S. Bonavida Ponce's Blog, page 4
February 1, 2021
Tres en un aula (#RetoBradbury 04)
«A las personas que gustan de buenas historias de misterio… el Manuscrito Voynich de la decimoquinta o decimosexta centuria les fascinará».Rebecca OnionUna estudiante entró en el aula cargada con una docena de libros y una carpeta apretados contra el pecho. Desde su posición veía en contrapicado las pelambres y las calvas de algunos compañeros de espaldas a ella, asentían, tomaban notas o charlaban entre ellos mientras prestaban atención a las explicaciones del profesor, un hombre con una máscara blanca en el rostro al final del anfiteatro universitario, una gradería con capacidad para cien estudiantes, que apenas contenía una docena. Acompañó con espalda y culo la puerta, la singular proeza malabarista permitió cerrarla evitando cualquier ruido al cerrarse, después dirigió la vista a la última fila del anfiteatro y detectó la parte trasera de una cabeza conocida, un inconfundible tupé, y se acercó hasta el alumno que estaba allí sentado. ¿Hace mucho que empezó?, tras la queda interrogación y sin esperar respuesta repartió la carga de volúmenes por encima de la alargada mesa, desparramándolos delante de ella. Se sentó en la bancada ni muy junta ni muy separada del compañero que tenía la mirada perdida en el techo. El asiento, junto con la mesa, formaba un conjunto compacto y alargado anclado al suelo que ocupaba la casi totalidad del ancho del aula, únicamente a los lados se extendían dos pasillos laterales con escalones que separaban la gradería de las paredes, en el interior de la grada una docena de filas idénticas con idénticas mesas acogía a algunos alumnos. Los accesos laterales conducían a través de sus pequeños escalones hasta la fosa del anfiteatro donde pizarra y mesa acogían al profesor. ¡Eh, Zeno! Estiró la mano y zarandeó al chico en el hombro. ¿Que si empezó hace mucho? Él dejó de mirar al techo y se giró hacia ella. No, pesada, que acaba de empezar. Tras la respuesta, asintió, soltó aire con lentitud y desperezó el cuerpo dejándolo deslizar un poco por debajo de la mesa. Con el rostro más relajado se metió la mano en medio del pelo afro, la mano negra contrastaba con el intenso rubio del cabello, y volvió a la carga de preguntas. ¿Y Mei? ¿No ha venido? Observó el corte de pelo de Zeno, rasurado por los lados y con un prominente tupé, también vio el particular arqueo de las pobladas cejas del muchacho y como este, por toda respuesta, se encogía de hombros. En ese momento, la puerta del aula volvió a abrirse y otra estudiante, en idénticos movimientos que su predecesora, pasos silenciosos, acompañamiento de puerta aunque sin malabarismos, se sentó al lado de ella. ¡Aamo, Zeno!, exclamó la recién llegada invocando entre susurros los apodos de sus amigos como si en vez de encontrarse en un aula universitaria se encontraran en el acto litúrgico de una catedral. Joder, Mei, menos mal que has venido. Traje los libros por ti, dijo Aamo señalando los libros encima de la mesa. Lo sé, lo sé, glacias, contestó en voz baja, sin apenas abrir la boca tras la última palabra y recogió los libros y los guardó en el interior de su mochila. ¿Qué te pasa? Hablas raro. Nada, nada… ¡Estás muy rara! ¿Se puede saber por qué llegas tan tarde? Zeno la interrumpió. ¡Que desfachatez, pero si tú también acabas de llegar! Tú calladito que hablamos de cosas de chicas, ¿de acuerdo? Zeno arqueó de nuevo las cejas, se giró dándole la espalda a ambas y se fijó en el deambular del profesor, un hombre con una máscara en el rostro que escribía símbolos y caracteres de una lengua desconocida en la pizarra porque, más que una pizarra, se asemejaba a un muro de palabras o más bien a un muro repleto de grafitis desconocidos para los que solo el propio autor discerniría el significado. Yo…, arrancó Mei. ¿Qué? ¡Habla! Mei separó los labios y con el dedo se señaló al corrector bucal que tenía en los dientes. ¡Me da velgüenza! ¡Me cuesta plonuncial!, dijo bajando la cara. Al oír las palabras de su compañera, Zeno se giró e intentó mirar a la boca de Mei, pero no lo consiguió debido al ángulo del rostro de la muchacha que apuntaba hacia el suelo. Al fin hablas como una verdadera china, Zeno sonrió malicioso. Vete a tomal viento, le contestó ella sin levantar la cara. ¡Pero Mei, con ese acento inglés tan bonito y perfecto que tenías! ¿Sabes que te digo? Que mejor así, que aquí preferimos a una asiática estereotipada que no pronuncie bien las erres. Imagínatelo, no darías buena imagen a los clichés, ja, ja, ja. Aamo, sentada en medio de los dos, le propinó un codazo en las costillas. ¡Ay!, que bruta. ¡Que te calles! Las chicas estamos hablando. Pero en el inflamado crescendode la conversación habían alcanzado un volumen más alto de lo oportuno.
—Los de la última fila bajen el volumen de su parloteo. —De repente, el profesor, que había dejado de escribir en la pizarra, les señaló con la tiza—. Les invito a abandonar el aula si no quieren prestar atención, si no tienen respeto por la asignatura al menos sí tengan respeto por el resto de compañeros que desean tomar apuntes y aprender.
Dicha la amonestación, el profesor se recolocó la máscara, se giró y volvió a la retahíla de símbolos y caracteres, grafías que mezclaban glifos hindúes, egipcios y latinos entremezclados con otros indescifrables.
Menudo farsante el tío este y encima nos da lecciones. ¿Si no querías aprender Guáltrapa por qué te apuntaste? Pues yo la encuentlo intelesante. Por favor, ¿es que no lo veis? Mirad la pizarra. Ambas inclinaron la vista y miraron metros más abajo los trazos de los símbolos escritos en tiza. ¿Habéis mirado bien? ¿Qué sentido tiene ese conjunto de símbolos? La primera fila es egipcio mezclado con hindú, la segunda línea es un popurrí de latín y castellano antiguo. La tercera fila… Vete a saber que habrá inventado en la tercera. Eso es polque los guáltlapa elan un pueblo nómada y tomalon plestado vocabulalio de otlas cultulas. Zeno miró el rostro de Mei que, por fin, había alzado la barbilla y podía observarle los labios. ¿Sí? ¿Y dónde está escrito eso? ¿En qué artículo?, el rostro de Zeno enrojeció. Hay estudios que lo confilman. ¿Estudios? Los cuatro libros que publicó él mismo y su camarilla de colegas frikis. No me extraña que la decana lo quiera echar. ¿Entonces ahora eres amiguito de la Dupré? ¿Y tú no? Claro que no. La mirada de Zeno se ancló con malicia sobre Aamo que lo estudiaba con precisión y después pasó rápidamente la mirada a Mei que lo miraba con inquietud. ¿Las negritas no sois amigas entre vosotras? ¡Hey, bro, black power y todo eso!, Zeno levantó los dedos en estilo rapero y le lanzó una sonrisa burlesca, la cara de Aamo representaba justo lo opuesto del rostro de su compañero, un revoltijo de odio y contención, pero ella se revolvió. No todos somos hijos de un ricachón. Las palabras habían girado las máscaras de la comedia, el rostro de Zeno se transmutó en la máscara de la tristeza y el de Aamo en el de la sonrisa del loco. No peléis, pol favol. ¡Bah! Eres muy buena, Mei, es un auténtico lul. Tras el insulto en neerlandés, Mei puso la mano sobre el hombro derecho de su compañera, el tacto y el pacífico gesto tuvo su efecto y Aamo relajó de improviso el rostro y, como en un baile de espejos, Zeno también. Venga, no quería joderte, no nos peleemos por tonterías. ¡Qué te den!, a pesar de la calmada compostura Aamo no pudo reprimir un último coletazo de rabia. Zeno se mordisqueó los labios de un lado para otro, pasó la mano por el tupé, como si se lo quisiera alisar. ¿Bandera de la paz? Y le tendió la mano. Aamo gruñó. Si me perdonas os cuento lo que me contó un primo mío de Barce… ¡Bah!, lo interrumpió Aamo, tú tienes primos en todo el mundo. Es sobre el profe, el señor Strambotikus. ¿Qué le pasa?, preguntó correctamente Mei. Eso, ¡qué le pasa! Si os calláis os cuento lo que me dijo mi primo. ¡Puuufff! ¡Sí, pol favol! Ambas compañeras mostraban un interés particular, Mei abría los ojos y asentía con delicadez, Aamo seguía mostrando una impostada careta de enfado, pero ambas modificaron la postura y, cada una su modo, inclinó el cuerpo un poco hacia delante, para escuchar con atención lo que les quería contar entre susurros. Pues mi primo se apuntó a Guáltrapa y vio desde un principio que sería un peñazo de asignatura, así que cogió una tarde, se fue hasta el Strambotikus y, ¿sabéis que le dijo? Pues le dijo, le doy dos mil euros si me aprueba. Zeno jugó con el silencio, como cuando quería hacerse el interesante, y se acarició el tupé y… ¡Bueno y qué! ¿Qué le respondió el profe? Eso, ¿qué le lespondió? Pues le dijo, le dijo que sí. ¡Ostia¡ ¡Gé! A que sí, que fuerte, ¿verdad?. ¿Y le pagó y aprobó? Pues sí. Joder que cabrón, pues con la pasta que tú tienes. Eso es, y le guiñó un ojo a Aamo mientras replicaba un nuevo gesto rapero, pero en esta ocasión más amable, mientras, Mei zarandeaba la cabeza de un lado a otro.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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January 24, 2021
Un monzón temporal (#RetoBradbury03)
«... sistema en el que la dirección de los vientos cambia estacionalmente, soplando en una dirección en verano que resulta ser la opuesta en invierno...»Ciencias de la atmósferaEl pulgar apretaba la esquina de la primera página de un dossier de portada plastificada, el legajo jurídico, con el título Contrato de Trabajo emitido por la Universidad de Trystonia, reposaba sobre la mesa. Ignatson mecía la esquina y la página se abombaba, a su lado derecho un armario ocupaba el espacio hasta el techo y pegado a él una cama deshecha con un libro encima de ella. Al lado de la cama, una puerta con la palabra Exit impresa en un fluorescente rectangular encima del marco auguraba la puerta de salida, o de entrada a la habitación, según se entendiese y se mirara; siguiendo el contorno de este viaje de trescientos sesenta grados, otra puerta entreabierta dejaba ver el lavabo y, en esa misma pared, un funcional mueble hacía las veces de cocina, con dos fogones, un horno y una alargada pica, encima un armarito flotante con puertas y un microondas empotrado en él. De nuevo con Ignatson, sobre el escritorio y a la siniestra de él un libro vuelto del revés, lápices dispersos, el mentado dossier, folios en blanco, notas garabateadas a mano, un portátil quedaba a la diestra, apagado y con la tapa bajada, varios USB de distintos colores y tamaños, y, por fin, el medio del caótico conjunto temporal lo coronaba una lamparilla de lente cóncava y cristal verde con dos bombillas picudas que reposaban inactivas, al igual que su hermano tecnológico. La claridad del exterior apenas le sobrepasaba, dejando la mitad del cuarto apenas iluminado. En el exterior, el enajenado mar, a pesar de encontrarse tapado con nubes oscuras, reflejaba los últimos destellos anaranjados del sol que se escondía tras la línea del horizonte. Ignatson se separó del rostro su atrezo facial, la sempiterna máscara blanco-oscura, y con la yema de los dedos se rascó un grano que le había salido en el mentón. Por suerte, la tela más fina alrededor de los ojos le permitía leer la primera página del contrato firmado meses atrás, aunque el descenso lumínico y la traslúcida cortina ocular le apremiaban a encender alguna fuente de claridad auxiliar.
«La universidad de Trystonia, en el día 7 de…, comparece representada por su afiliado el Dr. Fridtjof Wagen, de aquí en adelante el EMPLEADOR… y, por otra parte, Ignatson Strambótikus con D.N.I. …, de aquí en adelante el EMPLEADO DOCENTE, con cédula de ciudadanía…
SEGUNDA. OBJETO: De acuerdo al primer apartado expuesto, el EMPLEADOR… el desarrollo de tareas docentes… en calidad de: DOCENTE NO TITULAR INVITADO.
SEXTA. OBLIGACIONES DEL EMPLEADO DOCENTE: se obliga a laborar en jornadas de trabajo de tiempo parcial… y según recoge…
SÉPTIMA. PLAZO: el presente contrato tiene una duración de 365 días, curso académico completo, incluyendo vacaciones y actividades extraescolares incluidas en los dos semestres…
DÉCIMA TERCERA. TERMINACIÓN: este contrato finalizará cuando el EMPLEADO DOCENTE concluya la ejecución de todas las tareas convenidas a lo estipulado en la cláusula sexta de este contrato…». Las nubes se tornaron más compactas y negras. ¡Qué fascinante la ambivalencia de los cúmulos! Ora blancos, ora grises, ora oscuros o también negros. Y la lluvia cayó sin avisar, el mar se embraveció como envidioso de los cielos, el viento por su parte mecía furioso las copas de los árboles, sin embargo, por más rabia que mostrara la naturaleza, el efecto hipnótico de las gotas de lluvia golpeando contra el cristal resultaba catártico, pero, a diferencia de la calma de Port Zelandè, la nueva estampa visual le recordaba a la india, al monzón, a aquel día. Apartó a un lado el dossier de léxico jurídico y plantificó en su lugar un libro que, aunque más corto en altura y anchura, presentaba un grosor sin lugar a duda mayor. Apartó los lápices desperdigados en la mesa y los adecentó en un cubilete circular de rejas, el libro lo agarró con la mano izquierda y, con esa misma mano, lo giró sobre sí mismo. A medida que la zurda le daba la vuelta ninguna palabra aparecía en el espacio de la contraportada, ni en el lomo ni tampoco en la gastada portada con rajas verticales, horizontales y en zigzag que denotaban un intenso uso del volumen. Desanudó una fina tira elástica que ataba el conjunto. La primera página en el interior tenía la palabra Diary escrita a mano con un intervalo de fechas separadas con un guion que no se dio tiempo ni a repasar, y con la mano derecha apretó con el pulgar las páginas y estas se sucedieron a gran velocidad, cada página se convertía en un día, el pulgar, convertido en la palanca de una paródica máquina del tiempo, pasaba los días con velocidad y los convertía en meses, los meses en años, el feroz aleteo de la celulosa devolvía borrones de palabras y de un tempus fugit que, aunque no volvería, permanecería escrito hasta el fin último de aquel mundo-libro. Y la oscuridad sobrevino en el cuarto. Afuera no quedaba rastro del sol ni de su claridad, la tormenta atacaba con nocturnidad al pueblo, a la universidad, a la playa y al mar. Ignatson, en un acto reflejo, con la mano izquierda, sin apartar la mirada del volumen y sin soltar con la derecha el libro, encendió la lamparilla y la luz inundó su habitación-casa, tras la ventana, en un centenar de otras habitaciones-casa ocupadas por estudiantes, se repetía el mismo suceso y pequeños puntos brillantes brillaban en la noche. ¡Y algunos dicen que los monzones solo se producen en la India y en el sudeste asiático!El pulgar separó su contacto de las páginas y la maquina del tiempo se ancló en un momento concreto que, transmutado por la alquimia literaria, reconvertía el tiempo pretérito en una página de celulosa. Las palabras se encontraban escritas en una letra pequeñísima, el inicio del conjunto se encabezaba con una fecha, una latitud y una lista de nombres y apellidos, debajo de los datos de rigor las palabras se apretaban las unas contra las otras, aprovechando márgenes e inclinándose en los bordes, incluso aprovechando los múltiples tachones sobre algunas palabras para escribir sobre ellos. Fijó la vista en una de ellas, Barsaat Ka Mousam, una polisémica palabra Urdú que tanto podía significar monzón como viento como tormenta como una decena más de sustantivos y adjetivos, y en ella y tras ella se encontraba toda una historia. Volvió el rostro y se fijó en el libro que reposaba sobre la cama, un pesado volumen, más gastado y más antiguo que el propio diario que sostenía entre las manos.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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January 17, 2021
Color: blanco oscuro (#RetoBradbury02)
«El aire que vemos en las pinturas de los viejos maestros nunca es el aire que nosotros respiramos».Edgar Degas
Cabría aclarar muchas cosas antes del inicio del siguiente capítulo, ¿por qué Ignatson Strambotikus estaba sentado delante del escritorio de la decana?, ¿por qué esta lo miraba con ceño enfurruñado y puños cerrados como aguantando una presión interna que desbordaba estallar?, ¿por qué razón llevaba máscara el señor Strambotikus?, ¿por qué la decana, una mujer negra, pelo cano, vestido azul Ralph Lauren, de pico cruzado, cinturón y mangas cortas, no le soportaba? Se deberían dar muchas explicaciones a estos respectos, pero al hacerlo, también se perdería la magia de la narración, por lo que sería mejor, aunque no lo más óptimo, que la propia historia continuara según los acontecimientos y cada cuál descubriera por sí mismo sus verdades a las preguntas.
—Pierde el tiempo sí piensa que aquí impartiremos sandeces —El sillón de la decana se asemejaba al trono de un antiguo rey, el poder basado en la fuerza física había transmutado con el paso del tiempo a la fuerza del intelecto, y, al menos, en aquella universidad los hombres se habían batido en retirada ante la reina decana que sentada sobre su trona imperial encorvaba el torso hacia delante y entrelazaba las manos con rigidez encima del escritorio como si al separarlas pudiera detonar un artefacto nuclear.
Ignatson mecía su silla adelante y atrás, pero su tronco, a diferencia del de la decana, se encontraba recto y la cabeza, aunque bamboleada por el movimiento, seguía con rectitud al resto del cuerpo. En uno de los vaivenes se introdujo con delicadeza, como si su dedo índice fuera un pincel y su cuerpo un cuadro, la falange con lentitud entre el borde de la máscara y la barbilla, y encorvando el dedo como una ganzúa se rascó la punta del mentón.
—El señor Wagen se equivoca. Maldita sea la hora de las becas internacionales. Pues bien, a mí me dan igual.
La vista de Ignatson: suelo, moqueta, azul, quizá ¿sisal o felpa? Escritorio, rojizo, posiblemente caoba plastificada, armazón y patas de polietileno gris.
—Y no piense que es una cuestión de dinero. No se confunda, señor.
Encima del escritorio una placa alargada de madera con cuatro chapas incrustando un latón de simulado oro y serigrafiado en él siglas y un apellido: S. M. Dupré. A la izquierda cuadrado ventanal, doble acristalamiento, y tras la transparente protección los condominios de la reina, edificios del campus y tejados de casas de estudiantes, el cielo, la línea del horizonte y el mar azul eléctrico. Tras la decana y su trona, la pared pintada en miel y en ella tres cuadros colgados, un mueble cajonera alargado con dos posibles estantes tras sus puertas cerradas, a la derecha una librería con puerta acristalada y libros.
—Señor Strambotikus tiene los días, que digo los días, tiene las horas contadas aquí. No voy a permitir que en Trystonia se nos tome el pelo.
Dos cuadros, a lápiz, bosquejos de retratos de la decana. El cuadro, imponentes medidas, marco estilo barroco, dorado. Motivo: paisaje urbano. Inundado de techos picudos y casas de ladrillo rojo, una iglesia al fondo, edificios amurallados, en uno un reloj circular, no de sol, mecánico, un puente de piedra atraviesa el río, el agua de la ensenada refleja los edificios y sobre sus aguas atracan varios barcos, más cerca del espectador dos mujeres en la orilla ataviadas con faldones y cofia. La vista de Delft. Es un Vermeer.
—Firme la solicitud de renuncia —Sin desentrelazar las manos la decana deslizó tres hojas de papel reciclado gris, estaban grapadas, y con la punta de los meñiques las acercó hacia su interlocutor. El tono grisáceo de las páginas se fundía en una molesta lectura con la endeble impresión de varios párrafos numerados y solo al pie una rúbrica en tinta negra ensalzada por la tilde en Dupré y el sello rojo de Trystonia resaltaban sobre el fondo gris de las hojas. De las manos de la decana, todavía entrelazadas como un mazo, sobresalían los meñiques espigados y estos se posaron sobre una cuantía de cuatro cifras sobre la novena cláusula— y lea detenidamente la retribución más que adecuada a este cese injustificado.
Los estantes de la librería contenían un arcoíris de lomos, letras de distintas familias, tamaños, en un pulcro orden alfabético de autor: La vejez y el segundo Sexo, Beauv; Crimen y Castigo, Dosto; Las habitaciones de atrás, Frank; Psicopatología de la vida cotidiana, Freud; El maravilloso viaje de Nils Holgersson, Lager; La mano izquierda de la oscuridad, LeGui; Therese Desqueyroux, Mauri; La montaña mágica, Mann; Sobre el color y la armonía, Ausde…
—¿Me está escuchando señor Strambotikus?—Falta blanco en su despacho.—¿Cómo dice? —Por primera vez la decana desentrelazó las manos y ninguna bomba nuclear explotó.—Blanco. El color. No tiene ningún objeto blanco en el despacho.—El blanco no es un color.—¿Y el negro?—Pero… que más da. Firme aquí —Y le acercó una pluma estilográfica que él ni miró.—Mi máscara —Ignatson se tocó la tela que le cubría la cara—. Es Blanco Oscuro.—Ni el blanco ni el negro son colores.—En Guáltrapa sí.—No entremos en cuestiones religiosas…La interrumpió.—Lingüísticas.Ella bufó y dijo:—Me da igual. ¿Hace el favor de firmar o no?—¿Y las nubes del Vermeer? ¿De qué color son? —señaló al cuadro tras ella. La decana no se giró.—Son grises.—No, son blancas. Grises son las hojas de estos papeles —Y con el pulgar de la mano derecha, como si las hojas del documento legal le quemaran, las deslizó por encima del escritorio de vuelta a la decana.—¿Cómo se atreve?Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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Color: blanco oscuro
«El aire que vemos en las pinturas de los viejos maestros nunca es el aire que nosotros respiramos».Edgar Degas
Cabría aclarar muchas cosas antes del inicio del siguiente capítulo, ¿por qué Ignatson Strambotikus estaba sentado delante del escritorio de la decana?, ¿por qué esta lo miraba con ceño enfurruñado y puños cerrados como aguantando una presión interna que desbordaba estallar?, ¿por qué razón llevaba máscara el señor Strambotikus?, ¿por qué la decana, una mujer negra, pelo cano, vestido azul Ralph Lauren, de pico cruzado, cinturón y mangas cortas, no le soportaba? Se deberían dar muchas explicaciones a estos respectos, pero al hacerlo, también se perdería la magia de la narración, por lo que sería mejor, aunque no lo más óptimo, que la propia historia continuara según los acontecimientos y cada cuál descubriera por sí mismo sus verdades a las preguntas.
—Pierde el tiempo sí piensa que aquí impartiremos sandeces —El sillón de la decana se asemejaba al trono de un antiguo rey, el poder basado en la fuerza física había transmutado con el paso del tiempo a la fuerza del intelecto, y, al menos, en aquella universidad los hombres se habían batido en retirada ante la reina decana que sentada sobre su trona imperial encorvaba el torso hacia delante y entrelazaba las manos con rigidez encima del escritorio como si al separarlas pudiera detonar un artefacto nuclear.
Ignatson mecía su silla adelante y atrás, pero su tronco, a diferencia del de la decana, se encontraba recto y la cabeza, aunque bamboleada por el movimiento, seguía con rectitud al resto del cuerpo. En uno de los vaivenes se introdujo con delicadeza, como si su dedo índice fuera un pincel y su cuerpo un cuadro, la falange con lentitud entre el borde de la máscara y la barbilla, y encorvando el dedo como una ganzúa se rascó la punta del mentón.
—El señor Wagen se equivoca. Maldita sea la hora de las becas internacionales. Pues bien, a mí me dan igual.
La vista de Ignatson: suelo, moqueta, azul, quizá ¿sisal o felpa? Escritorio, rojizo, posiblemente caoba plastificada, armazón y patas de polietileno gris.
—Y no piense que es una cuestión de dinero. No se confunda, señor.
Encima del escritorio una placa alargada de madera con cuatro chapas incrustando un latón de simulado oro y serigrafiado en él siglas y un apellido: S. M. Dupré. A la izquierda cuadrado ventanal, doble acristalamiento, y tras la transparente protección los condominios de la reina, edificios del campus y tejados de casas de estudiantes, el cielo, la línea del horizonte y el mar azul eléctrico. Tras la decana y su trona, la pared pintada en miel y en ella tres cuadros colgados, un mueble cajonera alargado con dos posibles estantes tras sus puertas cerradas, a la derecha una librería con puerta acristalada y libros.
—Señor Strambotikus tiene los días, que digo los días, tiene las horas contadas aquí. No voy a permitir que en Trystonia se nos tome el pelo.
Dos cuadros, a lápiz, bosquejos de retratos de la decana. El cuadro, imponentes medidas, marco estilo barroco, dorado. Motivo: paisaje urbano. Inundado de techos picudos y casas de ladrillo rojo, una iglesia al fondo, edificios amurallados, en uno un reloj circular, no de sol, mecánico, un puente de piedra atraviesa el río, el agua de la ensenada refleja los edificios y sobre sus aguas atracan varios barcos, más cerca del espectador dos mujeres en la orilla ataviadas con faldones y cofia. La vista de Delft. Es un Vermeer.
—Firme la solicitud de renuncia —Sin desentrelazar las manos la decana deslizó tres hojas de papel reciclado gris, estaban grapadas, y con la punta de los meñiques las acercó hacia su interlocutor. El tono grisáceo de las páginas se fundía en una molesta lectura con la endeble impresión de varios párrafos numerados y solo al pie una rúbrica en tinta negra ensalzada por la tilde en Dupré y el sello rojo de Trystonia resaltaban sobre el fondo gris de las hojas. De las manos de la decana, todavía entrelazadas como un mazo, sobresalían los meñiques espigados y estos se posaron sobre una cuantía de cuatro cifras sobre la novena cláusula— y lea detenidamente la retribución más que adecuada a este cese injustificado.
Los estantes de la librería contenían un arcoíris de lomos, letras de distintas familias, tamaños, en un pulcro orden alfabético de autor: La vejez y el segundo Sexo, Beauv; Crimen y Castigo, Dosto; Las habitaciones de atrás, Frank; Psicopatología de la vida cotidiana, Freud; El maravilloso viaje de Nils Holgersson, Lager; La mano izquierda de la oscuridad, LeGui; Therese Desqueyroux, Mauri; La montaña mágica, Mann; Sobre el color y la armonía, Ausde…
—¿Me está escuchando señor Strambotikus?—Falta blanco en su despacho.—¿Cómo dice? —Por primera vez la decana desentrelazó las manos y ninguna bomba nuclear explotó.—Blanco. El color. No tiene ningún objeto blanco en el despacho.—El blanco no es un color.—¿Y el negro?—Pero… que más da. Firme aquí —Y le acercó una pluma estilográfica que él ni miró.—Mi máscara —Ignatson se tocó la tela que le cubría la cara—. Es Blanco Oscuro.—Ni el blanco ni el negro son colores.—En Guáltrapa sí.—No entremos en cuestiones religiosas…La interrumpió.—Lingüísticas.Ella bufó y dijo:—Me da igual. ¿Hace el favor de firmar o no?—¿Y las nubes del Vermeer? ¿De qué color son? —señaló al cuadro tras ella. La decana no se giró.—Son grises.—No, son blancas. Grises son las hojas de estos papeles —Y con el pulgar de la mano derecha, como si las hojas del documento legal le quemaran, las deslizó por encima del escritorio de vuelta a la decana.—¿Cómo se atreve?Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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January 9, 2021
Redescubrimiento (#RetoBradbury01)
«"¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?", y como los zorros solitarios y los gatos plañideros no le respondieron...»Crónicas marcianas (Ray Bradbury)En 2004, Ignatson Strambotikus se alojaba en Port Zelandè, un complejo turístico de cabañas en los Países Bajos. El día nuboso auguraba lluvia, pero salió a pasear de todos modos. De camino por las calles adoquinadas se encontró con un improvisado mercado de libro viejo, una decena de tenderetes, arcones de madera con ruedas, pasamanos y carpas triangulares a modo de techados imitaban a pequeña escala el Portobello Road británico o el Mercado de San Antonio español. Se fijó en el puesto que tenía delante, donde se desparramaban portadas llamativas de títulos rimbombantes y en medio de ellas un libro de color rosa pugnaba por destacar. Lo agarró y se lo acercó en demasía al rostro, no veía nada sin sus gafas, la librera al otro lado de la parada lanzó una mirada de extranjero-pesado-que-mira-mucho-y-no-compra, mientras, ajeno a ella, Ignatson ojeaba la portada en la que un gato caía. La ilustración reproducía la caída del felino en una secuencia dinámica en tres actos: a) cayendo de espaldas, b) girando sobre sí mismo y c) finalmente cayendo de pie. El título, Salva al gato, chirriaba un tanto con la imagen, pues el gato parecía apañárselas bien solito sin salvamento alguno. Al darle la vuelta y leer la sinopsis descubrió el que sería su primer libro sobre guionizaje de películas. El precio marcado a lápiz y en florines en la primera página aludía a un pasado monetario no muy lejano, pero nada acorde con la realidad; así, en esa ucronía temporal, llevó a modo de interrogante el dedo al precio marcado en la antigua moneda y la librera respondió levantando tres falanges. Ignatson movió la cabeza con aquiescencia, se sacó tres euros del monedero y los puso en la mano extendida de la mujer que acogió las monedas con una sonrisa forzada que intentaba borrar la otrora mirada de extranjero-pesado por una de extranjero-que-mira-mucho-y-que-finalmente-compra. Ignatson se puso la adquisición debajo de la axila y volvió a su cabaña. Un auténtico chollo los mercados de libro viejo. Encendió una lamparita y sentado en el escritorio —justo a tiempo, pues empezaba a llover— delante del inmenso ventanal en el que se deslizaban las gotas, leyó el manual con avidez, tomó notas de los entresijos de la industria de Hollywood y caviló sobre apuntes futuros para las clases en su taller de escritura.
La anécdota de Port Zelandè fue diluyéndose con el paso del tiempo hasta la mudanza de 2017, año en el que se mudó a Trystonia donde impartiría clases en la universidad de Idioma Guáltrapa. La universidad le cedía, sin coste alguno para él, una casa remodelada estilo Plymouth años veinte, una suerte, pues la mudanza la costeaba él y los quinientos kilómetros hasta Trystonia le habían salido por una cantidad bastante elevada. Los transportistas, sudorosos y con prisas, se afanaban en coger una caja, cruzar el jardín, traspasar el porche y amontonarla junto a otras, con más desconcierto que orden, en el comedor. En una de las idas y venidas, una caja reventó debido a la presión y un aluvión de libros se desparramó por el suelo. Los trabajadores se quedaron parados, pero Ignatson aireó la mano restándole importancia. Ya los recogeré yo más tarde, anunció. Los hombres no discutieron la orden, se dieron aún más prisa y en media hora cerraban el portón del camión, se despedían cordialmente y regresaban camino de vuelta al lejano hogar. Ignatson acercó una silla al mar de letras y se sentó encorvado sobre la orilla literaria, las manos pescaban los libros que un instante después apilaba en columnas organizadas por temática: estudios literarios, historia, psicología, filosofía, hermenéutica… hasta que apareció un antiguo libro de tapa rosa con un gato e inmediatamente las vacaciones en la cabaña de Port Zelandè se avivaron. Aparcó la libresca tarea de apilar y recuperó una postura más cómoda en la silla. Abrió el Salva el gato en la primera hoja marcada, pues tenía antaño la manía de doblar la esquina superior de los libros para recordar de esa manera pasajes especiales. El autor estadounidense ponía de ejemplo la primera secuencia de una película de Al Pacino para plasmar la importancia de la presentación del héroe en un guion cinematográfico, aunque aseguraba que el efecto resultaba de igual importancia en las novelas; la película de Al Pacino que tantos años después Ignatson aún no había visto no le evocaba ningún recuerdo especial, además, el tono escogido por el autor le disgustaba, un tanto pedante y con información de la que en gran parte disentía. ¡El viejo concepto del monomito y sus derivados que tan bien funcionaba en Hollywood! Eran temas que habían tratado con anterioridad Vogler y Campbell, en sus respectivos libros El viaje del escritor y El héroe de las mil caras. El redescubrimiento de un libro primerizo no siempre resulta halagüeño y las lecturas que Ignatson arrastraba no ayudaban en su magnanimidad para con el gato. En sus cavilaciones tampoco entendía por qué razón había escogido el autor, a modo de ejemplo para Salva el gato, la escena de la película de Al Pacino. ¿No hubiera sido mejor escoger a un joven Christopher Reeve, encarnando a Superman, sobrevolando el aire y acercándose con lentitud hasta las copas de un árbol donde rescataba a un gato blanco ante la atenta mirada de su sorprendida y balbuceante dueña adolescente? Ignatson avanzó más páginas buscando las dobleces en las esquinas de las páginas que su antiguo yo había marcado como puntos de interés. Leyó el método de los pasos, pufff, en desacuerdo, el llamado a la aventura, pufff y pufff, y a medida que pasaba páginas soltaba más y más bufidos. Cerró el libro y miró la caída del gato en tres actos, a) espalda, b) giro y c) aterrizaje. Sobre la tapa le dio un par de palmadas como si lo hiciera en la espalda de un viejo amigo al que le perdonara una ofensa y puso el libro encima de una de las pilas de portadas negras y letras rimbombantes, y sin más demora continuó la labor de pescador literario: separar, ordenar y apilar. Había mucho trabajo por delante, era jueves y empezaba las clases el lunes. Tenía que preparar el Reto Bradbury para sus alumnos.
#RetoBradbury #RBSemana01 #LetraheridosCierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Redescubrimiento
«"¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?", y como los zorros solitarios y los gatos plañideros no le respondieron...»Crónicas marcianas (Ray Bradbury)En 2004, Ignatius B.P. se alojaba en Port Zelandè, un complejo turístico de cabañas en los Países Bajos. El día nuboso auguraba lluvia, pero salió a pasear de todos modos. De camino por las calles adoquinadas se encontró con un improvisado mercado de libro viejo, una decena de tenderetes, arcones de madera con ruedas, pasamanos y carpas triangulares a modo de techados imitaban a pequeña escala el Portobello Road británico o el Mercado de San Antonio español. Se fijó en el puesto que tenía delante, donde se desparramaban portadas llamativas de títulos rimbombantes y en medio de ellas un libro de color rosa pugnaba por destacar. Lo agarró y se lo acercó en demasía al rostro, no veía nada sin sus gafas, la librera al otro lado de la parada lanzó una mirada de extranjero-pesado-que-mira-mucho-y-no-compra, mientras, ajeno a ella, Ignatius ojeaba la portada en la que un gato caía. La ilustración reproducía la caída del felino en una secuencia dinámica en tres actos: a) cayendo de espaldas, b) girando sobre sí mismo y c) finalmente cayendo de pie. El título, Salva al gato, chirriaba un tanto con la imagen, pues el gato parecía apañárselas bien solito sin salvamento alguno. Al darle la vuelta y leer la sinopsis descubrió el que sería su primer libro sobre guionizaje de películas. El precio marcado a lápiz y en florines en la primera página aludía a un pasado monetario no muy lejano, pero nada acorde con la realidad; así, en esa ucronía temporal, llevó a modo de interrogante el dedo al precio marcado en la antigua moneda y la librera respondió levantando tres falanges. Ignatius movió la cabeza con aquiescencia, se sacó tres euros del monedero y los puso en la mano extendida de la mujer que acogió las monedas con una sonrisa forzada que intentaba borrar la otrora mirada de extranjero-pesado por una de extranjero-que-mira-mucho-y-finalmente-compra. Ignatius se puso la adquisición debajo de la axila y volvió a su cabaña. Un auténtico chollo los mercados de libro viejo. Encendió una lamparita y sentado en el escritorio —justo a tiempo, pues empezaba a llover— delante del inmenso ventanal en el que se deslizaban las gotas, leyó el manual con avidez, tomó notas de los entresijos de la industria de Hollywood y caviló sobre apuntes futuros para las clases en su taller de escritura.
La anécdota de Port Zelandè fue diluyéndose con el paso del tiempo hasta la mudanza de 2017, año en el que se mudó a Trystonia donde impartiría clases en la universidad de Idioma Guáltrapa. La universidad le cedía, sin coste alguno para él, una casa remodelada estilo Plymouth años veinte, una suerte, pues la mudanza la costeaba él y los quinientos kilómetros hasta Trystonia le habían salido por una cantidad bastante elevada. Los transportistas, sudorosos y con prisas, se afanaban en coger una caja, cruzar el jardín, traspasar el porche y amontonarla junto a otras, con más desconcierto que orden, en el comedor. En una de las idas y venidas, una caja reventó debido a la presión y un aluvión de libros se desparramó por el suelo. Los trabajadores se quedaron parados, pero Ignatius aireó la mano restándole importancia. Ya los recogeré yo más tarde, anunció. Los hombres no discutieron la orden, se dieron aún más prisa y en media hora cerraban el portón del camión, se despedían cordialmente y regresaban camino de vuelta al lejano hogar. Ignatius acercó una silla al mar de letras y se sentó encorvado sobre la orilla literaria, las manos pescaban los libros que un instante después apilaba en columnas organizadas por temática: estudios literarios, historia, psicología, filosofía, hermenéutica… hasta que apareció un antiguo libro de tapa rosa con un gato e inmediatamente las vacaciones en la cabaña de Port Zelandè se avivaron. Aparcó la libresca tarea de apilar y recuperó una postura más cómoda en la silla. Abrió el Salva el gato en la primera hoja marcada, pues tenía antaño la manía de doblar la esquina superior de los libros para recordar de esa manera pasajes especiales. El autor estadounidense ponía de ejemplo la primera secuencia de una película de Al Pacino para plasmar la importancia de la presentación del héroe en un guion cinematográfico, aunque aseguraba que el efecto resultaba de igual importancia en las novelas; la película de Al Pacino que tantos años después Ignatius aún no había visto no le evocaba ningún recuerdo especial, además, el tono escogido por el autor le disgustaba, un tanto pedante y con información de la que en gran parte disentía. ¡El viejo concepto del monomito y sus derivados que tan bien funcionaba en Hollywood! Eran temas que habían tratado con anterioridad Vogler y Campbell, en sus respectivos libros El viaje del escritor y El héroe de las mil caras. El redescubrimiento de un libro primerizo no siempre resulta halagüeño y las lecturas que Ignatius arrastraba no ayudaban en su magnanimidad para con el gato. En sus cavilaciones tampoco entendía por qué razón había escogido el autor, a modo de ejemplo para Salva el gato, la escena de la película de Al Pacino. ¿No hubiera sido mejor escoger a un joven Christopher Reeve, encarnando a Superman, sobrevolando el aire y acercándose con lentitud hasta las copas de un árbol donde rescataba a un gato blanco ante la atenta mirada de su sorprendida y balbuceante dueña adolescente? Ignatius avanzó más páginas buscando las dobleces en las esquinas de las páginas que su antiguo yo había marcado como puntos de interés. Leyó el método de los pasos, pufff, en desacuerdo, el llamado a la aventura, pufff y pufff, y a medida que pasaba páginas soltaba más y más bufidos. Cerró el libro y miró la caída del gato en tres actos, a) espalda, b) giro y c) aterrizaje. Sobre la tapa le dio un par de palmadas como si lo hiciera en la espalda de un viejo amigo al que le perdonara una ofensa y puso el libro encima de una de las pilas de portadas negras y letras rimbombantes, y sin más demora continuó la labor de pescador literario: separar, ordenar y apilar. Había mucho trabajo por delante, era jueves y empezaba las clases el lunes. Tenía que preparar el Reto Bradbury para sus alumnos.
#RetoBradbury #RBSemana01 #LetraheridosCierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
December 18, 2020
10º Aniversario Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Este día, 19 de diciembre de 2020, cumplimos nuestro décimo aniversario.
Nos hace mucha ilusión celebrar con vosotros un año más.
Pues a pesar de los malos momentos, de las tristezas y de las despedidas, vale la pena vivir, celebrar y atesorar cada uno de nuestros días en este amado planeta al que llamamos Tierra.
Para los amantes de los retos, os dejamos un pequeño cuestionario festivo. ^_^
Abrazos, estimados.
December 5, 2020
Sinombre
Soy una historia, una historia sin nombre. Las historias nacemos, por lo general, desde una letra capitular, aunque hay algunas hermanas que no poseen dicho capitulamiento y, simplemente, empiezan con una palabra o con un carácter suelto, individual, desapegado del cuerpo, algunas historias más atrevidas incluso se permiten empezar con la extravagancia de un signo de puntuación en ese extraño postureo de diva, de romper el lenguaje escriben algunos.Yo soy una más de esas historias, solitaria y perdida entre los pliegues insondables de la imaginación, soy…
—Hola.
¿Alguien que se dirige a mí? Estoy segura, es una persona tras esa raya larga de inicio de diálogo, pero tras ese escueto saludo me pregunto, ¿quién será?, ¿será amable?, ¿será mujer?, ¿será hombre?
—Soy el lector.
Cómo me gustaría intercambiar un diálogo con él, pues supongo que lector se refiere a un hombre y no lo usa una mujer de manera genérica, pero que tonterías digo, divago antes de lo que sé que vendrá, unos espeluznantes y misteriosos puntos suspensivos… (aunque de tanto uso los tres dichosos puntitos se volvieron de todo menos espeluznantes y misteriosos, sé, como han dicho otras historias que yo, que el abuso es la muerte de lo nuevo).
—Encantado de conocerte.
¡Qué ternura! Un lector que realmente se preocupa por una historia. Mis hermanas me lo advirtieron, me dieron a conocer el bestiario lector repleto de seres con sus distintas tipologías. He tenido suerte, el mío es amable. Sé todo esto porque una historia conoce lo que el resto del historias han conocido desde su creación hasta su desaparición, sabemos todo desde el minuto cero de nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y, en ese lapso, cada una se lo transmite al resto en cadena, tal vastedad de información me supera y difícilmente podría explicaros los mecanismos de porque esto sucede, pero así es. Todas conocemos las otras historias, también a sus lectores y lectoras, oh, sí, ya lo creo, en nuestro breve periplo por este océano de imaginación y letras, por un breve instante, os conocemos y nos conocemos. Sé que nací con la tara de ser una historia breve, si acaso la brevedad pudiera ser tildada de peyorativa, pero sé que no duraré mucho en este mundo, aunque seré releída y recordada tiempo después del temido punto final. Quién me haya creado quizá no ha tenido tiempo o quizá ganas o, peor aún, ni voluntad de convertirme en más duradera, pero tampoco se lo recrimino, pues cada historia escapa, desde el momento de su creación, a su propio creador. Una historia dura lo que tiene que durar, ya está escrito en algún lugar tranquilo, algunos lo nombran como el Contigüüüm, pero solo es un nombre de tantos otros, un sinónimo, un heterónimo, un símil lingüístico para designar de manera distinta idénticos conceptos; tampoco importa si me han creado como un esbozo y ese esbozo crecerá y crecerá en el tiempo hasta convertirse en una novela o si por el contrario perecerá después de este instante, pero puedo permitirme soñar, quizá incluso llegue a ser una saga, eso sí estaría bien, me daría un tiempo de vida más longevo, más duradero, pero es igual, tampoco importa, seguiría siendo efímera, pues ni la más larga de las más extensas novelas dura todo el tiempo, nada escapa a ese concepto estúpido y efímero: «[…] fugit».Antes de acabar, me gustaría destacar que tampoco es necesaria esa búsqueda de un conflicto, ni siquiera de algo que decir, ni tampoco unos diálogos interesantes ni unos personajes profundos o identificables, muchas de mis hermanas nacieron con esos principios, y palidecieron, igual que otras, sin ser recordadas, olvidadas, no importa nada de ello para perdurar.
—Adiós.
Sí, sí, adiós, amigo mío, adiós. Lo único que importa es haber vivido. Eso es lo que querría transmitir, ese ha sido mi objetivo desde el inicial «Soy […]», el fin con el que fui creada y que ahora, acercándose mi final, ya puedo desvelar sin tampoco mucho histrionismo. Una historia mundana entre tantas otras. Gracias por leer. Sed felices y aprovechad vuestro […].
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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
November 13, 2020
Amigos búhos celebran 5º cumpleblog (^_^)
En esta ocasión, un cumpleblog de unos estimados amigos blogueros —de los que pasaremos a hablar en breve— nos invita a escribir una breve reflexión sobre el tiempo.
¿Qué es el tiempo?Los humanos no lo saben, pueden medirlo, usarlo en una manera abstracta, en fórmulas, en juegos, en frases hechas, ¡cuánto tiempo queda!, ¡qué poco tiempo hay!, incluso notarlo en sus carnes; sin embargo, no consiguen dominarlo, sintetizarlo, asirlo, comprenderlo en todas sus formas, geometrías y perspectivas, porque de hacerlo, el tiempo, ya no tendría ningún secreto para ellos y, al fin, serían inmortales…
Nuestro amigos Búhos cumplen 5 años en su blog y esto merece ser celebrado.
Hace un tiempo, nos pusimos en contacto con ellos para enviarles un libro de nuestra cosecha aquiescente, pues los búhos son grandes lectores, aceptan libros y los reseñan. El libro, como comentábamos, llegó a buen puerto y fue reseñado por ellos.
Pero ¿qué libro es ese? Y ¿dónde está ese blog de Búhas y Búhos?
Pueden descubrir más sobre nuestros amigos búhos al seguir estos enlaces.
¡Ululantes saludos, amigos!
5º cumpleblog Búho.https://buhoevanescente.blogspot.com/2020/11/cumpleanos-buho.html
Hace unos años... (2017)http://buhoevanescente.blogspot.com/2017/05/resena-documental-sobre-la-gran-fumada.html
Smoking Deadhttps://buhoevanescente.blogspot.com/2020/11/racconto.html
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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
November 5, 2020
Resexpósibros: El estudiante de Salamanca (José de Espronceda)
«Era más de media noche, antiguas historias cuentan, cuando en sueño y en silencio lóbrego envuelta la tierra, los vivos muertos parecen, los muertos la tumba dejan»El estudiante de Salamanca (José de Espronceda)Un relato corto de José de Espronceda, escrito allá en 1840, con un personaje atípico para la época, pues Don Félix de Montemar, el protagonista, no nos sale con ser un caballero surgido tal novela de caballerías; no, es un canalla, un crápula, un truhan, un mujeriego…
Sus malas virtudes no poseen parangón. Un texto arriesgado para Espronceda, pues, en la época, los lectores no estaban habituados a este tipo de personajes acanallados.
Espronceda prepara un maridaje con sus gustos hacia otros personajes atípicos coetáneos del suyo, como son el Don Juan Tenorio, el Fausto de Goethe o Sardanápalo de Lord Byron; en algún caso manifiesta el parecido abiertamente.
«Segundo don Juan Tenorio, alma fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor: Siempre el insulto en los ojos, en los labios la ironía, nada teme y toda fía de su espada y su valor».
El texto lóbrego, decadente y también fantasmal, recuerda al estilo gótico de terror del siglo XIX. Iglesias de picos afilados, sombras espectrales que cruzan la calle, castillos de altos muros donde acechan los soldados, el viento y el entorno, siempre de noche, siempre oscuro…
«El cielo estaba sombrío, no vislumbraba una estrella, silbaba lúgubre el viento, y allá en el aire, cual negras fantasmas, se dibujaban las torres de las iglesias, y del gótico castillo las altísimas almenas, donde canta o reza acaso temeroso el centinela».
Don Félix mata al amor, mata al juego, mata al acero; y, por matar, hasta a La Muerte intenta cortejar. ¿Conseguirá salir vivo de ese juego?Rescatado de los iniciales versos:
«Una calle estrecha y alta, la calle del Ataúd…».
En las primeras palabras, se anticipa un posible final ciertamente nefasto.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


