S. Bonavida Ponce's Blog, page 7

July 26, 2020

Contigüüüm. Capítulo VI. Vigésimo cuarto


«La maldición fortifica;
la bendición relaja
».William Blake

Al escuchar la historia de Nils se le formó en la mente un remolino de sensaciones, recuerdos, palabras, una fusión de recuerdos transmutados en palabras que se fusionaban para formar frases, e imágenes, muchas imágenes, que no eran suyas, y la mezcla se materializó en su mente, similar al momento en que escuchó su voz en el sótano y, se sorprendió a sí misma, diciendo:—yo me sé una historia similar, ji, ji, ji.Nils y Utla se giraron por la interrupción, el primero en actitud claramente sorprendida y el segundo más tranquilo:—Cuéntanosla también —Le invitó Utla ante la mudez del muchacho.—me da vergüenza…—¡Quizá sea otra pista para ayudar a Nils! Adelante, por favor.Le daba vergüenza ser el centro de atención, así que bajó la cabeza y, como pudo, enunció los versos de aquel poema-historia, tallado en una piedra y perdido tiempo ha:
«Una joven duerme mil añosentre ricos y escondidos tesoros.El gallo aguarda encima de una pila de oroy, orgulloso vigilante, protege un sueño.Cuando el pueblo se encuentre en peligrodespertará a la beldad, con un canto locoy la virgen levantará de un profundo sueño.Luego, ella dirá:Recordad, he guardado aquí un tesorolo dejo para la defensa de la ciudadque recaiga en manos del verdadero valor».
Nada más acabar el verso sintió las mejillas acaloradas y continuó con la mirada clavada en la mesa, ¿de dónde había sacado semejantes palabras? ¡Qué vergüenza! ¿Qué pensaría de ella Nils a quien había interrumpido? ¿Y Utla? ¿Qué pensaría él? ¿Y cómo sabía ella todo aquel verso de memoria? También se le pasó, en un fugaz pensamiento, que las viejas leyendas son como las supercherías, que tanto coexisten las certeras con las engañosas, las artificiosas con las ruines; que no por ser una más corta y otra más larga, habríamos de creer con más veracidad a la segunda que a la primera, ni tampoco a la inversa ni a la viceversa, pues ni anchura, ni estilo, ni brevedad, ni cortedad, podrían, sabiendo lo que se sabe acerca de la una y de la otra, afirmar nada sobre su veracidad, pues las verdades y las mentiras que tras ellas se esconden nadie las conoce. Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte. Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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Published on July 26, 2020 01:00

July 13, 2020

Contigüüüm. Capítulo VI. Vigésimo tercero

«Alguna vez
se duerme
el buen Homero»Horacio


Habíase un lugar:
Recibía el nombre de Ätraby, una prospera villa situada en la desembocadura del majestuoso río Ätran, en el estrecho de Kattegatt, cerca del mar del Norte. En tiempos remotos un honorable señor, del que se ha perdido el nombre, construyó una fortaleza al lado de la ribera del río, de esa manera defendería su población ante ataques enemigos. La responsabilidad del baluarte fue pasada de padres a hijos, y de hijos a nietos, en digna sucesión hasta llegar a Eskil Krak, señor de villa y castillo. Impartía justicia, defendía las tierras y recogía los impuestos. El oro que recogía, pues en aquel tiempo aún no existían las monedas, se almacenaba bajo los cimientos de la propiedad en laberínticos pasadizos que solo los más allegados de Eskil conocían. Estos eran: el propio Eskil Krak; Nils, amigo y fiel caballero (sí, se llamaba como yo); Cecilia, la hermosa hermana de Eskil; y dos mayordomos de los que ni trovadores ni crónicas recogieron su nombre.Lejos de allí, el duque Erik envidiaba las riqueza de Ätraby. En secreto, reunía tropas para conquistar la villa y asaltar los tesoros del castillo. Ajenos a las mezquindades del enemigo, los días transcurrían plácidos para Nils y Cecilia. La pareja recogía el pago de los impuestos y, con la ayuda de sus dos mayordomos, guardaban la recaudación en las galerías subterráneas situadas bajo el castillo de las que solo ellos conocían el camino. Cuando sus obligaciones se lo permitían, los dos jóvenes daban largos paseos por la linde del río, se regalaban miradas titubeantes, bonitas palabras y reían. Eskil Krak veía con buen interés aquel acercamiento y en su pensamiento edificaba planes para entrambos. Lejos, el envidioso duque Erik ya había reunido una poderosa hueste y marchó hacia la población de Ätraby. La gente de la villa no opuso resistencia ante el ejercito invasor, lo contrario que Eskil Krak, quién guarnecido tras las murallas aguantaba el asedio con sus fieles, una tropa reducida, pero fiel que defendería tras el interior de las murallas. Dejándose ver desde las almenas díjole a su enemigo: Nuestros tesoros jamás tendrás. El duque rio ante las palabras. Congregó a sus capitanes y, presto, planificó un ataque. Su enorme ansía por adquirir el oro allí guardado, solo se ensombrecía ante la lascivia despertada por la beldad que sabía dentro, la hermana de Eskil, Cecilia. Una primera incursión nocturna acabó con la mitad de los defensores, Nils, malherido, mantenía su posición en la muralla. Eskil Krak ordenó a Cecilia guardar las joyas familiares en los subterráneos junto a la recaudación. El duque Erik forzó un segundo ataque y, a pesar de que sus tropas aún no se habían repuesto, la segunda tentativa sí tuvo éxito. La milicia del valeroso Eskil Krak feneció por las espadas enemigas, igual que lo hiciera el valiente Nils y el propio señor del castillo. Cecilia, en los subterráneos, seguida de sus dos mayordomos, escuchó los agónicos gritos de arriba. Ya no había quién los defendiera. El castillo estaba tomado y Cecilia, al saberlo perdido, mandó a sus dos fieles mayordomos quemar las vigas que apuntalaban la galería.La historia en este nudo del camino es confusa, se desconoce si los dos mayordomos salieron ilesos o quedaron sepultados al derrumbarse el techo de la galería que, con tanto ahínco, había socavado el incendio. El duque, para su furia, vio ascender las llamas desde el subsuelo. El fuego asolaba el fuerte y nadie podía apagar las malditas llamas. Cuando el galló cantó, al despuntar los primeros rayos anaranjados del día, solo quedaba un hilo de humo ascendiendo hacia el cielo, pero ninguno de sus hombres supo encontrar acceso alguno a los subterráneos y, sin más maldad que avivar, el duque Erik regresó sin ningún tesoro a sus dominios.Cecilia rezaba en los subterráneos al lado del tesoro. Sin saber el tiempo que llevaba y con la visión desfallecida se le apareció un gallo negro. Este cacareó: «Doncella, un gran tesoro tienes, si morir aquí abajo no quieres, la mitad me entregas». Ella se negó en rotundo, ni una mísera pepita entregaría al innoble espíritu, este, ofendido por la terquedad de la doncella la embrujó con un hechizo de sueño. La muchacha quedó profundamente dormida. El duende se lanzó a la pila de oro, pero el cuerpo de Cecilia aferraba con su cuerpo el montón que, apelmazado y como si fuera una única pieza compacta, no cedió ni una moneda al intruso. El duende intentó despertarla de nuevo, pero fue en vano, pues hay algunos hechizos que una vez lanzados no pueden ser disipados, al menos no por su ejecutor. Y así quedó Cecilia, y hasta que ella no despierte, no habrá nadie: hombre, mujer, duende, espíritu o demonio, que pueda arrebatarle el tesoro que corresponde a los habitantes de Falkenberg.Se cuenta que el duende se convirtió en un gallo negro y se quedó vagando ad eternum por las galerías, a la espera de algún noble corazón noble que encontrara el tesoro y despertase a la doncella.

Y eso es todo. Se me repite cada maldita noche.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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Published on July 13, 2020 13:29

July 7, 2020

Vírica licencia

«El método científico no siempre brilla y, en ocasiones, brilla extraño».Prácticas médicas extrañas
Hace dos años publicamos el boletín letraheridos con recomendaciones lectoras, estadísticas del grupo de lectura y algunos relatos de nuestra autoría.Este es una muestra de esos relatos.S. Bonavida Ponce ;->

(o)Hace quince años, cuando empezó toda esta mierda, nadie imaginó hasta dónde podríamos llegar. Recuerdo ese 2020 y a la mierda de Gripe China que todos llamaron estúpidamente con ese nombre tan científico, la covid-19, y que con tan barroco nombre mataba a nuestros mayores. En la familia falleció mi tía Josefa, allí en el pueblo, vivía sola hacía más de diez años y tenía más de noventa. No es que no la lloráramos en casa, pero la lejanía y un cierto desapego de las tierras familiares apaciguan cualquier disgusto. ¿Y por qué me he puesto a recordar a tía Josefa justamente ahora?(o)

Un pitido con tres notas en orden creciente elonga mi molestia.Dang. Dong. Ding.«Siguiente ciudadano, por favor».El policía sanitario viste el reglamentario traje blanco con una franja roja en diagonal. En su cara destaca la mascarilla con enormes doseles redondeados repletos de minúsculos poros, el artilugio facial se le acopla herméticamente en ojos nariz, boca y orejas; con un brusco movimiento de su porra eléctrica me extrae de mis ensoñaciones, zarandea el arma apuntando con su punta hacia la cabina de medición térmica con el número ocho estampado encima de la puerta de entrada. ¡Encima con prisas, hijos de puta!

(o)La denominación, la covid-19, era una tremenda estupidez. La Gripe China. Que poco duraron los remilgos en la nomenclatura un año después cuando las cosas se pusieron peor. Gripe China. Qué coño, con todas las letras e implicaciones que ello conllevaba. Desde luego al gobierno chino no le sentó muy bien, pero es que el resto de países del mundo estaban hartos de tanta falsedad y desinformación, y no es que ellos fueran mucho más veraces y transparentes, pero algo más de confianza sí transmitían. O al menos, eso hemos creído siempre.(o)

Traspaso el arco del nebulizador, los chorros de minúsculas partículas de vete-a-saber-qué-mierda se impregnan en mi ropa y en las partes de mi piel descubiertas, es decir: cejas, cabello y poco más. Cada año el producto del nebulizador cambia por alguno más nuevo, ya no muere tanta gente, eso es verdad, pero es que cada vez queda menos gente por morir. ¡Qué sé yo! La puerta de la habitación de medición térmica se abre automáticamente al detectar mi móvil. Es lo que hay. Debes instalarte una jodida aplicación. Es obligatoria instalársela si quieres salir a la calle y si no dispones de dinero para comprar un móvil el estado te proporciona un dispositivo similar a tal efecto.El pitidito de tres notas en orden creciente se repite.Dang. Dong. Ding.«Desnúdese completamente de cintura para abajo. Deposite las prendas en el hueco a su derecha».La maldita voz sigue con la narración pregrabada. Me desquicia esa voz. Si encontrara a la locutora… ¿o quizá sea locutor? Con esas andróginas voces quién sabe, pero me da igual, si encontrara a ese mal nacido lo estrangularía. Sueño con su voz cada noche. Me quito el pantalón con el cinturón incluido. Me bajo los calzoncillos y deposito ambas prendas en el hueco de mi derecha. Escucho cómo una versión más pequeña del nebulizador de la entrada empieza a lanzar las finísimas gotas de producto sobre mi ropa. ¡Chorradas!
[...]
Si deseas seguir este relato, puedes descargarte el boletín letraheridos en el siguiente enlace.Boletín #11 Letraheridos 2020 junio

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
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Published on July 07, 2020 04:00

June 21, 2020

Contigüüüm. Capítulo VI. Vigésimo segundo

«No me gustan las casas con duendes. Son cien veces peores que los difuntos»Las aventuras de Tom Sawyer (1876), Mark Twain

Nils no escuchaba a Utla, narraba en voz alta una historia que hacía tiempo quería contar.—Y el duende me quitó el hechizó, recuperé mi tamaño y volví a casa con mis padres. Durante mucho tiempo no volví a hablar con los animales. Entonces pasaron unos años y me hice mayor. Unos amigos del pueblo me hablaron de este sitio, Falkenberg, mucho trabajo, mucha pesca y bien pagado. Me vine con los amigos, pero al poco de llegar me sucedió de nuevo una cosa prodigiosa. Los peces me hablaban, ¿os lo podeís creer? En todo el año que sobrevolé Suecia, en todo ese año, os juro que ni una sola vez hablé con un pez. Os prometo que mantuve animadas conversaciones con vacas, lechuzas, nutrias, águilas, patos, gansos, vacas, caballos, osos, incluso con aquella pobre zorra que murió, pero jamás, jamás, jamás, hablé con pez alguno. ¿Por qué durante todo ese año que fui convertido en un pulgarcito no hablé ni una sola vez con los peces y ahora sí? Ni en una ocasión me dieron los animales acuáticos signo alguno de hablar como los animales terrestres. ¿Acaso las truchas que atrapaba y devoraba la nutria pedían socorro? No. Ni tampoco los salmones, si incluso comí pescado crudo en varias ocasiones. Claro que no hablaban.»¿Por qué os cuento todo esto? Al llegar aquí aprendí rápidamente el oficio de pescador. Un oficio honrado, sano, bien pagado. ¿Qué de malo hay en ello? Hay muchos salmones en el Ätran. Un río prospero y que da de comer a las gentes de Falkenberg y de tierras adentro. Estaba bien visto por patronos, pescadores y comerciantes, y entonces, pluf, de nuevo, en una noche, se me apareció otro duende… ¡hics! —El rubor se intensificó en las mejillas de Nils y un bufido airoso le deformó los labios al pronunciar la palabra duende, su pupila dilatada se fijó en la cara de ella. ¡Cómo Utla no tiene ojos le debe ser más sencillo mirarme a mí!—. ¡Otro duende! ¿Os lo podéis creer? ¿Dos malditos duendes en una vida? ¿Se puede saber que tienen contra mí esos seres del averno? ¿No pagué ya con creces mis malas acciones? ¿Por qué me tenía que hechizar de nuevo?Nils bajó la cabeza, apoyó la frente contra el borde de la jarra y quedó inmóvil. El tiempo pasaba y ella le dirigió una mirada preocupada a Utla.—¿Lo has vuelto a ver?—No —balbució el muchacho sin levantar el rostro.—¿Y por qué te molesta hablar con los peces? En esta ocasión careces de sufrimiento, ¿acaso estás encongido en un pulgarcito cualquiera? o ¿eres esclavo de realizar un viaje contra tu voluntad? Sacudido como un resorte automático levantó el rostro de la jarra, la marca del reborde se le había marcado en la piel y un semicírculo rojizo le hendía en la frente.—¿Qué por qué me molesta, enanito? ¿Serías capaz de matar a un ser que te implora vivir? Y sobre ello el nuevo duende me sermoneó, acerca de lo malo que era matando a los seres del río. ¿Malvado por pescar? Y me dijo: «te concederé un don». Ja. ¿Os lo creéis? ¡Lo llamó don! Antes de concederme su don de hablar con los peces, me narró una extensa historia que se me repetiría noche tras noche, una leyenda que mora en mis pesadillas y que no me deja dormir. No aguanto más. Me duele tanto escucharla. Que se vayan al infierno todos los duendes y el demonio que los engendró. Solo quiero vivir tranquilo.Su exaltación aumentaba a medida que el alcohol se le disipaba.—¿Qué historia te contó? —preguntó Utla.Nils miró a la faz grisácea que le interpelaba:—¿Para que queréis saberla?—Te queremos ayudar, pero necesitamos saber más, quizá la historia sea una pista…Nils mumuró tres veces una frase, el trío de murmullos no los repitió igual, sino que cada repetición suponía una variación de la anterior, ella escuchó: la leyenda de la dama garante, la leyenda de la doncella del río Ätran, la leyenda de la dama del castillo…¡Qué chico tan extraño! El balbuceo del muchacho la ponía nerviosa y desvió su mirada para no encontrarse con la de él; en ese deambular centró su atención en el resto de personas del lugar, algunos pescadores miraban a su mesa y reían disimuladamente entre ellos, la pareja de la mesa de al lado hacía rato se había marchado y apenas quedaban tertulianos en el local. ¿Qué hacía ella allí? Todo por seguir su propia voz, internarse en un oscuro sótano y tocar un libro. ¡No debo seguir más mi voz! La voz de Nils, más serena, la sacó de sus cavilaciones. El rubor había disminuido en el rostro del muchacho y el balbuceo había desaparecido. Quién ahora hablaba no era el achispado borrachín de hacía un momento, incluso el timbre de su voz había variado. Ella miró a Utla, pero este o no estaba inquieto o le importaba bien poco el cambio en el muchacho. Siguió sentada, atenta al monólogo que tendría que soportar.
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Published on June 21, 2020 01:34

June 14, 2020

Contigüüüm. Capítulo VI. Vigésimo primero

«Cuando te duela mirar atrás y tengas miedo de mirar adelante, mira a tu lado y allí estará tu mejor amigo».Los hijos de Fenrir
Capítulo VI. Sine die: leyenda de Falkenberg
—Por el amor de… —El muchacho zarandeó la jarra y parte de la cerveza se desparramó en la mesa, adentrándose por sus surcos y creando minúsculos ríos espumosos. De seguido tartamudeó—. ¿Quiénes… qué sois?La mirada de Nils se clavó en los recién llegados, primero elevó el mentón reparando en la altura de ella, después, forzosamente recompuso su cuello y, cambiando el ángulo, bajó la cabeza e, hipnotizado por lo extraño del rostro vacío, se quedó mirando con fijeza a Utla como si hubiera visto al lobo Fenrir, al gigante Ymir o a la diosa de los muertos Hel.—¡nos reconoce! —aludió ella contenta de que alguien viera su auténtica forma.Utla se sentó delante del muchacho.—Nils, venimos a ayudarte. Somos amigos de Okka y Martín.Al escuchar los nombres de sus antiguos amigos, los patos silvestres, el temor en sus ojos se desvaneció y paseó una mirada calma en las figuras sus interlocutores, ella tan alta, y en él tan pequeño, balanceó la jarra en la mano e hizo un gesto brusco señalándoles las sillas que quedaban libres. Ella gruñó, ¡qué falta de caballerosidad!, pero antes de sentarse se percató en que la chica del sombrero de paja blanco, sentada en la mesa de las mujeres, los miraba de soslayo. ¿Qué miraba esa con tanto detenimiento? ¿Acaso también los reconocía? No daba muestras de sorpresa. Utla la apremió a que tomara asiento estirando de su pantalón.Al sentarse miró al muchacho. Nils no estaba igual que en sus visiones, el pelo dorado no brillaba tanto y la mirada vacía, triste y soñolienta los miraba sin afecto, era una mirada desenfocada que les traspasaba más allá de sus formas corpóreas, una mirada que se clavaba en algún lugar perdido más arriba de sus cabezas.—¿Quieres contarnos lo que te aflige? —preguntó Utla.En la expresión del muchacho había una mezcla de gozo y sorpresa. El rubor etílico se le marcaba en las mejillas y, aunque no balbuceaba, el timbre de voz sonó dubitativo. Mientras, ella espiaba a la chica del sombrero blanco. ¿Por qué nos sigue mirando?—¿Cómo está Okka? —preguntó Nils.—Falleció.¿Por qué le respondía de forma tan brusca? En ocasiones la franqueza de Utla le molestaba, ¿por qué tenía que ser tan cortante en sus respuestas? ¿Tan molestamente escueto?Nils agachó la cabeza y Utla añadió:—Martín está bien. Ahora es el líder de la bandada.—Martín… —balbució Nils con un nudo en la garganta.—¡Nils, cuéntanos tu problema, queremos ayudarte! —insistió Utla.—Sí, claro… —A duras penas contuvo un eructo—. Maldita sea, aquí todos se ríen de mí. ¿Sabéis por qué? Porque hablo con los animales. Y no es la primera vez, no. Hace años, cuando vívia en la granja de mis padres, trataba mal a los animales, les tiraba bolas de barro, los zarandeaba, los azuzaba con varas de madera. Un día no quise ir a la iglesia con mis padres y apareció un duende en casa. ¿Sabéis que hizo? Me embrujó y me volví pequeño, un pulgarcito por arte de birlibirloque, y después de eso me pasé un año entero con una bandada de patos silvestres volando por toooda Suecia. ¡Hics! —En esta ocasión la mano llegó tarde a los labios y el estallido gorgojeante escapó de su boca—. ¡Perdón! Claro que me merecía un castigo, pero ¿un año? Da igual, el caso es que pasó el tiempo y el duende que me hechizó no quería quitarme el hechizo, aunque yo me portara bien y la buena de Okka le solicitara muchas veces que me perdonara. ¡Pobre Okka! La llegué a querer tanto…—Nils… —Lo detuvo Utla—. ¿Por qué vuelves a hablar con los animales?Las prisas de Utla la incomodaban, ¿no se daba cuenta que el muchacho quería hablar? Que manía con interrumpir a la gente; por otro lado, no le quitaba los ojos a la muchacha del sombrerito la cual tampoco apartaba los suyos de su mesa.

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Published on June 14, 2020 03:27

May 31, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Vigésimo.


«Para ser creativo hay que pisar con fuerza las incertidumbres»Erich Fromm

No les fue difícil encontrar la taberna. La única calle empedrada de la ciudad serpenteaba siguiendo el trazado del río y, en ella, se encontraban la mayoría de establecimientos abiertos al público. El local, levantado del suelo con puntales de madera, poseía un saliente cartel negro con la palabra «Krog» impresa en letras blancas y tres peldaños de madera salvaban la distancia entre el suelo y la puerta del local. A pesar de su imposibilidad en leer las grafías supo, con ese don innato de comprender sin saber leer, que aquel debía ser el local que con tanto afán buscaba su compañero.
—Estupendo. —Se animó Utla—. Vamos adentro.
Un resorte impulsó al pequeño ser a acelerar el paso, ella se encogió de hombros y le siguió sin esfuerzo, pues una zancada suya equivalía a dos de él. Al entrar vieron algunos corrillos de personas sentadas alrededor de mesas de madera: nada más entrar seis pescadores con petos húmedos y botas altas les dirigieron una mirada hosca pero no dijeron nada, el chico no se encontraba entre ellos; al sortearlos se encontraron con un quinteto de trabajadores vestidos con monos de fábrica y botas manchadas de barro, el chico seguía sin aparecer; en una mesa con libros, cuatro mujeres sentadas, escuchaban con atención como una de ellas leía en voz alta las noticias del Falkenbergs Tidning, un periódico local, y de reojo una de las muchachas les miraba con sonrisa vergonzosa, la curiosa llevaba un pequeño sombrerito de paja blanca y desvió la mirada al fondo del local. Por fortuna, al seguir el mirar de la muchacha descubrió, al fondo del local, la apartada forma solitaria de un muchacho y, con disimulo, sacudió el hombro de Utla en la dirección, el hombrecito asintió: sortearon a un trío de caballeros vestidos con trajes caros que echaban una partida de naipes; solo les separaba del muchacho una mesa con una pareja, un hombre y una mujer, ambos tenían las manos engarzadas el uno en el otro, ella vestía una destacable pamela de plumas y él una gruesa bufanda y un sombrero negro, mantenían una íntima conversación sobre libros, ajenos al mundo; superados los contertulios, en el rincón más apartado y en el que apenas llegaba la luz del exterior, un muchacho taciturno y solitario agarraba con descuido una jarra de cerveza, mentón erguido y mirada perdida al techo, como si en los travesaños de madera encontrara placer, libertad o tranquilidad.

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Published on May 31, 2020 04:44

May 24, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimonoveno


«Un libro es un espejo que pasea por una gran avenida»Sthendal
Esposa, ¿recuerdas dónde viste por última vez a Nils?
Al escuchar la chanza enarcó las cejas y le respondió:
—¡que graciosito! ¿qué es todo esto? ¿por qué no se asustan al vernos? ¿acaso nos encuentran normales?
Por toda respuesta Utla levantó la mano y señaló al escaparate de la sastrería, de tanto caminar se encontraban enfrente del establecimiento. En su interior se exhibía un variado muestrario de ropajes: faldas, pamelas, mantillas, botines, vestidos con rayas, otros de estilo marinero, sombreritos de paja, algunas cintas de diversos colores y un paraguas abierto en una esquina. Un espejo de pie, alargado y abombado en la punta, encarado hacia la calle, les devolvía su reflejo: un hombre alto, con bombín, chaqueta marrón y bastón, al lado de una mujer más menuda que él, con una falda larga y una blusa blanca estampada con flores.Alzó la mano izquierda y la mujer del reflejo reprodujo el mismo gesto, sacó la lengua y la dama del espejo copió al acto la misma acción. No podía ser.
—¿somos nosotros?—Sí, así deben vernos aquí.
Se entretuvo gozosa observando la sinuosa forma que le hacía el vestido a lo largo de ese otro cuerpo que se suponía era ella, observando las diferencias en el vestir, observando los replicantes gestos en la otra: una mujer más bajita, que, a pesar de la diferencia de altura, sí conservaba su misma palidez en la piel; no solo en la dermis había diferencias, la otra tenía el pelo oscuro, largo y recogido en un moño; vestía una blusa, en la que ya se había fijado en un principio, que, además de las flores estampadas en un color apagado, se coronaba con volantes en los hombros; la separación entre blusa y falda se escondía tras un fajín negro ceñido a la cintura que le remarcaba las caderas, un efecto precioso que debía reconocer…
—¿Vamos a por Nils? ¿Dónde estaba?
Ufff, que fastidioso el hombrecillo, por una vez que disfrutaba.
—no sé, parecía una taberna.—Busquémosla.

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Published on May 24, 2020 05:55

May 10, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimoctavo


« Las ideas están exentas de impuestos »Refranero popular

—¿Qué les trae hasta la villa? —El más alto de los dos hombres continuó con las preguntas mientras el compañero transcribía las respuestas en una libreta rectangular de hojas rugosas y aspecto acartonado.—Negocios.—¿De que tipo?—Pesca.
El escribiente también repetía las respuestas en una hoja suelta, igual de acartonada que los folios de la libreta.
—¿Situación civil?—Casados. Ella es mi mujer.
¿Su mujer? La risa no le surgió porque se encontraba muy nerviosa. Por otro lado, las preguntas del hombre vestido de negro surgían mecánicas, no se encontraba ni alterado ni sorprendido y, ni él ni su compañero, daban muestras de sorpresa. El hombre que no hablaba, pero que sí escribía, dejó por fin su tarea,  y empapó un tampón de madera en una cajetilla con tinta roja que llevaba en la mano. Con el tampón en la mano lo estampó al vuelo en la hoja y un sello redondo con la figura de un águila rojiza de perfil rubricó el papel. Estiró la mano en una acción igual de mecánica que llevaba efectuando por cada persona en la cola, y, sin girarse, en una coreografía burocrática síncrona, su compañero agarró la hoja y se la presentó al hombre y a la mujer.
—Una corona por persona. Si quiere entrar artículos de exportación debe solicitar la correspondiente licencia en el ayuntamiento. Este papel le exime, a usted y a su esposa, de nuevos pagos aduaneros. Muéstrelo a los funcionarios cada vez que se le requiera en el puente. Vayan con Dios.
Utla se quitó el sombrero y ella pudo apreciar desde la altura que los separaba la inmensa calva, pero los interlocutores no miraban abajo, sino más arriba, como si el sombrero no se encontrará por debajo de sus miradas y el cuerpo de Utla se extendiera unos centímetros más arriba de su ser. Su compañero esposo, despreocupado, giró el sombrero e introdujo la mano derecha en su interior. Aquel gesto fue lo único que levantó una mueca de sorpresa en ambos hombres, sorpresa que desapareció cuando les entregó dos monedas con el perfil en relieve de un hombre barbudo y con letras escritas en el reborde, «Oscar II […]», letras que no pudo leer debido al rápido intercambio: moneda por papel.
El puente quedaba atrás y una calle ancha, la única adoquinada en la población, se extendía ante ellos. Deambulaban con paso calmo por la calle, sobrepasaron el granero de forma cónica situado a la izquierda del puente, este se erigía cerca de un edificio blanco de apariencia robusta. Continuaron el camino y se acercaron hasta a un par de tiendas que se alojaban en los bajos de un edificio: una sombrerería, un zapatería, un colmado, una sastrería. Al final de la calle reconoció en la construcción de techo empinado, coronada por una aguja gigante, la iglesia, la misma que había visto bajando por el caminito de las afueras. Las campanas tañeron, la reverberación del sonido grave la atravesó y las madres con niños agarrados de la mano se afanaron al escuchar el repiqueteo. Alguno de los pequeños, igual que su homónimo en el puente, se les quedó mirando embelesado, pero el rápido trasiego de las madres, estirando de sus hijos en dirección a la escuela, no les daba el tiempo a los infantes para ensimismarse ante la extraña pareja. ¿Nadie reparaba en ellos?Utla la sacó de su observador mutismo.

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Published on May 10, 2020 03:52

May 3, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimoséptimo

« Todos somos niños al principio (Alla är vi barn i början)» Proverbio Sueco

Un tráfico considerable congestionaba el puente de piedra repleto de carros, caballos y hombres. Al verse envuelta entre otras personas cayó que, hasta ese momento, no había pensado en su indumentaria, ni en la mucho más extraña apariencia de Utla. Sus divagaciones se aceleraron cuando, siguiendo a Utla en su segura marcha, se pusieron a esperar tras una mujer y un niño que esperaban tras una larga cola. La retahíla de personas estaba presidida por dos hombres vestidos con chaqueta negra, camisa blanca y unos corbatines finos y alargados. El más alto de ellos alzaba la mano y, con ese gesto, detenía a todo aquel que quisiera cruzar el puente, inmediatamente lanzaba una pregunta y la mayoría de personas mostraba un papel acartonado. El más alto lo examinaba con atención y entonces permitía atravesar a quién se lo había enseñado. Aunque el proceso era rápido, mostrar el papel, revisarlo y aprobarlo, la espera la carcomía. ¿Qué pensarían de su acompañante sin rostro?, ¿y de ella? Ni siquiera había reparado en ello mientras bajaban tan alegres por el camino. La mujer enfrente de ellos avanzó cuando los que estaban delante, y los que a su vez estaban delante de los que estaban delante, avanzaron. De esa manera, uno por uno, los eslabones de la cadena humana dieron en un unísono desorden un par de pasos y la cola avanzó. La mujer tiraba con fuerza del niño cogido de su mano que, enjugascado en imaginarios juegos no paraba quieto, la mujer bufó y enseñó con desdén el papel a los dos hombres mientras con la mano sacudía al niño que la desquiciaba.
—Hijo, estate quieto, que me vas a volver loca.
El pequeño, zarandeado como un muñeco y sumado al propio movimiento de su juego, volteó involuntariamente el cuerpo ante el brusco exceso de la madre y, en ese instante, al encontrarse cara a cara con la extraña pareja extendió los ojos de manera desorbitada y abrió la boca. La estaba mirando fijamente a los ojos y, fugaz, pasó a mirar a Utla quedándose en este estado boquiabierto. Ella intuyó que el pequeño levantaría la mano y la señalaría con su dedo índice minúsculo, pero la madre se giró, los miró, a ella y Utla, sin apenas fijarse en ellos, y le endiñó un sonoro capirotazo en la coronilla a su pequeño antes de conminarle a andar.
—¡No molestes a estos señores y tira adelante! ¡Será posible que con nada te me enbobas! Venga. Venga. Que llegas tarde a la escuela.
El niño se enderezó y prosiguió el camino, arrastrado con ímpetu por su progenitora, pero de vez en cuando giraba la cabeza hacia atrás, mirándola fijamente a los ojos y pasando la mirada de ella a Utla sin cerrar la boca.Aunque la atenazaba la mirada del pequeño, una nueva amenaza se cernía sobre ellos, les tocaba el turno y, de los dos hombres, el más alto, les preguntó:
—Nombre y apellidos.
Un helor, anclado en el vientre, subió poco a poco hasta acogotarle la nuca, ¿esa sí que era buena?, ¿apellidos? Si ni siquiera sabía su nombre. Miró a Utla con una mirada preocupada, su bajito acompañante giró el cuello, encarando el rostro ausente de todo vestigio facial en su dirección y lo abombó, en ese habitual gesto suyo, como si simulara una sonrisa. Al instante encaró el rostro hacia a los hombres. Para extrañeza de ella los miraban a ambos del modo más normal, como si él no fuera un enanito sin cara y ella no fuera vestida de manera tan diferente al resto de mujeres que cruzaban por el puente. De hecho, solo el niño que se alejaba con su madre había mostrado estupor. Al mirar a su alrededor y examinar a los adultos que transitaban por allí, se fijó que ninguno de ellos dirigía miradas extrañas hacia ellos. Estaban preocupados en sus quehaceres y los situados detrás de ella, en la cola, tampoco mostraban aspavientos como sí mostró el pequeño.
—Slubtap Smvbübpson y Asa Assarson —respondió Utla.
Al oír la invención se quedó quieta y muda como una estatua. ¿Qué les pasaba a aquellos dos? ¿Es que no veían que el enanito no tenía rostro? Tragó saliva y desvió la mirada y, para evitar ningún rubor, enfocó su atención en una palabra: Asa. El nombre le gustó. Sería bonito tener un nombre como aquel.
—¿Es la primera vez que visitan Falkenberg?—Sí.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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Published on May 03, 2020 08:24

April 20, 2020

Contigüüüm. Capítulo V. Decimosexto

«No, es de veras un intacto candor el que reina sobre las dos carasfronteras»Si una noche de invierno un viajero (Italo Calvino)
De nuevo, sintió el halo de claridad blanca alrededor de ella.
—sí, había una luz blanca que rodeaba al libro. no olí nada, pero sí escuchaba... mi propia voz, ¿qué extraño, no?—Mmm... ¿Color Blanco? Entonces parece poco grave. Una primera toma de contacto, quizá.—¿qué es ese lugar?—¿Allí abajo?—sí.—Yo la llamo, La Biblioteca, pero recibe muchos nombres.
Utla calló, volvió a coger una espiga y desensanchó el rostro, como si formara con aquel gesto una sonrisa.
—pues fue muy raro, también escuché risas, pero antes, si te digo la verdad...—Sí, cuéntame, por favor, por raro que te parezca, yo lo creeré todo.—yo... quería irme, al principio quería salir de la casa, pero todo era blanco fuera de la habitación, yo... no sabía cómo salir, pero leí una hoja al azar de aquel libro que me dejaste, no recuerdo el nombre.—¿El Imaginarius?—sí, ese, y me puse a pensar como quería que fuera la casa y abrí la puerta de la habitación y allí estaba todo como yo quería, mucho espacio, salones grandes, luz, comida, un baño, por fin. ji, ji, ji —Se sonrojó—. me da vergüenza hablar de ciertas cosas, ¿tú no sientes vergüenza por nada? —Utla no respondió—. bueno, que me lío yo sola, y todo esto para decir que tenía ganas de escapar. sí, sí, sé que me has tratado bien, me cuidaste, me curaste, me diste de comer, me dejaste libros para que no me aburriera, para que aprendiera, pero no me gustaba estar allí. me sentía atrapada y, después de asearme y comer un poquito, me fui a la planta baja, sabía que había una puerta que conducía afuera, pero cuando estuve delante de ella, con el picaporte a tocar de mi mano, sentí que tenía que ir al ropero, ¿sabes a que me refiero? ese ropero que está al lado de la puerta. ¿tú lo usas?—Sí, conozco el ropero, pero desconocía que se podía bajar hasta la biblioteca por él.—¿lo ves? —Pero, ¿no era absurda aquella expresión dirigida a alguien que no tenía ojos? Sonaba ridícula, pensó en ello y se sonrojó aún más—. perdón, quiero decir... ¿es normal que no conozcas tu casa y yo sí?—Estás confundida, yo solo habito en ella. Nadie es su propietario y sería pretencioso querer conocer todos sus secretos; y te diré más, estimada, algo que aprendí hace tiempo: al interior de la casa solo se puede entrar si la propia casa te lo permite o si un morador te permite entrar.—ya... —Aunque la articulación de su locución, ya, sonó como si no hubiera comprendido bien la respuesta—. una casa con, ¿personalidad?—Se podría decir así.—¡y eso que llamas la biblioteca! allí abajo escuché risas, y se parecían a mi voz. ¿era yo misma?, ¿y la oscuridad de allí bajo?, ¿qué son esas salas tan distintas entre ellas y que almacenan?, ¿son libros?… y el brillo, cuando toqué el libro, plufff, y aquí los dos, bueno, ji, ji, ji, o los tres, si es verdad que tu hermano también está. ¿nutla esta aquí?—Estimada, son muchas tus preguntas y muy variadas. Deberías seleccionar solo una y a partir de ella te respondería lo mejor que supiera.
Claro, aquello era lógico, pero tenía tantas preguntas, ¿por cuál se decantaría primero? Pero la elección no llegó a término, caminando, caminando, caminando por el caminito habían llegado hasta el puente que les permitiría entrar en la población.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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Published on April 20, 2020 01:56