Víctor Fernández García's Blog, page 8

June 12, 2022

El banquete | Segundo Especial para la LC de 'La Cabaña' 2022



ESPECIAL LC 2022

LA CABAÑA

El oscuro laberinto de la psicosis


Introducción


Llegamos al final del segundo tramo de esta apasionante lectura conjunta organizada por Arkana. Concretamente, a la mitad del laberinto. Y, muy posiblemente, a su naturaleza más cruda y compleja hasta el momento.

 

A vista de pájaro, resulta muy enriquecedor ver cómo este grupo de mentes inquietas toma diferentes caminos, extrayendo suculentas conclusiones. Afirmo este desde esa altura media que me permite otear las ramificaciones pasadas y futuras que los motivan como lectores.

Sin embargo, las montañas que rodean a la cabaña no pueden ser alcanzadas tan solo así.

De modo que, a vista de helicóptero blindado, me satisfacen dos cosas de la perspectiva más amplia. Primero, el hecho obvio de que soy capaz de ascender mentalmente ahí donde en otras ocasiones mis motores neuronales ardían. Segundo, que cierta ambivalencia parece regar el curso de opiniones de los participantes. Y no se trata de blanco o negro, de comprender o no enterarse. Tiene más que ver con los grises intermedios. 

Su avance por el laberinto es firme, y ahí donde uno no quiere llegar, quizá otro le facilita lecturas sorpresivas. Donde el segundo se ve bloqueado, el primero le ayuda con puntos de vista imprevistos.

 

Si fuese una máquina podría estar estudiando al respecto largo tiempo, pero el corazón que palpita en mi interior, café en mano, en esta calurosa tarde de domingo, saca a relucir el verdadero baluarte de los puntos de vista a emplear.

El mío propio.

No resulta fácil como artista verte nuevamente rodeado de una oscuridad resucitada.

Tampoco lo resulta como escritor, pues las viejas cicatrices que movieron tus dedos parecen, por momentos, doler con intensidad.

Como persona la cosa podría tildarse de masoquista.

Pero todo eso adquiriría gravedad si fuesen máquinas estas personas que me rodean dentro del laberinto. No es así. Este maravilloso grupo de seres humanos de asombrosas psiques y aún más grande condición humana me recuerda a cada paso, a cada palabra leída, que estamos aquí para leer con cariño una trama, en ocasiones, carente de él.

 

Para todo ellos va este segundo premio de la actividad.

Un relato titulado ‘El banquete’, continuación de ‘La visita’ de la semana pasada.



El banquete 



El miedo.

Una curiosa sensación de lo más caprichosa.

Una puede creer haberle dado esquinazo que, ¡Zas!, te agarra a la vuelta de la esquina. Y menuda variedad de formas puede llegar a adquirir...

 

El miedo es algo así como un lago al que, si no se le ponen ciertos límites, puede llegar a arrasarte, inundación de desgracias mediante. 

Qué bien lo sé yo misma.

Encerrada por años en una tumba en vida, siempre esperando el no se qué de turno que, al final, si no te mueves, nunca llega.

 

Aunque, como he dicho, el miedo es algo cambiante. Como un guante que se adapta a toda realidad. No solo puede retirarte del juego, sino que también puede lograr que lo juegues de forma acelerada y demasiada temeridad. Y no sé que es peor.

 

A estas alturas, sus sombras ya han formado ejército. 

Pero a mí no me falta ni luz, ni predisposición.

Si tiene que haber guerra, pues que venga. Yo seguiré tratando de ser feliz.

 

 


 

El viejo dobló el papel exactamente allí donde se encontraban sus pliegues previos.

Inhaló profundamente, sentado en su sillón frente a la hoguera, como si quisiera absorber no solo el aroma de la nueva carga de leña que ardía, sino también la misma esencia del momento en sí.

Los nervios hacían presa de Verónica, que, a su lado, en un nuevo sillón en el que no había reparado en un comienzo, maldecía el momento en el que rebuscando en su bolso se le había caído al suelo su diario. 

¿Cómo iba a negarle al viejo aquel su lectura? El interés por su intimidad había sido notable e instantáneo y, a fin de cuentas, perdidos en aquel remoto lugar, era imposible que hubiese peligro alguno en dejarle leer. 

Sin embargo, el creciente nerviosismo tenía raíces en la profunda inseguridad de la joven, herencia de un pasado demasiado oscuro. Raíces que el viejo, como quien poda con gran experiencia, cortó de raíz con un simple comentario distendido.

—El miedo. Ah, sí... El miedo... ¡Hay que ver la de alas que uno tiene que fabricar ante el empecinamiento de ese bribón por cortarlas!

 

Sin saber bien por qué, Verónica se echó a reír ante la divertida expresión de aquel sujeto. El viejo era, en gran medida, entrañable. No era de esas compañías que pueden resultar molestas de buenas a primeras.

—Aquí tienes.

El viejo extendió su arrugada mano, devolviéndole el diario a la joven.

—¿Por qué no sales a dar una vuelta? Es tarde, y no creo que tu estómago se resista a comer como es debido antes de emprender el regreso. Esta noche, además, precisamente vienen a verme unos invitados que, estoy seguro, te caerían pero que muy bien.

Verónica no supo muy bien qué decidir. Aunque, para cuando realmente se lo planteó, ya se encontraba caminando por el exterior de la cabaña, haciendo tiempo y con las tripas rugiendo de forma generosa.

 

 

Dejó pasar lo que consideró bastante tiempo.

Aunque, conociéndola, bien podrían haber pasado ni cinco minutos cuando, asomando desde una espesura cercana, vio el humo que manaba por la chimenea de la cabaña.

Avanzó, ya con su estómago tocando ópera, cuando de pronto, súbitamente, al acceder al cobertizo, salió despedida de él.

—¡Mira por dónde vas! — Aquel primer comentario tras el choque frontal encendió por dentro a Verónica.

El siguiente, la devolvió a su estado natural.

—Disculpa... ¿Te encuentras bien? 

Cuando alzó la vista, se encontró ante la presencia de dos perfectos desconocidos. Ahí se quedaron, los tres plantados, hasta que el viejo salió del interior de la cabaña, tan sorprendido como divertido.

—Menudo trompazo. Hay que ver... Entereza, Disciplina, ¿Es que no la vais a ayudar?

Poco después, el grupo entraba en la cabaña. 

 

¿Cómo diablos aquello era posible?

Entereza y Disciplina no eran los únicos invitados. Verónica contó hasta ocho cabezas sentadas en una gran mesa alargada. Una mesa que, estaba segura, era imposible que cupiese en el espacio original del lugar que había conocido no hacía mucho.

Iba a comentar algo al respecto cuando el tintineo de un cubierto chocando con una copa la silenció. A ella y, paulatinamente, al resto.

—Bienvenidos, mis queridos invitados. Esta noche es especial, por lo que estoy cocinando un estofado de auténtico rechupete. Tomad asiento mientras termina de hacerse. Conoceos. Si es que eso es necesario...

Aquellas últimas palabras por parte del viejo anfitrión encontraron su misterioso final en una especie de eco decadente.

Verónica, nerviosa como era ante esas situaciones, hizo gala de lo mismo que la había aupado a lo largo de los últimos años. Se lanzó. Sin miramientos.

 

Poco después, entre risas, brindaba con el delicioso vino blanco con la única chica que, a parte de ella, integraba a aquel grupo.

—Chica, ¡Eres la hostia!

—¡Y tú también, Soñadora! Tú también...

Aunque no todo eran sonrisas y buen ambiente.

Una de las esquinas de la mesa parecía incluso oscurecer la iluminación global. Como si de una sombra de creciente naturaleza se tratase.

Soñadora, una morena delgada, pero con enorme carácter, decidió entonces dirigirse en voz baja a su nueva amiga.

—Con Pánico y Ansiedad mejor no hablar. A Luto... A ese ni siquiera lo mires.

 

Decir a Verónica una orden directa tenía como principal efecto la aparición de su insaciable curiosidad. Quizá por eso desobedeció, inmediatamente y sin querer, a Soñadora.

No supo bien qué atenazó en primer lugar su corazón hasta el punto de privarla de su propia respiración.

Por un lado, la silla dónde se suponía que debía estar Luto estaba vacía.

Por otro, el anciano servía más vino en esa esquina de la mesa, clavándole una mirada que la hacía sentir desnuda. Desnuda hasta un punto que encogía todo su ser.





Continuará...


Para leer la parte anterior, 'La visita', haz click aquí



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Published on June 12, 2022 05:31

June 11, 2022

Mis reseñas: 'Nictofobia' (Baltazar Ruiz) | Primera Parte



NICTOFOBIA

por Baltazar Ruiz


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SINOPSIS


Una serie de relatos de terror que van desde lo más convencional a lo fantástico, encontrando en cada historia una forma diferente de enfrentarse al horror. Personajes diversos y tramas originales en una recopilación escrita a lo largo de tres años.

¿Deseas aventurarte en estos extractos de pesadillas y a los lugares oscuros que se reúnen aquí?



RESEÑA

PRIMERA PARTE

EXTRACTOS DE PESADILLAS



El género de terror resulta, en lo literario, algo así como un buffet libre de horrores a escoger. Lo es para el lector, esa alma inquieta en busca de sentirse contra las cuerdas en cuantos más aspectos mejor. Y lo es para el escritor, un ser no menos torturado que trata de plasmar la parte más oscura de la vida encapsulándola en palabras.

Baltazar Ruiz lleva tiempo bailando con temores, jugando a desvestirlos para su propio disfrute y, por consiguiente, el del inocente lector. En ‘Nictofobia’ ha llegado hasta el esqueleto. Ha desangrado y desmembrado para así desgranar y estudiar su propio concepto de horror.

Luego lo ha vestido todo en un volumen de exquisito contenido.

 

Ya desde el mismo prólogo, el autor nos presenta una curiosa paradoja. El escritor privado de sueño nocturno que, sin embargo, bebe el elixir de la parte más oscura de su campo onírico.

Tratándose de un libro compuesto por multitud de relatos, me guiaré de conceptos básicos para hacer desfilar el carrusel de miedos que Baltazar tiene a bien emplear.

Concretamente, quiero enumerar la indefensión, la parálisis, el desconcierto, la desubicación, lo fúnebre, lo desconocido, el vaticinio, el fin y la tortura.

Conceptos que el autor maneja con un estilo muy personal y cercano, tanto en las mieles de leer a los desdichados personajes, como en lo amargo de conocer sus respectivos temores.

 

Así pues, Baltazar no solo se limitará a enarbolar historias desconectadas en torno a dichos conceptos enfocados individualmente. No. ‘Nictofobia’ es como una criatura venida de un lugar desconectado del nuestro, pero que de algún modo respira y vive a nuestro lado. Se trata de un todo, en cuanto la indefensión citada puede jugar súbitamente con el desconcierto, mezclándose todos ellos en una tenebrosa amalgama a medida que el lector avanza por la novela.

 

También hay que destacar la variedad de palos que el autor se dispone a tocar. 

La baraja va a incluir un terror psicológico mayoritariamente, pero enfocado desde prismas tan variados como lo pueden ser la ciencia ficción, la psiquiatría, el apocalipsis, el dolor y un sinfín más de recursos que hacen del resultado final algo tan genial como estremecedor. 

Eso, teniendo en cuenta que apenas analizo la primera parte, no solo es mucho decir, sino que pronostica un segundo bloque igual o mejor.

 

Me queda tan solo felicitar al autor por haber llenado mi mente, y atemorizado mi interior, con docenas de escenas que, por desgracia, se me han quedado bien clavadas.

A buen seguro, el eco de las pesadillas de Baltazar va a anidar en las mías propias.

De eso se trata el género de terror. Para eso acudimos los lectores a él. Y por ello, escritores de pluma experimentada como el que nos ocupa, se merecen todo mi reconocimiento y aplausos.

 

Estoy seguro de que, si le dais una oportunidad a ‘Nictofobia’, tan solo leyendo su primera parte sentiréis el frío, el desasosiego, la desesperación y la desazón de esas noches en las que despertamos, agitados, lanzando gritos mudos con tal de emerger del horror.

Esta obra no solo bebe del eco de esa agonía. Lo sabe captar, encapsulándolo en pequeñas dosis con un núcleo común.

 

Enhorabuena, Baltazar.





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Published on June 11, 2022 06:29

June 10, 2022

La morada de la fantasía



 

LA MORADA DE LA FANTASÍA


Sara estaba harta del calor de un verano que aún apenas despertaba.

Recién pasado el mediodía, justo cuando la tarde comienza a adueñarse de su legítimo lugar, era un lecho mugriento el sitio en el que reposaba la mujer.

El olor a colilla logró desperezarla, lo justo para levantar algunas pelusillas al girarse para encarar su cenicero. No solo estaba a rebosar. Un puto cigarrillo mal apagado estaba provocando una particular y asquerosa barbacoa en el pequeño recipiente.

Asqueada, Sara lo agarró y lo condujo, junto a su pesado cuerpo, al fregadero de la cocina. Si docenas de científicos trabajasen día y noche en la persecución del secreto del origen de los hongos, pensó divertida, sus resultados no serían tan buenos como los que ella tenía enfrente en ese asqueroso instante. Fideos desechos encontraban en el moho de otros restos un pretexto para rebozarse. Quiso agarrarlos para deshacerse de ellos, pero un bostezo le recordó que no tenía sentido ponerse a limpiar semejante estropicio, cuando estaba claro que iba a rendirse nada más empezar.

De lo que no iba a hartarse nunca era de las birras heladas.

Tal como se desperezó, en el mismo momento en el que su mente adquirió cierta consciencia espacio temporal, Sara abrió la nevera, rebuscando con ahínco y un amago de desesperación. Cuando sus yemas tocaron una lata bien fría, la mujer sonrió. El alivio y cierta dosis de consuelo entraron en ella como el chute del día anterior, del que aún trataba de recuperarse.

 

Lo siguiente estaba claro.

Clásica. Necesitaba de una buena dosis de música. Pues, tal y como Sara siempre defendía, no había nada como un buen hilo musical para calibrar mente y comenzar con buen pie el día. Dirigiéndose al salón, cerveza en mano, decidió aprovechar la última elección pinchada en su vinilo. Limitándose a darle al botón de reproducción, el delicioso carraspeo de su tocadiscos comenzó a vaticinar lo que se venía. Aunque nadie, ni la misma Sara, esperaba calcular mal los pasos y reventarse el dedo meñique contra una esquina de la mesita que presidía el sofá.

Poco después, la sangre que brotaba de la uña partida no suponía lo único en brotar en el pequeño apartamento. También lo hacían las lágrimas de la mujer. Mujer que, tras un buen rato llorando, comenzó a adivinar que ahí había mucho más que una reacción al intenso dolor.

Quizá por eso, ya dispuesta a prepararse un nuevo chute que le permitiese explorar debidamente la naturaleza de su desesperación, le resultó más sorprendente aún el ver bichos de colores revoloteando por su campo de visión.

—Oh, vamos, ¡No me jodas que hay plaga!

Sara no estaba ni remotamente en condiciones de plantar cara a nada por el estilo. Y si la mujer no estaba en condiciones, lo del piso ya era escandaloso. No. Nadie iba a entrar ahí ni de coña, aunque de las baldosas comenzase a brotar mierda en estado puro.

Uno de los bichos, de rosa fucsia, se paseó por la mejilla de Sara, haciéndole cosquillas y calentándola hasta borrar todo rastro de húmedo llanto. Para cuando comenzó a juguetear con su cabello, como queriendo introducirse en su melena, la mujer ya estaba en pie, abofeteándose como presa de un agresivo brote de esquizofrenia.

De repente, detuvo todo su ímpetu, quedando quieta como una estatua.

—Ya me parezco a mi madre. — Afirmó en voz alta mediante un tono plagado de abatimiento.

 

No metas a Encarna en esto.

 

El corazón de Sara estuvo a punto de fallar nada más escuchar aquella voz.

Se la consideraba la puta de su calle y la yonki del barrio. Desde hacía tanto, que ya ni se molestaba a discutir con el reflejo que le lanzaban los espejos. Simplemente, solía mirarse en ellos hasta que una ira descontrolada le hacía romperlos en mil pedazos. Trozos que, a la postre, eran perfectos para infringirse cortes en los brazos y, cómo no, cortar la coca.

Pero no era una zumbada. Eso no.

No era como la loca de su madre.

Por eso quizá, cuando la voz volvió a pronunciarse, Sara agarró lo primero que tuvo a mano, dando por hecho que algún hijo de puta se había colado en su casa.

 

¿Por qué no te pegas un viaje?

 

—¡Viaje el que te voy a dar con el palo de escoba, ladrón de mierda!

La respuesta de la mujer quedó colgando en el caluroso interior del apartamento. Solo el sonido de un ventilador averiado parecía rivalizar con el in crescendo musical de un vinilo ya a mitad de reproducción.

 

He dicho que te pegues un buen viaje.

 

El bofetón que recibió Sara no vino de ningún lugar. Pero la lanzó al suelo por KO.

Levantándose, aturdida, abrió los brazos autolesionados tratando de otear el entorno.

Otro bofetón. Y otro. Luego, un puñetazo directo a su nariz.

Desesperada, la mujer pataleó en el suelo mientras sentía como unas manos la agarraban con fiereza bruta del pelo, obligándola a levantarse.

Sara trató de resistirse, aunque era en vano, a tenor de la fuerza que aquel fenómeno estaba empleando contra ella. Cuando la obligó a ir girando su cuerpo, hasta encararla a una pared, el tirón de pelo que sintió la mujer por poco le arranca media cabellera. Tratando de secar el río sangriento que manaba de sus fosas nasales, Sara al fin lo vio.

—No, por favor... 

El cuadro de su madre.

Lo único que, en su majadería de múltiples trastornos y adicciones, aquel desastre humano atinó a completar.

 

Pero si siempre te gustó la fantasía.

 

Así era. 

Por un momento, Sara retrocedió a su más tierna niñez. Si es que un padre alcohólico y pederasta permite referirse así a la atrocidad de infancia que ella vivió.

Aunque a aquella cosa no le faltaba razón.

Adoraba las luciérnagas. Tanto, que solía escaparse a los bosques cercanos a su casa para pasar noches en vela contemplando a aquellas criaturas fascinantes. Tanto daba el castigo posterior. Únicamente el momento en que uno de aquellos seres se posaba en su mano, iluminándola de tonos fosforescentes en la noche, valía sobradamente cualquier precio a pagar.

Quizá por eso su madre quiso lanzar cierto homenaje. Y quizá por eso Sara, en el huracán de destrucción que suponía su vida, si algo había mantenido a salvo, constante, era aquel cuadro en el que cientos de luciérnagas llenaban la noche de color.

 

Cuando un nuevo cosquilleo recorrió la mejilla de Sara, esa vez no reaccionó con violencia.

Simplemente, se limitó a desplazar la vista, intuyendo que aquello no se debía a ninguna plaga. Era una nota, una preciosa nota musical que brillaba como si de una luciérnaga se tratase.

El vinilo siguió hasta alcanzar el clímax de sus últimos compases.

Cuando el agarre de Sara pareció ceder, esta se giró, llevándose una mano a la boca al verse rodeada de notas de múltiples colores. Decoraban la cloaca en la que vivía hasta que, incluso, le daban ganas de llamarla hogar.

 

Es la hora. Las luciérnagas te esperan.

 

Para cuando la mujer fue a responder a aquella presencia, el empujón que recibió en el cuello rompió sus cuerdas vocales. Salió proyectada, de espaldas, en dirección al cuadro de su madre.

La fractura del cráneo de Sara precedió al seco sonido de su nuca al partirse.

 

El vinilo terminó entonces su concierto.

Alguien colocó la aguja en su lugar.

Y se hizo el silencio.




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Published on June 10, 2022 08:49

June 6, 2022

Tercera Experiencia Bipolar Sin Alcohol (Parte I)

 



PARTE I



Dicen que a la tercera va la vencida.

No obstante, a quién vas a ir con todo el descaro a pedirle fe ciega tras errar dos veces. 

Cómo vas a tener la jeta de buscar leales en un territorio tan pantanoso como el de la adicción.

Por otro lado, mis doce días consecutivos limpio de alcohol dibujan en los cielos el conocido color de la esperanza. Jugando al escondite con el verano, esta se posiciona justo al final de su calor. Mi mente evoca con mayor y mayor nitidez, a cada jornada que pasa, cielos eléctricos de vivos azules. Ventiscas regeneradoras que, en su afán por vaticinar el fin de un nuevo curso estacional, en mi caso no hacen más que traer, bajo el brazo de sus nubes, el oxígeno que me da la vida.

 

Escribir varado en las aguas calmas de junio tiene mucho de soñar despierto.

Igual que vaticinar una hipotética victoria con mi adicción inmortal de forma tan precipitada. Pero todo guerrero necesita de su espada, y lanzarme a escribir esta serie de ensayos no es más que una demostración de mi clara intención por desenvainarla.

 

Hace algunos años, diez en concreto, mi realidad se pintaba con la parte más oscura de la escala de grises. Ahí, en medio de un borrón de todos ellos, un lago se erigía si uno lograba perforar la espesa niebla que lo ocultaba. Aunque no era ni mucho menos ni un oasis, ni un remanso de paz. 

El lugar pasó a ser mi purgatorio personal. Atemporal, permanente, con tintes de eterno... Y con una gigantesca anaconda nadando en su interior. Tan bien conozco sus fauces que podría relatar de memoria un retrato literario hiperrealista de sus afilados dientes y el brutal efecto de sus múltiples venenos.

 

Sin embargo, querido lector, si estamos aquí es porque has decidido darme esa tercera oportunidad. Un lienzo nuevo en el que, muy probablemente, el escenario y sus enemigos hayan mutado la naturaleza de esta guerra. Y tanto me da si la oportunidad caduca al concluir parte o la totalidad de este texto. De algún modo, no me siento solo mientras tecleo, con la banda sonora de Braveheart pintando verdes paisajes surcados por riachuelos aquí y allá.

Sé que esta nueva batalla solo precede a otras tantas.

Sé que alcanzar el primer medio año limpio consiste en vencer, uno a uno, a todos y cada uno de los días que están por venir. 

La verdad es que, ni debo, ni puedo, ni quiero engañarme pronosticando una serie de ensayos especialmente épica o en danza cercana a la agonía. Esta vez no. Quizá el lago de la anaconda me espere indefectiblemente en la hoja de ruta, pero no seré yo el que lo busque. Pues esta tercera ofensiva contra mi más letal enemigo la organizo desde el convencimiento de que deseo un futuro más tranquilo y reflexivo del que, por desgracia, a tantos privé en el pasado.

 








¿Se trata pues de una simple cuestión de madurez?

Teniendo en cuenta lo aceptado que está el alcohol como droga legal, lo dudo mucho.

Cuántas personas defenderán a capa y espada el consumo controlado, sin tener en cuenta los aspectos peliagudos que dejan en el tintero. 

Esas noches de garganta disecada y un mañana teniendo que pedir perdón.

Esos “divertidos” actos irracionales que tanto molan y alejan de la cruda realidad.

Supongo que ahí se encuentra la raíz del problema. En el fondo, sí que se trata de una cuestión de madurez... Aunque no precisamente enfocada a la droga, pues la naturaleza de la adicción escapa a todo valor y ética nacida de la cordura. Se trata, más bien, de una madurez aplicada al propio curso vital, desde fuera y desde dentro.

Me explicaré.

Digo desde dentro porque lo primero contra lo que estamos atentando es contra nuestra propia vida. Y no vale salirse por las ramas con esperanzas infundadas en avances de la ciencia. Eso sería como jugar a la lotería, tras haber apostado nuestra alma en una partida de póker, con tal de recuperarla. Desde dentro hace referencia a nuestro propio deber con nosotros mismos. Con una vida que, lejos de entrar en si ha sido dada por un dios o la aleatoriedad universal, merece ser tratada con un mínimo de respeto que, cuanto menos, se salga de lo suicida.

También digo desde fuera. 

La cruda realidad, he comentado antes. Pues digamos que su crudeza, a lo sumo, se pudrirá si regamos con alcohol nuestros intentos de huida. La madurez, aplicada a nuestro exterior inmediato y extendida al mundo que nos rodea, requiere para comenzar de mucha responsabilidad. Y no precisamente de usar y tirar. Responsabilidad crónica y perenne.

 

 





 

 

Imagino que, si diese un speech en vez de escribir estas palabras, ya me habría llevado algún tomatazo, llegados a este punto.

Típico, dirían, deja la diversión para lanzar un alegato acerca de lo válido que es el muermo de la vida de la integridad absoluta.

Ahí, precisamente, es donde alguien que quiere desintoxicarse debe hacerse fuerte.

Algo así como una fortaleza atrincherada en la difícil guerra de aguantar las opiniones de demasiados ciegos imbéciles. Como hordas de seres babosos, tratarán de engullir el atisbo de luz que, contra todo pronóstico, ha nacido en la misma oscuridad que habitan. Sus casas, malolientes a fumeteo sin ventilar, con familias temerosas de que se vuelva demasiado pasado de copas, nunca, jamás, deben ser alumbradas.

Porque el adicto, además de necio y mentiroso, es un ladrón que esconde todas las pruebas que puede. Y tanto le va a dar que los ojos le cuelguen hasta la suela de mugrientos zapatos. Tanto le va a dar apestar en vestimenta y cuerpo. Al zombi de bar solo le importa, dos tragos de cerveza después, salir a la terraza de su antro de confianza a echar un pitillo mientras ajusticia cuanto caiga en sus manos.

Evidentemente, siempre llega el día en que la situación colapsa. Bastará entonces con hacer un alegato, preferiblemente público, de lo espléndido que el sol que llega con la mañana de un nuevo día. De una nueva época. De una nueva esperanza.

Y por la tarde al bar que hay que empinar el codo porque el cuerpo lo pide.

 

 

 

Apreciado lector. Siento asco de tener que escribir estas líneas.

Me siento tan asqueado de haber pertenecido por décadas a este club de toxicidad, que tiraría la toalla ahora que nada más apenas empiezo, con mi escueta docena de días en lucha.

Pero dicen que a la tercera va la vencida.

Un clavo ardiendo al que me voy a agarrar, del que voy a erigir mi lema, mientras, espero, esta serie de ensayos logre acumular tiempo a sus espaldas.

Discuto mucho conmigo mismo acerca de por qué hago esto.

Al final, todo apunta a que la pregunta es más bien por quién lo hago. Se me da muy bien esquivarme, apartarme del reflejo que muestran los espejos. Seguramente, demasiados años de alcohol me han deportado tales habilidades, puliéndolas como si de virtudes se tratasen. Pero como si la madurez en nuestro periplo no fuese sino un acordeón de la banda total, en ocasiones hay que regresar a puntos iniciales, para así obtener perspectivas correctas.

¿Qué le diría le niño que fui al adulto que escribe?

No cabe duda alguna.

Lo hago por mí.

Como si mi querido lector fuese yo mismo.

Como si mi propia vida dependiese de esta decisión. De la victoria en esta guerra. 

 

Dicen que a la tercera va la vencida.





Continuará...




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Published on June 06, 2022 10:31

June 5, 2022

La visita | Especial para la LC de 'La Cabaña' 2022

 



ESPECIAL LC 2022

LA CABAÑA

El oscuro laberinto de la psicosis



La visita



Verónica no sentía frío.

Años atrás, no demasiados, probablemente eso no hubiese sido así. Pero años atrás no estaríamos hablando de la misma persona.

Entereza, meditaba la joven. Y no es que se tratase de un nuevo ingrediente, una especie de as en la manga o la panacea a sus males... Más bien, se trataba de un aspecto, que potenciado, la había hecho rozar, si no alcanzar, el equilibrio.

 

Pese a no sentir frío en su cuerpo, no podía decir lo mismo de su psique. No creía que ningún mortal pudiese deambular por el paraje que la rodeaba sin sentir el pinchazo de la desolación. Caminos y caminos helados, con la vegetación tiesa por las bajas temperaturas, sin rastro alguno de vida salvo la suya propia. Paredes de hielo, altas como gigantes, que parecían escoltarla a un final de dudoso renombre.

 

¿Sería un sueño?

 

En ocasiones, los viajes oníricos contienen elementos de tal exagerada naturaleza que una se ve a las puertas del despertar. 

Verónica pellizcó su mejilla. Una, dos y hasta tres veces. El dolor que le fue devuelto no admitía lugar a dudas. Si aquello era un sueño, aún le quedaba camino por recorrer.

Un camino que se desarrolló por tiempo indefinido.

Pareciera como si el entorno juguetease con su presa, abriendo y cerrando senderos mientras el cansancio y el abatimiento comenzaban a danzar en la chica mental y físicamente.

Sin embargo, Verónica seguía sin sentir frío.

Tratando de controlar con la respiración un incipiente nerviosismo, la tenacidad en su avance le deparó una suerte de premio. Pues, frente a ella, erguida en medio de una gran llanura helada, la tenue luz de una cabaña iluminaba su entorno inmediato de forma tímida. Como si pelease con la inminente llegada de la noche a brazo partido.

 

Aquello arrancó una sonrisa a Verónica, que pronto se vio convertida en una mueca de asombro en cuanto alzó su vista a las cumbres que flanqueaban todos los ángulos de aquel lugar. Gigantescas e imponentes. Incluso, de algún modo, se atrevió a pensar la joven, le resultaban inmisericordes.

El languidecer del crepúsculo era ya tan evidente que la luz que irradiaba la cabaña suponía una invitación abrumadora. Invitación que Verónica, decidida, aceptó mientras terminaba de caminar por la espesa nieve en dirección a lo que sería su refugio.

Se detuvo nada más pisar el cobertizo, resuelta a echar un rápido vistazo y hacerse una idea del lugar al que acababa de llegar. 

Nada.

Ni el montón de trastos apilados, ni la omnipresente madera añeja arrojaron pistas válidas a la recién llegada, que, sin más dilación, empujó con el pie derecho la puerta parcialmente abierta de la cabaña.

 

El olor a leña quemada puede gustar o no gustar, pero sin duda alguna, resulta tan característico que todo el mundo lo conoce. Y Verónica no iba a ser la excepción.

No obstante, antes de girar la vista a la chimenea, la recién llegada paseó su mirada por el resto de la estancia.

Frunciendo el ceño, sopesó lo conveniente de la decoración minimalista en ciertos entornos. Desde luego, ella no la hubiese escogido para un lugar como ese. Que contase, allí no había más que tres o cuatro muebles, entre los que contaba una modesta silla, la pequeña mesa que la acompañaba, un grande y viejo armatoste que hacía las veces de mueble bar y biblioteca...  Y un mullido sillón.

Fue entonces cuando la vio.

Una gran chimenea, en la cual los restos de un fuego reciente aún humeaban generosamente.

 

—Más que el hecho de conocer el olor a leña quemada... Diría que lo importante radica en qué nos hace evocar. Qué experiencias, qué recuerdos. Qué tiempos.

 

Verónica se giró de inmediato hacia la voz que la había cogido por sorpresa por la espalda.

Cuando vio, a unos tres metros frente a ella, la figura de un anciano con una generosa copa de vino en la mano, lo último que pensó en si se había vuelto a meter en un buen lío.

Sin embargo, algo en aquel viejo la impulsaba a sentir que se encontraba a salvo. Probablemente, el hecho de que el hombre no parecía apenas tener fuerza ni para sostener aquella copa.

 

El viejo pareció adivinar el curso de sus pensamientos.

—Oh, maldita sea, qué maleducado. Aunque no sabía que hoy tendría una visita... Enseguida vuelvo. Puedes calentarte junto al fuego.

 

¿Junto al fuego?

 

Antes de que Verónica terminase de formular la pregunta en su cabeza, todo el interior de la cabaña pareció mutar de mil formas imperceptibles.

La que, desde luego, si percibió, fue el hecho de que la intensidad de la iluminación del salón se vio tan incrementada como la cálida temperatura en su interior.

Cuando se giró, la visión de una hoguera ardiendo con enérgica vitalidad la agarró por sorpresa.

Aunque lo más extraño de todo, era la información que golpeaba las puertas de su mente, con tanto o más ímpetu que el de la hoguera.

¿Aquel hombre le había leído la mente?

 

De repente, como saliendo de una hipnosis, Verónica sacudió la cabeza a lado y lado repetidas veces. Qué tonta. Seguro que había vuelto a pensar en voz alta al creerse a solas.






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Published on June 05, 2022 09:16

May 19, 2022

Mis reseñas: 'Blacksad | Un lugar entre las sombras' (Juan Díaz Canales & Juanjo Guarnido)


 

BLACKSAD

Un lugar entre las sombras

por Juan Díaz Canales & Juanjo Guarnido


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RESEÑA


Ni voy a ser quién descubra el género de la novela policíaca, ni mucho menos el descubridor de la obra Blacksad. Ese papel es para algo así como héroes anónimos de hace ya un generoso, quizá demasiado, puñado de años. Un grupo de personas de amplio recorrido cultural y excelente gusto me abrió las puertas a muchos mundos, entre los que se encuentra el que nos ocupa.

 

Sí que es cierto que, pese a uno no ser descubridor, sí que me veo asaltado tras releer ‘Un lugar entre las sombras’ por una sensación parecida a una fructífera búsqueda de oro en riachuelo revuelto.

Tan asaltado como el felino detective que ve, nada más arrancar las páginas de su primera y genial historia, como algo más le es arrancado. 

 

Sí, esto va de animales.

Desde el orangután músico al perro policía, de la rata de inmundos principios hasta el gélido interior del secuaz reptil. Y no debería detenerme ahí, pero esta joya de apenas 50 páginas lo requiere.

 

En cambio, puedo ser más generoso en demás halagos. Concretamente, en los dirigidos a guion e ilustración. 

Siendo un habitual en visitar la cola que conecta con las musas literarias, no puedo sino sentirme un investigador ante un misterio de tamaño descomunal.

¿Es posible que un par de sujetos, no solo se salten esa cola, sino que posean algo así como pases vip?

 

Así me gusta pensar en los inspirados, espléndidos y, por qué no, suertudos, autores de esta obra. Porque tanto Juan Díaz Canales como Juanjo Guarnido deben haber disfrutado en la sala de máquinas de Blacksad de las mieles de saberse creadores de algo inmortal e irrepetible, a menos que sus manos tengan a bien seguir tecleando y dibujando.

 

En este volumen inicial, que da el pistoletazo de salida a una serie de casos cargados de misterio, el buen gusto capitanea un navío a rebosar de mimo, recursos e inspiración a raudales.

Uno quedaría prendado de tal modo en cualquiera de las trabajadas ilustraciones que, de no ser por el trepidante avance de la trama, podría vararse ahí, construyendo un fuerte tan sólido como la sutil contundencia con la que esta historia cala en el lector.

 

La conclusión está clara.

Quien dé con Blacksad, habrá dado con el oro. Con una mina repleta de él.

Una enorme fortuna que habrá de colorear la mente, la vista y el interior del afortunado lector, pese a que tanto el título como la esencia de ‘Un lugar entre las sombras’ quiera hacernos remar en dirección a la niebla.

Yo, sin duda, escojo linterna, gabardina y revolver.

Y Blacksad.




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Published on May 19, 2022 08:44

Mis reseñas: 'Batman | La broma asesina' (Alan Moore & Brian Bolland)


 

BATMAN

La broma asesina

por Alan Moore & Brian Bolland


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RESEÑA


Hay algo en la locura que parece actuar con gran fuerza ante la naturaleza humana. Bien sea para acercarla, bien para repelerla.

En ‘Batman: La broma asesina’ asistimos a una representación que parece jugar con los polos opuestos que suponen tales reacciones.

No me refiero a Batman y Joker. No hablo de su antagonismo. 

Más bien, la lectura me ha hecho vislumbrar esa línea que marca la diferencia a la hora de romper la cordura. Una línea finísima en unas ocasiones y gruesa como el plomo de una bala en otras.

 

Quienes, por desgracia, hemos degustado las inclemencias de perder el contacto con la realidad, parcial o totalmente, vemos en la figura del Joker algo así como la visita de un mal fantasma del pasado. Su mirada ida y su dramatismo forzado, en combinación con fechorías ejecutadas con frialdad meticulosa, son sin duda el resultado de impulsarse con demasiado ahínco en los trampolines de la psicosis.

 

Una suerte de desgraciados acontecimientos suelen suponer la marcha hacia el camino de perdición que puede desfigurarnos hasta el punto de recordar a tal villano.

Pero Alan Moore no se limita a presentarnos el choque de trenes entre la rectitud y la demencia. Por momentos, parece invitarnos a sopesar la terrible posibilidad de estar más cerca de lo deseable de la temida inestabilidad mental.

 

Son páginas que logran atinar a mostrar como, con la debida orquestación, el cruzar las líneas de la cordura levanta un oleaje de maldad y sufrimiento absolutamente tortuosos para todos los implicados.

Todo ello ilustrado por un dibujante en claro estado de gracia como Brian Bolland. Ha habido momentos en los que las expresiones del Joker abrían demasiadas puertas en mi mente...

... Una psique que llegué a sufrir tan desquiciada, iracunda y vengativa, que no me deja otra opción que la de luchar como un justiciero encapuchado para no dar ni un palmo de terreno a ese monstruo interior que, a algunos, nos susurra de vez en cuando.

 

En esta obra impresionante, al villano no solo se le da un palmo, sino toda una autopista, y no precisamente unidireccional. Esa forma de retratar a uno de los exponentes de la locura, la manera de maquillarle la mente y darle forma a sus recuerdos y motivaciones se merecía, sin duda alguna, un final a la altura. Y no querría desvelar en qué momento exacto, pero, desde luego, me he quitado el sombrero ante este genial ejercicio en el mundo del comic.

 

Comenzaba esta reseña hablando acerca de los polos opuestos que suponen las reacciones ante la ruptura de lo cuerdo, ese territorio en el que solemos depositar el alma de lo correcto.

Imaginad que alguien, sumido en la total oscuridad de la desesperación y la miseria, sea capaz de estallar en carcajadas, dando forma y sentido a aquello que borra del mapa y siega tantas vidas.

¿Qué clase de genial broma de mal gusto sería trabajar en un personaje así?

 

Bravo por ello.




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Published on May 19, 2022 08:39

Mis reseñas: 'Stalingrado | La historia gráfica' (Antonio Gil & Daniel Ortega)



STALINGRADO

La historia gráfica

por Antonio Gil & Daniel Ortega


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RESEÑA


Desde la Blitzkrieg alemana a la Operación Urano rusa, en Stalingrado se vivió un infierno en vida. De sobra conocido, aquel emplazamiento bélico ha sido objeto de estudio, visita y recreación por parte de muchísimos artistas y medios.

Mi interés por la Segunda Guerra Mundial data de hace bastantes años. Leer a historiadores como Anthony Beevor, distopías varias como ‘El cuerno de caza’ o ‘El hombre en el castillo’, aventuras tales como ‘El Reich de hielo’, o incursiones en el mundo del comic como ‘MAUS’ o ‘Auswitch’, son algunos de los ejemplos que me hacían llegar a esta novela gráfica con muchas preguntas.

 

¿Qué estructura decidirían seguir Daniel Ortega y Antonio Gil a la hora de enfocar un proyecto tan ambicioso y titánico?

La respuesta la encontramos tan pronto que es el mismo subtítulo de la obra la que nos la facilita: ‘Cartas desde el Volga’.

 

Así es como, mediante cartas que marcarán el inicio de los diferentes capítulos y enriquecerán su contenido, los autores lograrán dar con una narración visual que logra lo que principalmente busca: Concienciar desde el recuerdo más real.

Apoyándose también en arranques puramente literarios de valiosa información histórica, muy pronto el lector se verá introducido en la materia que ocupa a este volumen, más que bien cuidado en todos sus aspectos.

 

¿Es necesario recrearse en el horror de la guerra para recordar, por enésima vez, lo despiadado e inútil de su naturaleza? 

Supongo que la respuesta es, sencillamente, que no hay que tratar de plasmar más de lo que nuestra historia ya ha hecho.

Si ya los atentados contra la misma vida humana resultan tan gélidos y calculados que te hielan por dentro, solo hay que desviar la atención a las demás miserias que cabalgan a lomos del belicismo para sentir un frío aún más atroz e inclemente.

 

Es ese frío el que encuentra en esta historia, así como en la historia misma, un papel fundamental en la forma que se resolvió la Segunda Guerra Mundial.

Así pues, será el invierno de 1942 el que habrá de servir de techo a un poderoso ejercicio en el campo de la ilustración como el que aquí se nos presenta. Y no se limitará a eso.

Nos paseará por todo el horror de la guerra. Seremos guiados por algunos de los fortines más temibles tanto de atacar como de defender. Viajará por los cielos dibujando representaciones de ambas aviaciones, y hasta se sumergirá en el alcantarillado urbano, allí donde todo se torna, si cabe, aún más desesperado y primario.

 

Por ello, por la sensación de desamparo tras ver tantos cuerpos mutilados y tantas personas expuestas a las peores enfermedades y circunstancias, considero que este ejercicio no solo disponía de dificultades de ejecución en el dibujo y el guion, sino que también trataba de hacer aterrizar la difícil empresa de concienciar acerca del sinsentido que supone el sufrimiento mayoritario sin medida por culpa de la mala cabeza de unos pocos.

 

Poco más puedo añadir.

Quizá que la operación ‘Tormenta de Invierno’, que planeaba rescatar de Stalingrado a lo que quedaba de un rodeado VI ejército alemán, debería aplicarse al interior de esas personas que defienden la guerra aún con todo cuanto reside en nuestra memoria colectiva.

Rescatarles de sí mismos para que este bucle de terror detenga su macabro engranaje.




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Published on May 19, 2022 08:33

Mis reseñas: 'Zimbrah Halellu-yah! Hunters vs. The Dark' (Vlad Strange)

 



ZIMBRAH HALELLU-YAH!

Hunters vs. The Dark

Crónicas del Fin del Tiempo VI

por Vlad Strange


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RESEÑA


Hay una misteriosa conexión entre la lluvia y la literatura.

En la piel del escritor, es como si una extraña fuerza, profunda y antigua, llamase a tu puerta con golpes pesados que alumbran los laberintos de la mente.

Pero como lector... Ay, como lector.

Hoy el mediodía ha tenido el capricho no solo de traerme lluvia, sino de acompañarla de una señora tormenta eléctrica que aún interpreta su sinfonía mientras tecleo estas líneas. 

 

Son palabras, no mentiré, que fluyen con naturalidad, pasión y absoluto amor.

Pues leer el sexto volumen de las ‘Crónicas del fin del tiempo’ me trae, como cabezas de una larga lista, esos tres enriquecedores.

La naturalidad viene de mi relación con Vlad Strange, la autora de la obra, en la que vuelca parte de su enorme carisma como persona.

La pasión es cosa de verme a su lado en una tarde tan oscura que, de no ser porque querría extenderla por toda la eternidad, me atemorizaría con sus terribles truenos.

Lo último, lo más importante, es la sensación que me ha acompañado al engullir su novela. Casi como sentir el calor de una hoguera invisible. Qué digo casi, ha sido literal.

 

Para recién llegados a esta saga, baste decir que no van a necesitar de especial introducción, ni a esta reseña, ni a ‘Zimbrah Halellu - yah!’ en sí.

Elliette es una joven Cazadora, auto considerada gris en muchos aspectos salvo cuando se toca la tecla de la fe. Otra Hunter, Cobra, será seleccionada por Elli en una misión de espionaje que actuará de punta de iceberg en esta obra. Y menudo bloque oculta.

 

Leer a Vlad ha resultado siempre un verdadero placer.

Me fascina la forma en la que te mece hasta posarte en pleno centro de sus tramas. 

Si el lector es posicionado en ese punto, la expectativa, el ansia por avanzar y las emociones sentidas se ven todas sujetas a un crecimiento exponencial.

Y, repito, no se trata de que Vlad Strange te invite a entrar en la historia. No trata de captar tu atención con recursos pirotécnicos. Simplemente, a las pocas páginas, ya estás ahí.

 

En este sexto volumen de las ‘Crónicas del Fin del Tiempo’ uno se da un festín de escenarios cariñosamente recreados, encontrándose con conflictos emocionales que, sorpresivamente, anidan tanto en uno mismo que terminan por hacerse propios. Los diálogos, frescos y amenos, aunque también sólidos y con raíces, parecen hipnotizarte para que pases esa página y leas ese siguiente capítulo.

 

Escribir fantasía resulta, en mi opinión, un ejercicio en el que la imaginativa debe ser horno, base y guinda del pastel. Sobrada de ella, la autora hace, además, gala de una mente privilegiada a la hora de hilvanar las conexiones que dan forma a su saga.

El resultado es una historia que, digna de ser degustada, ajusta tan bien su ritmo, su transición entre inicio, nudo y desenlace, el enorme carisma de sus diferentes personajes y el mundo en el que se desarrolla... Que termina por ser devorada.

 

Al menos, es lo que me ha pasado a mí.

Me atrevo a afirmar que el leer ‘Zimbrah’ una tarde como esta va a quedar grabado en mi memoria por siempre jamás.

 

Halellu - yah!




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Published on May 19, 2022 08:26

May 15, 2022

Motivos para escribir


 


Supongo que a todos los escritores nos seduce la idea de sentarnos a escribir acariciados por la brisa de un agradable atardecer. Supongo que, si el sonido de un tímido oleaje acompaña la estampa, mejor que mejor. 

Ya en la memoria queda lo oscuro de la vida. Ese tránsito cíclico e inevitable por terrenos áridos y tormentosos. Una base de datos implementada en la fría negrura, de la que picotear o abrir el grifo al máximo.








 

Los momentos para escribir suelen ser audaces robos al tiempo, el ánimo y las circunstancias. Tres villanos de gran talla ante los que debemos hacer vencer a un simple lápiz.

Una batalla muy desigual la mayoría de las veces, aunque ello no impida que, como héroes, un buen puñado de inspirados artistas se abran paso por el espeso follaje de la jungla de la creatividad. Día sí, día también, se sientan y, llueva o abrase, activan el bendito canal que convierte en palabras pensamientos, sentimientos y emociones.

 

Un motivo para llevar a cabo la tarea de la escritura podría ser la necesidad de comunicar. De vaciar el peso del saco y soltar algunas cadenas. Un clásico para almas torturadas en continuo jaque social. Toda una hoguera para las gélidas temperaturas de la depresión, y a su vez, una afilada lanza con la que tratar de hacer algo de justicia.

Otro motivo vendría a ser la imperiosa necesidad por retratar, en un claro homenaje a la belleza intrínseca a cualquier situación imaginable. Porque incluso en las cloacas de la psique humana el lenguaje es libre, e infinitas son sus posibilidades de asociación. Poco importa que del cielo caiga mierda si se maneja con delicadeza su descriptiva.

Un tercer motivo quedaría fielmente representado por el mero ejercicio imaginativo. Como si de repente unas enérgicas alas llevasen nuestra mente lejos, muy lejos, de la realidad conocida. Como si planos invisibles de edificios por construir llegasen a nuestras manos, y de algún modo pudiésemos leer hasta el más ínfimo secreto en ellos.

 





 

Como he comentado, del recuerdo de los peores antros vitales se puede extraer un bello contenido. Pero primero hay que caminar esos senderos y adentrarse en el cenagal de la miseria. Cómo canalizar las dosis de ira y negatividad que la vida proponga y nuestra personalidad digiera será parte de la labor creativa. 

Sin embargo, el poso más amargo de algunas vivencias puede corromper, monopolizar, cegar, nublar y, la posibilidad más temida, anular por completo. Como si el síndrome de la página en blanco se irguiese crónico, abrazándose a nuestro ímpetu hasta derrocarlo. 

Más de uno sabrá de lo que hablo, teniendo en cuenta el ahínco con el que, por largas rachas, muchos nos vemos abrumados por sentimientos que prácticamente convierten en un sinsentido cualquier intento por teclear.

 

Si bien de episodios lacrimógenos, experimentados por nosotros mismos o captados alrededor, se pueden extraer multitud de lecturas, no parece ocurrir así cuando la metralla alcanza nuestras motivación, hábito, convicción y perseverancia.









Este breve texto lleva por título ‘Motivos para escribir’, pero fácilmente uno podría deshilvanarle una rápida metáfora. Si escribir es componer una oda a la misma existencia... ¿Dejar de hacerlo deja un sabor a muerte en el paladar de las musas?

Como aquello de que un hada fallece cada vez que alguien las niega a voz en grito.

 

Lo dudo mucho.

La escritura, sin duda, como cualquier forma de arte, tiene mucho de mágico, pero desde luego no considero que haya ningún contrato a firmar, ni cláusula que respetar, ni mucho menos repercusiones a temer, por el mero hecho de escribir. Así pues, el escritor puede retirarse si así lo desea. Y por el tiempo que crea necesario. Aunque también es cierto que dilatar esos lapsos puede convertir la amargura del retiro en un arma de doble filo. Algo que termine por decapitar nuestra voz en las letras.

 

Sin embargo, no mucho antes, he mencionado la metáfora codificada en el título de cuanto estás leyendo. Imagina por un momento que las letras son el oxígeno del escritor. ¿Qué motivos tendría entonces para escribir? 

¿Seguiríamos hablando de comunicar, retratar e imaginar?

Creo que, en tal caso, la realidad se tornaría algo más complicada. Competitiva, con lo sucio y lo necio que suele conllevar esa palabra al ser trasladada a las masas.









Me serviría para repartir unos cuantos bofetones, por aquello de soltar algo de lastre y desprender algunas cadenas. 

No obstante, creo que, en esta sofocante tarde de domingo, con mis gatos tirados sobre mesitas y baldosas en busca de un poco de frescor, hay un uso mucho más práctico para darle a este abanico de posibilidades que llevo un rato desplegando.

 

No debe ser otro que remarcar mis motivos para escribir.

Esperanza, ilusión y rebeldía.

Hay que ver cuánto se parecen a mis motivos para respirar. Para luchar un poco más.

Espero que a todo aquel que lleve arraigado al máximo este arte sepa localizar tan bien sus propios motivos. Así, si nos apagan las luces, nos iluminarán nuestras cerillas. Si nos atacan con hielo, nuestra propia hoguera nos dará cobijo. Y si deciden incendiar lo que queda de nosotros...

Entonces la pluma contraatacará.







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Published on May 15, 2022 08:25