentro de él, un ser bajito y una mujer alta de pelo blanco. Para cuando el pequeño Maelstrom se desvaneció Utla y su acompañante estaban uno enfrente del otro cogidos de las manos.—¡que... que... mareo! —Soltó las manos de Utla y cayó de rodillas al suelo.—Tranquila. Tómate tu tiempo. Es normal sentirse mal después de una succión cronotópica.Con una parte de sus sentidos atrofiados por el vaivén antinatural y con una sensación de vértigo anclada en estómago, garganta y cabeza, lo que realmente le produjo mareo fue escuchar, por vez primera, la voz de su anfitrión. Surgía en un tono dulce, similar a la del ser vestido de negro, su hermano, pero aunque en gravedad sonaban parecidas, la de Utla poseía un timbre más cálido.—¿hablas?—Aquí sí.La redondez de la amorfa cara se estiró hacia los lados, como si, a pesar de no tener boca, le dirijiese una gran sonria. Demasiadas emociones, parpadeó, Utla le tendió la mano y, agarrándole la palma, se dejó ayudar. De nuevo en pie miró en derredor. Se encontraban en una pequeña colina y a lo lejos divisó una ciudad, con fábricas, casas, un granero de forma cónica, un puerto con embarcaciones, algunas a vapor y pequeños edificios extendidos por la ribera del río. Un alargado y enorme puente de piedra cruzaba de lado a lado la caudalosa corriente. El humo negro de las chimeneas empobrecía el paisaje y ennegrecía la visión del entorno.—¡que lugar más feo!—Si es un lugar precioso.Volvió a revisar el lugar, casitas bajas con techos piramidales, la azulosa agua brillaba cuando las nubes permitían a los rayos solares restañar sobre ella, la desembocadura del río moría en la inmensidad del mar, el entorno parecía propio de un cuento de hadas pero por más empeño en observar la belleza, que su anfitrión aseguraba, las columnas de humo negro surgiendo de las fábricas la apartaban de todo pensamiento de beldad.—¿dónde estamos?—¿Qué libro cogiste en la biblioteca?
¿La biblioteca? ¡Había buscado un picaporte pero no lo encontró! Se había arrastrado hasta el fondo de un ropero y se había deslizado por unas escaleras en forma de caracol hasta un limbo oscuro, repleto de libros y candiles. ¿El libro? Sí, en su mente, como si las palabras de Utla fueran un resorte mágico, aparecieron imágenes de las ideas que le evocaban aquellos caracteres indescifrables. Un chico joven, travieso y un tanto perverso con los animales. Empequeñecido por las artes mágicas de un duende. Nils, Nils Holgersson se llamaba. Había gansos, muchos, y a lomo de ellos en un proceso migratorio sinfín cruzaban suecia, de sur a norte y de norte a sur, igual que lo hicieran los antiguos colonos que poblaron aquella tierra, pero llegados a este punto existía una complicada mezcla de visiones arremolinadas en su mente, los colonos no formaban parte de Nils, ni de los gansos, ¿por qué vió además imágenes del hermano de Utla, un gallo negro y una chica joven? 
—me confundo.—Céntrate en el chico.
¿Cómo sabía Utla que estaba pensando en un chico? Tampoco tuvo mucho tiempo de pensar en esa frase, nuevas visiones, tan claras que parecía tenerlas delante, pasaron fugaces por su pensamiento. Nils se despedía del ganso. Pasaron un par de años. Nils, con un cuerpo más recio, propio de un adulto, abrazaba a un hombre y una mujer mayores que él, besos en las mejillas, palmadas afectuosas, algunas lágrimas. ¿Eran sus padres? Nils partía de una casa humilde con un cobertizo repleto de animales y marchaba con un grupo de jóvenes a través de las carreteras, apenas pertrechaban pequeños hatillos al hombro y, después de una penosa marcha durante días, llegaron a una ciudad colindante a un río, con fábricas repletas de chimeneas y de ellas un humo negro ascendía hasta el cielo, y, reposando al margen del río, pequeños barcos pesqueros. Pagaron peaje en un puente de piedra que atravesaba el caudaloso río, entraron en la ciudad y, el chico, se puso a trabajar como pescador pero un caudal de agua inundó su visión. Un gallo negro, picotazos y un tesoro. Muchas lágrimas. El hermano de Utla, vestido con su atuendo negro, se sentaba en un banco de madera. Se encontraban en el interior de una taberna, ¿qué hacía él al lado del chico?, le hablaba y, de nuevo, más palmadas. Después la imagen se emborronaba, y el ser vestido de negro se había esfumado, la escena era la misma pero sin él. Nils seguía en la misma posición, estirado medio cuerpo encima de la mesa, con una jarra de cerveza en la mano y los ojos, acuosos, mirando al vacío.
—tu hermano está aquí —Dudó—. por cierto, no me has dicho como se llama.—Me preocupa más Nils.—¿por qué no quieres decirme cómo se llama tu hermano?El pequeño ser zarandeó de un lado para otro la cabeza, la respuesta costó de llegar, como si tuviera algún impedimento en pronunciar el nombre, aunque finalmente respondió:—Nutla.—¡oh! utla y nutla, ni que fuérais gemelos o algo así.—Algo así, pero dime, por favor, ¿dónde está Nils?—lo vi en una taberna. estaba con nutla. aunque después no.—¿Mi hermano estaba con él?—no lo sé. la imagen era bastante... confusa.—Estimada, debemos averiguar que le ocurre a Nils.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte. Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 22, 2020 05:01

March 15, 2020

Contigüüüm. Capítulo IV. Decimotercero

«[...] alzando el candil con todo su aceite, dio a don Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado; [...]»Don Quijote de la Mancha

1
Siguiendo las risas avanzaba en medio de la negritud, por suerte, en la pared, talladas en hendiduras semicirculares, reposaban candiles. Cogió uno y continuó con sus pasos.


Una estancia delante de ella contenía cinco hileras de librerías dispuestas en paralelo, sin contar las dos laterales que forraban las paredes, y dentro de ellas miles de libros.


Caminó, caminó y caminó, las estancias se unían unas con otras por mediación de un pequeño túnel, y cada una formaba una forma geométrica distinta a la anterior.


Alzó la cabeza, las risas surgían de un volumen que brillaba con una inmensa luz blanca.
2
Subido a una gran escalera, Utla se encontraba delante de una inmensa librería repleta de volúmenes, entre sus manos reposaba un pesado volumen al cuál le quitaba el polvo con un plumero.

Cruzó las manos delante del pecho, «Espera, espera», y, con mimo, depositó el pesado en el hueco de dónde había salido.



A oscuras, avanzaba con pasos cortos, giró en una esquina, sorteó una hilera de cinco estanterías paralelas con dos adicionales pegadas a las paredes.
«Lo sabéis, me acerco a ella».

De la siguiente sala, de un libro, emanaba una brillante luz grisácea. 3
El ser vestido de negro examinaba un pesado libro entre sus manos.—¡Maldita, boba! ¿Cuánto tardará? —Estaba sentado en una silla desvencijada, en medio de una habitación destartalada.


El libro empezó a emitir un haz de luz, al principio triangular, después cuadrado, rectangular, hexagonal, así variando en forma y colores.—¡Bien, bobita, estás cerca!

Encima de la mesa, el pesado libro tembló y una página empezó a emitir luz. Una extraña luminosidad, casi imposible de describir su fulgor.


Se recolocó el sombrero y, con cuidado, abrió el volumen por la página que emitía un intensa luz negra.



«Tú no encuentras los libros,son ellos los que te encuentran a ti». 

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


1 like ·   •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 15, 2020 06:13

March 9, 2020

Contigüüüm. Capítulo IV. Duodécimo

«Un armario, escaparate (en Venezuela y Cuba​), clóset (en Hispanoamérica​), ropero, placar o placard (en Río de la Plata​), es un mueble cerrado por medio de puertas, en cuya distribución interior puede haber estantes, colgadores para perchas y cajones, ideado para guardar cosas».Wikipedia (Ropero)
No había entendido aquella página, una página abierta al azar, una página finalizada con numerología extraña: emes, equis e íes. No sentía fuerza en las piernas y, envuelta en su dormidera, y con cierta reticencia a acercarse a la blancor, deambulaba manteniendo las distancias con la pesada puerta que ocultaba tras ella el vacío. Le daba miedo acercarse a ella, pero si el pequeño ser venía de allí, es que, forzosamente, algo debía haber al otro lado que sustentara sus pasos, ¿por qué no podía ella ver ese algo?, ¿qué significaba el libro que tenía entre sus manos?, ¿era alguna clase de pista para salir de allí? En sus prisas por leerlo no había siquiera leído el título. Era un pesado volumen y al intentar cerrarlo para ojear la portada, el dedo pulgar se le trabó en una página, en la que leyó lo siguiente en el primer párrafo.
«[...] Nunca le parecieron sus cantos tan bellos como en aquella hermosa noche; hasta el mismo ambiente se hallaba lleno de armonías que recogían el eco de sus canciones.Cuando terminaron, se abrió de modo rápido la puerta de la casa y alguien, con paso rápido, marchó hacia ella. [...]»El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia.

De igual modo que acontecían las palabras tan bellamente escritas, y recién leídas por ella, la puerta de la habitación se abrió, pero, a diferencia de la narración, lo hizo de forma lenta, sin ningún ruido ni melodía. Dejó el pesado volumen otra vez sobre la silla y avanzó sin miedo hasta la... ¿Blancor? Ya no existía la inmensa nada, en vez de ello, una amplia sala con un alargado ventanal mostraba el lejano paisaje del lado opuesto de la casa. No había montañas en esa zona, un verde prado era la antesala de un valle y un río, presumiblemente el mismo del otro lado, se introducía serpentenado por el valle, abriéndose paso entre trigales, árboles, caminos y hierba. Miró al techo, las mismas vigas de su estancia soportaban la parte superior. A mano derecha había un pequeño vestíbulo donde unas escaleras bajaban a otra planta y, más allá, una enorme puerta cuadrada que, intuía, no podía abrirse, al menos por el momento. Había más habitaciones al fondo, a la izquierda, o al menos así lo intuyó por una puertecilla alejada, y supo que, en el pasadizo entremedio de esas habitaciones, había una escalera, anclada en el techo que se abría dando un brinco y estirando del cordel que sujetaba la punta de la escalera, y supo también que, tras ese acto gimnástico, se escondía la buhardilla, pero le dio miedo pensar en ese lugar, oscuro, negro, tétrico y decidió tomar las escaleras hacia abajo. En la planta baja se encontró con un vestíbulo de idéntico tamaño y proporción que el del piso de arriba. A la derecha había una sala, sin puertas cerradas en la que entraba muchísima luz por dos ventanales igual de rectangulares y grandiosos que el de la estancia de arriba. Las paredes se encontraban rodeadas por una librería inmensa que llegaba desde el suelo hasta el techo. Miles de libros de distinto grosor, color, forma y relieve se repartían por los estantes. Una escalera, con rieles y ruedas móviles, permitía llegar a las estanterías superiores; unos sofás pequeños, con mesitas adosadas a los lados, se encontraban en medio de la sala; y una alfombra tapizada en forma de flor coronaba el centro desde el suelo. El olor dulzón de los libros, un sabor avainillado que surgía de la cantidad de lignina atesorada entre los volúmenes, se le clavó en la nariz. La tripa le rugió. Tenía hambre, y, no supo cómo, se encontró atravesando un comedor muy espacioso, con una mesa circular y ocho sillas, para acabar en la cocina de estantes colgados del techo, con una alargada mesita pegada a la pared y utensilios repartidos por la encimera en forma de ele: cuchillos, cucharas, cucharones, tenedores y un sinfín de aparejos más. La comida, por desgracia, no se encontraba allí, salió de la cocina, atravesó el comedor y, como si llevara toda la vida viviendo en la casa, cruzó el comedor hasta llegar a una pequeña alacena donde unos estantes contenían comida envasada, tarros de semillas, conservas, algo de pan. ¡Imposible resistirse! Rompió una punta de la barra que sobresalía de un cesto y se lo llevó a la boca. La tripa le rugió satisfecha. De nuevo, desplazándose como si no fueran sus piernas la que la llevaran de un lado para otro, dio un extraño giro al comedor y se encontró en un baño doble separado por una mampara opacada, en la primera zona había una bañera alargada, de cerámica blanca con grifos dorados y un armarito colocado en la esquina, una puertecita daba a la siguiente zona, allí estaba el lavabo, que tanto ansiaba. No más cuñas.
[...] Una vez aliviado su cuerpo, y necesitaba mucho alivio, salió al comedor, la luz del mediodía entraba por otro gran ventanal, ¡sin lugar a duda aquella era la casa de los grandes ventanales!, y la claridad se repartía como un torrente por todas las estancias. Sin pararse a contemplar el bello cuadro que formaba la conjunción iluminada por la claridad solar: mesa y ocho sillas; giró a mano derecha y se encaminó a un vestíbulo. El vestíbulo. Si atravesaba la puerta se encontraría libre, solo debía girar el picaporte. Eso era, girar el picaporte. ¿Y ese guardarropa en la entrada con un doble fondo que contenía unas escaleras que conducían a...?, ¿a dónde conducían esas escaleras? La puerta, la puerta, la puerta. Debía girar el picaporte e irse, pero entró en el guardarropa donde la primera prenda con la que se topó de bruces fue una pequeña chaqueta blanca, debía ser una de repuesto de su anfitrión. ¿Dónde había quedado el picaporte? También pendía de otra percha el mullido abrigo que le había regalado el ser vestido de negro, junto a más prendas de abrigo y algunos zapatos rojos. Apartó con las manos las ropas allí colgadas, tanteó con las yemas la esquina de madera situada al fondo, encontró el anclaje, un pequeño tirador escondido y la pared del fondo se deslizó. El paso era estrecho, bastante frío y húmedo, y de las escaleras circulares adentrándose en la tierra surgía una risa con una voz muy parecida a la suya, ¿parecida?, ¿solo parecida?, ¡era idéntica a su timbre!, misma entonación, cadencia y forma, incluso en la minúscula pronunciación, «ji, ji, ji», «ji, ji, ji». Las carcajadas emitían una felicidad difícil de esquivar, ¿era ella? Le fue imposible no seguir lo que creía su propia voz y, a pesar del frío, algo de miedo y de la humedad, bajó por la escalera de caracol.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 09, 2020 04:12

February 24, 2020

¿Miedo virtual?

«Dedicado a mi amigo Henry Slim»
Tengo vértigo. No es algo particular ni único. Recuerdo el momento exacto de su adquisición. Tenía menos de diez años. Mis tías de Venezuela venían a casa de vacaciones. Un día, mi padre decidió invitarlas a la Sagrada Familia mientras mi madre nos esperaba fuera del recinto y alegaba que no le gustaban las vistas desde arriba. Así que mi padre, mis dos tías y yo, ascendimos por el ascensor. Recuerdo el enrejado circular de la cabina, un espacio amplio y, si mi memoria infantil no me engaña, diría que la ascensión la formábamos una treintena de personas hacinadas en aquel ataúd cilíndrico. Para cuando llegamos al límite vertical de ascensión, dispuesto por la limitación del edificio, nos apeamos. Quedaban unas tortuosas escaleras de caracol hasta el puente más alto, el que une la torre central con la más alta. Llegamos. «Mira abajo», señaló mi padre con mis dos tías al lado y le hice caso. La perspectiva disminuida de las cosas, las diminutas personas eran pequeños puntos huidizos, los coches de juguete circulaban como controlados por una precisión mecánica por el asfalto, el desconocido terrado naranja de las casas, las copas de los pinos recreaciones en miniatura de los verdaderos árboles, vuelos de pájaros similares a amebas, un parque con un minúsculo lago. Demasiado... demasiado extraño, confuso, perturbador. Mi visión se convirtió en una imagen borrosa y cerré los ojos. Me acuclillé en el puente. Ya no pude mirar abajo. En ese momento descubrí que tenía vértigo. No hace falta narrar el penoso descenso, pegado a la escalera de caracol viendo a través de los estrechos ventanales el delirio de mi mareo.Hace poco, mi gran amigo Henry se compró un sistema de realidad virtual y me mandó unos vídeos por guatsap. Por las indicaciones en el vídeo, el sistema se componía de un casco con lentes y unos mandos para las manos. Un cable conectaba el casco a la potente tarjeta gráfica de su ordenador y esta, a la par, enviaba la señal de los mundos renderizados a las gafas y al monitor del ordenador. Gracias a ese truco podía grabar lo que veía y, al estilo de los Gamers de Youtube, enviar la grabación a quien quisiera. En el vídeo, una demo introductoria de las posibilidades del sistema, había un espacio de baldosas infinitas —estilo Matrix— y delante de él un menú flotante con distintas opciones. Todo muy impresionante. La demo servía para introducir al usuario con los controles visuales y, sobre todo, con los táctiles. El casco se le acoplaba al cráneo y le tapaba los ojos, y en cada mano un mando.La primera escena. Un planeta extraño con una sobrecogedora luna gigante en el firmamento y el extraterrestre de turno saludándole. Impresionante. Los detalles trazados sobre el renderizado mundo eran exquisitos. El movimiento enfrente de él una gozada, el ser de piel aceitunada y viscosa le miraba con sus grandes ojos. Parecía tan asustado como su interlocutor.La segunda escena. Una caravana futurista y un robot pequeño, volador y de mirada amigable, le enseñaron las capacidades de los controles táctiles. Recoger objetos, lanzarlos, apuntar, disparar, apretar.En la siguiente demo la visión se apareció abruptamente desde lo alto de un rascacielos. El escenario recordaba a una ciudad de corte steampunk. Mi amigo soltó un: Ostia. No era para menos. Se encontraba a centenares de metros del suelo. Él también tiene vértigo. A pesar de la seguridad que me ofrecía el visionado del vídeo desde mi cómodo sofá, intuí el peligro en la altura, el vértigo causado por la increíble recreación de la perspectiva, los inmensos rascacielos recortados por la tenue luz del anochecer, un puente, similar al de Brooklyn, y coches de juguete transitando por él, a la izquierda un tranvía avanzando por unos raíles suspendidos del suelo por columnas de acero y la visión del lejano asfalto, solo intuido metros más abajo. La visión me recordaba a la Sagrada Familia. Henry acabó el vídeo con: «Un día me visitas y te enseño la realidad virtual. Es la caña, amigo». Me quedé pensando en esa altura. No es para tanto. No es real.Su experiencia me recordó a una de las primeras exhibiciones de cine de los hermanos Lumière. Un tren acercándose a la estación y, leyenda o no —seguro que personas impresionables hay en todos los tiempos y lugares—, algunos espectadores se asustaron y causaron algún revuelo. ¿Cómo no se iban a asustar si era la primera vez que experimentaban ser arrollados por un tren? Pensé en ese símil, en esa primera visualización y en esta recién nacida realidad virtual. Estamos en los inicios de la virtualidad y, al igual que nuestros coetáneos del siglo XIX, nos asustamos por la falta de experiencias previas, por ser, para nosotros, demasiado novedoso el sistema. Nuestros futuros coetáneos, del siglo XXI, pensarán que nadie de nuestra generación se asustó al ver la realidad virtual por primera vez, pero errarán, igual que nosotros lo hacemos con los espectadores decimonónicos.Mi amigo y yo concertamos una quedada para un día de febrero. Compré el billete de tren y bajé hasta su casa. Tomamos unos vermuts, comimos y pasamos a su Sancta Santorum. En la sala me esperaban el potente ordenador de sobremesa con la tarjeta gráfica de última generación, el casco con gafas incrustadas y los dos controles táctiles. Me acopló el casco en la cabeza fijándomelo con una tuerca, me puso los mandos en las manos y activó la demo, la misma que días atrás me había pasado en vídeo.No es lo mismo narrarlo que verlo. La realidad virtual es una experiencia vital que es imposible reproducir por ningún medio: visual, narrado o escrito. Es imposible porque ninguna descripción o vídeo consigue el honor de la experiencia en primera persona. Para entenderla solo es posible vivirla.Mi amigo activó el sistema.La sala de baldosas infinitas apareció ante mí. Impresionaba, pero no asustaba. Después vino el extraterrestre. Ver el paisaje de ciencia ficción con la inmensa luna y el suelo extraño bajo mis pies me emocionó. Estaba en otro mundo. Después jugué con el robot en la caravana y me acostumbré a los mandos. «Ahora te pongo los rascacielos, amigo. No te asustes». Esa advertencia me confirmaba que mi amigo era consciente de mi mal de alturas. Tenía su vídeo grabado en mi mente. Cada detalle. No me iba a impresionar. No era real.Fundido a negro, un escaso silencio de carga y... allí estaba.El sonido del viento a gran altura y los ruidos de una inmensa urbe me rodeaban. Suspendido en una viga de hierro, con una barandilla a mi derecha, miraba los altísimos rascacielos enfrente de mí. Se me aceleró el corazón. No era real, pero fue asomarme al vacío y cualquier vislumbre de irrealidad desapareció. Cerré los ojos. Temblé. «¿Estás bien, amigo?». Insistió Henry. Le respondí que había cerrado los ojos. «¿Lo quito?». No, aún no. Volví a abrir los ojos. El inmenso paisaje urbano, una ciudad con rascacielos de los ‘50, acero y piedra, miles de alargados ventanales incrustados en el edificio. Inspiré, no osaba apartar la mirada del refugio seguro que era el rascacielos y que me servía de guía para no mirar abajo. Empecé a sudar. Me forcé a asomar la cabeza, un ligero movimiento que el sistema detectó. Apenas incliné la cabeza a un lado del andamio, y, al igual que en la Sagrada Familia hace años, mi visión se difuminó. Intenté apoyarme en la barandilla de mi derecha, pero mi mano y la barandilla no se encontraban en el mismo plano. A mi mano del mundo real le era imposible apoyarse en un objeto que solo mis ojos veían, un objeto que no estaba en este otro lado de la realidad. La disruptiva sensación acabó de colapsarme, no caí al suelo —al suelo real en la habitación de mi amigo— porque precipitado volví a cerrar los ojos. Mi amigo se anticipó y pasó a la siguiente escena. Sentí mi corazón desbocado en lo más profundo de mis tímpanos. Lo demás no es digno de remarcar.Ha pasado una semana y todavía recuerdo el vacío. La inmensidad. El miedo. Aún no consigo creerme que algo irreal produzca un miedo tan real. Me gustaría creer que, de repetir la experiencia, no pasaré miedo, pero me engaño. Lo irreal, bien maquillado y aderezado, es tan pavoroso como lo real. Tengo que repetir.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 24, 2020 03:35

February 16, 2020

Contigüüüm. Capítulo IV. Undécimo


«En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz»Immanuel Kant

[...] A pesar de encontrarse más reestablecida, la convalecencia lleva a cualquier enfermo a extender el período de reposo un tiempo más allá de la propia sanación, y es en ese estadio de poscuración donde el convaleciente lleva un cansancio asociado, un adormilamiento que debilita mente y cuerpo, y necesita dormir. Fue ese estado el que la llevó a la cama, no tenía frío y por eso no se tapó. Quizá, en esa duermevela, creyó que la puerta se abría poco a poco y una mano gris, desprovista de los cinco dedos habituales, depositaba sin hacer ruido un pesado volumen en una de las sillas de la entrada. Quizá solo fue el inicio de un sueño, se levantó, envuelta en su dormidera, y cogió el libro de la silla...
Capítulo IV. Imaginarius.
«Una página en blanco.O un fondo negro.O la más pura nada.Son tres ejemplos y valdrían cualquier número indistinto de ellos para clarificar lo que antecede al principio creador de todo ser viviente, sintiente, empático o inteligente. Cada cuál asimila en un orden propio de colores, olores, sonidos o hasta roces en la piel u olores, el anticipo de esa catarata de palabras, ideas, conceptos, formas, geometrías, numerología, plástica o expresiones vocales lo que anteceden a la vulgata imaginativa.Para entender ello debe aplicarse el siguiente axioma: «Logos, Somnus y Mors». Logos, el único, moldea la realidad; le antecede Somnus, la pluralidad planificadora; le sucede Mors, la nada oscura. Tres vértices repartidos sobre una banda de Moebius en los que debe transitar el ser en el intento de diseñar, construir y aceptar la realidad hasta su fin, que no es tal. Se debe caminar por el lado infinito de la banda para abandonar el mundo de la vacuidad, en el que ya no imperará el desasosiego, ni el dolor físico, mental, espiritual u onírico. [...]La plasmación de esos principios, con todas sus connotaciones cognitivas, se plasma en el mundo con un nombre: imaginarius, un espacio dimensionalmente trascendental, definido como un objeto o lugar más grande por dentro que por fuera. Se encuentran múltiples referencias a dicho concepto en el imaginario: el hatillo mágico de cierto abuelito que extraía de él objetos más grandes que el propio fardo, una nave temporal propiedad de un señor del tiempo con forma de cabina telefónica o, y este es el objeto más notorio por su bajo coste y facilidad de difusión, un objeto creado por una especie (nonata) llamado libro; este último, muy extendido, con tamaños, ancho, alto y profundidad de lomo variables, distintos ejemplares en colores y texturas, incluso los materiales variaban; una creación que, a pesar de su aparente inocencia, entraña una peligrosidad máxima, pues condensa en su interior la palabra, una invención que agrupa la peligrosa palabra en frases, líneas, párrafos y capítulos, su vastedad sobrepasa su propia limitación física alcanzando el vasto mundo de las ideas, se expande más allá de las fronteras de fantasía e, incluso, supera las limitaciones del reino del último suspiro. Es, en esos objetos, donde queda el poder tan sumamente condensado, donde se alumbra la razón suprema del ser, en ellos se aúnan los tres conceptos prescritos anteriormente.En esa peligrosa creación, el libro, se entremezclan los tres principios: la creación que, más temprano que tarde, finaliza con la inevitable aniquilación; pero, donde se podría pensar en la finitud, aparece el particular uróboro y la negritud despierta para, cansada una vez más de su propio vacío, volver a soñar».
(I)-MMXX-I-III  

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 16, 2020 05:29

February 3, 2020

Contigüüüm. Capítulo III. Décimo

«Los mayores inventos del hombre son la cama y la bomba atómica: el primero te aísla y el segundo te ayuda a escapar»Charles Bukowski
Ella daba vueltas alrededor de la cama, miraba el suelo y en ocasiones dirigía fugaces miradas a la lejanía situada detrás de la ventana. Las marismas ya no le parecían tan bonitas, ni las montañas, ni el río, ni las rocas flotantes. Utla tardó un par de horas en aparecer, pero finalmente lo hizo y, en medio de su nerviosismo, la puerta se abrió con lentitud, una mano gris se apoyó en el marco y otra abrió el pomo de la pesada puerta. Nada más entrar el pequeño ser en la habitación se le abalanzó encima. La considerable diferencia de altura entre ambos, ella superaba los dos metros y él apenas llegaba al metro y medio, sobresaltó a Utla que retrocedió.—¿de dónde vienes?, ¿qué hay más allí?, ¿cómo sobrevives a esa blancura? —Con el dedo índice señalaba a la puerta mientras con la otra mano trazaba círculos sobre la cabeza del interpelado.Por toda respuesta, Utla se llevó la mano derecha a la barbilla y, con la alargada falange en forma de ce, se tocó el mentón; en un gesto rápido llevó la misma mano al esternón uniendo la punta de ambos dedos y, desde esa posición del torso, estiró la mano hacia su interlocutora mientras separaba los dedos.«¿Cómo?». «Blanco».—no te hagas el tonto. detrás de esa puerta no hay nada. solo blanco, la nada, no sé cómo salir de aquí, ¿qué sitio es este?El atosigamiento al que le sometía su interlocutora lo paró golpeando las palmas de las manos en posición horizontal, un par de veces.«Calma». «Calma».A pesar de las palabras ella no relajó la cara de frustración, cejas arqueadas, labios enfurruñados y miraba de soslayo la puerta mientras atosigaba al pequeño ser. Utla cruzó las manos a la altura del pecho con los pulgares levantados y se golpeó varias veces el pecho.«Espera, espera, espera».Zafándose de ella, cosa que no le fue fácil, pues la perturbación de su invitada era mayúscula, se dirigió a la puerta. Repitió los signos de «calma, calma» y se escabulló. De nuevo volvía a encontrarse sola en aquella habitación que, más que su dormitorio, se había convertido en su celda.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 03, 2020 10:11

January 26, 2020

Contigüüüm. Capítulo III. Noveno

«Observa todo lo blanco que hay en torno tuyo, pero recuerda todo lo negro que existe»Lao-tsé (570aC-490aC) Filósofo chino
Se había leído dos veces el diccionario mímico y con las ilustraciones le pasaba algo parecido que con los caracteres, poseía alguna clase de analfabetismo funcional de las palabras, es decir, los glifos y las formas de los grafías le eran desconocidos, pero, al posar la mirada sobre ellos y leer en el sentido que suponía debía leerlos, el significado de los signos aparecía ante ella. Utla le había dejado un par de libros más en la mesita, las letras poseían distintas tipologías y dibujos, algunas sinuosas como las dunas de los desiertos, otras de trazos cuadrados y rectangulares, muchas otras tenían pequeños círculos, rayas verticales o virgulillas encima de ellas. No importaba cuál fuera el dibujo, la forma o el carácter dibujado, los entendía todos aun sin saber leerlos. ¿No se suponía que debía entenderse un carácter para poder leerlo? Pero, ¿si los descifraba sin entenderlos no podía considerarse que sabía leerlos? Se fijó de nuevo en las secuencias de ilustraciones de manos y gestos, un lenguaje creado para sordos y pensaba en su anfitrión, sin duda útil para alguien que carecía de oídos, pero es que además, él, Utla, era ciego, ¿cómo podía haber aprendido a interpretar las letras impresas en aquellos papeles? ¿Cómo se movía tan rápido por la habitación? ¿Y en la casa? ¿Cómo era aquella casa que la había acogido?Suspiró aburrida y dejó el volumen sobre la mesita. Hacía días que la piel no le dolía, se acurrucaba entre las mantas y despertaba de medio lado, sin dolor, el escozor había desaparecido y los cuidados surgían su efecto. No lo había hecho hasta entonces, pero se acercó al borde de la cama, estiró un pie, no sintió daño alguno, estiró el otro, y tampoco sintió dolor. La claridad entraba por la ventana y sintió un deseo acuciante de mirar el lejano paisaje de más cerca. Descorrió de un manotazo la colcha que la aprisionaba. Estaba desnuda, su pálida piel reaccionó y el finísimo vello repartido por los antebrazos se erizó, aunque no tenía frío, la aclimatación prolongada de su arropamiento indujo a su cuerpo a reaccionar de manera refleja. Se impulsó con los muslos hasta el borde de la cama, los músculos de las piernas, largas y níveas, reaccionaron según lo esperado e hicieron el resto, de un brinco apoyó la planta de los pies en el suelo y los glúteos se separaron de la comodidad del camastro. Sus pasos, cortos, a pesar de su altura y de la posibilidad de grandes zancadas, la acercaron tímidamente hasta la ventana, se tapaba con una mano los pechos, como si esperara que hubiera alguien al otro lado del ventanal que pudiera espiarla y, a pesar de sentir rubor en las mejillas, se acercó a los cristales.

En el cielo azul flotaban vastos bloques de piedra, bastante grandes para albergar fauna, flora, o incluso poblados, la cresta de aquellas rocas flotantes se coronaba con un tapizado mar de árboles. A diferencia de la noche, no veía ningún agujero en el cielo por el que viera las estrellas, el paisaje celeste tenía la simetría de un degradado azuloso y algunas nubes blancas se alzaban a más altitud que los bloques de piedra. Al bajar la vista del cielo se encontró con lejanas montañas asentadas en la tierra y bajando por la falda de la montaña divisaba a lo lejos un río, ¿podía ser el mismo que siguió aquella noche en que apareció en aquel lugar al que aún no sabía nombrar? El perímetro de la casa se encontraba rodeado por unas marismas, los tusilagos y otras plantas de verdiamarillentos tonos se esparcían por las vetas salientes, tierras no anegadas por las aguas, y encima de ellas varios puentes de madera unían las sobrevivientes parcelas de terreno. Una barquita, a los lejos, cerca del río, reposaba amarrada a un pequeño embarcadero. ¡Su ubicación era extraña! Para llegar desde la casa hasta la barquita no existía un camino recto, pero si observaba con detenimiento las vetas, los puentes y los tusilagos, podía dibujar un mapa mental con la salida de aquel laberíntico embrollo de la naturaleza.

Su ropa estaba bien doblada encima de la silla. La primera prenda que agarró fue la braguita negra, que se llevó a la nariz, olía fresca, limpia, con un aroma a alguna clase de flor, eso la animó a subir una rodilla e introdujo una pierna por la prenda y después pasó la otra, después le tocó el turno al sujetador que se acomodó en los senos, ni muy pequeños ni muy grandes, la camisa, no muy bien planchada y con algunas arrugas olía igual de bien, sin dejar de mirar embelesada a las cercanas marismas se abotonó con la mirada perdida la camisa blanca, se introdujo los pantalones y en un último gesto se pasó los tirantes por encima de los hombros. El hastío impulsa al movimiento, a la creatividad, al cambio, y algún pensamiento de esta índole debió sacudirle por dentro porque con una sonrisa se dirigió a la única puerta de la habitación.

—ji, ji, ji.

Se reía como si su acercamiento a la puerta fuera un acto prohibido o una gamberrada. Utla no le había dicho en ningún momento que no podía salir de la habitación, ni siquiera habían hablado de la posibilidad de que se levantara tan pronto, pero el aburrimiento y, sobre todo, abandonar la maldita cuña la alejaban de la cama y le acercaban a la puerta. Tenía ganas de darse una ducha, o limpiarse en aquellas marismas de aguas tan cristalinas, o simplemente dar una vuelta por la casa, descubrir el entorno, ¿qué habría más allá del umbral de la puerta? Lo más maravilloso de conocer un nuevo mundo era el instante previo a descubrirlo pues todo es posible, la imaginación vuela, se eleva, piensa en todas las posibilidades y las combina, recoge imágenes de lugares recónditos y las fusiona, crea tapizados mosaicos, armarios empotrados, mesas, sillas, adornos en las paredes, ¿ordenada o desordenada?, ¿floreros y jarrones o un lugar aséptico?; su mano se encontraba en el pomo de la vetusta puerta donde, a pesar de su apariencia, los goznes no chirriaban y se abría silenciosa.

—ji, ji, ji.

La abrió y dejó de reír.Ante ella se extendía una inmensidad blanca y el plano mental creado segundos antes en su imaginación se esfumó, de todas las posibilidades, y eran muchas las que había imaginado, jamás habría concebido tamaño despropósito, donde debería existir un pasillo, paredes o mobiliario hogareño, no había nada. Más allá del espacio que conformaba la pesada puerta existía una inmensa sala blanca, aunque llamar sala a aquel espacio de blancor infinito sería inexacto, una broma de mal gusto. No existían límites visuales que apoyaran la contemplación de delimitaciones físicas, no había líneas sobre las que pudiera intuir paredes, techo o suelo; el espacio enfrente era la vacuidad misma, en un sentido aséptico, uniforme y, quizá, mortal. Apoyó la mano izquierda en el marco de la puerta, y, aunque su pierna derecha retrocedió, asomó decidida la cabeza para investigar más allá del marco. Este se sustentaba sobre la nada. ¿Qué sucedería si traspasaba el umbral de la puerta, si abandonaba la seguridad de la habitación conocida, si se lanzaba a aquel vacío? ¿Flotaría o caería en la blancura por siempre jamás? La sola idea de apoyar un solo pie más allá de la seguridad del suelo de la habitación, ¿llegaría a apoyarlo?, la hizo retroceder, la mano engarfiada al marco tembló, el vacío la azotó en la cara, como el vértigo produce en las personas que lo sufren un mareo, desvanecimiento y confusión, su rostro mostró esa angustia y cerró la puerta de un portazo.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on January 26, 2020 04:03

January 20, 2020

Contigüüüm. Capítulo III. Octavo



«Que el hermano ayude al hermano»Platón
Capítulo III. UTLA.
Leía con detenimiento el nombre del hombrecillo escrito con trazo tembloroso encima del papel blanco. «UTLA» .¿Y ese que nombre es? Bueno, al menos el hombrecillo tenía uno, no como ella. ¿Cómo se llamaba? Por más que se devanara en fútiles recuerdos no aparecía ante ella la mágica palabra. Ya lo recordaría, si es que ello sucedía alguna vez.Había pasado una semana y en ese tiempo las heridas se habían sanado muchísimo. El pequeño ser la cuidaba con esmero, cada mañana, recién aparecida la claridad le depositaba una bandeja con unas tostadas untadas en alguna clase de compota y una bebida humeante de color verde un poco amarga pero revivificadora. Al mediodía mezclaba arroces con verduras u otras hortalizas que desconocía, por la noche un plato caliente y espeso le animaba a reposar. Los primeros días se pasaba durmiendo la mayoría del tiempo, también por la noche, solo en el sueño encontraba el descanso para soportar aquella quietud, aunque en sus sueños, mayormente pesadillas, revivía, una y otra vez, el frío de aquellas criaturas incorpóreas, el asalto a su cuerpo, el desgarro, el dolor, los chillidos agudos, y, justo antes de levantarse sudorosa y con dolor, por los roces ocasionados por los movimientos involuntarios, rememoraba la antorcha y el corpulento ser que la portaba.El tercer día se encontraba mucho mejor, aun así, UTLA, con sus gestos y trazos temblorosos sobre el papel le pedía más descanso. No es que no agradeciera las atenciones del pequeño ser, pero el momento de vaciar sus excreciones en la cuña resultaba humillante. Ese día, el hombrecillo apareció con un libro bajo el brazo, de extraño título, que ofreció a la convaleciente huésped: Diccionario Mímico. Este esperó delante de ella hasta que ella abrió la primera página. Los ojos de la enferma interpretaron los signos, las letras y, a pesar de encontrase en alguna clase de lengua que no entendía, comprendía la significancia de lo dibujado. Al girar un par de páginas vio un dibujo de una mano, igual a la suya, con cinco dedos: pulgar, índice, corazón, anular y meñique; seguida de una breve explicación de la aplicación práctica de cada falange, la utilidad de la palma para agarrar objetos, la contraparte de nombre dorso, y los usos conferidos a una mano en un lenguaje que parecía gestual. Al girar una nueva página rio, ilustrada en un par de escenas examinó el movimiento que le había hecho UTLA el primer día, nada más abrir los ojos y entrar por la puerta. Los dedos de la manos se juntaban y alineaban, se subían a la frente y, fugazmente, deducía por las líneas de trazo rápido dibujadas sobre el papel, el conjunto se separaba al aire dando a entender un, «Hola», en aquel lenguaje de manos y gestos. De súbito recordó una fórmula de camaradería, levantó su mano y extendió la palma delante del hombrecillo en un gesto de acercamiento para que él hiciera lo mismo. UTLA se acercó más, a pesar de la baja estatura de su cuerpo su mano era grande, ancha, y con cuidado entrechocó con su palma con la palma de ella. La convaleciente descubrió que el tacto de aquella piel grisácea era mullido, bastante reconfortante, y transmitía una ligera calidez; no recordaba la última vez que había tocado a alguien. Jugueteó con sus cinco dedos, tamborileando con ellos encima de aquella extraña palma que solo contenía, ¿dos dedos? Es decir, un pulgar bastante gordo y una falange unificada que debería haber contenido el resto de dedos. UTLA cabeceaba, ella dedujo que satisfecho, por sus movimiento le recordó a un gato, solo le faltaba ronronear y pensó que era adorable. Al día siguiente, quizá fue el cuarto, o el quinto o incluso el sexto día de reposo, se animó a preguntarle una pregunta que la acuciaba.—me encontré con alguien en el bosque. —Esperó alguna reacción en su interlocutor, reacción que no llegó, pues UTLA la seguía escuchando con su quietud habitual—. el que me salvó era igual a ti. ¿sois familia?UTLA movió la cabeza con aquiescencia, puso la palma de ambas manos mirando al suelo, acercó las distales de las alargadas falanges y, en un gesto rápido, repiqueteó los lados de cada falange la una contra la otra. Gracias a la lectura del diccionario mímico sabía reconocer los gestos básicos de aquel idioma, y aquel movimiento de manos, como si fuera un medio aplauso con los laterales de las manos, sí supo identificarlo: «Hermano» .
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on January 20, 2020 04:59

January 13, 2020

Narratividad


«Feliz Narratividad»Equipo aquiescente


Un año más se reunieron durante las fiestas navideñas. La cena previa, en torno a la mesa rectangular, finalizó con manchas de vino y minúsculos restos de pan sobre el mantel. Satisfechos los estómagos y, fieles a la tradición, mantenían la expectación en la lectura del siguiente relato. La mayoría de ellos prestaba una atención muda, aunque un par cuchicheara en voz baja en un intento de desvelar la autoría de la última narración y otro se distrajera leyendo la pantalla del móvil. En todo caso, la hipnotizada mayoría escuchaba la voz del maestro de ceremonias, cálida y vibrante, que se abría paso en la sala del restaurante elevándose por encima del bullicio para hacerse oír. Hubo varias narraciones: un cuento con jovencitas pícaras y jóvenes sátiros que convertidos, por un sortilegio, en sirenas y vampiros acabaron en un Walpurgis orgiástico; en la siguiente narración apareció un detective vestido con oscura gabardina y mirada perdida que no pudo resolver el asesinato al descubrir que era su mujer la homicida; otra historia donde se mezclaba realidad y magia relataba la portentosa habilidad de una vasija de barro, fabricada por un maestro escultor, que tornaba rico y desgraciado a quien sacara de ella una moneda; la narrativa se amenizó con una historia navideña con final feliz, abrazos y carantoñas de un hijo que tras largos años se reencontraba con su madre y que, a pesar de los lugares comunes que transitaba, emocionó el corazón de los oyentes; otra historia navideña, con boy scouts alrededor de una hoguera y un inesperado cuento de terror al que no sobrevivió ninguno; pasado el sobresalto, llegó el tiempo de una voluptuosa narración sobre la visión y la plasticidad de dos primas-hermanas, pintura y escultura, y su amor secreto; también se confabuló una extraña historia, mitad ensayo, mitad ciencia ficción, sobre un viaje de Cristín de Pizán a través del tiempo hasta llegar a la escritura del yo; siguió una pequeña obra de teatro, un último diálogo delante de las puertas de San Pedro entre Julieta y Romeo, los jóvenes abrazados unieron los labios y, sin dejar de besarse, fueron transportados al interior del cielo (algunos de los comensales bostezaban, muchas narraciones y poco vino); quedaba un último relato, un drama de tono operístico acompañado con violines, flautas, oboes y timbales, una partitura clásica que lanzaba en épica tonada, con tintes de Eneida, las palabras al aire.El orador calló y los comensales, melancólicos por la finalización de los relatos, aplaudieron. Pues así se regocijaban, un año más, entre risas, abrazos, lecturas y pensamientos. ¿Qué pensaban? Pensaban que no les importaba la fama, ni el reconocimiento, ni mucho menos el dinero; la mayoría sabían que la fama tenía un precio mucho más alto que aceptar treinta monedas de plata, y el reconocimiento no lo valía si suponía alejarse de la senda de la excelencia y del camino literario, porque si algo les unía a todos ellos en las bonitas palabras, era ese sueño inalcanzable de la literatura y perderse entre las ramas que conformaban las palabras de un bello libro.Eran felices, con la simple alegría, de saberse unidos por su amor a la literatura.
¡Feliz Narratividad, letraheridas y letraheridos!

Este relato forma parte del boletín Letraheridos,
del cual formo parte, y cumple dos años.
Recomendaciones de libros, más relatos, y estadísticas. 
Podéis descargarlo gratis aquí.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on January 13, 2020 23:41