S. Bonavida Ponce's Blog, page 18
August 18, 2019
Cuatro mentiras, una verdad (2 de 2)
Frances. 15 de agosto de 1921«Querida, Joe. Me apenó mucho saber acerca de la muerte de Theetling. Recuerdo su pelaje oscuro y los pequeños colmillos que le asomaban cuando reía. Espero descanse en paz bajo el brezo de flores blancas. Yo también estoy apenada, aunque no falleció ninguna hada, persona o animal. El asunto de las hadas se ha tornado un poco extraño, además Elsie está distante, y aunque tía Polly me ha invitado a Cottingley otra vez, parece que vendrá el señor Hodson, no recuerdo el nombre del caballero, pero dicen, es un hombre que puede ver hadas y espíritus por igual. Forma parte de ese grupo de tía Polly. Me da la sensación de que me inviten solo por él, pues durante los cinco días que estuve alojada en casa de tía Polly, solo hablamos de las hadas. Me encantan, pero me cansé un poco. El señor Hodson era muy amable, en demasía amable, pero insistía en salir solo para fotografiar hadas y tomar notas. En ocasiones nos señalaba una charca o una parte del arroyo donde decía que veía elfos, gnomos o hadas, pero, sinceramente, yo no veía nada. Elsie asentía hastiada. Ya no es la misma de antes, creo que se ha hecho mayor. Durante horas el señor Hodson tomó notas de las ninfas de agua, los elfos de madera, las hadas, los gnomos y los brownies que él decía ver. Me sonreía ante mi sorpresa y me comentaba que él estaba instruido para ver aquellos seres que yo aún no podía ver. Durante los cansados días que estuve en Cottingley no vi ni un hada, aunque Elsie sí afirmó al señor Hodson que alguna vio por ahí. No creo que vuelva otra vez a Cottingley, nada es como antes, ya no veo hadas, ni Elsie es la misma, tío Arthur está triste y tía Polly está rara. Te envío tres lirios blancos que recogí del arroyo, puedes ponerlos a los pies de la tumba de Theetling y, sí puedes, rezar una oración por su alma animal. En ocasiones añoro África».
Frances. 2 de diciembre de 1922«Querida, Joe. Muchísimas gracias por enviarme el recorte de periódico del Cape Town Argus. Se lo he reenviado a prima Elsie, pero no sé si le gustará la idea. La última vez que nos vimos me dijo que le cansaba toda la historia de las hadas, que ya éramos mayores y que no teníamos edad para tonterías, y menos para fotografías. No entiendo porque dijo todo eso, si nos habíamos llevado tan bien con ellas e incluso con los gnomos, aunque en ocasiones estos últimos fueran un poco grotescos. No sé qué pensar, en todo caso, seguro que se quedará tan sorprendida como yo al ver el recorte de periódico de Sudáfrica y, seguro, sentirá vergüenza como yo al ver una carta nuestra en la que hablábamos de ellas. No sé, Joe, en ocasiones me parece que debería olvidarme de ellas, a muchas personas no les gusta lo que hicimos o lo que dijimos de las hadas. Elsie tampoco parece muy predispuesta a seguir con el juego, es una lástima, me sentía tan en paz con ellas. En ocasiones desearía no haberme ido nunca de Sudáfrica, pero claro, en África no hay hadas, cada vez estoy más segura que no le gustan los climas cálidos. Aquí hace mucho frío, es una suerte que estés en África, ahora seguro que hace mucho calor. Saludos, querida Joe y gracias por el recorte».
En 1926 Elsie contaba con 22 años y Frances con 16.Frances se casó con el soldado Sydney Way en 1928 y vivió en Ramsgate.Murió en 1986 a los 78 años.Frances mantuvo hasta el día de su muerte que, en el jardín, había habido hadas.
Más información: «The coming of fairies» (La llegada de las hadas), Arthur Conan Doyle.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on August 18, 2019 03:30
August 13, 2019
Cuatro mentiras, una verdad (1 de 2)
«En Julio de 1917, dos primas, Elsie Wright y Frances Griffith, originarias de Cottingley (Inglaterra), tomaron una serie de cinco fotografías. Las imágenes muestran a las dos jugando con unas hadas. Elsie contaba con 16 años y Frances 10. De adultas, en 1981, las dos mujeres admitieron haber falsificado todas las fotografías excepto una, pero insistieron en que realmente habían visto a las hadas».La llegada de las hadas (Arthur Conan Doyle)Frances. 9 de noviembre de 1918.«Querida Joe, espero que estés bien. Te escribí otra carta, pero seguramente se extravió. ¿Juegas con Elsie y Nora Biddles? Ahora estoy aprendiendo francés, geometría, cocina y álgebra en la escuela. Papá volvió de Francia la semana pasada después de estar allí diez meses, y todos pensamos que la guerra se acabará en unos pocos días. Colgaremos nuestras banderas en nuestra habitación. Te envío dos fotos, ambas mías, una en la que estoy en bañador en el arroyo de nuestro patio trasero, que tomó el Tío Arthur, mientras que la otra soy yo con varias hadas en el arroyo, que tomó Elsie. ¿Cómo están Teddy y Dolly? Elsie y yo nos hemos hecho muy amigas de las hadas del arroyo. P.D.: Es curioso que nunca las vi en África. Debe hacer demasiado calor allí para ellas».
Frances. 23 de agosto de 1919.«Querida Joe, muchas gracias por enviarme las fotografías con Teddy, Dolly, Nora y Elsie de vuestro paseo por la montaña, son muy bonitas. A la protea seca que me enviaste entre los pliegues de las páginas se le cayeron todas las hojas menos una, supongo que la marchita flor no aguantó bien el viaje. La he guardado en el libro de francés para recordarte. La tía Polly fue a una reunión de esas en las que hablan de fantasmas y espíritus, pero en esa ocasión hablaron de hadas, y ¿no te imaginas lo que hizo tía Polly? Les enseñó las fotos de las hadas en las que salíamos Elsie y yo. Parece que a los mayores les gusta mucho, e incluso, quizá nos pidan más fotos. Elsie está un poco asustada, dice que deberíamos parar, que no está bien ni para las hadas, ni para los mayores, ni para nosotras, pero si tanto desean fotografías de ellas, ¿por qué no las podemos hacer? Espero que no haga mucho frío por Sudáfrica, aquí, por el contrario, tenemos bastante calor».
Frances. 24 de julio de 1920 «Querida, Joe. Ahora vivo en Scarborough, pero este verano me volveré a encontrar con tía Polly, tío Arthur y Elsie, en Cottingley. Me han invitado porque el señor Gardner, del club de tía Polly, tenía muchas ganas de conocernos, a nosotras, y a nuestras amigas las hadas. Tenía muchas preguntas y me envió una misiva, incluso más larga que las tuyas y las mías, preguntándome acerca de nuestras amigas. Le contesté hace dos semanas, porque a Elsie y a mí nos encantan las hadas, y somos amigas de ellas desde hace tiempo. Al principio se mostraban un poco tímidas y, aunque al principio se dejaron fotografiar, también había un gnomo con ellas que les desaconsejaba las fotografías. Ese pequeño gnomo no es un ser maligno, como suele afirmar la creencia popular, pero es un poco huraño y nos advierte que por nuestra seguridad y la de ellas, no deberíamos tomar fotografías. Asegura que los adultos volverán todo del revés, incluso que nos volverán a Elsie y a mí, la una contra la otra. Creo que exagera un poco, después de todo es un poco cascarrabias y no es tan amable como las hadas. Queridísima Joe, han pasado tantas cosas en este tiempo, ojalá estuvieras aquí. El señor Doyle, el escritor de Sherlock Holmes nos escribió y estuvo carteándose con tío Arthur que, casualidad, los dos se llaman igual; tía Polly dice que las casualidades no existen y que es síntoma inequívoco del destino. El señor Doyle cree en las hadas, y así lo escribe en su periódico, el Strand Magazine. Al parecer también se cartea con el señor Gardner a quien vimos en Cottingley durante unos días, quien, muy cargado, apareció con dos cámaras más modernas y grandes que la de tío Arthur, pero cuando fuimos de excursión por el arroyo y la pequeña cascada las hadas no aparecieron. El único que sí apareció, pero de manera fugaz, fue el gnomo, aunque el señor Gardner no lo vio, solo yo, y creo que Elsie tampoco, está un poco rara, parece que le moleste hablar de nuestras amigas, o quizá estaba de malhumor por culpa de la niebla; esa tarde había mucha bruma, y ya sabíamos, Elsie y yo, que a las hadas no les gusta salir con ese tiempo, pero el señor Gardner insistió tanto. El gnomo se burlaba escondido entre los helechos y la bruma. Con el dedo apunté donde se encontraba gnomo burlón y, rápidamente, el señor Gardner apuntaló la cámara fotográfica en la dirección que le señalé y cogió una fotografía, pero no creo que se viera bien, el gnomo se movía muy rápido. Es la primera vez que lo vi tan enfadado. Perdona si me he extendido mucha en esta carta. Cuéntame que tal por África, ¿iréis a la montaña con el resto de amigas? Da muchos saludos a todos por allí».
Continúa en la segunda parte (pronto)...
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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on August 13, 2019 05:01
August 5, 2019
Urbanidad antenada
«El inútil apremio de la hormiga atareada,y al fin de tanto esfuerzo, de tanto afán prolijo [...]La tristeza, el trabajo y el amor para nada» Ezequiel Martínez EstradaLa salida del túnel mostraba la luz del día, ella, una más en la masa amorfa de hermanas invertebradas, no tenía nombre, las antenas seguían el olor depositado en la tierra por las hermanas-exploradoras, y, tras el rastro de feromonas, partían en pos del alimento.
Confiaba en que el oloroso cordón invisible la llevara al destino. Subió un terraplén, delante de ella una hermana seguía a otra, que seguía a otra, así en una interminable hilera, y, detrás de ella, en idéntica situación, la misma interminable sucesión de hermanas.Pasado el terraplén, torció a la derecha, las raíces de un gigantesco pino le trajeron una evocación al vislumbrar un agujero oscuro y afianzado en torno a las raíces, rodeado de una tela viscosa, en él reposaban patas, antenas y cabezas; el lugar de una batalla, el mismo árbol donde mataron, tiempo atrás, a una araña rojiblanca, la exreina de ese dominio; lo blanco y lo rojo es enemigo de lo negro, ellas eran de ese último color, negro, seis patas peludas negras, antenas negras, dermis de igual pigmentación adornada con una cintura fina; la naturaleza no las moldeó fuertes contra los enemigos, pero afortunadamente las hizo numerosas. La batalla contra la colosal reina araña, desmedida, decenas de hermanas muertas, despedazadas por abdomen, antenas, cuellos o, las más afortunadas, alguna pata. Los miembros oscuros se resecaban al sol en el campo de batalla, y, a pesar de las numerosas perdidas, mataron a la enemiga. La colonia sobrevivía.De vuelta con la comida, asida entre las pinzas de la boca, la depósito en el habitáculo recién excavado por las hermanas-constructoras, debajo del habitáculo de los hongos cultivado por las hermanas-granjeras. Nuevos habitáculos se abrían cada día, de regreso, pasó por la estancia de las pupas, capullos traslúcidos con las nuevas crías. Las antenas le transmitieron las condiciones óptimas del entorno, calor y humedad apropiados, una tarea de la que se encargaban las hermanas-parteras, sabía de su nombre y condición por otras, pero de esas hermanas y de la Reina solo las conocía por rumores antenados, transmitidos en los minúsculos asuetos en torno al agua depositada en alguna hoja, el único descanso diario. Gracias a los rumores conocía a las escogidas hermanas-guardianasde la entrada a la cámara real. Se escogían entre las hermanas de pinzas más grandes, armazón más resistente y antenas cortas, tras ellas la Reina, y a su espalda, los capullos resguardados del frío, lejos del alcance de los enemigos, defendido por la laberíntica red de túneles y las propias hermanas-guardianas. Así, en perfecta armonía, la colonia sobrevivía.El tiempo del frío se adelantaría, lo notaba en sus antenas con una intuitiva percepción, un cambio asociado a los olores del fin de la época caliente. La comunidad no soportaría el tiempo frío si no recolectaban comida, más comida, cantidades ingentes de alimento y la colonia sobrevivía.¿Qué importa la individualidad si la colectividad supervive?Revivió con dolor, le vino a la memoria esa línea de feromonas infinita que era su vida de hermana-obrera. Las hermanas-granjerascon sus hongos, ella misma, una hermana-obrera portadora del sustento vital, las hermanas-constructoras que erigían precisos pasadizos y habitáculos, la Reina con su cohorte de impresionantes defensoras, los capullos la esperanza y la nueva vida.¿Qué importa una misma si viven otras más?El fugaz pensamiento, anclado en un dolor profundo, un dolor que se intensificaba, le evocaba a la familia. Y sintió una última punzada mientras el escarabajo negro le oprimía más y más el cráneo, revolvía frenética e indefensa patas y cuerpo, ella a su vez atenazaba inseparable la antena del enemigo, aunque la partiera por la mitad no la soltaría, troncaría aquella antena enemiga con su propia vida. Las otras hermanas atacaban en igual frenesí; cayó descoyuntada al suelo, percibía los últimos movimientos a su alrededor, desde las puertas del túnel de salida olió los lejanos puntos luminosos anclados en la infinita oscuridad, su fugaz leitmotiv estuvo a punto de completarse en una última evocación: «La colonia...».
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on August 05, 2019 02:03
July 28, 2019
Lecturas Bostonianas
«El hombre es la suma de sus fantasías» Henry James
A Jewett le molestó que Annie no recolocara el libro, una vez acabado de leer, en el estante que le correspondía de la librería.
—Querida, ¿podrías hacerme el favor?
Annie se tapó la boca con la mano, y Jewett observó en su compañera, a través del espacio entre las finas falanges, como se le curvaba la comisura del labio en una sonrisa maliciosa. Annie desapareció de la estancia sin decir nada, pero huyó, como una niña juguetona, acompañada de una casi inaudible risa traviesa. Jewett le llevaba solo cinco años, pero le molestaba actuar como la hermana mayor o, peor aún, como una inexistente madre. Jewett enarcó las cejas, enarboló un bufido por bandera, se levantó de la silla de su escritorio y se dirigió al pequeño ejemplar abandonado por Annie en la silla y, así, se fijó en el título, Naná, y en el autor, Émile Zola.
«Que cosas de leer, mi Annie», pensó Jewett mientras se ruborizó. Suerte que Annie no estaba, su compañera se hubiera percatado del aumento de color en las mejillas y le hubiera lanzado alguna pícara gracieta que, sin lugar a duda, la sonrojaría todavía más.
«Naná. Una prostituta, nada menos. ¡Que cosas!», iba devolverlo a la estantería, pero lo abrió y estuvo leyéndolo un rato. Después lo depositó sobre su propio escritorio.
⁂
—¿Te gusta? —preguntó Annie a la par que acompañaba la cuchara a los labios y tragaba un líquido amarillento, una sopa de puerros, preparada por ambas para cenar.
Dos velas alumbraban el austero comedor y las sombras creaban efectos sinuosos en los rostros y figuras de las dos mujeres. La pregunta tomó por sorpresa a Jewett, quien bajó su cuchara sin llegar a probarla.
—Aún no la he probado —dijo mirando su plato—. Como habrás podido comprobar.—No, bobita mía —rio Annie ante la seriedad de la otra—. Digo, sí te gusta Naná —Annie mostró aquella sonrisa maliciosa que enervaba tanto a Jewett.—Que lecturas, querida, por favor. Ya podrías leer a los clásicos.Las palabras le surgieron atropelladas y, aunque en la mirada de Jewett no había desprecio, sí había un poso de algo más indescifrable.
—Je, je —A la risa de Annie le precedió una sonrisa y pronto, a la risa confidente, la acompañó una mirada penetrante clavada en los ojos de su compañera—. Pero también la estás leyendo.
Jewett se ruborizó y, apresuradamente, se llevó una cucharada a la boca.
⁂
—Jewett, Jewett —La voz de Annie surgió premurosa de su habitación.
Jewett caminaba por el corredor sosteniendo una vela, iba camino de su propia habitación, cuando escuchó la repetición de su nombre. Acudió a la puerta entornada de la habitación de Annie e introdujo medio cuerpo en el umbral de la puerta.
—¿Qué te ocurre ahora? —La pregunta de Jewett quiso ser molesta, pero no le salió el tono.—Tengo mucho frío.—Te acerco otra manta.
Un pequeño silencio, el cuerpo de Annie tembló bajo las sábanas y la manta.
—¿Por qué no dormimos abrazadas? Como aquella vez.
Jewett se estremeció. La vela creaba extraños claroscuros en la habitación, sobre todo en los bajos de las sábanas de Annie, donde las sombras subían de abajo a arriba, como oscuras manos que quisieran agarrar el cuerpo de su compañera. No dijo nada y se quedó de pie observando el tembloroso cuerpo de su compañera y las sombras que danzaban desde el suelo hasta el techo.
—Por favor, Jewett, sé buena y apiádate de mí, tengo mucho mucho frío.
Jewett dio un paso, después otro, alcanzó con lentitud la linde del camastro. Las sombras, ante la cercanía de la vela, huyeron de la cama. Depositó la vela en la mesita de noche, descorrió la manta y la sábana, el cuerpo de Annie se estremeció un poco, solo el tiempo en que Jewett tardó en acurrucarse a la espalda y taparse de nuevo con el ropaje de cama. Annie cerró los ojos, también Jewett, quien giró la cabeza y de un bufido apagó la vela. Rodeadas como estaban de oscuridad, Jewett no pudo ver la sonrisa maliciosa formada en el rostro de su compañera, una sonrisa que, sin lugar a duda, la hubiera enervado mucho.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on July 28, 2019 03:11
July 21, 2019
Misivas: el juego de Edgardo
«Una carta no se ruboriza».Cicerón«En 1971, Edgardo Antonio Vigo, uno de los pioneros del arte-correo en Argentina, creó un personaje ficticio llamado Otto von Mach. Vigo enviaba cartas a este personaje a direcciones inventadas en países remotos. Las cartas enviadas le eran devueltas, quedando registrado en cada sobre el itinerario realizado por la misma, su entrada y salida de los diferentes países, las fechas, los informes del cartero que rezan “Destinatario desconocido”, “Dirección inexistente”, etcétera».
⁂
Tomé la idea prestada de Edgardo y cada mes, en un estricto intervalo bisemanal, me lancé a la tarea de escribir una misiva a una dirección aleatoria. A diferencia del escritor argentino, aproveché las nuevas tecnologías brindadas por el vasto internet, escogía ubicaciones existentes en Google Maps y seleccionaba en el mapamundi, un país al azar de alguno de los que tuvieran una extensa población de hispanos hablantes: Filipinas, Argentina, México, Perú, España o Estados Unidos. Me alejaba de las grandes urbes pobladas y me fijaba en las pequeñeces del extrarradio, en las minúsculas calles situadas en los arrabales de los núcleos urbanos. Una vez fijada una zona, indagaba en los evocadores nombres del callejero, daba un aumento, hasta obtener un número identificable e inmediatamente sobrevenía la parte más aburrida, detectar la zona y obtener su respectivo código postal. En el interior de la carta viajaba la misma historia, repetida en esencia con ligeras variaciones, escrita y reescrita en cada ocasión con una vetusta máquina de escribir, una Olympia con un carácter desvencijado, la letra zeta, que, en el momento de imprimirse en la hoja en blanco, se torcía de manera extraña:
«Querido padre, ¡feli z día de tu cumpleaños! No me conoces. Mi madre me dijo que habías muerto. No fue hasta hace poco, a raí z de leer el diario de mi fallecida madre que descubrí acerca de tu existencia. Es por ello que me animo, en esta escueta misiva, a escribirte y desearte felicidad en tu próximo cumpleaños. No deseo extenderme más, pues no sé si todavía vives en esa dirección o si deseas recuperar los la z os que nos unen. En todo caso, feli z cumpleaños de parte de tu hijo».
Mi padre murió cuando apenas era un bebé, no recuerdo su cara, una cirrosis se lo llevó, de más adulto falleció mi madre, y ya obtuve el graduado cum laude en orfandad. La Olympia, con su molesto defecto en la zeta, formaba un particular recuerdo de mi madre que la usaba a menudo y, a partir de datos reales de mi vida como huérfano, recreaba la farsa irreal donde un hijo descubría la existencia de su padre perdido, visos irreales enmascaraban el intrigante asunto recreado en mi morbosidad.Cada dos semanas me dirigía a una oficina postal. En total, trece oficinas distintas para no levantar sospechas. Certifiqué cada una de aquellas cartas, a pesar del dispendio adicional que suponía, pero de esa manera conocía los detalles e, igual que Edgardo, recibía indicaciones de rutas, caminos y giros por los que habían viajado. Al encontrarse certificadas en todas se incluía mi dirección.
⁂
En siete años, con sus 168 cartas, la mayoría fueron devueltas y las que no, supuse, habían sido perdidas. En ningún caso había recibido contestación. No, al menos, hasta ese día, en que recibí respuesta a una de ellas.
«Hijo, hijo estimado. Qué gusto saber de ti. Tu existencia me era desconocida, no pude imaginar por un momento que yo y tu madre... Nos conocimos hace años, en el pueblo, yo trabajaba en el verano, en los campos y estuvimos un par de veces juntos, ya sabés, era muy bonita, con su larga melena morena y su lunar cerca de la oreja, aunque estuve solo tres meses y cuando después marché afuera del pueblo, a seguir trabajando, anduve muy perdido por Europa y tiempo después acabé en Argentina... No sabía, no pude imaginar. Me gusta ver que aún conservas la vieja Olympia de zetas rotas que le regalé. Por favor, me gustaría cartearme contigo. Abrazos afectuosos, tu padre. O.V.M.».
Leí la carta tantas veces seguidas que perdí la cuenta. Mi verdadero padre había muerto de cirrosis, ¿de qué pueblo hablaba? ¡Qué yo supiera mis padres siempre habían vivido en la ciudad! Giré la carta de envío ordinario para averiguar el remitente, pero solo indicaba una dirección argentina, Imorigue du Crayón, el anverso no incluía ningún nombre de persona. En el interior había incluido una copia de mi carta original mecanografiada. ¿Qué me estaba contando aquel hombre de siglas O.V.M? Esas siglas, ¿me recordaban a algo? Sí, caí en la cuenta, Otto von Mach, el personaje de Edgardo. ¿Alguien me estaba devolviendo la broma? Pero si era una estúpida gracieta, ¿cómo sabía el modelo de mi máquina de escribir? ¿Acaso el fallo del carácter zeta era un defecto de fábrica reconocible en las Olympias que yo desconocía? Pero, ¿cómo acertó el color del pelo de mi madre? Quizá se había arriesgado aventurando la tonalidad y, llevado por una apostada aleatoriedad, haber acertado de casualidad, pero ¿también era casualidad el lunar en la oreja? Mi padre, mi verdadero padre existió, murió de cirrosis, no era el hombre detrás de la carta. ¿Cómo lo había hecho? Y mientras dudaba del prestidigitador al otro lado, el juego ya no me pareció tan gracioso.
⁂
No volví a enviar cartas, tampoco me llegó ninguna nueva misiva de ningún lugar remoto. No pienso mucho en aquella carta. Intento olvidarla. Una broma muy bien elaborada, una broma al estilo Edgardo. En este planeta siempre hay algún jodido gracioso que sabe preparar bromas de mejor mal gusto que las de uno mismo.
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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on July 21, 2019 13:08
July 14, 2019
Oficina de Desinformación
«A mi parecer existe una enojosa tendencia a un exceso de cultura, lo cual conlleva un rechazo a la cultura, de la misma forma que la sobreinformación suscita la desinformación»Pierre Sansot
—Buenas, ¿la oficina de desinformación ciudadana?—Quizá.La irresoluta respuesta la acompaña un funcionario vestido de blanco detrás del mostrador. —Querría preguntar una cosa del alquiler de mi casa y...—Disculpe, ¿solicitó hora previa?Arquea las cejas, ¿cita previa?, ¿cita previa? En el lugar no hay ni un alma, aparte del funcionario y él.—Pues no, no la saqué, pero no hay nadie.—Tenga. —El hombre detrás del mostrador le extiende un papelito con una letra y un número. «X-45»—Pero si no hay nadie. —Insiste con la cara desesperada.—Espere ahí. — Sin inmutarse, el funcionario levanta la mano y señala detrás de él—. Le llamarán.Al girar el cuello observa por el rabillo cuatro filas de sillas, un mar de plástico azul burocrático. Se dirige hacia allí sin decir nada, toma asiento, lanza un bufido malhumorado y cruza las manos a la altura del pecho. La pantalla de plasma de la oficina de desinformación muestra una extraña lista de números y letras que no parecen seguir una secuencia concreta, A-78, M-09, I-55, E-13, R-44, D-13, letras y números que conforme pasa el tiempo desaparecen para dar lugar a otros nuevos. Después de una corta espera de dos horas anuncian el X-45 en pantalla. Se levanta y deja el papel en el mostrador, pero antes de pronunciar una palabra, el funcionario se le adelanta.—¿Algún caso de calvicie en su familia?—¿Cómo dice?—¿Viene a informarse sobre el alquiler de su hogar, cierto?—Sí.—El estado ha previsto que, según real decreto POE-P-2021-4763, toda persona que acuda a una oficina de desinformación a preguntar sobre bienes inmuebles deberá presentar un informe médico sobre el estado capilar familiar.—No entiendo.El funcionario suspira. Le dirige una mirada condescendiente.—Las personas con calvicie con cargas capilares-familiares están exentas de ciertos tributos, para aplicar el desgravamen solicitamos un informe médico.Él se encoge de hombros, el pelo le llega hasta debajo de las orejas, tuerce la boca en un gesto elocuente de hastío.—Vale, pero me da igual el desgravamen, mi pregunta...—No puede darle igual. La aplicación del desgravamen es obligatoria en caso pertinente. ¿Ha tenido canas alguna vez?—¿Qué tiene que ver eso?—Las canas aseguran una longevidad capilar y no dan derecho al desgravamen.—No, no tengo canas.—Ya, ya veo. Para su edad debería tener alguna. ¿Se ha hecho algún estudio capilar recientemente?—Oiga, yo solo quería saber sí...—Si no responde deberé tomar nota que rehúsa responder a un funcionario público y se le aplicará un cargo a su consulta.Un nuevo bufido ciudadano.—No, no me he hecho ningún estudio capilar.—¡Comprendo! —El funcionario teclea algo en su ordenador. La impresora imprime un folio con el sello del estado—. Acuda a este centro, según le observo y con los síntomas descritos podría aspirar al desgravamen en menos de un año.—¿Qué insinúa? —Se lleva la mano a la coronilla y arquea los ojos como si intentará verse el pelo.—Si acude al centro antes de dos semanas tendrá un descuento del 60%. Por fortuna para usted, creo que se le podrá aplicar el desgravamen.Asiente con la mirada ida, lee el folio con la dirección, se rasca la cabeza y aprieta con fuerza los dedos contra el cuero cabelludo.—Pues... gracias.—Gracias a usted por acudir a la oficina de desinformación.
«Joder, yo solo quería preguntar por unas humedades. ¿Me voy a quedar calvo?»
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on July 14, 2019 05:07
July 7, 2019
Quinto boletín #Letraherido (Junio de 2019)
Boletín Letraheridos Junio de 2019Estimados,
Descargar aquí.
Quinto boletín de nuestros amigos #Letraheridos.
«Boletín Letraheridos (005) Junio-2019».
65 páginas con recomendaciones de libros, relatos y textos e informes gráficos.
Abrazos, estimados.
Published on July 07, 2019 15:58
June 30, 2019
Personajes ucrónicos: Oscar Wilde
«Haría cualquier cosa por recuperar la juventud... Excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad»Oscar WildeSergey cerró el libro, el título, De profundis, impreso en una portada sobria, sin imágenes ni otros ornamentos, iba acompañado del nombre del autor: Oscar Wilde.
—¿A qué es terrible?
Su mujer, atareada en el hogar, musitó un sí lejano, Sergey seguía pensando en aquel libro, un extensa misiva de Wilde escrita con lamento en su retiro en la prisión; una triste carcajada se le escapó al pensar en el eufemismo, ¡retiro!, Wilde, aprisionado durante dos años, despojado de todo y todos cuanto le rodeaban. El libro suponía una extensa misiva donde denunciaba los abusos de su antiguo amante, Alfred Douglas, abusos que le llevaron finalmente a prisión. De profundis recogía muchos detalles escabrosos sobre aquella relación homosexual, datos, fechas, lugares, información ávida para cualquier morboso lector. Wilde, sentenciado por un terrible crimen, ser homosexual, tuvo que sufrir escarnios y privaciones durante los dos años de condena. Sergey recapacitó acerca de su máquina del tiempo, ¿para que la tenía sino era para cambiar aquellas injusticias? ¿De que servía tener una máquina del tiempo si siempre se detenía en su uso? Podría volver atrás y liberar a ese gran genio de su tortura, de su torturador y de su oscura tragedia. Wilde podría escribir tantas obras. Se animó al pensar en ello.
—Volveré tarde —Elevó la voz para que su mujer le escuchara.
Su esposa gruñó desde algún lugar oculto de la casa, conocía bien a su marido, frases escuetas y decididas, resultaban impropias en él. Delataban que tramaba alguna artimaña, seguramente relacionada con el salto temporal, pero ambos habían acordado unas normas básicas de connivencia.
A) Ningún cambio posterior a 1970. La tonta precaución evitaría que ella, por ejemplo, no naciera. No es que cualquier cambio anterior a esa fecha no fuera a tener repercusiones, por ejemplo, si mataba a la abuela de su mujer, su esposa no nacería, aunque, claro, él no iba a matar a nadie. En todo caso, la primera prerrogativa reducía considerablemente las posibilidades de que algo negativo cambiara o borrara de la faz de la existencia a aquello que más amaba.
B) Prohibido volver dos veces al mismo instante y lugar. Es decir, Sergey no podía retornar a un lugar y tiempo en el que ya hubiera estado, sobre ese punto ambos estuvieron de acuerdo. No tendría sentido presentarse en un pasado y encontrarse cara a cara con él mismo, intentando convencer a su yo del pasado que no hiciera lo que ya había hecho. En fin, un lío y, en resumen, evitar dos viajes al mismo sitio y fecha.Por supuesto, la complejidad de abordar un salto temporal implicaba por lo general más pautas y detalles que tenían que resolverse en la espontaneidad misma del salto. En ocasiones, su mujer y él, reñían por decisiones futuras, decisiones que, una vez tomadas por Sergey en el transcurso del viaje, desaparecían de los recuerdos de su esposa, ya que no tuvieron lugar nunca.
Aunque en justa honra, en la mayoría de las ocasiones, ella aprobaba lo que él hacía, prefería en la mayoría de las ocasiones no inmiscuirse en demasía, prefería permanecer al margen, ajena al extraño poder de su marido, y, si ella desconocía, tampoco discutirían.
—¿Te vas?—Sí.—¿A salvar el mundo?
Sergey no contestaba cuando las preguntas burlescas de ella le atizaban en los oídos, pero también entendía su malestar, el ejercicio del descontento ante lo que iba a acometer, después de todo, ella, no podía viajar en la maldita máquina, por alguna extraña configuración que desconocían, solo Sergey podía.Su esposa no levantó la cara de la cacerola, en el interior bullía el agua lentamente, los alimentos troceados saltaban en una nueva receta marinera que ella quería probar desde hacía tiempo. El olió el aromático vaho salado, la olla desprendía esencias de mar, se besaron y marchó, dejando a su mujer con los mejillones, las gambas y el sofrito.
⁂
Ajustó el relé, bajó una palanca, los dígitos mecánicos [1891]—obligatorios engranajes físicos pues el tiempo descuartiza los circuitos digitales— mostraban la fecha de la tarde en que Wilde conoció a Alfred, su amante. Se había informado a conciencia, Wilde lo conoció, mediante un amigo común, Lionel Johnson, una tarde en la que un grupo de allegados de Wilde acudieron hasta la casa de Oscar en Tite Street para tomar el té, costumbre británica como tantas otras. Sergey introdujo los pares de coordenadas geofísicas, con sus horas, minutos y segundos, se sentó en la máquina y presionó el último botón. Un desagradable empuje se le ancló en el pecho, seguida de una profunda oscuridad y el consecuente mareo. Un instante después se encontró en pleno Tite Street. Su extenso vestuario, heredado de su padre, quien a su vez lo heredó de su abuelos, le permitía camuflarse en un sinfín de épocas, por la máquina no tenía que preocuparse, era invisible para cualquier persona ajena a su propio tiempo.¿Desde cuánto tiempo atrás tenía su familia aquella máquina del tiempo? Era una cuestión que le asaltaba de vez en cuando, sobre todo cuando realizaba un salto, pero el tiempo no espera a nadie y hubo de concentrarse en el momento, en aquella tarde de 1891. A lo lejos, divisó a Leonard y Lionel, se acercaban risueños camino de la casa del famoso escritor, ambos charlaban animadamente camino de la puerta guardiana del hogar de Oscar Wilde. Un letrero, de fondo blanco y letras azules, destacado en la esquina de una casa anunciaba la dirección: Tite Street. Sergey escudriñó a la pareja que se acercaba con la atención de un depredador en pos de una presa. Le resultaba tan sencillo modificar, con un simple traspiés, la línea temporal conocida, estropear la sonrisa en el rostro de Leonard, intrigar en la historia y cambiar los acontecimientos Wildenianos. Ello tan solo requería un sucio vaso de madera, roñoso, repleto de vino y un mal traspiés. El ropaje adquirido del guardarropía familiar le ayudaría, vestido como un pordiosero victoriano, se acercó a Leonard y sin mediar palabra, le tiro el líquido rojo que sostenía en la mano, el vino cayó sobre la chaqueta añil de Leonard, la mancha horrible la acompañó un grito de estupor, un insulto y un manotazo apartando al indigente Sergey disfrazado, y de nuevo palabras furibundas. El taimado Sergey interpretaba el papel de un ebrio transeúnte, farfulló una disculpa en un peor inglés y ni se esforzó en vocalizar lo más mínimo, tal y como haría un borracho. El presumido Leonard, tal y como Sergey previó, se disculpó ante Lionel e, iracundo por la mancha y el incidente, se dio media vuelta, marchando encolerizado calle arriba. Wilde marcharía al siguiente día de Londres, las circunstancias que acercaron a Wilde y Leonard no se reproducirían, y, caso de que así fueran, al no ser en el mismo instante y mismo lugar, Sergey podría volver con su máquina y, sin irrumpir en ningún juramento de las leyes temporales erigidas entre su esposa y él, frustraría de nuevo los planes de Leonard.Wilde merecía ser feliz, convertirse, además de en el gran escritor que sería, en una persona feliz y liberada de, Bossie, alias Leonard, su amante cruel, quien le hubiera llevado a la ruina. Por suerte, el plan de Sergey surgió a la perfección y la fatídica reunión del té había fallido. El viajero temporal sonrió satisfecho cuando retornaba con sus andrajos a la máquina. Los periódicos victorianos ya no recogerían el injusto juicio contra Wilde, el que le hubiera desposeído de esposa, hijos, viviendas y de su amada librería. Ya no tendría lugar. En verdad, lo único lamentable sería prescindir del libro, De profundis, pero el pequeño sacrificio bien valdría nuevas obras futuras del genio irlandés; Sergey estaba seguro de que Wilde escribiría muchas otras obras, alcanzando aún más renombre.
⁂
El regreso temporal resultaba mucho más cómodo que la ida, el mareo no se reproducía, la oscuridad se restituía por un leve brillo dorado, como si la vuelta al tiempo natal resultara, de algún modo, lo natural. Sonreía satisfecho, un pequeño cambio en la historia y un genial escritor se salvaba. Tenía muchas ganas de llegar a su hogar y comentarlo con su esposa.
—No te vas a creer a quien salvé —Su voz triunfal no podía esconder por más tiempo la hazaña.
Su mujer, atenta a un guiso de carne mechada, solo asentía sin dejar de mirar a la cacerola. ¡Lástima! Se había ilusionado con las gambas y el guiso marinero, pero es lo que tenía saltar en el tiempo, los pequeños cambios paradójicos que modificaban levemente la realidad alteraban otras pequeñas partes.
—¿A quién salvaste? —Ella no apartaba los ojos de la cacerola, los diminutos trozos de carne, patata y guisantes revoloteaban un instante para volver a sumergirse en el agua en ebullición.—A Oscar Wilde.—¿A quién? —La voz de su esposa no transmitía burla, tampoco desdén o sorpresa alguna. Si estaba fingiendo, estaba realizando una actuación impecable. Conocía bien a su esposa y no actuaba bien. —Oscar Wilde —repitió Sergey no muy convencido, un tanto nervioso, y, ante el genuino alzamiento de hombros de su mujer, lanzó la retahíla de obras más reconocidas del brillante escritor—, ¿El retrato de Dorian Gray?, ¿La importancia de llamarse Ernesto?, ¿El príncipe feliz?
Detuvo la dubitativa enumeración de preguntas, la mención de las obras del escritor no calaba en el estado de ánimo de su mujer, ¿seguía amando la literatura? Un miedo atroz se ancló en su pecho.
—¿Te gusta leer?
Ella se giró molesta por el molesto acoso de tantas preguntas.
—¡Qué tonterías dices! Pues claro que me gusta leer. ¿Qué has hecho en esta ocasión?La mirada penetrante de su esposa le atravesaba los ojos, hasta algún lugar recóndito de su psique, el posó la mirada sobre su frente, le besó en ese lugar y negó con la mano.—Nada, nada importante. No te preocupes.—¿Sergey?—De verás. Si te gusta leer, eres tan guapa como siempre y cocinas tan estupendamente bien, todo sigue bien.
Se acercó a ella y la besó, esta vez en los labios, el acto pareció atemperar la molestia en el rostro de su esposa, quien volvió a centrarse en el guisado de carne donde el agua bullía en el interior de la cacerola, pero Sergey sintió ese cosquilleo anormal que sentía en algunas ocasiones en el estómago.Si su mujer, una devoradora de libros no conocía a Oscar Wilde... Se dirigió al comedor, a la inmensa biblioteca que por suerte permanecía incólume e inalterable, tal cual la había dejado antes del viaje temporal. En apariencia, los mismo volúmenes, que él había ayudado a su esposa a colocar años atrás, permanecían de igual modo en las blancas estanterías. Se detuvo en el estante marcado con una graciosa letra uve doble y escudriñó la retahíla de apellidos que empezaban por dicho carácter: Wells H.G., Wharton Edith, Wolfe Thomas, y ¿Wilde?, ¿Dónde estaba Oscar Wilde? Ni un solo volumen del autor reposaba en la estantería y recordó que al menos en la librería disponían de dos: El retrato de Dorian Gray y De profundis. De nuevo, el molesto cosquilleo en el estómago intensificó la opresión. Acudió hasta su ordenador, lo encendió y buscó en la Wikipedia de su idioma al autor. Después de introducir Oscar Wilde la búsqueda no le arrojó ningún resultado, acudió a la Wikipedia en inglés, allí si encontró un pequeño artículo, de no más de seis párrafos, que recogía la obra de Wilde, un listado de sus obras y una meritoria novela, avalada por la crítica, El retrato de Dorian Gray, que sin embargo no había perdurado en el tiempo ni en el ánimo lector, una lástima según reflejaba el articulista, pues las obras de Wilde merecían quedar encumbradas por tratarse de un genio denostado por el paso del tiempo.¿Qué había hecho?La pregunta vino acompañada de otra nueva punzada en el estómago. Al salvar a Oscar Wilde de su tormento, también le evitó el oprobio, el escándalo, y la posterior cárcel, pero también esos eventos habían formado parte de la creación de su leyenda. Los hombres que tiempo más tarde recuperarían su figura para la defensa de los valores homosexuales ya no conocían de él por sus escándalos sexuales, su condición había quedado soterrada y Wilde había pasado por la historia como un autor decimonónico más, ahí quedaba todo el legado del genio. Sus obras, al no encontrarse respaldadas por la leyenda, al finiquitar el mediatismo que sobre su persona se cebó y, que ahora en su realidad, no existía, la obra de Wilde no la sustentaba el tiempo. No pasó de la categoría de genio a leyenda, solo era un genio, como tantos otros, arrinconado y conocido solo por los ávidos estudiosos de autores importantes, pero no reconocido por el público mayoritario. Wilde era excelente, así lo recogía el articulista de la enciclopedia inglesa, pero no pasaba de eso. Wilde no se había convertido en la leyenda, y su vida, más apacible, más tranquila, con diez notorios libros más, no había despertado el interés de los lectores contemporáneos. El tejido trágico cosido a su figura y el inexistente escándalo no transfiguró su persona, somos quienes somos y las circunstancias que nos rodean, si cambiamos alguno de los parámetros de esa ecuación llamada vida, ¿qué nos queda? ¿Seguimos siendo quienes deberíamos ser?Sergey recapacitó, salvo a Wilde de sus penurias pero a costa de su leyenda. ¿Merecía eso? Ya no lo sabría, las leyes temporales pactadas con su esposa se lo impedían. Prohibido volver a un mismo lugar e instante. Y aunque no existiera dicha norma, ¿podría volver al pasado y convencerse a él mismo que no hiciera lo que, con tanto convencimiento, había tramado? Maldita máquina del tiempo, murmuró, solo daba problemas.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on June 30, 2019 07:39
June 23, 2019
Sexus liber
«Una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico»Aldous Huxley«La etimología de la palabra latina, Sexus, significa literalmente cortar, la evidencia realza la separación física entre el hombre y la mujer; ese corte, también podría atribuirse a los lectores y sus libros, pues una buena lectura podría asemejarse a la orgiástica búsqueda, de mujeres y hombres, de una vida repleta de sexus».
Su primera ocasión fue con un niño de quince años, en medio de tierra de nadie, entre las líneas alemano-rusas de la Primera Guerra Mundial. Boris, se llamaba, el niño que le relató la cruenta guerra entre rusos y alemanes, y el atroz hambre que pasaba por culpa de ella. Le ayudó, durante un tiempo, a buscar las patatas semicongeladas en aquel erial helado. Boris volvió a su casa y él lo depositó en sus recuerdos.En su segunda incursión, al desenfrenado mundo de los sexus, experimentó con un burro, propiedad de Juan Ramón, no era el animal muy grande, más bien pequeño y peludo, las hebras del pelo le brillaban como la plata, años más tarde, convertido en adulto, todavía recordaría aquellos destellos plateados.La tercera vez montó a lomos de un ganso por toda Suecia, con otro niño, empequeñecido mágicamente, y, por una vez, un trío acabó bien. Ya más crecido, en 1984, creo, tuvo algunos problemas con su tiránico hermano mayor, George, y sus peculiares mandamientos, una hora diaria de odio y carencia absoluta de lo más vital. Lo abandonó rápido, aunque la corta experiencia lo dejó agotado.Decenas de años después, preñados sus ojos de toda clase de experiencias, llegó a la conclusión que la vida, sin buenos sexus entre las manos, no era tan grata como la ausencia. Durante su dilatada vida devoró, probó y experimentó todo lo que pudo con todos aquellos que hasta él llegaban.No era en especial un hombre creyente, más bien lo contrario, alejaba de si cuanta teología se acercaba a su persona, por eso le molestó cuando, en sus últimas horas de existencia, estirado en un camastro de hospital, un cura extendió ante su rostro aquel sexus rojo con una cruz blanca estampada. Cerró los ojos, rememoró el cantar de los cantares, una de los pocas ideas teológicas creadas para el disfrute, después la temible oscuridad dio paso al tópico túnel de infinita claridad y, así, pensando en sexus, marchó liber.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on June 23, 2019 07:59
June 16, 2019
Sueño de burgués: vacaciones esquistosas
«En la universidad de Tristonia conoceréis lo que es estudiar de verdad»Ignatius B.P.
Dos semanas atrás habíamos comentado, mi esposa y yo, la posibilidad de pasar unos días en algún lugar recóndito, alejados de la urbe, unas minivacaciones merecidas después de la esclavitud laboral. Busqué por Internet y encontré una masía en los Pirineos catalanes, apunté el teléfono y llamé. Me atendió una mujer mayor, iba un poco atareada y me iba diciendo que sí, como quien dice sí a un tonto, anotó mis datos —o al menos eso me dijo— y colgó. Al escuchar el vacío en la línea telefónica tuve el presentimiento que la mujer al otro lado no se había enterado de nada.Una semana antes de la fecha prevista, volví a llamar para asegurarme que la reserva estaba correcta, en la nueva llamada me atendió otra mujer y, serenándome —me alteraba mucho la falta de profesionalidad—, di mis datos y le pregunté si la reserva era correcta. La nueva mujer lo confirmó, y añadió: «No sé preocupe», pero ese no-se-preocupe sonaba a la típica frase por la que uno sí tiene que preocuparse.
⁂
Llegó el día. Partimos en tren, el viaje de dos horas a través de la campiña catalana, en ruta al norte, con un ajustado enlace temporal de quince minutos para tomar el siguiente tren, dirección Vallfogossa, acortaba el tiempo para imprevistos, un solo retraso y perderíamos el enlace. Por suerte no tuvimos ningún percance y lo agarramos sin problemas. El cielo, aunque encapotado por nubes, permitía el paso de la claridad, la hierba, los árboles, algunas vacas, cabras y otros animales que no supimos identificar pastaban por la linde de las vías. Al llegar a Vallfogossa tomamos un autocar, el vehículo cubriría el último tramo del trayecto hasta la masía. Habían transcurrido 6 horas, 33 minutos y 59 segundos. En definitiva, un palizón. No entiendo porque se asocia el concepto descanso a la palabra vacaciones, las casi siete horas de trayecto no me parecían relajantes, en nada un agradable asueto.Cuando llegamos descubrimos, para nuestro asombro, que la masía tan idílica, tan perfecta, solitaria y agradable en las fotografías distribuidas en la página web, www.masiesambencant.cat, se ubicaba a pie pista de una montaña nevada, plagada de esquiadores. Mi enfado iba en aumento, por sorpresa, mi mujer no se enfadó ante el hecho, se encontraba alegre, e incluso, su entusiasmo, se me contagió, atemperando mi creciente malhumor.La masía se encontraba cerrada, pero anexa a ella había un bar, deduje que formaría parte del mismo conjunto, entramos, en el interior la misma postal de fuera, los esquiadores atestaban el lugar —¿Por qué odio a los esquiadores de palos fálicos calzados en sus piernas?— El reloj de pared marcaba las seis de la tarde, nos había llevado casi todo el día llegar hasta el maldito lugar, por suerte mi mujer sonreía, ajena a mis pensamientos. La dejé sentada con un café con leche muy caliente, miraba a través de la ventana y observaba la gigantesca montaña nevada que se extendía delante de nosotros, el valle a lo lejos, la sinuosa carretera, no exenta de peligro con tantas curvas, por las que el autocar nos había transportado hasta allí. Me acerqué a la barra y anuncié, a la mujer que estaba detrás, la reserva a mi nombre para dos. La mujer se llevó las manos a la boca y desapareció en la trastienda, más gente empezó a entrar al bar, con sus esquís, botas, bastones y demás parafernalia esquiadora. El gesto de la mujer me dejó intranquilo, me giré y vi a mi esposa tranquilamente sentada, bebiendo de su taza y mirando absorta a algún punto fijo del valle. La mujer del bar reapareció y, sin reparar en mí, como si el anterior diálogo hubiera sido un sueño, atendió a los esquiadores. En ese momento empezó a hervirme algo más que la sangre, una mala ostia creciente me bullía desde las entrañas hasta las mejillas, alcé la mano y le llamé la atención. Cuando se plantó de nuevo ante mí, le insistí que tenía una reserva para dos: "¿Qué reserva?", respondió. El pulso se me aceleró, le expliqué las llamadas, le enseñe el número de reserva y reexpliqué, ya enfadado, mi conversación telefónica con las dos mujeres. Me miró con ojos acuosos, el rostro mezclaba temblor y miedo, aunque no parecía asustada.
⁂—La paranoia del sueño—⁂
Seguía de pie, en la barra, y mi esposa, sentada en la mesa, apuraba los últimos sorbos del café. Sin aviso previo la barra del bar se partió en dos, una parte del habitáculo se transformó en un autocar donde algunos de los esquiadores, sentados en los taburetes de pie, y yo, nos encontramos en el interior de un autocar salido de la nada, la extraña transmutación de parte del bar en autocar no parecía sorprender a nadie más que a mí mismo. El resto de la clientela amparada al otro lado, mi mujer incluida entre ellos, continuaban ajenos al extraño desdoblamiento, bebían sus cafés ajenos al prodigio ocurrido. Aunque sorprendido, mi primera acción fue levantarme de la butaca del autocar donde me encontraba sentado y me dirigí hacia el conductor, un hombre envejecido, surcos muy pronunciados y arrugas más viejas que la propia montaña le recorrían el rostro, la barba blanquigrisientale pendía un palmo desde la barbilla, la mirada huraña no dejaba de mirar al frente, sus manos agarradas al volante lo movían como el timón de un barco, suave y con precisión. Su voz tosca anunció la siguiente parada: Vallfogossa. El autocar serpenteaba por la curvilínea carretera situada entre escila y caribdis, abismo a un lado, rocas esquistosas al otro. La masía se alejaba de mi visión y mi mujer con ella. Entré en cólera, la indignación sobrepasó la sorpresa inicial, me posé al lado del viejo conductor y, con apremiante brusquedad, me dirigí a él: «Caballero, tenía una reserva», y me respondió, «No lo creo», su tono de duda, entre la burla y la incredulidad, me inflamó. Ni siquiera se había tomado la molestia de mirarme, aunque con la peligrosidad de la carretera no sé si hubiera sido buena idea. Aspiré con sonoridad y le resumí, de muy malas formas, mis dos llamadas, la reserva, el registro efectuado en la página web y, añadí, que si no nos aceptaban pensaba ponerles a parir con todo lujo de detalles, a ellos y a su masía de mierda. El hombre giró el rostro para mirarme, su expresión tosca no marchaba, pero las palabras, más suaves, aludieron a una muerte, la madre de su esposa había fallecido días atrás, no deberían trabajar en aquellas circunstancias, pero la temporada alta les obligaba a ello. Su repentina calma me contagió, la funesta situación me convirtió en el espejo del otro, visualicé a la mujer de la barra, perdida en su perdida y entonces evoqué a mi mujer, sola, no encontrando un lugar para dormir. Le expliqué mi situación, le dije que no me importaba dormir donde fuera, llevaba saco de dormir, cualquier esquina me iría bien, pero que al menos dieran cobijo a mi mujer en algún lugar de la casa, «Se me parte el alma solo imaginar que ella duerme con frío», el hombre continuaba con la vista clavada en mí, sosteniéndola contra nuestra propia seguridad en demasía. El morro del autocar chocó contra el guardarraíl, el parachoques voló partido en cientos de pedazos, el alargado vehículo invadió el abismo, por un momento flotó como un leviatán sobre el cielo con el inmenso valle al fondo, la masía detrás muy alejada y, pronto, la maldita gravedad surgió efecto y nos obligó a tomar la vía de la mezquina verticalidad, en la caída libre la roca esquistosa, puro cuarzo, granito, sedimentos y arcilla, nos guiaba funesta con destellos dorados, precipitándonos al vacío, y, en ese punto indefinido, acababa algo más que las vacaciones.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Published on June 16, 2019 03:30


